martes, 30 de marzo de 2021

EDWARDSMANÍA 1

«DESAYUNO CON DIAMANTES» (1961) de Blake Edwards
    
       
A principios de la década de los sesenta, Blake Edwards dirigió la adaptación al cine, escrita por George Axelrod, de la novela de Truman Capote Desayuno en Tiffany’s, la comedia romántica más triste y melancólica de la historia del cine. La comprensión, la mutua simpatía y la enorme atracción que surge entre la pareja protagonista, dos jóvenes que viven de sus favores sexuales en la fría ciudad de Nueva York, trastocará las vidas de ambos, con un amor, que ninguno de los dos esperaba y que les obligará a replantearse su modo de vida.
       
       Holly Golightly (Audrey Hepburn) es una chica sofisticada y excéntrica que sobrevive gracias a la generosidad de hombres adinerados, cuya compañía frecuenta por las noches. Holly sueña con reunir dinero para comprar un rancho donde vivir con su adorado hermano Fred. Pero, aunque también cuenta con una asignación semanal del mafioso Sally Tomato (Alan Reed), al que visita en la cárcel para transmitirle a su abogado “el parte meteorológico” —instrucciones en clave con las que continúa dirigiendo sus negocios—, Holly no consigue ahorrar. La soledad de Holly se verá aligerada con la llegada al edificio de un nuevo vecino, Paul Varjak (George Peppard), un joven aspirante a escritor, que es mantenido por su amante, la Sra. Emily Eustace “2-E” (Patricia Neal), una mujer de gran fortuna, que se ha encaprichado del chico. En cuanto se conocen, Holly y Paul, a pesar de sus diferentes caracteres, enseguida se hacen amigos.

Paul se enamora de Holly desde el principio, convirtiéndose en espectador de su 
alocada existencia y Holly introduce a Paul en su círculo de amistades invitándole a una fiesta, a la que acuden —entre toda una representación de la fauna neoyorquina— O. J. Berman (Martin Balsam), famoso representante de artistas que pretendía lanzar a Holly en el cine, y dos prometedores millonarios, Rusty Trawler (Stanley Adams) y el brasileño José da Silva Pereira (José Luis de Vilallonga), candidatos perfectos para las aspiraciones de Holly de casarse con un millonario. Sin embargo, Paul descubre que Holly ya estuvo casada, cuando su marido, el veterinario Doc Golightly (Buddy Ebsen), aparece para llevársela con él. Pero Holly ya no es aquella chiquilla de catorce años, sin hogar, llamada Lulame Barnes, a quien ese hombre hizo su esposa; ahora, es una mujer libre, cuyo matrimonio fue anulado. Pero Doc no quiere aceptarlo y amenaza a Holly con no admitir en su casa a su hermano Fred, cuando regrese del ejército. A partir de ese momento, Holly, a pesar de la desaprobación de Paul, se esfuerza, inútilmente, por convertirse en la señora de Rusty Trawler. Para animar a Holly, Paul la invita a salir para celebrar que acaba de vender un cuento y, de regreso a casa, hacen el amor. Al día siguiente, Paul rompe su relación con su protectora, la Sra. Eustace. Sin embargo, Holly le anuncia que su nuevo objetivo es casarse con el Sr. José da Silva Pereira.

Decepcionado, Paul decide apartarse de ella, pero antes de que se mude, Holly recibe un telegrama del ejército 
anunciándole la muerte de Fred y, enloquecida por el dolor, destroza su apartamento. Paul ayuda, al horrorizado Da Silva, a calmarla y, tras pedirle al brasileño, que cuide de ella, sale de su vida. Meses después, Holly invita a Paul a cenar para despedirse de él antes de irse con Pereira a Brasil; pero, tras la cena, la policía del departamento de narcóticos los detiene. Acusada de colaborar con el gánster Sally Tomato, la foto de Sally es portada en todos los periódicos. Paul se pone en contacto con O. J. Berman para que la ayude y éste lo tranquiliza, asegurándole que ya tiene a sus abogados trabajando en ello. Por el contrario, Da Silva, temiendo que el escándalo le salpique, rompe con Holly. A pesar de todo, Holly se empeña en ir a Brasil, rechazando el amor de Paul, una vez más; pero él la hará comprender que por muy lejos que vaya, nunca podrá huir de sí misma.




       Holly finge una frívola alegría y una despreocupación vital con la que trata de ocultar su miedo, su soledad y su sensible corazón, ante una ciudad hostil, que la fascina y la oprime al mismo tiempo. Decía Cervantes que «uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son», Holly, tras una infancia de sufrimiento y privaciones, vive presa del miedo, ocultando al mundo, bajo una personalidad banal y bohemia, su enorme fragilidad. Holly percibe el amor como una amenaza y huye de él, por temor a ser controlada o a desaparecer en la relación. Este miedo la hace asumir un disfraz de persona fuerte e independiente, con el que distanciarse del ser amado.

       «Holly: No dejaré que nadie me ponga en una jaula.
       Paul: ¡Yo no quiero ponerte en una jaula! Sólo quiero quererte.
       Holly: ¡Es lo mismo!
       Paul: ¡No, no lo es!»

       Paul Varjak es capaz de reconocer a la verdadera Holly, esa chica solitaria y muerta de miedo, que no confía en sí misma, porque está convencida de que lo único valioso que puede ofrecer a los demás es su belleza y simpatía. Paul puede ver el interior de Holly, por la sencilla razón de que él es igual que ella. También él se menosprecia y teme que le menosprecien los demás; su carrera de escritor se estancó, cuando no había hecho más que empezar, y eso le hizo dudar de su propia valía, dejando que la Sra. Eustace asumiera el control de su existencia. La diferencia entre Paul y Holly, es que Paul no tiene miedo al amor, sino al fracaso y, desde que se enamora de Holly, está dispuesto a empezar de nuevo, entregándose a ella en cuerpo y alma, cambiando su vida para salvarla y salvarse.

       «Paul: Aunque parezca extraño, es una chica que no puede ayudar a nadie, ni siquiera a sí misma; pero lo importante es que yo puedo ayudarla y, para mí, esto es una sensación agradable.»

       A Paul, el amor le proporciona el valor que necesita para replantearse su vida y reconciliarse consigo mismo; sin embargo, a Holly la impulsa a una huída constante, que le impide resolver su principal problema, el miedo a ser domesticada. Tras una infancia traumática, en Tulip, Texas, el matrimonio de Holly cuando aún era una niña, con un veterinario mucho mayor que ella, la hizo sentirse atrapada y escapó como pudo. Y aunque el matrimonio fue anulado —posiblemente a causa de su minoría de edad—, dejó en la joven Holly un miedo cerval a caer de nuevo en la trampa del amor. Sin embargo, la película nos presenta al veterinario Doc Golightly como a un pobre hombre destrozado por el abandono de su esposa adolescente; aunque resulta evidente, para cualquier espectador actual, que el mayor “súper canalla” de toda la cinta es este lobo con piel de cordero, que acogió en su casa a una chiquilla, que malvivía en la calle, robando comida junto a su hermano Fred, para luego, aprovecharse de ella, haciéndola su esposa, cuando lo que Holly necesitaba era un padre, no un marido. Este Doc Golightly fue el que enseñó a Holly lo que los hombres esperaban de ella y lo que podía conseguir de ellos, a través de sus encantos. Pone los pelos de punta oír cómo Doc justifica su debilidad, ante Paul, tratando de culpar a la niña:


       «Doc: Cuando me casé con Lulame, tenía catorce años. Claro que, por lo general, una persona de catorce años no sabe lo que quiere; pero Lulame era un caso excepcional.»

       Después, se hace la víctima contando que lloró al declararse a Holly, como si el hecho de estar enamorado lo justificara todo.

       «Doc: La noche que me declaré, lloré como un niño. Ella me dijo, “¿Por qué lloras, Doc? Claro que nos casaremos. Nunca me he casado antes.” Tuve que reírme, besarla y estrecharla entre mis brazos.»

       La pobre niña debió sentirse obligada a casarse, después de que les acogiera en su casa, a ella y a su hermano. Pero cuando este aparente buen hombre se muestra realmente despreciable es en el momento en que chantajea a Holly para que vuelva a casa, amenazándola con echar a Fred a la calle si no lo hace. El tipo sabe muy bien que Holly haría cualquier cosa por su hermano y no duda en usarlo como moneda de cambio, para obtener lo que quiere de ella mientras no cesa de repetir que «su lugar está al lado de su marido, sus hijos y su hermano», aunque, sabe de sobra que son hijos suyos y de su primera mujer, no de Holly.


       «Doc: No quiero que pienses que trato de obligarte, pero, he de hacerlo. Si no vienes conmigo, escribiré a Fred para decirle que si tú no vuelves a casa, tendrá que buscarse otro sitio donde vivir.
       Holly: ¡Doc, no hagas eso! ¡No le escribas eso! Yo misma le escribiré y le rogaré que venga aquí conmigo. Yo le cuidaré, no te preocupes.
       Doc: No digas tonterías, Lulame.
       Holly: ¡Doc, deja de llamarme así! ¡Ya no soy Lulame!»

       Duele ver a Holly hablando siempre bien de Doc y mostrándose agradecida con él. Recordemos que la película se filmó a principios de los sesenta, cuando el matrimonio con menores de edad, siempre y cuando dicho menor fuera de sexo femenino, se aceptaba, aunque no se viera con buenos ojos. La misma película presenta a este manipulador sin escrúpulos como a un buen hombre, que inspira compasión a Paul y a la misma Holly; sin embargo, sea intencionadamente o no, antes de que sepamos quién es este personaje, Edwards le filma como a una presencia amenazante, que vigila el edificio en el que viven los protagonistas y se cierne sobre Paul, en el parque, de forma intimidante. De hecho, Doc ya se cernió sobre Holly cuando apenas era una niña hambrienta y salvaje, llamada Lulame. Años después, en Nueva York, Holly se ha cambiado el nombre, pero sigue hambrienta y salvaje.

       «Holly: ¿Quiere que le diga una cosa terrible, Fred? Sigo siendo Lulame, de catorce años de edad, la que robaba huevos de pavo y corría a través de la maleza. La única diferencia es que ahora lo llamo tener un día rojo.»

       Y, lo que es peor, sigue estando muerta de miedo.

       «Holly: ¿Conoce usted esos días en que se ve todo de color rojo?
       Paul: ¿Color rojo? Querrá decir negro.
       Holly: No. Se tiene un día negro, porque una se engorda o porque ha llovido demasiado, estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles. De repente, se tiene miedo y no se sabe por qué.»


       Después de que Doc tratara de domesticar a Holly, su supuesto “descubridor”, O. J. Berman, trató de hacer lo mismo, convirtiéndola en actriz; pero Holly le dejó plantado y se fue a Nueva York. De ambos hombres se escapó Holly, y tanto Doc, como O. J. siguen queriendo a Holly, cada uno a su manera. Es conmovedor que O. J. sea, entre tantos amigos, el único, exceptuando a Paul, que se preocupa por ayudar a Holly a salir de la cárcel. Y es que, según O. J., Holly despierta amor en los hombres con «rasgo de poeta», hombres capaces de apreciar que ella «es farsante, pero es sincera». Este O. J. Berman —que el gran actor Martin Balsam supo componer con gran habilidad cómica— es un tipo desenvuelto, un poco chiflado y algo caradura, que continúa apreciando a Holly, aunque le dejara plantado.

       «O. J.: Mire, yo la aprecio, la aprecio de verdad; es decir, soy muy sensible. Quiero decir que hay que ser muy sensible para apreciarla. ¿Sabe lo que quiero decir? Pues… es lo que se llama un rasgo, un rasgo de poeta, ¿comprende?»

       Los personajes del film tienen una profundidad psicológica que no suele verse en una comedia romántica, están llenos de aspectos sin resolver, que los hacen interesantes, atractivos y simpáticos para el espectador. Holly y Paul son dos jóvenes sensibles e inadaptados, que se entienden y se necesitan el uno al otro, para aliviar el mutuo dolor de ser unos fracasados en una ciudad llena de triunfadores de oropel, en la que los sentimientos son considerados algo carente de sofisticación. Holly persigue la riqueza, esperando alcanzar con ella una tranquilidad y una seguridad que proporcione paz a su vida, pero este mundo de lujos, que ella tanto ansía, se le escapa una y otra vez. Del mismo modo, Paul busca el éxito como escritor, para conseguir la autoestima que le falta, y tampoco lo obtiene. Ambos se sienten unos perdedores. Paul Varjak vive de una mujer, como Holly Golightly vive de los hombres, aunque en la película se tienda a suavizar este aspecto del personaje femenino, diciendo que los hombres le dan cincuenta dólares para ir al tocador. Incluso hay varias escenas en las que vemos a Holly escabulléndose de algún hombre que, tras haberle dado los cincuenta dólares de rigor, le reclama sus favores.


       «Sid Arbuck (Claude Stroud): Espera un momento, nena… Yo soy muy simpático y te gusto, nena, tú lo dijiste. ¿No pagué la cuenta de cinco personas? Tus amigos… Jamás los había visto. Y cuando me pediste suelto para el tocador, ¿eh? Te di un billete de cincuenta dólares. ¿No crees que eso me da algún derecho?»


       Precisamente, Paul siente deseos de proteger a Holly, porque sabe lo duro que es ser “mantenido”, los dos sienten ternura el uno por el otro y se encuentran cómodos cuando están juntos, porque saben que están con alguien que les acepta tal como son. Y pese a esta aceptación, no pueden evitar sentir celos, el uno del otro, por la manera en la que ambos se ganan la vida. Resulta enternecedor asistir a sus mutuos reproches, de los que enseguida se arrepienten.

       «Holly: (Entregándole un billete a Paul) No acepto ninguna bebida de un caballero que me mire con desaprobación, especialmente, cuando dicho caballero recibe dinero de otra chica. Debiera estar acostumbrado a aceptar el dinero de las mujeres.
       Paul: Si yo fuera usted, tendría más cuidado con mi dinero. Rusty Trawler le va a dar trabajo para ganarlo.»


       La ciudad de Nueva York es el escenario elegido por el creador de la historia, Truman Capote, para situar a sus dos antihéroes en un mundo sin sentimientos, donde sólo el sexo y el interés tienen cabida. Un ambiente opresivo de glamur y falsas apariencias, cuya sombra planea sobre sus cabezas, como los rascacielos sobre las calles de la ciudad. Un ambiente enloquecedor, que atrapa a los personajes y los arrastra a sumergirse en una vorágine de relaciones superficiales y excéntricas que termina desquiciándolos, como al resto de los habitantes de la gran ciudad.

       «Holly: Supongo que usted cree que soy muy descarada o que estoy loca.
       Paul: No la creo más loca que cualquier otra persona.
       Holly: Usted y todo el mundo lo cree; pero no me importa. Todos vivimos en el manicomio.»


       La secuencia de la fiesta en el diminuto apartamento de Holly es una muestra de este “manicomio” neoyorquino en el que transcurren las vidas de los protagonistas. Es una secuencia que Edwards filmó con todo el realismo posible, para lo cual, hizo beber a los actores y montó una fiesta de verdad. La secuencia muestra todo un zoológico de seres extravagantes y pasados de copas que terminan, como no podía ser de otro modo, desalojados por la policía. Hay una mujer en esta secuencia que protagoniza uno de los momentos más hilarantes y, al mismo tiempo, más dramáticos de la fiesta, y que demuestra que todos los asistentes a esa fiesta viven en un manicomio, llamado Nueva York. Es una mujer que está, completamente ebria, contemplando su rostro en un espejo y partiéndose de risa; instantes después, volvemos a verla, sigue delante del mismo espejo, pero, ahora, llora desconsoladamente. Se divierte, pero sufre, como Holly cuando sale cada noche a cenar con un caballero distinto. La soberbia filmación de esta fiesta serviría a Blake Edwards como entrenamiento para la mayor fiesta jamás filmada que vendría después, la de su película «El guateque» (1968), extraordinario ejercicio de slapstick cinematográfico, orquestado por Edwards e interpretado por un Peter Sellers en estado de gracia.

       George Axelrod fue nominado al Oscar al mejor guión adaptado y ganó el Premio WGA del sindicato de guionistas de Estados Unidos, por el magnífico trabajo de adaptación que realizó sobre la novela de Capote, quien, sin embargo, no quedó satisfecho ni con la película ni con Audrey Hepburn y mucho menos con el final feliz de la cinta, tan diferente al de su novela. Aún así, el gran éxito alcanzado por la película a lo largo de los años lograría que el escritor cambiara de parecer respecto al film y empezara a verlo con mejores ojos.


       Sin embargo, Truman Capote jamás superaría el desagrado que le producía el personaje del vecino japonés, pese a que fuera interpretado por el gran actor Mickey Rooney. Algo totalmente comprensible, teniendo en cuenta que el tal Mr. Yunioshi es uno de los personajes cómicos con menos gracia y más repelente, que se han visto nunca en una pantalla. Tanto es así, que somos muchos los que opinamos que su presencia estropea el film, pero a Edwards le encantaba y con eso basta. La razón por la que resulta tan antipático, quizás sea que un occidental haciendo de oriental siempre resulta poco creíble o que alguien, en el departamento de caracterización, se extralimitó poniéndole a Rooney unos dientes tan exagerados que terminaron acaparando todo el protagonismo. De cualquier forma, es un personaje, este Yunioshi, que, por lo que sea, cae mal y cada vez que aparece en pantalla nos arruina la diversión. Particularmente, pienso que el tipo de humor que aporta este personaje —basado en un histrionismo exagerado por parte de Rooney— desentona con el elegante tono humorístico del film, provocando una ruptura en la comicidad general que es percibida por el espectador como una molesta interferencia, que nos saca de la cautivadora ilusión creada por el director para esta magnífica historia.


       Por fortuna para Edwards, estaba Henry Mancini para sumergirnos de nuevo en la magia de su ficción, a través de una bellísima y melancólica banda sonora, que recibiría sendos Oscar a la mejor música y a la mejor canción, Moon River, que Mancini compuso junto a Johnny Mercer. Además, la música del film recibiría el Grammy a la mejor música de cine, y Moon River obtendría el Golden Laurel a la mejor canción, convirtiéndose en una de las canciones cinematográficas más famosa de todos los tiempos. La canción fue compuesta con mimo para la voz de Audrey Hepburn, teniendo en cuenta sus limitaciones como cantante y logrando que la actriz conmoviera a los espectadores con su interpretación, pasando a formar parte de una de las escenas más inolvidables del film.

Junto a aquélla en la que Holly, con vestido de noche y gafas de sol, 
desayuna café y bollos mientras se pasea, ante los escaparates de la joyería Tiffany’s, por la Quinta Avenida. Y junto a la secuencia del robo de las caretas en la tienda de artículos de fiesta; tras la cual, los jóvenes se quitan las máscaras, no sólo literal, sino también metafóricamente, para dejar de fingir que son sólo amigos y reconocer que se aman. Sin olvidar, por supuesto, el conmovedor final de los amantes bajo la lluvia, junto al gato.


       El personaje de Holly Golightly en Desayuno con diamantes posiblemente sea la mejor actuación de toda la carrera de Audrey Hepburn o, por lo menos, la más recordada a nivel mundial. La actriz asumió un doble riesgo con este trabajo; el de interpretar a una prostituta, algo que siempre podía dañar la imagen de una actriz en Hollywood, y el de interpretar a un personaje extrovertido y excéntrico, siendo ella tan tímida y natural. Por todo ello, Audrey Hepburn se sintió muy insegura durante todo el rodaje y, por si esto fuera poco, el autor Truman Capote no aprobaba su elección, lo que aún le provocó mayor incertidumbre. Pero todos sus esfuerzos se vieron recompensados  con un éxito que la lanzaría definitivamente como estrella internacional, ganando, además, el prestigio de ser nominada al Oscar a la mejor actriz, por su interpretación.


       También George Peppard obtendría un gran éxito gracias a este film, encarnando al introvertido y sensible escritor Paul Varjak, cuyo amor por Holly, Peppard supo transmitirnos en cada una de las silenciosas miradas que le dedicaba mientras ella hablaba sin parar. Asimismo, el actor nos hizo sentir; por una parte, la fortaleza de este aparente perdedor, que con su nobleza consigue que Holly se quite la máscara que siempre lleva puesta y acepte que su corazón le pertenece y, por otra parte, la dignidad con la que responde a los intentos de su amante, la Sra. Eustace, de humillarle, tras saber que va a dejarla, porque se ha enamorado de otra.

       «Sra. Eustace: Llévala a algún sitio durante una semana. Tienes derecho a unas vacaciones pagadas. Es una simple cuestión de bases de trabajo. Naturalmente, si fueses realmente listo reunirías a algunos de los de tu oficio para organizar un sindicato. Así, tendríais servicio médico y un seguro de paro forzoso para cuando estéis, ¿cómo lo diré?... descansando entre trabajo y trabajo.
       Paul: Gracias por haberme facilitado el camino.»


       La impúdica Sra. Eustace, interpretada con cinismo por una veterana Patricia Neal, cuyas miradas al joven escritor rebosan de libido insatisfecha, representa ese tipo de mujer de mundo, dispuesta a comprar los servicios de un joven atractivo, que satisfaga ese apetito que su marido ya no puede o no quiere satisfacer y que la haga sentir de nuevo esa ilusión, aunque sea fingida, que proporciona un nuevo romance. Patricia Neal interpreta cada una de las pocas escenas en las que aparece su personaje, de una forma tan ejemplar, que sólo percibimos al personaje, sin que veamos en ningún momento a la actriz.


       El padre de Blake Edwards, Jack McEdwards, era ayudante de dirección y actor, y su abuelo, J. Gordon Edwards, fue un director de cine mudo muy respetado, con semejante árbol genealógico no es de extrañar que Edwards terminara trabajando en la industria del cine, donde empezó como actor, después, fue guionista —junto al director Richard Quine— y, finalmente, terminó dirigiendo sus propias películas. Toda esa experiencia cinematográfica le convertiría en un director sobresaliente, sobre todo en el género de la comedia, en el que siempre destacó y supo ganarse una enorme y merecidísima reputación. Sin embargo, también dejó constancia de su gran talento a la hora de dirigir relatos de corte dramático. Esta gran versatilidad como realizador de ambos géneros cinematográficos hizo posible esta comedia romántica protagonizada por una antiheroína tan melancólica y, al mismo tiempo, tan divertida y salvaje como Holly Golightly. Desayuno con diamantes, no sería lo que es sin esta chica extrovertida y desdichada, que huye de la realidad para no enfrentarse a sí misma.

       «Paul: Holly…
       Holly: ¡No soy Holly! ¡Ni siquiera Lulame, no sé quién soy! Soy como este gato, somos un par de infelices sin nombre, no pertenecemos a nadie y nadie nos pertenece. Ni siquiera el uno al otro.»

       A Holly le asusta el amor, porque nunca lo ha conocido, y porque teme que alguien pueda llegar a conocerla tal como es, por eso, lucha por permanecer indómita y ajena a su propia existencia.

       «Holly: No entregues nunca tu corazón a un ser salvaje, porque, si lo haces, más fuerte se vuelve, hasta que tiene la suficiente fuerza para volver al bosque o volar hacía un árbol y luego a otro más alto, hasta que desaparece.»


       Este salvaje miedo al amor nos aleja del ser amado impidiéndonos crecer junto a él; pero Edwards, al aportar a la historia un final feliz lleno de esperanza para los jóvenes enamorados, nos anima a hacer frente al dolor y al miedo para superarlos y poder alcanzar la felicidad.