domingo, 5 de junio de 2022

MINNELLIMANÍA 3

DOS SEMANAS EN OTRA CIUDAD (1962) de Vincente Minnelli
       

       
Diez años después de estrenar Cautivos del mal (1952), Minnelli vuelve a ambientar uno de sus films en el mundo del cine, ilustrando con él las complicadas relaciones emocionales que se establecen en una producción cinematográfica. Dependencia emocional, inseguridad, autodestrucción, egolatría, ansia de poder y narcisismo son algunos de los conflictos humanos que pueden interferir en un rodaje, alterando el resultado final de una película.
       
       La famosa estrella de cine Jack Andrus (Kirk Douglas), tras recuperarse de una crisis nerviosa en una clínica de reposo, viaja a Roma para interpretar un pequeño papel en una película de Maurice Kruger (Edward G. Robinson), director con el que rodó siete películas en el pasado. Al llegar a Roma, Jack descubre que su ex-esposa, Carlotta (Cyd Charisse), cuyas numerosas infidelidades desencadenaron su crisis, está en la ciudad convertida en la amante de un magnate. Además, no tarda en comprobar que algunos de sus antiguos compañeros le consideran definitivamente acabado. Entre ellos, la mujer de Kruger, Clara (Claire Trevor), que desprecia a Jack desde que su marido se acostó con Carlotta. Por su parte, Kruger que ya no es el gran director que era, tiene problemas para terminar la película en el plazo estipulado por Tucino (Mino Doro), productor italiano del film; así que convence a Jack para que dirija el doblaje en su lugar a fin de ganar tiempo. Desde que volvieron a encontrarse, Carlotta no para de intentar seducir a Jack, pero éste inicia una relación con una joven romana, Veronica (Daliah Lavi), que resulta ser la novia de Davie Drew (George Hamilton), el joven y atormentado actor que protagoniza la película. Cuando Davie se entera, se emborracha y trata de matar a Jack, pero, al final, termina suplicándole que renuncie a Veronica. Y aunque entre Veronica y Jack ha surgido algo muy especial, Jack sabe que, en el fondo, ella sigue amando a Davie, lo mismo que él ama a Carlotta. La noche de la fiesta de su aniversario, Kruger sufre un infarto tras una noche de desenfreno en compañía de su primera actriz y amante, la Barzelli (Rosanna Schiaffino), y Jack se compromete a terminar la película por él. Sin embargo, cuando el éxito de Jack, en su nuevo rol como director, llega a oídos de los Kruger, éstos le despiden acusándole de querer robarles la película. Kruger incluso amenaza con desacreditar a Jack, ante la prensa, mostrándole como un borracho desequilibrado, incapaz de dirigir una película. Desesperado, Jack vuelve a caer en los brazos de Carlotta, que lo arrastra a la misma espiral de sexo, drogas y alcohol que le llevó al manicomio. Carlotta disfruta jugando con los sentimientos de Jack hasta enloquecerlo y llevarlo al borde del suicidio; pero, esta vez, Jack está preparado para salir airoso de su propia desesperación emocional.



       Minnelli vuelve a emplear la fórmula que tan bien le funcionó en Cautivos del mal, repitiendo con Kirk Douglas como protagonista, con Charles Schnee en el guión (basado en la novela homónima de Irwin Shaw), con John Houseman en la producción y David Raksin al frente de una banda sonora de Jazz lírico, que incluye la canción, Don’t Blame Me, interpretada por Leslie Uggams  canción que también sonaba en Cautivos del mal en la voz de Peggy King—. Sin embargo, Dos semanas en otra ciudad está muy por debajo, en lo que a calidad se refiere, de la magnífica Cautivos del malLas razones son varias y la mayoría de ellas obedecen a cuestiones totalmente ajenas al talento o al buen trabajo realizado por cada uno de los artistas de esta fórmula magistral, orquestada por Minnelli.

       En primer lugar, podría decirse que la absoluta ausencia de romanticismo en el film acentúa el cinismo de la narración hasta hacerlo tan descarnado, que resulta desagradable en algunos momentos. Sobre todo en aquellas escenas protagonizadas por los Kruger.


       «Clara: ¡Míralo! ¡Para que todo el mundo se entere! ¡Ni siquiera te molestas en ocultarlo!
       Maurice: ¡¿Por qué iba a hacerlo?! ¿Quién en su sano juicio puede esperar que te sea fiel? ¡Eres una bolsa vieja, gastada, entrometida y quejica! ¡Mi legítima pesadilla! ¡Frustrada y estúpida! ¡Siempre metiendo tu gorda nariz en todo! ¡Día y noche! ¡A cada minuto!»

       Aún así, hay que reconocer que, gracias a la perversa relación de los Kruger, Minnelli logra realzar, por contraste, la ternura de la relación surgida entre Jack y Veronica, en un momento en que ambos se sienten vulnerables.

       «Jack: Todo el mundo está solo. Los actores más.
       Veronica: Entonces, ¿cómo hay alguien que quiera ser actor?
       Jack: Esa es una buena pregunta… Je, je, je…
       Veronica: ¿Por qué?
       Jack: Para esconderse del mundo.
       Veronica: A todos nos gusta escondernos de vez en cuando.
       Jack: Por supuesto que sí. Fíjate en cualquier película, ¿por qué va el público a verla? Para esconderse en la oscuridad y cambiar sus problemas por los que tiene otro en la pantalla.»


       Por otra parte, el hecho de que la historia refleje las carreras de sus protagonistas cuando están en franco declive, proporciona una visión del mundo del cine algo sombría, llena de amargura y carente de esa ilusión hambrienta que acompaña los comienzos de cualquier artista. Siempre es triste contemplar el final de una brillante carrera hundirse en la mediocridad y también lo es ver a un ser humano creativo e inteligente enfangarse en una decadencia emocional autodestructiva que le convierte, ante el mundo, en una persona ridícula.

Si en Cautivos del mal, Minnelli nos 
mostraba los inicios de sus protagonistas en el mundo del cine hasta alcanzar el éxito, en Dos semanas en otra ciudad, el director nos muestra el retrato de unos seres, muertos de miedo, que tratan de seguir adelante con la sombra del fracaso siempre pegada a sus talones. Y, con ellos, Minnelli cierra este díptico ácido y crítico, pero lleno de amor a su profesión, tal y como él la conoció. Y la conoció muy a fondo, ya que antes de dirigir, pasó por cada uno de los departamentos que integran una producción cinematográfica, lo mismo que ya había hecho antes en el teatro. Trabajar en el cine, desde el punto de vista de Minnelli, da la sensación de ser un sueño maravilloso, que en cualquier momento puede trocarse en pesadilla. Pero no todo es decadencia en esta historia de personajes atormentados, también hay redención y esperanza. Después de todo un fracaso puede significar un nuevo comienzo, que es lo que le ocurre al protagonista, Jack Andrus, cuando se inicia en la dirección y descubre una nueva salida para su talento creativo.

       Otro factor que juega en contra del film es que carece de esa elegante comicidad que solía acompañar las películas de Minnelli. Apenas hay humor en Dos semanas en otra ciudad y, cuando lo hay, es un humor sarcástico y cruel que mueve a la compasión o al rechazo, en lugar de provocar la risa.

       «Davie: ¿Tiene algo que decirme?
       Kruger: Sí, tengo algo: Nauseabundo.
       Davie: Alguna otra constructiva sugerencia, Sr. Kruger?
       Kruger: Sí, intenta ser un hombre. Cuando beses a la Barzelli, procura no besarla como si fuera tu madre o tu hermana o tu profesor de gimnasia.»

       En definitiva, esta segunda película es más lóbrega, más desengañada, más oscura; lo mismo que sus personajes, que también son mucho más planos, en su mayoría, que los personajes llenos de matices que aparecían en Cautivos del mal. El ejemplo más claro de esta falta de profundidad lo constituye el personaje, algo forzado, de Carlotta, interpretado por la elegantísima Cyd Charisse, que nos sorprende con su estremecedora recreación del pánico que experimenta su personaje al creer que Jack pretende estrellar el coche con ellos dentro. Pero lo único que sabemos de Carlotta es que se divierte manipulando a su ex marido y anulando su voluntad como si necesitara ejercer sobre él un dominio absoluto. Sin embargo, no conocemos las motivaciones internas de este personaje, que aparece ante nuestros ojos como un estereotipo de mujer fatal, arribista y devora hombres, totalmente deshumanizada y artificial. De hecho, siempre aparece en pantalla por la noche, con un vestuario sugerente y, a ser posible, tumbada en la cama, como si sólo viviera por y para el placer.


       Pero, puesto que el montaje final del film sufrió una serie de cambios y mutilaciones importantes por parte de la productora, no podemos responsabilizar a Minnelli de las carencias de su película. Precisamente, una de las escenas que se eliminaron fue un sentimental monólogo de Carlotta, que hubiera aportado al personaje el aspecto emocional que le faltaba para parecer real. El mismo Minnelli, en el film, nos demuestra que la calidad de una película depende de infinidad de factores que nada tienen que ver con la creación artística, como por ejemplo, las imposiciones de los productores; el ego, los vicios, las manías y los problemas emocionales de directores, actores y escritores e incluso los chismes que los medios de comunicación puedan airear pueden afectar a una película. Al fin y al cabo, la maquinaria del cine funciona gracias al engranaje de una serie de piezas, entre las que se encuentra el director, que es quien las engrasa a todas; pero, por desgracia, no siempre lo hace con absoluta libertad.

       En Dos semanas en otra ciudad, Minnelli utiliza con nostalgia algunas imágenes de Cautivos del mal como si se tratara de uno de los grandes films dirigidos por Kruger e interpretado por Jack, convirtiéndose a sí mismo en el alter ego de Kruger y a Kirk Douglas en el de Jack Andrus. A través de esta secuencia, Minnelli establece un claro nexo emotivo entre Dos semanas en otra ciudad y Cautivos del mal, permitiéndose el lujo de caer ligeramente en el sentimentalismo cuando Jack expresa su admiración por el talento de Kruger y éste le responde como si eso formara parte de un pasado irrecuperable.


       «Jack: Kruger, eres genial.
       Kruger: Era genial. Ay, Jack, cuando pienso en todos los años que hemos perdido…»

       A pesar de todo, sería injusto pasar por alto la elegante puesta en escena de Minnelli, su expresivo uso del color —con gran presencia de rojos—, la armonía de sus encuadres y su dominio del cinemascope, al que sacó el máximo partido gracias a su director de fotografía, Milton R. Krasner, con el que colaboraba por tercera vez. En cualquier caso, la grandeza de Minnelli como realizador queda patente en su elegante forma de narrar con imágenes todo aquello que los diálogos callan. Por ejemplo, nos muestra lo poco que significa Kruger para la Barzelli, en la escena en que, después de que él sufra el infarto, ella no tarda en reanudar la fiesta con sus amigos mientras se llevan a Kruger en una camilla.



       Kirk Douglas fue el encargado de componer al torturado, Jack Andrus, 
personaje de una profunda complejidad psicológica y dramática, difícil de interpretar sin caer en el histrionismo. Sin embargo, el actor logró superar el reto mediante su gran intuición a la hora de saber contener o desbordar esa pasión que siempre caracterizó sus interpretaciones. Douglas alterna momentos de sumo control y delicadeza, en los que apreciamos la recuperación emocional de Jack, con otros de descontrolados arrebatos de furia, que hacen temer una recaída del personaje.

       «Lew: Te odiaba cuando eras una estrella, arrogante e irresponsable. El cliente más difícil que he tenido. Ahora que no eres nada, aún te sigo odiando. Pero ahora te lo puedo decir. (Jack, furioso, le da una bofetada.)»

       La excelente actuación de Douglas logra transmitir, además, que algo traumático le sucedió a su personaje en el pasado, algo que permanece oculto para el espectador hasta que Jack se lo confía a Veronica, en un largo monólogo poco adecuado para una narración cinematográfica, en la que siempre debe primar el uso de imágenes por encima de la palabra. Esta ausencia del uso del flashback hace flaquear el ritmo de la cinta, con un discurso demasiado teatral.

       «Jack: Yo bajaba la colina de la casa de Carlotta, cuando llegué a la última curva debía ir a más de noventa…
       Veronica: ¿Cuánto en kilómetros?
       Jack: Unos ciento cuarenta… Ciento cuarenta y cuatro… Me di contra un muro. Tal vez porque iba borracho o tal vez, porque intentaba matarme. Todavía no lo sé.»

       La pareja formada por Edward G. Robinson y Claire Trevor, que interpretan al matrimonio Kruger, vuelve a derrochar química y talento como ya lo hiciera en 1948, en Cayo largo de John Huston. Destaca la magistral interpretación de Claire Trevor en su rol de Clara Kruger, una mujer amargada por las infidelidades de su marido, con el que mantiene una extraña y enfermiza relación de amor-odio. Pero Clara está muy lejos de ser una víctima, dentro de ella habita una harpía con unas enormes ansias de poder, que saldrá a la luz en cuanto su marido sufra el infarto y ella tome el control.


       «Jack: Maurice, quiero hablar contigo a solas.
       Clara: ¡Nunca! ¡Nunca jamás! ¡A partir de ahora, quién quiera hablar con Kruger, hablará antes conmigo!»

       Claire Trevor es capaz, con la dramática autenticidad de su interpretación, de hacernos sentir compasión por Clara, al tiempo que nos resulta detestable. Su mirada llena de hastío, en la oscuridad de su lecho conyugal, nos perturba por la enorme carga de sufrimiento que transmite, pero lo que nos causa verdadero rechazo es la patológica agresividad que esta amargura genera en su interior.

       «Clara: Tú y las fulanas que coges como estrellas… Maurice Kruger, el gran amante… No te importa como sean, viejas o jóvenes, flacas o gordas, con tal de ponerles tus sucias manos encima… Si haces una película en el Alto Amazonas, tendrás que acostarte con la reina de los pigmeos…»

       Edward G. Robinson encarna, una vez más, a un ser sin escrúpulos, el director Maurice Kruger, ególatra, cruel y depravado, pero aporta al personaje un patetismo y una vulnerabilidad, que le convierten en ser humano.

       «Kruger: ¿Cómo puede equivocarse un hombre y no saber por qué? ¿Qué me ha pasado? Jack estuvo viendo la película y no le gustó ni un solo fotograma.
       Clara: ¿Y qué sabe Jack? ¿Qué supo nunca Jack? Es el gafe perfecto. Deshazte de él de una vez por todas.
       Kruger: ¿Es mi ego? ¿Me exijo poco? ¿O estoy simplemente asustado?
       Clara: Oh, pobrecito… A ver… He visto la película y es maravillosa… Preciosa… Preciosa…»


       El Kruger de Dos semanas en otra ciudad posee el mismo egoísmo y narcisismo que el Jonathan Shields de Cautivos del mal, pero carece de su entusiasmo, su simpatía y ese amor por el cine que derrochaba Shields. Kruger, a pesar de su prepotencia, es un ser débil, que necesita a su mujer en los momentos en que se derrumba, lo mismo que un niño necesita a su madre. La turbulenta relación de Maurice Kruger con su esposa nos muestra a dos personas compitiendo ferozmente por dominar la relación. Esta lucha de sexos llevada a límites retorcidos y sórdidos ilustra la decadencia de ese Hollywood que ya agonizaba en los sesenta, ante una nueva forma de hacer películas —inspirada por la televisión— que se estaba imponiendo en los cines y en los estudios.

       «Kruger: ¿No desea la mejor película que pueda hacerse?
       Tucino: No.
       Kruger: ¿No siente orgullo por la película que lleva su nombre?
       Tucino: No. Las películas que produzco dan dinero. ¿Sabe por qué? Porque yo soy un vendedor. Esta película me dará cuatrocientos setenta y dos mil, no liras, dólares, incluso si esta película no se estrenara en ninguna sala. Pero a condición de que no me cueste ni una lira más de lo estipulado en nuestro contrato. Así que, amigo, no tendrá semanas extras ni un solo día extra. No tendrá ni un minuto.»

       Otro aspecto de la película, por desgracia bastante frecuente en el cine de los sesenta, es ese machismo latente que podemos apreciar a lo largo del film en diferentes ocasiones. A veces incluso rozando la misoginia:

       «Jack: La única que puede sostenerlo es esta chica. Una chica maravillosa…
       Kruger: Parece mentira que no hayas escarmentado. ¿Cómo puedes ser tan tonto? ¿Es que nunca aprendes? Todas las mujeres son unos meros monstruos.»

       Pero cuando este sexismo llega a hacerse verdaderamente odioso es cuando, frivolizando el maltrato que Davie Drew ejerce sobre su novia Veronica, relativiza el hecho de que él sea un maltratador, como si pegar a una mujer no fuera algo tan grave.


       «Veronica: ¿Irás a buscarme? ¿A mi casa? (…) Sí. Trastévere, Piazza Santa María, 24. A las nueve. (…) Sí. Seré la chica del ojo morado... (Se ríe)
       Jack (Riéndose): ¿Por qué no dejas de salir con tipos que pegan puñetazos?»


       El cine de Fellini y el frenesí hedonista de su película La dolce vita (1960) 
inspiraron a Minnelli a la hora de crear esa atmósfera de relajación moral de las clases altas con la que impregnó las dos fiestas que aparecen en el film: La del aniversario de Kruger y la fiesta con tintes de orgía, en la que Carlotta ejerce de maestra de ceremonias para Jack. Hay que decir que esta secuencia fue una de las que sufrió más mutilaciones en el montaje de la película —impuesto por la Metro con la intención de llegar a un público más familiar—. Emulando a Fellini, Minnelli insistió en rodar en escenarios reales de Roma, y retrató en su film la figura de la maggiorata, a través del personaje de la Barzelli (Rosanna Schiaffino). Según Vittorio De Sica, la maggiorata era una actriz hermosa, provocadora y de amplios pechos y caderas, que, a diferencia de las distantes e inalcanzables estrellas de Hollywood, representaba a una mujer real.

       Minnelli nos habla, en este melodrama, de final precipitado y excesivamente dramático, del dolor y la grandeza que encierra cualquier proceso creativo. El dolor de no poder alcanzar aquello que se persigue y la grandeza de forzar hasta el límite el propio talento tratando de lograrlo. La sensibilidad, indispensable para la creación artística, es un arma de doble filo para el artista, pues, aunque le permite dedicarse a su arte, al mismo tiempo, puede desbordarle psicológicamente, cuando se ve expuesto a situaciones de crisis que contengan una elevada carga emocional. Esto es lo que le ocurre a Jack Andrus, que, además de sensible, es una persona insegura que cree depender de los demás para salir adelante. Y, por eso, trata de ayudar al joven Davie Drew, en quien ve reflejados sus mismos miedos e inseguridades.


       «Jack: Ni me necesitas a mí ni necesitas a nadie. Métete eso en la cabeza. Yo pensé que necesitaba a Kruger, que no podría trabajar sin él, pero podía y lo hice; que necesitaba a Carlotta, que no habría más mujeres para mí, que no podría vivir sin ella, pero podía y lo hice.»

       Dos semanas en otra ciudad es una historia de hacer frente a los propios demonios para liberarse de ellos, una historia de segundas oportunidades, de nuevos comienzos y renovación interior. Pero, antes de sanar, Jack deberá afrontar sus miedos, sólo entonces podrá continuar con su vida y ser feliz. La escena de la conducción temeraria que casi termina en un fatal accidente —que Minnelli ya utilizó en Cautivos del mal— contiene una carga melodramática quizás excesiva, pero marca el momento de la verdadera sanación de Jack.

Al estar a punto de matarse, Jack 
descubre que quiere vivir, que siempre ha querido vivir, y que lo único que necesita matar es su propio dolor y su falta de confianza en sí mismo. Minnelli representa el momento en el que Jack se siente totalmente liberado haciendo que el personaje se meta con su descapotable debajo de un canalón, para que el agua caiga sobre él y lo purifique llevándose toda su angustia.

       «Jack: Vine aquí buscando el pasado, lo encontré y lo mandé al infierno. Ahora sé que no estoy chalado, pero tengo que volver y demostrarlo.»

       Aunque, a causa de su paso por la clínica de reposo, todos sus compañeros del cine le consideraban un loco, Jack muestra una calma envidiable —a excepción de algún que otro arrebato de ira— durante la mayor parte de su estancia en Roma. Lo que, unido al hecho de que la gente del cine parezca arrastrar una existencia de locos, nos lleva a preguntarnos si Jack es un loco en un mundo de cuerdos o un cuerdo en un mundo de locos. ¿Y acaso no nos podríamos hacer esa pregunta acerca de cualquier artista o de cualquier ser humano? Jack Andrus alcanza la sanación cuando descubre quién es y se acepta, haciendo suyas las palabras de aquel admirable monje budista que dijo: «No necesitas ser aceptado por otros. Necesitas aceptarte a ti mismo.»

       «Veronica: ¿Qué vas a hacer de ahora en adelante?
       Jack: Vivir día a día. Y a ver qué ocurre.»