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lunes, 12 de junio de 2023

HUSTONMANÍA 2

LA REINA DE ÁFRICA (1951) de John Huston
  

       
En 1914, en el África Oriental Alemana, el reverendo británico Samuel Sayer (Robert Morley) y su hermana Rose (Katharine Hepburn) regentan la misión metodista de Kungdou cuando estalla la primera guerra mundial. Los alemanes no tardan en llegar al poblado para llevarse a los nativos como soldados. La frustración del reverendo, al no poder impedirlo, le provoca un trastorno mental que acaba con su vida. Tras enterrar a su hermano, Rose se marcha con Charlie Allnut (Humphrey Bogart), encargado del correo y del abastecimiento de la misión, en la barcaza llamada Reina de África, propiedad de la mina belga para la que él trabaja como mecánico. El Sr. Allnut pretende esconderse en una isla a esperar el fin de la guerra, pero Rose se empeña en fabricar unos torpedos, con el material que tienen en la barcaza, para volar el Louisa, vapor con el que los alemanes dominan el lago Victoria impidiendo a los británicos entrar a África desde el Congo. Al principio, Charlie se niega, pero claudica al ver cuestionados por Rose su valor y patriotismo. Para llegar al lago deben bajar por el río Ulanga, cruzar por delante de una fortaleza enemiga bajo fuego alemán y enfrentarse a los rápidos. Al sortear juntos estos peligros nace entre ellos una especie de camaradería que no tarda en convertirse en amor y ambos inician un romance. A partir de ese momento, Charlie comienza a mostrarse más seguro de sí mismo y Rose más vulnerable, y su unión se hace tan fuerte que nada puede pararles. Sin embargo, cuando el río se convierte en un cañaveral, el calor, las plagas y el agotamiento terminan por enfermar a Charlie de fiebre. Rose, consciente de que van a morir atrapados en el río, se encomienda a Dios, y un providencial aguacero los saca del cañaveral arrastrándolos hasta el lago. Una vez repuestos, Rose y Charlie fabrican los torpedos, dispuestos a continuar su misión. Pero cuando el Louisa aparece, una tormenta los hace naufragar y la barcaza se hunde. Rescatados por los alemanes y a bordo del Louisa, son tomados por espías británicos y condenados a la horca. Charlie pide al capitán que los case antes de ser ejecutados. Sin embargo, la Reina de África aún no ha dicho su última palabra.

 
       Tras haber dirigido una decena de películas y haber ganado dos premios Oscar con El tesoro de sierra madre (1948), John Huston recrea el mito de David y Goliat, en los albores de la primera guerra mundial, enfrentando a una pareja de inadaptados, dentro de una destartalada barcaza, contra el mismísimo ejército alemán, a bordo de un crucero de cien toneladas. La película, lo mismo que el mito bíblico, nos enseña que en ocasiones el débil también puede vencer al poderoso o, lo que viene a ser lo mismo, que todo es posible. No obstante, para Huston lo verdaderamente importante es el esfuerzo de los personajes por alcanzar su propósito, no así el éxito o el fracaso del mismo. Sin embargo, quizás ésta sea una de las pocas películas del director con un desenlace positivo, posiblemente, debido a la intervención de Peter Viertel en la finalización del guión, quien insistió en que Charlie y Rosie merecían un final feliz. Huston terminó aceptando porque se dio cuenta de que, en el fondo, la película era una comedia.

       Basado en la novela homónima de Cecil Scott Forester, James Agee escribió el guión de La Reina de África, bajo la supervisión de John Huston; guión que, al sufrir James Agee un infarto, fue reescrito y terminado más tarde por John Collier y Peter Viertel (aunque sus nombres no aparecen en los títulos de crédito). El guión, escrito en clave de humor, narra la aventura emprendida por dos seres antagónicos y aparentemente insignificantes que unen sus fuerzas y se enfrentan a la selva en pos de una utopía. La persecución de lo imposible constituye una constante en la filmografía del director, siempre fascinado por el espíritu romántico de todo aquél que se lanza tras una meta disparatada y a todas luces infructuosa.



       Sin duda, uno de los grandes aciertos del guión es la conmovedora historia de amor que surge entre estos dos pobres diablos empeñados en llevar a cabo una misión suicida, en el transcurso de la cual se enamoran de forma inesperada. El choque de dos caracteres tan opuestos pero que al mismo tiempo tienen tantas cosas en común y el indestructible vínculo que se forma entre ellos atrapan al espectador y lo sumergen en esta aventura africana de pasión y sacrificio, que nos impulsa a experimentar la vida con mayor intensidad. Charlie, un hombre maduro, despreocupado, borrachuzo y sin ninguna ambición y Rosie, una solterona puritana y reprimida, que siempre ha vivido bajo la sombra de su hermano y que considera una misión combatir el mal allá donde surja, son dos fracasados de los que nadie espera nada y que sin embargo, juntos, se complementan de tal modo que son imparables, ella marcando el rumbo a seguir y él haciendo el trabajo duro para seguirlo.

       «Charlie: Rosie… Está bien, iremos tú al timón y yo en el motor. Como desde el principio.»

       La espontánea simpatía de Charlie contrasta con la rectitud envarada de Rosie, pero aunque Charlie posea un carácter más alegre, es mucho más derrotista que ella, quien, a pesar de su seriedad, demuestra ser una persona inmune al desaliento. De ese modo, la dejadez de Charlie se estrella contra la diligencia de Rose, que jamás se rinde ante las dificultades y empuja a su compañero de viaje a seguir adelante.

       «Charlie: Es inútil, Rosie, se me olvidaba la hélice. Le falta un aspa.
       Rosie: ¿No podemos seguir con las que le quedan?
       Charlie: La hélice estaría desequilibrada. A los cinco minutos el eje volvería a estar como un sacacorchos.
       Rosie: Pues tendremos que fabricarnos un aspa. Hay mucho hierro y cosas que puedes usar.
       Charlie (Irónico): Ah, sí. Y luego, la atamos.
       Rosie: Bueno, si crees que bastaría… Pero ¿no sería mejor que la soldásemos? Me parece que se dice así, soldarla.
       Charlie: Ja, ja, ja… Eres increíble, Rosie. Eres increíble.»


       La relación entre Charlie y Rosie, al principio, se basa en una distante y mutua 
condescendencia. Charlie compadece a Rose, por ser una solterona dedicada a la ingrata labor de evangelizar a unos nativos que no lo necesitan. Por su parte, Rose se siente muy superior al Sr. Allnut, al que considera un hombre vulgar y maleducado, que hiere su sensibilidad con su ordinariez. En cuanto comienzan a convivir en la barcaza, Rose trata de imponer su voluntad a Charlie, sacándolo de quicio, y, aunque éste es un caballero, se producen las primeras discusiones; de las que Rose siempre sale victoriosa gracias a su agudeza mental y a su habilidad de misionera para manipular a la gente a través de la culpa.

       «Rose: Si no lo ha intentado ¿por qué…?
       Charlie: ¡Tampoco he intentado nunca pegarme un tiro en la cabeza! Je, lo malo de usted, Srta., es que no entiende nada de barcos.
       Rose: En una palabra, se niega a ayudar a su patria cuando más le necesita, Sr. Allnut.
       Charlie: ¿Eh? Yo no lo expresaría de esa forma.
       Rose: ¿Cómo lo expresaría, Sr. Allnut?
       Charlie: De acuerdo, está bien, haremos lo que quiera. Pero a mí no me eche la culpa de lo que pase.»

       Poco a poco, lejos de la represión que su hermano y la sociedad ejercían sobre ella, Rose se relaja y, junto al liberal Sr. Allnut, comienza a disfrutar de la vida por primera vez. Se podría decir que Rose florece como ser humano.


       «Rose: Jamás pensé que una simple experiencia física pudiera ser tan estimulante.
       Charlie: ¿Cómo dice?
       Rose: He experimentado una emoción así muy pocas veces. Con algún sermón de mi querido hermano cuando estaba inspirado por el Espíritu.
       Charlie: ¿De modo que quiere seguir?
       Rose: Claro que sí.
       Charlie: Oiga, usted está loca.
       Rose: ¿Perdón?
       Charlie: ¿Sabe lo que hubiera pasado si chocamos contra una de esas rocas?
       Rose: Pero no chocamos. La verdad es que me llena de admiración su habilidad, Sr. Allnut. Cuando haya practicado un poco con el timón, ¿cree que yo podría intentarlo?
       Charlie: Le voy a decir una cosa, los rápidos no son nada para lo que nos espera. Mejor dicho, yo ni siquiera los llamaría rápidos.
       Rose: Será fantástico…
       Charlie: ¡Señorita!
       Rose: Ahora que por fin lo he probado, no me extraña que le encante navegar, Sr. Allnut.»

       Esta preciosa e inteligente escena, en la que se muestra el despertar de Rose a la vida, deja desconcertado al Sr. Allnut, que incluso parece escandalizarse en algunos momentos. Y no es de extrañar, ya que el subtexto del diálogo refleja claramente una excitación sexual por parte de Rose, que constituye asimismo una anticipación de lo que será más tarde la pérdida de su virginidad en brazos de Charlie. El mismo Charlie después de esta escena se emborracha y parece tan acobardado que se apresura a dejarle claro a Rose que desaprueba su actitud y que no la encuentra nada atractiva. Aunque, por supuesto, en el diálogo él se refiere en todo momento a la misión de volar el Louisa, sólo el subtexto deja entrever que el verdadero motivo de la temerosa reacción de Charlie es el inesperado despertar sexual de Rose.

       «Charlie: Ni lo sueñe.
       Rose: Usted dijo que iría.
       Charlie: No es verdad, no me comprometí a nada.
       Rose: Es usted un embustero, Sr. Allnut, y lo que es peor, un cobarde.
       Charlie: ¡Uuuh…! ¡La cobarde lo será usted! Usted no es una señora, qué va a serlo. Eso es lo que mi pobre madre le diría, si mi pobre madre la oyera. Además, ¿de quién es este barco? La invité a bordo porque me dio lástima por la muerte de su hermano y todo eso. Me está bien empleado por compadecerme. ¡Pues ya no me da lástima, solterona, beata y escuchimizada!»

       El miedo de Charlie está más que justificado, él se siente a gusto y seguro viviendo a su aire y esta mujer quiere desbaratarle la vida y hacer de él un héroe romántico. Charlie teme perder su vida tratando de volar el Louisa, pero sobre todo teme perder su libertad entregando su corazón a esta valerosa mujer, que parecía muerta y está tan llena de vida.

       «Rose: No se enfade, Sr. Allnut.
       Charlie: No, si no me enfado. Me di por muerto cuando empezamos el viaje.»

       Pero la inicial resistencia de Charlie da paso a una entrega y un coraje inusitados en un hombre que parecía tan prosaico y que está tan lleno de poesía.


       «Charlie: Nunca olvidaré tu cara cuando íbamos por los rápidos. La frente alta, la barbilla fuera, el pelo flotando al viento… La viva imagen de una heroína.
       Rosie: Oh, mira que yo una heroína… Oh, Charlie, has perdido la cabeza.
       Charlie: He perdido el corazón.»


       Estos dos seres apagados, encogidos, sin autoestima, de repente, se descubren y 
valoran el uno al otro y comienzan a brillar. Cada uno de ellos mejora con el otro, crecen, se superan y se sienten felices en medio de un montón de penalidades. El amor les hace sentirse importantes por primera vez en sus vidas y eso les hace ser ellos mismos en todo su esplendor, les hace héroes.

       «Charlie: Si no llega a ser por ti, esto no sería posible. ¿No te sientes muy orgullosa?
       Rosie: De eso nada. Tú eres el que ha hecho que funcione el motor y el que ha reparado la hélice. Yo no tengo nada que ver. Y no creo que haya en el mundo otro hombre capaz de hacerlo.
       Charlie: No lo hay. Porque no hay otro hombre en el mundo que te tenga a ti.»

       La Reina de África es una película de aventuras, pero sobre todo es una tierna historia de amor, ingenua y apasionada, entre dos seres inocentes que se respetan y se admiran el uno al otro. Se trata de una historia de amor insólita en la filmografía de Huston, un director cuyos personajes solían mostrar una actitud escéptica respecto al amor y empleaban todas sus energías en perseguir un objetivo personal, en el que fracasaban. Para Huston fracasar formaba parte de la vida, según él, era una derrota para hacer las paces con uno mismo. Por eso rechazaba los finales felices. Pero en el film que nos ocupa, aunque él no quería que Rosie y Charlie vencieran a los alemanes, entendió que no podía matarlos.

       El guión tiene una estructura perfecta que entrelaza con maestría la trama principal de volar el Louisa con la subtrama de la historia de amor. Huston tenía una intuición especial para captar lo que sobraba o faltaba en un guión, sabía detectar lo esencial de una historia, repasaba el guión y luego hacía que los guionistas lo corrigieran hasta quedar satisfecho. Con James Agee se compenetraba a la perfección, puesto que ambos eran grandes bebedores y grandes escritores. Además, Agee poseía un don para el lenguaje poético y una fama de escritor maldito muy del agrado de Huston. Se dice que Agee se basó en su padre y en su madre para la creación de los personajes de Charlie y Rosie, lo que dio a la relación una autenticidad y una gracia especiales.


       «Rosie: Oh, perdona que tirase la ginebra, Charlie.
       Charlie: Ah, no te preocupes. Para que veas que no te guardo rencor, te prepararé una taza de té. Je, je, je… Te pones tú peor sin té, que yo si no puedo beber ginebra.»

       El rodaje fue muy accidentado, se han escrito ríos de tinta sobre ello, la misma Katharine Hepburn escribió un libro titulado, El rodaje de la Reina de África o cómo fui a África con Bogart, Bacall y Huston y casi pierdo la razón. También Peter Viertel hizo lo propio en una novela, Cazador blanco, corazón negro, que Clint Eastwood llevó al cine en 1990. Pero a pesar de que el equipo sufrió tantas calamidades como los mismos personajes de la película, el empeño de Huston en rodar los exteriores en África —se dice que porque quería aprovechar las pausas del rodaje para cazar un elefante— mereció la pena, cinematográficamente hablando, ya que tanto la ambientación del film como la preciosista fotografía de Jack Cardiff son de una belleza extraordinarias. Jack Cardiff retrató el paisaje y a la pareja protagonista de una forma muy hermosa, logrando que ambos intérpretes se vieran muy favorecidos a pesar de sus poco atractivas caracterizaciones y de estar ya en plena madurez (Bogart contaba con 52 años y Hepburn con 44), por algo Cardiff estaba considerado como el mejor cameraman del technicolor. Huston le recriminaba que necesitara tantos focos en un lugar tan luminoso como África, pero, precisamente, los necesitaba para iluminar las sombras, debido a la intensidad de la luz. Tan sólo las escenas de los rápidos y aquéllas en las que arrastran la barcaza por el río tuvieron que rodarse en un estudio de Londres, a consecuencia de las plagas y las enfermedades que sufrieron.


       La cadencia con la que Huston hace avanzar la historia demuestra su hábil manejo del ritmo narrativo, cada momento de felicidad de la pareja se ve interrumpido por una nueva dificultad que vuelve a dotar de dinamismo a la acción. Huston era un narrador extraordinario, elegía las imágenes adecuadas y las encadenaba de tal forma que el conjunto de la secuencia transmitía la sensación precisa que el momento dramático requería. Por eso, aunque la mayor parte de la historia transcurra en el interior de la barcaza, el ambiente en ningún momento resulta opresivo, sino que evoca una gran sensación de libertad, gracias a los planos del río y a la vida animal en las orillas que lo bordean. Asimismo, Huston logró convertir la barcaza en un tercer protagonista, intercalando numerosos planos del nombre Reina de África, pintado burdamente en la proa del barco. Ese pequeño barco que constituye el mundo en el que Charlie y Rosie crean una nueva vida juntos y que es el cómplice indispensable de su aventura; tanto es así, que el espectador siente el hundimiento de la barcaza como si de la muerte de un tercer camarada se tratase. Al fin y al cabo, Rosie y Charlie no hubieran podido vencer a los alemanes si la Reina de África no hubiera vencido al Louisa.

       Cuando el productor Sam Spiegel ofreció a Huston elegir la próxima historia que quería dirigir, Huston, con mucha inteligencia, se decidió por La Reina de África. En aquel momento, el Comité de Actividades Antiestadounidenses tenía en el punto de mira a Huston, Bogart y Hepburn, porque, de una u otra forma, todos ellos estaban considerados como izquierdistas. De manera que, la realización de una película en la que dos súper patriotas arriesgan sus vidas en una misión imposible por su país, ponía a salvo la reputación de los tres.

       Bogart propuso a Hepburn como coprotagonista, pues ella gozaba de un gran prestigio como actriz y deseaba trabajar a su lado. La química entre ellos resultó extraordinaria, a pesar de ser actores muy diferentes, lo que ayudó a ilustrar la misma compenetración que tenían Charlie y Rosie, siendo tan distintos.


       Hepburn compuso el personaje perfecto de solterona remilgada, con una sonrisa 
forzada, unas maneras exquisitas y un control absoluto sobre sus emociones, es decir, con toda la distinción y toda la contención propias de una dama. Rose no se permite ni un solo instante de relajación, hasta que se enamora de Charlie y se contagia de su manera espontánea y desenfadada de vivir. Hepburn ilustra la transformación de Rosie, poco a poco, con pinceladas que muestran pequeños pasos hacia la liberación de su espíritu, como si, a medida que avanzara por el río, en compañía de Charlie, se fuera desembarazando de la represión en la que ha sido educada. La risa de Rosie cuando Charlie imita a los hipopótamos o a los monos, revela el gran talento de la Hepburn para trazar un personaje. Se trata de una risa que brota como si lo hiciera por primera vez, como si las carcajadas hubieran estado prohibidas para Rose y, ahora, al poder darles rienda suelta, salieran a trompicones, dando la impresión de que Rose está aprendiendo a reír. Katharine Hepburn fue nominada (por quinta vez) al Oscar a Mejor Actriz, pero lo más importante es que hizo que Rosie fuera inmortal en nuestra memoria y en nuestros corazones, conquistándonos con su seguridad en sí misma, su determinación de combatir al enemigo y su despertar a la vida.


       Por su parte, Bogart, tras toda una carrera cinematográfica como hombre duro y 
carismático, sorprendió al público demostrando que tenía vis cómica, y que ésta era muy divertida además. Bogart aparecía en pantalla hecho un verdadero desastre, sin afeitar y con una gorrita muy poco favorecedora, pero esa autenticidad que el actor siempre supo aportar a sus personajes seguía estando presente. Bogart invistió de una dignidad admirable la naturalidad y la honestidad emocional de Charlie, que jamás trata de parecer lo que no es y que no se deja influenciar por opiniones ajenas.

       «Charlie: Me van a echar una bronca cuando vuelva a la mina. Los belgas me llaman todo lo que se les ocurre, pero, por mí, que me insulten en idioma extranjero. A mí no me despiden. Soy la única persona en África que sabe sacar partido a la vieja Reina de África.»

       Pero Bogart no sólo estaba más gracioso que nunca, también estaba más enamorado. La desolación de Charlie, convencido de que Rosie se ha ahogado mientras está siendo interrogado por un oficial alemán, es conmovedora, digna y cómica a la vez.

       «Oficial del Louisa: ¿Sabe que la pena por declarar ante este tribunal en falso es la muerte en la horca?
       Charlie: ¿Y qué?
       Oficial: ¿Qué estaba haciendo en la isla?
       Charlie: Estaba pescando.
       Oficial: ¿Cómo llegó hasta aquí?
       Charlie: A nado.
       Oficial: ¿Sabe que está en una zona reservada para los miembros de las fuerzas de su majestad imperial el Káiser III?
       Charlie: ¿Y qué?»


       Es cierto que el personaje de Charlie Allnut es un personaje tan transparente que 
ya sobre el papel debía ser cautivador, pero Bogart, al interpretarlo con la gracia y la naturalidad de un niño pequeño, lo hace más irresistible aún. Incluso tiene la costumbre infantil de remedar a Rose cuando se enfada con ella.

       «Charlie: Ese disparate de atacar el Louisa, bajar por el río…
       Rosie: ¿Cómo disparate?
       Charlie: No vamos a hacer tal cosa.
       Rosie: Claro que lo haremos, qué idea tan absurda.
       Charlie: “Qué idea tan absurda...” “Qué idea tan absurda…” Señorita, sus ideas son diez veces más absurdas que las mías.»

       También cuando se avergüenza, cuando se enfada, cuando se alegra y en general en cualquier reacción emocional de Charlie siempre podemos ver al niño que fue Bogart. Y eso nunca se había visto antes ni se volvió a ver después. Bogart incluso salió airoso al protagonizar de forma cómica, al principio del film, una versión del gag que Chaplin interpretó en Tiempos modernos (1936), aquél en que le sonaban las tripas al tomar el té con la mujer del pastor. Pero no es sólo el gag de las ruidosas tripas lo que tienen en común estos dos films tan dispares, puesto que, si bien, el final del film de Chaplin nos anima a no rendirnos jamás y a poner al mal tiempo buena cara, el final de Huston nos transmite el mismo mensaje a través de la canción favorita de Charlie Allnut:


       «Había un viejo pescador, que zarpó del puerto de Pimlico. Y cuando zarpó de Pimlico, el viento empezó a soplar. Y por la borda se cayó al mar. ¡Canta, canta y baila ya!»

       O lo que es lo mismo, «Paciencia y barajar», que decía Cervantes.

       Humphrey Bogart ganó el Óscar al mejor actor principal por su actuación como Charlie Allnut, único premio de la Academia en toda su carrera profesional, aunque fuera nominado en otras dos ocasiones por sus respectivos trabajos en Casablanca (1942) y en El motín del Caine (1954). Podemos afirmar que si sus papeles de hombre duro le hicieron inmortal, su papel en La Reina de África le convirtió en actor de prestigio.

       La historia de esta misionera y este mecánico que, sorprendidos por la guerra en plena selva, toman conciencia de su responsabilidad social e inician juntos una aventura en pos de la libertad, el amor y el significado de la propia existencia, supone todo un alegato a favor de emprender cualquier empeño personal, por muy disparatado que pueda parecer. Rose y Charlie persiguiendo el objetivo común de ayudar a su patria, se convierten en héroes, al tiempo que protagonizan un amor de leyenda.

       Algunos cuestionan la verosimilitud del final de La Reina de África, pero en realidad eso carece de importancia, el camino existencial que recorre la pareja protagonista es lo verdaderamente relevante, el resultado del mismo es indiferente. La historia de Charlie y Rosie nos fascina por el modo en que ambos descubren de lo que son capaces, al tiempo que se descubren el uno al otro. Además, no hay que olvidar que también la historia de David y Goliat es inverosímil y eso es precisamente lo que nos atrae de ella.

       «Charlie: Creo que es el sitio más bonito que he visto en mi vida, y eso ya es decir. No es que no quiera seguir viaje río abajo, entiéndelo, cuanto antes volemos el Louisa mejor. No lo decía por eso. Es que me gustaría poder volver algún día.
       Rose: ¿Crees que podremos volarlo?
       Charlie: ¿Si lo creo? Naturalmente que sí. No hay nada que no pueda hacer un hombre si tiene fe en sí mismo. Nunca te rindas, ése es mi lema.»


       Uno de los hijos de Huston afirmaba en un documental: «La Reina de África es 
una película de dos perdedores que se juntan y ganan.» En mi opinión, ésa es la esencia del film. ¿Y acaso puede haber un amor más bello, que aquél que nos haga crecer?

miércoles, 2 de febrero de 2022

MINNELLIMANÍA 1

Mi DESCONFIADA ESPOSA (1957) de Vincente Minnelli
    


       
Tras la exitosa El loco del pelo rojo (1956), Minnelli asume la dirección de esta divertida comedia romántica, que explora el aspecto cómico de esas pequeñas inseguridades que arrastran a los miembros de una pareja a mentirse y a desconfiar el uno del otro, arruinando de ese modo la relación que tanto ansían proteger. Descubrir las enormes diferencias que nos separan del ser amado nos provoca cierta incertidumbre respecto a las posibilidades que tenemos de preservar, en el futuro, esa relación. Y ese miedo, como todos los miedos del ser humano, nos conduce a tomar decisiones equivocadas y a hacer tonterías. Tonterías que, vistas en una película, nos resultan desternillantes, pero que en la vida real pueden llegar a amargarnos la existencia. Minnelli se burla de ese miedo enfermizo que tienen los enamorados a decepcionar o a perder al ser amado, llevándolo con brillantez y elegancia a unos extremos tan ridículos como hilarantes.
      
       Mike Hagen (Gregory Peck) es un cronista deportivo, ocupado en desenmascarar las prácticas mafiosas del promotor de boxeo Mart Daylor (Edward Platt). Durante su estancia en California, cubriendo el campeonato de golf, Mike conoce, en el bar del hotel, a la diseñadora de modas Marilla Brown (Lauren Bacall) y, tras una alocada noche, ambos se hacen inseparables, se enamoran y deciden casarse. De regreso a Nueva York, la idílica relación comienza a enturbiarse al estrellarse cada uno contra la realidad del otro. Mike se siente herido en su ego al descubrir que Marilla disfruta de una posición económica más desahogada que la suya. Y Marilla, a su vez, se siente amenazada al encontrar la foto de Lori Shannon (Dolores Gray), antigua novia de Mike, en el apartamento de éste. Además, el jefe de Mike, Ned Hammerstine (Sam Levene), le recibe con la noticia de que su último artículo ha hecho enfadar tanto a Mart Daylor que teme por su vida. Sin embargo, pese a todas las complicaciones y a pertenecer a mundos incompatibles, Marilla y Mike logran vivir felices, durante un mes. Hasta que Marilla acepta diseñar los figurines de la nueva comedia de Zachary Wilde (Tom Helmore), promotor teatral y antiguo pretendiente suyo, que va a protagonizar la mismísima Lori Shannon. Mike decidido a ocultar a Marilla su pasada relación con Lori, finge no conocerla, lo que hace sospechar a su mujer que aún hay algo entre ellos. Para colmo, Mart Daylor envía a Johnnie “O” (Chuck Connors), jefe de sus matones, a hacerle una demostración a Mike de lo que podría ocurrirle si no deja de escribir esos dichosos artículos. El jefe de Mike, muy preocupado, le concede sólo tres semanas para terminar de desenmascarar a Mart Daylor. Y le obliga a hacerlo escondido en un hotel, con Maxie Stultz de guardaespaldas, mientras finge estar de gira siguiendo a los Yankees. Maxie Stultz (Mickey Shaughnessy) es un boxeador sonado, amigo de Mike, de terrible aspecto e incoherente conversación. Durante dos semanas, Mike continúa escribiendo sobre Mart Daylor desde el hotel telefoneando a Marilla como si estuviera viajando de ciudad en ciudad. Hasta que los celos de Marilla le hacen salir, al comunicarle ésta su resolución de sonsacar a Lori Shannon la verdad sobre ellos.

Mike decide ir a casa de Lori para 
convencerla de que mantenga ante Marilla sus mentiras, pero Marilla le sorprende allí y, hecha una fiera, rompe con Mike, marchándose a Boston para el estreno de la revista. De regreso al hotel, Mike descubre, a través de Charlie «el chivato» (Jesse White), que Mart Daylor sospecha que sigue en Nueva York y planea secuestrar a Marilla para hacerle salir de su escondite, así que, coge el primer avión que sale para Boston, en compañía de Maxi. Durante el estreno, Marilla, aliviada, tras una sincera conversación con Lori, ha perdonado a Mike y decide regresar a Nueva York. Pero al salir del teatro, Johnny “O” y sus matones tratan de secuestrarla. Mike y Maxie llegan a tiempo de impedírselo y se desata una verdadera batalla campal entre los matones, los artistas de la revista y Maxie Stultz que, incapaz de distinguir a los unos de los otros, noquea a todo el que se le pone por delante. Por fortuna, las poderosas piernas del coreógrafo y bailarín de la revista Randy Owen (Jack Cole) demostrarán ser mucho más útiles que los descontrolados puños de Maxi.


       Partiendo de un argumento que la diseñadora de vestuario Helen Rose ideó basándose en su propio matrimonio, George Wells escribió un guión de estructura perfectamente articulada, con diálogos desbordantes de ingenio y frescura y con unos gags tan graciosos como distinguidos. Wells fue premiado por su excelente trabajo con el Oscar al mejor guión original de 1958 (única estatuilla lograda por el film).

       El guión de Wells destaca por su espectacular uso de la voz en off, y nos ofrece toda una lección magistral de cómo jugar con el punto de vista para alcanzar la máxima comicidad posible en un relato humorístico. Mediante la voz en off, los cinco personajes protagonistas relatan, de forma subjetiva y en flash-back, su versión de lo ocurrido, al tiempo que presenciamos la acción física de aquello que nos están narrando, acentuando de ese modo, con la personalidad cómica de cada personaje, el humor de las sucesivas peripecias que componen la historia.

       «Mike (off): Lori fingía que no nos conocíamos, menos mal. Yo miraba de reojo a Marilla para ver si se había dado cuenta de algo, pero no. No había advertido nada.
       Marilla (off): Inmediatamente, pensé, “estos dos se conocen”. No acostumbro a ser suspicaz, pero aquello no dejaba lugar a dudas.»


       Estas narraciones subjetivas, que salpican el desarrollo de la historia, se usan también para abrir y cerrar el relato, pero sustituyendo, en ambos casos, la voz en off, por las declaraciones que hacen los personajes mirando directamente a cámara. Los personajes comienzan presentándose a sí mismos en sus diferentes ambientes y finalizan el film despidiéndose de los espectadores con una especie de personal epílogo. 

       «Maxi (mirando a cámara): Sí, yo les diré a ustedes todo lo que sé de la cosa esa. Y clarito, porque yo no he hecho nunca tongos. Soy un boxeador honrado y noblote, campeón durante tres años, y ahora me preparo para volver al ring. Así que, les voy a decir todo lo que sé, pero todo, todo. Déjenme pensar… ¡Si resulta que no sé nada!»


       La sencillez de la trama principal de la cinta fue apuntalada por Wells con dos divertidas y rotundas subtramas, que sostienen la línea argumental hasta el final, con solidez y eficacia, multiplicando las situaciones cómicas y los enredos de manera ininterrumpida. Una de ellas es la que se refiere a la ya mencionada Lori Shannon, antigua novia de Mike, y la otra, se trata de la trama relacionada con el mafioso Mart Daylor a quien Mike lleva tiempo tratando de desenmascarar. Esta genial subtrama parece transcurrir como una amenazadora corriente subterránea por todo el guión, propiciando la separación de los protagonistas con el consecuente descalabro para su relación, hasta que, por último, brota como un manantial arrastrando a todos los personajes al caos de la pelea en el callejón del teatro. Hay que señalar, como curiosidad, que el matón de Mart Daylor, llamado Johnny “O” —un inquietante Chuck Connors en un rol mafioso que defiende con divertida convicción— aparece en sus diferentes intervenciones jugueteando con una naranja entre sus dedos, fruta que Coppola utilizaría, años más tarde, para simbolizar la traición, la muerte o el peligro, en su trilogía de El padrino.


       La película desborda buen gusto, humor y un ritmo diligente y armonioso con el que la historia avanza sin prisas, pero sin detenerse jamás, en una especie de danza jocosa que se acelera o se ralentiza en función de la acción, coreografiada a la perfección por la cámara de Minnelli, que parece ejecutar un baile visual, a través de suaves travelling y juegos de grúa, que potencian la agudeza de la trama. La experiencia del director en comedias y en musicales brilla en esta gran producción de los años cincuenta, que llegó a ser una de las más taquilleras del año, dejando patente el hábil dominio de Minnelli en el uso del color y del Cinemascope, gracias a su maestría a la hora de organizar con elegancia los volúmenes y las formas en el espacio de una pantalla de cine. Todo ello realzado por la impactante fotografía de John Alton, que ya había colaborado con Minnelli en Un americano en París (1951) —ganando el Oscar a la Mejor Fotografía— y mecido por la hechizante composición musical de André Previn.


       Vincente Minnelli, siguiendo esa costumbre de las comedias norteamericanas de los cincuenta y sesenta —décadas en las que Minnelli reinó en Hollywood—, de mostrar a las esposas como mujeres controladoras y desconfiadas, y a los maridos reaccionando, ante esta vigilancia, con torpe nerviosismo y falsedad, desarrolla una divertida sátira de ese matriarcado norteamericano del que parece burlarse.

       «Marilla: No obstante, quería decírtelo, porque me tenía preocupada y siempre he creído que hay que ser sinceros y hablar abiertamente.
       Mike (off): Si alguna cosa he aprendido en este mundo es el momento oportuno en que no conviene ser sincero ni hablar abiertamente.
       Mike: Me parece muy bien. ¿Qué hay para cenar?
       Marilla: ¡Lori Shannon!
       Mike: ¡¿Para cenar?!»


       Esta guerra de sexos, narrada en el film, que se podría entender también como 
una lucha de contrarios, entre la brusquedad del hombre y la delicadeza de la mujer, es expresada por el director como una confrontación de ambientes opuestos, de relaciones sociales incompatibles e incluso de vestuarios irreconciliables enfocados hacia la consecución del gag más desternillante. Minnelli, una vez más, pone de manifiesto su engrasada capacidad para hacer funcionar un gag con eficacia, llegando incluso a encadenar sucesivos gags en el transcurso de la trama. Tal es el caso del gag del plato de raviolis que Lori vuelca sobre los pantalones de Mike, y cuyo rastro intriga a Marilla.

       «Camarero: Ya tengo los pantalones para usted en el lavabo.
       Marilla: Hubiera jurado que saliste con pantalones. ¿Qué es eso?
       Mike: ¿Qué? Ah, esto. Raviolis.
       Marilla: Ah, sí, claro, debí haberlos reconocido. ¿Y los tomas siempre así?
       Mike: Oh, sí, sí, están riquísimos.»

       El gag se concluye en la escena en la que Lori vuelve a coincidir con Mike, en el pase de modelos, y éste, al verla coger la tetera, salta de su asiento creyendo que va a volcarle el té encima.

       «Marilla (off): Empecé a atar cabos y el nudo salió perfecto. Uno de los cabos, era la mujer que Mike temía que le volcara encima el té y el otro, la mujer que le volcó encima los raviolis. Y atados los dos, daba por resultado un nudo sospechoso.»


       Pero, además, el gag del plato de raviolis sirve para preparar el gag de los pantalones que le prestan a Mike para cambiarse y que le quedan demasiado cortos. Mike llega con ellos al lujoso apartamento de Marilla, donde es presentado, con esa ridícula facha, a todos los elegantes amigos de su mujer. Las enormes diferencias entre la forma desastrada de vestir de Mike y la extrema sofisticación de Marilla, en el vestir, subrayan durante todo el film los diferentes caracteres de los protagonistas, por obra y gracia de la diseñadora Helen Rose, que ideó para Bacall una cantidad ingente de vestidos.

       «Mike (off): Aquél fue el primero de una serie de cambios de indumentaria que nunca han dejado de sorprenderme. En serio, Marilla se cambia de vestido… ¡Nueve veces al día!»

       Otro de los gags memorables del film es el que tiene lugar cuando Mike ve a Maxi tumbado en la cama del hotel con los ojos abiertos y cree que ha muerto, lo zarandea y Maxi se despierta, sobresaltado, poniéndose a boxear como un loco. Minnelli da otra vuelta de tuerca a este divertidísimo gag, haciendo que Mike, con muy mala intención, telefonee a su jefe en mitad de la noche.

       «Ned: ¿Diga?
       Mike: ¿Ned?
       Ned: Sí. ¡Mike!
       Mike: Tengo que decirte una cosa, Maxi Stultz duerme con los ojos abiertos.
       Ned: ¡Pero, ¿tú eres imbécil?! ¡Levantarme para…!
       (Mike cuelga el teléfono con una maliciosa sonrisa.)»

       Citaremos también un efectivo gag de larga duración, que parte de la manía del perro de Lori Shannon de morder los zapatos de los hombres y llevárselos como trofeos, esta aparente pincelada cómica terminará revelándose como un gag cuando el perro, hacia el final de la película, descubra a Marilla la presencia de Mike en el dormitorio de Lori, presentándose ante ella con su zapato en la boca. Son tantas las veces que el espectador ha visto al perro jugando con zapatos masculinos, que cuando Mike se esconde de Marilla en el dormitorio y el perro lo sigue, el espectador ya anticipa lo que va a ocurrir y Minnelli lo alarga y lo alarga… hasta que finalmente sucede.


       Por último, mencionar el divertido despliegue acústico-visual para exagerar con humor la resaca de Mike en California. Todos los sonidos cotidianos son engrandecidos por Minnelli de forma desternillante y los colores reales son sustituidos por otros mucho más chillones. Este gag de la resaca será utilizado más tarde por Jerry Lewis en El profesor chiflado (1963) llevando la deformación de los sonidos hasta unos extremos de exageración, imposibles de superar.


       Pero uno de los mayores aciertos, tanto del guión como de la película, es contar 
con unos personajes magníficamente diseñados y encarnados, a su vez, por unos intérpretes de excepción. Empezando por la pareja protagonista, Gregory Peck y Lauren Bacall, que a pesar de parecer, en principio, una pareja algo chocante para una comedia, resultaron de lo más divertido, logrando crear juntos la ilusión de esos dos enamorados que no paran de meter la pata al tratar de adaptarse a su nueva vida en pareja. Aunque la película, en principio, fue pensada para Grace Kelly y James Stewart a fin de repetir el éxito que obtuvieron como pareja en La ventana indiscreta (1954) de Hitchcock, hay que decir que el reparto final no sólo no decepciona, sino que, nadie que haya visto Mi desconfiada esposa desearía imaginar la película sin Peck o Bacall.


       Gregory Peck logró, en el film, su mayor éxito como comediante, conservando al mismo tiempo su imagen de hombre tranquilo y noble, aún en los momentos de slapstick que protagoniza su personaje. Su gestualidad contenida en los momentos en los que Mike hace el ridículo es de lo más divertida, al igual que su manera infantil de expresar la rabia cuando no consigue que Marilla le escuche. La seductora composición de Peck del rudo cronista deportivo, lleno de carisma y dignidad, se gana de inmediato, las simpatías del público, que sabe disculpar sus mentiras y hasta su brusquedad.


       Lauren Bacall, apodada «la flaca», por su estilizada figura, o «la mirada», por sus 
ojos felinos e insolentes que desprendían inteligencia y seguridad en sí misma, había sido una de las estrellas del cine negro de los años cuarenta, y había debutado, con buenos resultados, en la comedia Cómo casarse con un millonario (1953) de Jean Negulesco, pero logró superar con creces este debut en Mi desconfiada esposa, donde aparece divertida y seductora, en un rol de mujer sofisticada y suspicaz que le iba como anillo al dedo, por su aspecto magnético y distinguido, y por la profundidad de su penetrante mirada, capaz de desarmar al más valiente.

       La otra pareja de la película, formada por los secundarios Dolores Gray y Tom Helmore —en sus respectivos roles de Lori Shannon y Zachary Wild — proporcionan a los protagonistas un excelente apoyo para su lucimiento, llenando de elegancia y gracia sus intervenciones. Es justo destacar el trabajo de una Dolores Gray arrogantemente sexi, que afronta con total dignidad el ingrato papel de mujer descartada, dándonos una lección de cómo asumir, con clase, un abandono. El rostro de Dolores Gray, con esa cara impagable de no haber roto un plato, tras volcarle a Mike encima los raviolis, garantiza la carcajada hasta del espectador menos risueño.


       Pero si hay un personaje que de verdad nos haga reír en Mi desconfiada esposa ese es Maxi Stultz, tronchante personaje, de una efectividad cómica inversamente proporcional a la sencillez de su perfil. Interpretado con un realismo asombroso por un Mickey Shaughnessy en verdadero estado de gracia a lo largo de todo el metraje, consigue que cada vez que aparece en pantalla, anticipemos la risa y, en efecto, la risa llega. Maxi Stultz aporta al film una carga humorística imprescindible, no sólo nos hace reír, sino que logra que nos riamos con todos los personajes que interactúan con él.


       «Maxi: Yo le protejo a usted, ¿eh, Sr. Hagen? No le dejaré ni un momento. ¿No es eso?
       Mike: Eso.
       Maxi: Y cualquiera que lo mire mal… (Se golpea con el puño la palma de la mano) ¿No es eso?
       Mike: Eso es.
       Maxi: A cualquiera que le mire mal. A cualquiera. (Se da otro puñetazo en la mano) ¿No? (…) ¡¿No?!
       Mike: ¡Sí!»

       El colérico jefe de Mike aporta la comicidad de un hombre rudo y sensible al mismo tiempo, alguien que aprecia a Mike, pero que lo trata a patadas. Sam Levene lo encarna con gran naturalidad resultando de lo más convincente en ese rol de jefe eternamente irritado, que, como en el fondo es un blando, tiene que hacerse el duro para imponer disciplina. Este hombre irascible es el único en proporcionar a Mike la clave para mantener a salvo su matrimonio. Claro que, Mike no le presta atención.

       «Mike: Pero ¿qué le digo a mi mujer?
       Ned: Dile la verdad.
       Mike: ¿Que estoy amenazado por esa banda? Sólo de oírlo se desmayaría.
       Ned: ¡No me expongas tus problemas! ¡No soy un consejero matrimonial!»


       Por último, Minnelli se burla de sí mismo, como coreógrafo, al tiempo que reivindica la masculinidad de éstos, con la presencia en la película del coreógrafo Randy Owens —al que Mike ridiculiza por su aparente amaneramiento—. Randy zanja la cuestión de su ambigua virilidad, a patada limpia y a ritmo de una chispeante melodía, en la escena de la pelea en el callejón, dejando claro que un artista, cuando hace falta, puede ser tan duro, o más, que un boxeador. Encarnado por un divertidísimo y atractivo Jack Cole, Randy se convierte en una especie de referente del propio Minnelli, que se sirve del personaje para transmitirnos la inspiración de su extraordinario método de trabajo:


       «Zachary: No puedes meter el ballet acuático en esta escena.
       Randy: ¿Por qué no?
       Zachary: ¿Por qué? Porque esa escena se desarrolla en el salón.
       Randy: Tiene puertas, ¿verdad?
       Zachary: Sí, tiene puertas, pero…
       Randy: Con eso basta. Detrás de una puerta cerrada todas las cosas pueden ocurrir, esa es la base de todo mi trabajo, la irrupción de lo inesperado. Una puerta cerrada… Cuando esa puerta se abre, cualquier cosa puede entrar.»