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viernes, 30 de abril de 2021

EDWARDSMANÍA 2
     
LA CARRERA DEL SIGLO (1965) de Blake Edwards
    
       En esta comedia, de metraje más extenso y presupuesto más elevado de lo habitual, Blake Edwards nos enseña que lo más esencial que se puede lograr en la vida es el amor, por encima incluso del prestigio de la propia valía profesional. Y lo hace en una comedia romántica de aventuras, que se mueve entre el homenaje al cine mudo y la parodia de géneros, como el western o el cine de capa y espada.

     
       En los inicios del siglo XIX, el Gran Leslie (Tony Curtis), héroe de acción, se propone organizar y ganar una carrera de Nueva York a París para demostrar que el automóvil americano es el mejor del mundo. Pero su eterno rival, el profesor Fate (Jack Lemmon), se propone boicotearle con todas las armas a su alcance, para cruzar la meta antes que él. También la sufragista Maggie Dubois (Natalie Wood) se las ingenia para participar en la carrera, financiada por El Centinela de Nueva York, periódico para el que Maggie ha conseguido trabajar como reportera, gracias al apoyo de Hester Goodbody (Vivian Vance), esposa del editor Henry Goodbody (Arthur O’Connell), con el que Maggie se ha comprometido a cubrir todo el evento. Maggie y Leslie se sienten atraídos desde el primer momento, pero debido a sus diferencias, respecto a los derechos y capacidades de la mujer, siempre terminan discutiendo. Fate y su mano derecha, Max (Peter Falk), se dedican a hacer trampas desde el comienzo de la carrera, por lo que la mayoría de los coches se ven obligados a abandonar la competición, quedando reducido el número de participantes a tres, Leslie, Fate y Maggie. Pero al llegar al desierto, el coche de Maggie sufre una avería que la deja también fuera de combate y aunque Leslie y su mecánico Hezequiah (Keenan Wynn) acceden a llevarla hasta la ciudad más cercana, ella se propone continuar informando de la carrera hasta el final. Para lo cual, está dispuesta a manipular, mentir, engañar, colarse de polizón en coches ajenos o librarse con engaños de cualquiera que pretenda impedírselo. A lo largo de la carrera, los automovilistas rivales atraviesan distintos países y comparten múltiples aventuras, en el transcurso de las cuales, Fate descubre que el talón de Aquiles de Leslie es Maggie Dubois.

Así que, 
asegurándose de que Maggie permanezca en la carrera, se propone sacar ventaja de esta debilidad de su adversario para alcanzar la victoria. Pero, antes de llegar a París, los participantes tienen que enfrentarse a su mayor aventura, cuando, al cruzar un reino perdido de la vieja Europa, en la víspera de la coronación de su futuro rey —el príncipe Frederick Hoepnick (Jack Lemmon)—, son secuestrados por el barón Rolfe von Stuppe (Ross Martin) y el general Kuhster (George Macready). Estos hombres de confianza del príncipe pretenden aprovechar el asombroso parecido entre el príncipe y el profesor Fate para hacerse con el poder, obligando a Fate a hacerse pasar por el príncipe durante la coronación y, una vez coronado, hacerle abdicar a favor del barón. Pero los intrépidos automovilistas logran escapar de su encierro y, tras liberar al príncipe heredero y devolverle su corona, saldan la conspiración con una cruenta batalla de tartas en las cocinas del palacio. Tras la cual, continúan la carrera hacía París, donde, en la recta final, Leslie y Fate se disputan el primer puesto mientras Maggie y Leslie, totalmente enamorados, no dejan de discutir durante todo el trayecto. Hasta que, ante la meta, Leslie decide demostrarle a Maggie que su amor es sincero, renunciando al triunfo. Pero Fate quiere vencer a Leslie a su manera… ¡Y nada más que a su manera!


       El film que nos ocupa es una de esas películas de carreras disparatadas, muy de moda en los sesenta —véase Aquéllos chalados en sus locos cacharros (1965) de Ken Annakin o El mundo está loco, loco, loco (1963) de Stanley Kramer—, en las que las peripecias de los participantes se suceden sin parar de principio a fin, con una rivalidad de fondo, que se hace cada vez más exacerbada a medida que los personajes se acercan a la meta final. La carrera de autos que recrea la película de Edwards se basa en la carrera automovilística de 1908, Nueva York - París, organizada por el periódico New York Times, que ganó el vehículo norteamericano Thomas Flyer. Este coche sirvió de inspiración para la construcción del Leslie Special, que conduce el Gran Leslie en la película, para cuyo rodaje, se realizaron cuatro modelos. Uno de ellos se volvería a utilizar en la película de Sam Peckinpah La balada de Cable Hogue (1970). Para el coche Hannibal Twin 8, del Profesor Fate, se necesitaron en total ocho modelos. Y tanto el Leslie Special como el Hannibal Twin 8 se pueden visitar en algún que otro museo norteamericano.


       Hay que señalar que este ambicioso film de Edwards no es apto para espectadores a los que no les guste el cine mudo o para aquéllos que detesten los dibujos animados, puesto que su comicidad se basa en ese humor físico (slapstick) tan propio de ambas disciplinas artísticas, donde los personajes son caricaturas exageradas de los estereotipos clásicos de ficción (el héroe, el villano, la sufragista fanática, el esbirro, el fiel ayudante, etc.). Estos personajes, casi planos, nunca se hacen daño, por muchos accidentes, explosiones o peleas en las que se vean envueltos y son personajes alocados, cuyos nombres y acciones suponen un símbolo del estereotipo que representan. Así, por ejemplo, el profesor Fate —Fate significa Destino, en españo —, parece destinado a fracasar frente al Gran Leslie, por ello, sus actos, que suelen ser malintencionados, ruines y tramposos, siempre acaban mal. Del mismo modo, el barón Rolfe von Stuppe —Stuppe significa estúpido en español— no puede menos que terminar su conspiración de una forma estúpida. Los villanos visten de negro riguroso, conducen un auto negro y son antipáticos, traicioneros y maleducados mientras que el bueno viste de un blanco tan inmaculado como el de su vehículo, posee un corazón leal, un carácter encantador y un atractivo irresistible. Y, por supuesto, todo le sale bien. La heroína del film es una mujer sufragista y, por tanto, todo lo que hace está relacionado con la liberación de la mujer, que constituye su tema favorito de conversación. Es una mujer obstinada, decidida, moderna y, como toda heroína cinematográfica que se precie, de gran belleza. Los personajes de la película son tan caricaturescos que terminaron convirtiéndose en auténticos dibujos animados, ya que La carrera del siglo inspiró la serie de dibujos animados Los autos locos (1968-1970), de la productora Hanna Barbera.


       La importancia de los personajes en este tipo de comedias exige una selección de actores ampliamente dotados para el humor y capaces de ejercer un gran control sobre sus cuerpos. Hay que decir que, en este sentido, el reparto elegido para la disparatada comedia de Edwards constituye uno de sus más grandes aciertos. La excelente vis cómica de Jack Lemmon, la sensibilidad interpretativa de Natalie Wood, la galanura de Tony Curtis, la despistada naturalidad de Peter Falk y la cómica seriedad de Keenan Wynn hacen de esta comedia algo muy superior a un simple divertimento.


       Jack Lemmon asume un doble rol en esta trepidante historia; por una parte, encarna al Profesor Fate, villano del film —que se hace llamar a sí mismo «el magnífico»— y por otra, interpreta al infantil y borrachuzo príncipe Frederick Hoepnick, en la parodia que Edwards incluyó, dentro de la película, del clásico de aventuras El prisionero de Zenda. Encarnando al profesor Fate, Lemmon brilla con luz propia, logrando crear un malhumorado canalla, a medio camino entre el Coyote de la serie de dibujos animados El Correcaminos y el Coyote (1949), de la Warner Brothers, y Los hermanos Malasombra del programa infantil español Los Chiripitifláuticos (1966-1970). El único objetivo de Fate en la vida es superar al Gran Leslie y su manera de hacerlo es haciendo trampas. Sin embargo, a pesar de su carácter fullero, posee una dignidad que le impide aceptar una victoria, que no se haya ganado él saboteando a su rival. En su rol de príncipe Frederick, volvemos a encontrar al histriónico Lemmon que interpretaba a Daphne en Con faldas y a lo loco (1959) de Billy Wilder. Lo mismo que la locuela y risueña Daphne, el príncipe se ríe sin parar, habla con una voz estúpida y se mueve y corretea de la misma forma amanerada en que lo hacía ella. Por su trabajo en la película, Jack Lemmon fue candidato al Globo de oro al mejor actor e inspiraría uno de los malos de animación más inolvidables para los niños de nuestra generación, el malo malísimo Pierre Nodoyuna (Entiéndase, “No doy una”), que ve fracasar todas sus artimañas, lo mismo que Fate.



       Tony Curtis compone el personaje del Gran Leslie basándose en las cualidades que todo héroe de aventuras debe poseer, honestidad intachable, carácter afable, cuerpo atlético, encanto con la prensa, irresistible para las mujeres y cariñoso con los niños. Y, precisamente, la comicidad del personaje se logra al parodiar estas cualidades, exagerándolas; por ejemplo, Edwards subrayó su sonrisa perfecta añadiéndole un brillo artificial a sus blanquísimos dientes; caricaturizó su atractivo haciendo que, allá donde fuere, las mujeres se arrojaran a sus brazos para besarle y, por último, logró dar al personaje una identidad de ángel celestial, gracias a que el blanco inmaculado de su ropa, siempre permanecía inexplicablemente intacto, pasase lo que pasase. La versión de Leslie en Los autos locos sería Pedro Bello, un tipo muy cursi y algo repelente. Curtis cumplía todos los requisitos para asumir el personaje del Gran Leslie en la película —en la que se incluía un guiño al personaje que Curtis encarnó, diez años antes, en El gran Houdini (1953) dirigida por George Marshall— y el actor lo hizo a la perfección. La química entre Curtis y Natalie Wood, que ya había quedado más que demostrada en Cenizas bajo el sol (1958) de Delmer Davis y en La pícara soltera (1964) de Richard Quine, fue de lo más divertida en el film de Edwards, donde ambos formaban una pareja cómica, que resultaba romántica y sexi incluso cuando no dejaban de discutir.

       El personaje de Natalie Wood, la intrépida Maggie Dubois, es el único de estos estereotipados personajes que posee unas cuantas aristas. Maggie es la caricatura de una heroína sufragista, lo que se consigue en el film ridiculizando el movimiento sufragista y, por ende, a las sufragistas, a las que se representa como a fanáticas feministas que esgrimen argumentos absurdos para defender sus derechos y que, sin embargo, no dudan en usar sus armas de mujer para manipular a los hombres.

       «Maggie: Bien, ¿en qué está usted pensando? Vamos, no hay nada que un hombre y una mujer no puedan decirse si son civilizados, juiciosos y emancipados.
       Sr. Goodbody: ¿Nada?
       Maggie: No se atreve usted a hablar de eso y ese es el problema. Las mujeres han de emanciparse para poder emancipar a los hombres. Y para que ellos puedan emanciparse el uno del otro y de sus prejuicios.»


       Pero Maggie es mucho más que una feminista ridícula, es una mujer temperamental, inmune al desaliento, una mujer capaz de cualquier cosa para conseguir su objetivo y, al mismo tiempo, una mujer coqueta y encantadora, cuando le interesa. Y por si todo eso fuera poco, Maggie es tramposa, traicionera, celosa y vengativa. Es una heroína de aventuras como pocas, peligrosa, dulce, valiente y siempre, siempre, pase lo que pase, maravillosa. El mismo Hezequiah, que no se fía de ella, termina cogiéndole cariño y aceptando su compañía, después de verla interponerse entre él y el hierro candente de su torturador, entonando con valor el himno americano. Quizás por todo ello, pese a que el film se tomara a broma el tema de las sufragistas —como si fuera un chiste que las mujeres quisieran votar—, al final, la sufragista vence al héroe, consiguiendo que renuncie a todo por ella y demostrando que las mujeres son capaces de conseguir todo lo que se propongan. 

       Natalie Wood da vida a esta resuelta feminista con una gracia, cargante en algunos momentos y desternillante en otros, y con un absoluto dominio de su expresión corporal a lo largo de todas y cada unas de las secuencias de este extenso largometraje, algo imprescindible cuando se interpreta un personaje cómico en un film que pretende ser un homenaje al cine mudo.

      Hay que mencionar también la inestimable importancia, en la trama, de los dos fieles ayudantes de los rivales del film; el mencionado Hezequiah, interpretado por el eficiente Keenan Wynn, y el esbirro de Fate, Max, al que da vida el gran Peter Falk. La complicidad entre héroe y mecánico y entre villano y esbirro viene a ser de la misma naturaleza, una relación basada en la lealtad, la admiración y la confabulación más descabellada. Tan compenetrados están Leslie y Fate con sus respectivos ayudantes que la camaradería llega a rozar lo conyugal cuando ambas «parejas» discuten lo mismo que lo haría un matrimonio.


      «Revisor: Si no firma, no se le dará la gasolina, Srta. 
       Maggie: Bien, Sr. Leslie, usted desea continuar la carrera y yo también. ¿Me lleva hasta la costa del Oeste?
       Hezequiah: ¡Si ella va con usted, yo me quedo!
       Leslie: ¡Hezequiah!...»

       O cuando presumen de conocer al otro como lo haría un matrimonio:

       «Max: Profesor, ya es hora de levantarse. Vamos, profesor, levántese y sonría.
       Fate: ¿Que me levante y sonría?
       Max: Son las siete y media.
       Fate: ¡Entonces, levántate tú y sonríe tú!
       Max: Siempre está así por la mañana.
       Fate: ¡No estoy así siempre por las mañanas! ¡Da la casualidad de que, esta mañana, tengo la cabeza muy espesa!»


       Hay una escena, al final de la película, que nos hace sospechar que la devoción de Max por el profesor pudiera esconder algo más que camaradería, me refiero a aquélla en la que el ramo de novia de Maggie cae en manos de Max y éste, muy ilusionado, se vuelve con una sonrisa hacia el profesor, que, malhumorado, le amenaza con el codo.

       El guión de Blake Edwards y Arthur A. Ross posee un humor, eminentemente, clásico, basado en situaciones cómicas demasiado previsibles quizás, pero que nos hacen reír a carcajadas, porque es un humor cuya comicidad no reside en lo inesperado, sino en la forma en que se cumplen las expectativas que se abren en el público. Lo gracioso no es lo que ocurre, sino cómo ocurre. Tengamos en cuenta que los gags de las comedias del cine mudo se han convertido, a lo largo de los años y gracias a los dibujos animados, en parte del imaginario colectivo de los espectadores de todo el mundo. Lo que Edwards persigue en este proyecto no es sorprender con nuevos gags —aunque también los hay— sino homenajear los gags clásicos que han hecho reír a generaciones enteras, esos mismos gags que ayudaron al propio realizador a soportar una infancia difícil: «Descubrí que la única forma de subsistir era buscar el lado cómico de la tragedia».

       Para Edwards la comedia tenía el poder de mantener la salud mental en un mundo disparatado, y eso es lo que nos presenta en esta historia, un mundo loco y absurdo, con personajes irracionales que se comportan de la forma menos razonable posible, ya sea en el lejano Oeste, en Alaska o en un país inventado de la vieja Europa. Y dentro de toda esta locura, dos jóvenes se enamoran y son capaces de mantener la cordura suficiente como para darse cuenta de que, a pesar de sus diferencias, lo que está pasando entre ellos es la mejor de todas las aventuras.


       En La carrera del siglo encontramos una miscelánea de secuencias en las que se parodian distintos géneros cinematográficos, destacando dos de estas parodias por encima de las demás. Una de ellas es la secuencia de la pelea en el salón de la ciudad de Boracho, parodia del western que nos recuerda la que ya hiciera, al estilo español, Berlanga en su Bienvenido Mr. Marshall (1953). La parodia de Edwards al western cuenta con todos los elementos propios del género, el pistolero, la cantante ligera de cascos, el sheriff, la pelea en el salón, el duelo entre el héroe y el pistolero, la tendencia de los ciudadanos a linchar forasteros y el ataque de los indios. A propósito de los indios, hay que mencionar que protagonizan un gag desternillante, basado en el gag clásico de hacer que algo parezca lo que no es, para luego sorprender al espectador: Fate y Max son perseguidos por los indios cuando están a punto de entrar en Boracho, por lo que irrumpen en la ciudad alertando a la población a grito pelado:


       «Max: ¡Indios!
       Fate: ¡Salvajes!
       Alcalde: ¡Bienvenidos a Boracho!
       Fate: Gracias. Los indios les van a atacar de un momento a otro.
       Max: ¡Nos están persiguiendo! ¡Un grupo de indios nos atacan! ¡Nos atacan!
       (El alcalde y todos los ciudadanos se parten de risa)
       Fate: ¿De qué se ríe?
       Alcalde (Riéndose): Los que han visto ustedes son el sheriff y algunos de sus hombres disfrazados de indios. Han salido a darles la bienvenida.»

       Otra de las parodias destacables del film es la dedicada a la mítica película de aventuras de Richard Thorpe, El prisionero de Zenda (1958), remake de la película homónima de 1937, dirigida por John Cromwell. Edwards caricaturiza esta historia dando rienda suelta al alocado y magistral histrionismo de Jack Lemmon, por un lado, y recreando, por otro, de forma humorística las escenas más recordadas del famoso film, tales como la secuencia del duelo de espadas entre el barón y Leslie, claro homenaje al icónico duelo entre Stewart Granger y James Mason en el film de Thorpe, que terminaba con Mason arrojándose al agua desde una almena del castillo. Edwards también arroja al barón von Stuppe de la almena, pero, en lugar de hacerlo caer al agua, lo estrella contra la barca que lo estaba esperando abajo. Edwards finaliza la parodia de El prisionero de Zenda con un broche final, al más puro estilo del cine mudo, una gran batalla de tartas, en las cocinas del palacio real. Durante el rodaje de esta apoteosis de tartazos, que duró varios días, los actores tuvieron que sufrir en sus carnes —y lo que es peor en sus caras— la repetición de esta irritante practica, que resulta harto divertida para el que la contempla, pero molesta e incluso humillante para el que la recibe. Al final del rodaje, sin embargo, pudieron resarcirse de este calvario, acribillando a Blake Edwards a traición, con numerosas tartas, reservadas, para este propósito, por el equipo.


       Además de estas dos grandes parodias, el film contiene algunos homenajes dignos de mención. Uno de ellos, tiene lugar en Alaska cuando los autos quedan atrapados en la nieve, en medio de una ventisca, y un oso se refugia en el coche de Fate. Claro homenaje al episodio del oso que se cuela en la cabaña en La quimera del oro (1925) de Chaplin. El film también contiene un pequeño homenaje a El fantasma de la ópera en la escena en que Fate está interpretando, al órgano, la Tocata y fuga en re menor de Bach y cuando Max lo llama para cenar, se levanta y el órgano sigue tocando solo.

       Pero el homenaje más entrañable de todos es el dedicado a Laurel y Hardy, en las personas de Fate y Max. Homenaje que no podía faltar, puesto que Edwards les dedica su película. Max, con su despiste, su sumisión, su forma de meter la pata y su irritante machaconería a la hora de expresar sus opiniones, representa la personalidad, inolvidablemente, cómica del gran Stan Laurel. Asimismo, la malhumorada forma de hablar de Fate, sus cara de circunstancia cuando Max mete la pata o dice tonterías— o su forma de darle un puñetazo en la cabeza, aplastándole el sombrero, cada vez que le saca de quicio, son claras alusiones a Oliver Hardy. Fate y Max son personajes diferentes a Laurel y Hardy, es cierto, pero la relación entre ambos, sus diálogos de besugo y las reacciones de cada uno ante las molestas conductas del otro, es la misma. Fate y Max no pueden pasar el uno sin el otro, pero todo el tiempo discuten y se agreden, lo mismo que Laurel y Hardy.

       «Max: El cielo está rojo.
       Fate: ¿Y qué?
       Max: Va a haber tormenta.
       Fate: Pero ¿de qué estás hablando?
       Max: Si el cielo está rojo, marino abre el ojo.
       Fate: No seas cabezota. ¿Sabes las posibilidades de tormenta que hay en esta parte del océano, en esta época del año?
       Max: No, ¿cuántas?
       Fate: Una contra cien (Suena un trueno y estalla una tormenta).»

       Hay una escena en el film que contiene un momento muy Laurel y Hardy, y muy del gusto de los hermanos Cohen, en la que el profesor y Max, montados en un cohete, surcan el cielo a toda velocidad; de repente, el cohete se para en seco, Fate y Max miran a cámara, se abrazan y, gritando como posesos, caen empicados.


       La amistad y relación profesional entre Henry Mancini y Blake Edwards ha sido una de las más envidiadas y admiradas, entre compositor y realizador, dentro del mundo del cine. Su colaboración, a lo largo de los años, ha dado lugar a auténticas obras de arte cinematográficas, en las que música e imagen se funden a la perfección. La carrera del siglo es una de ellas. Su banda sonora es una heterogénea y divertida mezcla de estilos musicales, que van desde el jazz, el pop y la música clásica, hasta el vals «The Sweetheart Tree», interpretado por Natalie Wood con la voz de Jackie Ward, que fue nominado al Oscar a la mejor canción, y candidato al Globo de oro y al Golden Laurel. También la bonita fotografía en color de Russell Harlan fue candidata al Oscar, así como el montaje de Ralph E. Winters y el sonido de George Groves; pero el film sólo fue premiado con el Oscar a los mejores efectos de sonido para Treg Brown. Aún así, la gran labor de realización de Blake Edwards fue reconocida con una nominación al mejor director en el Festival Internacional de Cine de Moscú. Y el guionista Arthur A. Ross obtuvo también su reconocimiento siendo candidato al mejor escritor estadounidense de comedias en los Premios WGA por este film.

       A principios del siglo XIX, época en la que se ambienta la película, los espectáculos de acrobacias realizados al aire libre ejercían una gran fascinación sobre la gente, hasta el punto de convertir a los hombres que las ejecutaban en auténticos héroes del pueblo. El protagonista de la comedia es uno de estos hombres, acróbatas, atletas, escapistas o lo que fueran, ídolos de masas, a los que se les concedía apelativos grandilocuentes que le definían como hombres extraordinarios, capaces de las hazañas más peligrosas y de mayor dificultad.

       «Príncipe: ¿Por qué le llaman el Gran Leslie, Sr. Leslie?
       Leslie: El Gran es un título que, en mi país, se estila para espectáculos públicos o una definición que se concede a los hombres que murieron mucho antes de que les fuera concedido. Yo soy simplemente Leslie y vuestro humilde servidor, alteza.»
       
       Este tipo de hombres, como es natural, despertaban la rivalidad de aquéllos que aspiraban a superar sus proezas y la envidia corrosiva de los que no lo conseguían. El profesor Fate representa al mayor de todos estos envidiosos, que al compararse con el Gran Leslie, sufre la frustración y el dolor del fracaso más espantoso. Según Unamuno, «La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.» De este modo, si lo que empujaba al Coyote a perseguir al Correcaminos era el hambre, podemos afirmar que a Fate le ocurre lo mismo, sólo que su hambre es de una naturaleza más visceral. Edwards aborda el controvertido tema de la envidia a través del sarcasmo y nos hace reír con los continuos fracasos del profesor, porque, como Fate, todos hemos sentimos, en alguna ocasión, cierta envidia al contemplar como otros disfrutan de aquello que nuestro corazón anhela. La comicidad del personaje de Fate reside, precisamente, en la exagerada encarnación de la envidia llevada hasta los límites más destructivos. Fate es un ser amargado, que está tan obsesionado con las cualidades del Gran Leslie, que es incapaz de apreciar sus propias cualidades o de aceptar sus limitaciones.

       «Fate: ¡Ha hecho trampas! ¡Ha hecho trampas! ¡Lo he oído! ¡Me niego a aceptar el trofeo! ¡No quiero ganar de ninguna otra forma más que de la mía! ¡Ha arruinado mi reputación! ¡¿Me oye?! ¡Le odio! ¡Con su cabello siempre tan bien peinado y su traje tan blanco y su coche siempre tan limpio…!»

       Fate desea el fracaso del Gran Leslie, por encima de su propio éxito, para él no es suficiente ganar la carrera, lo que quiere es ver a Leslie humillado, pero si dejara de compararse con Leslie, valoraría sus propias cualidades y se daría cuenta de que, mientras Leslie se limita a conducir el auto que otros han creado, él ha sido capaz de fabricar un automóvil, cargado con múltiples artilugios con los que hacer frente a todos los posibles obstáculos que puedan surgir a lo largo de la carrera.

       «Fate: La naturaleza nos será adversa, pero la venceremos. Los bandidos y ladrones de todas las naciones pueden hostigarnos, pero estamos preparados. ¡Los haremos volar en mil pedazos! ¡Bordearemos la nieve, volaremos, cañonearemos, seremos invencibles!»

       Como vemos, Edwards —al tiempo que nos alecciona para que sepamos valorar el amor por encima de todos los demás logros— nos alerta del peligro que supone dejarnos arrastrar por la envidia, con el fin de destruir a la persona que envidiamos, porque, al final, sólo conseguiremos nuestra propia destrucción.

sábado, 31 de octubre de 2020

SAKSMANÍA 2

“LA EXTRAÑA PAREJA” (1968) de Gene Saks
        

       El periodista deportivo Oscar Madison (Walter Matthau), divorciado desde hace 
unos seis meses, acoge en su apartamento a su amigo Félix Unger (Jack Lemmon), redactor de noticias, cuando éste intenta quitarse la vida, después de que su mujer le eche de casa. Oscar no tardará en descubrir que su amigo Félix tiene un montón de manías que le irritan profundamente y que interfieren en su rutina diaria de una forma insoportable. Félix es un maniático de la limpieza y el orden, y está obsesionado con la cocina mientras que Oscar es sucio y desordenado, y la buena comida le importa un bledo. A pesar de todo, Oscar trata de sobrellevar las diferencias con su amigo, tratando de entretenerse con él. Sin embargo, no tarda en descubrir que Félix es un “pupas” que no para de lastimarse, además de un aguafiestas, que siempre termina fastidiando cualquier intento, por parte de Oscar, de divertirse —incluidas las tradicionales partidas semanales de póker con los amigos—. La difícil relación llega al límite cuando Oscar, que hace tiempo que no se relaciona con mujeres, propone a Félix cenar con un par de hermanas inglesas muy simpáticas, que viven en su mismo edificio. Al principio, Félix se niega porque sigue enamorado de su mujer; pero Oscar logra convencerle y Félix se ofrece a preparar la cena en casa. La noche con las chicas empieza mal, cuando Oscar llega un poco tarde y Félix se enoja, temiendo que la comida se eche a perder. Cuando las chicas llegan, Félix apenas participa en la conversación y cuando lo hace mete la pata hablando del tiempo. Al final, aunque Oscar y las chicas —conocidas como las hermanas periquito, por ser muy habladoras— bromean y ríen tratando de pasarlo bien, Félix termina convirtiendo la velada en un melodrama poniéndose a hablar de su divorcio y de su amada familia; pero, por increíble que parezca, a ellas les encanta el lacrimógeno sentimentalismo de Félix, de manera que, cuando la cena se quema en el horno, ellas les invitan a su apartamento a cenar. Oscar se entusiasma ante la prometedora idea de subir a casa de las chicas, pero, en el último momento, Félix se niega a acompañarlo y, tras pelearse con él, tratando de convencerlo, Oscar sube solo, sabiendo que, siendo tres, la cosa no prosperará. A partir del momento en el que Félix le arruina la oportunidad de ligar con alguna de las chicas, Oscar le declara la guerra a su amigo y le pide que no salga de su habitación, pero el tocapelotas de Félix lo provoca hasta hacerlo estallar y cuando estalla, Oscar, que ya no puede más, lo expulsa del apartamento. Antes de irse, Félix le echa una especie de maldición, haciéndole responsable de lo que pudiera ocurrirle. Algo que deja muy preocupado a Oscar, después de que sus amigos de póker le atormenten con la idea de que Félix pudiera quitarse la vida.

       En esta segunda película, Gene Saks continúa profundizando en las infinitas dificultades de las relaciones humanas, trasladando el problema de la convivencia, de una pareja romántica —examinada por el director en “Descalzos por el parque”— a la convivencia entre un par de amigos divorciados, que comienzan a vivir juntos para hacerse compañía y ahorrar gastos. Con esta comedia, Saks parece querer transmitirnos la idea de que la vida en común es dura para todos los seres humanos, no sólo para las parejas. Y que dos personas que comparten domicilio, tarde o temprano, terminan comportándose lo mismo que un matrimonio; pero eso sí, sin la válvula de escape que supone el vínculo amoroso y sexual.


       El guión parte de la obra teatral del mismo nombre escrita por Neil Simon, obra estrenada en Broadway en 1965 y ganadora del premio Tony al mejor autor. Simon, al escribir el guión, se inspiró para la trama en la experiencia personal de Mel Brooks, que compartió piso con un amigo tras su divorcio. El éxito de “La extraña pareja” daría lugar en los años setenta a una comedia de situación emitida por televisión, dirigida por Mike Nichols e interpretada por Tony Randall y Jack Klugman. Y en 1998, treinta años después, Howard Deutch dirigiría la secuela de esta película de Gene Saks, bajo el título de “La extraña pareja, otra vez”, también con guión de Neil Simon y con Matthau y Lemmon repitiendo protagonismo.

       La banda sonora del film corre a cargo de Neal Hefti, que compuso una música, juguetona y sugerente, que Saks empleó, en la obertura de la película, como gag para poner de manifiesto lo absurdo de los ambientes psicodélico - eróticos de la vida nocturna de la ciudad de Nueva York, en los años sesenta, en los que Félix se siente abrumado y fuera de lugar.

       “La extraña pareja” es una comedia de personajes, en la que se establece una verdadera guerra emocional entre dos personas con formas de ser cómicamente contrapuestas, que al convivir en el mismo domicilio, terminan creando un infierno el uno para el otro. Oscar es un tipo desordenado, desaliñado y despreocupado mientras que Félix es metódico, limpio y miedoso. A los dos les une una verdadera amistad y les separan sus irreconciliables modos de ser y de concebir la vida. Oscar siempre hace y dice lo primero que se le ocurre, sin importarle lo que opinen los demás, mientras que Félix trata de ser siempre correcto en todo momento.


       “Oscar: ¿Por qué has de controlar siempre todas tus reacciones? Déjate llevar por tus impulsos. Haz lo que tú tengas ganas de hacer y no lo que supones que debes hacer. ¡Deja de controlarte siempre, Félix! ¡Suéltate, emborráchate, enfádate!”

       Walter Matthau vuelve a interpretar en el film de Gene Saks a Oscar Madison, personaje que ya encarnó en Broadway, un papel que parece hecho a su medida. “Un sujeto insociable, trapisondista e irresponsable”, en palabras de Félix, y un personaje mordazmente cómico. Las réplicas más ingeniosas y graciosas del guión siempre son las suyas, réplicas que Matthau supo acompañar de gestos oportunamente contenidos y cómicos. Pero este personaje difiere de los que Matthau solía interpretar en que es, a pesar de las apariencias, una buena persona. Algo que su amigo Félix es capaz de valorar incluso en mitad de una de sus peores peleas:

       “Oscar: ¡Si tienes algo guardado en el buche, te agradeceré que los sueltes de una vez!
       Félix: ¡De acuerdo! ¡Tú lo has querido! Eres un tipo maravilloso, Oscar. Y has hecho mucho por mí. De no intervenir tú, yo no sé cómo habría terminado. Me acogiste en tu casa, me diste un sitio donde vivir y me animaste a seguir viviendo. Y eso no podré olvidarlo nunca, Oscar. Has sido un hermano para mí.
       Oscar: Si ya lo has dicho todo, se me ha pasado algo por alto.”


       Pero la virtud de Oscar que le hace verdaderamente grande es su capacidad de comprensión. Oscar es tan tolerante con los demás como lo es consigo mismo, parece ser capaz de entender cualquier debilidad humana por irritante que resulte, pero al mismo tiempo hace gala de un despiadado egoísmo socarrón que le da esa apariencia de mala persona, sin serlo en realidad.

       “Oscar: … yo leo y tú hablas; intento trabajar y tú hablas; me voy a dormir y tú hablas. Has organizado muy bien tu vida, pero yo necesito un poco de distracción.
       Félix: ¿Insinúas que hablo demasiado?
       Oscar: Bah, no te lo reprocho, tienes muchas cosas que decir. Lo que me preocupa es que empiezo a escucharte.”

       Por el contrario, el personaje encarnado por Jack Lemmon es un hombre, aparentemente sensible y bueno, pero consigue sacar de quicio a todo el mundo con su pesadez, sus constantes manías y su llorón victimismo. Félix busca, todo el tiempo, la compasión de los demás y, cuando la gente se cansa de él, se las ingenia para que terminen sintiéndose culpables. ¡Es irritante su forma de manipular! Y por ello, el público empatiza con el sufrido Oscar, hasta el punto de que cuando éste pierde la paciencia y estalla, el público lo celebra, desternillándose de risa.

       “Oscar: Hazme un favor, ¿quieres, Félix? Acomódate en la cocina, vive con tus botes, tus sartenes, tus cacillos y termómetros, y cuando quieras salir, toca una campanilla y me esconderé en el cuarto de baño. Te lo ruego, Félix, te lo pido por nuestra amistad, quítate de mi vista.
       Félix: Oscar, anda por encima de los papeles que acabo de fregar el suelo.
(Oscar se vuelve hacia él con cara de loco y le persigue) ¿Qué te pasa ahora, Oscar? ¡Oscar! ¡Oscar! ¡Haz el favor de calmarte!
       Oscar: ¡No puedo más! ¡Este es el día en que te voy a matar!...”


       Félix se pasa la vida compadeciéndose de sí mismo, pero es incapaz de 
compadecerse de nadie, él siempre es la víctima y los demás son los “malos”.

       “Félix: Es que es algo insoportable, es que… me odio a mí mismo. No sabes cómo me odio.
       Oscar: Bah, no te odias, te adoras. Te figuras que tú eres el único que tiene problemas.
       Félix: Creí que eras amigo mío.
       Oscar: Lo soy, por eso te hablo así, porque te quiero casi tanto como tú a ti mismo.”

       Y no es que Félix sea mala persona, es que no puede evitar ser un pelmazo aguafiestas o, como dice Oscar, un chiflado. Incluso se lo certificó un psicólogo:

       “Félix: … no puedo evitarlo, pongo frenético a todo el mundo. Un consejero matrimonial me echó de su despacho y puso en mi ficha: lunático.”

       Jack Lemmon recrea con tanto acierto a este sujeto cargante y lleno de manías que logra resultarnos insoportable a todos y a cada uno de los espectadores que visionamos el film. Félix Unger es un auténtico plasta y alguien que siempre persigue sus objetivos, aunque no lo aparente, como señala Speed (uno de los cuatro amigos que acostumbran a jugar con ellos al póker):

       “Speed: ¿Qué os decía yo? Es un matalascallando.”


       Este grupo de amigos que se reúnen los viernes para jugar al póker en casa de Oscar constituye uno de los aciertos humorísticos más notables del film. Después del mítico dúo cómico formado por Lemmon – Matthau, los amigos del póker representan la segunda herramienta cómica de la trama. Esta singular pandilla, integrada por magníficos actores secundarios, apoya la acción de la trama principal, actuando de testigos objetivos de la convivencia de los dos amigos e interviniendo en ella cuando se tercia. El amable y sonriente Vinnie (John Fiedler), que siempre tiene que irse temprano, para madrugar y salir de viaje con su mujer; el irascible Speed (Larry Haines), siempre con un puro en la boca, que se queja constantemente de lo que hacen o dicen los demás; el responsable Murray (Herb Edelman), que no puede dejar de actuar como policía ni un solo segundo y, por último, el circunspecto Roy (David Sheiner), especialmente sensible a los ambientes cargados y los malos olores. Todo el conjunto de compañeros de póker forman un variopinto abanico de tipos cómicos que aportan humor a las pocas secuencias en las que aparecen, dando un gran dinamismo a los diálogos, pisándose los unos a los otros al hablar y, en ocasiones, hablando todos a la vez, creando un alboroto de lo más divertido. Tal es el caso de la secuencia en la que temiendo que Félix se quite la vida, tratan de impedirlo, todos juntos, protagonizando una escena de auténtico slapstick, en la que destaca el gag en el que entran todos en la habitación en la que Félix se ha encerrado y no encuentran a Félix por ninguna parte, hasta que se dan cuenta de que lo han aplastado con la puerta al entrar.

       Todos ellos forman, junto a Oscar, un grupo de típicos hombres norteamericanos 
fumando, bebiendo y pasándoselo en grande midiéndose con sus compañeros de juego, para evadirse de las preocupaciones familiares y laborales y sentirse libres, al menos un día a la semana. Hasta que Félix se separa y les arruina las partidas de póker con sus manías de “amo de casa”, que restan romanticismo al, tan deseado, ambiente tahúr de estas reuniones.

       “Roy: No sé… ¿A qué huele? ¿A desinfectante?... ¡Ha lavado las cartas!... Yo me largo de aquí. Esto ya no lo soporto.
       Oscar: Un momento, Roy, ¿adónde vas?
       Roy: He estado respirando aire purificado y amoniaco durante tres horas, mi naturaleza no está preparada para jugar así al póker.”


       La trama circular de la película empieza y termina con dos secuencias similares en las que esta pandilla de póker tiene gran protagonismo: Oscar está en su casa con todo el grupo y todos están preocupados por Félix, temiendo que vaya a quitarse la vida; hasta que éste se presenta en el apartamento y todos se ponen a disimular, haciendo como que juegan a las cartas como si no ocurriera nada. La situación es la misma, lo único que varía es que al principio el problema de Félix es que su mujer lo ha echado de casa mientras que, al final, es Oscar quien lo ha echado de su apartamento.



       La presencia femenina en la película recae sobre otro inolvidable dúo cómico, el formado por las hermanas Pigeon (que significa paloma en español), Cecily y Gwendolyn, dos chicas inglesas muy animadas, cuya comicidad se basa en la simplicidad intelectual de ambas y la frivolidad, algo picantona, de sus conversaciones. Una de ellas es divorciada y la otra viuda y no tienen ningún reparo a la hora de demostrar su interés por el sexo opuesto. Lo que alimenta, de inmediato, las expectativas de ligue de Oscar; que el sosaina de Félix no tardará en echar a perder con su manía de lloriquear y de hablar de forma lastimera de su ex mujer. La dos alegres y chispeantes chicas terminan llorando sobre el hombro de Félix, al que, para desesperación de Oscar, terminan considerando un hombre sensible y maravilloso. Interpretadas por las actrices Carole Shelley (Gwendolyn) y Monica Evans (Cecily) —ambas inglesas, como sus personajes, y ambas con la experiencia de haber interpretado en Broadway estos mismos personajes—, las hermanas periquito constituyen una representación de ese tipo de muchachas modernas, trabajadoras y alegres, que no han tenido éxito en sus matrimonios y ya sólo esperan de los hombres pasar un buen rato. Las dos actrices, de asombroso parecido físico, realizan una excelente interpretación cómica de estas chicas, siendo lo más destacable, la gran compenetración y complicidad entre ellas, con la que logran crear la ilusión de que son verdaderamente hermanas. Otro de sus logros lo constituyen, esas risas traviesas, tan contagiosas y tan chispeantes, que hacen sonreír al espectador, lo mismo que al pobre Oscar, hambriento de cariño. Estas hermanas serán el detonante que hará estallar al sufrido Oscar —al que Félix está destrozando lenta y machaconamente con sus manías—, cuando éste se niegue a acompañarle a casa de las chicas.

       “Oscar: Félix, Félix… pero si esas chicas están locas por ti, locas, te lo aseguro, me lo han confesado. Una de ellas quiere estrecharte amorosamente en sus brazos. Tienes más suerte que yo. Vamos, coge el cubo de hielo.
       Félix: ¿No lo comprendes? Lloraría y no quiero llorar delante de mujeres.
       Oscar: Eso les ha encantado, si hasta yo pienso echarme a llorar.”


       Desde el momento en que Félix le arruina a Oscar la oportunidad de ligar con una de las chicas periquito, se desata entre ambos amigos un mudo enfrentamiento, en el que no paran de hacerse la puñeta el uno al otro. Resulta tronchante el gag en el que Félix está pasando la aspiradora y Oscar la desenchufa, así que, Félix se lleva la aspiradora a la cocina arrastrando el cable tras de sí, entonces, Oscar pisa el cable y Félix lo ve y, con la intención de hacerle caer, se enrolla el cable en el brazo, preparándose para dar un fuerte tirón, pero, justo cuando lo da, Oscar levanta el pie y se oye a Félix caer rompiendo platos y derribando cacharos por el suelo.

       Tras la guerra silenciosa, a la que por supuesto el charlatán de Félix pondrá fin, llega la guerra dialéctica, en la que Oscar dará rienda suelta a todo lo que ha estado callando; en esta secuencia Simon supo resumir en una sola frase lo que sentimos todos cuando ya no soportamos a alguien que ha agotado nuestra paciencia:

       “Oscar: Estoy deshecho, no puedo aguantar más, todo lo que tú haces me irrita, y cuando no estás, me irrita imaginar lo que harás cuando vengas.”

       Esta gran guerra, que constituye el clímax del desarrollo del film, es una explosión de sinceridad por parte de ambos personajes, de tal calibre y pasión desatada, que pone de manifiesto, de forma hilarante, la absoluta incompatibilidad de caracteres existentes entre Félix y Oscar. Y una vez desatado el infierno, no hay vuelta atrás, la ruptura es inminente. Los dos personajes son inmaduros, egoístas, difíciles para la convivencia y, cada uno a su manera, algo chiflados.

       “Félix: Estás loco. Yo soy un neurótico, pero tú estás loco.
       Oscar: ¿Conque estoy loco? Es muy gracioso que lo diga un chiflado como tú.”


       Los dos lo saben, saben las razones por las que sus esposas les abandonaron, pero no han hecho el esfuerzo de cambiar, por eso, han reproducido, al convivir juntos, los mismos errores que cometieron con sus mujeres. Tal vez, esa sea la razón por la que Félix suele equivocarse llamando a Oscar por el nombre de su ex mujer o por la que Oscar llama con el nombre de su mujer a la de Félix. Al menos, algo han aprendido de su fallido intento de compartir apartamento, han aprendido que deben hacer un esfuerzo por cambiar. Oscar debe ser menos caradura, más aseado y más responsable en el cumplimiento de sus obligaciones y Félix debe dejar de ser tan pelmazo y olvidarse ya de su mujer para mirar hacia el futuro. De toda relación humana se aprende algo y se sacan cosas buenas y malas.


       El ser humano está programado genéticamente para interactuar con los demás y, 
si esto no sucede demasiado a menudo, es normal que se experimenten ciertas emociones de intranquilidad y desasosiego. El miedo a la soledad es un temor ancestral, que nos hace tomar decisiones erróneas que, en el fondo, sabemos que son contrarias a nuestras aspiraciones, motivaciones y deseos. Es lo que les sucede a estos dos amigos cuando deciden vivir juntos. Oscar se siente “aislado, aburrido y desalentado” viviendo solo en su gran apartamento, de manera que, cuando Félix se separa y le confía que no se siente capaz de vivir solo, Oscar cree que puede ser una buena idea, para los dos, compartir apartamento. Así que, obviando la evidente diferencia de caracteres existente entre los dos y desoyendo la sincera advertencia del propio Félix, decide ponerla en práctica.

       “Oscar: Quiero que te vengas aquí.
       Félix: Pero si soy la peste.
       Oscar: Ya lo sé, no hace falta que lo digas.
       Félix: ¿Y por qué quieres que venga?
       Oscar: Por la sencilla razón de que también a mí me fastidia vivir solo.”



       Las consecuencias de esta precipitada, y generosa, decisión dan lugar a una serie de situaciones cómicas, de lo más dramáticas para los personajes, que estarán a punto de acabar con la amistad de ambos y con la salud mental del pobre Oscar. Sin embargo, aunque la convivencia fracasa, la amistad sobrevive. El problema entre Oscar y Félix se produce a causa de que cada uno de ellos cuestiona el sistema de creencias y valores del otro. La manía de controlarlo todo de Félix (la limpieza, la cocina, la salud, los gastos…) irrita a Oscar porque cuestiona su creencia de que un hombre debe hacer siempre lo que le apetezca y no lo que se supone que debe hacer. Y a su vez, la despreocupación y relajación en la que vive Oscar, molesta a Félix porque cuestiona su creencia de que hay que llevar una vida ordenada y cumplir con las obligaciones en todo momento. Ambas posturas son válidas al mismo tiempo, porque, aunque opuestas, forman parte de la  misma realidad que es la vida. Hay que aceptar la polaridad del universo, para poder aceptar a los demás y aceptarnos a nosotros mismos tal como somos. Este aprendizaje lo proporciona el infierno de la convivencia, y es por esto que la amistad entre Oscar y Félix perdura más allá de la batalla librada.