sábado, 30 de marzo de 2019

STURGESMANÍA 1

“LOS VIAJES DE SULLIVAN” (1941) de Preston Sturges

       
       En 1941, Preston Sturges rompe una lanza en favor de la comedia, con esta película, que dedica a todos los que, en algún momento de la historia, han consagrado su vida a aligerar el sufrimiento humano, a través de la risa:

       “Esta película está, afectuosamente, dedicada a la memoria de todos los que nos hacen reír: los saltimbanquis, los payasos, los bufones, de todos los tiempos y todas las naciones, cuyos esfuerzos nos han alegrado un poco la vida.”

       John L. Sullivan (Joel McCrea), famoso director de comedias de Hollywood, sensibilizado con la terrible situación del pueblo americano, tras la gran crisis, desea hacer películas comprometidas que reflejen toda la problemática por la que atraviesa el país. Y, ante la opinión de los directivos del estudio de que él no puede hacer ese tipo de películas, porque no sabe lo que es tener problemas, Sulli decide disfrazarse de vagabundo y salir, con sólo diez centavos en el bolsillo, para mezclarse con los desempleados y experimentar, así, el sufrimiento que quiere reflejar en su próxima película. Y aunque en su primera salida, no le salen las cosas como esperaba, Sulli conoce a una joven y fracasada aspirante a actriz (Veronica Lake), que se empeña en acompañarle en su experimento. Y así, en su segunda salida, Sulli, acompañado por “la chica”, terminará por sufrir, en sus propias carnes, todas las dificultades a las que se exponen los vagabundos, dando, así, por finalizado su curioso experimento.

 Pero, antes, hace una última salida, en solitario, con el fin de repartir algo de dinero entre los mendigos a los que tanto ha visto sufrir. Y como ―según Billy Wilder― “ninguna buena acción queda sin castigo”, mientras reparte su dinero, Sulli es atracado por uno de esos vagabundos, que le deja inconsciente en el interior de un tren de mercancías. Dado por muerto, Sulli, despierta en otra ciudad, confuso y sin saber quién es ni dónde está, y antes de que pueda aclarar su mente, es agredido por un empleado del ferrocarril, harto de que los vagabundos se cuelen en los vagones. Enfermo y asustado, Sulli se defiende con una piedra y es detenido, juzgado y condenado a seis años de trabajos forzados. En prisión, Sulli recuerda quién es, pero ya nadie le escucha y tampoco le permiten comunicarse con el exterior. Finalmente, y tras muchas penalidades, Sulli asiste con los demás presos a la proyección de una divertida película de dibujos animados y descubre lo importante que es la risa para los que llevan una vida de sufrimiento constante. Decidido a volver a Hollywood para continuar su labor en el cine, a Sulli se le ocurre declararse culpable de su propio asesinato, o sea del de John L. Sullivan ―el director de cine, muerto en extrañas circunstancias―, para conseguir que su fotografía salga en la prensa y sus amigos de Hollywood sepan que está vivo.

       Con esta película, Sturges sitúa el poder sanador de la comedia muy por encima de la importancia sociológica o artística del drama, porque a la gente que lo ha perdido todo, sólo le queda la risa.

       “Sulli: Y os diré otra cosa, hacer reír a la gente me gusta mucho más. ¿Sabes que hay personas que no tienen más que eso? No es mucho, pero he podido comprobar que es mejor que nada en este mundo en que vivimos. De veras.”

       Y, en realidad, si admitimos que el fin último del cine es el entretenimiento, es decir, lograr que la gente se evada de su realidad cotidiana, tenemos que reconocer que la comedia es el género que mejor cumple con esa función, puesto que es el que mayor evasión proporciona.

       “Hadrian: ¿Qué tal un poco de música?
       Sulli: ¿Cómo puedes hablar así en un momento como éste, cuando el mundo se está suicidando, cuando en las calles se amontonan los cadáveres, cuando la muerte te acecha en todos los rincones y la gente es sacrificada como un rebaño de ovejas?
       Hadrian: A lo mejor quieren olvidar todo eso.”

       ¿Y qué mejor manera de rendir tributo a la comedia que seguir los pasos de la mejor comedia jamás escrita, el Quijote de Cervantes? Porque, ya fuera a propósito o sin que Surges fuera consciente de ello, la influencia de “Las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” se deja sentir en “Los viajes de Sullivan” de manera palpable. Mientras que el Quijote se disfraza de caballero andante, trastornado por los libros de caballería; Sulli se disfraza de vagabundo, trastornado por la situación de pobreza de su país. Don Quijote hace una primera salida en solitario y una segunda con su escudero; Sulli comienza su viaje solo y en su segunda salida, le acompaña “la chica”, mucho más atractiva que Sancho Panza e igual de pragmática que él.


       “La chica: No hay como hacer una película educativas para quedarse sin una perra.”

       A Don Quijote, todos los que le aprecian quieren hacerle regresar a su pueblo y quitarle de la cabeza la idea de ser caballero; a Sulli, todos ―incluso el destino― quieren convencerle de que se olvide de mezclarse con los vagabundos y vuelva a Hollywood a hacer otra comedia.

       “Sulli: Es curioso cómo todo me empuja de vuelta a Hollywood o a Beverly hills, o esta otra monstruosidad donde viajamos. Es algo así como la gravedad, como si una fuerza extraña me dijera: Vuélvete a tu ambiente. Tu ambiente no está ahí, en la vida real, eres un farsante.”

       Don Quijote vive en sus viajes numerosos aventuras, conociendo a personajes de todo tipo; a Sulli le ocurre exactamente lo mismo. Don Quijote sufre enfermedades y descalabros; igual que Sulli. Y así como Don Quijote recupera la cordura al final de sus andanzas y comprende que él no es un caballero; también Sulli recupera la cordura, cuando entiende que lo mejor que puede hacer por los que sufren es seguir haciéndoles reír. Incluso Sulli tiene su propio molino de viento, el ferrocarril, del que también terminará saltando por los aires, y su propio bandolero, el mendigo que le golpea en la cabeza para robarle y le deja algo trastornado. E, igualmente, Sulli termina, como don Quijote, desconcertado y encerrado en una jaula; en el caso de Sulli, la jaula es una caravana de metal que parece una lata con ruedas, un yate de tierra lo llaman en la película. Como vemos, en “Los viajes de Sullivan” resulta evidente el influjo de la novela de Cervantes, y es natural, porque, al fin y al cabo, Sulli se comporta como un verdadero Quijote al creer que un drama de corte social va a ayudar a los pobres, más de lo que lo haría una buena comedia.

       Pero la verdadera locura de Sullivan ―y por extensión, la de Sturges― es el cine y, por eso, no es de extrañar que Sulli, en el transcurso de su experimento, se vea a sí mismo como el protagonista de una de sus películas. Razón por la cual acepta la compañía de “la chica” como algo natural:

       “Policía: ¿Qué pinta esa chica en este asunto?
       Sulli: En las películas siempre hay una chica, ¿o es que usted nunca va al cine?”

       Y logra encontrar una solución a su desesperada situación carcelaria imaginando que se trata del guión de una película, que necesita un giro en la trama:

       “Sulli: Si hay un argumento que necesite un cambio es éste. Mi foto tiene que salir en el periódico.”

       En definitiva, Sulli adolece del mismo mal que don Quijote, el exceso de ficción en su vida, unido al exceso de imaginación y a una necesidad interna de demostrarse a sí mismo su propia valía. Sulli enfrentado a la desoladora realidad del sufrimiento de sus compatriotas, siente el impulso de hacer algo para ayudarles, sin darse cuenta de que ya lo estaba haciendo con sus comedias. Pero, gracias a sus viajes, Sulli pierde ese complejo que suele acompañar a todos los comediógrafos del mundo ―el de creer estar haciendo algo intrascendente, banal, que solo sirve para la distracción― y descubre su propio valor como cineasta. Y es que, la comedia es un medio incomparable para transmitir una idea, un mensaje o una lección social, como pretendía hacer Sulli, ya que lo que aprendemos riendo jamás se nos olvida. Además, la comedia nos enseña a reírnos de nosotros mismos y de nuestros problemas, algo muy útil cuando las cosas se tuercen y tenemos que encontrar la manera de seguir adelante. La comedia nos ancla en el presente y eso es un arma muy poderosa para olvidar las desgracias, perder el miedo al futuro y mantener la calma, la confianza en nosotros mismos y la fe. Por todo ello, gritemos, con Sturges: ¡Viva la comedia y vivan los comediógrafos del mundo entero!


       Y, en este hermoso deseo de homenajear a la comedia, Sturges escribe una historia original, algo cínica, simpática y plagada de momentos románticos, tiernos y entrañables. Cuyos puntos fuertes son: Sus afilados e ingeniosos diálogos; las situaciones de gran comicidad, basadas en el slapstick y las secuencias enteras narradas en imágenes ―sin apenas diálogos―, al más puro estilo del cine mudo.
       De manera que, en “Los viajes de Sullivan”, como en el resto de las comedias de Sturges, abundan las conversaciones ágiles, en las que los personajes se expresan al mismo tiempo con una gran sensibilidad y con una absoluta desfachatez; la gente vuela por los aires ―aunque nunca se haga daño―, las caídas son cómicas y terribles y todo sucede a una gran velocidad, tratando de buscar, como en el circo, el más difícil todavía, en un loco intento por cumplir con el último de los famosos mandamientos de Sturges, “Una caída es mejor que todo” y, por si todo esto fuera poco, Sturges hace alarde de su larga experiencia como guionista (trabajó diez años escribiendo guiones antes de asumir la dirección de sus películas) prescindiendo de los diálogos cuando no son absolutamente necesarios ―recordemos otro de sus mandamientos, “Una persecución es mejor que una charla”―, creando elipsis divertidas y magistrales y pasando de la risa a la tragedia con una naturalidad aplastante, sin romper el tono ni el ritmo de la película, como si fuera lo más normal del mundo, como de hecho lo es en la vida real.

       A través de los viajes de su protagonista por la América profunda y de los personajes con los que se va tropezando, Sturges nos hace todo un retrato de la vida en los estados unidos, tras la gran depresión del 29, poniéndonos delante de las narices los peligros a los que todos los vagabundos del país se veían expuestos: Hambre, frío, abusos, robos, agresiones, desprecio, soledad, enfermedades, falta de intimidad, etc.
       Por ejemplo, en sus viajes, Sulli conoce a un espabilado chico de trece años que se prepara para conducir tanques, claro símbolo de la guerra que se aproxima.


   También trabaja para una viuda de edad madura, que ansiosa por retener a su lado al guapo vagabundo, no duda en encerrarle con llave por la noche, esperando obtener de él favores sexuales. Debían ser muchos los que, como ella, buscaban aprovecharse de los mendigos y vagabundos que encontraban a su paso, incluso entre ellos mismos solía haber enfrentamientos, robos y agresiones, tal como lo refleja la película a través del personaje del vagabundo que roba, en dos ocasiones, a Sulli. Sturges nos muestra, también, el modo en que las autoridades desconfiaban de los mendigos, despreciándolos y humillándolos, como los empleados del ferrocarril y el jefe de la prisión maltratan a Sulli. Pero también vemos cómo había buenas personas que trataban de ayudar a los vagabundos, como el párroco de color que invita a los presos a compartir, con sus feligreses, las proyecciones de cine que organiza en su iglesia, o el dueño del puesto de comidas que invita a Sullivan y a “la chica” a desayunar café y donuts, cuando se da cuenta de que no tienen dinero:

       “Camarero: Nunca me haré rico.
unca me haré rico.
       Sulli: Ahora es un poco más rico que antes. Aislados de la civilización, separados del mundo, encontramos un hombre con buen corazón. No lo olvidaré mientras viva.”

       El arriesgado experimento de Sulli termina dando la razón al argumento de su mayordomo, el señor Burroughs (interpretado de manera solemne por Robert Greig), un sesudo y estirado sirviente, que cuando se entera de lo que Sulli planea, trata de disuadirle:

       “Burroughs: ... estas excursiones pueden resultar extremadamente peligrosas. Yo trabajé, una vez, para un caballero que, con dos amigos, también se disfrazó, como usted, y luego se fueron por ahí. Desde entonces no se ha sabido nada de ellos.”


       Pero Sulli no escucha a su mayordomo, porque los protagonistas de Sturges sienten la necesidad de demostrarse algo a sí mismos, aunque no sepan muy bien de qué se trata y, por eso, no pueden abandonar sus objetivos; hablamos de una superación personal, de la satisfacción de alcanzar un propósito individual; eso sí, siempre sin caer en el sentimentalismo, por algo se llamó a Sturges el “anti Capra”. Porque Sturges no creaba héroes cotidianos y ejemplarizantes, como hacía Capra, los protagonistas de Sturges luchan por alcanzar sus metas, con tenacidad y decisión, y se limitan a hacer lo que pueden mientras tratan de salir airosos del camino que se han trazado. Y no es extraño verlos meter la pata hasta el fondo, en más de una ocasión. En la película, hay un simpático guiño a esa manía del director italoamericano de llenar sus películas de mensajes moralizantes:

       “Sulli: Lo que yo quería hacer era algo excepcional, algo que le hiciera sentirse orgulloso, algo que hiciera uso de las posibilidades del cine como el medio sociológico y artístico que es, con una ligera trama amorosa, algo como...
       Hadrian: Algo como Capra, ya sé.
       Sulli: ¿Qué le pasa a Capra?”

       También se hace referencia a Lubitsch, en otra ocasión, como homenaje al gran comediógrafo que era y al talentoso director con el que todas las actrices querían trabajar:

       “Sulli: Quisiera devolverle el favor de algún modo.
       Chica: De acuerdo, deme una recomendación para Lubitsch.
       Sulli: A lo mejor puedo hacerlo. ¿Quién es Lubitsch?”

       Por otra parte, sirviéndose de su protagonista, Sturges trata con cinismo, en esta su décima película, instituciones tan delicadas como el matrimonio o los estudios de Hollywood. En primer lugar, nos presenta a Sulli, digno miembro del frívolo mundo del cine y de sus sueldos millonarios, casado con una mujer a la que no ama, sólo por ahorrarse un poco de dinero en impuestos. Y, claro, termina encadenado a una persona codiciosa que le desprecia y le chupa la sangre. Y, aunque él se lo ha buscado, Sulli no contaba con enamorarse de “la chica” y ésta no contaba con que Sulli estuviese casado; pero Sturges encuentra la solución perfecta para la pareja de enamorados, mediante la supuesta muerte de Sulli, ya que, al creerse viuda, “el buitre” ―uno de los apodos con los que Sulli se refiere a su mujer―, queda fuera de juego, al casarse con el administrador, al que rompe una lámpara en la cabeza cuando se entera de que Sulli, como ella temía, sigue vivo.

       “Señora Sullivan (Poniendo flores sobre la tumba de Sulli): Supongo que esto no será una broma, ¿no?
       Administrador: Tendría que ser Houdini para salirse de ahí.
       Señora Sullivan: En él, no me extraña nada.”

       Con el triunfo del amor sobre el interés, Sturges ensalza a la buena chica, generosa y honesta compañera fiel, frente a la mujer sanguijuela, que quiere chupar el dinero y la juventud de un hombre, sin ofrecer nada a cambio.


       El mundo de Hollywood, todo falsedad e interés material, tampoco escapa al ojo crítico de Sturges, los directivos del estudio, Lebrand y Hadrian, dos tipos manipuladores que forman un divertido dúo, algo cómico (interpretado por Robert Warwick y Porter Hall), quieren aprovecharse del talento de Sulli para explotarlo comercialmente. Les trae sin cuidado el potencial artístico del cine, para ellos es un negocio, y lo único que les preocupa es hacer taquilla.

       “Sulli: ¿Qué queréis decir que no sé lo que es tener problemas?
       Hadrian: ¡Sí!
       Lebrand: De buenas maneras, Sulli.
       Sulli: Pues tenéis toda la razón. No tengo la menor idea de lo que son.
       Hadrian: A la gente le gusta siempre lo que no conoce.”

       Y, aunque aparentan sentir un verdadero afecto por Sulli, no dudan en amenazarle con una citación, en los juzgados, si se empeña en sacar los pies del tiesto más de lo debido. Están dispuestos a darle cierta libertad, porque lo consideran un genio, pero con condiciones. Sin embargo, al final, no salen tan mal parados, pues el gesto de hacerse cargo de “la chica”, cuando creen que Sulli ha muerto, les honra y redime de todos sus defectillos.

       El guapo y despreocupado Joel McCrea era el actor idóneo para encarnar al decidido y mimado director John L. Sullivan, el chico prodigio de Hollywood, que ganaba quinientos dólares a los veinticuatro años de edad, ajeno al sufrimiento y a las preocupaciones del mundo real. Ese eterno desconcierto en los ojos claros y bondadosos de McCrea, unido a su perpetuo ceño fruncido, consigue crear, en el espectador, la sensación de que Sulli vive en su propio mundo, sin enterarse de nada, siempre con la mente en otra parte. Esa naturalidad en la actuación, que solía acompañar todos los trabajos de McCrea, hace que resulte creíble que Sulli, acostumbrado a mandar en el plató y fuera de él, reaccione con irritabilidad ante las contrariedades de la vida de vagabundo, hasta el extremo de coger una piedra para defenderse del importuno que le está agrediendo cuando está enfermo. Inexperto en la vida real y maestro en la ficción, Sulli se desenvuelve mejor, como vagabundo, cuando su escudera, “la chica”, camina junto a él.

       “La chica: Por favor, tú no sabes nada de nada. No sabes cómo conseguir una comida ni guardar un secreto ni tampoco sabes cómo mantenerte fuera de aquí.
       Sulli: Gracias.
       La chica: Yo sé cincuenta veces más que tú lo que es una dificultad. Además, estás en deuda conmigo. Me perteneces un poco cuando te vuelves vagabundo. Yo te encontré.
       Sulli: Bobadas.”

       
       “La chica”, personaje encarnado por Veronica Lake, nos retrotrae a la película “El chico” (1921) de Chaplin, no sólo por el parecido de la gorra y la ropa desastrosa que lleva puestas, sino por formar con Sulli una pareja de vagabundos similar a la que formaba el chico con Charlot. Además, los planos Chaplinescos de Sulli y “la chica” en el camino, mirando al horizonte, cogidos de la mano, juntos ante la adversidad, nos hacen pensar en un claro homenaje, de Sturges, al cine de Chaplin.

       Veronica Lake interpreta, en la película, a una mujer misteriosa y encantadora, que parece llevar muchas mujeres dentro, hasta el punto de que parece como si interpretara a dos mujeres diferentes, separadas ambas por la cortinilla del famoso mechón de su cabello. Una, la mujer dura, casi fatal, y elegante, fracasada aspirante a actriz, que Sulli conoce en la cafetería; mujer de réplicas cínicas y de carácter susceptible, que se torna en otra muy diferente cuando se disfraza de vagabundo, convirtiéndose, entonces, en una chica vulnerable y divertida, que pretende hacerse pasar por chico y sólo consigue despertar una gran ternura, con su enorme gorra y sus ropas anchas.

       “Sulli: Pareces tanto un muchacho como Mae West.”

       Y, aunque al lado de Sulli parezca una niña indefensa, él, sin ella, parece perdido. Joel McCrea y Veronica Lake daban la impresión de entenderse bastante bien en el trabajo y supieron formar una pareja entrañable de gran química sexual; él, un hombretón sensible y algo verde en las cosas de la vida; ella, una chica dura y avispada, que resultaba muy divertida en los momentos de acción, como cuando se prepara para saltar del tren en marcha, pero no se decide a hacerlo. Ambos volverían a coincidir en 1947, en un western de André de Toth, llamado en español “La mujer de fuego”, donde forman, de nuevo, la pareja del hombre sereno de rostro honesto y la mujer misteriosa, que parece encerrar un volcán en su cuerpo menudo.


       “Los viajes de Sullivan” puede que sea la película más personal de su director, no sólo porque su protagonista sea, como él, un director y comediógrafo de Hollywood ―lo que le permite exponer su opinión sobre la meca del cine―, sino también, porque, en ella, Sturges se divierte jugando al “cine dentro del cine”, haciendo que Sulli asista al cine, como espectador, en dos ocasiones. En la primera, acude a una triple función, en compañía de la ardiente viuda y de su solterona hermana, que le invitan después de haberle dado trabajo, en su casa, cortando leña. Sulli no disfruta de la proyección, es un cine en el que todo el mundo hace ruido, los niños lloran, los adultos comen y, para colmo, se siente incómodo, sentado entre las dos viejas, con el anticuado traje del difunto marido de la viuda, mientras ésta pretende aprovechar la oscuridad del cine para hacer manitas con él. En la segunda, Sulli acude al cine como preso, y la proyección tiene lugar en el interior de una iglesia, donde los reclusos entran, encadenados, mientras los feligreses cantan salmos. En ese momento, Sulli está destrozado, ya sabe lo que es el sufrimiento, y se sienta en el banco de la iglesia, ajeno a todo lo que no sea su dolor. De repente, se da cuenta de que todo el mundo se está riendo a carcajadas, con la película de dibujos animados de Mickey Mouse y Pluto, y se extraña de ver a los presos divirtiéndose, a pesar de la dureza de la vida que llevan; pero, al poco rato, también él empieza a reírse con ganas, sorprendiéndose de poder hacerlo. Sullivan acaba de descubrir el verdadero significado del cine y de su trabajo en él.


       El mensaje de Sturges es claro, el cine es para los que sufren. Sólo alguien que sufre puede llegar a amar el cine, en profundidad. Sulli no estimaba lo que hacía porque no sabía lo que era pasarlo mal. Cuando aprende lo que es sufrir, empieza a amar el cine y a valorarlo y, entonces, comprende lo extraordinario de su propio trabajo. Sulli, a través del dolor, descubre su propia valía, sus viajes le conducen a un crecimiento personal, que tiene visos de revelación. Además, encuentra el amor y recupera su propia libertad de hombre soltero, tras un desagradable matrimonio con “la mujer pantera” ―como llama Sulli a su esposa con ironía―. Un verdadero viaje iniciático en todos los sentidos.

       Cuando Sulli afirma, en la cárcel, haber matado a John L. Sullivan, en cierto modo es así, puesto que, después de sus viajes, Sulli ya nunca volverá a ser el mismo. Es un hombre más maduro, con un conocimiento más profundo de la vida y de sí mismo. Lo mismo que don Quijote.