viernes, 28 de agosto de 2020

QUINEMANÍA 3

“CÓMO MATAR A LA PROPIA ESPOSA” (1965) de Richard Quine



       
En 1965, Richard Quine dirige esta sátira sobre la visión misógina de la vida matrimonial, según la población masculina norteamericana de los años sesenta. Esta divertida caricaturización de la misoginia con momentos extremadamente incorrectos —políticamente hablando— critica, con sorna, el victimismo infantil adoptado por este tipo de hombres, que usan a sus esposas como chivos expiatorios sobre las que descargar todas las frustraciones que se derivan de la vida en pareja. Sin embargo, más allá de este irracional odio a las mujeres, la película logra exponer con acierto y de manera hilarante los diferentes problemas de convivencia, a los que se expone cualquier matrimonio.

       Stanley Ford (Jack Lemmon), famoso dibujante de las historietas de “Bash Brannigan - agente secreto”, es un soltero empedernido que lleva una excéntrica y plácida vida junto a su misógino mayordomo Charles (Terry - Thomas), que además de atender todas sus necesidades con esmero, le ayuda a escenificar y a fotografiar las aventuras de su personaje, para que él pueda, posteriormente, plasmarlas sobre el papel. Hasta que durante la despedida de soltero de su amigo Tobey Rawlins (Max Showalter), Stanley se emborracha y termina casándose con la despampanante chica que sale del interior de la tarta (Virna Lisi).

Al día siguiente, Stanley, muy angustiado, trata por todos los medios de librarse de su esposa, pero su abogado y amigo, Harold Lampson (Eddie Mayehoff), le aclara que el matrimonio no tiene marcha atrás, a menos que su esposa le conceda el divorcio, cosa harto difícil, siendo ella italiana, pues en Italia no existe el divorcio. Stanley se resigna a su nueva vida matrimonial mientras su mayordomo, que se niega a trabajar para hombres casados, le abandona. Durante las primeras semanas de convivencia, la Sra. Ford somete a Stanley a una devastadora transformación de su hogar y de sus costumbres. Stanley, agobiado, comienza a plasmar en sus dibujos las frustraciones de su vida conyugal, casando a Bash Brannigan y haciéndole vivir todas sus traumáticas experiencias matrimoniales. Las tiras cómicas de “Los Brannigan” alcanzan un gran éxito, pero Stanley no está satisfecho de haber convertido a su agente secreto en un imbécil calzonazos; así que, decide que Bash Brannigan asesine a su mujer. Con esta idea, Stanley elabora un plan perfecto para eliminar a la Sra. Brannigan y, como es su costumbre, Charles y él se ponen manos a la obra para escenificar el crimen con la intención de fotografiarlo. Cuando, más tarde, Stanley dibuja todo el material fotografiado, la Sra. Ford, al ver la historieta, comprende que su marido desea librarse de ella y se marcha sin dejar rastro. Al descubrir la ausencia de su mujer, Stanley trata de denunciar su desaparición, pero la policía no le toma en serio, hasta que se publica la historieta del asesinato de la Sra. Brannigan en los periódicos y, entonces, Stanley es detenido bajo la acusación de haber matado a su esposa. Durante el juicio, las cosas se ponen muy mal para Stanley, ya que su abogado, Harold Lampson, se muestra completamente incapaz de defenderle. Desesperado, Stanley decide defenderse a sí mismo, declarándose culpable y convenciendo al jurado de que fue un homicidio justificado, cometido en nombre de la libertad de todos los pobres maridos de América. Los miembros del jurado, todos masculinos, le absuelven y le sacan a hombros de la sala, ante el estupor de las mujeres presentes. A pesar de su liberación, Stanley se encuentra muy apesadumbrado por la ausencia de su esposa; al contrario que Charles, que, pletórico de satisfacción, regresa a casa del Sr. Ford con la intención de recuperar su vida anterior. Sin embargo, ya nada será lo mismo, pues la Sra. Ford regresa a casa de forma inesperada, en compañía de su bellísima madre italiana…

       El guión de esta farsa sobre el matrimonio de un soltero empedernido fue escrito y producido por George Axelrod. Su director, Richard Quine, siguiendo el ejemplo del protagonista —que convierte su vida en una historieta—, transforma la película en un cómic en movimiento, donde la importancia visual de cada plano adquiere una trascendencia especial y donde la ambientación, el color y la expresión física de los personajes están cuidados al detalle. El propio Axelrod usó onomatopeyas en los diálogos, a fin de lograr una estética global de conjunto similar a la del cómic. 

       “Fiscal: ¿Sería tan amable de describir los efectos de estas píldoras cuando se toman con alcohol? 

       Dr. Bentley: Encantado. ¡Brrrup! Sube hasta el techo. Y luego, ¡Blaaap! Abajo otra vez.”

       Del mismo modo, la sencillez de la trama, unida al minucioso desarrollo de la acción y a la personalidad plana de los personajes, contribuye a crear una narración en la que lo importante son las peripecias vitales de los protagonistas y cómo se enfrentan a ellas de una manera gráfica.

       El agente secreto Bash Brannigan, protagonista de las historietas que dibuja Stanley, está inspirado en el detective neoyorquino Rip Kirby del dibujante norteamericano Alex Raymond, que estuvo publicándose en las tiras de los periódicos norteamericanos durante décadas. Los dibujos de Bash Brannigan para la película fueron encargados al dibujante Alex Toth, sin embargo, por diversas razones, finalmente, serían realizados por Mel Keefer. Reduciéndose la colaboración de Alex Toth a la creación de un cómic, con el personaje de Brannigan, para promocionar la película.

       Richard Quine demuestra una vez más su hábil manejo de la cámara para seguir a los personajes, con brillantez, por un elaborado decorado que les permite moverse con libertad ejecutando una coreografía perfecta de movimientos, captados por unos estilosos planos, en los que el director parece estar danzando con sus intérpretes al ritmo de la banda sonora de Neal Hefti. La composición jazzística, dinámica y alegre, creada por este músico contiene instantes de una gran sensibilidad, que se repiten en los momentos de intimidad de la pareja, apoyando esos primeros planos con los que Richard Quine solía transmitir los sentimientos de sus personajes. La mirada romántica y melancólica, tan propia de este director, se deja sentir en la película a pesar del tono sarcástico de esta demencial comedia, que puede presumir de una impecable puesta en escena y de un excelente tratamiento del color.

       Mediante el uso de dos matrimonios opuestos, el guión permite a Quine mostrar dos puntos de vista diferentes sobre el matrimonio. El de una pareja que lleva once años casada, y cuya relación se ha deteriorado por la convivencia, y la de unos recién casados, cuya relación, pese a los roces de la vida en común, está basada en la pasión y el cariño. Stanley Ford se arrepiente de su boda y reniega de ella, pero, siempre le vemos tratar con respeto a su mujer, incluso en los momentos en los que está más furioso con ella. Tanto es así, que la Sra. Ford, ajena al descontento de Stanley, vive en una nube de felicidad, encantada con su marido y con su matrimonio. Lo único que le disgusta es el impertinente mayordomo, pero como éste dimite, para ella todo es perfecto. Al mostrarnos dos matrimonios similares en la forma, pero muy diferentes en los sentimientos, Quine parece darnos a entender que el tiempo, la convivencia y la rutina sólo hacen estragos en aquellas relaciones en las que los cónyuges se han perdido el respeto, arrastrados por una lucha de poder destructiva, que les ha hecho olvidar que son un equipo.

       En los diálogos de Axelrod abundan los parlamentos largos que, como en el teatro, sirven a los personajes para presentarse a sí mismos, exponer una filosofía de vida o expresar una opinión personal. Uno de estos parlamentos sirve a Quine, en la obertura de la película, para introducirnos, de una forma elegante y eficaz, en la vida del dibujante Stanley Ford, a través de su mayordomo Charles, que suelta la primera bomba incendiaria contra las mujeres en la primera frase del film:

       “Charles: Bienvenidos, caballeros. Supongo que sus esposas no estarán con ustedes, ya que el solo título de nuestra obra habrá sido suficiente para llenarlas de terror y que todas se hayan quedado en la cocina, que es donde deben estar.”

       ¡BUUUM…! El guión va directo al meollo de la misoginia más extrema, sin ningún tipo de reparo ni de paños calientes. Es toda una declaración de intenciones, que deja claro al espectador de qué va la historia, y el que avisa, no es traidor. Claro que, al final de la trama, Axelrod cuestiona todo lo expuesto a lo largo del film, con una conclusión que reduce a mera palabrería todos los argumentos machistas defendidos en la película por sus protagonistas, tanto masculinos, como femeninos…

       “Edna: … nosotras somos distintas, porque una mujer no es verdaderamente libre hasta que se casa. Entonces es libre para disfrutar de las cosas buenas de la vida, puede gastar mucho dinero, mucho dinero…, puede pasarlo bien sin perder la protección del marido. Por eso, a los hombres hay que controlarlos.”

       La pobre e insoportable Edna, en su afán de dominar al marido, vive tan agobiada como él. Tiene tanto miedo de que su marido se le vaya de las manos, que no baja la guardia ni un solo segundo. Para ella, la libertad de su marido es sinónimo de la propia perdición. Y busca aliadas en todas las mujeres casadas, a las que alecciona — perversamente— en la manera en la que deben someter a sus maridos. ¿Les suena? Sí, eso es, también hay maltratadoras psicológicas femeninas, como Edna, cuyo miedo convierte su matrimonio en una relación opresiva en la que los cónyuges ya no se respetan, algo que en la ficción resulta muy cómico, pero en la vida real es una verdadera tragedia.

       Hay que señalar que el guión cómico está estructurado de una forma harto inteligente, sin que la inverosímil absolución del protagonista por parte del jurado —tras confesar el asesinato de su esposa— menoscabe un ápice la brillante presentación en la pantalla de esta historia de odio cerval a las mujeres. Ese momento en el que Stanley Ford no solo es absuelto sino que, además, es sacado a hombros por la puerta grande —como un torero tras cortar las dos orejas y el rabo—, no hace sino reafirmar la postura, que defienden los hombres del film: que la mujer es una amenaza para el hombre y por tanto, debe ser eliminada, sin piedad. Y el hombre que ose hacerlo, en realidad, debe ser considerado un héroe, pues lo que hace es llevar a cabo una “hazaña deslumbrante”.

       “Stanley: ¿Se dan cuenta del poder que tienen ustedes hoy en sus manos? Si un hombre, un solo hombre, puede enterrar a su mujer amparado por el “glopita”, “glopita” de una máquina y conseguir salvarse, seremos los amos. Nosotros seremos los amos.”

       Admitámoslo, esta apoteosis misógina es el clímax perfecto para el tratamiento de una película que se jacta de machista sin reparo. Y he de reconocer, aunque me duela, que, pese a lo repelente que resulta para una mujer escuchar las burradas que se dicen en ese juicio y la forma brutal en la que se expresan, la película es una comedia divertida e hilarante, que no hace sino ridiculizar el comportamiento infantil de un puñado de hombres hechos y derechos que confunden a sus mujeres con el enemigo. Llámenme poco feminista, pero me siento incapaz de sentirme ofendida ante semejante pandilla de idiotas. Además, durante la disparatada defensa de sí mismo realizada por el protagonista durante el juicio, éste se venga de Edna, por haber envenenado a su mujer, consiguiendo que Harold Lampson se rebele, públicamente, contra ella e incluso la asesine de forma metafórica. En un acto de verdadera justicia poética, que es algo que el público siempre celebra en una película.

       Por otra parte, el verdadero conflicto que se le presenta al protagonista, en el film, es el de la convivencia y la comunicación con su pareja, que es algo tan difícil para los hombres como para las mujeres. Esa postura victimista, egocéntrica y cicatera que adoptan los hombres de la película, ante el matrimonio, es pueril y reduccionista; y es tan exagerada, que hoy en día, nadie se la podría tomar en serio. A todos nos es fácil señalar aquellos aspectos de la pareja que nos resultan odiosos y achacarlos a su género, pero lo cierto es que todos tenemos costumbres que sacan de quicio a los demás. La convivencia es dura para todos los sexos, pero para tener compañía, hay que adaptarse, y eso es justamente lo que termina entendiendo el protagonista del film. Stanley considera su matrimonio un error, porque sólo es capaz de fijarse en lo que ha perdido, las juergas, las aventuras amorosas, una forma física perfecta, un hogar hecho a su medida y un mayordomo que vela por él; pero, en cuanto se da cuenta de lo mucho que ha ganado, comprende que ese error es lo mejor que le ha pasado en la vida, porque le ha hecho descubrir el amor.

       “Charles: Perdóneme, pero si usted no la asesinó, ¿dónde está ella?                                                                         Stanley: No lo sé, probablemente, con su madre. Se habrá ido a Italia, no lo sé.                                       Charles: Pero, señor, eso significa que cualquier día puede volver aquí otra vez.                                      Stanley: Eso espero.”

       La comedia tiene un ritmo ágil y las situaciones cómicas funcionan a la perfección, haciendo destacar la habilidad de Richard Quine para orquestar grupos de actores, tanto en el juicio, como en las dos fiestas que tienen lugar en la película. En la primera, donde Stanley Ford se emborracha y termina casándose con una desconocida —algo muy frecuente en las comedias Hollywoodiense—, Quine sabe transmitir a la perfección que se trata de una despedida de solteros, de clase alta, donde un montón de hombres descontrolados, que no piensan más que en beber hasta reventar, se comportan como un puñado de niños traviesos fuera de la vigilancia paterna. 



En la segunda, en casa de Stanley, la fiesta es una reunión de amigos animada y muy realista, hasta el punto de dar la impresión de ser invitados reales que se están divirtiendo de verdad y no actores interpretando una escena. Ambas fiestas recuerdan a otras dos fiestas cinematográficas, inolvidables e insuperables, filmadas por Blake Edwards, amigo y colaborador de Quine, con el mismo desenfado y la misma naturalidad; una, la fiesta de la película “El guateque” de 1969, posterior a la película de Quine que nos ocupa. Y la otra, anterior, de 1961, la mítica fiesta de “Desayuno con diamantes”.


      Las interpretaciones de la película son espontáneas, graciosas y de gran fuerza expresiva. Por supuesto, Jack Lemmon brilla encarnando a este personaje de costumbres extravagantes, cuya ordenada vida se ve alterada por la llegada de una irresistible mujer, que le hace renunciar de un plumazo a su idolatrada soltería. Lemmon nos muestra con su interpretación la transformación que sufre su personaje al casarse, pasando de un gesto de plácida felicidad y autocomplacencia, a otro de continua incomodidad y fastidio; y de una actitud corporal de confianza en sí mismo, a una rápida decadencia física, que le hace parecer diez años mayor. Y lo hace tan bien, que logra que nos identifiquemos con su hastío vital, que comprendamos su drama personal. La angustia que refleja la cara de Lemmon, a la mañana siguiente a la boda, mientras observa, desde el sofá, a su bella esposa durmiendo desnuda sobre la cama, es suficiente para que comprendamos su problema, no hacen falta palabras. Su grandeza como actor y su dominio absoluto de la gestualidad y de la expresión corporal consiguen, además, que olvidemos su falta de atractivo físico y le percibamos como un auténtico galán, con el carisma suficiente para seducir mujeres y despertar admiración en los hombres. Cuando Stanley Ford escenifica sus historietas antes de dibujarlas, Lemmon nos convence, con su interpretación, de que el agente secreto Bash Brannigan no puede ser otro que él. 

También hay que mencionar que la forma en la que Lemmon representa la terrible borrachera de su personaje, en el momento en que conoce a su futura mujer, es tan perfecta y tan cómica que, observándole, parece que todo nos dé vueltas. Y, asimismo, la maquiavélica expresión de su rostro mientras observa a su mujer, esperando a que la droga surta su efecto, es sencillamente impagable.

       Quine sabe sacar partido a la interpretación de Lemmon para mostrarnos los sentimientos de Stanley por su esposa, aun en los momentos en que desea librarse de ella, cómo sonríe, cómo la mira, cómo la besa y como la tapa con una manta para que no se enfríe. Y sobre todo, la enorme tristeza que le causa la ausencia de ella y la radiante felicidad que experimenta a su regreso.

       Jack Lemmon trabajó en seis películas de Richard Quine, siendo “Cómo matar a la propia esposa”, la última colaboración entre actor y director, que el intérprete supo cerrar con broche de oro. Toda la película gira en torno a su personaje, al que el actor aporta una personalidad tan atrayente que incluso en los momentos en que permanece en silencio, mientras su amigo y abogado habla sin parar, resulta tan magnético que nadie puede dejar de atender a sus gestos. Por su trabajo en este film, Lemmon fue, justamente, nominado a los premios Bafta, como mejor actor extranjero.

       La presencia de Virna Lisi en la película no se deja eclipsar por el talento de Lemmon, la actriz italiana compone un personaje encantador que resulta adorable, a pesar del empeño de los personajes masculinos en hacernos creer que es una bruja. La Sra. Ford, de la que nunca llegamos a saber su nombre, se esfuerza tanto por ser una buena esposa, que logra conmovernos y conmover al mismo Sr. Ford, incluso a su pesar. La actriz interpreta con gran eficacia el desconcierto de su personaje, una mujer extranjera enamorada de un marido con el que no puede comunicarse. La Lisi brilla con luz propia no sólo por su evidente atractivo y belleza sino por la eficacia con la que sabe transmitirnos las emociones de su personaje, pese a no contar con demasiado diálogo. 

La forma en la que mira a su marido antes de abandonarle es enternecedora y de una gran expresividad; su arrolladora e imparable intromisión en el club masculino, para averiguar qué está haciendo su esposo, es de una gran comicidad y, por último, el inolvidable baile que ejecuta durante la fiesta, cuando está bajo los efectos del alcohol y de un calmante que su marido le ha echado en la copa, es de una gracia, una voluptuosidad y una fuerza visual, que no tiene nada que envidiar a los sugerentes bailes que sus compatriotas, Sofía Loren o Silvana Mangano, realizaron en otras películas. Aún así, el lanzamiento de Virna Lisis en Estados Unidos, que pretendía lograr esta película, fracasaría y la actriz regresaría a Italia, donde desarrollaría, con éxito, el resto de su carrera.

       La película, como todas las comedias de Quine, cuenta con unos personajes secundarios diseñados de forma excelente para arropar con una esmerada ironía y comicidad la interpretación de los protagonistas. Y, aunque todos los actores secundarios del film aportan su granito de humor a las secuencias en las que aparecen, es justo destacar el trabajo de tres de ellos por la importancia de sus personajes en la trama. En primer lugar, el excelente cómico inglés Terry – Thomas —que entabló una gran amistad con Jack Lemmon durante el rodaje— interpreta al chiflado y devoto mayordomo Charles Furbank, con una cara de canalla, una sonrisa de pillo y unos guiños al público, que le hacen parecer, más que un mayordomo, un cómplice de las francachelas de su señor. Este estirado mayordomo, que incluso lleva un pañuelo en el bolsillo de la chaqueta del pijama, es como una madre celosa, que se niega a compartir la casa con la esposa de su señor, a la que ve como a una amenaza, una rival de la que hay que librarse. Charles representa para Stanley la misma mala influencia que Edna para la Sra. Ford, ambos tratan de aleccionarlos en la manera en la que deben comportarse con sus parejas y ambos son devastadores e implacables.

       “Charles: Señor, según la ley americana, no pueden juzgarle dos veces por el mismo crimen. Ya le han absuelto de su asesinato, así es que si volviese, podría legalmente asesinarla. Han levantado la veda, sólo aparecer en nuestra casa y… ¡Zas! Entre ceja y ceja. Ja, ja, ja… “

       Charles, finalmente, comprenderá a su señor y se adaptará al nuevo estado civil de éste, gracias a otra atractiva italiana, madura e irresistible, de la que Charles se prendará al primer vistazo de un diastema dental, que asoma en la boca de la señora, idéntico al suyo.

       La despótica Edna, de la que ya hemos hablado, es encarnada a la perfección por Claire Trevor, la llamada “reina del cine negro” por sus habituales papeles de malvada, que en este rol cómico, poco habitual en ella, se nos muestra igual de mala e igual de eficiente como actriz, aprovechando cada segundo que aparece en pantalla para hacer gala de su vis cómica. Mostrándose especialmente divertida al bailar encima del piano, tratando de imitar la voluptuosa forma de moverse de Virna Lisi, pero resultando una patética parodia de la misma.

       “Harold: ¡Vamos, deja ya eso, imbécil! —Me aprovecho porque mañana no se acordará de nada. Puedo insultarla sin ningún reparo—. ¡Borracha idiota! ¡Vejestorio! ¡Imbécil! ¡Sí, imbécil he dicho y lo repito, imbécil!”

       Y, por último, Harold Lampson, abogado y amigo de Stanley y marido de Edna, cuya interpretación recayó sobre Eddie Mayehoff, actor habitual en comedias televisivas, que realiza un divertido trabajo en esta película, en la que se muestra como un hombre infantil y tontorrón, que completamente dominado por su esposa, disfruta viendo a su amigo caer en las redes del matrimonio, esperando, con ansia, el momento en que su esposa lo convierta en el mismo imbécil que es él.

       Después de esta película, la carrera cinematográfica de Richard Quine comenzaría un declive imparable. Realizaría algunos films más, cada vez más espaciados en el tiempo, dirigiría algunos episodios de televisión para series como Colombo y una última comedia, para lucimiento de Peter Sellers, pero ya nunca volvería a disfrutar de la libertad creativa y del éxito que tuvo durante los años cincuenta y sesenta. Realizó 29 largometrajes, fue un realizador elegante, talentoso y un gran maestro a la hora de mover la cámara; demostró tener un sentido del ritmo único para la comedia, un gusto exquisito para los ambientes y para el color, y un estilo narrativo romántico e inteligente. Aún así, continua siendo uno de los grandes olvidados del cine americano. Puede que no fuera un genio ni sus películas fueran obras maestras, pero sí que fue un gran director con una personalidad propia dentro del séptimo arte, cuya filmografía merecería ser revisada más a menudo.