domingo, 20 de agosto de 2023



HUSTONMANÍA 3

LA NOCHE DE LA IGUANA (1964) de John Huston
    

       
El reverendo T. Lawrence Shannon (Richard Burton), párroco de la iglesia episcopal de Saint James, tras ser sorprendido manteniendo relaciones con una joven feligresa, es expulsado temporalmente de la Iglesia. Shannon termina trabajando como guía turístico de viajes religiosos por México y durante uno de esos viajes, es acosado por una adolescente precoz, Charlotte Goodall (Sue Lyon), que viaja con un grupo de maestras puritanas, lideradas por la tutora de la niña, la Srta. Judith Fellowes (Grayson Hall). Shannon trata de resistirse, pero una noche cuando está a punto de caer en la tentación, la Srta. Fellowes los descubre y, escandalizada, pone un telegrama para denunciar a Shannon por estupro. Con la esperanza de ganar tiempo para calmar a la Srta. Fellowes, Shannon secuestra el autocar y conduce el grupo al hotel Mismaloya, propiedad de su amiga Maxine Faulk (Ava Gardner), donde retiene a las viajeras manteniendo una pieza del motor en su poder. Mientras Shannon se refugia en el alcohol, Maxine trata de interceptar la respuesta del telegrama y de contentar a las viajeras. En ese momento, llega al hotel una pareja de artistas ambulantes, formada por la pintora Hannah Jelkes (Deborah Kerr) y su abuelo Nonno (Cyrill Delevanti), el poeta más longevo en activo. Hannah y Shannon congenian de inmediato y ella, al reconocer en él los síntomas de una crisis emocional semejante a la que ella misma sufrió en el pasado, se esfuerza por ayudarle. Entre ellos surge una mutua comprensión y una complicidad que despiertan los celos de Maxine, enamorada del sacerdote. Sin embargo, también ella siente simpatía por Hannah y por su abuelo. La proximidad de Hannah y de Maxine proporciona a Shannon las fuerzas necesarias para rechazar a Charlotte de forma definitiva y ésta comienza, entonces, a interesarse por el joven chófer, Hank Prosner (Skip Ward). Finalmente, la Srta. Fellowes consigue que despidan a Shannon y aunque éste, completamente borracho, se niega a aceptar el despido, Hank y Charlotte logran arrebatarle la pieza del motor y las profesoras abandonan el hotel de inmediato. Shannon, desesperado, se arranca la cruz del cuello y se arroja al mar con la intención de suicidarse. Maxine lo impide lanzando a sus dos empleados tras él y atándolo a una hamaca para evitar que vuelva a intentarlo. Con su paciencia y su té de adormideras, Hannah logra calmar a Shannon, pero entonces, el abuelo Nonno muere y Maxine, convencida de que Shannon prefiere a Hannah, les propone quedarse en el local para regentarlo juntos mientras ella viaja por el mundo. Sin embargo, Hannah tiene sus propios planes.
 

       A principios de la década de los sesenta, John Huston decide viajar a Méjico para rodar en Puerto Vallarta la que sería una de sus películas psicológicamente más complejas, la adaptación de un texto de Tennessee Williams sobre la eterna lucha interior, entre lo carnal y lo espiritual, que mantiene cualquier ser humano que aspira a la virtud. Nuestros deseos nos dominan, inconsciente o conscientemente, convirtiéndose en demonios que nos atormentan y de los que sólo podemos liberarnos reconociéndolos y aceptándolos como parte de nosotros mismos. Sin embargo, los ocultamos, por miedo al rechazo de los demás.



       La noche de la iguana, metáfora cinematográfica de la llamada “noche oscura del alma”: período de confusión, tristeza, miedo, angustia y soledad necesario para renacer a nuestro verdadero yo y acercarnos a Dios, nos invita al autoconocimiento como forma de alcanzar la paz interior. El protagonista del film se debate entre su amor a la vida eclesiástica y su desprecio hacia la hipocresía, la intolerancia y el puritanismo de la Iglesia ante cualquier expresión emocional o carnal que se aparte de la moral establecida. Shannon se aferra a su identidad como sacerdote, heredada de sus antepasados, pero su amor por la verdad, por la compasión y por la libertad le impiden adaptarse a una institución donde todo es apariencia, fingimiento y represión.

       «Shannon: El plano fantástico y el plano real son los dos sobre los cuales vivimos. Pero ¿cuál es en verdad el real?
       Hannah: Yo diría que los dos, Sr. Shannon.
       Shannon: Pero cuando uno… Cuando uno vive en el plano fantástico, como he vivido yo, y tarde o temprano tiene que operar en el plano real, uno se siente aterrado. Y yo lo estoy, Srta. Jelkes.»

       Richard Burton encarna a este histriónico pastor del Evangelio, descendiente de un clérigo y nieto de dos obispos, con un patetismo que nos conmueve al mismo tiempo que nos incomoda. Esa acertada mezcla de cansancio y nerviosismo convierte a Shannon en un personaje histérico y grandilocuente, que parece disfrutar exhibiendo ante los demás su propio dolor. Este aspecto algo masoquista del personaje, que le lleva incluso a castigar su cuerpo para aliviar su sufrimiento psicológico, parece un intento desesperado de Shannon por alcanzar la compasión y el perdón de los demás. Sin embargo, Richard Burton, con su interpretación de este sacerdote atormentado, no busca despertar en el público ni la compasión ni la simpatía hacia su personaje sino poner de manifiesto sus debilidades como ser humano, y lo hace tan bien, que sus penosas salidas de tono —el agresivo sermón, las borracheras, el secuestro del autocar, la micción sobre la maleta de Fellowes o el intento de suicidio— nos resultan tremendamente desagradables por su agresiva afectación.


       «Maxine: Muchacho, tienes todos los diablos en el cuerpo. Nunca te había visto así.
       Shannon: ¡Desátame!
       Maxine: Tienes que seguir aquí. ¡Estate quieto! Tú sabes, y yo lo sé también, que la mitad de lo que haces es pura comedia. Lo malo es que los tiburones no lo saben.»

       Burton nos manifiesta con sus maneras arrogantes que Shannon no se muestra arrepentido de sus pecados, ni ante la iglesia ni ante la sociedad, sino desafiante, porque sabe que todos los que le juzgan son también unos pecadores. Por otra parte, la vulnerabilidad de Shannon al ser tentado por la irresistible Charlotte es expresada por el actor con una angustia tan temblorosa, que parecen intercambiarse los papeles, pasando a ser Shannon la víctima inocente, es decir, el menor, y Charlotte la seductora sin escrúpulos. Siendo evidente para el espectador actual que, pese a todo, no es así. Shannon está a punto de caer en la tentación, porque es corruptible y porque la castidad le desquicia.


       «Hannah: Hay cosas peores que la castidad, Sr. Shannon.
       Shannon: Sí, la locura y la muerte.»

       De hecho, en el diálogo se puede apreciar cierto machismo, propio de la época, que frivoliza la falta de autocontrol del sacerdote culpabilizando a la niña.

       «Shannon: Maxine, defiéndeme de ella. No sólo se ha propuesto que me despidan sino que además va a denunciarme por estupro, ni más ni menos que por estupro.
       Maxine: Oye, ¿y qué es estupro? Nunca he sabido qué es eso.
       Shannon: Pues es cuando una menor seduce a un hombre. (Maxine se ríe) No es para reírse, Maxine.»

       Maxine sabe que Shannon no está hecho para el sacerdocio, que es demasiado espontáneo y apasionado para ponerse la máscara que debe llevar ante la sociedad cualquier hombre de la Iglesia.

       «Maxine: ¿Cuándo dejarás de engañarte a ti mismo? Tú no estás pensando en volver a la Iglesia. Si no, no te asustaría perder ese insignificante empleo. Además, la gente no va a la Iglesia para oír sermones ateos.
       Shannon: ¡Maldito sea el demonio! No he pronunciado un sermón ateo en toda mi vida.
       Maxine: Está bien, hombre, está bien.»


       Para Huston, son las cualidades de Maxine, su brutal sinceridad, su carnalidad y 
su gran corazón, las que consiguen salvar a Shannon de sí mismo, de su empeño en seguir los pasos de sus antepasados en un mundo que no es para él. Maxine posee una honestidad emocional que hace temblar a todos los que la rodean, dice lo que piensa y expresa lo que siente, no se engaña a sí misma ni engaña a los demás. Es fuerte, leal y de una generosidad inesperada. Cuando cree que Shannon ha encontrado en Hannah a la mujer que puede calmarle y hacerle feliz, se dispone a facilitarles la unión, a pesar de estar enamorada de él. El fogoso temperamento de Maxine trasciende la pantalla a través de la apasionada interpretación de Ava Gardner, su voluptuosidad, su salvaje carcajada, su mirada franca y su emotividad contenida hacen que el personaje sea como un río de aguas cristalinas, repleto de cascadas y remansos, un río orgulloso que siempre desemboca en el mar, «la cuna de la vida» según Nonno. La actriz inunda de vitalidad la pantalla hasta el punto de que siempre que aparece en un plano capta nuestra atención aunque permanezca en silencio. Ava consigue transformarse en la misma vida gritándole a Shannon que se sacuda el polvo de la Iglesia y comience a ser lo que es. La actriz ganaría, por su interpretación de Maxine Faulk, la Concha de Plata a la Mejor Actriz en el Festival de San Sebastián.


       Si Maxine representa la vida en todo su esplendor, Hannah representa la espiritualidad casi convertida en iluminación y bondad, una mujer, que ha hecho frente a sus propios demonios y los ha vencido, y por eso es capaz de ahuyentar los de Shannon. Una maestra absoluta en el control de sus emociones, capaz de mantener la dignidad incluso ante la escasez económica, una persona firme que posee la habilidad de expresarse sin hostilidad ni agresividad. Sólo la vemos tambalearse ante la muerte de su abuelo. Deborah Kerr la interpreta como a la misma reencarnación del príncipe Siddhartha hecho mujer, con una media sonrisa de paz interior y calma absoluta.

       «Hannah: Ha sido usted cruel, infantilmente cruel. No puedo aprobar que una persona a la cual respeto se conduzca con la crueldad de un chiquillo.
       Shannon: ¿Qué puede respetar en mí un hierático buda femenino como usted?
       Hannah: Yo respeto a cualquiera que haya tenido que luchar y clamar por su dignidad.»

       Aunque Shannon la acuse de hierática, la actriz transmite todo el océano de emociones que se agita en el alma de su personaje a través de su mirada y de su voz, cargadas de paciencia y firmeza. Una firmeza ante la que la misma Maxine tiene que claudicar. Shannon la llama «poema», en el sentido de que Hannah es una sublimación de las cualidades de la mujer que se le atribuyen a la Virgen María. Es una mujer tan espiritual que está por encima de la prosaica existencia del resto de los mortales. Sin embargo, a pesar de su virginidad, Hannah entiende la necesidad de todo ser humano de establecer contacto con los demás para aliviar el miedo y la soledad que atenazan su corazón, a fin de poder vencer sus demonios.


       «Shannon: ¿Y qué hizo? ¿Qué hizo para abatir a ese diablo azul?
       Hannah: Demostrarle que podía resistirle y hacerle respetar mi resistencia.
       Shannon: ¿Cómo?
       Hannah: Sencillamente resistiendo. La resistencia es algo que todos los diablos azules respetan y también respetan todos los trucos que las personas empavorecidas utilizan para ahuyentar su pánico.
       Shannon: ¿Como hacer respiraciones profundas?
       Hannah: O tomar mucho ron. Y hasta… Hasta nativos. Cualquier cosa, todo lo que hacemos para lograr ahuyentarlos y poder así seguir caminando.»

       La virginidad de Hannah contrasta con la sexualidad desbordante de Maxine y ambas mujeres representan los dos extremos de la lucha interna que mantiene el protagonista entre lo carnal y lo espiritual. Extremos en los que también se pueden situar las otras dos mujeres de la película, Charlotte y la Srta. Fellowes. Charlotte es la tentación, un irresistible y caprichoso demonio rubio que, impaciente por descubrir el amor e incapaz de distinguirlo de sus impulsos sexuales, se ofrece carnalmente a Shannon —y después a Han —, presa de una loca fantasía de romanticismo mal entendido. La perdición se esconde en los besos de esta atolondrada adolescente que juega a ser mujer. Sue Lyon, la aclamada Lolita (1962) de Kubrick, vuelve a encarnar en La noche de la iguana a una niña precoz que arrastra a la ruina a un hombre maduro. En este film, la actriz destaca por su capacidad para mostrar la inmadurez emocional de su personaje, a través de sus rabietas o de sus inconvenientes arranques, como la escena en la que Charlotte no parece darse cuenta de que está jugando con fuego al mostrarse sexualmente desinhibida, bebiendo y bailando, ante los indígenas de un bar del pueblo.

       «Tabernero: (Parando la música) Que se vaya le digo. Y llévese sus dólares, no me hacen falta. No quiero sus dólares ni quiero que baile con mi música.
       Charlotte: ¡Más música!
       Tabernero: ¡Se acabó! No quiero que nuestros hijos crean que todas las chicas son como usted.»



       El egoísmo y el infantilismo de Charlotte contrastan con la generosidad y la espléndida madurez de Maxine, de tal modo, que aunque ambas representen la carnalidad, una lo hace desde la inconsciencia y la devastación y la otra, desde el amor y la liberación.

       Por su parte, la Srta. Fellowes, físicamente tan virginal como Hannah, representa la represión, la intolerancia, la crueldad e incluso la agresividad. La virginidad que convierte a Hannah en una señora, convierte a Fellowes en una histérica. Y en esto, coincide con Shannon, al que también la castidad desquicia hasta convertirlo en un perturbado. Mientras Hannah lleva su castidad con absoluta serenidad y sin engañarse a sí misma, Fellowes reprime sus impulsos sexuales hacia Charlotte desestabilizándose y odiando a cualquier hombre que se acerque a la niña. La actriz Grayson Hall realizó una composición perfecta de este personaje monstruoso que representa en sí mismo toda la falsedad y la falta de compasión propias de la Iglesia. Incluso físicamente resultaba inquietante, una verdadera iguana. Su rostro anguloso, sudoroso y despeinado causa verdadera zozobra mientras en sus ojos asoma un atisbo de locura y de implacable intransigencia, sobre todo en las escenas en que cree perder el control sobre su pupila. La escena en que Fellowes se pone histérica llamando a gritos a la niña, que está bañándose con Shannon en el mar, y termina sollozando de rabia e impotencia, es de una maestría interpretativa sobrecogedora. Grayson fue nominada al Oscar y al Bafta a la mejor actriz de reparto, premios que, sin duda, mereció ganar.


       Shannon se debate entre estas cuatro mujeres que, cada una a su manera, lo atormentan y alteran. En el lado positivo de este ring, se encuentran Hannah y Maxine, que tratan de ayudarlo y protegerlo de las harpías, Charlotte y Fellowes, que tratan de destruirlo y constituyen una amenaza para su equilibrio mental.


       Y, en medio de toda esta batalla, el abuelo Nonno, un poeta nonagenario lucha con su propia decrepitud para poder terminar su último poema antes de morir. Un poema que termina con una plegaria que resume las necesidades de todos los protagonistas del film —y probablemente las de todos los seres humanos—: «Encontrar una morada para sus pobres corazones estremecidos». Nonno pasa los últimos instantes de su vida oscilando entre la vigilia y el sueño, concentrado únicamente en sus versos, ajeno a todo el torbellino de emociones que se desata a su alrededor. Es el único que está en paz con la vida y con Dios, al que dedica sus últimos pensamientos, lleno de gratitud. Nonno supone una luz de esperanza para todos los que se hallan perdidos, él ha logrado llegar al final del camino en absoluta armonía con el universo. La mirada hipnotizada del actor Cyrill Delevanti, cuando Nonno recita sus versos, nos transporta al interior del alma serena de este poeta errabundo que, consciente de que ha llegado al final del camino, contempla sin temor su próximo destino. El actor fue nominado por su composición al Globo de oro al mejor actor de reparto.

       La química entre Cyrill y Deborah Kerr resultó conmovedora, e hicieron de esta nieta y abuelo una «pareja de chiflados» absolutamente entrañable. Ellos juntos constituyen un remanso de paz, unos seres puros, dentro de las tensiones desatadas que han invadido el hotel Mismaloya, fuera de temporada.

       «Nonno: ¡Por fin terminado!
       Hannah: Sí, por fin terminado.
       Nonno: ¿Y es bueno?
       Hannah: Maravilloso, abuelo. Ay, abuelo, qué alegría me has dado. Gracias por haber escrito tan hermoso poema. Valió la pena esperar tanto.»


       Basado en la obra teatral homónima de Tennessee Williams, el guión escrito por Anthony Veiller, en colaboración con John Huston, fue nominado, por el Sindicato de Guionistas de América, al Mejor guión en la categoría de Drama. La adaptación de Veiller, de una profundidad psicológica inusual en el cine, se adentra en la psique de los personajes para explorar la parte más oscura y monstruosa de cada uno de ellos, representada en el film por la iguana, animal de apariencia horrenda, casi irreal, que los nativos persiguen, capturan y devoran. Lo mismo que la sociedad acorrala y persigue a todos aquellos individuos cuyo lado oscuro queda al descubierto. Lo imperdonable para la Iglesia, y para la sociedad en general, es que permitamos que nuestros demonios se muestren ante los demás, porque entonces ya no podemos seguir fingiendo que no existen. Shannon demuestra cierto grado de ingenuidad o de inocencia al tratar, mediante su sermón inicial, que su congregación comprenda su debilidad y la perdone. Por ello, al verse rechazado, se siente asqueado ante la hipocresía de todos aquellos pecadores que se niegan a aceptar al ser humano tal como es y los desafía a tirar la primera piedra.

       «Shannon: ¡Os desafío! ¡Shannon os desafía! ¡Coged vuestras hachas de guerra y vuestros cuchillos de desollar y arrancadme con esos cuchillos el cuero cabelludo!»


       T. Williams siempre supo retratar el alma humana sin tapujos y Huston nunca se arredró a la hora de plasmar en la pantalla la esencia de cualquier obra literaria, mostrando de la forma más honesta posible las luces y sombras de los personajes de dichas obras. Veiller y Huston crearon para el guión una primera parte, a modo de obertura, en la que nos mostraba a Shannon, antes de llegar al hotel Mismaloya, desentonando en el púlpito de su parroquia y desentonando también como guía turístico de un montón de viejas ñoñas y puritanas. En esa primera parte, Shannon parece incómodo, fuera de lugar y se refugia en el sarcasmo y en el alcohol para superar ese sentimiento de inadaptación que le genera tanto malestar. Esta primera parte resulta de vital importancia para comprender al protagonista, porque en cuanto llega al hotel, Shannon deja de desentonar. Son las viajeras puritanas las que desentonan allí y —salvo la Srta. Peebles (Mary Boylan)— todas se encuentran incómodas y tensas. Por el contrario, Shannon se siente integrado, junto a Maxine y a Hannah, su parte carnal y su parte espiritual están en armonía, se siente a gusto y puede ser él mismo. Y, curiosamente, es allí donde por primera vez es capaz de mantenerse firme ante los intentos de seducción de Charlotte rechazándola de forma tajante.


       El guión introduce algunos cambios con respecto a la obra teatral, algunos apoyados por el mismo Tennessee Williams (como la escena en que Shannon camina sobre vidrios rotos) y otros a los que se opuso inútilmente, como un final positivo para Shannon. Huston tenía su propia opinión sobre la historia y quiso salvar a Shannon mostrando su lado más humano, como el momento en que protege a Fellowes de la crueldad de Maxine.

       «Maxine: ¿Por qué me has hecho callar? Era el momento de cantárselo claro.
       Shannon: Es persona de elevada moralidad y si alguna vez descubriera su propia verdad, eso la destrozaría.
       Maxine. Pues ella ha hecho un bonito trabajo destrozándote a ti.
       Shannon: Maxine, no le restes valor a mis propios y cortos merecimientos.»

       Pero al margen de sus desacuerdos con Williams, Huston supo reflejar el tono crispado del relato y la conexión de las pasiones ocultas de sus personajes con el ambiente primitivo y salvaje en que se desenvuelve la acción. Huston era considerado como un director al que le gustaba reflexionar sobre el fracaso, de hecho, los protagonistas de sus films solían ser perdedores, soñadores e inadaptados en general, pero siempre defendía la humanidad de este tipo de personas resaltando sus aspectos positivos.

       «Maxine: Soy hábil en captar vibraciones y las ha habido entre ustedes. Vibraciones mutuas desde el momento en que llegó usted. Y eso, créame, eso basta para sacarme de mis casillas. Y no pregunte por qué. Mírelo: Hundido, desquiciado, casi despedido.
       Hannah: Todo eso es únicamente su circunstancia, Sra. Folk, no el hombre en sí.»


       El guión, abundante en metáforas, logra proporcionar al film un cierto halo de lirismo: El agua, cuna de la vida, se convierte en símbolo de la sexualidad. Shannon se baña con Charlotte en una escena en la que la niña trata de seducirlo mientras la Srta. Fellowes, histérica desde la orilla, huye asustada de las olas que mojan sus pies y su falda. El contacto con el mar la hace perder el control de sí misma, ni siquiera cuando sorprende a Charlotte en la habitación de Shannon parece tan desquiciada como en ese instante. También los encuentros sexuales de Maxine con los dos muchachos nativos tienen lugar por la noche entre las olas. Incluso, al final, Maxine propone a Shannon ir a bañarse juntos.
       Por otra parte, la liberación de la ya mencionada iguana –metáfora del lado monstruoso del ser humano— simboliza, no sólo la propia liberación de Shannon, sino también la recomendación de respetar a cualquier ser humano por terrible que nos parezca.
       Y, por último, la tormenta y la lluvia como símbolos de la condenación divina a los pecados del hombre: Cuando Shannon hace huir a su congregación del templo, cae una lluvia abundante sobre los pecadores que han condenado al pecador Shannon; pero la lluvia también posee una simbología de purificación, de renovación. La noche en que Shannon hace frente a sus demonios llueve. Y también esa noche, Maxine, que ha bajado a la playa con los dos muchachos, se siente incapaz de mantener relaciones sexuales con ellos y huye bajo la tormenta, redimiéndose de su lujuria.

       Huston decidió recrear el film en blanco y negro para que la luminosidad del entorno mexicano no distrajera la atención de la historia, y, aunque luego dijo haberse equivocado en no fotografiar la belleza y el colorido del lugar, en mi opinión su elección fue un gran acierto. La noche oscura del alma, aquélla en la que hacemos frente a nuestros peores demonios, es mucho más oscura si se la representa en blanco y negro, y mucho más poética también. La luminosidad de Puerto Vallarta se aprecia perfectamente en blanco y negro, pero la oscuridad de nuestro yo interior no quedaría representada con la misma profundidad e indulgencia si se hubiera mostrado en color. La expresionista fotografía, llena de claroscuros, por la que Gabriel Figueroa fue nominado al Oscar a la Mejor fotografía en blanco y negro, retrata de forma sumamente evocadora las luces y las sombras del alma humana, gracias al experto manejo de la luz que poseía el fotógrafo. El misterioso influjo de la fotografía de Figueroa sobre la historia quedó potenciado además con la música llena de contrastes de Benjamin Frankel, que logró una composición en la que la compasión y la perversión, la desesperación y la calma, la alegría y la tristeza se suceden y acompañan a los personajes en sus diferentes estados de ánimo.


       Huston ya había dirigido más de veinte películas cuando dirigió La noche de la iguana, el oficio de director ya no tenía secretos para él, como lo demuestran el eficiente uso que hizo de la cámara: Planos llenos de picados y contrapicados para implicar tensión emocional, conflicto y crispación; primeros planos de rostros sudorosos o angustiados que elevan sus ojos al cielo buscando a Dios; gran angular para escenas de grupo con la intención de mostrar mucho más amenazadores y retorcidos los rostros intransigentes de los feligreses y de las puritanas profesoras que juzgan a Shannon; primeros planos de la iguana durante la noche tratando de soltarse de la cuerda, con sus ojos fijos en el espectador, despertando su inquietud, como si lo peor de nosotros mismos estuviese desafiándonos a hacerle frente.


       Asimismo, gracias a su experiencia a la hora de narrar una historia en imágenes, Huston no tuvo ningún problema para liberar al relato de su origen teatral. Siendo así que el aspecto más teatral de la película lo constituye la caracterización de los dos muchachos nativos que trabajan en el hotel y que satisfacen las necesidades fisiológicas de Maxine, que siempre aparecen en pantalla bailando al son de sus maracas. Por lo demás, Huston supo aportar dinamismo a la acción mediante los exteriores en la playa, en la carretera, los planos del cielo, el seguimiento que hace la cámara de los personajes moviéndose por el hotel y subiendo o bajando la cuesta que conduce hasta el Mismaloya. Hotel que Huston sitúa a cierta altura para simbolizar que se encuentra en un plano superior, como si se tratase de un templo. Pero para llegar al paraíso, hay que pasar primero por el infierno. Para Huston nadie alcanza la verdadera madurez hasta que consigue reírse de sí mismo. Y para reírnos de nosotros mismos tenemos que conocer nuestro lado oscuro, aunque sea difícil de aceptar. Por ello, vemos a los personajes subir la cuesta con dificultad, cargados con sus respectivos demonios, y bajar de allí ligeros, una vez que se han liberado de ellos.

       «Maxine: No hace demasiado calor aún. ¿Por qué no bajamos a la playa?
       Shannon: Yo puedo bajar la cuesta, pero no sé si podré volver a subir.
       Maxine: Ah, con mi ayuda te haré volver, siempre te he hecho volver.»

       Huston tampoco tuvo ningún problema a la hora de lidiar con un reparto de actores y actrices en pleno estrellato, su modo de dirigirlos consistía en dejar que fueran ellos mismos los que descubrieran a sus personajes. Él daba indicaciones pero dejándoles explorar su propia creatividad. Y para que dieran lo mejor de sí, los aislaba en lugares exóticos y solitarios donde podían sentirse ellos mismos. Puerto Vallarta se convertiría en destino turístico sólo después del estreno del film.

       En definitiva, Huston logró orquestar todos los elementos que conforman una producción cinematográfica para conseguir una obra maestra de una de las mejores obras de Tennessee Williams. Una obra que refleja la necesidad de todo ser humano de vivir en contacto con los demás.

       «Maxine: ¿Por qué siempre las deseas jovencitas?
       Shannon: No quiero a ninguna. A ninguna, ni joven ni vieja.
       Maxine: Entonces, ¿por qué las tomas?
       Shannon: Porque todas las personas necesitan el contacto humano.»

       La incomunicación reinante en la sociedad nos convierte en seres atormentados, pero en La noche de la iguana se produce el milagro de que dos desconocidos conecten y se comprendan, y juntos sean capaces de hacer frente a sus respectivos miedos. El film nos recuerda que pase lo que pase, siempre nos tenemos los unos a los otros para salir de la oscuridad.


       «Hannah: En realidad, yo he descubierto algo en que se puede creer.
       Shannon: ¿En qué?
       Hannah: En que se rompan las barreras que nos separan a unos de otros. En que nos ayudemos mutuamente en noches como ésta.
       Shannon: ¿Basta una noche?
       Hannah: Una noche que permita el contacto, la intimidad entre las personas, fuera de sus celdas aherrojadas.»

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