jueves, 28 de mayo de 2020

LLOYDMANÍA 3

“EL ESTUDIANTE NOVATO” (1925) de Harold Lloyd

       Considerada la película más taquillera de Harold Lloyd y una de las mejores de su filmografía —siempre por detrás de “El hombre mosca”—, “El estudiante novato”, dirigida por Sam Taylor y Fred Newmeyer, nos presenta, una vez más, al “chico de las gafas” encarnando a uno de los personajes favoritos de Lloyd, el chico tímido e ingenuo que termina convirtiéndose en héroe.

     
       El joven Harold Lamb (Harold Lloyd) consigue ahorrar dinero para ir a la universidad Tate, donde espera convertirse en el hombre más popular del campus. En el tren, camino de la universidad, simpatiza con Peggy (Jobyna Ralston), una chica que trabaja en el hotel de la universidad, al tiempo que ayuda a su madre en la pensión. Recién llegado al campus, Harold se convierte, debido a su exceso de entusiasmo, en el blanco de las bromas del matón de la universidad (Brooks Benedict), que se las ingenia para que Harold haga el mayor de los ridículos ante sus compañeros. Pero Harold ignora que se ha convertido en el tonto del campus y continúa con su empeño de ser popular, para lo cual, trata de entrar en el equipo de fútbol aunque sólo consigue ser aguador— y se ofrece como anfitrión en la fiesta de otoño de la universidad. Durante la que Harold será totalmente feliz, pensando que todos quieren ser sus amigos y descubriendo que Peggy le ama. Pero, antes de que acabe la noche, todas sus ilusiones se desmoronan cuando el matón se propasa con Peggy y Harold tiene que darle un puñetazo; entonces, furioso, el matón le hace ver a Harold que todos se están burlando de él. Harold se derrumba y Peggy le consuela, animándole a ser él mismo y a demostrarles lo que vale. Malinterpretando las palabras de Peggy, Harold se convence de que su única oportunidad, para redimirse ante sus compañeros, es jugar en el próximo partido. Así que, el día del encuentro, se desespera en el banquillo, esperando a que el entrenador le dé una oportunidad. Al final, contra todo pronóstico, Harold convence al entrenador y entra en el campo y a pesar de que mete la pata varias veces, consigue salvar el partido en el último minuto. Convirtiéndose en ese hombre tan popular que tanto ansiaba ser, ese hombre al que, ahora, todos quieren parecerse.
     
     
       Los creadores de la historia, Sam Taylor, Ted Wilde, John Grey y Tim Whelan, construyeron una serie de secuencias cómicas, basándose en la importancia que conceden los jóvenes a la popularidad en el ámbito universitario, donde, los estudiantes, a menudo, adoptan una personalidad que no les corresponde, con tal de ser aceptados por el grupo, para sentirse más seguros de sí mismos. Este deseo de encajar es, en el fondo, el deseo de gustar, de caer bien, de contar con las simpatías de los que nos rodean. Pero, si nos aceptan por lo que aparentamos, y no por lo que somos, de alguna forma, estamos viviendo una mentira. Además, al actuar de una determinada manera, sólo por complacer a los demás, en lugar de complacernos a nosotros mismos, corremos un doble peligro, el de terminar rechazando a la persona que somos en realidad y el de tener que seguir fingiendo esa personalidad falsa eternamente. Esto es precisamente lo que le sucede a Harold Lamb y lo que Peggy trata de hacerle comprender.
    
       “Peggy: Harold, no has sido honesto contigo mismo. Has pretendido ser lo que creías que querían que fueras. Deja de fingir, Harold. Sé tú mismo. Sal y gústales por lo que realmente eres y lo que puedes hacer.”

     
       Persiguiendo la aceptación social, Harold procura convertirse en un héroe deportivo, aunque no sepa nada de fútbol; vestir a la moda, aunque sus medios sean escasos y tener muchos amigos, aunque no conozca bien a nadie. Y así, termina parando los placajes de todo el equipo de fútbol, con tal de complacer al entrenador; vistiendo un traje impecable, que se le cae a pedazos o invitando a helado a un montón de gente a la que no conoce de nada. El mismo padre de Harold, al principio de la película, pronostica el batacazo que se va a dar su hijo, cuando advierte que está tratando de hacerse pasar por alguien que no es:
      
       “Me temo, ma, que si Harold imita a ese actor de cine en la universidad, le romperán el corazón o el cuello.”
      
       Los guionistas de la película construyeron la comicidad del personaje de Harold, basándose en la diferencia que existe entre cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo nos perciben los demás. Harold se reinventa a sí mismo, creando una personalidad, que él, en su ingenuidad considera atrayente, porque la ha visto retratada en el cine:

       “Harold: Sólo soy un tipo normal. Dad un paso al frente y llamadme Speedy.”
      
       Pero, como es natural, sus compañeros de la universidad, perciben esa personalidad como algo absolutamente ridículo, y lo toman como un completo idiota, burlándose de él. El problema de Harold es que, en su ingenuidad, ha confundido la vida con el cine y cree que si imita al protagonista de una película, le pasaran las mismas cosas buenas que a él. Y es tanta su ceguera, que, cada vez que su personaje va a estrechar la mano a alguien, ejecuta un bailecillo absurdo que ha visto en la pantalla. Hay que señalar que este bailecillo constituye uno de los mejores y más desternillantes rasgos de personaje cómico, que se hayan perfilado jamás en una comedia.

     
       El dilema de todo estudiante, en sus años de universidad, cuando debe elegir entre “Ser o Aprender” ni siquiera llega a plantearse en el film, porque todos, en la universidad Tate, desean Ser —entiéndase “Ser popular”—. El mismo Harold sueña con la universidad para ser popular, no para estudiar o aprender algo en concreto, ni siquiera se nos informa de qué disciplina estudia Harold, porque es irrelevante para la historia. De hecho, la película refleja la vida estudiantil en lugares como la estación, los jardines, el campo de fútbol, el hotel y el salón de actos, y jamás se ve a los estudiantes en un aula o estudiando en la biblioteca. Porque, en la universidad Tate, tal y como suele suceder en la mayoría de las universidades americanas —donde valen más los logros deportivos que los académicos—, nadie parece interesado en los estudios y todos admiran a los mejores deportistas, a los que quieren imitar en todo. El ídolo de Harold es Chet Trask (James Anderson), el capitán del equipo de fútbol, al que admira tanto, que tiene su foto pegada en la pared. Más tarde, Harold recorta con orgullo su propia foto del periódico de la universidad y la pega bajo la foto de Chet; después, al lograr entrar en el equipo de fútbol, Harold pone su foto a la misma altura que la de Chet y, por último, cuando se convierte en el anfitrión de la fiesta de otoño, incluso la pone por encima de la de Chet. En su fantasía, Harold cree estar superando a su ídolo, hasta que, finalmente, al sufrir el desengaño de saber que es el hazmerreir del campus, la foto es arrancada de la pared por una ráfaga de viento y termina en la papelera. Mediante este ascenso y caída de la foto de Harold, los directores nos muestran, de forma harto elegante y cómica, la evolución interna del personaje a su paso por la universidad.
     
       En la película de Buster Keaton, “El colegial” (1927), este dilema del que hablábamos, entre “Ser o Aprender”, sí que se plantea, al principio del film, cuando el protagonista, recién graduado con honores, pronuncia un discurso sobre “la maldición del atletismo”, afirmando que: “El estudiante que pierde su tiempo en el atletismo, en lugar de estudiar, solo evidencia ignorancia.” Aún así, este mismo personaje terminará claudicando y descuidará los estudios por el deporte, para conquistar a la chica que ama.

    
       Los directores de “El estudiante novato”, Sam Taylor y Fred Newmeyer, plantearon el conflicto del film, desde el primer instante en que Harold llega al campus y lo hicieron de una forma sencilla y desternillante. Harold quiere ser popular, así que ellos le ponen sobre un escenario ante una sala llena de estudiantes, para que tenga su oportunidad de deslumbrarles con su simpatía y su personalidad, pero el drama de Harold comienza cuando su timidez le traiciona y termina convirtiéndose en el tonto del campus, por obra y gracia del inevitable matón de turno, que le juega una mala pasada.
     
       Este matón —encarnado de forma convincente y socarrona por Brooks Benedict— es un personaje imprescindible en el film, es el vehículo a través del cual Harold termina dándose cuenta de lo importante que es ser uno mismo. Desde el momento en que aparece en pantalla, gastando novatadas a los nuevos estudiantes, este matón de clase alta se define como lo que es: “El peligro de los estudiantes de primer año”. El típico estudiante ocioso que fastidia y ridiculiza a los demás para hacerse el gracioso. Acosa a Harold por ser el novato más ingenuo y, por tanto, el más fácil de manipular. Y acosa a Peggy por ser una chica trabajadora, a la que considera que no tiene por qué respetar, al pertenecer a una clase inferior. Como todos los matones, es un cobarde, que en cuanto Harold le planta cara, tumbándolo de un puñetazo, se achanta, incapaz de devolverle el golpe. Demostrando que Peggy tenía razón:
     
       “Peggy: Harold Lamb tiene más agallas en su dedo meñique, de las que tienes tú en toda tu cara de engreído.”
      
       En realidad, el matón persigue lo mismo que Harold, ser popular y ganarse la simpatía de la gente, a costa de sus víctimas. Siempre aparece alegre y rodeado de sus amigos, pero también él está fingiendo ser un gallito para ser aceptado. En el fondo, Harold es alguien a quien el matón necesita para demostrar a los demás lo gracioso que es y lo mucho que vale, comparado con el tonto de Harold. Sin embargo, el “tonto de Harold”, durante la fiesta en el hotel, consigue engañarle cuando, tras prestarle diez dólares, se los quita del bolsillo sin que el matón se dé cuenta. Después, vemos al matón, muy extrañado buscándose los diez dólares por todos los rincones de su traje. En realidad, a Harold, el matón ni siquiera le cae bien, desde que, por su culpa, tuvo que invitar a helado a una muchedumbre de estudiantes. Invitación que le hizo ganarse el apodo de “Speedy, el espléndido”.
     
       Speedy era el apodo de Harold Lloyd cuando era joven, su padre se lo puso porque era un chico muy inquieto y a Lloyd debió gustarle, porque este apodo, que significa en español “relámpago”, no sólo aparece en “El estudiante novato”, sino que también vuelve a ser el apodo de Harold en la película llamada, precisamente, “Speedy” en 1928.
     
       Peggy representa a la única amiga verdadera de Harold, la que le conoce y le ama tal como es. Desde el principio, Peggy descubre que todos se están burlando de Harold y trata de advertirle, pero el entusiasmo y la ilusión de Harold terminan sellando sus labios. Frente a las alocadas y superficiales chicas del campus, que revolotean alrededor de Harold para pitorrearse y aprovecharse de su generosidad, Peggy encarna a la chica trabajadora, que no tiene tiempo para divertirse ni dinero para estudiar. Aún así, como cualquier chica joven, también tiene sus sueños. Es conmovedora la escena en la que Peggy observa, a través de un espejo, desde el mostrador del guardarropa, cómo se divierte la gente de su edad en la fiesta de otoño, a la que ella no puede acudir. Jobyna Ralston interpreta a esta chica sensata y dulce, con una sensibilidad y un romanticismo, que la hacen entrañable. En la escena en la que Harold se estremece al descubrir a Peggy besando con pasión el ramo, que él le ha regalado, la efusividad de Jobyna Ralston hace comprensible, para el espectador, que el inocente Harold quede completamente erotizado. La historia de amor, entre Peggy y Harold, es tratada en el film con mimo y dedicación, brindándonos momentos llenos de ternura y poesía. 

Cabe mencionar la escena en la que Peggy cose el botón de la camisa que Harold lleva puesta mientras él la mira extasiado y va cortando con unas tijeras los botones de su chaqueta, para retenerla a su lado un poco más. El personaje del sastre (Joseph Harrington), cuyo poderoso motor cómico consiste en que se desmaya cada dos por tres y hay que reanimarlo con brandy, se encariña con Harold, del mismo modo en que lo hace Peggy, porque ve en él a un chico de buen corazón, comprensivo y paciente, que confía en los demás y que, a su vez, es confiable. El sastre hace un traje a Harold, que, como el mismo Harold, tampoco es lo que parece. Con apariencia de traje impecable, es un traje hilvanado, sin terminar, cogido por los pelos, lo mismo que la personalidad que Harold adopta ante los demás. Un traje que, al igual que las imposturas de su dueño, se deshace, ante el menor contratiempo, demostrando lo temporal de sus hechuras. Los numerosos gags a que dan lugar las continuas roturas del traje, con el sastre escondido tras las cortinas para coserlo sin que nadie se dé cuenta, son a cada cual más hilarante. El mismo hecho de que Harold termine desnudo ante sus compañeros encierra un gran simbolismo, se trata de una clara anticipación del desnudo emocional al que tendrá que enfrentarse el personaje, al descubrir que todos se están burlando de él a escondidas.

     
       Otro personaje secundario de gran relevancia en la historia es el fiero entrenador del equipo de fútbol, que según el intertítulo: “… es tan duro que se afeita con un soplete”. Magníficamente interpretado por Pat Harmon, pasa a formar parte de esa larga tradición de apasionados entrenadores cinematográficos, que se tiran de los pelos y de la ropa con impotencia, al ver perder a su equipo, o que bailan como posesos cuando lo ven apuntarse un tanto.
       El entrenador, igual que Peggy y el sastre, reconoce las cualidades de Harold, pero, a diferencia de ellos, no sabe valorarlo, y lo único que hace es aprovecharse de toda esa energía para entrenar al resto del equipo.
     
       “Entrenador: Ese chico tiene un gran espíritu. Odio tener que decirle que no puede formar parte del equipo.”
     
       La sucesión de gags ideados por Lloyd y su equipo de gagmen para el partido de fútbol, fueron la idea matriz de la que brotó la historia de la película. Al parecer, la secuencia del partido fue lo que se grabó en primer lugar, incluso antes de que hubiera un protagonista bien definido o un argumento consolidado. Sin embargo, la secuencia tuvo que volver a rodarse, al carecer de emoción. Lloyd necesitaba conocer la motivación del personaje y el clímax de la historia para conseguir que la secuencia funcionara de forma cómica y tuviera interés para el público. Rodada por segunda vez, formando ya parte de una trama bien construida, la secuencia es emocionante, divertida y espectacular. Y, aunque el partido quedó relegado al tercer acto, no por eso deja de ser una de las secuencias más inolvidables del film. 
      
       Finalmente, convertido en un triunfador, gracias al fútbol, Harold comprende que lo importante son las relaciones sinceras y, por eso, lo único que desea es que le dejen en paz para poder leer la nota de Peggy. Buscando intimidad, se refugia en los baños, donde, se queda tan extasiado, leyendo la declaración de amor de su chica, que se apoya sobre la llave de la ducha y, con una sonrisa en el rostro, permanece impertérrito mientras el agua empapa su ropa. El agua, símbolo de vida, purificación y esperanza, supone para Harold un nuevo comienzo, el inicio del camino hacia la madurez, una vez superadas las inseguridades de la juventud.

    
       “El estudiante novato” termina sin que lleguemos a saber quién es el vyerdadero Harold Lamb. Sabemos que es un chico soñador y lleno de recursos, que tiene un corazón tierno y un gran empuje, pero no sabemos qué espera de la vida. Preston Sturges, admirador de Harold Lloyd y de otros genios del cine mudo, nos mostró, en su película de 1947 “El pecado de Harold Diddlebock”, su particular enfoque sobre la evolución del personaje de Harold Lamb en el futuro —aunque en su film, incomprensiblemente, se llamara Harold Diddlebock—. En la versión de Sturges, vemos a un Harold —interpretado por un Lloyd ya maduro, en su última aparición como actor de cine—, cuyo espíritu incombustible se ha marchitado, en una oficinucha, a la espera de una oportunidad para prosperar, pero aún podemos reconocer en él la misma bondad, el mismo brío y la misma inclinación a llamar la atención y a hacer el ridículo, que demostraba en “El estudiante novato”. De manera, que el personaje apodado “Speedy, el espléndido”, pasa a ser conocido como “el lunático del león”.