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lunes, 12 de junio de 2023

HUSTONMANÍA 2

LA REINA DE ÁFRICA (1951) de John Huston
  

       
En 1914, en el África Oriental Alemana, el reverendo británico Samuel Sayer (Robert Morley) y su hermana Rose (Katharine Hepburn) regentan la misión metodista de Kungdou cuando estalla la primera guerra mundial. Los alemanes no tardan en llegar al poblado para llevarse a los nativos como soldados. La frustración del reverendo, al no poder impedirlo, le provoca un trastorno mental que acaba con su vida. Tras enterrar a su hermano, Rose se marcha con Charlie Allnut (Humphrey Bogart), encargado del correo y del abastecimiento de la misión, en la barcaza llamada Reina de África, propiedad de la mina belga para la que él trabaja como mecánico. El Sr. Allnut pretende esconderse en una isla a esperar el fin de la guerra, pero Rose se empeña en fabricar unos torpedos, con el material que tienen en la barcaza, para volar el Louisa, vapor con el que los alemanes dominan el lago Victoria impidiendo a los británicos entrar a África desde el Congo. Al principio, Charlie se niega, pero claudica al ver cuestionados por Rose su valor y patriotismo. Para llegar al lago deben bajar por el río Ulanga, cruzar por delante de una fortaleza enemiga bajo fuego alemán y enfrentarse a los rápidos. Al sortear juntos estos peligros nace entre ellos una especie de camaradería que no tarda en convertirse en amor y ambos inician un romance. A partir de ese momento, Charlie comienza a mostrarse más seguro de sí mismo y Rose más vulnerable, y su unión se hace tan fuerte que nada puede pararles. Sin embargo, cuando el río se convierte en un cañaveral, el calor, las plagas y el agotamiento terminan por enfermar a Charlie de fiebre. Rose, consciente de que van a morir atrapados en el río, se encomienda a Dios, y un providencial aguacero los saca del cañaveral arrastrándolos hasta el lago. Una vez repuestos, Rose y Charlie fabrican los torpedos, dispuestos a continuar su misión. Pero cuando el Louisa aparece, una tormenta los hace naufragar y la barcaza se hunde. Rescatados por los alemanes y a bordo del Louisa, son tomados por espías británicos y condenados a la horca. Charlie pide al capitán que los case antes de ser ejecutados. Sin embargo, la Reina de África aún no ha dicho su última palabra.

 
       Tras haber dirigido una decena de películas y haber ganado dos premios Oscar con El tesoro de sierra madre (1948), John Huston recrea el mito de David y Goliat, en los albores de la primera guerra mundial, enfrentando a una pareja de inadaptados, dentro de una destartalada barcaza, contra el mismísimo ejército alemán, a bordo de un crucero de cien toneladas. La película, lo mismo que el mito bíblico, nos enseña que en ocasiones el débil también puede vencer al poderoso o, lo que viene a ser lo mismo, que todo es posible. No obstante, para Huston lo verdaderamente importante es el esfuerzo de los personajes por alcanzar su propósito, no así el éxito o el fracaso del mismo. Sin embargo, quizás ésta sea una de las pocas películas del director con un desenlace positivo, posiblemente, debido a la intervención de Peter Viertel en la finalización del guión, quien insistió en que Charlie y Rosie merecían un final feliz. Huston terminó aceptando porque se dio cuenta de que, en el fondo, la película era una comedia.

       Basado en la novela homónima de Cecil Scott Forester, James Agee escribió el guión de La Reina de África, bajo la supervisión de John Huston; guión que, al sufrir James Agee un infarto, fue reescrito y terminado más tarde por John Collier y Peter Viertel (aunque sus nombres no aparecen en los títulos de crédito). El guión, escrito en clave de humor, narra la aventura emprendida por dos seres antagónicos y aparentemente insignificantes que unen sus fuerzas y se enfrentan a la selva en pos de una utopía. La persecución de lo imposible constituye una constante en la filmografía del director, siempre fascinado por el espíritu romántico de todo aquél que se lanza tras una meta disparatada y a todas luces infructuosa.



       Sin duda, uno de los grandes aciertos del guión es la conmovedora historia de amor que surge entre estos dos pobres diablos empeñados en llevar a cabo una misión suicida, en el transcurso de la cual se enamoran de forma inesperada. El choque de dos caracteres tan opuestos pero que al mismo tiempo tienen tantas cosas en común y el indestructible vínculo que se forma entre ellos atrapan al espectador y lo sumergen en esta aventura africana de pasión y sacrificio, que nos impulsa a experimentar la vida con mayor intensidad. Charlie, un hombre maduro, despreocupado, borrachuzo y sin ninguna ambición y Rosie, una solterona puritana y reprimida, que siempre ha vivido bajo la sombra de su hermano y que considera una misión combatir el mal allá donde surja, son dos fracasados de los que nadie espera nada y que sin embargo, juntos, se complementan de tal modo que son imparables, ella marcando el rumbo a seguir y él haciendo el trabajo duro para seguirlo.

       «Charlie: Rosie… Está bien, iremos tú al timón y yo en el motor. Como desde el principio.»

       La espontánea simpatía de Charlie contrasta con la rectitud envarada de Rosie, pero aunque Charlie posea un carácter más alegre, es mucho más derrotista que ella, quien, a pesar de su seriedad, demuestra ser una persona inmune al desaliento. De ese modo, la dejadez de Charlie se estrella contra la diligencia de Rose, que jamás se rinde ante las dificultades y empuja a su compañero de viaje a seguir adelante.

       «Charlie: Es inútil, Rosie, se me olvidaba la hélice. Le falta un aspa.
       Rosie: ¿No podemos seguir con las que le quedan?
       Charlie: La hélice estaría desequilibrada. A los cinco minutos el eje volvería a estar como un sacacorchos.
       Rosie: Pues tendremos que fabricarnos un aspa. Hay mucho hierro y cosas que puedes usar.
       Charlie (Irónico): Ah, sí. Y luego, la atamos.
       Rosie: Bueno, si crees que bastaría… Pero ¿no sería mejor que la soldásemos? Me parece que se dice así, soldarla.
       Charlie: Ja, ja, ja… Eres increíble, Rosie. Eres increíble.»


       La relación entre Charlie y Rosie, al principio, se basa en una distante y mutua 
condescendencia. Charlie compadece a Rose, por ser una solterona dedicada a la ingrata labor de evangelizar a unos nativos que no lo necesitan. Por su parte, Rose se siente muy superior al Sr. Allnut, al que considera un hombre vulgar y maleducado, que hiere su sensibilidad con su ordinariez. En cuanto comienzan a convivir en la barcaza, Rose trata de imponer su voluntad a Charlie, sacándolo de quicio, y, aunque éste es un caballero, se producen las primeras discusiones; de las que Rose siempre sale victoriosa gracias a su agudeza mental y a su habilidad de misionera para manipular a la gente a través de la culpa.

       «Rose: Si no lo ha intentado ¿por qué…?
       Charlie: ¡Tampoco he intentado nunca pegarme un tiro en la cabeza! Je, lo malo de usted, Srta., es que no entiende nada de barcos.
       Rose: En una palabra, se niega a ayudar a su patria cuando más le necesita, Sr. Allnut.
       Charlie: ¿Eh? Yo no lo expresaría de esa forma.
       Rose: ¿Cómo lo expresaría, Sr. Allnut?
       Charlie: De acuerdo, está bien, haremos lo que quiera. Pero a mí no me eche la culpa de lo que pase.»

       Poco a poco, lejos de la represión que su hermano y la sociedad ejercían sobre ella, Rose se relaja y, junto al liberal Sr. Allnut, comienza a disfrutar de la vida por primera vez. Se podría decir que Rose florece como ser humano.


       «Rose: Jamás pensé que una simple experiencia física pudiera ser tan estimulante.
       Charlie: ¿Cómo dice?
       Rose: He experimentado una emoción así muy pocas veces. Con algún sermón de mi querido hermano cuando estaba inspirado por el Espíritu.
       Charlie: ¿De modo que quiere seguir?
       Rose: Claro que sí.
       Charlie: Oiga, usted está loca.
       Rose: ¿Perdón?
       Charlie: ¿Sabe lo que hubiera pasado si chocamos contra una de esas rocas?
       Rose: Pero no chocamos. La verdad es que me llena de admiración su habilidad, Sr. Allnut. Cuando haya practicado un poco con el timón, ¿cree que yo podría intentarlo?
       Charlie: Le voy a decir una cosa, los rápidos no son nada para lo que nos espera. Mejor dicho, yo ni siquiera los llamaría rápidos.
       Rose: Será fantástico…
       Charlie: ¡Señorita!
       Rose: Ahora que por fin lo he probado, no me extraña que le encante navegar, Sr. Allnut.»

       Esta preciosa e inteligente escena, en la que se muestra el despertar de Rose a la vida, deja desconcertado al Sr. Allnut, que incluso parece escandalizarse en algunos momentos. Y no es de extrañar, ya que el subtexto del diálogo refleja claramente una excitación sexual por parte de Rose, que constituye asimismo una anticipación de lo que será más tarde la pérdida de su virginidad en brazos de Charlie. El mismo Charlie después de esta escena se emborracha y parece tan acobardado que se apresura a dejarle claro a Rose que desaprueba su actitud y que no la encuentra nada atractiva. Aunque, por supuesto, en el diálogo él se refiere en todo momento a la misión de volar el Louisa, sólo el subtexto deja entrever que el verdadero motivo de la temerosa reacción de Charlie es el inesperado despertar sexual de Rose.

       «Charlie: Ni lo sueñe.
       Rose: Usted dijo que iría.
       Charlie: No es verdad, no me comprometí a nada.
       Rose: Es usted un embustero, Sr. Allnut, y lo que es peor, un cobarde.
       Charlie: ¡Uuuh…! ¡La cobarde lo será usted! Usted no es una señora, qué va a serlo. Eso es lo que mi pobre madre le diría, si mi pobre madre la oyera. Además, ¿de quién es este barco? La invité a bordo porque me dio lástima por la muerte de su hermano y todo eso. Me está bien empleado por compadecerme. ¡Pues ya no me da lástima, solterona, beata y escuchimizada!»

       El miedo de Charlie está más que justificado, él se siente a gusto y seguro viviendo a su aire y esta mujer quiere desbaratarle la vida y hacer de él un héroe romántico. Charlie teme perder su vida tratando de volar el Louisa, pero sobre todo teme perder su libertad entregando su corazón a esta valerosa mujer, que parecía muerta y está tan llena de vida.

       «Rose: No se enfade, Sr. Allnut.
       Charlie: No, si no me enfado. Me di por muerto cuando empezamos el viaje.»

       Pero la inicial resistencia de Charlie da paso a una entrega y un coraje inusitados en un hombre que parecía tan prosaico y que está tan lleno de poesía.


       «Charlie: Nunca olvidaré tu cara cuando íbamos por los rápidos. La frente alta, la barbilla fuera, el pelo flotando al viento… La viva imagen de una heroína.
       Rosie: Oh, mira que yo una heroína… Oh, Charlie, has perdido la cabeza.
       Charlie: He perdido el corazón.»


       Estos dos seres apagados, encogidos, sin autoestima, de repente, se descubren y 
valoran el uno al otro y comienzan a brillar. Cada uno de ellos mejora con el otro, crecen, se superan y se sienten felices en medio de un montón de penalidades. El amor les hace sentirse importantes por primera vez en sus vidas y eso les hace ser ellos mismos en todo su esplendor, les hace héroes.

       «Charlie: Si no llega a ser por ti, esto no sería posible. ¿No te sientes muy orgullosa?
       Rosie: De eso nada. Tú eres el que ha hecho que funcione el motor y el que ha reparado la hélice. Yo no tengo nada que ver. Y no creo que haya en el mundo otro hombre capaz de hacerlo.
       Charlie: No lo hay. Porque no hay otro hombre en el mundo que te tenga a ti.»

       La Reina de África es una película de aventuras, pero sobre todo es una tierna historia de amor, ingenua y apasionada, entre dos seres inocentes que se respetan y se admiran el uno al otro. Se trata de una historia de amor insólita en la filmografía de Huston, un director cuyos personajes solían mostrar una actitud escéptica respecto al amor y empleaban todas sus energías en perseguir un objetivo personal, en el que fracasaban. Para Huston fracasar formaba parte de la vida, según él, era una derrota para hacer las paces con uno mismo. Por eso rechazaba los finales felices. Pero en el film que nos ocupa, aunque él no quería que Rosie y Charlie vencieran a los alemanes, entendió que no podía matarlos.

       El guión tiene una estructura perfecta que entrelaza con maestría la trama principal de volar el Louisa con la subtrama de la historia de amor. Huston tenía una intuición especial para captar lo que sobraba o faltaba en un guión, sabía detectar lo esencial de una historia, repasaba el guión y luego hacía que los guionistas lo corrigieran hasta quedar satisfecho. Con James Agee se compenetraba a la perfección, puesto que ambos eran grandes bebedores y grandes escritores. Además, Agee poseía un don para el lenguaje poético y una fama de escritor maldito muy del agrado de Huston. Se dice que Agee se basó en su padre y en su madre para la creación de los personajes de Charlie y Rosie, lo que dio a la relación una autenticidad y una gracia especiales.


       «Rosie: Oh, perdona que tirase la ginebra, Charlie.
       Charlie: Ah, no te preocupes. Para que veas que no te guardo rencor, te prepararé una taza de té. Je, je, je… Te pones tú peor sin té, que yo si no puedo beber ginebra.»

       El rodaje fue muy accidentado, se han escrito ríos de tinta sobre ello, la misma Katharine Hepburn escribió un libro titulado, El rodaje de la Reina de África o cómo fui a África con Bogart, Bacall y Huston y casi pierdo la razón. También Peter Viertel hizo lo propio en una novela, Cazador blanco, corazón negro, que Clint Eastwood llevó al cine en 1990. Pero a pesar de que el equipo sufrió tantas calamidades como los mismos personajes de la película, el empeño de Huston en rodar los exteriores en África —se dice que porque quería aprovechar las pausas del rodaje para cazar un elefante— mereció la pena, cinematográficamente hablando, ya que tanto la ambientación del film como la preciosista fotografía de Jack Cardiff son de una belleza extraordinarias. Jack Cardiff retrató el paisaje y a la pareja protagonista de una forma muy hermosa, logrando que ambos intérpretes se vieran muy favorecidos a pesar de sus poco atractivas caracterizaciones y de estar ya en plena madurez (Bogart contaba con 52 años y Hepburn con 44), por algo Cardiff estaba considerado como el mejor cameraman del technicolor. Huston le recriminaba que necesitara tantos focos en un lugar tan luminoso como África, pero, precisamente, los necesitaba para iluminar las sombras, debido a la intensidad de la luz. Tan sólo las escenas de los rápidos y aquéllas en las que arrastran la barcaza por el río tuvieron que rodarse en un estudio de Londres, a consecuencia de las plagas y las enfermedades que sufrieron.


       La cadencia con la que Huston hace avanzar la historia demuestra su hábil manejo del ritmo narrativo, cada momento de felicidad de la pareja se ve interrumpido por una nueva dificultad que vuelve a dotar de dinamismo a la acción. Huston era un narrador extraordinario, elegía las imágenes adecuadas y las encadenaba de tal forma que el conjunto de la secuencia transmitía la sensación precisa que el momento dramático requería. Por eso, aunque la mayor parte de la historia transcurra en el interior de la barcaza, el ambiente en ningún momento resulta opresivo, sino que evoca una gran sensación de libertad, gracias a los planos del río y a la vida animal en las orillas que lo bordean. Asimismo, Huston logró convertir la barcaza en un tercer protagonista, intercalando numerosos planos del nombre Reina de África, pintado burdamente en la proa del barco. Ese pequeño barco que constituye el mundo en el que Charlie y Rosie crean una nueva vida juntos y que es el cómplice indispensable de su aventura; tanto es así, que el espectador siente el hundimiento de la barcaza como si de la muerte de un tercer camarada se tratase. Al fin y al cabo, Rosie y Charlie no hubieran podido vencer a los alemanes si la Reina de África no hubiera vencido al Louisa.

       Cuando el productor Sam Spiegel ofreció a Huston elegir la próxima historia que quería dirigir, Huston, con mucha inteligencia, se decidió por La Reina de África. En aquel momento, el Comité de Actividades Antiestadounidenses tenía en el punto de mira a Huston, Bogart y Hepburn, porque, de una u otra forma, todos ellos estaban considerados como izquierdistas. De manera que, la realización de una película en la que dos súper patriotas arriesgan sus vidas en una misión imposible por su país, ponía a salvo la reputación de los tres.

       Bogart propuso a Hepburn como coprotagonista, pues ella gozaba de un gran prestigio como actriz y deseaba trabajar a su lado. La química entre ellos resultó extraordinaria, a pesar de ser actores muy diferentes, lo que ayudó a ilustrar la misma compenetración que tenían Charlie y Rosie, siendo tan distintos.


       Hepburn compuso el personaje perfecto de solterona remilgada, con una sonrisa 
forzada, unas maneras exquisitas y un control absoluto sobre sus emociones, es decir, con toda la distinción y toda la contención propias de una dama. Rose no se permite ni un solo instante de relajación, hasta que se enamora de Charlie y se contagia de su manera espontánea y desenfadada de vivir. Hepburn ilustra la transformación de Rosie, poco a poco, con pinceladas que muestran pequeños pasos hacia la liberación de su espíritu, como si, a medida que avanzara por el río, en compañía de Charlie, se fuera desembarazando de la represión en la que ha sido educada. La risa de Rosie cuando Charlie imita a los hipopótamos o a los monos, revela el gran talento de la Hepburn para trazar un personaje. Se trata de una risa que brota como si lo hiciera por primera vez, como si las carcajadas hubieran estado prohibidas para Rose y, ahora, al poder darles rienda suelta, salieran a trompicones, dando la impresión de que Rose está aprendiendo a reír. Katharine Hepburn fue nominada (por quinta vez) al Oscar a Mejor Actriz, pero lo más importante es que hizo que Rosie fuera inmortal en nuestra memoria y en nuestros corazones, conquistándonos con su seguridad en sí misma, su determinación de combatir al enemigo y su despertar a la vida.


       Por su parte, Bogart, tras toda una carrera cinematográfica como hombre duro y 
carismático, sorprendió al público demostrando que tenía vis cómica, y que ésta era muy divertida además. Bogart aparecía en pantalla hecho un verdadero desastre, sin afeitar y con una gorrita muy poco favorecedora, pero esa autenticidad que el actor siempre supo aportar a sus personajes seguía estando presente. Bogart invistió de una dignidad admirable la naturalidad y la honestidad emocional de Charlie, que jamás trata de parecer lo que no es y que no se deja influenciar por opiniones ajenas.

       «Charlie: Me van a echar una bronca cuando vuelva a la mina. Los belgas me llaman todo lo que se les ocurre, pero, por mí, que me insulten en idioma extranjero. A mí no me despiden. Soy la única persona en África que sabe sacar partido a la vieja Reina de África.»

       Pero Bogart no sólo estaba más gracioso que nunca, también estaba más enamorado. La desolación de Charlie, convencido de que Rosie se ha ahogado mientras está siendo interrogado por un oficial alemán, es conmovedora, digna y cómica a la vez.

       «Oficial del Louisa: ¿Sabe que la pena por declarar ante este tribunal en falso es la muerte en la horca?
       Charlie: ¿Y qué?
       Oficial: ¿Qué estaba haciendo en la isla?
       Charlie: Estaba pescando.
       Oficial: ¿Cómo llegó hasta aquí?
       Charlie: A nado.
       Oficial: ¿Sabe que está en una zona reservada para los miembros de las fuerzas de su majestad imperial el Káiser III?
       Charlie: ¿Y qué?»


       Es cierto que el personaje de Charlie Allnut es un personaje tan transparente que 
ya sobre el papel debía ser cautivador, pero Bogart, al interpretarlo con la gracia y la naturalidad de un niño pequeño, lo hace más irresistible aún. Incluso tiene la costumbre infantil de remedar a Rose cuando se enfada con ella.

       «Charlie: Ese disparate de atacar el Louisa, bajar por el río…
       Rosie: ¿Cómo disparate?
       Charlie: No vamos a hacer tal cosa.
       Rosie: Claro que lo haremos, qué idea tan absurda.
       Charlie: “Qué idea tan absurda...” “Qué idea tan absurda…” Señorita, sus ideas son diez veces más absurdas que las mías.»

       También cuando se avergüenza, cuando se enfada, cuando se alegra y en general en cualquier reacción emocional de Charlie siempre podemos ver al niño que fue Bogart. Y eso nunca se había visto antes ni se volvió a ver después. Bogart incluso salió airoso al protagonizar de forma cómica, al principio del film, una versión del gag que Chaplin interpretó en Tiempos modernos (1936), aquél en que le sonaban las tripas al tomar el té con la mujer del pastor. Pero no es sólo el gag de las ruidosas tripas lo que tienen en común estos dos films tan dispares, puesto que, si bien, el final del film de Chaplin nos anima a no rendirnos jamás y a poner al mal tiempo buena cara, el final de Huston nos transmite el mismo mensaje a través de la canción favorita de Charlie Allnut:


       «Había un viejo pescador, que zarpó del puerto de Pimlico. Y cuando zarpó de Pimlico, el viento empezó a soplar. Y por la borda se cayó al mar. ¡Canta, canta y baila ya!»

       O lo que es lo mismo, «Paciencia y barajar», que decía Cervantes.

       Humphrey Bogart ganó el Óscar al mejor actor principal por su actuación como Charlie Allnut, único premio de la Academia en toda su carrera profesional, aunque fuera nominado en otras dos ocasiones por sus respectivos trabajos en Casablanca (1942) y en El motín del Caine (1954). Podemos afirmar que si sus papeles de hombre duro le hicieron inmortal, su papel en La Reina de África le convirtió en actor de prestigio.

       La historia de esta misionera y este mecánico que, sorprendidos por la guerra en plena selva, toman conciencia de su responsabilidad social e inician juntos una aventura en pos de la libertad, el amor y el significado de la propia existencia, supone todo un alegato a favor de emprender cualquier empeño personal, por muy disparatado que pueda parecer. Rose y Charlie persiguiendo el objetivo común de ayudar a su patria, se convierten en héroes, al tiempo que protagonizan un amor de leyenda.

       Algunos cuestionan la verosimilitud del final de La Reina de África, pero en realidad eso carece de importancia, el camino existencial que recorre la pareja protagonista es lo verdaderamente relevante, el resultado del mismo es indiferente. La historia de Charlie y Rosie nos fascina por el modo en que ambos descubren de lo que son capaces, al tiempo que se descubren el uno al otro. Además, no hay que olvidar que también la historia de David y Goliat es inverosímil y eso es precisamente lo que nos atrae de ella.

       «Charlie: Creo que es el sitio más bonito que he visto en mi vida, y eso ya es decir. No es que no quiera seguir viaje río abajo, entiéndelo, cuanto antes volemos el Louisa mejor. No lo decía por eso. Es que me gustaría poder volver algún día.
       Rose: ¿Crees que podremos volarlo?
       Charlie: ¿Si lo creo? Naturalmente que sí. No hay nada que no pueda hacer un hombre si tiene fe en sí mismo. Nunca te rindas, ése es mi lema.»


       Uno de los hijos de Huston afirmaba en un documental: «La Reina de África es 
una película de dos perdedores que se juntan y ganan.» En mi opinión, ésa es la esencia del film. ¿Y acaso puede haber un amor más bello, que aquél que nos haga crecer?

miércoles, 22 de marzo de 2023

HUSTONMANÍA 1

EL HALCÓN MALTÉS (1941) de John Huston


       
El cine negro, heredero de la novela negra y del cine policíaco y de gánsteres, nace, para muchos, de la mano de John Huston con ésta su primera película como director. Una historia fatalista acerca de la futilidad de perseguir los sueños, que supone además una defensa a ultranza del propio código moral de conducta, frente a las imposiciones maniqueistas de una sociedad hipócrita.


       El detective Sam Spade (Humphrey Bogart) y su socio Miles Archer (Jerome Cowan) reciben, en su oficina de San Francisco, la visita de Ruth Wonderly (Mary Astor), una clienta que, argumentando un montón de mentiras, les contrata para seguir a un tal Floyd Thursby. Miles, impresionado por la chica, se ofrece para hacer el trabajo y esa misma noche es asesinado de un disparo en un callejón. Horas después, Thursby también aparece muerto y los policías Tom Polhaus (Ward Bond) y el teniente Dundy (Barton MacLane) sospechan que Sam ha podido matar a Thursby para vengar a su socio. Más tarde, al averiguar que Sam e Iva Archer (Gladys George) eran amantes también sospechan que pudo matar a Miles. Sam decide descubrir a los verdaderos asesinos y entregarlos al fiscal para librarse de la policía. Por su parte, la Srta. Wonderly confiesa a Sam que su verdadero nombre es Brigid O’Shaugnessy y que Thursby era su socio. Ambos fueron contratados en Estambul por Joel Cairo (Peter Lorre) para quitarle a un ruso una valiosa estatuilla en forma de halcón, pero al descubrir que no pensaba pagarles, huyeron con ella. Muerto Thursby, sólo Brigid sabe dónde está el halcón y tiene miedo de Cairo y del turbio Kasper Gutman (Sydney Greenstreet) con el que se ha asociado y al que siempre acompaña su matón Wilmer Cook (Elisha Cook Jr.) Por ello, busca la protección de Sam. Éste, a pesar de no confiar en ella, se deja seducir y acepta negociar con Gutman la venta del pájaro. Pero Cairo descubre que el halcón va a llegar a San Francisco en un barco y Gutman opta por drogar a Sam para dejarlo fuera de combate mientras ellos corren al puerto, para hacerse con el pájaro antes de que Jacoby (Walter Huston), piloto del barco, se lo entregue a Brigid. A pesar de recibir varios disparos de Wilmer, Jacoby consigue escapar llevándose el halcón y muere al llegar a la oficina de Sam. Tras esconder el halcón en la consigna de la estación, Sam se reúne con Brigid y ambos caen en manos de Gutman, Cairo y Wilmer. Ignorando sus amenazas, Sam les exige una fuerte suma de dinero por el pájaro, además de entregar a Wilmer a la policía para que cargue con los asesinatos. Llegan a un acuerdo y cuando Effie Perine (Lee Patrick), secretaria de Sam, les entrega el halcón descubren que es falso. Cairo y Gutman, convencidos de que el verdadero halcón continúa en manos del ruso, deciden regresar a Estambul, pero Sam pone a la policía tras ellos por los asesinatos de Thursby y Jacoby. Por último, Sam tendrá que decidir entre dejarse llevar por sus sentimientos hacia Brigid o entregarla por haber matado a Miles, con la intención de que culparan a Thursby y así quitárselo de en medio.


       Basándose en la novela homónima de Dashiell Hammett, Huston escribe el guión de El halcón maltés con la intención de dar el salto a la dirección, tras más de una década como guionista. Huston presenta a los hermanos Wagner la tercera y más fiel adaptación de la novela de Hammett, un guión brillante cargado de cinismo y de una relajación moral que refleja el impacto que la Gran Depresión y el posterior ambiente de preguerra produjo en la sociedad americana. A pesar de contar en la Wagner con la protección de su mentor, William Wyler, Huston obtuvo tan solo el presupuesto habitual asignado a una película de serie B con publicidad reducida, debido a que era un director novato y a que las dos primeras versiones de la novela en el cine habían obtenido poco éxito en taquilla. La primera, de 1931, dirigida por Roy Del Ruth carecía de la más mínima intriga o misterio y mostraba a un Sam Spade convertido en un detective de vodevil, que Ricardo Cortez interpretaba con una sonrisa autocomplaciente y unas maneras de gigoló insufribles. La segunda, de 1936, era una versión cómica de William Dieterle, para lucimiento de Bette Davis, que no guardaba apenas relación con la novela. A diferencia de sus antecesores, Huston comprendió la novela de Hammett y supo traducir en imágenes ese realismo descarnado y romántico que emanaba de su obra, logrando realizar una obra maestra que se haría con sendas nominaciones a los Oscar, como Mejor película y Mejor guión adaptado.

       «Sam: Tendrás suerte si te echan cadena perpetua. Eso significa que, si eres buena chica, saldrás a los veinte años. Te estaré esperando. Si te ahorcan, te recordaré siempre.»

       El comienzo de la Segunda Guerra Mundial trajo consigo la decadencia de los finales felices de Hollywood, el cine perdió su inocencia, se volvió menos luminoso y comenzó a seguir los pasos que la literatura ya había iniciado en los años veinte, adentrándose en el género negro. Este tipo de literatura exigía un lenguaje directo, ingenioso y cínico, unos personajes inmorales y un protagonista —generalmente un detective—ajeno a los valores éticos del héroe tradicional.


       «Sam: Sea lo que sea, la Srta. O’Shaugnessy y yo discutimos el asunto y decidimos averiguar qué es lo que ese hombre sabía sobre las muertes de Miles y de Thursby, y le pedimos que viniera aquí. Quizás le hayamos preguntado con excesiva brusquedad. Ya sabe lo que ocurre, teniente. Pero no ha sido tanto como para pedir socorro.»

       Frente al lujo y la ostentación que aparecían en los films de otras Majors, las películas de la Warner poseían un estilo más sencillo y realista, por lo que era el estudio ideal para sentar las bases del género negro en el cine. Del mismo modo, Huston era el director —y el guionista— más adecuado para hacerlo. Sus diálogos y sus imágenes, cargadas de emoción, jamás se desbordaban dramáticamente y sabía cómo contar una historia de forma directa, siguiendo la trama sin perderse en escenas superfluas y hacerlo, además, con un estilo propio. Todas las características del universo de Huston como director —que después terminarían reflejando todas sus películas— coinciden con las propias de la literatura negra: Una moralidad subjetiva, unos personajes ocupados en sobrevivir en un mundo hostil, unas aventuras imposibles, una cínica lucidez ante la adversidad y un individualismo feroz que desafía al resto de la sociedad.

       «Sam: El único medio de evitarme las molestias que ahora piensan ocasionarme es descubrir a los asesinos y traérselos. Y la única forma que tengo de descubrirlos y apresarlos es alejarme lo más posible de ustedes y de la policía, porque sólo sirven para estorbar. ¿Me ha entendido bien o voy demasiado deprisa?
       Taquígrafo: No, señor, le sigo perfectamente.
       Sam: Muy bien. Ahora, si quieren ir al tribunal a decir que obstruyo el trabajo de la justicia y pedirles que anulen mi licencia, háganlo. Ya lo intentaron y no consiguieron más que una carcajada.»


       Una elegante fotografía en blanco y negro, llena de claroscuros y cercana al 
expresionismo alemán, y una puesta en escena sobria, a base de interiores austeros y de exteriores urbanos y lóbregos, ayudan a crear una atmósfera opresiva de corrupción y peligrosidad, que acentúa la falsedad de los personajes. Todo ello, unido a la abundancia de planos contrapicados y al uso constante de sombras que llenan de misterio las escenas, constituye la razón por la que, pese a que otras películas ya habían mostrado algunos de los aspectos del género, El halcón maltés se considera tradicionalmente como la película que sentó las bases del cine negro.

       Huston se preparó de forma concienzuda para su primera película, sabía que se jugaba el poder seguir dirigiendo en el futuro, así que, realizó una preparación exhaustiva de los planos. Como pintor frustrado, dibujó con meticulosidad un storyboard que luego siguió fielmente durante el rodaje, que se llevó a cabo de forma cronológica —algo muy inusual en el cine pero que Huston siguió practicando durante toda su carrera—. Rodada en interiores en su mayor parte, la película recurre a abundantes movimientos de cámara y a un montaje lleno de planos para aportar dinamismo a secuencias con poca acción y mucho diálogo. Asimismo, trabajó codo con codo con Adolph Deutsch para conseguir que la música acentuara el dramatismo de la acción en determinados momentos. En definitiva, Huston supo hacer comprender al compositor que esperaba de él una banda sonora tan profunda y opresiva como la misma novela. Y Deutsch logró una partitura a medio camino entre el romanticismo y la perversión.

       Huston disfrutaba adaptando novelas al cine y trabajaba en profundidad el estudio y la caracterización de cada uno de sus personajes, algo fundamental en el género negro. La estructura del guión sigue al personaje principal en todo momento, sabemos lo que Sam Spade sabe y cuando él lo sabe —aunque nunca sepamos lo que piensa— y esto consigue que nos sintamos unidos y guiados por el detective a través de lo intrincado de la historia. En cuanto a los brillantes diálogos, decir que aunque son muy abundantes, aportan a la acción una frescura llena de ironía y expectación, que la hace más interesante.


       «Cairo (Apuntando a Sam con su pistola): No creí que fuera necesario recordarle, Sr. Spade, que usted puede tener el halcón, pero nosotros le tenemos a usted.
       Sam: Sí, pero estoy procurando que eso no me preocupe lo más mínimo.»

       En determinados momentos, pueden resultar demasiado explicativos, como ocurre cuando Gutman relata a Sam la historia del halcón maltés, y esto genera algo de confusión en el espectador, pero la trama es tan absorbente que mantiene nuestra atención de principio a fin. Se trata de una historia realista y sórdida, donde los personajes guiados por la codicia no dudan en matar, pero al mismo tiempo transcurre en un ambiente algo irreal, en el que cada uno de los personajes parece atrapado dentro de su propia pesadilla personal, en la que ellos mismos se han sumergido tras la búsqueda de ese misterioso halcón.

       «Cairo: Usted fue quien lo estropeó todo. ¡Usted y su estúpido deseo de comprarlo! ¡Kemidov sí que descubrió lo valioso que era! ¡Je, no me extraña que nos resultara tan fácil robarlo! ¡Imbécil! ¡Estúpido idiota! ¡Pedazo de cretino! (Solloza)»

       Otra de las características del género negro es sin duda la presencia de la mujer fatal, una mujer independiente y ambiciosa, que usa su inteligencia y su atractivo sexual como medio para satisfacer su ambición. En el caso de El halcón maltés se ha cuestionado mucho la adecuación de Mary Astor para encarnar este rol, por carecer de un físico lo bastante atractivo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que Mary Astor había sido una estrella del cine mudo y como tal su encanto se ajustaba a los cánones de belleza de los años veinte, figura esbelta, ojos inocentes y boquita de pitiminí, sin olvidar unos modales de damisela en peligro capaz de despertar el instinto de protección de los hombres. Hay que reconocer que este tipo de belleza comenzaría a decaer en décadas posteriores, pero aún seguía vigente cuando se rodó el film y aunque el atractivo de Mary Astor no se comprenda en la actualidad, en ese momento era innegable. Por otra parte, Mary Astor supo convertir, con su interpretación, a la falsa Brigid O’Shaugnessy en la más perfecta y perversa «mosquita muerta» de la historia del cine. Una mujer peligrosa que adopta el papel de ingenua víctima cuyos encantos sexuales parecen inofensivos, aunque no lo sean; es decir, Mary Astor. Según el propio Huston: «Ella fue la encantadora asesina, según mi idea de la perfección». Mary Astor mantuvo un romance con Huston durante el rodaje del film, lo que sin duda permitió al director trabajar con la actriz el personaje de O’Shaugnessy, hasta conseguir lo quería ver en pantalla, una asesina con apariencia de ángel.


       «Sam: No necesitará mucha ayuda de nadie, es buena actriz. Convence con los ojos y con ese temblor que pone en la voz cuando dice cosas como, “sea generoso, Sr. Spade…”
       Brigid: Merezco su ironía. Pero la mentira estuvo en la forma, no en lo que le conté. Yo tengo la culpa si no me cree ahora.
       Sam (Riéndose): Ahora es peligrosa…»

       Incluso el perspicaz detective que comprende cómo es ella desde el principio, no puede resistirse a caer en sus brazos, en una escena de seducción en la que Mary Astor deja de mostrarse frágil, por un momento, para adoptar una coquetería que da paso a una languidez sensual con la que parece indicar su receptividad sexual al hombre.

       «Sam: Está mintiendo.
       Brigid: Miento. Siempre fui mentirosa.
       Sam (Riéndose): Pues no se enorgullezca de ello. ¿Hay algo de verdad en todo este cuento?
      Brigid (Con coquetería): Algo. No mucho.
       Sam: Bueno, tenemos toda la noche. Pronto estará el café, lo tomaremos y volveremos a empezar.
       Brigid: Estoy cansada… Cansada de mentir e inventar mentiras, de no saber lo que es verdad o lo que es mentira. (Se recuesta sobre el sofá) Quisiera… (Sam se inclina sobre ella y la besa.)»


       El código Hays comenzó a aplicarse a partir de 1934, de modo que Huston sólo pudo sugerir con un beso la relación sexual entre Brigid y Sam mientras que, ironías de la vida, en la primera versión de 1931, Roy Del Ruth mostraba sin ningún tipo de censura a Brigid despertándose en la cama de Sam, después de haber pasado la noche juntos. Pero, quizás, esto ayudara a Huston a subrayar que el arma más poderosa de Brigid consistía en mantener a Sam en la duda de si ella era una buena chica metida en un lío que le viene grande o si, por el contrario, era tan perversa como Cairo y Gutman afirmaban. Esa misma duda es la que Huston siembra y mantiene en el espectador hasta el final de la película, lo que rodea a Brigid de cierto halo de misterio.

       «Gutman: Quisiera darle un buen consejo.
       Sam: Adelante.
       Gutman: Supongo que le dará a ella una cantidad, pero si no le da tanto como ella espera recibir, mi consejo es que tenga cuidado.
       Sam: ¿Peligrosa?
       Gutman: Mucho.»

       Pero, mujeres fatales aparte, si hay algo paradigmático en el cine negro es la figura de un detective de gran carisma, cuyas intenciones resultan equívocas y sus métodos de investigación cuestionables. Hammett describía a Sam Spade en la novela como a un «Satanás rubio» —de ahí el título de la versión de 1936, Satan Met a Lady— y de ese modo expresaba con toda claridad que no se trataba del típico héroe de moral intachable, sino de un tipo curtido por la vida, acostumbrado a manejarse con soltura entre lo más podrido de la sociedad y salir airoso. Sus mejores armas: su capacidad para improvisar mentiras, sus nervios de acero y su habilidad para convencer a la gente con argumentos cargados de ironía. En definitiva, unas cualidades más valoradas por los mismos delincuentes que por los representantes de la ley.


       «Sam: ¡Estoy metido en esto hasta el cuello, Gutman! Tengo que encontrar a alguien, un culpable cuando llegue el momento. Si no lo hago, estoy perdido. Vamos a entregar a ése (señalando a Wilmer). En realidad, él mató a Thursby y a Jacobi, ¿no? Además, el papel le va que ni pintado. ¡Mírenle! Vamos a entregarle.
       Gutman (Riéndose): Caramba, es usted extraordinario, ya lo creo. Nunca se sabe lo que va a decir o hacer, pero sí se sabe que, sin duda, será algo asombroso.»

       El estudio trató de imponer a George Raft en el papel de Spade, pero por suerte, éste lo rechazó y se contrató a Bogart, que acababa de tener un gran éxito con El último refugio y que con este papel terminaría de consolidar su carrera convirtiéndose en mito.

       Las palabras que Raymond Chandler (creador de Phillip Marlowe, otro de los detectives encarnado por Bogart) dedicó al actor definen el talento de éste para representar la esencia del género negro en una pantalla: «Bogart sabe ser duro sin una pistola. Además tiene un sentido del humor que contiene un sutil matiz de desprecio. Transmite autenticidad. Es genuino.» Huston afirmaba que la cámara transformaba a Bogart, que era un tipo bastante normal, en una personalidad noble y heroica, con un rostro honesto, cargado de profundidad. Le admiraba como actor, rodó con él cinco películas, pero sobre todo le apreciaba como amigo. Esta amistad comenzó durante el rodaje de El halcón maltés, película que supondría un enorme éxito de crítica y público para ambos. La presencia de Bogart en el film traspasa la pantalla, sus cínicas carcajadas con las que parece enseñar los dientes, su mirada brillante que se torna fría y peligrosa, su manera elegante y masculina de moverse, y esa fiereza salvaje cuando su personaje finge encolerizarse, aún siguen cautivando al espectador. Del mismo modo que el código personal de Spade continúa intrigándolo.


       «Sam: No estés tan segura de que soy un desaprensivo. Es posible que esa fama sea algo conveniente para que te encarguen trabajos caros y para hacerte publicidad, pero un poco de dinero más no habría cambiado en absoluto las cosas.»

       Hay un momento en el film, cuando Sam recibe el halcón en su despacho y aprieta la muñeca de Effie hasta hacerle daño, en que Bogart parece tan ávido de fortuna, que el espectador cree que también él lo ansía. Sin embargo, Spade termina mostrando su desprecio no sólo por el pájaro sino también por todos los que lo persiguen. Incluida la Srta. O’Shaugnessy, que a pesar de sus ambiguos sentimientos hacia Sam, da la impresión de estar gratamente impresionada por su personalidad.

       El rasgo más romántico que Huston aportó al film, quizás fuera ese misterio en que permanecen los verdaderos sentimientos de la pareja protagonista. Nadie llega a saber nunca con certeza si Sam y Brigid se aman de verdad. Tal vez, ni ellos mismos lo sepan.


       «Sam: Lo único que tenemos es que quizás tú me quieras o quizás yo te quiera.
       Brigid: Tú debes saber si me quieres o no.
       Sam: Puede que sí. Pasaré algunas noches terribles, pero lo superaré.»

       El romanticismo de Huston era tan duro como el detective de su primera película y estaba cargado de fracaso, como el destino de todos sus antihéroes de ficción; a menudo, más humanos y auténticos que los de carne y hueso. Asimismo, todos sus maleantes parecen abocados a provocar su propia destrucción. El guión de Huston perfila cada personaje, tanto los protagonistas como los secundarios, con suma atención, de tal modo que el espectador capta de inmediato la clase de persona que representan, aunque se trate casi siempre de seres algo peculiares, a caballo entre lo extravagante y lo humano. El mismo trío de criminales, a los que tiene que hacer frente Spade, forma un grupo de lo más pintoresco, cuya absoluta falta de escrúpulos, ineptitud y avaricia hacen reír al detective.


       Joel Cairo, amanerado y nocivo, un tipo resbaladizo y rastrero como una serpiente, al que Peter Lorre hace hablar de una forma susurrante y lenta, lo mismo que si siseara. Físicamente no es rival para Spade, pero él sabe que no es aconsejable darle la espalda. Peter Lorre se funde con el personaje hasta que sus ojos saltones parecen tan viscosos que casi podemos aspirar el empalagoso aroma de gardenias de Cairo. Su homosexualidad no se menciona, pero se hace patente en su exagerado acicalamiento y en su manera de pelearse con la Srta. O’Shaugnessy, como una gata salvaje.

       Gutman, el mundano hombre gordo, de exquisitos modales y sangre fría, prefiere la negociación a la extorsión, pero siempre ocultando un as en la manga, y si ni su verborrea intelectual ni sus sobornos dan resultado, para eso tiene bajo su protección al fiel Wilmer, al que afirma querer como a un hijo, en un fingido alarde de humanidad, que nadie cree.

       «Gutman: Wilmer, siento de veras perderte, pero quiero que comprendas que no me inspirarías más afecto si fueses mi hijo, pero si se pierde un hijo, se puede tener otro y sólo hay un halcón maltés. Cuando se es joven no se comprenden estas cosas.»


       Sydney Greenstreet lo interpreta con un leve amaneramiento y una autoridad capaz de imponer su dominio sobre los demás. El veterano actor de teatro estuvo soberbio en su composición de este gordo perverso y jovial que adora una buena conversación casi tanto como un buen whisky o un habano. Debutaba en el cine a los sesenta y un años con este papel con el que sería nominado al Oscar a Mejor actor secundario. Después de su éxito, rodaría veintidós películas más. Greenstreet transmite malignidad con la sola expresión de su rostro y la entonación de su voz. En el momento de descubrir que el halcón es de plomo, por un segundo, parece derrumbarse, su rostro se descompone ante la humillación de su fracaso.


       Wilmer Cook, esbirro de Gutman, el joven silencioso y letal con cara de niño y 
maneras de gánster, que hace el trabajo sucio de Gutman, su jefe, su protector —o quién sabe qué—, ante el que se esfuerza por aparentar una eficacia y una madurez delictiva de las que aún carece. El actor Elisha Cook Jr. aporta al personaje una sensibilidad nerviosa que inspira nuestra compasión cada vez que Spade le humilla. La agresividad reprimida de Wilmer se asemeja, entonces, con sus puños apretados, su mandíbula crispada y sus ojos arrasados en lágrimas, a la de una criatura. El actor compuso un curioso tipo de criminal que permanece en el recuerdo del espectador por su vulnerabilidad miserable, en ocasiones patética, como cuando Spade le noquea y él gimotea inconsciente, antes de despertarse para adivinar, en el rostro de todos los que le rodean, que piensan entregarle. Elisha Cook posiblemente sea el único actor que ha logrado que un asesino nos inspire lástima y nos incomode a un tiempo.

       «Wilmer: Póngase de pie, ya le he aguantado todo lo que puedo soportar. Le voy a matar.
       Sam: El Oeste salvaje… Será mejor que le diga que matarme antes de que tenga el halcón en sus manos será malo para el negocio.
       Gutman: Calma, Wilmer, no nos pongamos nerviosos. No deberías dar tanta importancia a estas cosas.»


       Este ramillete de originales delincuentes, cuya homosexualidad no podía exhibirse abiertamente, debido a la censura impuesta por el código Hays, ejerció una enorme fascinación en el público, que llevó a la Wagner a volver a juntar a Peter Lorre y a Sydney Greenstreet en varios filmes posteriores y a Elisha Cook Jr. con Bogart en un par de películas más.

       Completan el reparto, por una parte, la pareja de policías, formada por el clásico poli bueno y poli malo, que cumplen la doble función en el guión de resaltar, por una parte, la superioridad de Spade como detective y por otra, la de acentuar la motivación de éste para resolver los asesinatos lo antes posible. Y, finalmente, Effie Perine (Lee Patrick), la complaciente secretaria que cuida de su jefe como si estuviese enamorada de él o lo hubiese estado en el pasado, y que representa las virtudes del contrapunto femenino de Brigid, es decir, las de la buena chica.

       «Effie: ¿De veras cree la policía que tú lo mataste? ¿En serio? Mírame, Sam. Me preocupas, siempre crees que sabes lo que estás haciendo, pero eres demasiado astuto. Algún día lo descubrirás.»


       También cabe mencionar, como curiosidad, la participación en la película del actor Walter Huston, padre del director, en el rol del capitán Jacoby, que entrega a Spade el halcón en su oficina antes de morir. Huston hizo repetir a su padre la caída de la muerte tantas veces, que su padre terminó por negarse a seguir repitiéndola y le mandó al diablo.

       El halcón maltés es una película con un halo de misterio que nos absorbe y nos introduce en un mundo turbio y desencantado, que arrastra a los personajes a seguir caminos poco recomendables para alcanzar un sueño, con forma de pájaro negro, que devuelva el resplandor a sus vidas. El mismo sueño que en 2013 impulsó a un coleccionista a pagar tres millones de euros por la estatuilla de plomo usada en la película, quizás para tener en su poder ese material del que se forjan los sueños… Frase de cierre de la película, que Bogart sugirió a Huston, inspirándose en los versos de La tempestad de Shakespeare:

       «Tom: Pesa mucho, ¿de qué es?
       Sam: Es del material con que se forjan los sueños».


       Con su visión pesimista y, por otro lado, lúcida de la vida, Huston parece concluir que perseguir un sueño, como hacen los que persiguen el halcón en la película, no es más que dejarse arrastrar por un espejismo que nos conduce a un callejón sin salida. Solo Spade permanece despierto y logra su objetivo, resolver el asesinato de su socio. Y, sin embargo, también él, por un momento, se deja arrastrar por el espejismo de Brigid O’Shaugnessy, la mujer forjada del material del que están hechos los sueños de Spade. Un solitario detective capaz de sobreponerse a sus propios sentimientos y seguir siendo fiel a sí mismo. Para Huston, eso es lo único que cuenta, el rasgo que define a sus héroes.


       «Sam: No consiento que se juegue conmigo.
       Brigid: Tú sabes que no es así, no puedes decir eso.
       Sam: No has jugado limpio conmigo ni media hora seguida desde que te conozco.
       Brigid: Sabes en el fondo de tu corazón que a pesar de todo lo que he hecho, te quiero.
       Sam: Eso me tiene sin cuidado. No quiero ser una víctima tuya ni que me pase lo que a Thursby y quién sabe a cuantos más.»