jueves, 28 de enero de 2021

DONENMANÍA 2

“PÁGINA EN BLANCO” (1960) de Stanley Donen
    

       
Los condes de Rhyall, Víctor (Cary Grant) y Hilary (Deborah Kerr), aristócratas ingleses venidos a menos, se ven obligados a abrir al público parte de su palacio, situado en una población cercana a Londres, para poder mantener sus propiedades. Durante una de estas visitas turísticas, un turista norteamericano, Charles Delacro (Robert Mitchum), se cuela en las habitaciones privadas de la familia y queda prendado de Hilary, la bella condesa de Rhyall, a la que logra robarle un beso. Hilary, fascinada por la personalidad y el atractivo de Charles, que, además, es millonario, trata de disimular, ante su marido, la atracción que ejerce sobre ella, pero Víctor conoce demasiado bien a su mujer y nota enseguida que algo ha surgido entre los dos. Charles planea quedarse en Londres dos semanas y pide a Hilary volver a verla, ella se niega, pero, tras unos días en los que no ha podido dejar de pensar en él, se decide a ir a Londres, poniendo a su marido una excusa, que él finge creer. En Londres, Hilary se aloja en casa de su amiga y antigua novia de Víctor, Hattie Durant (Jane Simmons), aunque pasa todo el tiempo con Charles, con el que inicia un romance al poco de llegar. Hattie, por su parte, decide visitar a Víctor para saber cómo se ha tomado que su mujer se haya enamorado de otro hombre. Víctor no disimula que está destrozado y que se propone arrancar al americano del corazón de su mujer para salvar su matrimonio. Con este propósito, Víctor sorprende a todos invitando a Charles Delacro a pasar el fin de semana en palacio y pidiéndole, con toda desfachatez, que traiga en su coche a su mujer, que lleva toda la semana en Londres. Al día siguiente, cuando Hilary y Charles llegan, todos fingen que no ha pasado nada. Víctor se muestra genial, en su papel de perfecto anfitrión, pero las indirectas y las puyas salpican cada una de las conversaciones entre él y su invitado. El americano trata de convencer a Hilary de que a su marido no parece importarle mucho que ella se haya enamorado de otro, así que el divorcio no le afectaría demasiado. Sin embargo, Hilary no tiene tan claro que la aparente indiferencia de Víctor sea sincera y se siente confusa respecto a qué decisión tomar. Cuando las mujeres se retiran esa noche, Víctor reta a su rival a batirse en duelo con pistolas. Charles se resiste a aceptar, pero Víctor le asegura que si no acepta su desafío, no hablará del divorcio. Finalmente, el duelo tiene lugar y Víctor resulta herido en un brazo. Mientras Hattie y Charles se van al pueblo en busca del médico. Víctor y Hilary se quedan a solas, ella le cura la herida mientras beben champán y se sinceran el uno con el otro. Víctor le explica que el duelo era esencial para que su papel de marido complaciente no resultase tan innoble y para recordarle a ella que sigue enamorado y que la esperará el tiempo que sea necesario. Hilary, conmovida, se da cuenta de que, en realidad, lo que realmente quiere es quedarse con su marido y así se lo hace saber a Charles, en cuanto regresa. Delacro se lamenta de haber aceptado el duelo, porque cree que verle herido es lo que ha ablandado a Hilary y, convencido de que él no apuntó a Víctor, no tarda en comprender que, salir herido, era el plan de Víctor desde el principio y que debió ser el mayordomo, Sellers (Moray Watson), quien le hirió; por supuesto, obedeciendo las indicaciones de su señor.

    
       En “Página en blanco” —“The grass is greener” (La hierba es más verde) en original—, Stanley Donen vuelve a abordar el tema del adulterio, en una comedia sobre la crisis matrimonial de una pareja, felizmente casada, cuya plácida convivencia se ve alterada cuando uno de sus miembros cae en la tentación de dejarse deslumbrar por el brillo de la hierba que crece al otro lado de la valla. Para Donen la infidelidad, dentro de una relación estable, surge en el instante en que se deja de apreciar lo que se tiene y se empieza a pensar que se podría tener algo mejor, perdiendo así la perspectiva de lo que realmente se necesita para ser feliz. “Aprende a valorar lo que tienes”, parece aconsejarnos esta historia, basada en la obra teatral del matrimonio de dramaturgos formado por Hugh Williams y Margaret Vyner, que ellos mismos adaptaron para el cine.

       El tándem de escritores Williams – Vyner construyó unos diálogos elegantes y divertidos, que hacen avanzar la historia con un ritmo sosegado, al tiempo que nos transmiten las respectivas formas de concebir la vida y las relaciones de pareja de los protagonistas. Hay que señalar, sin ánimo de menospreciar la acertada composición musical de Noël Coward, que los diálogos son la verdadera banda sonora de esta película. Y es una banda sonora que una no se cansa de oír; sofisticada, ingeniosa y tierna, sabiendo aprovechar esa ironía y esa flema tan inglesas, que se han hecho famosas en el mundo entero, para componer un héroe romántico admirable y divertido, el conde de Rhyall, que se enfrenta a su rival enarbolando su arma más poderosa, la inteligencia.


       «Víctor: Y la carrera es para el rápido y la lucha para el fuerte, ¿eh?
       Charles: Seguro.
       Víctor: No estoy yo tan seguro. En teoría debo discrepar de usted. En la práctica puede que usted tenga razón. Es un poco primitivo, pero ¿qué tiene de malo?
       Hattie: ¿Qué es primitivo?
       Víctor: Tú, por ejemplo.
       Hattie: Oh, ¿lo dices en serio? ¿O es un insulto?
       Charles: Al contrario, yo diría que es el mejor cumplido.
       Víctor: Dice eso porque él también lo es.»

       Encarnar al protagonista dio la oportunidad a Cary Grant, británico de nacimiento, de mostrar ese caballero inglés que llevaba dentro y que le permitió, a lo largo de toda su carrera, abordar la comedia física con una elegancia y una naturalidad incomparables. También en este film protagoniza un momento slapstick, al caerse dentro de una poza del río en el que están pescando. Grant compone, en “Página en blanco” el personaje más flemático de toda su filmografía, un aristócrata despistado, educado y mordaz, que jamás pierde la compostura —ni siquiera en presencia del amante de su muje —, a pesar del ingrato papel de marido ultrajado que le ha tocado representar. Víctor Rhyall hace gala de un control absoluto sobre sus emociones, lo que obligó a Grant a realizar una interpretación contenida de este hombre enamorado que se está muriendo por dentro, aunque por fuera sepa dar la impresión, con su eterna sonrisa, de que todo le importa un bledo.


       «Víctor: Te diré cómo he reaccionado, me siento disgustado, muy disgustado, muy desdichado, estoy como perdido y muy solo.»

       La reacción de este marido ante la infidelidad de su esposa es sincera y conmovedora por la honestidad de sus convicciones y la desolación de sus sentimientos. En lugar de una respuesta violenta, vengativa u orgullosa, el conde de Rhyall nos da una lección de lucidez, al aceptar su desagradable situación, para sorprender a su rival con un contraataque inesperado y brillante, con el que reduce la traición de su esposa a un deslumbramiento pasajero y vacío, del que la pareja sabrá reponerse y dejar atrás.

       La relación laboral y amistosa de Cary Grant con Stanley Donen se prolongó a lo largo de los años dando como fruto cuatro películas y una productora, la Grandon productions, con la que Donen y Grant producirían dos de estos films, “Indiscreta” (1958) y “Página en blanco” (1960). Siendo “Bésalas por mí” (1957) y “Charada” (1963) la primera y última colaboración, respectivamente, entre actor y director. Relación que sería beneficiosa para ambos y que ayudaría a Donen a dar el salto del musical a la comedia.


       Donen fue un director humilde que nunca presumió de sus éxitos y que nunca estaba satisfecho de sus films, sin embargo, era un gran realizador capaz de crear instantes cinematográficos llenos de magia, ingenio y elegancia. Muestra de ello son los magníficos títulos de crédito, que Donen consiguió del diseñador gráfico Maurice Binder, donde, vemos, jugando sobre la hierba, a unos bebés que representan a cada uno de los profesionales que participaron en la película. Y es que Donen era un narrador meticuloso, siempre con el ojo puesto en los detalles que pudieran aportar humanismo a la película y ayudaran a contar el mensaje que se quería transmitir al público. Desde el planteamiento del film, Donen va anticipándonos, de forma sutil, el conflicto que se avecina, dejando que algo flote en el aire y que sean los mismos personajes, sin proponérselo, los que nos hagan sentir lo que se está cociendo. Por ejemplo, los versos de Henley que Hilary lee a su marido, antes de conocer a Charles, son toda una anticipación de la tormenta que se cierne sobre la pareja:


       «Hilary: Y es que nace la fuerte primavera, despertando los sueños. Corre la savia… Oh, esa agradable, impaciente y sedienta inquietud. Toda la vida brota y mi corazón, lleno de abril, brinca en mi pecho.»

       La respuesta a este poema parece toda una corazonada por parte del marido:

       «Víctor: Nace la primavera, ¿eh? Una turbulenta estación, todo un renacimiento…
       Hilary: Nidos nuevos, hierba reciente, qué poderosa inquietud…
       Víctor: Sí. Te advierto una cosa, cuanto mayor eres, mayor es la inquietud. Una época muy peligrosa. Ten cuidado.»

       Asimismo, las primeras palabras que Hilary dirige a Charles, cuando se cuela en su salón, son una anticipación de la intromisión, por parte de éste, en la privacidad de su matrimonio:


       «Hilary: Bueno, entrar por una puerta donde dice “privado” no es equivocación sino intrusión.»

       El mismo duelo se anticipa al espectador en una alusión del propio Víctor a Charles cuando le está hablando de un antepasado suyo que se batió en duelo con el amante de su mujer.

       «Víctor: Descubrió que su esposa estaba a punto de fugarse con un rico terrateniente de Carolina del Sur. Tengo entendido que es un territorio estupendo, pero usted no es del Sur, ¿verdad?
       Charles: No, del estado de Nueva York. ¿Y no le ahorcaron?
       Víctor: No, no, fue un duelo a pistola.»

       Y Víctor anticipa a Hilary que no piensa dejar que Charles le robe a su esposa, improvisando una cancioncilla con la melodía de la famosa canción americana «Yanquee Doodle»:

       «Víctor: “… Quería conquistar a todas las mujeres… Un yanqui vino a Londres, montado en un pollino, con plumas en el gorro y una libra de tocino. Era un yanqui muy audaz, un yanqui ladino, más se tuvo que marchar, corrido y mohíno…”»


       Pero el film no sólo está lleno de anticipaciones sino también de metáforas. Donen utiliza el canto de un cuco que merodea por los alrededores del palacio como analogía de la humillante posición de Víctor ante el romance de su esposa con otro hombre.

       «Víctor: ¡Ese pájaro es para volverse loco!
       Sellers: Por eso dice el refrán: está loco como un cuco.
       Víctor: ¿Quién está como un cuco?
       Sellers: Nadie, Milord. Usted ha dicho que era para volverse loco, imagino que así se originaría ese refrán.
       Víctor: Ah, ya, ya.»

       Incluso Hattie utiliza el canto del cuco para pinchar a Víctor:

       «Hattie: Ese pájaro es un tanto enfático, ¿no? ¿No dijo Shakespeare: “El cuco en cada árbol se burla de los casados?”»


       Y, después, justo antes de que llegue al palacio la pareja de adúlteros, vemos a Víctor con una escopeta tratando de cazar al cuco.

       Otro objeto dramático, empleado por Donen en el film como metáfora para representar la posición y la lucha interna librada por cada uno de los miembros de este triángulo amoroso, es el abrigo de visón que Charles regala a Hilary. Para Charles, el visón supone un símbolo de la maravillosa vida que podría proporcionarle a Hilary, gracias a su condición de millonario; para Hilary, es el símbolo de la atracción que Charles y sus millones ejercen sobre ella, significa la tentación de lo prohibido y para Víctor, es una humillación más, el objeto que representa todo lo que él hubiera querido ofrecer a su amada esposa, de haber podido.

       «Víctor: ¡He deseado regalarle un abrigo de visón desde que nos casamos y la próxima Navidad ya podría haberlo hecho! ¡Debería matarlo!
       Hattie: Creo que hemos de evitar el derramamiento de sangre. Está algo anticuado.
       Víctor: ¡Pues ya va siendo hora de actualizarlo!»

       En “Página en blanco”, Donen nos hace toda una demostración de cómo la alta sociedad hace de la hipocresía un arte. Para ello, nos muestra a los cuatro personajes principales comportándose como si ninguno de ellos estuviese al tanto de este secreto a voces que es el adulterio de la condesa, del que nadie habla directamente cuando están todos juntos, pero que todos comentan por separado. Quizás el momento más falso de todos sea aquel en el que Víctor invita a Charles a pasar el fin de semana a palacio, fingiendo que no sabe que él y su mujer están juntos. Donen se sirve de la técnica de la pantalla partida para mostrar las reacciones de Charles y de Hilary, ante la invitación de Víctor, al tiempo que muestra a Víctor y a Hattie, escuchando la respuesta de Charles, al otro lado del teléfono. Es una de las escenas más graciosas del film, por la sincronía de los movimientos y la coincidencia de las frases de ambas parejas, magníficamente interpretados por estos cuatro grandes intérpretes.


       La interpretación del romance adúltero recayó sobre la pareja formada por Deborah Kerr y Robert Mitchum, que ya habían coincidido antes en el film de John Huston “Sólo Dios lo sabe” (1957), dejando constancia de la química existente entre ellos, y que volverían a formar pareja cinematográfica un año después en “Tres vidas errantes” (1961) de Fred Zinnemann, en la que ambos nos sorprendían con una gran versatilidad, en este drama narrado en clave de humor. La crudeza que emanaba de Mitchum contrastaba a la perfección con la delicadeza y elegancia de Kerr, creando una mezcla extraña e interesante de pasión y fragilidad que daba excelentes resultados en la pantalla. El papel de Mitchum en este film es, sin embargo, algo ingrato. El actor borda la primera parte de la película, cuando seduce a Hilary con su firmeza y su enorme seguridad en sí mismo, pero cuando ha de medirse con Grant —el rey de la comedia— parece tan perdido y fuera de lugar como su personaje, Charles Delacro, en el palacio del aristócrata inglés. Pero Charles y Víctor no sólo rivalizan por el amor de Hilary, sino que Donen los hace ir más allá, estableciendo una divertida batalla de orgullo patriótico entre ingleses y americanos. El inglés, representa la educación, la cultura y la inteligencia y el americano, la fuerza, el dinero y la testarudez. Víctor lucha por conservar a su esposa y por expulsar al prepotente norteamericano que se ha colado en su hogar comportándose como si el mundo entero fuera su jardín de recreo. Asimismo, Hilary y Charles, en la secuencia en la que se enamoran, bromean sobre las diferencias existentes entre ambas culturas.


       «Charles: Soy norteamericano, digo lo que pienso.
       Hilary: Y vacila antes de decirlo. Un francés no hubiera vacilado.
       Charles: ¿Y un inglés?
       Hilary: Un inglés jamás lo hubiera dicho.
       Charles: ¿Dice que un inglés jamás le diría a una mujer casada que es muy guapa?
       Hilary: No, no quiero decir eso, pero, normalmente, se lo dice primero al marido.
       Charles: ¿Y con qué objeto?
       Hilary: Sabe que el marido se lo dirá a la esposa.»


       Por su parte, Deborah Kerr compone un personaje con tanta clase y tanta sensibilidad, que consigue que resulte normal que su marido esté dispuesto a tomarse su infidelidad con deportividad, sin perder ni un ápice de la devoción que siente por ella. La Kerr se pasea por el adulterio, desprovista de cualquier viso de inmoralidad; inmaculada, como si su personaje estuviese por encima de las pulsiones sexuales mundanas y sólo estuviese reaccionando ante un sentimiento elevado y puro, que nadie le puede reprochar. Sólo se permite un arrebato pasional cuando ve que Hattie lleva puesto el abrigo de visón que le ha regalado Charles y la obliga a quitárselo a punta de pistola, pero, eso sí, sin despeinarse. Se podría decir que Hilary, a su manera también termina batiéndose en duelo con Hattie, por andar siempre mariposeando alrededor de su marido, algo que la pone muy celosa.



       «Hilary: No me fío cuando estás con Víctor. ¿Por qué no cenasteis aquí?
       Hattie: Dijo que le gustaría tomar el aire.
       Hilary: ¿Dijo eso? ¿A qué hora volvisteis?
       Hattie: Pues a eso de las doce y media, creo.
       Hilary: ¿Bebió mucho, Víctor?
       Hattie: Muy poco, si no recuerdo mal.
       Hilary: Pero sólo jugando a las cartas os aburriríais muchísimo…
       Hattie: No, porque yo hago trampas.»

       El cuarto personaje de este tour de force interpretativo, recae sobre una bellísima Jane Simmons, en un personaje cómico, que equilibra con su presencia humorística el tenso triángulo amoroso formado por los condes de Rhyall y Charles Delacro. Simmons está graciosa y sexi en este rol de divorciada inglesa de clase alta, superficial y cínica, que finge fantasear con la idea de recuperar a Víctor Rhyall, su antiguo novio, aunque, en el fondo, sabe perfectamente que eso no va a ocurrir. Simmons aporta con sus simpáticas réplicas el toque de humor a una situación, tensa y dolorosa para el resto de los personajes, pero que a ella la saca de la rutina y la divierte en extremo. Hattie Durant se pasa todo el tiempo que aparece ante la cámara bebiendo sin parar, quien sabe si por puro hedonismo o en un intento de silenciar su soledad tras un matrimonio fallido.


       «Hattie: Todo es la suerte. Recuerda la mala suerte que tuve el día que te presenté a Hilary en las carreras. Conseguí la doble y te perdí a ti. Y si tú te hubieses casado conmigo en vez de con Hilary, yo no me hubiera casado con ese enano con el que me casé ni me habría gastado tanto para divorciarme. Y encima se pagó muy poco la doble.»

       A pesar del carácter superficial de Hattie, ésta nos sorprende, en ocasiones, con comentarios que denotan una gran claridad mental e incluso cierto viso de feminismo muy interesante para la época:

       «Hattie: Como la mayoría de los hombres que tienen éxito con las mujeres, tú te jactas de que las conoces. No seas imbécil, cariño, no tienes ni idea.»

       La frivolidad de Hattie es tan chispeante que resulta contagiosa y su pueril malicia contrasta con la madura honestidad de sus amigos los Rhyall, que afrontan el adulterio de uno de ellos con una calma absoluta, considerándolo un sencillo traspié emocional, algo bastante natural en una relación de doce años.


       «Víctor: La fórmula actual de casi todos es decir, bien, la mejor parte ya ha pasado y nos queda la peor, despidámonos, querida, gracias por todo, ha sido muy divertido. Vete con tu amigo, recupero mi libertad y estaré en la Riviera antes que tú. Yo creo que eso está mal. Si tu amante te es infiel, debes rechazarla, si lo es tu mujer debes acogerla.»

       El estoicismo del conde de Rhyall ante el hecho de que su mujer se haya enamorado de otro hombre es irritante y envidiable al mismo tiempo, puesto que donde otros se desesperan, gritan, insultan e incluso golpean, él charla educadamente, maldice un poquito y reta en duelo. Desde luego, no se puede ser más inglés ni más caballero. Y como a todo buen caballero inglés que se precie, no podía faltarle su leal mayordomo, Trevor Sellers (Moray Watson), que acompaña a su señoría en todas sus tareas diarias, sean de la clase que sean, compartiendo con él su Biblia y el crucigrama del Times. El excéntrico y aburrido mayordomo Sellers es el secundario cómico que revolotea por el film, aportando humor, y se pasea por el palacio, proporcionando abolengo. Sellers ayuda a dibujar el temperamento distraído y tradicional del conde de Rhyall, al que sirve de escudero en sus momentos más duros y solitarios y, lo mismo que un Sancho Panza británico, secunda a su señor en todas sus locas ideas —como la de batirse en duel —, al tiempo que mantiene con él conversaciones de lo más absurdas. Como cuando comparte con su señor el descubrimiento de que carece de lo esencial para triunfar como escritor.


       «Sellers: Creo que el problema básico soy yo mismo. Estoy demasiado feliz y contento, y, por si esto fuera poco, presumo que soy normal. Eso es fatal.
       Víctor: ¿Debo entender que prefiere ser desventurado y anormal?
    Sellers: Pues claro. Mire, yo deseo triunfar y para triunfar es preciso por lo menos ser moderno. Y, al igual que milord, no lo soy. No tengo esa sensación de inseguridad o desesperación o angustia.
       Víctor: ¿Y es esencial?
   Sellers: Lo más esencial. Y yo me siento dichoso, nada me remueve, no tengo ningún resentimiento.
       Víctor: Se encuentra en un aprieto, ¿eh?»

       Uno de los temas recurrentes en la filmografía de Stanley Donen era su creencia de que aunque las relaciones de pareja pierdan su brillo y se deterioren con el transcurso de los años, si hay verdadero amor, la unión resiste todos los obstáculos. Es el tema central de su película “Dos en la carretera” (1967), considerada por muchos como su obra maestra, y es la idea que subyace en la historia de “Página en blanco”, aunque en este film, Donen, romántico por excelencia, parece, como el cuco, reírse de los casados, siempre expuestos al temor de la infidelidad. El canto del cuco como precursor de la primavera, llevaba a afirmar a Shakespeare: “¡Oh, mundo de miedo, desagradable para un oído casado!”. Donen se burla, sí, pero desde la convicción, que comparte con Víctor, de que una infidelidad es sólo un error de perspectiva —ya que el infiel cae en la trampa de creer que lo que desea es mejor que lo que posee—, y por tanto, no es motivo suficiente para acabar con una pareja.

       «Víctor: A no ser que sea propensa a ello, en cuyo caso la situación queda fuera de control.»