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miércoles, 1 de diciembre de 2021


WYLERMANÍA 3

EL FORASTERO (1940) de William Wyler
    

       
En plena guerra entre ganaderos y colonos, en la ciudad de Vinegaroon, Texas, el legendario juez Roy Bean (Walter Brennan), cacique de la región, imparte justicia de forma parcial, en favor de los vaqueros. Apodado «el juez de la horca», por ser ésta su sentencia más habitual, Roy Bean se dispone a juzgar al forastero Cole Harden (Gary Cooper), por el supuesto robo de un caballo, cuando la granjera Jane Ellen Mathews (Doris Davenport) irrumpe en el tribunal para interesarse por el paradero de Shad Wilkins (Trevor Bardette), último granjero ahorcado por el juez. Jane se enfrenta valerosamente a Bean cuestionando su autoridad para impartir justicia y tratando de defender al desdichado forastero, al que ya considera muerto, sólo por haber caído en manos del juez. Sin embargo, Cole, advirtiendo la admiración que siente el juez por la actriz Lily Langtry, consigue evitar la horca, declarándose en posesión de un mechón de los cabellos de la Srta. Langtry, a la que finge conocer. Una vez que se ha ganado la simpatía del juez, Cole logra desenmascarar, ante él, al verdadero cuatrero y ambos lo celebran emborrachándose juntos. Mientras tanto, la mayoría de los colonos, al saber que han colgado a Wilkins, deciden abandonar sus tierras; pero un grupo de ellos opta por quedarse y linchar al juez. Antes de dejar el pueblo, Cole visita a Jean Ellen para agradecerle que le defendiera en el juicio y ésta consigue retenerle a su lado para que les ayude a recolectar la cosecha. Pero cuando Cole descubre el plan de los granjeros para ahorcar al juez, corre al pueblo a impedir el linchamiento. Después, a pesar de que los granjeros le consideran un traidor, Cole promete a Bean el mechón de Lily Langtry, a cambio de que retire los novillos que andan perdidos por los sembrados. Pero Cole no tiene ningún mechón, así que, engatusa a Jean Ellen, haciéndola creer que desearía tener un recuerdo de sus hermosos cabellos, para conseguir un mechón para el juez. Los colonos celebran la retirada del ganado y Cole y Jean Ellen comienzan a hacer planes de futuro. Pero los hombres del juez provocan un incendio que arrasa las cosechas, sin que Cole pueda hacer nada para impedir que el padre de Jane Ellen muera al enfrentarse a los vaqueros. Mientras el juez festeja la noticia de que Lily Langtry va a actuar en Ford Davis, Cole parte hacia el fuerte para solicitar una orden de detención contra Roy Bean. Los vaqueros advierten al juez del peligro de ir a Ford Davis, ya que podría meterse en una trampa, pero Bean no está dispuesto a perderse la actuación de Lily por nada del mundo; así que, acude al teatro, donde tendrá que vérselas con, el recién nombrado delegado del sheriff, Cole Harden.
 

       Después de la guerra civil norteamericana, fueron muchos los que dirigieron sus pasos al Oeste —donde la tierra estaba al alcance de todos— buscando un lugar donde empezar de nuevo. Surgió, entonces, una nueva guerra entre ganaderos y colonos, en la que algunos veteranos continuaron defendiendo e imponiendo sus ideales de forma abusiva; pues, aunque el entendimiento se imponía como única vía posible para la recuperación del país, no todos estaban dispuestos a cambiar. El film de Wyler narra el enfrentamiento entre estas dos formas opuestas y excluyentes de entender la vida y de actuar en el mundo, y lo hace a través de dos personajes masculinos contrarios: El forastero Cole Harden, que representa la libertad del individuo para ejercer sus derechos frente a una autoridad corrupta y el juez Roy Bean, símbolo del poder absoluto ejercido sobre una colectividad de manera despótica. Uno y otro personaje encarnan esta rivalidad de temperamentos basada en una recíproca desconfianza y, al mismo tiempo, en una gran complicidad y simpatía, fruto de la capacidad de ambos para sobrevivir adaptándose a las circunstancias y manipulando la verdad de acuerdo a las propias necesidades.


       «Bean: ¿Me va a traicionar de nuevo? ¿No va a dármelo?
       Cole: Claro que se lo daré.
       Bean: ¿Cuándo?
       Cole: Cuando no haya ni un novillo en el valle.
       Bean: Está bien, voy a decírselo a los muchachos.
       Cole: ¡Ni pensarlo! Va a ir usted mismo a ayudar y yo le acompañaré para comprobar que lo hace.
       Bean: No se fía de mí, ¿eh?
       Cole: De niño, tenía una serpiente de cascabel domesticada, la quería mucho, pero nunca le daba la espalda.
       Bean: Ja, ja, ja… Como quiera.»

       La amistad surgida entre estos dos caracteres, condenados a estar en bandos opuestos, constituye la base sobre la que se sustenta este inusual wéstern, entre la comedia y el drama, empeñado en demostrar que nadie puede seguir su propio camino alejado de los demás, porque todos formamos parte de algo más grande que nosotros mismos. Wyler desmitifica en su film dos arquetipos clásicos del wéstern; por un lado, el héroe noble e individualista que, por cuestiones humanitarias, toma partido en una causa que no le pertenece y termina renunciando a su independencia; y por otro, el villano, rudo, temerario y cruel, que lucha por mantener el orden en una tierra salvaje y que, pese a su brutal egoísmo, es capaz de sentir un amor platónico tan grande que hace de él casi un ser humano.


       «Bean: ¿La ha visto alguna vez?
       El extraño: No. Estuve en una ocasión en Inglaterra, pero no la vi.
       Bean: ¿Estuvo en una ocasión en Inglaterra y pudo verla, pero no la vio?
       El extraño: Sí.
       Bean: Fuera de mi bar.
       El extraño: ¿Qué?
       Bean: ¡Fuera!»

       Cole se convierte, sin pretenderlo, en mediador de esta lucha entre colonos y ganaderos, lo que le fuerza a posicionarse en contra del que podría haber sido su gran amigo, el falso juez, a cuyo bárbaro reinado se verá obligado a poner fin. Por su parte, el juez Bean, con sus cómicas sentencias y su desternillante manera de apropiarse de las pertenencias de los condenados a la horca, pese a considerar a Cole como un hijo, está dispuesto a enfrentarse a él, con tal de defender ese universo que ha creado a su medida.

       «Bean: Cole, somos amigos, hice lo que tenía que hacer, aunque usted no lo entienda. Y si mi propio hijo viniera a detenerme, tendría que ser el primero en sacar el revólver.
       Cole: Yo le detendré. A menos que me maten por la espalda antes de llegar aquí.»



       Ese vaquero, romántico y honrado, encarnado por Cooper desde 1929 en la película El virginiano de Víctor Fleming, que detesta la injusticia y representa el valor, la libertad y el honor masculino, ayudó a definir el código moral de todo héroe del wéstern que se precie y estableció muchas de las posteriores convenciones del género. Cooper interpretaría a cientos de vaqueros poseedores de estos valores a lo largo de su carrera; pero el Cole Harden de El forastero destaca entre todos ellos, por ser, sin duda alguna, el vaquero más asertivo que se haya visto jamás en una película del Oeste; un tipo capaz de mantener un control absoluto sobre sus emociones —incluso cuando están a punto de ahorcarle—, con una habilidad envidiable para convencer, a los que le escuchan, sin ejercer ningún tipo de violencia sobre ellos.

       «Cole: Oiga, juez, no queremos ningún insulto que pueda estropear esta amistosa reunión.
       Bean: ¿Reunión? Este atajo de comadrejas invade la dignidad de esta audiencia, se presentan armados con el malicioso fin de darme una patada en el trasero y…
       Cole: Escuche, como juez, sabe que hay dos modos de interpretar toda cuestión. Estos hombres vienen con una queja justificada y…
       Wade: ¡No le hemos pedido que nos defienda, Harden!
       Bean: ¡Ni yo!
       Cole: Aprobado por unanimidad; pero voy a hablar por los dos.»


       La honestidad que transmitía Cooper en la pantalla, encajaba a la perfección con éste jinete vagabundo de calculada serenidad y de rápido ingenio, capaz de salir vivo de cualquier aprieto. Cole, acostumbrado a bastarse a sí mismo, se conmueve ante esa valerosa chica que, sin conocerle de nada, le defiende con pasión ante un tirano tan peligroso como Bean. Esa emoción detiene su vida errante y produce en él una profunda transformación, que le llevará a establecerse en un lugar de forma fija y duradera. La interpretación sobria y natural de Cooper y esa forma suya de encarar cualquier acción sin prisas, llenándola de detalles espontáneos y realistas, dotan la composición de su personaje de una autenticidad tan emocionante, que se gana nuestra simpatía. Una muestra de ello es el momento en el que Cole se resiste a desprenderse del mechón de Jane Ellen para entregárselo al juez. Cooper, con su afligido rostro y con su manera de manejar el rizo de Jane como si fuera un tesoro, nos hace sentir su amor por la chica y el abatimiento que le produce separarse de su pelo. Incluso logra conmover al juez, que, dándole golpecitos en la espalda, le dice para animarlo: «Sé lo que siente, hijo.»

El 
semblante de Cooper expresa todo lo que Cole Harden siente y todo lo que trama, es un libro abierto en el que el espectador puede vislumbrar el alma de Cole, hasta en aquellos aspectos más íntimos que él pretende ocultar a los demás. Para William Wyler, Cooper era «un actor soberbio, un maestro de la actuación cinematográfica». La mezcla de ternura y determinación, mostradas por Gary Cooper en el film, hacen de Cole un héroe a quien no nos sorprende que el cínico Roy Bean coja cariño, porque hay algo que Roy Bean no ha podido encontrar en ese tribunal del que se ha erigido en juez a sí mismo: un amigo al que pueda considerar su igual, que lo comprenda y que comparta su modo de ser, que aprecie su inteligencia y su asilvestrado sentido del humor. Alguien que no sea uno de esos esbirros paletos, que siempre le obedecen y le dan la razón, porque le tienen miedo. Cole demuestra tener sus propias ideas y seguir sus propias prioridades y el juez se identifica con la personalidad de ese forastero al que no puede gobernar y por el que siente cierta admiración.

       «Bean: ¡Eh! ¡Un momento! No se puede ir, la sentencia está en suspenso.
       Cole: Pero si colgaron a Evans por eso…
       Bean: Bueno, pero la sentencia sigue en suspenso. ¿Quién es usted? ¿Qué sé de usted? ¿Cómo sé que no le buscan por delincuente? Está detenido por… por… conducta desordenada, alteración del orden público y vagancia. Y volverá al pueblo conmigo. Ése es el fallo del tribunal.
       Cole: Je, adiós, juez. (Monta en su caballo y se marcha)
       Bean: Y encima me ha robado el revólver…»


       Ambos hombres se comprenden y aceptan, pero pertenecen a generaciones y a mundos distintos, con diferentes valores y formas de entender la vida. Por todo ello, tratándose de un wéstern, están condenados a enfrentarse en un duelo final, en el que “el malo” de esta película recibe la muerte más dulce que se haya visto jamás en todo el género: Roy Bean cae a los pies de Lily Langtry y exhala su último suspiro mientras contempla el hermoso rostro de su amada. El juez muere con su apolillado uniforme confederado, símbolo de que con él desaparece todo un estilo de vida, el del Viejo Sur de los Estados Unidos y Cole Harden recoge su sable para asegurarse de que lo entierren con él, poniendo fin, asimismo, a toda beligerancia en la región. Sin embargo, también el estilo de vida de Cole Harden desaparece, tras el enfrentamiento con Bean, al renunciar él mismo a su vida de jinete errante, para posesionarse de un pedazo de tierra, desde el que mirar al futuro.


       Walter Brennan encarnó con absoluta maestría a este personaje real de la historia americana, que se erigió a sí mismo en juez, sin serlo, se rodeó de pistoleros para imponer su ley y pacificó la región favoreciendo a los ganaderos. Brennan nos hace sentir la peligrosidad del personaje, mostrándonos cómo el aspecto jovial del juez se endurece en cuestión de segundos adoptando una expresión implacable, cuando alguien dice o hace algo que pueda ofender a su tribunal o a Lily Langtry. Sus ojos traviesos se vuelven fríos como el acero y la amenaza brilla en ellos de una forma despiadada que hiela los corazones de los pobres desdichados que ignoran el letal terreno que pisan. El astuto Cole capta cada cambio en la mirada del juez y se anticipa a poner freno a su cólera asesina, con algún subterfugio salido de su imaginación con el que librarse de una muerte segura. Pero Cole no tarda en comprobar que el único punto débil del juez es su devoción por Lily, porque en todas las demás cuestiones se muestra tan astuto como el mismo Cole.

       «Cole: ¿Por qué no es usted un juez de verdad para todo el mundo? ¿Por qué no trata de ver las cosas como ellos y les ayuda en vez de atacarles? ¿Por qué no hace la paz, en vez de la guerra? Hay espacio de sobra para todos. Y todo el mundo le admiraría. Algún día, hasta le levantarían una estatua en la calle que dijera: “A Roy Bean, un verdadero juez”.
       Bean: ¿Qué? ¿Echa el anzuelo a ver si pico?»

       La emocionante interpretación de Brennan logra hacer entrañable un personaje sanguinario, mediante su sentido del humor, su cínica caradura y su absoluta adoración por LiLy Langtry. Brennan recibió su merecidísimo tercer Oscar a Mejor Actor de Reparto por su inolvidable trabajo en este magnífico wéstern de Wyler.


       Cooper y Brennan trabajaron juntos en numerosas películas (Juan Nadie (1941), El sargento York (1941) o El orgullo de los Yanquis (1942) entre otras) y en todas ellas se dejaba sentir la extraordinaria química existente entre ambos actores, tanto en la ficción, como en la vida real. Se dice que fueron grandes amigos y que Brennan gastaba bromas a Cooper, durante el rodaje de El forastero, llamándole por teléfono para decirle lo mal actor que era, imitando la voz de Samuel Goldwing: «Maldito hijo de perra, eres tan malo que voy a poner a Brennan encabezando los títulos de crédito». Pero, bromas aparte, sin esa complicidad entre Cooper y Brennan, El forastero nunca hubiera resultado una película tan conmovedora ni tan divertida. Hay escenas en las que ese entendimiento entre estos dos pícaros del lejano Oeste, que son Cole Harden y Roy Bean, es tan creíble que nos hace sonreír, porque se nota que ni siquiera necesitan hablar para comunicarse. Un ejemplo de ello, es la escena en la que se emborrachan juntos con un licor cuyo nombre lo dice todo «Levantamuertos». Tras beberse el primer vaso, el juez saca dos jarras y una botella de «Levantamuertos» para cada uno, vuelca toda su botella en la jarra y Cole hace lo mismo con la suya, después empiezan a beber; el juez se bebe toda la jarra de un trago, pero Cole hace una pausa, en la que el juez se queda mirándolo fijamente; entonces, Cole se apresura a apurar la jarra del tirón y el juez le da su aprobación.


       Aunque la actriz Doris Davenport impresionó a Samuel Goldwing y realizó una estimable actuación en el film, dando vida a Jane Ellen Mathews, su breve carrera pasó sin pena ni gloria. Sin embargo, en las secuencias más dramáticas de la cinta, Davenport destaca por su apasionada interpretación de esta mujer menuda y de gran coraje, que lucha por defender lo que es suyo, en una tierra salvaje. Siendo especialmente conmovedora la escena en la que, tras enterrar a su padre, aparta a Cole de su vida —pese a estar enamorada de él—, a causa de su amistad con Bean.

       «Jane: A mí nadie me echará de mis tierras; ni con rebaños; ni con fuego; ni matando a mi padre ni de ningún modo. Estaré aquí mucho después de que Bean y su pandilla se hayan ido.
       Cole: Estarás aquí. Y yo también.
       Jane: No quiero verte. No quiero aquí a ningún amigo de Roy Bean.»


       El personaje del enterrador, Mort Borrow (Charles Halton), que también es el barbero del pueblo, típico personaje esperpéntico del wéstern, aparece en el film con el clásico aspecto, delgado y paliducho, de todos los que se dedican a ese ingrato oficio en una pantalla. Wyler saca partido cómico a la figura del enterrador, presentándolo con maneras de buitre carroñero siempre al acecho del siguiente difunto, en numerosos gags en los que juega con su grimosa presencia de pájaro de mal agüero, que despierta entre sus conciudadanos cierta aprensión y rechazo. El mismo juez procura no pagarle sus servicios o hacerlo con las pertenencias personales del reo, en lugar de con dinero. Hay una escena, después de que el ahorcamiento de Cole sea aplazado, en la que Mort se cruza con Evans y tienen un breve diálogo, en el que Evans cree percibir en las palabras del enterrador un oscuro presagio acerca de su propia muerte.

       «Evans: ¿Qué tal, Mort?
       Mort: Acabo de perder un cliente.
       Evans: Iré a afeitarme dentro de un minuto.
       Mort: Bien, tú serás el “siguiente”.»

       Cuando en 1939, John Ford revolucionó el wéstern haciéndolo madurar con el estreno de La diligencia, Samuel Goldwyn, entusiasmado con el film de Ford, encargó a Wyler un wéstern de calidad y no reparó en gastos. Wyler había dirigido muchos wésterns al principio de su carrera, pero, tras alcanzar el triunfo, no había vuelto al género, de manera que llevaba diez años sin rodar un wéstern cuando encaró el encargo del productor; no obstante consiguió obtener con la película el favor de crítica y público. El forastero fue uno de los primeros wésterns en introducir matices psicológicos y dramáticos en un género poco valorado por la crítica, por la simplicidad y repetitividad de sus líneas argumentales. A nivel estético, Wyler realizó una película soberbia, no sólo por la magnífica fotografía en blanco y negro de Gregg Toland, habitual colaborador de Wyler, —al que el director consideraba un artista al que no había necesidad de dar las mismas indicaciones que se dan a otros directores de fotografía— sino también por la dirección de Wyler y su uso de los encuadres cerrados con los que lograba expresar, incluso en exteriores, las emociones más íntimas de los personajes y las situaciones más dramáticas del relato. La escena en la que Cole corta un mechón del cabello de Jane Ellen tiene lugar al aire libre, pero Wylder enmarca la intimidad que se ha creado entre ambos personajes con un encuadre tan bello, que la ternura del momento inunda la pantalla de una sincera emotividad, que los aísla del resto del mundo.


       « Jane: ¿Por qué le gusta burlarse de mí?
       Cole: Porque usted me gusta, supongo.
       Jane: ¿Y cree que mi pelo es bonito?
       Cole: Nunca he visto nada semejante. ¿Podría cortar un mechón?
       Jane: No.
       Cole: ¿Quiere cortarlo usted?
       Jane: No, no quiero. Viene aquí, se pone al lado de Bean, pega a mi mejor amigo y…
       Cole: Y le digo cuánto me gusta… Y cuánto la voy a echar de menos…»

       Y lo mismo que Cooper llenaba de detalles su actuación, Wylder adornaba su magnífica realización de infinidad de fragmentos con los que cargaba de información relevante cada secuencia, cada escena, cada acción. Por ejemplo, cuando Cole trata de dejar el pueblo y el juez le persigue, Wyler nos muestra a uno y otro personaje atravesando el cementerio a caballo, cada uno según su manera de ser: Mientras Cole lo rodea respetuosamente, el juez lo cruza sin contemplaciones, pisoteando las tumbas y derribando a su paso varias cruces.


       El guión de El forastero se basaba en un sencillo relato de Stuart N. Lake, que el mismo autor coescribió para el cine junto a Niven Bush (El cartero siempre llama dos veces y Duelo al sol) y Jo Swerling (El orgullo de los Yanquis). Se dice que Niven Bush estaba al tanto del extenso conocimiento de Gary Cooper sobre la historia del Viejo Oeste y solía consultar al actor para documentarse mientras escribía el guión. Cooper, por su parte, exigió que su personaje fuera reescrito, porque consideraba que la fascinante personalidad del juez le robaba protagonismo; los guionistas tuvieron que ampliar el personaje de Cole Harden con un material adicional que fue encargado a Lillian Hellman, aunque la participación de la escritora en el guión nunca fue acreditada en el film. El producto final fue un guión de moderno argumento, con el que Wyler demostró, una vez más, su habilidad para aportar soluciones narrativas a la hora de adaptar para el cine, obras de procedencia literaria, consiguiendo resultados de gran calidad cinematográfica. No en vano, Wyler fue considerado por algún tiempo el mejor realizador del Hollywood clásico, aunque más tarde fuera denostado por la crítica y cayera en el olvido, a consecuencia de la influencia negativa que la revista francesa Cahiers du Cinéma tuvo en el crítico americano Andrew Sarris, que se dedicó a menospreciar la importancia de la figura de Wyler como autor. Ni siquiera la posterior retrospectiva que André Bazin dedicó a Wyler en 1996, donde se afirmaba que «nadie había sabido contar mejor una historia, en cine, que Wyler», consiguió revalorizar la desprestigiada imagen de Wyler como autor cinematográfico. El mismo Wyler, que solía desdeñar la opinión de los que le criticaban, no pudo resistirse, años después, tras triunfar con Ben-Hur (1959), a comentar a modo de revancha: «Lamento el éxito y los Oscars. Estoy seguro de que he decepcionado a los chicos de Cahiers

jueves, 28 de febrero de 2019

CAPRAMANÍA 3

“JUAN NADIE” (1941) de Frank Capra

       

En “Juan Nadie”, el cineasta italoamericano, Frank Capra reflexiona, una vez más, sobre dos de las ideas más recurrentes de su filmografía: la exaltación de la gente sencilla como motor capaz de cambiar el mundo y la manipulación, por parte de los poderosos, del ciudadano medio con fines políticos. Capra tenía una fe absoluta en el individualismo como medio para alcanzar el éxito. Para él, una persona con empuje suficiente, trabajando duro y confiando en sí mismo podía alcanzar cualquier objetivo. “Juan Nadie”, en los años previos a la segunda guerra mundial, supone la defensa de la honestidad y generosidad de los hombres y mujeres sencillos frente al terrorífico egoísmo de la amenaza fascista. Capra se erige, así, en el valedor, en las pantallas, de todos aquellos que luchan y tienen esperanza. Esta es la historia del esfuerzo de todos ellos.

       El Juan Nadie al que se refiere el título de la película, es decir, John Doe, es un hombre ficticio creado por la periodista Ann Mitchell (Barbara Stanwyck), tras ser despedida por el señor Connell (James Gleason), el nuevo redactor jefe, “de alto voltaje”, del periódico para el que trabaja. Ann decide utilizar su último artículo para crear la carta falsa de un supuesto ciudadano, llamado John Doe, que dice estar dispuesto a suicidarse, saltando de la torre del ayuntamiento, para denunciar la situación de paro que atraviesa el país. La carta provoca un gran revuelo en toda la ciudad, de manera que el señor Connell readmite a Ann y acepta su idea de dar un rostro al tal John Doe para seguir sacándole partido, mediante una sección llamada “Yo protesto”, escrita por Ann y firmada por John Doe. La identidad de este hombre de papel terminará siendo asumida, ante el mundo, por el vagabundo “Long” John Willoughby, jugador de béisbol, retirado del campo de juego por una lesión, que, gracias a su genuina honestidad, conseguirá inspirar a las masas para luchar por un mundo mejor. Y así, comienzan a surgir, de manera espontánea, los llamados “clubes John Doe”, donde los ciudadanos sencillos se dedican a conocerse y a ayudarse los unos a los otros. D. B. Norton (Edward Arnold), magnate y nuevo dueño del periódico, decide financiar dichos clubes por todo el país con la intención, solapada, de conseguir los votos de todos sus miembros, cuando anuncie su candidatura a la presidencia, respaldado por el mismísimo John Doe. Pero cuando John Willoughby, a esas alturas perdidamente enamorado de Ann, descubre el verdadero propósito de Norton, se niega a colaborar. Entonces, Norton hace público que John Doe es un impostor llamado John Willoughby y todo el movimiento John Doe se derrumba de la noche a la mañana. Los clubs John Doe desaparecen y John Willoughby, despreciado por el pueblo y decepcionado por Ann, a la que cree cómplice de Norton, vuelve a dormir debajo de un puente. Hasta que el día de Nochebuena reaparece dispuesto a cumplir su promesa de saltar del ayuntamiento, para conseguir, con ese gesto, que el movimiento John Doe reviva de sus cenizas.


       John Doe supone la representación de un hombre perfecto, en su amor y bondad, dispuesto incluso a inmolarse por la salvación de los demás. Un hombre inspirado en el mismísimo Jesucristo. Así lo declara la propia Ann Mitchell en su discurso final.

       “Ann: John, mírame, quieres ser honesto, ¿verdad? Bien, pues no tienes que morir para que la idea de John siga viva. Ya ha muerto alguien por eso, el primer John Doe y Él ha hecho que esa idea siguiera viva durante dos mil años. Fue Él quien la mantuvo viva en ellos y Él la mantendrá viva para siempre. Por cada movimiento John Doe que estos hombres exterminen, nacerá uno nuevo, es la razón de que las campanas toquen. Están diciendo que no nos rindamos, que sigamos luchando, que sigamos trabajando.”

       Asimismo, el movimiento John Doe, nacido de forma espontánea por los seguidores de John Doe, simboliza la religión cristiana, nacida tras la muerte y resurrección de Cristo. Y por extensión, representa también cualquier movimiento que nazca espontáneamente del pueblo, a raíz de cualquier injusticia. Y el movimiento John Doe ―entiéndase la religión cristiana―, es imparable; así lo declara John Willoughby en un discurso pronunciado en la casa del magnate D. B. Norton, en la que irrumpe, sin ser invitado, al descubrir que los peces gordos de Nueva York planean utilizar el movimiento John Doe para influenciar al pueblo en su propio beneficio:


       “John: La idea de John Doe puede ser la respuesta. Puede que sea la única cosa capaz de salvar este mundo disparatado. Y ahora ustedes se sientan en sus armatostes y me dicen que van a acabar con ella si no pueden utilizarla. ¡Bien! ¡Pues, adelante, inténtenlo! ¡No podrían hacerlo ni en un millón de años, con todas sus emisoras y con todo su poder! ¡Porque es mayor que la cuestión de si soy o no un impostor, más que sus ambiciones y que todas las pulseras y abrigos del mundo!"

       Capra acostumbraba a reflejar en sus películas los problemas de la sociedad de su época, que tanto le preocupaban, la gran crisis y todo lo que dejó a su paso, depresión, desesperación, paro, pobreza, amenaza fascista, etc. Por eso la temática de sus films parecía apoyar el “New deal” (programa de reforma económica - social para combatir los efectos de la gran crisis del 29) del presidente F. Roosevelt. Pero lo cierto es que Capra, a pesar de apoyar la teoría del “New deal” estaba en contra del intervencionismo del Estado en todos los órdenes de la vida, que este programa defendía, pues el realizador creía, por encima de todo, en el valor del individuo frente a la masa y así lo demostraba en sus películas, donde defendía el esfuerzo del pueblo trabajando por superar la crisis, sin intervenciones políticas que lo estorbasen, pues Capra era más partidario de soluciones basadas en los valores humanos y en la fe religiosa.

       Quizás por esta preocupación de Capra en la situación de su país, “Juan Nadie” sea una película de grandes discursos, discursos de esos que tanto le gustaban a este director. Discursos humanitarios, llenos de fe y esperanza en un mundo mejor y también discursos que nos hablan del patriotismo e incluso de la amenaza del totalitarismo, tan real en la década de los cuarenta. Y así, todos los personajes principales que aparecen en el film, la gente sencilla, los poderosos, los canallas, los escépticos y desencantados y los que aman a su patria disponen de una parte del metraje para exponer sus convicciones sociales, sean acertadas o no. El primer discurso de John Doe en la radio, dirigido a todos los John Doe del mundo, es, probablemente, el más emotivo de todos los discursos de la película:

       “John: En nuestra lucha por la libertad, hemos sido derrotados, aunque siempre nos hemos recuperado, porque somos el pueblo y somos duros. Ellos han empezado con una charla sobre la gente libre que se ablanda, no podemos aceptarlo, es un montón de tonterías. La gente libre puede ganar al mundo por nada, desde la guerra hasta las competiciones, y todos vamos en la misma dirección.”

       También los poderosos tienen sus discursos en esta película, y es D. B. Norton quien los pronuncia, en nombre de todos ellos, un tipo poseedor de un cuerpo de guardia privado, con ambiciones de dominio y codicia, y capaz de invertir grandes fortunas en pos de su objetivo personal, alcanzar la presidencia.

       “Norton: Estos son tiempos atrevidos, señor Bennett, estamos llegando a un nuevo orden de cosas. Se está hablando demasiado por todo el país, se han hecho demasiadas concesiones. Lo que el pueblo necesita es una mano de hierro. ¡Disciplina!”

       El mensaje del señor Norton, a lo largo de la película, es maquiavélico, auto exculpatorio y manipulador. Y, tal y como acostumbran a hacer los políticos, casi nunca defiende una postura sino que se limita a atacar la postura del contrario. Un discurso negativo en su esencia, que persigue enmascarar, con loables intenciones, la más siniestra ambición:

       “D. B. Norton: Estos caballeros y yo sabemos qué es lo mejor para los John Doe de América, sin tener en cuenta lo que piensan vagabundos como usted. Bájese de ese caballo justo y piense con sentido. Usted es el falso, nosotros creemos en lo que hacemos, a usted le pagaron treinta monedas de plata, ¿lo ha olvidado? Pues yo no. Usted es el falso John Doe y puedo probarlo. Es el gran héroe que se supone que va a tirarse desde grandes edificios, ¿lo recuerda? ¿Qué piensa que dirán sus maravillosos John Doe cuando averigüen que nunca tuvo la menor intención de hacerlo, que le pagaron para que dijera eso? Tendrá suerte si no le echan del país.”

       La defensa del ideal patriótico, en este film, a diferencia de lo que ocurre en otras películas del director italoamericano, en lugar de ser llevada a cabo por el protagonista del film, recae en un personaje secundario, que se define a sí mismo como “duro”. Se trata del señor Connell (James Gleason), jefe de redacción de “The bulletin”, periódico en el que trabaja Ann Mitchell y que él dirige con firmeza. Pero el “duro” señor Connell es un niño en lo que se refiere a su país.

       “Connell: Soy un niño para este país. Soy un niño para la bandera de la estrella brillante. Me gusta lo que tenemos aquí. Me gusta. Un tipo puede decir lo que quiera y hacer lo que quiera sin que tenga una bayoneta metida en su estómago. Y todo eso está bien.
       John: Ya lo creo.
       Connell: Sí, no queremos que venga nadie y cambie eso, ¿verdad?
       John: No, señor.
      Connell: Muy bien. Cuando lo hagan, me volveré loco, completamente loco. Y hoy, John, estoy que echo chispas. Estoy loco por un montón de tipos que quedaron detrás de mí. Estoy loco por un tipo llamado Washington y otro llamado Jefferson, y Lincoln. Son faros, John, faros en un mundo nebuloso.”


       Capra hace recaer el espíritu patriótico en un personaje diferente a su protagonista, tal vez, porque pensó que para defender un país se necesitaba alguien un poco más duro, o más veterano, que el bondadoso John Willoughby o, quizás, quiso quitar cualquier rasgo político de la figura de John Doe, como ya hiciera Jesucristo consigo mismo, cuando declaró que no había venido al mundo para liberar a los judíos del imperio romano. John Doe tampoco nace para liberar a los Estados Unidos de los políticos corruptos, sino para enseñar a la gente a amarse los unos a los otros, que es donde radica su verdadera fuerza.

       “John: Sí, amigos míos, los humildes podrán heredar la tierra cuando los John Doe empiecen a amar a sus vecinos. Es mejor empezar ahora mismo, no esperéis a que hoy se haga de noche. Despierta, John Doe, eres la esperanza del mundo.”

       Y por último, cabe destacar el discurso del Coronel ―mejor amigo de John―, interpretado con absoluta convicción por el genial Walter Brennan, en el que Capra nos enseña, en tono de humor, cómo la sociedad de consumo, que hemos ayudado a construir entre todos, nos termina convirtiendo en unos idiotas.

       “El coronel: Coja un puñado de pasta y ¿qué pasa? Esas personas encantadoras y maravillosas se convierten en unos idiotas. ¡Un montón de idiotas! Empiezan por acercarse a usted, intentan venderle algo. Tienen manos largas y quieren estrangularle. Usted se retuerce y los esquiva y grita e intenta quitárselos de encima, pero no tiene posibilidades. Lo primero que hace es poseer cosas, un coche, por ejemplo. Ahora toda su vida se complica con muchas cosas más, pagar derechos de licencia, la matrícula, gasolina y aceite e impuestos y seguros y documentos de identidad y cartas y facturas y neumáticos y abolladuras y multas y policías motorizados y audiencias y abogados y multas y un millón de cosas más. ¿Y qué pasa? Que no es el tipo feliz y libre que solía ser. Tiene que tener dinero para pagar todo. Así que va detrás de lo que otro consiguió. ¡Y ahí lo tiene, se ha convertido en un idiota!”


       Por otra parte, la película denuncia el uso de los medios de comunicación, por parte de algunos políticos corruptos, para conseguir votos, manipulando a los votantes sin ningún tipo de escrúpulo. Por eso, no es casualidad que, en la película, John Doe surja, precisamente, de las páginas de un periódico y alcance su fama a través de la radio. Al principio de la película, cuando Norton compra el periódico, Capra nos muestra cómo un operario taladra el antiguo eslogan del periódico en la fachada del edificio “Un periódico libre para un pueblo libre” para sustituirlo por el nuevo, “Un periódico moderno para una era moderna”. El cambio es toda una declaración de intenciones por parte del nuevo propietario.

       “Ann: Claro que es un pastel para mí, lo admito; pero también es una suerte para alguien como el señor Norton, que intenta cargarse la política nacional. Para eso quería un periódico, ¿no?, quería conectar con mucha gente. Bien, pues lleve al señor Doe a la radio y podrá conectar con ciento treinta millones. Puede decir lo que quiera que ellos le escucharan. Olvidemos al gobernador, al alcalde y a todos los pececillos como esos. Si da un golpe aquí, lo podrá hacer en cualquier parte del país. Y usted estará al mando, señor Norton.”

       El guión, basado en la historia “The life and death of John Doe” de Richard Connell y Robert Presnell, fue escrito por Robert Riskin, habitual guionista de Capra y autor también de “El secreto de vivir”, película de 1936 del director, en la que un hombre sencillo, bueno y libre, símbolo del americano medio, después de ser ridiculizado por una mujer en las primeras páginas de un periódico, para aumentar la tirada, llega a convertirse, gracias a su generosidad, en un símbolo para los más desfavorecidos. De la misma forma, John Doe es puesto en el candelero por Ann Mitchell, cuyos hilos maneja el poderoso B. D. Norton, que pretende usar a John Doe para hipnotizar al pueblo y llegar al poder. John Willoughby se estrella contra esta dura realidad, después de haber sido lanzado, por Ann, a un sueño de fraternidad.

Ambas películas narran la ascensión y caída de un hombre bueno, ambas se inspiran en la figura de Jesucristo y en ambas se nos muestra a la mujer como instigadora para que el hombre muerda la manzana. Sin embargo, Capra siempre termina redimiendo a sus “mujeres”, convirtiéndolas, al final, en las compañeras, fuertes y luchadoras, que el hombre honesto, que suele ser su protagonista, necesita a su lado para enfrentarse al mundo. Ann Mitchell, protagonista femenina muy del cine de Capra, es una mujer con empuje suficiente como para hacer que los hombres actúen. La mujer como fuerza impulsora de la sociedad es bastante frecuente en la cultura norteamericana y, como Ann, a veces, cegada por su propio entusiasmo, acaba perdiendo el norte. Ann, en su afán por conseguir la estabilidad económica que ella y su familia necesitan, cierra los ojos ante los posibles escrúpulos morales de haber hecho creer a los ciudadanos que John Doe era real.

       Barbara Stanwyck era la actriz perfecta para encarnar a este personaje de mujer decidida, apasionada y con carácter suficiente como para enfrentarse a los hombres tratándolos de igual a igual, por muy poderosos que fueran. Una actriz fogosa y sensible, de mirada indómita y llena de vida, con un desparpajo y un atractivo capaces de arrastrar a cualquier hombre hasta donde se propusiera. Su interpretación, al final de la película, de una mujer enfebrecida y desesperada, ante la idea de que el hombre que ama vaya a morir por su culpa, es conmovedora, llena de fuerza y vulnerabilidad al mismo tiempo.

       Del mismo modo, podemos afirmar que Cooper era el actor ideal para representar a John Doe, personaje capriano por excelencia. Héroe sencillo, líder de mujeres y hombres sencillos, la voz de todos aquéllos a los que nadie oye. Una voz que no puede callar porque es la voz de millones de gargantas que claman, en silencio, por sus derechos, por un mundo más humano y por la libertad. Cooper, excelente siempre en el papel de hombre honesto y típicamente americano, se gana la admiración de todas las mujeres, en cuanto aparece en pantalla, bajo el rol del irresistible vagabundo de atractivo rostro y grandes ojos serenos, desfallecido por el hambre.


       “Ann: Sabe que es usted guapo, ¿verdad?
       Carita de ángel: Sí, es precioso... Ja, ja, ja.”

       La apariencia confiable de Cooper le hacía idóneo para este personaje y él sabía sacarle partido mostrándose vulnerable, inocente y despistado, con ese aire tímido y amable que emanaba de su persona y que le hacía tan cautivador. El niño que Cooper nos presenta en la pantalla, tocando la armónica o jugando al béisbol con una pelota imaginaria, evoluciona, a lo largo de la historia, hasta convertirse en alguien muy parecido al verdadero John Doe de papel que Ann inventó, un hombre maduro, valiente, indignado con la política y decidido a todo por defender sus justos ideales, que son los de toda una nación. En la secuencia final, Cooper nos descubre a un hombre, desengañado, con la mirada sombría, el desencanto pintado en su cara, y con los labios apretados de pura determinación. Magnífica interpretación de un Gary Cooper en la cúspide de su carrera y a punto de ganar un Oscar por “El sargento York”.

       Como decíamos, “Juan Nadie” posee numerosos puntos en común con “El secreto de vivir”, pero está narrada con un tono menos humorístico, más sentimental y, en ocasiones, salpicada de esos toques melodramáticos, tan del gusto de Capra. Y es que si hay algún punto flaco en el cine de Capra, es su debilidad por el sentimentalismo y por el maniqueísmo congénito de alguno de sus personajes. Sin los momentos de melodrama extremo, la película ganaría en seriedad y su mensaje calaría más hondo. Puede que ese sea el fallo, el único fallo, del cine de tan gran realizador como Capra, su debilidad por los momentos lacrimógenos. Por fortuna, la mayoría de sus personajes principales tienen aristas, están bien construidos, son buenos reflejos de la complejidad del ser humano. John es un hombre honesto, pero está dispuesto a engañar a los lectores del periódico con tal de conseguir el dinero que necesita para operarse el brazo y volver al béisbol. Incluso, más tarde, arrepentido de haber firmado el contrato, está a punto de aceptar los cinco mil dólares que le ofrece el periódico de la competencia para contar que John Doe es un fraude. Eso le hace más creíble, como personaje, y no menos buena persona, ya que todos tenemos debilidades, admitámoslo. También Ann Mitchell está llena de contradicciones, mantiene a su madre y a sus hermanas pequeñas, y eso la honra, pero está dispuesta a cualquier cosa por mantener su empleo. Al fin y al cabo, las buenas personas son las que, al final, hacen lo correcto, aunque, a veces, se desvíen por el camino o tengan momentos de debilidad. Ambos se meten de lleno en el asunto John Doe por intereses personales, de carácter material, pero, se dejan cautivar por lo que ha surgido en el pueblo y están dispuesto a defenderlo hasta sus últimas consecuencias.


       Sin embargo, los personajes que de verdad hacen grande el cine de Capra son los personajes como el coronel, el más lúcido de todos los personajes ―a pesar de su machismo―, el más fiel a sí mismo y el que tiene un mayor conocimiento del género humano. Y aunque en la película se le tacha de huraño y se afirma que “odia a la gente”, es el mejor amigo de John, el único con el que siempre podrá contar y el único que sabe entrever el lío en el que se está metiendo.

       “Coronel: Por si me lo preguntas, este asunto de John Doe me parece un engaño.”

       Por el contrario, los personajes lacrimógenos y almibarados ―como los fundadores del primer club John Doe― son los que debilitan el cine de Capra y la razón por la que se le conocía con el apelativo de “la abuelita Capra”. Por eso no podemos dejar de sentirnos identificados con el coronel y su fiero escepticismo.

       “Coronel: Sí... “echad abajo las vallas”... ¡Ja!, porque si rompes un solo tablón, tu vecino te denunciará.”

       Es una lástima que, asimismo, el contenido religioso y sentimentaloide del cine de Capra distraiga la atención del espectador del extraordinario artesano cinematográfico que era. En “Juan Nadie”, Capra nos da una lección de cómo contar una historia en imágenes con la mayor emoción y la mayor belleza y dramatismo posibles en cada fotograma. Con planos de verdadero cine clásico, y encuadres de una belleza plástica que nos recuerdan las viñetas de los cómics. Con el plano de la silueta de John Doe, tras el cristal de la puerta de la azotea del ayuntamiento, Capra nos anuncia su presencia allí, anticipándonos su determinación a llevar a cabo el suicidio. Con las imágenes superpuestas de los pensamientos de John mientras éste pasea de noche por las solitarias calles de la ciudad nos transmite la soledad y la mortificación del personaje, tras ser abucheado y tachado de impostor por la multitud. Con la belleza de la lluvia, en la recepción del parque, cayendo sobre los paraguas de cientos y cientos de John Doe refuerza el dramatismo del momento en el que la cámara sigue al coronel abriéndose paso, entre la multitud, para ayudar a su amigo.


Con Ann tecleando, ávida de expresar con palabras los ideales de su difunto padre, junto a las imágenes de John dando conferencias en distintos lugares, nos informa, en una sencilla y eficaz elipsis, del tiempo que ella y John llevan de gira. Finalmente, con el primerísimo plano del pérfido D. B. Norton cuando comprende el increíble potencial de John Doe, después de ver el interés con que le escuchan los miembros de su personal de servicio, nos muestra con toda elocuencia el gesto malicioso del actor. Y con la excelente fotografía de George Barnes, en un romántico blanco y negro, nos deleita al tiempo que nos conmueve, porque hay que admitir que, aunque Capra tenga esa fastidiosa tendencia a ser melodramático por naturaleza, sabía cómo tocarnos la fibra sensible para hacernos soltar la lagrimita justo en el momento en que él quería y es que cuando el maestro Capra se proponía conmovernos, estábamos en sus manos.

       Pero ¿es “Juan Nadie” un drama o una comedia? Aunque el humor esté presente durante cada una de las secuencias del film y haya personajes cuya única función en la trama es hacernos reír ―como es el caso del divertido Beany (Irving Bacon), el hombre para todo de Connell―, el tono dramático prevalece sobre el cómico, porque la tragedia de los efectos devastadores de la gran crisis sobre la sociedad americana, junto a la inminente amenaza de la guerra y del totalitarismo en el mundo, se dejan sentir a lo largo de toda la película, ensombreciendo el tono humorístico tan característico del cine de Capra, convirtiendo, así, a “Juan Nadie” en un drama, de tono oscuro, con todas las de la ley. El drama de la soledad y el hambre de todos los John Doe y uno de los trabajos más sinceros y personales del realizador.


       “John: ¿Sabe? He estado observándolos y les he hablado. Puedo ver algo en sus rostros, puedo sentir que están hambrientos de algo. ¿Sabe lo que quiero decir? Quizás por eso vengan todos. Quizás estén solos y quieren que alguien les salude. Sé cómo se sienten. Yo he estado solo y hambriento prácticamente durante toda mi vida.”

       Capra parece querer despertar al pueblo para que luche por salir adelante con sus propios medios, desconfiando del apoyo y las promesas políticas. Este mensaje de Capra en 1941, cuando el mundo estaba amenazado por comunistas y fascistas, continúa siendo, hoy día, ante el desolador panorama de corrupción política internacional, un mensaje de plena actualidad. Defender la democracia y la libertad es lo que pretende hacer John Willoughby cuando decide suicidarse en Nochebuena, para enviar, con ese gesto, a todos aquellos que le han seguido, el mensaje de que ha sido engañado por D. B. Norton, para que abran los ojos y reaccionen. Pero este drama es un drama con final feliz. Y aunque Robert Riskin prefería el final original del suicidio, Capra se decidió por un final esperanzador, porque era su deseo apostar por el pueblo como fuerza capaz de levantarse y regenerarse ante cualquier adversidad. La frase final de la película, pronunciada por el coronel, así lo demuestra. Es una frase sencilla y rotunda:

       “Coronel: Ahí los tiene, Norton: ¡La gente! A ver si aprende.”

lunes, 17 de diciembre de 2018

CAPRAMANÍA 1

“El SECRETO DE VIVIR” (1936) de Frank Capra



       En mitad de la Gran Depresión norteamericana, Frank Capra, el más moralista de los grandes comediógrafos de la época dorada de Hollywood, dirigió esta fábula acerca de una especie de Jesucristo de los años treinta, que realiza el milagro de emplear su fortuna en “ayudar a los que se están ahogando”. Parece ser que Capra, en el año 35, atravesaba una profunda crisis espiritual cuando un desconocido le reprochó no estar utilizando su talento cinematográfico para combatir el mal, encarnado, en esa época, en la figura de Hitler. Al protagonista de la película, Longfellow Deeds, le ocurre una experiencia similar con un granjero arruinado, que le acusa de estar derrochando su dinero mientras la gente se muere de hambre. Este encuentro supuso para Capra un punto de inflexión en su vida profesional y, a partir de ese momento, el realizador de la ingeniosa y alocada “Sucedió una noche” (1934) pasó a sermonearnos con sus mensajes de hermandad y humanidad. Y conste que yo no le quito la razón al contenido de sus sermones, es solo que convierten en demasiado lacrimógenas, para mi gusto, algunas de sus películas. No es el caso de ésta que nos ocupa, que sabe mantener, con acierto, el punto exacto de integridad moral dentro de una comicidad tierna e hilarante. Y aunque, para una mentalidad europea, alguna que otra escena de la película pueda resultar demasiado patriotera, ya se sabe que, para un público norteamericano, demasiado patriotismo nunca es suficiente.

       El protagonista de “El secreto de vivir”, Longfellow Deeds (Gary Cooper) ―nombre cuya traducción literal significa “hazañas largas”―, lleva una existencia sencilla en Mandrake Falls, escribiendo poemas para postales, hasta que hereda una fortuna de su tío y se traslada a Nueva York para hacerse cargo de ella. En la ciudad, todos tratan de aprovecharse y burlarse del inocente pueblerino, de manera que éste termina por desconfiar de todo el mundo, excepto de Mary Dawson (Jean Arthur), la chica sencilla y buena de la que se ha enamorado y con la que pretende casarse.


Cuando Longfellow descubre que Mary Dawson es, en realidad, Babe Bennett, la periodista que ha estado ridiculizándole en la prensa, desde su llegada a Nueva York, se derrumba y decide volver a su pueblo. Pero la visita de un hombre desesperado le da una idea acerca de lo que ha de hacer con su dinero: Invertirlo en ayudar a la gente que lo ha perdido todo en la gran crisis. Sin embargo, antes de que pueda llevar a cabo su generoso plan, Longfellow es acusado de “perturbación mental” por aquellos miembros de su familia que quieren declararle incapaz de administrar su fortuna. Al principio, Deeds, hundido, rehúsa defenderse en el juicio, pero, al saber que Babe está enamorada de él y tras recibir numerosas muestras de aliento de los granjeros, reacciona, haciendo frente a todos los que buscan perderle.

       Este Longfellow Deeds representa el tipo de protagonista masculino preferido por Capra: Un hombre sencillo y puro que encarna los valores típicamente norteamericanos de honestidad, patriotismo, perseverancia, libertad y responsabilidad, frente a los valores negativos de egoísmo, falsedad, avaricia y crueldad, encarnados, normalmente, en sus películas, por los más poderosos. En esta película, que, por su carácter moralizante, podríamos considerar “el evangelio según Capra”, encontramos numerosas escenas que guardan una curiosa similitud con algunos de los momentos más importantes de la vida de Cristo:

       La Anunciación. El señor Cedar, administrador de la fortuna del difunto señor Semple, tío de Longfellow, viaja al pueblo de Deeds, junto a Cornelius Cobb, periodista encargado de preservar la intimidad de Semple, para anunciar a Deeds que es el heredero absoluto de la fortuna de su tío. Ante tal anuncio, la reacción de Deeds es de una humildad semejante a la de la Virgen María:

       “Deeds: Veinte millones... Es mucho dinero, ¿verdad?
       Cobb: Sí, es un buen pellizco.
       Deeds: Ya lo creo. Me pregunto por qué me lo habrá dejado a mí. No lo necesito.”

       Pero los necesite o no los veinte millones de dólares son suyos y convierten a Deeds en el responsable de un poder que no sabe cómo ejercer, pero cuya carga acepta con sencillez, aún sabiendo que trastocará toda su vida.

       Entrada triunfal en Jerusalén. La noticia de la marcha de Deeds a Nueva York provoca en Mandrake Falls toda una avalancha de personas que se reúnen en la estación para despedirle, como si se tratara de toda una celebridad, colmándole de felicitaciones y de parabienes. Los niños se cuelgan de él, las mujeres le hacen regalos y la banda sale a despedirle mientras él mismo toca el trombón hasta que el tren se pone en marcha. La escena rememora la entrada de Jesús en Jerusalén cuando el pueblo salió para aclamarle portando hojas de palma y ramas de olivo.

       Bautismo. Una vez en Nueva York, Deeds es bautizado con el apodo de “Cenicienta masculina” por Babe Bennett, la periodista que le entregará con un beso, por unas vacaciones pagadas y que, al mismo tiempo, representa la figura de María Magdalena, la discípula a la que Jesús salvó de siete demonios. En la película, Deeds también cree estar salvando a Babe, al tomarla por Mary Dawson, una chica desgraciada y hambrienta. Y, al final, la verdadera Babe terminará por ser su más fiel adepta, cuando, con su bondad, Deeds logre salvarla de sí misma.


       Expulsión de los mercaderes del templo. Respecto a eso de poner la otra mejilla, supongo que Capra debió considerarlo poco norteamericano, porque, aunque Deeds es un hombre pacífico, se irrita con facilidad cuando se burlan de él y pega unos puñetazos bíblicos, que nos recuerdan al Jesucristo que expulsó a los mercaderes del templo. Muestra de ello, es la escena en la que Deeds golpea a los poetas que trataban de burlarse de él.

       “Morrow: ¡Qué magnífica escabechina de presuntuosos! Muchacho, me ha rejuvenecido usted diez años. Un poeta con una izquierda de hierro y una derecha fulminante. ¡Fantástico!

       Milagro de los panes y los peces. Deeds convoca en su mansión a unos dos mil granjeros desempleados, en los cuales piensa invertir su dinero, y, al observar que están hambrientos, ordena alimentarlos a todos, como hiciera Jesús en el desierto.


       El prendimiento. Inmediatamente después de que se haga público que Longfellow Deeds piensa desprenderse de su fortuna, éste es arrestado por los agentes de la oficina del sheriff, a instancias del señor Cedar, quien pretende demostrar que Deeds está loco, con la intención de arrebatarle su dinero.

       “Deeds: Vaya por Dios, sólo porque intento dar mi dinero a la gente que le hace falta, me acusan de loco. Es fantástico.”

       La pasión. Desde el momento de su arresto, Longfellow Deeds, al igual que Jesús, entra en un profundo mutismo, negándose a defenderse de las burlas y de las acusaciones con que está siendo atacado. La misma firma de abogados que pretendía defender los intereses de Deeds, “Cedar, Cedar, Cedar y Budingtong”, se vuelve ahora contra él, sirviéndose de los Semple; lo mismo que los judíos del sanedrín se volvieron contra Jesucristo, sirviéndose de Herodes. La figura de Pilatos, lavándose las manos, está reflejada en la película, por el juez del tribunal encargado de juzgar a Deeds, que no puede hacer nada por ayudarle, ante la negativa de éste a ser defendido.

       El sermón de la montaña. A diferencia de Jesús, Deeds reacciona a tiempo y, justo cuando está a punto de ser crucificado en el juicio, toma la palabra para defenderse con un largo monólogo, que nos recuerda el sermón de la montaña, en el que Jesús dio a conocer su doctrina y en la que Deeds nos presenta la suya. Y, siguiendo el ejemplo de Jesús, lo hace a través de parábolas:

       “Deeds: Es como si yo fuera en un yate y un hombre, desde una barca, cansado de remar, me pidiera que le remolcase y otro se estuviera ahogando. ¿A quién cree que debería ayudar? ¿Al señor Cedar, cansado de remar y que quiere una vida más cómoda o a esos hombres que se están ahogando? Cualquier niño de diez años daría la respuesta correcta.”

       Resurrección. Finalmente, Deeds resucita, renaciendo de sus propias cenizas, y consigue la libertad y la chica.

La celebración del resurgir de Deeds, triunfante, lleva a sus discípulos, los granjeros, a sacarle a hombros de la sala, lo mismo que a un torero, al que todos quieren tocar y llevarse un pedacito de sus ropas, como reliquia.

       Al margen de las similitudes con la vida de Jesús, “El secreto de vivir” contiene una estructura clásica de comedia, sencilla a la vez que sólida, en la que se narra la tradicional historia del pueblerino que se enfrenta a la gran ciudad por primera vez, y no consigue adaptarse, porque en la ciudad nada ni nadie es lo que parece.

       “Deeds: Un hombre debe reconocer cuando se adapta y cuando no. Yo no lo he logrado. Pensé que podría hacer algo con el dinero, pero, me han tenido tan ocupado que no se me ha ocurrido nada. Quizás cuando vuelva a casa...”

       Se trata, en definitiva, del choque de un hombre inocente contra una sociedad que ha olvidado los valores humanos que pueden proporcionar la verdadera felicidad. En la ciudad todos se creen más listos e intelectualmente superiores a Deeds, pero lo cierto es que Deeds pone en su sitio a todos los engreídos con los que se va tropezando.

       “Deeds: Es fácil reírse de alguien cuando no se sabe hasta qué punto se le puede herir. Creo que sus poemas son magníficos, señor Brookfield, pero no pienso lo mismo de usted.”

       Hasta la misma Babe Bennett, que está tan segura de sí misma, recuperará, gracias a Deeds, a aquélla chica honesta que se extravió por el camino del periodismo.

       “Babe: Está lleno de bondad, Mabel, ¿sabes qué es eso?
       Mabel: ¿Eh?
       Babe: No, claro que no lo sabes. Lo hemos olvidado. Estamos demasiado ocupados en una carrera loca y sin objeto.”

       Capra disfruta ensalzando la bondad y la honestidad del hombre de campo, frente al envanecimiento y el cinismo que proporcionan al hombre de la ciudad, los logros profesionales y económicos. Y, siguiendo este patrón del pueblerino que llega a la ciudad ―que ya se refleja en el título original de la película: “Mr. Deeds goes to town”―, hace una clara defensa de las ventajas de la vida en una pequeña ciudad, donde todos los habitantes forman una gran familia, basada en los tradicionales principios de patriotismo, solidaridad y respeto.

       “Deeds: Puede que les parezca divertido o incluso ridículo, pero si, algún día, fueran ustedes a Mandrake falls, también nos parecerían divertidos, aunque no los pondríamos en ridículo, porque no es de buena educación.”

       La película contiene todos los ingredientes habituales de este tipo de historias: las burlas y las trampas a la que es sometido este inocente personaje por parte de los habitantes de la ciudad, la gran humanidad del pueblerino en cuestión, que va repartiendo lecciones de honestidad y sensatez a los ciudadanos:

       “Deeds: Su cara no me gusta. Además, quien se conforma con un millón, pudiendo tener siete millones, algo oculta. Y me sorprende que el señor Cedar, a quien se supone un hombre inteligente, no se de cuenta de eso.”

       Y, por último, el enamoramiento del pueblerino hacía una chica de la ciudad, con la que tiene una gran afinidad, pero de la que le separa un abismo de engaño y falsedad. En la película, hay un plano muy romántico y chaplinesco de la pareja, fotografiada en la oscuridad de la noche, de espaldas a la cámara, mirando, desde el puente, las luces de Times Square. El plano nos transmite la sensación de que ambos están mirando hacia un futuro luminoso, pero artificial.

       Al final, de este tipo de historias, el pueblerino suele ganarse el cariño y el respeto de la gente de la ciudad, ayudándoles con sus problemas y demostrándoles su valía y su capacidad para desenvolverse en cualquier ambiente, por hostil que pueda resultar. Y aunque su paso por la ciudad termine espabilándole y haciéndole perder parte de su inocencia, pase lo que pase, este personaje, jamás perderá su honradez.

       “Deeds: Lo que me molesta es por qué la gente se divierte hiriendo a los demás. ¿Por qué no intentan vivir en paz y respetarse entre sí?”

       El guión, basado en el relato “Opera Hat” de Clarence Budington Kelland ―sí, Budington, lo mismo que el socio de los tres Cedar de la firma de abogados, ja, ja, ja―, fue elaborado por Robert Riskin, logrando una comedia repleta de momentos divertidos y conmovedores. Siendo la secuencia del juicio la más emotiva y cómica de toda la película. Emotiva, gracias a la pasión con la que Babe Bennett sale en defensa de Deeds:


       “Babe: ¡Si este hombre está loco, señoría, a todos nos deberían poner una camisa de fuerza!”

       Y cómica, por el largo desfile de testigos de la acusación que pasan por el banquillo para relatar las supuestas locuras de Deeds:

       “Cochero: Quiero mucho a Clara, señoría. Es una yegua estupenda. Cuando ese chalado se empeñó en darle buñuelos, yo le dije: “Cuidado con lo que hace, amigo, cuidado con lo que hace.” Y debía tener cuidado, porque, ahora, Clara sólo quiere buñuelos.”

       Pero si hay un momento desternillante de verdad en el juicio, es la declaración de las hermanas Faulkner. Dos entrañables ancianitas de Mandrake falls que, basándose en las excentricidades de Deeds, como caminar bajo la lluvia sin sombrero, tocar el trombón o darle una paliza a alguien sin motivo, afirman que el protagonista está “poseído por los duendes”. Más tarde, Deeds, defendiéndose a sí mismo, vuelve a interrogar a las dos ancianas, y a la pregunta de si alguien más, en Mandrake falls, está poseído por los duendes, una de ellas contesta:

       “Jane: En Mandrake falls todo el mundo está poseído por los duendes, excepto nosotras.”

       La carcajada de la audiencia es estruendosa y la broma incluso va más allá, cuando las ancianas declaran que el juez, sin duda, también está poseído por los duendes.

       Después de escuchar a estas dos ancianitas, se podría decir que para los habitantes de Mandrake Falls, “estar poseído por los duendes” equivale a ser un hombre de grandes ideales, romántico, espontáneo e inocente como un niño ―lo que en Nueva York se considera un loco de remate―. También como un niño pequeño, Deeds atiza a los demás cuando se enfada y siente fascinación por la vida y por descubrir el mundo. Y ahí radica su encanto. Semejante rol le iba a Gary Cooper como un guante y le valió su primera nominación al Oscar, aunque no lo ganara en esa ocasión. Magníficamente favorecido por la fotografía en blanco y negro de Joseph Walter ―director de fotografía habitual de Capra―, Cooper interpreta de manera encantadora y adorable a este hombre de corazón puro, al que todos querríamos parecernos, con una dignidad y una credibilidad tales, que le salvan de la cursilería, en la que corría el peligro de caer, al encarnar a un personaje capaz de escribir poemas como éste: “Cuando en la noche oscura no sepas adónde ir y navegues sin rumbo en un mar de dudas... Recuerda que el dulce corazón de tu madre grita: Te espero, hijo, te espero.” Longfellow Deeds representa ese tipo de personajes con los que el actor se identificaba y se fundía a la perfección, ese tipo valiente, honesto y decidido que siempre hacía lo correcto, y que era, sobre todo, un caballero y un patriota, como se desprende de sus palabras ante la tumba de Grant:

       “Deeds: Yo veo a un modesto granjero de Ohio convertido en soldado. Todo un pueblo en marcha. Al general Lee rindiéndose con el corazón hecho pedazos. El principio de una nueva nación como predijo Abraham Lincoln y un muchacho de Ohio convertido en hombre y presidente de esta nación. Estas cosas sólo pueden ocurrir en un país como América.”

       El americanismo que defiende Deeds en la película era la gran obsesión de Cooper, un patriotismo mal entendido que le llevó a manchar su leyenda, para siempre, con la marca del delator, a causa de su lamentable comportamiento durante la “caza de brujas” del macartismo. Delatar a sus compañeros de trabajo es algo que Longfellow Deeds nunca habría hecho, ni siquiera para combatir el comunismo. Y es que por mucho que, a Cooper, le gustaran este tipo de personajes, él no era uno de ellos.


       El personaje de Babe Bennett, interpretado de manera muy acertada por Jean Arthur, es un claro ejemplo del habitual rol de la mujer en el cine de Capra, la buena chica, a la que la lucha por sobrevivir en una sociedad hostil ha endurecido, convirtiéndola en una farsante. Las “buenas” chicas de Capra, a menudo, se comportan como si hubieran olvidado que lo son, han estado tan preocupadas por salir adelante que han perdido su alma por el camino. En el caso de Babe, las palabras de su padre: “Ocurra lo que ocurra, cariño, no te compadezcas jamás”, han hecho de ella la gran luchadora que es, dispuesta a todo por vender ejemplares. Jean Arthur interpretó a esta chica moderna e independiente ―pero mucho más dulce que las chicas modernas e independientes de Hawks― con una veracidad y una magia que la convirtieron en la actriz favorita de Capra, justo en el momento en el que su carrera empezaba a remontar hacia lo más alto, gracias a “Pasaporte a la fama” (1935) de John Ford. El paso a la comedia supuso, para Arthur, en la década de los treinta, el encuentro con el género que más éxitos le haría cosechar en toda su carrera. Ella supo aprovechar la oportunidad de trabajar con los más grandes comediógrafos, Hawks, Wilder y Capra, y estuvo a punto de ganar un Oscar por su interpretación en la comedia de George Stevens “El amor llamó dos veces” (1943), primera versión de la posterior “Apartamento para tres” (1966) de Charles Walters.

       Otro de los fuertes pilares de la película lo constituye el personaje de Cornelius Cobb (Lionel Stander), un buen tipo, irónico e incrédulo, pero íntegro como una roca, que termina por encariñarse de Deeds, al que llega a considerar un amigo.

Este secundario que observa, a cierta distancia, las andanzas del protagonista, al que guarda una gran lealtad y admiración, es muy habitual en el cine de Capra. Es el secundario que nos subraya la valía del protagonista con sus comentarios de aliento o de reproche a cada una de sus acciones. Cobb es el amigo incondicional que no tiene pelos en la lengua, el único que es franco con Deeds desde el principio. El Fiel y escéptico compañero que también aparece en “Juan Nadie”, interpretado por Walter Brennan, y en “Un gánster para un milagro”, encarnado por Peter Falk.

       “Cobb: Escuche, amigo, sé cómo se siente, pero no es usted el primero a quien le ocurre una cosa así. Tiene que reaccionar y atacarles con sus mismas armas. Ánimo. No deje que le hundan.”

       El mayor antagonista de Longfellow Deeds, el señor Cedar, obsesionado en seguir administrando la fortuna del difunto Semple a toda costa, es un tramposo y avaricioso abogado, que representa la clara encarnación del mal frente a la honestidad casi inmaculada de Deeds, al que trata de tentar, inútilmente, desde el principio.

       “Deeds: Hasta sus manos son viscosas.”

       Aliados incondicionales del señor Cedar, los parientes codiciosos de Longfellow Deeds, constituyen un matrimonio casi siniestro y, desde luego, de lo más ridículo. Él, sobrino del difunto Semple, es un tipo débil, nervioso y repelente, y su pérfida mujer es una insufrible harpía, que tiene a su marido completamente dominado. Ambos forman una pareja tan desagradable que todo el mundo disfruta viendo cómo Longfellow los pone en evidencia durante el juicio.

       “El secreto de vivir” da respuesta a la eterna pregunta con la que todos hemos fantaseado alguna vez, ¿qué harías si te tocaran 20 millones? La respuesta de Capra es clara y tajante, compartirlo con aquéllos que más lo necesiten. Es una respuesta con un claro mensaje de amor al prójimo, que el cineasta ilustra a través del comportamiento de su protagonista, Longfellow Deeds. Y, a pesar de que el plan de Deeds, para donar su fortuna, parezca tan contrario al sistema capitalista y tan próximo a los ideales comunistas de igualdad y de reparto equitativo de bienes, llama la atención el hecho de que “El secreto de vivir” fuera una película tan bien acogida en estados unidos, donde todo lo que “apeste” a comunismo es demonizado. Tal vez, el público norteamericano, hipnotizado por las muestras de patriotismo de Deeds, no lo advirtiera.

       “Cedar: El gobierno es capaz de afrontar los problemas del país sin ayuda de Deeds o de ningún otro loco inconsciente. Los desvaríos de su mente enferma han creado sus iniciativas económicas, con delirios de grandeza y una inmensa obsesión por convertirse en el bienhechor público.”

       De cualquier modo, la polémica, sobre la generosidad de Longfellow Deeds, está servida; para algunos, es una fantasía, que nunca podría ocurrir; para otros, un atentado contra la estabilidad del aparato financiero y para todos los que tenemos esperanza en la humanidad, un sueño ejemplarizante, que nos devuelve la fe en el género humano. Ojalá hubiera un Longfellow Deeds en todos nosotros. Eso, sí, un poco menos cursi y patriotero, por favor.