miércoles, 1 de diciembre de 2021


WYLERMANÍA 3

EL FORASTERO (1940) de William Wyler
    

       
En plena guerra entre ganaderos y colonos, en la ciudad de Vinegaroon, Texas, el legendario juez Roy Bean (Walter Brennan), cacique de la región, imparte justicia de forma parcial, en favor de los vaqueros. Apodado «el juez de la horca», por ser ésta su sentencia más habitual, Roy Bean se dispone a juzgar al forastero Cole Harden (Gary Cooper), por el supuesto robo de un caballo, cuando la granjera Jane Ellen Mathews (Doris Davenport) irrumpe en el tribunal para interesarse por el paradero de Shad Wilkins (Trevor Bardette), último granjero ahorcado por el juez. Jane se enfrenta valerosamente a Bean cuestionando su autoridad para impartir justicia y tratando de defender al desdichado forastero, al que ya considera muerto, sólo por haber caído en manos del juez. Sin embargo, Cole, advirtiendo la admiración que siente el juez por la actriz Lily Langtry, consigue evitar la horca, declarándose en posesión de un mechón de los cabellos de la Srta. Langtry, a la que finge conocer. Una vez que se ha ganado la simpatía del juez, Cole logra desenmascarar, ante él, al verdadero cuatrero y ambos lo celebran emborrachándose juntos. Mientras tanto, la mayoría de los colonos, al saber que han colgado a Wilkins, deciden abandonar sus tierras; pero un grupo de ellos opta por quedarse y linchar al juez. Antes de dejar el pueblo, Cole visita a Jean Ellen para agradecerle que le defendiera en el juicio y ésta consigue retenerle a su lado para que les ayude a recolectar la cosecha. Pero cuando Cole descubre el plan de los granjeros para ahorcar al juez, corre al pueblo a impedir el linchamiento. Después, a pesar de que los granjeros le consideran un traidor, Cole promete a Bean el mechón de Lily Langtry, a cambio de que retire los novillos que andan perdidos por los sembrados. Pero Cole no tiene ningún mechón, así que, engatusa a Jean Ellen, haciéndola creer que desearía tener un recuerdo de sus hermosos cabellos, para conseguir un mechón para el juez. Los colonos celebran la retirada del ganado y Cole y Jean Ellen comienzan a hacer planes de futuro. Pero los hombres del juez provocan un incendio que arrasa las cosechas, sin que Cole pueda hacer nada para impedir que el padre de Jane Ellen muera al enfrentarse a los vaqueros. Mientras el juez festeja la noticia de que Lily Langtry va a actuar en Ford Davis, Cole parte hacia el fuerte para solicitar una orden de detención contra Roy Bean. Los vaqueros advierten al juez del peligro de ir a Ford Davis, ya que podría meterse en una trampa, pero Bean no está dispuesto a perderse la actuación de Lily por nada del mundo; así que, acude al teatro, donde tendrá que vérselas con, el recién nombrado delegado del sheriff, Cole Harden.
 

       Después de la guerra civil norteamericana, fueron muchos los que dirigieron sus pasos al Oeste —donde la tierra estaba al alcance de todos— buscando un lugar donde empezar de nuevo. Surgió, entonces, una nueva guerra entre ganaderos y colonos, en la que algunos veteranos continuaron defendiendo e imponiendo sus ideales de forma abusiva; pues, aunque el entendimiento se imponía como única vía posible para la recuperación del país, no todos estaban dispuestos a cambiar. El film de Wyler narra el enfrentamiento entre estas dos formas opuestas y excluyentes de entender la vida y de actuar en el mundo, y lo hace a través de dos personajes masculinos contrarios: El forastero Cole Harden, que representa la libertad del individuo para ejercer sus derechos frente a una autoridad corrupta y el juez Roy Bean, símbolo del poder absoluto ejercido sobre una colectividad de manera despótica. Uno y otro personaje encarnan esta rivalidad de temperamentos basada en una recíproca desconfianza y, al mismo tiempo, en una gran complicidad y simpatía, fruto de la capacidad de ambos para sobrevivir adaptándose a las circunstancias y manipulando la verdad de acuerdo a las propias necesidades.


       «Bean: ¿Me va a traicionar de nuevo? ¿No va a dármelo?
       Cole: Claro que se lo daré.
       Bean: ¿Cuándo?
       Cole: Cuando no haya ni un novillo en el valle.
       Bean: Está bien, voy a decírselo a los muchachos.
       Cole: ¡Ni pensarlo! Va a ir usted mismo a ayudar y yo le acompañaré para comprobar que lo hace.
       Bean: No se fía de mí, ¿eh?
       Cole: De niño, tenía una serpiente de cascabel domesticada, la quería mucho, pero nunca le daba la espalda.
       Bean: Ja, ja, ja… Como quiera.»

       La amistad surgida entre estos dos caracteres, condenados a estar en bandos opuestos, constituye la base sobre la que se sustenta este inusual wéstern, entre la comedia y el drama, empeñado en demostrar que nadie puede seguir su propio camino alejado de los demás, porque todos formamos parte de algo más grande que nosotros mismos. Wyler desmitifica en su film dos arquetipos clásicos del wéstern; por un lado, el héroe noble e individualista que, por cuestiones humanitarias, toma partido en una causa que no le pertenece y termina renunciando a su independencia; y por otro, el villano, rudo, temerario y cruel, que lucha por mantener el orden en una tierra salvaje y que, pese a su brutal egoísmo, es capaz de sentir un amor platónico tan grande que hace de él casi un ser humano.


       «Bean: ¿La ha visto alguna vez?
       El extraño: No. Estuve en una ocasión en Inglaterra, pero no la vi.
       Bean: ¿Estuvo en una ocasión en Inglaterra y pudo verla, pero no la vio?
       El extraño: Sí.
       Bean: Fuera de mi bar.
       El extraño: ¿Qué?
       Bean: ¡Fuera!»

       Cole se convierte, sin pretenderlo, en mediador de esta lucha entre colonos y ganaderos, lo que le fuerza a posicionarse en contra del que podría haber sido su gran amigo, el falso juez, a cuyo bárbaro reinado se verá obligado a poner fin. Por su parte, el juez Bean, con sus cómicas sentencias y su desternillante manera de apropiarse de las pertenencias de los condenados a la horca, pese a considerar a Cole como un hijo, está dispuesto a enfrentarse a él, con tal de defender ese universo que ha creado a su medida.

       «Bean: Cole, somos amigos, hice lo que tenía que hacer, aunque usted no lo entienda. Y si mi propio hijo viniera a detenerme, tendría que ser el primero en sacar el revólver.
       Cole: Yo le detendré. A menos que me maten por la espalda antes de llegar aquí.»



       Ese vaquero, romántico y honrado, encarnado por Cooper desde 1929 en la película El virginiano de Víctor Fleming, que detesta la injusticia y representa el valor, la libertad y el honor masculino, ayudó a definir el código moral de todo héroe del wéstern que se precie y estableció muchas de las posteriores convenciones del género. Cooper interpretaría a cientos de vaqueros poseedores de estos valores a lo largo de su carrera; pero el Cole Harden de El forastero destaca entre todos ellos, por ser, sin duda alguna, el vaquero más asertivo que se haya visto jamás en una película del Oeste; un tipo capaz de mantener un control absoluto sobre sus emociones —incluso cuando están a punto de ahorcarle—, con una habilidad envidiable para convencer, a los que le escuchan, sin ejercer ningún tipo de violencia sobre ellos.

       «Cole: Oiga, juez, no queremos ningún insulto que pueda estropear esta amistosa reunión.
       Bean: ¿Reunión? Este atajo de comadrejas invade la dignidad de esta audiencia, se presentan armados con el malicioso fin de darme una patada en el trasero y…
       Cole: Escuche, como juez, sabe que hay dos modos de interpretar toda cuestión. Estos hombres vienen con una queja justificada y…
       Wade: ¡No le hemos pedido que nos defienda, Harden!
       Bean: ¡Ni yo!
       Cole: Aprobado por unanimidad; pero voy a hablar por los dos.»


       La honestidad que transmitía Cooper en la pantalla, encajaba a la perfección con éste jinete vagabundo de calculada serenidad y de rápido ingenio, capaz de salir vivo de cualquier aprieto. Cole, acostumbrado a bastarse a sí mismo, se conmueve ante esa valerosa chica que, sin conocerle de nada, le defiende con pasión ante un tirano tan peligroso como Bean. Esa emoción detiene su vida errante y produce en él una profunda transformación, que le llevará a establecerse en un lugar de forma fija y duradera. La interpretación sobria y natural de Cooper y esa forma suya de encarar cualquier acción sin prisas, llenándola de detalles espontáneos y realistas, dotan la composición de su personaje de una autenticidad tan emocionante, que se gana nuestra simpatía. Una muestra de ello es el momento en el que Cole se resiste a desprenderse del mechón de Jane Ellen para entregárselo al juez. Cooper, con su afligido rostro y con su manera de manejar el rizo de Jane como si fuera un tesoro, nos hace sentir su amor por la chica y el abatimiento que le produce separarse de su pelo. Incluso logra conmover al juez, que, dándole golpecitos en la espalda, le dice para animarlo: «Sé lo que siente, hijo.»

El 
semblante de Cooper expresa todo lo que Cole Harden siente y todo lo que trama, es un libro abierto en el que el espectador puede vislumbrar el alma de Cole, hasta en aquellos aspectos más íntimos que él pretende ocultar a los demás. Para William Wyler, Cooper era «un actor soberbio, un maestro de la actuación cinematográfica». La mezcla de ternura y determinación, mostradas por Gary Cooper en el film, hacen de Cole un héroe a quien no nos sorprende que el cínico Roy Bean coja cariño, porque hay algo que Roy Bean no ha podido encontrar en ese tribunal del que se ha erigido en juez a sí mismo: un amigo al que pueda considerar su igual, que lo comprenda y que comparta su modo de ser, que aprecie su inteligencia y su asilvestrado sentido del humor. Alguien que no sea uno de esos esbirros paletos, que siempre le obedecen y le dan la razón, porque le tienen miedo. Cole demuestra tener sus propias ideas y seguir sus propias prioridades y el juez se identifica con la personalidad de ese forastero al que no puede gobernar y por el que siente cierta admiración.

       «Bean: ¡Eh! ¡Un momento! No se puede ir, la sentencia está en suspenso.
       Cole: Pero si colgaron a Evans por eso…
       Bean: Bueno, pero la sentencia sigue en suspenso. ¿Quién es usted? ¿Qué sé de usted? ¿Cómo sé que no le buscan por delincuente? Está detenido por… por… conducta desordenada, alteración del orden público y vagancia. Y volverá al pueblo conmigo. Ése es el fallo del tribunal.
       Cole: Je, adiós, juez. (Monta en su caballo y se marcha)
       Bean: Y encima me ha robado el revólver…»


       Ambos hombres se comprenden y aceptan, pero pertenecen a generaciones y a mundos distintos, con diferentes valores y formas de entender la vida. Por todo ello, tratándose de un wéstern, están condenados a enfrentarse en un duelo final, en el que “el malo” de esta película recibe la muerte más dulce que se haya visto jamás en todo el género: Roy Bean cae a los pies de Lily Langtry y exhala su último suspiro mientras contempla el hermoso rostro de su amada. El juez muere con su apolillado uniforme confederado, símbolo de que con él desaparece todo un estilo de vida, el del Viejo Sur de los Estados Unidos y Cole Harden recoge su sable para asegurarse de que lo entierren con él, poniendo fin, asimismo, a toda beligerancia en la región. Sin embargo, también el estilo de vida de Cole Harden desaparece, tras el enfrentamiento con Bean, al renunciar él mismo a su vida de jinete errante, para posesionarse de un pedazo de tierra, desde el que mirar al futuro.


       Walter Brennan encarnó con absoluta maestría a este personaje real de la historia americana, que se erigió a sí mismo en juez, sin serlo, se rodeó de pistoleros para imponer su ley y pacificó la región favoreciendo a los ganaderos. Brennan nos hace sentir la peligrosidad del personaje, mostrándonos cómo el aspecto jovial del juez se endurece en cuestión de segundos adoptando una expresión implacable, cuando alguien dice o hace algo que pueda ofender a su tribunal o a Lily Langtry. Sus ojos traviesos se vuelven fríos como el acero y la amenaza brilla en ellos de una forma despiadada que hiela los corazones de los pobres desdichados que ignoran el letal terreno que pisan. El astuto Cole capta cada cambio en la mirada del juez y se anticipa a poner freno a su cólera asesina, con algún subterfugio salido de su imaginación con el que librarse de una muerte segura. Pero Cole no tarda en comprobar que el único punto débil del juez es su devoción por Lily, porque en todas las demás cuestiones se muestra tan astuto como el mismo Cole.

       «Cole: ¿Por qué no es usted un juez de verdad para todo el mundo? ¿Por qué no trata de ver las cosas como ellos y les ayuda en vez de atacarles? ¿Por qué no hace la paz, en vez de la guerra? Hay espacio de sobra para todos. Y todo el mundo le admiraría. Algún día, hasta le levantarían una estatua en la calle que dijera: “A Roy Bean, un verdadero juez”.
       Bean: ¿Qué? ¿Echa el anzuelo a ver si pico?»

       La emocionante interpretación de Brennan logra hacer entrañable un personaje sanguinario, mediante su sentido del humor, su cínica caradura y su absoluta adoración por LiLy Langtry. Brennan recibió su merecidísimo tercer Oscar a Mejor Actor de Reparto por su inolvidable trabajo en este magnífico wéstern de Wyler.


       Cooper y Brennan trabajaron juntos en numerosas películas (Juan Nadie (1941), El sargento York (1941) o El orgullo de los Yanquis (1942) entre otras) y en todas ellas se dejaba sentir la extraordinaria química existente entre ambos actores, tanto en la ficción, como en la vida real. Se dice que fueron grandes amigos y que Brennan gastaba bromas a Cooper, durante el rodaje de El forastero, llamándole por teléfono para decirle lo mal actor que era, imitando la voz de Samuel Goldwing: «Maldito hijo de perra, eres tan malo que voy a poner a Brennan encabezando los títulos de crédito». Pero, bromas aparte, sin esa complicidad entre Cooper y Brennan, El forastero nunca hubiera resultado una película tan conmovedora ni tan divertida. Hay escenas en las que ese entendimiento entre estos dos pícaros del lejano Oeste, que son Cole Harden y Roy Bean, es tan creíble que nos hace sonreír, porque se nota que ni siquiera necesitan hablar para comunicarse. Un ejemplo de ello, es la escena en la que se emborrachan juntos con un licor cuyo nombre lo dice todo «Levantamuertos». Tras beberse el primer vaso, el juez saca dos jarras y una botella de «Levantamuertos» para cada uno, vuelca toda su botella en la jarra y Cole hace lo mismo con la suya, después empiezan a beber; el juez se bebe toda la jarra de un trago, pero Cole hace una pausa, en la que el juez se queda mirándolo fijamente; entonces, Cole se apresura a apurar la jarra del tirón y el juez le da su aprobación.


       Aunque la actriz Doris Davenport impresionó a Samuel Goldwing y realizó una estimable actuación en el film, dando vida a Jane Ellen Mathews, su breve carrera pasó sin pena ni gloria. Sin embargo, en las secuencias más dramáticas de la cinta, Davenport destaca por su apasionada interpretación de esta mujer menuda y de gran coraje, que lucha por defender lo que es suyo, en una tierra salvaje. Siendo especialmente conmovedora la escena en la que, tras enterrar a su padre, aparta a Cole de su vida —pese a estar enamorada de él—, a causa de su amistad con Bean.

       «Jane: A mí nadie me echará de mis tierras; ni con rebaños; ni con fuego; ni matando a mi padre ni de ningún modo. Estaré aquí mucho después de que Bean y su pandilla se hayan ido.
       Cole: Estarás aquí. Y yo también.
       Jane: No quiero verte. No quiero aquí a ningún amigo de Roy Bean.»


       El personaje del enterrador, Mort Borrow (Charles Halton), que también es el barbero del pueblo, típico personaje esperpéntico del wéstern, aparece en el film con el clásico aspecto, delgado y paliducho, de todos los que se dedican a ese ingrato oficio en una pantalla. Wyler saca partido cómico a la figura del enterrador, presentándolo con maneras de buitre carroñero siempre al acecho del siguiente difunto, en numerosos gags en los que juega con su grimosa presencia de pájaro de mal agüero, que despierta entre sus conciudadanos cierta aprensión y rechazo. El mismo juez procura no pagarle sus servicios o hacerlo con las pertenencias personales del reo, en lugar de con dinero. Hay una escena, después de que el ahorcamiento de Cole sea aplazado, en la que Mort se cruza con Evans y tienen un breve diálogo, en el que Evans cree percibir en las palabras del enterrador un oscuro presagio acerca de su propia muerte.

       «Evans: ¿Qué tal, Mort?
       Mort: Acabo de perder un cliente.
       Evans: Iré a afeitarme dentro de un minuto.
       Mort: Bien, tú serás el “siguiente”.»

       Cuando en 1939, John Ford revolucionó el wéstern haciéndolo madurar con el estreno de La diligencia, Samuel Goldwyn, entusiasmado con el film de Ford, encargó a Wyler un wéstern de calidad y no reparó en gastos. Wyler había dirigido muchos wésterns al principio de su carrera, pero, tras alcanzar el triunfo, no había vuelto al género, de manera que llevaba diez años sin rodar un wéstern cuando encaró el encargo del productor; no obstante consiguió obtener con la película el favor de crítica y público. El forastero fue uno de los primeros wésterns en introducir matices psicológicos y dramáticos en un género poco valorado por la crítica, por la simplicidad y repetitividad de sus líneas argumentales. A nivel estético, Wyler realizó una película soberbia, no sólo por la magnífica fotografía en blanco y negro de Gregg Toland, habitual colaborador de Wyler, —al que el director consideraba un artista al que no había necesidad de dar las mismas indicaciones que se dan a otros directores de fotografía— sino también por la dirección de Wyler y su uso de los encuadres cerrados con los que lograba expresar, incluso en exteriores, las emociones más íntimas de los personajes y las situaciones más dramáticas del relato. La escena en la que Cole corta un mechón del cabello de Jane Ellen tiene lugar al aire libre, pero Wylder enmarca la intimidad que se ha creado entre ambos personajes con un encuadre tan bello, que la ternura del momento inunda la pantalla de una sincera emotividad, que los aísla del resto del mundo.


       « Jane: ¿Por qué le gusta burlarse de mí?
       Cole: Porque usted me gusta, supongo.
       Jane: ¿Y cree que mi pelo es bonito?
       Cole: Nunca he visto nada semejante. ¿Podría cortar un mechón?
       Jane: No.
       Cole: ¿Quiere cortarlo usted?
       Jane: No, no quiero. Viene aquí, se pone al lado de Bean, pega a mi mejor amigo y…
       Cole: Y le digo cuánto me gusta… Y cuánto la voy a echar de menos…»

       Y lo mismo que Cooper llenaba de detalles su actuación, Wylder adornaba su magnífica realización de infinidad de fragmentos con los que cargaba de información relevante cada secuencia, cada escena, cada acción. Por ejemplo, cuando Cole trata de dejar el pueblo y el juez le persigue, Wyler nos muestra a uno y otro personaje atravesando el cementerio a caballo, cada uno según su manera de ser: Mientras Cole lo rodea respetuosamente, el juez lo cruza sin contemplaciones, pisoteando las tumbas y derribando a su paso varias cruces.


       El guión de El forastero se basaba en un sencillo relato de Stuart N. Lake, que el mismo autor coescribió para el cine junto a Niven Bush (El cartero siempre llama dos veces y Duelo al sol) y Jo Swerling (El orgullo de los Yanquis). Se dice que Niven Bush estaba al tanto del extenso conocimiento de Gary Cooper sobre la historia del Viejo Oeste y solía consultar al actor para documentarse mientras escribía el guión. Cooper, por su parte, exigió que su personaje fuera reescrito, porque consideraba que la fascinante personalidad del juez le robaba protagonismo; los guionistas tuvieron que ampliar el personaje de Cole Harden con un material adicional que fue encargado a Lillian Hellman, aunque la participación de la escritora en el guión nunca fue acreditada en el film. El producto final fue un guión de moderno argumento, con el que Wyler demostró, una vez más, su habilidad para aportar soluciones narrativas a la hora de adaptar para el cine, obras de procedencia literaria, consiguiendo resultados de gran calidad cinematográfica. No en vano, Wyler fue considerado por algún tiempo el mejor realizador del Hollywood clásico, aunque más tarde fuera denostado por la crítica y cayera en el olvido, a consecuencia de la influencia negativa que la revista francesa Cahiers du Cinéma tuvo en el crítico americano Andrew Sarris, que se dedicó a menospreciar la importancia de la figura de Wyler como autor. Ni siquiera la posterior retrospectiva que André Bazin dedicó a Wyler en 1996, donde se afirmaba que «nadie había sabido contar mejor una historia, en cine, que Wyler», consiguió revalorizar la desprestigiada imagen de Wyler como autor cinematográfico. El mismo Wyler, que solía desdeñar la opinión de los que le criticaban, no pudo resistirse, años después, tras triunfar con Ben-Hur (1959), a comentar a modo de revancha: «Lamento el éxito y los Oscars. Estoy seguro de que he decepcionado a los chicos de Cahiers