jueves, 30 de enero de 2020

KEATONMANÍA 2
   
“EL CAMERAMAN” (1928) de Buster Keaton

   

       “Cuando aclamemos a nuestros héroes modernos, no olvidemos al camarógrafo de los Noticiarios, ese atrevido que desafía la muerte para darnos imágenes de los acontecimientos del mundo.”
     
       Con esta solicitud, los guionistas Clyde Bruckman, Lew Lipton, Richard Schayer y Joseph Farnham, junto a la inagotable creatividad de Buster Keaton y bajo la dirección de Edward Sedgwick, convirtieron esta película en un claro homenaje a los reporteros gráficos de principios del siglo XX, a los que consideraban auténticos héroes, cuyas hazañas equipararon —aunque en clave de humor— a la proeza llevada a cabo por el aviador Charles Lindbergh, al cruzar el Atlántico en su aeroplano. Buster Keaton, el cómico imperturbable, era el hombre idóneo para mostrar esa impasibilidad con la que los camarógrafos continúan filmando, en situaciones de verdadero peligro, exponiendo sus propias vidas. Y la razón que les impulsa a hacerlo no es otra que el amor. En el caso del film, el amor a una mujer, y en la vida real, el amor a la verdad y a la humanidad. Estos hombres filman para dar testimonio a los demás de lo que pasa en el mundo.
     
       Buster (Buster Keaton), un fotógrafo que trabaja haciendo ferrotipos en las calles de Nueva York, se enamora de Sally (Marceline Day), una secretaria del Noticiero de la Metro Goldwyn Mayer (MGM), y, para estar más cerca de ella, se propone convertirse en camarógrafo de dicha agencia. La chica le aconseja que filme cualquier cosa interesante para poder mostrar su trabajo al editor. Y, aunque en la MGM se burlan de sus primeras grabaciones de novato, Sally le anima a seguir intentándolo.
    
       Buster, además de filmar, debe arreglárselas para espantar a todos los moscones que revolotean alrededor de la chica, incluido un tal Stagg (Harold Goodwin), que trabaja como camarógrafo en la MGM y que también está románticamente interesado en ella. Con el propósito de ayudar a Buster, Sally le envía a cubrir una noticia en el barrio chino y, por el camino, Buster arrolla a un mono, que, a partir de ese momento, se convertirá en su fiel ayudante de cámara. En el barrio chino, Buster se juega la vida filmando una verdadera batalla campal entre dos familias rivales; pero, al llegar a la MGM para entregar la filmación, vuelve a hacer el ridículo, porque la cinta no está en la cámara y todos creen que olvidó cargar la película. El editor (Sidney Bracy) reprende a Sally por haberle pasado la exclusiva a Buster y éste se compromete a no volver por la oficina. A pesar de su fracaso, Buster acude a la Regata del club de navegación Westport para seguir filmando. Allí, encuentra, en su bolsa, la grabación de la guerra china que el mono sacó de la cámara sin que Buster lo viera. Justo en ese momento, la lancha en la que participan Sally y Stagg sufre un espectacular accidente y sus ocupantes caen al agua. Stagg abandona a Sally para salvarse y Buster corre a auxiliarla. Pero, al recobrarse, la chica cree que ha sido Stagg quien la ha salvado y se marcha con él, dejando a Buster desolado mientras el mono no para de filmar.
    
    
       Finalmente, Buster, perdida ya toda esperanza de conquistar a Sally y resuelto a volver a su antigua profesión de fotógrafo, envía la cinta, con las grabaciones de la guerra china y de la regata, a la MGM. Sin embargo, la película de Buster logrará impresionar al editor de la MGM y abrirá los ojos a Sally, respecto a su verdadero salvador.
     
       Como no podía ser de otro modo, el cameraman encarnado por Keaton, en esta película, es algo peculiar, ya que a diferencia del periodista profesional que se limita a dar testimonio, sin intervenir en la noticia, Buster no sólo interviene, sino que manipula la noticia sin ningún tipo de escrúpulos. Recordemos que su objetivo primordial no es dar testimonio, sino conseguir trabajo en la MGM para estar junto a su amada, y para eso, debe obtener una filmación interesante. Buster es fotógrafo, no periodista, por tanto, él prepara lo que va a filmar, lo mismo que antes preparaba a la gente que iba a retratar. Él es un hombre de acción, así que no duda en intervenir en la noticia para salvar a la chica o para que la batalla no decaiga ante su cámara, en la guerra del barrio chino —ya sea alcanzando un cuchillo a alguien que lo necesita o calentando los ánimos para provocar un nuevo enfrentamiento entre ambos bandos—. Todo esto puede que no sea muy ético, pero resulta de lo más divertido.
     
       “El cameraman” fue la primera película que Keaton realizó para la Metro y la primera de sus películas en la que no tuvo el control absoluto sobre la producción, viéndose obligado a improvisar menos y a protagonizar un número menor de esas escenas peligrosas a las que estaba acostumbrado y eran el sello de su filmografía. Trabajar para un gran estudio obligó a Keaton a tener el rodaje mucho más planificado de lo habitual y eso es algo que se puede apreciar en el mismo guión, más estructurado y elaborado que el de sus películas anteriores.
 
       En relación a los gags cómicos de esta película, podemos señalar que, como en cualquier película de Buster Keaton, también en “El cameraman” hay una serie de gags que destacan por su elegancia, su sencillez y su chispa. Son gags cuya estela continúa resplandeciendo a través de la historia del cine hasta nuestros días, pues han sido imitados en numerosas ocasiones y han inspirado a otros comediógrafos para crear gags similares. Quizás el más clásico de todos ellos sea el gag del minúsculo vestuario de la piscina, que Buster se ve obligado a compartir con otro nadador más fuerte y musculoso que él. Gag claustrofóbico y genial que constituye uno de los momentos más hilarantes del film. Primero, el tipo se cuela en la caseta de Buster sin ningún tipo de consideración:
   
       “Buster: ¡Este es mi vestuario!
       Forzudo: ¡Cállese o será su ataúd!”
   
       Y después, se dedica a darle empujones, codazos, a pisotearle, a tirar su ropa por el suelo y a desquiciarle con su prepotencia física. Ambos protagonizan una verdadera lucha por el espacio personal, en una secuencia angustiosa y tronchante en la que sentimos tal compasión por el pobre Buster, que casi podemos sentir su sudor, su impotencia y su rabia mientras trata de mantener a salvo su dignidad en una situación injusta, en la que él lleva la peor parte, por ser el más canijo y pequeño de los dos, y en la que logra marcar su territorio, sin dejarse amedrentar por el abusón, que, al final, terminará tan crispado como el propio Buster. Esta disparatada escena nos recuerda al clásico “camarote de los hermanos Marx”, de la película “Una noche en la ópera” (1935) de Sam Wood y Edmund Goulding, donde, en un pequeño camarote, se reúne una increíble multitud de personas que terminan saliendo disparadas como una tromba de agua cuando se abre la puerta. Y, precisamente en “El cameraman” también hay una escena en la que Buster abre la puerta de un transporte público y salen disparadas del interior muchas más personas de las que cabría esperar que cupieran dentro, personas que después tienen que volver a acomodarse en el vehículo a empujones. Sabiendo que Buster Keaton trabajó, de forma anónima, creando gags en varias de las películas de los hermanos Marx, no es difícil descubrir, tras visionar “El cameraman”, dónde se esconde la sombra sin acreditar de Keaton en las películas de este famoso trío.
         
      También es un gag clásico, en la historia del cine, el gag del salto del trampolín, en la secuencia de la piscina, cuando Buster salta para impresionar a la chica y termina cayendo al agua de forma patética. En “Me siento rejuvenecer” (1952) de Howard Hawks, por ejemplo, veíamos a Cary Grant haciendo el ridículo al saltar de un trampolín, para impresionar a la mismísima Marilyn Monroe.
   
       El gag de la hucha que el protagonista trata de abrir una y otra vez, sufriendo continuos descalabros en el intento, es otro ejemplo de gag clásico donde los haya, al igual que el gag del bañista que pierde su bañador en el agua, quedando desnudo entre la gente. Todos hemos visto ambos gags, desde nuestra más tierna infancia, repetidos en cientos de comedias de ficción, de todos los formatos habidos y por haber —y siempre con resultados tronchantes—.
   
       En cuanto a la trama romántica se refiere, ésta, adquiere una importancia superior, en este film, pues constituye el motor principal del protagonista para convertirse en camarógrafo profesional. Enamorarse de Sally no es algo que Buster tuviera previsto, sino, más bien, algo a lo que el destino le empuja con la fuerza de un océano. Mientras hace sus fotos en la calle, una oleada de gente arrastra a Buster hasta situarlo junto a Sally, quedando los dos muy apretujados en medio de una multitud, que, después, se retira dejándolos solos, uno al lado del otro, como si estuvieran en una playa desierta.
       
    
       Buster se enamora de ella de inmediato y, aunque ella no parece fijarse en él, poco a poco se va encariñando de ese hombre que la deslumbra con sus miradas tiernas, sus demostraciones de afecto y su incondicional entrega. Es el hombre tímido al que el amor vuelve osado, el hombre que atraviesa la ciudad como un cohete para no hacerla esperar ni un segundo, el que la protege, la respeta y vela por ella. Es el héroe romántico que lucha por ganar el amor de su dama y, por ella, es capaz de afrontar cualquier peligro, ningún fracaso le detiene, ninguna humillación le afecta, ningún obstáculo le frena. No importa lo mal que lleguen a ponerse las cosas ni lo mucho que los demás se burlen de él, su voluntad está hecha de hierro, como el soporte de las fotografías que hacía en la calle, y su inteligencia creativa, puesta en todo momento al servicio de su amada, no se rinde jamás. Buster es el héroe incansable y su interpretación física así lo pone de manifiesto, al desplegar en la pantalla toda la potencia de su juventud, en pos de un objetivo, y lo hace con toda naturalidad y toda humildad, corriendo, saltando, trepando, peleando, nadando y todo ello sin alardes de ninguna clase, Keaton simplemente se vale de lo que tiene a su alcance para hacer frente a cualquier obstáculo o a cualquier rival que se interponga en su camino. Y es tanta la energía que desprende, este Keaton enamorado, que llega a parecer un auténtico loco. Tanto es así, que el policía que le observa a distancia, en sus correrías por la ciudad, termina por convencerse de su desequilibrio mental hasta el extremo de querer encerrarle en un manicomio.

   
       Este receloso agente de policía, protagonizado por Harry Gribbon, constituye uno de los personajes cómicos más hilarantes de la cinta. Keaton se tropieza con el mismo policía hasta en cinco ocasiones y, en cada una de ellas, se comporta como un verdadero lunático ante él, lo que hace sospechar al agente que puede ser una persona potencialmente peligrosa. Primero, Buster sale a la calle gritando que hay un incendio y exigiendo al policía que le diga dónde; después, el policía le ve pasar corriendo, a través del tráfico de la ciudad, como alma que lleva el diablo; más tarde, lo descubre viajando por fuera de un autobús, sentado sobre la chapa de la rueda trasera; luego, se topa con él cuando va caminando sin sombrero bajo la lluvia, completamente feliz —escena que asociamos de inmediato con la mítica secuencia de “Cantando bajo la lluvia” (1952), en la que Gene Kelly se topa con un policía cuando está bailando bajo un chaparrón—. En este cuarto encuentro, el policía ya sospecha que Buster no está bien de la cabeza y le somete a un test para probar sus reflejos:
    
       “Policía: Le revisaré los reflejos para ver si es tonto.”
   
       Le golpea en la rodilla con la mano varias veces y, ante la ausencia de reflejos, termina golpeándole con la porra y entonces Buster se enfada y le da una patada en la espinilla. Por último, el quinto encuentro tiene lugar en el barrio chino, cuando Buster está en grave peligro y el policía llega, en compañía de sus compañeros, para terminar con la revuelta. Momento en que el policía agarra a Buster, decidido a mandarle a un manicomio; pero no lo consigue, ya que el personaje que Keaton solía encarnar en el cine, pese a representar a un hombre sensible y apocado, era alguien que siempre sabía cómo defenderse de los abusos, no desafiaba a la autoridad ni se burlaba de ella, pero tampoco dejaba que le pisotearan.
    
       Junto al aprensivo policía, hay que resaltar la presencia de otro personaje cómico divertidísimo e inolvidable en “El cameraman”: el mono con el que Buster se tropieza por casualidad y que termina convirtiéndose en su inseparable compañero. Y hay que reconocer que nunca un mono resultó tan desternillante actuando en una película, sus reacciones, sus gestos y la expresión de su cara no tienen desperdicio. Es el ayudante ideal, el compañero fiel, el incordio perfecto y, además, está tan loco como su dueño. Juntos constituyen un tándem cómico magistral. Este mono, que no parecía estar muy encariñado con su antiguo dueño, el organillero, en cuanto se ve libre de él, se abraza a Buster, reconociéndolo como su nuevo protector, y el solitario Buster le acepta de manera espontánea, sin plantearse demasiado la cuestión, como si fuera algo de lo más normal ir por ahí con un mono a cuestas. Y este inesperado ayudante de cámara resulta de lo más simpático para Buster, en el sentido etimológico de la palabra simpatía, “sentir con”, porque esto es lo que hace el mono durante todo el film, sentir con Buster cada una de las vivencias que éste experimenta. Si Buster filma, el mono filma; si Buster arriesga su vida, el mono arriesga la suya; si Buster llora, el mono, apenado, lo abraza con su rabo y si hay peligro, el mono se espanta con Buster o se defiende con él. Este mono, testigo de su alma tierna, se inquieta, se desespera, se emociona y aplaude con nerviosismo o con alegría la vida del protagonista, haciendo reír al espectador y contagiándole sus emociones.
      

       La bellísima actriz Marceline Day, protagonista femenina de esta película, representa a una chica independiente y trabajadora, que se interesa por el dulce fotógrafo, tratando de ayudarle siempre que puede y pasándolo mal cuando le ve fracasar, una y otra vez, en sus intentos por convertirse en cameraman. Y, aunque el destino parece haber provocado el encuentro de ambos jóvenes, Buster debe luchar, durante la mayor parte del metraje, por entrar en el mundo de Sally, por introducirse en la empresa para la que ella trabaja y por formar parte de su vida; pero, parece haber una pared invisible que los separa y mantiene a Buster lejos de la chica. Incluso cuando la invita a salir y van juntos a la piscina, él siempre queda fuera del vehículo en el que ella viaja. 
        
       A la ida, ella va sentada dentro del autobús y él fuera —ya sea en el piso de arriba o agarrado a la ventanilla—; a la vuelta, ella va dentro del coche de Stagg y él en el asiento exterior. De alguna manera, ella forma parte del “sistema” mientras que Buster siempre queda fuera de él. Sólo su perseverancia logrará el cambio que tanto desea, derribando todas las barreras que les separan hasta demostrarle que él es el hombre que le conviene, el héroe que ella necesita a su lado. En cualquier caso, Sally siempre parece haber intuido que Buster era uno de esos hombrecillos insignificantes capaces de hacer lo que nadie espera de él, por eso le ayuda. Tal y como afirmaba Alan Turing: “A veces la persona que nadie imagina capaz de nada, es la que hace cosas que nadie imagina”. Y, tal y como Sally sospecha, ese es Buster, el hombre apocado y torpe que logra su objetivo, deslumbrando a los que le menosprecian. Y esto es lo que más nos fascina de él, porque todos hemos metido la pata alguna vez, todos hemos hecho el ridículo, hemos fracasado y se han reído de nosotros, por ello, al ver a ese serio y tierno hombrecillo, empeñándose en su objetivo hasta triunfar, nos llena de optimismo y nos impide tirar la toalla.
   
       Precisamente, el éxito del personaje, encarnado por Keaton en el cine, radica en que representa siempre al héroe que fluye con la vida, aceptando los imprevistos y obstáculos, sin oponer resistencia, dejándose arrastrar por los acontecimientos, esperando el momento oportuno para alcanzar la meta. Keaton interactúa con la naturaleza, con el tráfico, con el riesgo, sin dejarse amedrentar, aceptando tanto lo bueno como lo malo, resistiendo y siendo siempre fiel a sí mismo, hasta el último minuto del metraje.
   
       Hay, también, algo de niño pequeño en las maneras de este héroe, que nos divierten y enamoran. La forma en la que trata de llamar la atención de la chica haciéndole un torpe truco de magia, el modo en que se sienta con las piernas muy juntas y las manos en el regazo a esperar —como un niño bueno— la llamada de ella o la reacción que tiene al ponerse a saltar, enrabietado, cuando no consigue hacerse entender por el policía. Sin embargo, Buster Keaton no nos recuerda a un niño tan solo por sus maneras, sino también por su espontaneidad y su ingenuidad. El niño que Keaton lleva dentro es capaz de deshacerse de un rival empujándolo al agua de una patada, romper varias veces el cristal de una puerta con el trípode de su cámara o ponerse a jugar un partido de béisbol imaginario en un estadio vacío —como hiciera Jack Lemmon en “El apartamento” (1960) de Billy Wilder—, pero también puede, por falta de malicia, meter la pata hasta el fondo, por contestar con total sinceridad a una pregunta:

    
       “Editor: ¿Cómo se le ocurrió a usted cubrir la guerra Tong?
       Buster: La señorita Sally me lo dijo.”
    
       O, incluso, ser tan inocente como para creerse que la multitud —que ha salido a la calle para aclamar a Lindbergh—, está ahí para aplaudir su éxito como camarógrafo. El personaje de Keaton posee la fortaleza del héroe y la pureza del niño y esa mezcla le hace irresistible.
    
       Podemos concluir que “El cameraman” es una de las películas más románticas realizadas por Keaton, no sólo por su conmovedora historia de amor, sino también por reflejar una profesión profundamente romántica en su esencia. Esa persona que continúa grabando impertérrita ante cualquier peligro, siempre encierra, en su interior, algo de héroe rebelde.