miércoles, 29 de julio de 2020

QUINEMANÍA
    
“ME ENAMORÉ DE UNA BRUJA” (1958) de Richard Quine

       
       El enamoramiento, considerado como una especie de enfermedad que anula nuestra voluntad y nuestro pensamiento, es presentado en esta película mediante la metáfora del embrujo. Esa irresistible atracción que experimentamos hacia el ser amado, al que consideramos fascinante y junto al que queremos pasar el mayor tiempo posible, es realmente una sensación muy parecida a la de estar bajo un hechizo.
                                                        
       Es Navidad en la ciudad de Nueva York, y Gillian “Gill” Holroyd (Kim Novak), una poderosa bruja neoyorquina que regenta una tienda de arte primitivo, está tan aburrida de la comunidad de brujos a la que pertenece, junto a su hermano Nicky (Jack Lemmon) y su tía Queenie (Elsa Lanchester), que no puede evitar sentirse atraída por un hombre normal y corriente, como su vecino, el editor Sheperd “Shep” Henderson (James Stewart). En Nochebuena, Gill y su tía Queenie coinciden, en el club Zodiaco —donde Nicky trabaja tocando los bongos—, con Shep y su prometida Merle Kittridge (Janice Rule), antigua rival de Gill en el colegio. Y Merle se muestra tan desagradable con Gill que, ésta, decide embrujar a Shep para arrebatárselo. Para ello, utiliza a Pyewacket, un misterioso gato siamés, que parece servir de catalizador para sus poderes. Completamente enamorado, Shep cancela su boda con Merle e inicia una relación con Gill. Ésta, que, mediante un conjuro, había atraído a la ciudad al escritor Sidney Redlitch (Ernie Kovacs), autor del éxito de ventas “Magia en Méjico”, al que Shep quería conocer, no tarda en arrepentirse, ya que, Nicky, al saber que el nuevo libro de Redlitch tratará sobre la existencia de brujas en Manhattan, se ofrece como brujo para documentarle e introducirle en el ambiente, a cambio de una jugosa participación de los beneficios. Gill sabe que si el libro sale a la luz puede arruinar su futuro matrimonio con Shep, así que, usa su magia para impedir que el libro se publique.
Nicky, furioso, amenaza con contarle a su prometido que es una bruja, por lo que Gill se sincera con Shep y le confiesa su verdadera naturaleza. Al principio, Shep no la cree, pero Queenie se lo confirma y le informa de que las brujas no pueden enamorarse y que Gill sólo lo embrujó para impedir que se casara con Merle. Shep, sintiéndose engañado y utilizado, rompe con Gill y, gracias a Nicky, consigue que la bruja más veterana de Nueva York, la Sra. De Pass (Hermione Gingold), anule el hechizo que Gill le aplicó. Abandonada por Shep, Gill busca a Pyewacket para impedir que vuelva con Merle. Pero Pye también la ha abandonado, pues Gill, al enamorarse, ha perdido sus poderes. Meses más tarde, tanto Gill, como Shep se sienten muy infelices. Por lo que tía Queenie decide tomar cartas en el asunto para que ambos vuelvan a encontrarse y la naturaleza haga el resto.

               
       Es cierto que, tal y como se plantea en la película, todo aquel que se enamora sufre una transformación, que, o bien puede elevarle a un estado de plenitud, o bien hacerle caer en la melancolía. Pero ¿hasta qué punto podemos estar seguros de que el amor que sentimos es real y no el resultado de una reacción física experimentada ante una persona que nos resulta atractiva? Shep y Gill se enamoran, pero ambos dudan de si lo que sienten realmente es amor. Gill, convencida de que, como bruja, es incapaz de enamorarse, cree que lo que siente no es más que una pasión pasajera. Y Shep, convencido de que Gill lo ha seducido sólo para vengarse de Merle, cree que sus sentimientos no son más que una ilusión creada en su mente por Gill. Ambos temen el rechazo del ser amado y se protegen a sí mismos bajo el manto de la incredulidad. La película aborda la concepción del estado de enamoramiento como algo enfermizo, algo negativo, que nos obliga a dejar de ser nosotros mismos, que nos aparta de nuestra familia y amigos e incluso de nuestras actividades y obligaciones. “Debe ser como morirse”, dice Nicky con un escalofrío.
 
   
       El mismo hecho de que una bruja pierda sus poderes al enamorarse implica, como cualquier pérdida de poder, una merma, una disminución de las propias fuerzas o capacidades para dominar la propia existencia y, por tanto, se trata de un debilitamiento personal; pero, por otro lado, al tratarse de poderes oscuros, relacionados con conductas negativas de manipulación y dominio, su pérdida, también podría entenderse como algo positivo, que conlleva ser una mejor persona, es decir, que las brujas al enamorarse son alejadas de las tinieblas para renacer a la luz. La misma Gillian, en diferentes momentos del film, expresa su opinión negativa acerca de la vida que llevan los brujos, de la que no se siente demasiado orgullosa:
     
       “Gill: … se adquiere hábito. Yo fui débil anoche y caí, pero voy a corregirme. Si cedo, acabaré destruida como persona.”
    
       De hecho, tras embrujar a Shep, no tarda en sentir remordimientos:
    
       “Gill: Pyewacket, ¿habremos hecho algo malo?”
    
       Y en otra ocasión, hablando con Nicky, se lamenta:
     
       “Gill: Eso es lo que nos pasa a todos nosotros. Falseamos las cosas, no compartimos nada con nadie y vivimos en un mundo completamente aparte.”
    
       De cualquier forma, ya sea positiva o negativa, la transformación que experimenta cualquier persona al enamorarse se plantea, en la película, desde un punto de vista algo machista: La mujer es una bruja que enamora al hombre convirtiéndolo en un idiota, pero si ella, a su vez, se enamora de él, entonces, pierde todos sus poderes y, debilitándose, se hace digna de él. El mensaje de la película viene a decirnos que la mujer debe cambiar para adaptarse al hombre que ama. Gillian deja de ser una bruja, desde el momento en que se enamora y lo que es más inquietante, pierde sus poderes. El poder se asocia tradicionalmente con lo masculino, por ende, la mujer debe perder el poder, para que el hombre lo ejerza en su lugar, de lo contrario, la relación fracasará. Hay que señalar que, al principio del film, estos tradicionales roles masculino y femenino están invertidos: Gillian toma la iniciativa en la relación y seduce a Shep, adoptando, en el cortejo, la clásica postura agresiva del hombre:

     
       “Gill: Me gusta que esté encima de mí. Quiero decir que es bueno que viva arriba. Por si ocurre algo.”
          
       Mientras que Shep se deja seducir e incluso se resiste un poco, asumiendo, así, el pasivo rol femenino. Él mismo, cuando su propuesta de matrimonio no es muy bien acogida por Gill, se queja:
     
       “Gill: Bueno, no he pensado en el matrimonio, Shep.
       Shep: Perdona, es el hombre el que suele decir eso.”
     
       Sin embargo, al final de la película, los personajes terminan asumiendo los roles tradicionales. Si Gillian, al principio de la película, es una mujer segura de sí misma, poderosa, sabia —no en balde dice haber vivido mil años—, que viste de forma llamativa y sofisticada, siempre en rojo y negro, y tiene una tienda de arte primitivo, que es algo profundo e inquietante, al final, tras enamorarse de Shep, se convierte en una mujer corriente, que viste de forma discreta y que incluso, ha cambiado las máscaras africanas por flores del mar, un producto más superficial y “femenino”.
Ni siquiera puede conservar su mascota, con la que mantenía una misteriosa relación de complicidad y cariño, de la que Shep quedaba excluido. En resumen, Gill renuncia a su modo de vida, deja de ser ella misma y se transforma en alguien más insustancial; sin embargo, Shep continúa siendo el mismo, a pesar de que la personalidad de él era mucho más anodina que la de ella. Pero, claro, lo que hace más feliz a una mujer, en la mentalidad de la época, es el amor. Y por ese amor ideal, una mujer debe estar dispuesta a sacrificar todo lo que es y podía haber sido, mientras que el hombre no tiene por qué sacrificar nada. Claro que la película termina antes de que podamos saber si Gill se arrepiente o no de haberse enamorado. Es más, si una bruja pierde sus poderes al enamorarse, ¿qué pasa si se desenamora? ¿Los recupera? Sería interesante averiguarlo. En la comedia de situación “Embrujada” (1964 – 1972), inspirada en “Me enamoré de una bruja”, Samantha no pierde sus poderes al enamorarse y, precisamente, ese es el motor cómico del personaje y lo que hace que su matrimonio sea tan interesante y la serie tan hilarante.

     
       La pareja formada por Kim Novak y James Stewart mantiene, en este film, la misma química que ya demostraron tener en la película “Vértigo” (1958) de Hitchcock, estrenada ese mismo año. Sin embargo, aunque su personaje exprese, al inicio de la historia, su deseo de llevar una vida normal, resulta chocante ver a Kim Novak enamorarse de alguien tan mayor y tan corriente como James Stewart, que a pesar de su incuestionable personalidad en la pantalla, siempre daba la impresión de encarnar a hombres demasiado sencillos, o incluso un poco simples. En “Me enamoré de una bruja”, en concreto, Stewart se muestra especialmente bobalicón. Por eso resulta tan cómico que el mismo loro de la Sra. De Pass lo cale al primer vistazo y lo repita, machaconamente, durante todo el tiempo que Shep permanece en la vivienda de su ama.
    
       “Loro: Tú eres tonto. ¿Quién es tonto? Tú eres tonto.”
     
       Es uno de los momentos más divertidos de toda la película, por lo ridículo de la situación y lo incómodo que se siente el personaje de Shep al tener que someterse al proceso de ser desembrujado por la estrambótica Bianca De Pass.
      
       “Shep: Nunca en mi vida me había sentido tan humillado. Eso sin contar el dinero que me costó.”
     
       
Lo único que la enigmática Gill ha podido ver en el soso de Shep, que la ha fascinado tanto, es, justamente, eso, su sencillez. Gill ha vivido demasiado tiempo entre gente extraordinaria y fuera de lo común, por lo que Shep le parece diferente, alguien que no llama la atención, que no es nada complicado. Gill, después de toda una vida de emociones y aventuras, quiere ser normal.
     
       “Gill: Ahí viene, Pye. ¿Verdad que es diferente? ¿Por qué nunca he conocido a hombres como él? Podrías regalármelo para Navidad. Anda, regálamelo…”
    
       Hay que decir que Kim Novak pocas veces apareció en la pantalla tan deslumbrante y tan seductora como en esta comedia, en la que resulta natural ver a James Stewart titubear ante ella, tratando, torpemente, de resistirse a caer en el embrujo de esa extraordinaria mujer, que todos sabemos que no hubiera necesitado ni de hechizos ni de Pyewacked para cautivar a semejante pardillo.
    
       Basada en la obra teatral que John Van Druten estrenó en Broadway y Daniel Taradash adaptó para el cine, esta comedia romántica logra ambientar con toques jazzísticos el ambiente mágico y bohemio en el que se desenvuelve la vida de estos brujos neoyorquinos. George Duning desarrolló para la banda sonora de la película una especie de juego musical en el que cada uno de los brujos, incluido el gato, tenía su propia personalidad musical que los identificaba y definía como personajes. Gill se asocia con un sonido romántico y Pye con uno misterioso mientras que el de Queenie es más juguetón y el de Nicky más travieso. Incluso el embrujo para hechizar a Shep posee una melodía propia, que realmente, suena embriagadora y sugestiva.
Para las secuencias que tienen lugar en el club Zodiaco, se contó, además, con la participación de los hermanos Candoli, Pete y Conte, dúo de músicos surgido en la era del Swing, junto a los que Jack Lemmon tocaba los bongos. Sin olvidar la presencia de Philippe Clay, cantante y actor francés, que interpretaba un número musical algo extraño y sicodélico, que servía para poner de manifiesto que Shep y su prometida Merle, al entrar al club Zodiaco, se están adentrando en mundo desconocido para ellos. Pero, además de servirse de la música para hacer verosímil al espectador la existencia de esta comunidad de brujos en Manhattan, Quine se preocupa de fotografiarlos de una manera sugerente. Por ejemplo, con la utilización de varios planos subjetivos del gato, en los que la imagen aparece un poco más estirada y en blanco y negro, Quine consigue un punto de vista algo inquietante sobre la acción, como si los personajes estuvieran siendo observados por un ser sobrenatural. Los planos de Queenie, Nicky y Gillian —ésta con capucha y capa negra— al salir del Zodiaco de madrugada, también son especialmente evocadores, los tres brujos caminan de noche por las calles desiertas, sin prisas, charlando relajados, como tres figuras oscuras y despreocupadas que se encuentran a sus anchas en el mundo de las sombras, Nicky incluso juega a apagar las farolas de la calle, como si la luz le molestara.
      
       Quine fotografía, además, con suma elegancia cada una de las localizaciones en las que el film se desarrolla, logrando, con un inteligente y bonito uso del color, crear el ambiente adecuado para los diferentes momentos dramáticos de la historia. En la secuencia en la que la pareja protagonista, tras su primera noche de amor, contempla la ciudad, desde la azotea del rascacielos Flatiron, Quine nos muestra un amanecer frío y gris, en el que la ciudad aparece poco iluminada, y donde todo el color se concentra en la pareja de enamorados, en sus rostros felices y en el rojo de la ropa de ella.
Y cuando Shep se quita su sombrero, porque el ala le impide besar a Gill, y lo arroja al vacío, la cámara sigue la trayectoria del sombrero hasta el sombrío asfalto mientras, arriba, ellos permanecen en las alturas, llenos de luz y amor. Con ese significativo gesto de quitarse el sombrero y arrojarlo al vacío, Shep se libera, a un tiempo, de los límites impuestos por la sociedad y de su compromiso matrimonial con Merle, sintiéndose libre para vivir ese amor que no esperaba y que en sus propias palabras es “un incendio fabuloso”.
     
       Otro plano del film, que destaca por encima de los demás y que se queda grabado en la retina de los espectadores, es aquél que tiene lugar cuando Gillian embruja a Shep utilizando a Pyewacket. Quine realiza un primer plano hipnótico de Kim Novak, con la cabeza del gato tapando su boca y la punta de sus orejas enmarcando el contorno de su rostro. Los irresistibles ojos de la mujer sobre los del felino, La belleza de Novak, el ronroneo del gato y la melodía de Duning nos hacen partícipes de ese turbador embrujo, que augura el inicio de un gran amor.
 
   
       En cuanto al tono humorístico del film, hay que mencionar que se trata de un humor ligero, que nos hace sonreír con algunos gags o situaciones cómicas y nos entretiene con unos diálogos inteligentes y llenos de chispa, pero que no nos hace reír a carcajadas. Los protagonistas principales no son personajes cómicos en sí mismos, si Shep resulta cómico en algunos momentos es sólo por las situaciones en las que se ve envuelto su personaje, debido a su condición de “embrujado”, pero no hay nada intrínsecamente cómico en él.
Es frecuente en el cine de Quine que el protagonista masculino resulte cómico a causa de un enamoramiento. Por el contrario, tanto la tía Queenie como Nicky resultan cómicos por sí mismos, gracias a la fascinación infantil que sienten por la magia, de la que aún son meros aprendices, una fascinación que les lleva a ser imprudentes e indiscretos en su condición de brujos, algo muy peligroso para ellos. Nicky (el donjuán que se divierte usando la magia para sus correrías) y Queenie (la tía solterona y chismosa que se entretiene usando la magia para entrometerse en las vidas ajenas) al ser encarnados por dos grandes, como Elsa Lanchester y Jack Lemmon, proporcionan a la trama momentos muy divertidos, al tiempo que consiguen crear la sensación de verdadera familia alrededor de la protagonista. Queenie se preocupa por su sobrina y Nicky se pelea con su hermana, tal y como suele ocurrir en cualquier familia normal.

Pero si hay un personaje cómico por excelencia en el film ese es Sidney Redlitch, para el que el actor Ernie Kovacs realizó una excelente composición de escritor borrachuzo, desaliñado y obsesionado por el mundo de la brujería, que se dirige a su posible futuro editor llamándole, de forma campechana, “muchacho”.

 
  
       “Redlitch: ¿No habría alguna posibilidad si suprimo el capítulo que sitúo en las islas del Caribe, ‘Vudú en medio de las vírgenes’?”
     
       El uso de la voz en off, para hacer llegar al espectador los pensamientos del personaje, que, después, termina verbalizando sus pensamientos en voz alta de forma inoportuna y cómica, da lugar a algunas situaciones muy divertidas, protagonizadas por James Stewart. La más lograda es aquélla que tiene lugar cuando Shep va a casa de Merle a romper su compromiso matrimonial y repasa mentalmente, antes de enfrentarse a ella, las razones con las que piensa justificar su ruptura:
     
       “Shep (off): Merle, he estado pensando. Yo sería un marido pésimo. Bueno, tengo varios defectos que tú no conoces: Hago gárgaras y como cebollas; mastico tabaco y luego lo escupo. Padezco de insomnio, no concilio el sueño, me paso la noche yendo al baño y hablando conmigo mismo…”
     
       Finalmente, llama al timbre y cuando Merle abre la puerta le suelta a bocajarro:
     
       “Shep: ¡Y además ronco!”
      
       Otro tipo de humor usado en el film es aquél que, basándose en sucesos que ya han ocurrido anteriormente en la película, crean, más tarde, una situación cómica o un chiste. Por ejemplo, hay una escena en el film, tras la ruptura de ambos protagonistas, en que Gill, celosa ante la idea de que Shep vuelva con Merle, le advierte:
    
       “Gill: No se te ocurra ir tras ella, porque, antes de que se vaya, la embrujaré y haré que se enamore de alguien, del primer extraño que se le presente, del fumigador, del fontanero, del limpia ventanas…”
     
       Inmediatamente, Shep va a casa de Merle y, estando allí, llega el fumigador:
     
       “Shep: No, no, hazme caso y no le permitas entrar, no te conviene.
       Merle: ¿Por qué no?
       Shep: Porque te seducirá.”
    
       Gracias a sus experiencias como actor y bailarín de musicales, Quine dota al film de un ritmo impecable, lento en los momentos románticos y más rápido en los momentos de mayor tensión, que Quine logra agilizar empleando secuencias en las que el diálogo se elimina, siendo la música la encargada de acompañar las acciones encadenadas de los personajes, a modo de pequeñas transiciones en la trama. Como cuando vemos a Nicky, ir de un lado para otro, introduciendo a Redlitch en el ambiente brujeril de la ciudad. Sin embargo, salvo por algunas secuencias más dinámicas, como la ya mencionada, el ritmo del film se podría identificar con el de un una balada romántica de jazz modal, casi erótica y embriagadora, en la que la pareja, primero, se enamora; después, se pelea y, finalmente, se reconcilia.
 
     
       En “Me enamoré de una bruja”, y en el cine de Quine en general, el enamoramiento, que siempre comienza con un flechazo, “De repente, te vi por primera vez”, es considerado como una especie de enfermedad, locura o borrachera, una sensación parecida a una intoxicación o un incendio. En definitiva, el enamorado no es dueño de sí mismo, se siente, tal y como dice Shep, “totalmente hechizado, maravillosamente embrujado. Me has vuelto loco de remate.” Y, por consiguiente, debe buscar la manera de sanar. Shep lo intenta, primero, tratando de casarse con Gillian, y, tras sufrir un desengaño, se convence a sí mismo de que su sentimiento no es real y persigue el olvido mediante pócimas y a través del viejo recurso de poner tierra de por medio. No se da cuenta de que es inútil tratar de resolver un sentimiento de forma racional, cuando el enamoramiento es profundo y sincero, lo único que uno puede hacer es dejarse llevar, porque, como Shep comprende al final, “¿Quién puede explicar la magia?”