miércoles, 2 de febrero de 2022

MINNELLIMANÍA 1

Mi DESCONFIADA ESPOSA (1957) de Vincente Minnelli
    


       
Tras la exitosa El loco del pelo rojo (1956), Minnelli asume la dirección de esta divertida comedia romántica, que explora el aspecto cómico de esas pequeñas inseguridades que arrastran a los miembros de una pareja a mentirse y a desconfiar el uno del otro, arruinando de ese modo la relación que tanto ansían proteger. Descubrir las enormes diferencias que nos separan del ser amado nos provoca cierta incertidumbre respecto a las posibilidades que tenemos de preservar, en el futuro, esa relación. Y ese miedo, como todos los miedos del ser humano, nos conduce a tomar decisiones equivocadas y a hacer tonterías. Tonterías que, vistas en una película, nos resultan desternillantes, pero que en la vida real pueden llegar a amargarnos la existencia. Minnelli se burla de ese miedo enfermizo que tienen los enamorados a decepcionar o a perder al ser amado, llevándolo con brillantez y elegancia a unos extremos tan ridículos como hilarantes.
      
       Mike Hagen (Gregory Peck) es un cronista deportivo, ocupado en desenmascarar las prácticas mafiosas del promotor de boxeo Mart Daylor (Edward Platt). Durante su estancia en California, cubriendo el campeonato de golf, Mike conoce, en el bar del hotel, a la diseñadora de modas Marilla Brown (Lauren Bacall) y, tras una alocada noche, ambos se hacen inseparables, se enamoran y deciden casarse. De regreso a Nueva York, la idílica relación comienza a enturbiarse al estrellarse cada uno contra la realidad del otro. Mike se siente herido en su ego al descubrir que Marilla disfruta de una posición económica más desahogada que la suya. Y Marilla, a su vez, se siente amenazada al encontrar la foto de Lori Shannon (Dolores Gray), antigua novia de Mike, en el apartamento de éste. Además, el jefe de Mike, Ned Hammerstine (Sam Levene), le recibe con la noticia de que su último artículo ha hecho enfadar tanto a Mart Daylor que teme por su vida. Sin embargo, pese a todas las complicaciones y a pertenecer a mundos incompatibles, Marilla y Mike logran vivir felices, durante un mes. Hasta que Marilla acepta diseñar los figurines de la nueva comedia de Zachary Wilde (Tom Helmore), promotor teatral y antiguo pretendiente suyo, que va a protagonizar la mismísima Lori Shannon. Mike decidido a ocultar a Marilla su pasada relación con Lori, finge no conocerla, lo que hace sospechar a su mujer que aún hay algo entre ellos. Para colmo, Mart Daylor envía a Johnnie “O” (Chuck Connors), jefe de sus matones, a hacerle una demostración a Mike de lo que podría ocurrirle si no deja de escribir esos dichosos artículos. El jefe de Mike, muy preocupado, le concede sólo tres semanas para terminar de desenmascarar a Mart Daylor. Y le obliga a hacerlo escondido en un hotel, con Maxie Stultz de guardaespaldas, mientras finge estar de gira siguiendo a los Yankees. Maxie Stultz (Mickey Shaughnessy) es un boxeador sonado, amigo de Mike, de terrible aspecto e incoherente conversación. Durante dos semanas, Mike continúa escribiendo sobre Mart Daylor desde el hotel telefoneando a Marilla como si estuviera viajando de ciudad en ciudad. Hasta que los celos de Marilla le hacen salir, al comunicarle ésta su resolución de sonsacar a Lori Shannon la verdad sobre ellos.

Mike decide ir a casa de Lori para 
convencerla de que mantenga ante Marilla sus mentiras, pero Marilla le sorprende allí y, hecha una fiera, rompe con Mike, marchándose a Boston para el estreno de la revista. De regreso al hotel, Mike descubre, a través de Charlie «el chivato» (Jesse White), que Mart Daylor sospecha que sigue en Nueva York y planea secuestrar a Marilla para hacerle salir de su escondite, así que, coge el primer avión que sale para Boston, en compañía de Maxi. Durante el estreno, Marilla, aliviada, tras una sincera conversación con Lori, ha perdonado a Mike y decide regresar a Nueva York. Pero al salir del teatro, Johnny “O” y sus matones tratan de secuestrarla. Mike y Maxie llegan a tiempo de impedírselo y se desata una verdadera batalla campal entre los matones, los artistas de la revista y Maxie Stultz que, incapaz de distinguir a los unos de los otros, noquea a todo el que se le pone por delante. Por fortuna, las poderosas piernas del coreógrafo y bailarín de la revista Randy Owen (Jack Cole) demostrarán ser mucho más útiles que los descontrolados puños de Maxi.


       Partiendo de un argumento que la diseñadora de vestuario Helen Rose ideó basándose en su propio matrimonio, George Wells escribió un guión de estructura perfectamente articulada, con diálogos desbordantes de ingenio y frescura y con unos gags tan graciosos como distinguidos. Wells fue premiado por su excelente trabajo con el Oscar al mejor guión original de 1958 (única estatuilla lograda por el film).

       El guión de Wells destaca por su espectacular uso de la voz en off, y nos ofrece toda una lección magistral de cómo jugar con el punto de vista para alcanzar la máxima comicidad posible en un relato humorístico. Mediante la voz en off, los cinco personajes protagonistas relatan, de forma subjetiva y en flash-back, su versión de lo ocurrido, al tiempo que presenciamos la acción física de aquello que nos están narrando, acentuando de ese modo, con la personalidad cómica de cada personaje, el humor de las sucesivas peripecias que componen la historia.

       «Mike (off): Lori fingía que no nos conocíamos, menos mal. Yo miraba de reojo a Marilla para ver si se había dado cuenta de algo, pero no. No había advertido nada.
       Marilla (off): Inmediatamente, pensé, “estos dos se conocen”. No acostumbro a ser suspicaz, pero aquello no dejaba lugar a dudas.»


       Estas narraciones subjetivas, que salpican el desarrollo de la historia, se usan también para abrir y cerrar el relato, pero sustituyendo, en ambos casos, la voz en off, por las declaraciones que hacen los personajes mirando directamente a cámara. Los personajes comienzan presentándose a sí mismos en sus diferentes ambientes y finalizan el film despidiéndose de los espectadores con una especie de personal epílogo. 

       «Maxi (mirando a cámara): Sí, yo les diré a ustedes todo lo que sé de la cosa esa. Y clarito, porque yo no he hecho nunca tongos. Soy un boxeador honrado y noblote, campeón durante tres años, y ahora me preparo para volver al ring. Así que, les voy a decir todo lo que sé, pero todo, todo. Déjenme pensar… ¡Si resulta que no sé nada!»


       La sencillez de la trama principal de la cinta fue apuntalada por Wells con dos divertidas y rotundas subtramas, que sostienen la línea argumental hasta el final, con solidez y eficacia, multiplicando las situaciones cómicas y los enredos de manera ininterrumpida. Una de ellas es la que se refiere a la ya mencionada Lori Shannon, antigua novia de Mike, y la otra, se trata de la trama relacionada con el mafioso Mart Daylor a quien Mike lleva tiempo tratando de desenmascarar. Esta genial subtrama parece transcurrir como una amenazadora corriente subterránea por todo el guión, propiciando la separación de los protagonistas con el consecuente descalabro para su relación, hasta que, por último, brota como un manantial arrastrando a todos los personajes al caos de la pelea en el callejón del teatro. Hay que señalar, como curiosidad, que el matón de Mart Daylor, llamado Johnny “O” —un inquietante Chuck Connors en un rol mafioso que defiende con divertida convicción— aparece en sus diferentes intervenciones jugueteando con una naranja entre sus dedos, fruta que Coppola utilizaría, años más tarde, para simbolizar la traición, la muerte o el peligro, en su trilogía de El padrino.


       La película desborda buen gusto, humor y un ritmo diligente y armonioso con el que la historia avanza sin prisas, pero sin detenerse jamás, en una especie de danza jocosa que se acelera o se ralentiza en función de la acción, coreografiada a la perfección por la cámara de Minnelli, que parece ejecutar un baile visual, a través de suaves travelling y juegos de grúa, que potencian la agudeza de la trama. La experiencia del director en comedias y en musicales brilla en esta gran producción de los años cincuenta, que llegó a ser una de las más taquilleras del año, dejando patente el hábil dominio de Minnelli en el uso del color y del Cinemascope, gracias a su maestría a la hora de organizar con elegancia los volúmenes y las formas en el espacio de una pantalla de cine. Todo ello realzado por la impactante fotografía de John Alton, que ya había colaborado con Minnelli en Un americano en París (1951) —ganando el Oscar a la Mejor Fotografía— y mecido por la hechizante composición musical de André Previn.


       Vincente Minnelli, siguiendo esa costumbre de las comedias norteamericanas de los cincuenta y sesenta —décadas en las que Minnelli reinó en Hollywood—, de mostrar a las esposas como mujeres controladoras y desconfiadas, y a los maridos reaccionando, ante esta vigilancia, con torpe nerviosismo y falsedad, desarrolla una divertida sátira de ese matriarcado norteamericano del que parece burlarse.

       «Marilla: No obstante, quería decírtelo, porque me tenía preocupada y siempre he creído que hay que ser sinceros y hablar abiertamente.
       Mike (off): Si alguna cosa he aprendido en este mundo es el momento oportuno en que no conviene ser sincero ni hablar abiertamente.
       Mike: Me parece muy bien. ¿Qué hay para cenar?
       Marilla: ¡Lori Shannon!
       Mike: ¡¿Para cenar?!»


       Esta guerra de sexos, narrada en el film, que se podría entender también como 
una lucha de contrarios, entre la brusquedad del hombre y la delicadeza de la mujer, es expresada por el director como una confrontación de ambientes opuestos, de relaciones sociales incompatibles e incluso de vestuarios irreconciliables enfocados hacia la consecución del gag más desternillante. Minnelli, una vez más, pone de manifiesto su engrasada capacidad para hacer funcionar un gag con eficacia, llegando incluso a encadenar sucesivos gags en el transcurso de la trama. Tal es el caso del gag del plato de raviolis que Lori vuelca sobre los pantalones de Mike, y cuyo rastro intriga a Marilla.

       «Camarero: Ya tengo los pantalones para usted en el lavabo.
       Marilla: Hubiera jurado que saliste con pantalones. ¿Qué es eso?
       Mike: ¿Qué? Ah, esto. Raviolis.
       Marilla: Ah, sí, claro, debí haberlos reconocido. ¿Y los tomas siempre así?
       Mike: Oh, sí, sí, están riquísimos.»

       El gag se concluye en la escena en la que Lori vuelve a coincidir con Mike, en el pase de modelos, y éste, al verla coger la tetera, salta de su asiento creyendo que va a volcarle el té encima.

       «Marilla (off): Empecé a atar cabos y el nudo salió perfecto. Uno de los cabos, era la mujer que Mike temía que le volcara encima el té y el otro, la mujer que le volcó encima los raviolis. Y atados los dos, daba por resultado un nudo sospechoso.»


       Pero, además, el gag del plato de raviolis sirve para preparar el gag de los pantalones que le prestan a Mike para cambiarse y que le quedan demasiado cortos. Mike llega con ellos al lujoso apartamento de Marilla, donde es presentado, con esa ridícula facha, a todos los elegantes amigos de su mujer. Las enormes diferencias entre la forma desastrada de vestir de Mike y la extrema sofisticación de Marilla, en el vestir, subrayan durante todo el film los diferentes caracteres de los protagonistas, por obra y gracia de la diseñadora Helen Rose, que ideó para Bacall una cantidad ingente de vestidos.

       «Mike (off): Aquél fue el primero de una serie de cambios de indumentaria que nunca han dejado de sorprenderme. En serio, Marilla se cambia de vestido… ¡Nueve veces al día!»

       Otro de los gags memorables del film es el que tiene lugar cuando Mike ve a Maxi tumbado en la cama del hotel con los ojos abiertos y cree que ha muerto, lo zarandea y Maxi se despierta, sobresaltado, poniéndose a boxear como un loco. Minnelli da otra vuelta de tuerca a este divertidísimo gag, haciendo que Mike, con muy mala intención, telefonee a su jefe en mitad de la noche.

       «Ned: ¿Diga?
       Mike: ¿Ned?
       Ned: Sí. ¡Mike!
       Mike: Tengo que decirte una cosa, Maxi Stultz duerme con los ojos abiertos.
       Ned: ¡Pero, ¿tú eres imbécil?! ¡Levantarme para…!
       (Mike cuelga el teléfono con una maliciosa sonrisa.)»

       Citaremos también un efectivo gag de larga duración, que parte de la manía del perro de Lori Shannon de morder los zapatos de los hombres y llevárselos como trofeos, esta aparente pincelada cómica terminará revelándose como un gag cuando el perro, hacia el final de la película, descubra a Marilla la presencia de Mike en el dormitorio de Lori, presentándose ante ella con su zapato en la boca. Son tantas las veces que el espectador ha visto al perro jugando con zapatos masculinos, que cuando Mike se esconde de Marilla en el dormitorio y el perro lo sigue, el espectador ya anticipa lo que va a ocurrir y Minnelli lo alarga y lo alarga… hasta que finalmente sucede.


       Por último, mencionar el divertido despliegue acústico-visual para exagerar con humor la resaca de Mike en California. Todos los sonidos cotidianos son engrandecidos por Minnelli de forma desternillante y los colores reales son sustituidos por otros mucho más chillones. Este gag de la resaca será utilizado más tarde por Jerry Lewis en El profesor chiflado (1963) llevando la deformación de los sonidos hasta unos extremos de exageración, imposibles de superar.


       Pero uno de los mayores aciertos, tanto del guión como de la película, es contar 
con unos personajes magníficamente diseñados y encarnados, a su vez, por unos intérpretes de excepción. Empezando por la pareja protagonista, Gregory Peck y Lauren Bacall, que a pesar de parecer, en principio, una pareja algo chocante para una comedia, resultaron de lo más divertido, logrando crear juntos la ilusión de esos dos enamorados que no paran de meter la pata al tratar de adaptarse a su nueva vida en pareja. Aunque la película, en principio, fue pensada para Grace Kelly y James Stewart a fin de repetir el éxito que obtuvieron como pareja en La ventana indiscreta (1954) de Hitchcock, hay que decir que el reparto final no sólo no decepciona, sino que, nadie que haya visto Mi desconfiada esposa desearía imaginar la película sin Peck o Bacall.


       Gregory Peck logró, en el film, su mayor éxito como comediante, conservando al mismo tiempo su imagen de hombre tranquilo y noble, aún en los momentos de slapstick que protagoniza su personaje. Su gestualidad contenida en los momentos en los que Mike hace el ridículo es de lo más divertida, al igual que su manera infantil de expresar la rabia cuando no consigue que Marilla le escuche. La seductora composición de Peck del rudo cronista deportivo, lleno de carisma y dignidad, se gana de inmediato, las simpatías del público, que sabe disculpar sus mentiras y hasta su brusquedad.


       Lauren Bacall, apodada «la flaca», por su estilizada figura, o «la mirada», por sus 
ojos felinos e insolentes que desprendían inteligencia y seguridad en sí misma, había sido una de las estrellas del cine negro de los años cuarenta, y había debutado, con buenos resultados, en la comedia Cómo casarse con un millonario (1953) de Jean Negulesco, pero logró superar con creces este debut en Mi desconfiada esposa, donde aparece divertida y seductora, en un rol de mujer sofisticada y suspicaz que le iba como anillo al dedo, por su aspecto magnético y distinguido, y por la profundidad de su penetrante mirada, capaz de desarmar al más valiente.

       La otra pareja de la película, formada por los secundarios Dolores Gray y Tom Helmore —en sus respectivos roles de Lori Shannon y Zachary Wild — proporcionan a los protagonistas un excelente apoyo para su lucimiento, llenando de elegancia y gracia sus intervenciones. Es justo destacar el trabajo de una Dolores Gray arrogantemente sexi, que afronta con total dignidad el ingrato papel de mujer descartada, dándonos una lección de cómo asumir, con clase, un abandono. El rostro de Dolores Gray, con esa cara impagable de no haber roto un plato, tras volcarle a Mike encima los raviolis, garantiza la carcajada hasta del espectador menos risueño.


       Pero si hay un personaje que de verdad nos haga reír en Mi desconfiada esposa ese es Maxi Stultz, tronchante personaje, de una efectividad cómica inversamente proporcional a la sencillez de su perfil. Interpretado con un realismo asombroso por un Mickey Shaughnessy en verdadero estado de gracia a lo largo de todo el metraje, consigue que cada vez que aparece en pantalla, anticipemos la risa y, en efecto, la risa llega. Maxi Stultz aporta al film una carga humorística imprescindible, no sólo nos hace reír, sino que logra que nos riamos con todos los personajes que interactúan con él.


       «Maxi: Yo le protejo a usted, ¿eh, Sr. Hagen? No le dejaré ni un momento. ¿No es eso?
       Mike: Eso.
       Maxi: Y cualquiera que lo mire mal… (Se golpea con el puño la palma de la mano) ¿No es eso?
       Mike: Eso es.
       Maxi: A cualquiera que le mire mal. A cualquiera. (Se da otro puñetazo en la mano) ¿No? (…) ¡¿No?!
       Mike: ¡Sí!»

       El colérico jefe de Mike aporta la comicidad de un hombre rudo y sensible al mismo tiempo, alguien que aprecia a Mike, pero que lo trata a patadas. Sam Levene lo encarna con gran naturalidad resultando de lo más convincente en ese rol de jefe eternamente irritado, que, como en el fondo es un blando, tiene que hacerse el duro para imponer disciplina. Este hombre irascible es el único en proporcionar a Mike la clave para mantener a salvo su matrimonio. Claro que, Mike no le presta atención.

       «Mike: Pero ¿qué le digo a mi mujer?
       Ned: Dile la verdad.
       Mike: ¿Que estoy amenazado por esa banda? Sólo de oírlo se desmayaría.
       Ned: ¡No me expongas tus problemas! ¡No soy un consejero matrimonial!»


       Por último, Minnelli se burla de sí mismo, como coreógrafo, al tiempo que reivindica la masculinidad de éstos, con la presencia en la película del coreógrafo Randy Owens —al que Mike ridiculiza por su aparente amaneramiento—. Randy zanja la cuestión de su ambigua virilidad, a patada limpia y a ritmo de una chispeante melodía, en la escena de la pelea en el callejón, dejando claro que un artista, cuando hace falta, puede ser tan duro, o más, que un boxeador. Encarnado por un divertidísimo y atractivo Jack Cole, Randy se convierte en una especie de referente del propio Minnelli, que se sirve del personaje para transmitirnos la inspiración de su extraordinario método de trabajo:


       «Zachary: No puedes meter el ballet acuático en esta escena.
       Randy: ¿Por qué no?
       Zachary: ¿Por qué? Porque esa escena se desarrolla en el salón.
       Randy: Tiene puertas, ¿verdad?
       Zachary: Sí, tiene puertas, pero…
       Randy: Con eso basta. Detrás de una puerta cerrada todas las cosas pueden ocurrir, esa es la base de todo mi trabajo, la irrupción de lo inesperado. Una puerta cerrada… Cuando esa puerta se abre, cualquier cosa puede entrar.»