lunes, 17 de diciembre de 2018

CAPRAMANÍA 1

“El SECRETO DE VIVIR” (1936) de Frank Capra



       En mitad de la Gran Depresión norteamericana, Frank Capra, el más moralista de los grandes comediógrafos de la época dorada de Hollywood, dirigió esta fábula acerca de una especie de Jesucristo de los años treinta, que realiza el milagro de emplear su fortuna en “ayudar a los que se están ahogando”. Parece ser que Capra, en el año 35, atravesaba una profunda crisis espiritual cuando un desconocido le reprochó no estar utilizando su talento cinematográfico para combatir el mal, encarnado, en esa época, en la figura de Hitler. Al protagonista de la película, Longfellow Deeds, le ocurre una experiencia similar con un granjero arruinado, que le acusa de estar derrochando su dinero mientras la gente se muere de hambre. Este encuentro supuso para Capra un punto de inflexión en su vida profesional y, a partir de ese momento, el realizador de la ingeniosa y alocada “Sucedió una noche” (1934) pasó a sermonearnos con sus mensajes de hermandad y humanidad. Y conste que yo no le quito la razón al contenido de sus sermones, es solo que convierten en demasiado lacrimógenas, para mi gusto, algunas de sus películas. No es el caso de ésta que nos ocupa, que sabe mantener, con acierto, el punto exacto de integridad moral dentro de una comicidad tierna e hilarante. Y aunque, para una mentalidad europea, alguna que otra escena de la película pueda resultar demasiado patriotera, ya se sabe que, para un público norteamericano, demasiado patriotismo nunca es suficiente.

       El protagonista de “El secreto de vivir”, Longfellow Deeds (Gary Cooper) ―nombre cuya traducción literal significa “hazañas largas”―, lleva una existencia sencilla en Mandrake Falls, escribiendo poemas para postales, hasta que hereda una fortuna de su tío y se traslada a Nueva York para hacerse cargo de ella. En la ciudad, todos tratan de aprovecharse y burlarse del inocente pueblerino, de manera que éste termina por desconfiar de todo el mundo, excepto de Mary Dawson (Jean Arthur), la chica sencilla y buena de la que se ha enamorado y con la que pretende casarse.


Cuando Longfellow descubre que Mary Dawson es, en realidad, Babe Bennett, la periodista que ha estado ridiculizándole en la prensa, desde su llegada a Nueva York, se derrumba y decide volver a su pueblo. Pero la visita de un hombre desesperado le da una idea acerca de lo que ha de hacer con su dinero: Invertirlo en ayudar a la gente que lo ha perdido todo en la gran crisis. Sin embargo, antes de que pueda llevar a cabo su generoso plan, Longfellow es acusado de “perturbación mental” por aquellos miembros de su familia que quieren declararle incapaz de administrar su fortuna. Al principio, Deeds, hundido, rehúsa defenderse en el juicio, pero, al saber que Babe está enamorada de él y tras recibir numerosas muestras de aliento de los granjeros, reacciona, haciendo frente a todos los que buscan perderle.

       Este Longfellow Deeds representa el tipo de protagonista masculino preferido por Capra: Un hombre sencillo y puro que encarna los valores típicamente norteamericanos de honestidad, patriotismo, perseverancia, libertad y responsabilidad, frente a los valores negativos de egoísmo, falsedad, avaricia y crueldad, encarnados, normalmente, en sus películas, por los más poderosos. En esta película, que, por su carácter moralizante, podríamos considerar “el evangelio según Capra”, encontramos numerosas escenas que guardan una curiosa similitud con algunos de los momentos más importantes de la vida de Cristo:

       La Anunciación. El señor Cedar, administrador de la fortuna del difunto señor Semple, tío de Longfellow, viaja al pueblo de Deeds, junto a Cornelius Cobb, periodista encargado de preservar la intimidad de Semple, para anunciar a Deeds que es el heredero absoluto de la fortuna de su tío. Ante tal anuncio, la reacción de Deeds es de una humildad semejante a la de la Virgen María:

       “Deeds: Veinte millones... Es mucho dinero, ¿verdad?
       Cobb: Sí, es un buen pellizco.
       Deeds: Ya lo creo. Me pregunto por qué me lo habrá dejado a mí. No lo necesito.”

       Pero los necesite o no los veinte millones de dólares son suyos y convierten a Deeds en el responsable de un poder que no sabe cómo ejercer, pero cuya carga acepta con sencillez, aún sabiendo que trastocará toda su vida.

       Entrada triunfal en Jerusalén. La noticia de la marcha de Deeds a Nueva York provoca en Mandrake Falls toda una avalancha de personas que se reúnen en la estación para despedirle, como si se tratara de toda una celebridad, colmándole de felicitaciones y de parabienes. Los niños se cuelgan de él, las mujeres le hacen regalos y la banda sale a despedirle mientras él mismo toca el trombón hasta que el tren se pone en marcha. La escena rememora la entrada de Jesús en Jerusalén cuando el pueblo salió para aclamarle portando hojas de palma y ramas de olivo.

       Bautismo. Una vez en Nueva York, Deeds es bautizado con el apodo de “Cenicienta masculina” por Babe Bennett, la periodista que le entregará con un beso, por unas vacaciones pagadas y que, al mismo tiempo, representa la figura de María Magdalena, la discípula a la que Jesús salvó de siete demonios. En la película, Deeds también cree estar salvando a Babe, al tomarla por Mary Dawson, una chica desgraciada y hambrienta. Y, al final, la verdadera Babe terminará por ser su más fiel adepta, cuando, con su bondad, Deeds logre salvarla de sí misma.


       Expulsión de los mercaderes del templo. Respecto a eso de poner la otra mejilla, supongo que Capra debió considerarlo poco norteamericano, porque, aunque Deeds es un hombre pacífico, se irrita con facilidad cuando se burlan de él y pega unos puñetazos bíblicos, que nos recuerdan al Jesucristo que expulsó a los mercaderes del templo. Muestra de ello, es la escena en la que Deeds golpea a los poetas que trataban de burlarse de él.

       “Morrow: ¡Qué magnífica escabechina de presuntuosos! Muchacho, me ha rejuvenecido usted diez años. Un poeta con una izquierda de hierro y una derecha fulminante. ¡Fantástico!

       Milagro de los panes y los peces. Deeds convoca en su mansión a unos dos mil granjeros desempleados, en los cuales piensa invertir su dinero, y, al observar que están hambrientos, ordena alimentarlos a todos, como hiciera Jesús en el desierto.


       El prendimiento. Inmediatamente después de que se haga público que Longfellow Deeds piensa desprenderse de su fortuna, éste es arrestado por los agentes de la oficina del sheriff, a instancias del señor Cedar, quien pretende demostrar que Deeds está loco, con la intención de arrebatarle su dinero.

       “Deeds: Vaya por Dios, sólo porque intento dar mi dinero a la gente que le hace falta, me acusan de loco. Es fantástico.”

       La pasión. Desde el momento de su arresto, Longfellow Deeds, al igual que Jesús, entra en un profundo mutismo, negándose a defenderse de las burlas y de las acusaciones con que está siendo atacado. La misma firma de abogados que pretendía defender los intereses de Deeds, “Cedar, Cedar, Cedar y Budingtong”, se vuelve ahora contra él, sirviéndose de los Semple; lo mismo que los judíos del sanedrín se volvieron contra Jesucristo, sirviéndose de Herodes. La figura de Pilatos, lavándose las manos, está reflejada en la película, por el juez del tribunal encargado de juzgar a Deeds, que no puede hacer nada por ayudarle, ante la negativa de éste a ser defendido.

       El sermón de la montaña. A diferencia de Jesús, Deeds reacciona a tiempo y, justo cuando está a punto de ser crucificado en el juicio, toma la palabra para defenderse con un largo monólogo, que nos recuerda el sermón de la montaña, en el que Jesús dio a conocer su doctrina y en la que Deeds nos presenta la suya. Y, siguiendo el ejemplo de Jesús, lo hace a través de parábolas:

       “Deeds: Es como si yo fuera en un yate y un hombre, desde una barca, cansado de remar, me pidiera que le remolcase y otro se estuviera ahogando. ¿A quién cree que debería ayudar? ¿Al señor Cedar, cansado de remar y que quiere una vida más cómoda o a esos hombres que se están ahogando? Cualquier niño de diez años daría la respuesta correcta.”

       Resurrección. Finalmente, Deeds resucita, renaciendo de sus propias cenizas, y consigue la libertad y la chica.

La celebración del resurgir de Deeds, triunfante, lleva a sus discípulos, los granjeros, a sacarle a hombros de la sala, lo mismo que a un torero, al que todos quieren tocar y llevarse un pedacito de sus ropas, como reliquia.

       Al margen de las similitudes con la vida de Jesús, “El secreto de vivir” contiene una estructura clásica de comedia, sencilla a la vez que sólida, en la que se narra la tradicional historia del pueblerino que se enfrenta a la gran ciudad por primera vez, y no consigue adaptarse, porque en la ciudad nada ni nadie es lo que parece.

       “Deeds: Un hombre debe reconocer cuando se adapta y cuando no. Yo no lo he logrado. Pensé que podría hacer algo con el dinero, pero, me han tenido tan ocupado que no se me ha ocurrido nada. Quizás cuando vuelva a casa...”

       Se trata, en definitiva, del choque de un hombre inocente contra una sociedad que ha olvidado los valores humanos que pueden proporcionar la verdadera felicidad. En la ciudad todos se creen más listos e intelectualmente superiores a Deeds, pero lo cierto es que Deeds pone en su sitio a todos los engreídos con los que se va tropezando.

       “Deeds: Es fácil reírse de alguien cuando no se sabe hasta qué punto se le puede herir. Creo que sus poemas son magníficos, señor Brookfield, pero no pienso lo mismo de usted.”

       Hasta la misma Babe Bennett, que está tan segura de sí misma, recuperará, gracias a Deeds, a aquélla chica honesta que se extravió por el camino del periodismo.

       “Babe: Está lleno de bondad, Mabel, ¿sabes qué es eso?
       Mabel: ¿Eh?
       Babe: No, claro que no lo sabes. Lo hemos olvidado. Estamos demasiado ocupados en una carrera loca y sin objeto.”

       Capra disfruta ensalzando la bondad y la honestidad del hombre de campo, frente al envanecimiento y el cinismo que proporcionan al hombre de la ciudad, los logros profesionales y económicos. Y, siguiendo este patrón del pueblerino que llega a la ciudad ―que ya se refleja en el título original de la película: “Mr. Deeds goes to town”―, hace una clara defensa de las ventajas de la vida en una pequeña ciudad, donde todos los habitantes forman una gran familia, basada en los tradicionales principios de patriotismo, solidaridad y respeto.

       “Deeds: Puede que les parezca divertido o incluso ridículo, pero si, algún día, fueran ustedes a Mandrake falls, también nos parecerían divertidos, aunque no los pondríamos en ridículo, porque no es de buena educación.”

       La película contiene todos los ingredientes habituales de este tipo de historias: las burlas y las trampas a la que es sometido este inocente personaje por parte de los habitantes de la ciudad, la gran humanidad del pueblerino en cuestión, que va repartiendo lecciones de honestidad y sensatez a los ciudadanos:

       “Deeds: Su cara no me gusta. Además, quien se conforma con un millón, pudiendo tener siete millones, algo oculta. Y me sorprende que el señor Cedar, a quien se supone un hombre inteligente, no se de cuenta de eso.”

       Y, por último, el enamoramiento del pueblerino hacía una chica de la ciudad, con la que tiene una gran afinidad, pero de la que le separa un abismo de engaño y falsedad. En la película, hay un plano muy romántico y chaplinesco de la pareja, fotografiada en la oscuridad de la noche, de espaldas a la cámara, mirando, desde el puente, las luces de Times Square. El plano nos transmite la sensación de que ambos están mirando hacia un futuro luminoso, pero artificial.

       Al final, de este tipo de historias, el pueblerino suele ganarse el cariño y el respeto de la gente de la ciudad, ayudándoles con sus problemas y demostrándoles su valía y su capacidad para desenvolverse en cualquier ambiente, por hostil que pueda resultar. Y aunque su paso por la ciudad termine espabilándole y haciéndole perder parte de su inocencia, pase lo que pase, este personaje, jamás perderá su honradez.

       “Deeds: Lo que me molesta es por qué la gente se divierte hiriendo a los demás. ¿Por qué no intentan vivir en paz y respetarse entre sí?”

       El guión, basado en el relato “Opera Hat” de Clarence Budington Kelland ―sí, Budington, lo mismo que el socio de los tres Cedar de la firma de abogados, ja, ja, ja―, fue elaborado por Robert Riskin, logrando una comedia repleta de momentos divertidos y conmovedores. Siendo la secuencia del juicio la más emotiva y cómica de toda la película. Emotiva, gracias a la pasión con la que Babe Bennett sale en defensa de Deeds:


       “Babe: ¡Si este hombre está loco, señoría, a todos nos deberían poner una camisa de fuerza!”

       Y cómica, por el largo desfile de testigos de la acusación que pasan por el banquillo para relatar las supuestas locuras de Deeds:

       “Cochero: Quiero mucho a Clara, señoría. Es una yegua estupenda. Cuando ese chalado se empeñó en darle buñuelos, yo le dije: “Cuidado con lo que hace, amigo, cuidado con lo que hace.” Y debía tener cuidado, porque, ahora, Clara sólo quiere buñuelos.”

       Pero si hay un momento desternillante de verdad en el juicio, es la declaración de las hermanas Faulkner. Dos entrañables ancianitas de Mandrake falls que, basándose en las excentricidades de Deeds, como caminar bajo la lluvia sin sombrero, tocar el trombón o darle una paliza a alguien sin motivo, afirman que el protagonista está “poseído por los duendes”. Más tarde, Deeds, defendiéndose a sí mismo, vuelve a interrogar a las dos ancianas, y a la pregunta de si alguien más, en Mandrake falls, está poseído por los duendes, una de ellas contesta:

       “Jane: En Mandrake falls todo el mundo está poseído por los duendes, excepto nosotras.”

       La carcajada de la audiencia es estruendosa y la broma incluso va más allá, cuando las ancianas declaran que el juez, sin duda, también está poseído por los duendes.

       Después de escuchar a estas dos ancianitas, se podría decir que para los habitantes de Mandrake Falls, “estar poseído por los duendes” equivale a ser un hombre de grandes ideales, romántico, espontáneo e inocente como un niño ―lo que en Nueva York se considera un loco de remate―. También como un niño pequeño, Deeds atiza a los demás cuando se enfada y siente fascinación por la vida y por descubrir el mundo. Y ahí radica su encanto. Semejante rol le iba a Gary Cooper como un guante y le valió su primera nominación al Oscar, aunque no lo ganara en esa ocasión. Magníficamente favorecido por la fotografía en blanco y negro de Joseph Walter ―director de fotografía habitual de Capra―, Cooper interpreta de manera encantadora y adorable a este hombre de corazón puro, al que todos querríamos parecernos, con una dignidad y una credibilidad tales, que le salvan de la cursilería, en la que corría el peligro de caer, al encarnar a un personaje capaz de escribir poemas como éste: “Cuando en la noche oscura no sepas adónde ir y navegues sin rumbo en un mar de dudas... Recuerda que el dulce corazón de tu madre grita: Te espero, hijo, te espero.” Longfellow Deeds representa ese tipo de personajes con los que el actor se identificaba y se fundía a la perfección, ese tipo valiente, honesto y decidido que siempre hacía lo correcto, y que era, sobre todo, un caballero y un patriota, como se desprende de sus palabras ante la tumba de Grant:

       “Deeds: Yo veo a un modesto granjero de Ohio convertido en soldado. Todo un pueblo en marcha. Al general Lee rindiéndose con el corazón hecho pedazos. El principio de una nueva nación como predijo Abraham Lincoln y un muchacho de Ohio convertido en hombre y presidente de esta nación. Estas cosas sólo pueden ocurrir en un país como América.”

       El americanismo que defiende Deeds en la película era la gran obsesión de Cooper, un patriotismo mal entendido que le llevó a manchar su leyenda, para siempre, con la marca del delator, a causa de su lamentable comportamiento durante la “caza de brujas” del macartismo. Delatar a sus compañeros de trabajo es algo que Longfellow Deeds nunca habría hecho, ni siquiera para combatir el comunismo. Y es que por mucho que, a Cooper, le gustaran este tipo de personajes, él no era uno de ellos.


       El personaje de Babe Bennett, interpretado de manera muy acertada por Jean Arthur, es un claro ejemplo del habitual rol de la mujer en el cine de Capra, la buena chica, a la que la lucha por sobrevivir en una sociedad hostil ha endurecido, convirtiéndola en una farsante. Las “buenas” chicas de Capra, a menudo, se comportan como si hubieran olvidado que lo son, han estado tan preocupadas por salir adelante que han perdido su alma por el camino. En el caso de Babe, las palabras de su padre: “Ocurra lo que ocurra, cariño, no te compadezcas jamás”, han hecho de ella la gran luchadora que es, dispuesta a todo por vender ejemplares. Jean Arthur interpretó a esta chica moderna e independiente ―pero mucho más dulce que las chicas modernas e independientes de Hawks― con una veracidad y una magia que la convirtieron en la actriz favorita de Capra, justo en el momento en el que su carrera empezaba a remontar hacia lo más alto, gracias a “Pasaporte a la fama” (1935) de John Ford. El paso a la comedia supuso, para Arthur, en la década de los treinta, el encuentro con el género que más éxitos le haría cosechar en toda su carrera. Ella supo aprovechar la oportunidad de trabajar con los más grandes comediógrafos, Hawks, Wilder y Capra, y estuvo a punto de ganar un Oscar por su interpretación en la comedia de George Stevens “El amor llamó dos veces” (1943), primera versión de la posterior “Apartamento para tres” (1966) de Charles Walters.

       Otro de los fuertes pilares de la película lo constituye el personaje de Cornelius Cobb (Lionel Stander), un buen tipo, irónico e incrédulo, pero íntegro como una roca, que termina por encariñarse de Deeds, al que llega a considerar un amigo.

Este secundario que observa, a cierta distancia, las andanzas del protagonista, al que guarda una gran lealtad y admiración, es muy habitual en el cine de Capra. Es el secundario que nos subraya la valía del protagonista con sus comentarios de aliento o de reproche a cada una de sus acciones. Cobb es el amigo incondicional que no tiene pelos en la lengua, el único que es franco con Deeds desde el principio. El Fiel y escéptico compañero que también aparece en “Juan Nadie”, interpretado por Walter Brennan, y en “Un gánster para un milagro”, encarnado por Peter Falk.

       “Cobb: Escuche, amigo, sé cómo se siente, pero no es usted el primero a quien le ocurre una cosa así. Tiene que reaccionar y atacarles con sus mismas armas. Ánimo. No deje que le hundan.”

       El mayor antagonista de Longfellow Deeds, el señor Cedar, obsesionado en seguir administrando la fortuna del difunto Semple a toda costa, es un tramposo y avaricioso abogado, que representa la clara encarnación del mal frente a la honestidad casi inmaculada de Deeds, al que trata de tentar, inútilmente, desde el principio.

       “Deeds: Hasta sus manos son viscosas.”

       Aliados incondicionales del señor Cedar, los parientes codiciosos de Longfellow Deeds, constituyen un matrimonio casi siniestro y, desde luego, de lo más ridículo. Él, sobrino del difunto Semple, es un tipo débil, nervioso y repelente, y su pérfida mujer es una insufrible harpía, que tiene a su marido completamente dominado. Ambos forman una pareja tan desagradable que todo el mundo disfruta viendo cómo Longfellow los pone en evidencia durante el juicio.

       “El secreto de vivir” da respuesta a la eterna pregunta con la que todos hemos fantaseado alguna vez, ¿qué harías si te tocaran 20 millones? La respuesta de Capra es clara y tajante, compartirlo con aquéllos que más lo necesiten. Es una respuesta con un claro mensaje de amor al prójimo, que el cineasta ilustra a través del comportamiento de su protagonista, Longfellow Deeds. Y, a pesar de que el plan de Deeds, para donar su fortuna, parezca tan contrario al sistema capitalista y tan próximo a los ideales comunistas de igualdad y de reparto equitativo de bienes, llama la atención el hecho de que “El secreto de vivir” fuera una película tan bien acogida en estados unidos, donde todo lo que “apeste” a comunismo es demonizado. Tal vez, el público norteamericano, hipnotizado por las muestras de patriotismo de Deeds, no lo advirtiera.

       “Cedar: El gobierno es capaz de afrontar los problemas del país sin ayuda de Deeds o de ningún otro loco inconsciente. Los desvaríos de su mente enferma han creado sus iniciativas económicas, con delirios de grandeza y una inmensa obsesión por convertirse en el bienhechor público.”

       De cualquier modo, la polémica, sobre la generosidad de Longfellow Deeds, está servida; para algunos, es una fantasía, que nunca podría ocurrir; para otros, un atentado contra la estabilidad del aparato financiero y para todos los que tenemos esperanza en la humanidad, un sueño ejemplarizante, que nos devuelve la fe en el género humano. Ojalá hubiera un Longfellow Deeds en todos nosotros. Eso, sí, un poco menos cursi y patriotero, por favor.