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domingo, 29 de noviembre de 2020

SAKSMANÍA 3
     
“FLOR DE CACTUS” (1969) de Gene Saks
    

       Tercera película de Gene Saks, en la que vemos florecer a una Ingrid Bergman, en 
plena madurez, sorprendiendo y descolocando al cínico Walter Matthau, con un amor inesperado, que siempre estuvo ahí, aunque él no pudiera verlo. En esta comedia de enredo, Saks nos habla, una vez más, de las complejas relaciones humanas, esta vez, con  una historia de amor maduro, entre un mujeriego y una mujer encerrada en sí misma, que termina abriéndose como una flor, dispuesta a aprovechar el tiempo perdido.

       Julian Winston (Walter Matthau), un dentista con miedo al compromiso, tiene una relación con Toni Simmons (Goldie Hawn), una chica bastante más joven que él, a la que ha hecho creer que está casado y tiene tres hijos, para que no lo presione con el matrimonio. Sin embargo, cuando Toni, celosa de su mujer, intenta suicidarse —algo que no consigue, gracias a la rápida intervención de su joven vecino, Igor Sullivan (Rick Lenz)—, Julian, conmovido, decide casarse con ella. Y para tranquilizar los escrúpulos de conciencia de Toni, Julian persuade a su enfermera Estephanie Dickinson (Ingrid Bergman) para que se haga pasar por su mujer y la convenza de que ella también desea el divorcio. La Srta. Dickinson, enamorada en secreto de Julian, se mete tanto en el papel de Sra. Winston, que Toni termina creyendo que sigue enamorada de Julian. De manera que, Julian opta por seguir mintiendo y pide a su amigo y paciente, Harvey Greenfield (Jack Weston), que se haga pasar por el amante de su mujer. El plan de Julian es llevar a Toni a un local de moda, donde Harvey y Estephanie se harán los encontradizos con ellos; pero el irrespetuoso Harvey lo echa todo a perder, citándose allí, al mismo tiempo, con su verdadera novia y poniendo a Estephanie en una situación muy humillante. Toni, conmovida, pide a Julian que acompañe a su mujer a casa y éste, contrariado por no poder pasar la noche con Toni, paga su frustración con la pobre Estephanie, culpándola de haberlo estropeado todo con sus prejuicios contra los hombres y su miedo a vivir. Después de que Julian acompañase a casa a su mujer, Toni piensa que se acostó con ella, y, para quitarle esa idea de la cabeza, Julian inventa otra mentira, que Estephanie es ninfomaníaca y que su matrimonio siempre ha sido un infierno. Por su parte, la Srta. Dickinson, decidida a hacer caso a su jefe, atreviéndose a vivir, acepta salir con el Sr. Sánchez —paciente de la clínica— y lo lleva al mismo local de la noche anterior, donde se encuentran con Julian y Toni, que han salido en compañía de Igor. Éste y Estephanie hacen buenas migas en la pista de baile, lo que provoca los celos de Julian y de Toni, que abandonan el local muy molestos. Al día siguiente, ambos tratan de averiguar si Estephanie e Igor se han acostado. Indignada por el agresivo interrogatorio de su jefe, Estephanie termina renunciando a su puesto, pero, antes de desaparecer de la vida de Julian para siempre, decide aclararlo todo, contándole a Toni la verdad y pidiéndole que perdone a Julian. Sin embargo, Toni tiene sus propios planes con Igor, por lo que provoca la ruptura con Julian, haciéndole creer que Igor es su amante desde hace tiempo. Julian se emborracha y termina durmiendo la mona en el sillón dental. Y ahí se lo encuentra Estephanie cuando va a la clínica, por la mañana, a recoger su cactus.


       “Flor de cactus” fue la primera de las películas de Gene Saks cuyo argumento no se basaba en una obra de Neil Simon ni su guión estaba escrito por él. El guionista fue nada más y nada menos que uno de los grandes colaboradores de Billy Wilder, I. A. L. Diamond, quien realizó una divertida adaptación de la obra de teatro de Abe Burrows, a su vez, basada en una obra francesa de Pierre Barillet y Jean Pierre Grédy. Diamond había trabajado como escritor para varias de las majors de la época dorada de Hollywood, Paramount, Universal, Warner Brothers, Twenty Century Fox, antes de independizarse y de comenzar a trabajar, en 1957, con Billy Wilder, con quien colaboraría durante veinticinco años. La especialidad de Wilder y Diamond eran los diálogos entre personajes inteligentes e ingeniosos que se pasaban el tiempo peleando de una forma bastante educada. Es lo que les sucede, en la película, al dentista Julian y a su enfermera Estephanie, ambos trabajan juntos desde hace diez años, se llevan bien y, aunque no suelen ponerse de acuerdo en casi nada, no pueden pasar el uno sin el otro.


       “Julian: Es como una esposa, una buena esposa. Abnegada, competente, se ocupa de todas mis cosas durante el día. Y, por la noche, se va a casa. A su casa. Y yo, sin problemas ni cuidados, me voy con mi novia. Mi vida está arreglada como a mí me gusta.”

       Obsérvese que la descripción de una buena esposa, por parte de Julian, se corresponde exactamente con la que cualquiera haría de una madre, algo que él mismo corrobora, después, veladamente:

       “Harvey: ¿Te piensas casar?
       Julian: ¿Casarme? ¿Quién piensa en eso?
       Harvey: Hombre, si tu novia te hace sentir así…
       Julian: Mi novia me hace sentir así, porque es mi novia, pero nunca sentiría lo mismo por una esposa.”

       El humor de Diamond, inteligente y ambiguo, juega, durante toda la película, con el doble sentido y el subtexto en unos diálogos ocurrentes y sarcásticos, pronunciados por unos personajes que ocultan sus verdaderos sentimientos con tanta destreza que no solo logran engañar a los demás, sino también a sí mismos.



       “Estephanie: Que le quiera es lo principal, no deseo que termine desesperado o amargado.
       Toni: Oh, comprendo, sobre todo después de un matrimonio tan infeliz.
       Estephanie: ¡No fue tan infeliz nuestro matrimonio! Al fin y al cabo, ha durado diez años y hemos…
       Toni: Observo que no lleva anillo…
       Estephanie: Cuando una cosa ha terminado, ha terminado. Espero que tenga usted más suerte con Julián de la que tuve yo.”

       Diamond obtendría un gran éxito por su trabajo en solitario en este film, siendo nominado al premio de Writers Guild of America a la mejor comedia adaptada. No en balde, la película llegó a ser la séptima película más taquillera en 1970, en los Estados Unidos. La película escrita por Diamond es una comedia romántica, ambientada en los años sesenta, cuya estructura se basa en un enredo, provocado por las interminables mentiras del doctor Winston. La estética, la moda, la música de Quincy Jones e incluso la moral reflejada en el film evidencian la gran influencia sesentera en el guión de Diamond y en la dirección de Saks, quien disfrutaba recreándose en reflejar la vida de Nueva York en sus películas, casi tanto como Woody Allen. Los personajes de Saks, como los de Allen, van al cine, pasean por las calles de la ciudad, charlan mientras comen helados o perritos calientes y salen de copas o van a bailar a locales de moda. Y también Gene Saks, lo mismo que Allen, solía mostrar los conflictos emocionales de sus personajes plenamente integrados en la vida neoyorquina, sobre todo, en la vida nocturna.


       En el año 2011, el director Dennis Dugan realizó una versión, algo mediocre, de “Flor de cactus”, titulada en España, “Sígueme el rollo”, protagonizada por Jennifer Aniston y Adam Sandler. Esta versión apenas tiene nada que ver con el argumento original y renuncia a la elegancia de la película de Saks y a cualquier intento de diálogo ingenioso, para recurrir al humor fácil y al slapstick escatológico; por desgracia, tan habitual hoy en día, en la mayoría de comedias.

       La banda sonora de Quincy Jones fue nominada al Globo de Oro a la mejor canción por: “The times for love is anytimes” (El momento del amor es en cualquier momento), interpretada por la voz aterciopelada de Sarah Vaughan con una dulzura y un romanticismo conmovedores. La canción nos habla de la atemporalidad del amor, que puede surgir en cualquier etapa de la vida, si tu corazón está preparado. Según la canción de Jones, algunas flores tardan en florecer, pero son las que duran más tiempo, porque sólo se abren cuando alguien las hace despertar.

       Estephanie Dickinson florece, de repente, gracias a que Julian Winston comienza a prestarle atención. Estephanie ha cuidado su cactus con mimo durante mucho tiempo, hasta que al fin lo ha visto florecer y también ha cuidado de Julian durante diez años, hasta que al fin él ha reconocido sus sentimientos por ella.

       “Julian: Es una cosa curiosa, me parece que siempre ha sido mi mujer. Podemos evitar la molestia de casarnos.
       Estephanie: Bueno, es una cuestión de fórmula.”


       Julian y Toni creían amarse, pero descubrirán que a veces el amor nos juega malas pasadas, haciéndonos confundir con amor lo que no es más que una mera atracción. Curiosamente, serán las mentiras de Julian, las que consigan sacar a la luz los verdaderos sentimientos de los protagonistas. Con un efecto bola de nieve, cada mentira de Julian da lugar a una nueva mentira, hasta que la farsa llega a alcanzar tal dimensión que los arrastra a todos en una avalancha de emociones desatadas, que los obligará a enfrentarse con la verdad cara a cara.

       La diferencia de edad en las relaciones amorosas es tratada, en el film, como algo que no tiene importancia en sí misma, pero que termina cayendo por su propio peso. Julian le regala una estola de visón a la atolondrada Toni, que se muere por unos pantalones de cuero negro. Y Toni lleva a Julian a bailar música moderna, cuando él se muere por sentarse tranquilamente a tomar una copa.

       “Julian: Me han dejado tirado. Baile usted con ella.
       Igor: Anímese, cualquier día el foxtrot se vuelve a poner de moda.”

       Al ponerse la estola, Toni parece una niña pequeña jugando con el visón de su madre y Julian no sabe cómo hacer que su cuerpo encaje con una música que sólo le genera confusión. Cada generación tiene sus gustos y costumbres, es difícil adaptarse a una categoría social a la que no se pertenece, con ideas y experiencias diferentes y con una cultura que no se parece en nada a la nuestra. Esta distancia generacional irá enfriando los sentimientos entre Julian y Toni, hasta el punto, de que ya ninguno de los dos desea casarse con el otro, aunque ninguno lo declare abiertamente. Será Estephanie la que los libere a ambos, revelando la verdad para que puedan empezar de cero. Por supuesto, Julian y Toni terminarán rompiendo, como no podía ser de otro modo, con una nueva mentira.




       La elegante y natural vis cómica de Ingrid Bergman, cuyo talento no se prodigó 
demasiado en el género de la comedia, brilla en este personaje cómico de sufrida y apasionada mujer madura, enamorada de su jefe, que decide sacudirse el polvo y volver a experimentar la vida con intensidad, al descubrir que él va a casarse con una chica mucho más joven. El personaje de Estephanie Dickinson, que ya había sido interpretado en Broadway por Lauren Bacall, actriz elegante y divertida donde las haya, es el personaje más inteligente del film, pues sabe que todas esas mentiras, que ha ido hilvanando su jefe, son un error, pero, aún así, se presta a ellas para ayudar al hombre que ama, aunque eso suponga renunciar a él de forma definitiva. La interpretación de Bergman, siempre con sus maneras de gran dama, logra conmovernos y hacernos reír, al prestarse sin complejos a encarnar a esta mujer digna y eficiente, que decide soltarse la melena para demostrar al hombre que ama, que ella es mucho más que esa inflexible solterona que todos creen. Personaje inolvidable en la carrera de la actriz, por cuyo divertido trabajo sería nominada como mejor actriz de comedia al Globo de Oro. Premio que Ingrid Bergman ya había ganado en 1959, como mejor actriz principal, por la comedia “Indiscreta” (1958) del director Stanley Donen, donde la Bergman ya nos sorprendía con sus divertidas dotes para la comedia, y en la que su personaje también tendría que vérselas con un “maldito soltero casado” —forma en la que Toni se refiere a Julian—.

       Por su parte, Goldie Hawn realizó una impecable interpretación de la ingenua y cabezota, Toni Simmons, desplegando todo un abanico de simpáticas y encantadoras muecas que hacen que su personaje, en este film, nos recuerde al adorable canario Piolín de la serie de dibujos animados Looney Tunes. La jovencísima actriz ganó el Oscar, el Globo de Oro y el David de Donatello como mejor actriz secundaria por su trabajo en “Flor de cactus”, siendo nominada, además, al Bafta. Su aspecto de jovencita indefensa y sexi, unido a la espontaneidad y frescura que aporta a su personaje, resulta de lo más gracioso. El idealismo del que Toni presume constituye en sí mismo una herramienta para el humor, porque, aunque el personaje de Toni defienda la sinceridad por encima de todo, se engaña a sí misma, engaña a Igor, a Julian, e incluso a la supuesta mujer de éste, afirmando que desea casarse con Julian, pues lo cierto es que desde la obertura del film, Toni se siente atraída por Igor y esa atracción la lleva a poner un montón de impedimentos al matrimonio con Julian; negándose, además, a volver a mantener relaciones sexuales con él, aduciendo cada vez los motivos más absurdos.



       “Toni: No, ahora, no.
       Julian: ¿Por qué ahora no?
       Toni: Igor está ahí al lado, oye todo lo que pasa.
       Julian: Igor estaba ahí al lado siempre.
       Toni: Sí, pero yo no le conocía.”

       En cuanto a Walter Matthau, su personaje del dentista Julian Winston pertenece a esa larga lista de sinvergüenzas y cínicos farsantes encarnados a la perfección por el actor. Matthau se preparó el aspecto profesional del personaje con meticulosidad, dando la impresión de ser un auténtico dentista y ese rasgo profesional es lo único que da cierto toque de respetabilidad a un personaje con una conducta tan poco escrupulosa, moralmente, en lo que se refiere a las mujeres. Julian, aparte de ser un mujeriego canalla, es algo peor, es un hombre que posee una visión bastante sexista de la etapa de madurez del ser humano; para él, que un hombre en la plenitud de su desarrollo se relaciona con una chica mucho más joven, es algo normal; pero si es una mujer la que lo hace, entonces, es ridículo.

       “Julian: Comprenda que es grotesco, una mujer de su edad salir con un jovenzuelo como ése...
       Estephanie: ¿Y qué me dice de sus paternales relaciones con esa cría? Si cree que no resulta ridículo…
       Julian: Un hombre es diferente. Si un hombre mayor sale con una mujer más joven no llama la atención, pero si la cosa es al revés…”

       Afortunadamente, la réplica de Estephanie, que defiende sus derechos sin ofender a nadie, zanja la cuestión con toda elegancia:

       “Estephanie: Usted tiene sus ideas y yo las mías.”



       Pero, aunque la opinión de Julian Winston resulte algo machista, el punto de vista de la película, respecto a esta cuestión, se posiciona claramente del lado de la mujer, tirando por tierra el arcaico concepto de “solterona”, que tradicionalmente solía aplicársele a cualquier mujer madura que no estuviera casada. Curiosamente, en el film el término peyorativo de “solterona” es usado sobre todo por mujeres —no por hombres—, incluso Toni, siendo una chica muy liberal, se refiere a la Srta. Dickinson como “una de esas típicas solteronas, probablemente enamorada de su jefe” y la misma Estephanie, con un profundo patetismo, se aplica a sí misma ese odioso apelativo, ante el hombre del que está enamorada, “francamente, no había proyectado quedarme solterona.”

       Precisamente, la película trata de reivindicar el derecho de las mujeres a vivir su madurez en plenitud y libertad, sin complejos ni represiones, floreciendo conforme a los propios sentimientos, sin importar la edad. La propia Estephanie, enamorada sin esperanzas de su jefe, decide florecer para disfrutar de su feminidad y vivir intensamente, antes de llegar al ocaso.

       “Julian: ¿Sabe lo que he hecho? He creado un monstruo, eso he hecho.
       Estephanie: No, doctor Frankenstein, esta no es creación suya. Esta soy yo, yo, experimentando cosas nuevas, cosas que nunca había hecho y divirtiéndome como una loca.”

       Bajo ese aspecto de eficiencia y frialdad, que mostraba la Srta. Dickinson en la clínica, se ocultaba una mujer divertida, apasionada e interesante pugnando por salir, una mujer que despierta de su letargo al representar el papel de señora de Julian Winston y descubre que le gusta divertirse, conocer gente, beber y bailar. Y no le importa lo que piensen los demás al respecto, porque no piensa parar.


       Los tres secundarios masculinos de la película contribuyen a ensalzar el atractivo de la Srta. Dickinson ante Julian, logrando despertar sus celos y haciéndole descubrir sus verdaderos sentimientos por ella. Por una parte, el morboso Harvey Greenfield, encarnado por el graciosísimo Jack Weston, que únicamente está interesado en meterle mano a Estephanie, a la que llama “Sargento”, porque siempre se muestra implacable ante sus alusiones de carácter sexual.

       “Harvey: El otro día leí en una revista que un dentista de Nueva Jersey tiene enfermeras sin uniforme por arriba.
       Estephanie: No sabía que le interesara la lectura.”


       Por otra parte, el Sr. Sánchez (Vito Scotti), diplomático sudamericano, que persigue con insistencia los favores sentimentales de Estephanie, con una clase y un respeto que despiertan en ella, si no la correspondencia a sus deseos, al menos, sí, su simpatía. La comicidad de Sánchez reside en la caradura con la que contempla el adulterio.

       “Estephanie: ¿Nos acompañará su mujer?
       Sánchez: ¿Mi mujer? No le gustaría a usted, a nadie le gusta. ¿Qué le parece el viernes, después de venir aquí?
       Estephanie: Sr. Sánchez, no puedo, usted es un hombre casado.
       Sánchez: Señorita, no lo entiendo. Si soy un hombre casado es asunto mío, eso no tiene nada que ver con usted. A mí no me importaría que usted estuviera casada.”


       Estephanie elige la mano que le tiende el Sr. Sánchez para florecer, cual Cenicienta tardía, pero saldrá huyendo con el joven Igor, más atractivo y simpático que el bajito Sr. Sánchez. Igor Sullivan, el joven escritor vecino de Toni, al que Julian no soporta por entrometerse constantemente en la vida de su novia —y, después, también en la de su mujer— y por recordarle ese vigor juvenil ya perdido. Julian siente celos de Igor por partida doble y sabe que es un chico muy desenvuelto y muy atrevido, lo que cual le enfurece. Igor es el que más consigue acercarse a Estephanie, a la que considera una mujer estupenda, con la que enseguida conecta, estableciéndose entre ellos, de forma espontánea, una simpatía mutua, nacida, quizás, del interés de ambos por despertar los celos de Toni y de Julian, respectivamente:


       “Igor: No nos pongamos neuróticos por la edad. Es usted una señora muy sexi.
       Estephanie: Soy una vieja sexi.
       Igor: Bien, escapémonos y vivamos de su pensión.”

       En cuanto Toni y Julian ven bailando juntos a Igor y a Estephanie se ponen tan celosos, que ni siquiera se molestan en disimular el uno con el otro.

       “Julian: La verdad es que tu célebre escritor me parece un bailarín muy ordinario.
       Toni: ¿Mi escritor? Es tu mujer la que se está incrustando contra él. Cuando pienso en todo lo que he hecho por ella…
       Julian: ¡Eh! ¿Te has fijado? Acaba de besarla en el cuello.
       Toni: Le gusta darte celos, ¿eh?
       Julian: ¡Claro! ¿Verdad que sí?”


       Estos tres secundarios protagonizan, cada uno por separado, situaciones cómicas en distintos momentos del film y aparecen al mismo tiempo en la hilarante secuencia de la sala de fiestas, en la que vemos a Ingrid Bergman bailando según la moda de los sesenta, con una gracia y una desenvoltura tales que, el eslogan de esta comedia, emulando al de “Ninotchka” —cuando anunciaba: “Garbo ríe”—, bien podría haber sido “Bergman baila”. En esta secuencia, coinciden, por azar, en la sala de fiestas, todos los personajes que han intervenido en la red de mentiras ideada por Julian e interpretada por Estephanie, que, en su ingrato rol de ninfomaníaca, provoca de forma inocente una situación sumamente cómica, escandalizando a Toni, a pesar de su falta de prejuicios e incluso a la desvergonzada novia de Harvey, que se asombra de la supuesta promiscuidad del matrimonio Winston:

       “Harvey: Es la mujer del dentista.
       Georgia: Entonces, la que está con el dentista…
       Harvey: Su novia.
       Georgia: ¡¿Tiene mujer y tiene novia?!
       Harvey: Es mejor que tener dos mujeres.
       Georgia: ¿Quién es el hombre que está con la Sra. Winston?
       Harvey: Su nuevo amigo.
       Georgia: ¿Y el que está con el Sr. Winston y su novia?
       Harvey: Será el amigo de su novia.
       Georgia: ¡Todo esto lo encuentro escandaloso!”


       Nuestro dentista, al ver florecer a su eficiente enfermera, termina por creerse sus propias mentiras y se siente como un marido celoso, que ve cómo su mujer lo pone en ridículo ante todo el mundo. Asimismo, Estephanie, enamorada de Julian, disfruta representando el rol de su esposa, porque, en el fondo, siempre se ha sentido un poco como si lo fuera.

       “Julian: ¿Qué pasó allí, en mi estola de visón, bueno, en la playa? ¡Quiero saberlo!
       Estephanie: ¿Con qué derecho?
       Julian: El de un marido. Permítame recordarle que aún es mi mujer.
       Estephanie: ¡Ya no! ¡Quiero el divorcio!”

       Podría decirse que, entre los dos, han creado, sin proponérselo, una mentira que es más auténtica, para ellos, que la verdad. Porque, como dice la canción de Quincy Jones, “cuando tu corazón esté listo, encontrarás esa primavera… Ésa es la maravilla atemporal del tiempo para el amor”.

sábado, 31 de octubre de 2020

SAKSMANÍA 2

“LA EXTRAÑA PAREJA” (1968) de Gene Saks
        

       El periodista deportivo Oscar Madison (Walter Matthau), divorciado desde hace 
unos seis meses, acoge en su apartamento a su amigo Félix Unger (Jack Lemmon), redactor de noticias, cuando éste intenta quitarse la vida, después de que su mujer le eche de casa. Oscar no tardará en descubrir que su amigo Félix tiene un montón de manías que le irritan profundamente y que interfieren en su rutina diaria de una forma insoportable. Félix es un maniático de la limpieza y el orden, y está obsesionado con la cocina mientras que Oscar es sucio y desordenado, y la buena comida le importa un bledo. A pesar de todo, Oscar trata de sobrellevar las diferencias con su amigo, tratando de entretenerse con él. Sin embargo, no tarda en descubrir que Félix es un “pupas” que no para de lastimarse, además de un aguafiestas, que siempre termina fastidiando cualquier intento, por parte de Oscar, de divertirse —incluidas las tradicionales partidas semanales de póker con los amigos—. La difícil relación llega al límite cuando Oscar, que hace tiempo que no se relaciona con mujeres, propone a Félix cenar con un par de hermanas inglesas muy simpáticas, que viven en su mismo edificio. Al principio, Félix se niega porque sigue enamorado de su mujer; pero Oscar logra convencerle y Félix se ofrece a preparar la cena en casa. La noche con las chicas empieza mal, cuando Oscar llega un poco tarde y Félix se enoja, temiendo que la comida se eche a perder. Cuando las chicas llegan, Félix apenas participa en la conversación y cuando lo hace mete la pata hablando del tiempo. Al final, aunque Oscar y las chicas —conocidas como las hermanas periquito, por ser muy habladoras— bromean y ríen tratando de pasarlo bien, Félix termina convirtiendo la velada en un melodrama poniéndose a hablar de su divorcio y de su amada familia; pero, por increíble que parezca, a ellas les encanta el lacrimógeno sentimentalismo de Félix, de manera que, cuando la cena se quema en el horno, ellas les invitan a su apartamento a cenar. Oscar se entusiasma ante la prometedora idea de subir a casa de las chicas, pero, en el último momento, Félix se niega a acompañarlo y, tras pelearse con él, tratando de convencerlo, Oscar sube solo, sabiendo que, siendo tres, la cosa no prosperará. A partir del momento en el que Félix le arruina la oportunidad de ligar con alguna de las chicas, Oscar le declara la guerra a su amigo y le pide que no salga de su habitación, pero el tocapelotas de Félix lo provoca hasta hacerlo estallar y cuando estalla, Oscar, que ya no puede más, lo expulsa del apartamento. Antes de irse, Félix le echa una especie de maldición, haciéndole responsable de lo que pudiera ocurrirle. Algo que deja muy preocupado a Oscar, después de que sus amigos de póker le atormenten con la idea de que Félix pudiera quitarse la vida.

       En esta segunda película, Gene Saks continúa profundizando en las infinitas dificultades de las relaciones humanas, trasladando el problema de la convivencia, de una pareja romántica —examinada por el director en “Descalzos por el parque”— a la convivencia entre un par de amigos divorciados, que comienzan a vivir juntos para hacerse compañía y ahorrar gastos. Con esta comedia, Saks parece querer transmitirnos la idea de que la vida en común es dura para todos los seres humanos, no sólo para las parejas. Y que dos personas que comparten domicilio, tarde o temprano, terminan comportándose lo mismo que un matrimonio; pero eso sí, sin la válvula de escape que supone el vínculo amoroso y sexual.


       El guión parte de la obra teatral del mismo nombre escrita por Neil Simon, obra estrenada en Broadway en 1965 y ganadora del premio Tony al mejor autor. Simon, al escribir el guión, se inspiró para la trama en la experiencia personal de Mel Brooks, que compartió piso con un amigo tras su divorcio. El éxito de “La extraña pareja” daría lugar en los años setenta a una comedia de situación emitida por televisión, dirigida por Mike Nichols e interpretada por Tony Randall y Jack Klugman. Y en 1998, treinta años después, Howard Deutch dirigiría la secuela de esta película de Gene Saks, bajo el título de “La extraña pareja, otra vez”, también con guión de Neil Simon y con Matthau y Lemmon repitiendo protagonismo.

       La banda sonora del film corre a cargo de Neal Hefti, que compuso una música, juguetona y sugerente, que Saks empleó, en la obertura de la película, como gag para poner de manifiesto lo absurdo de los ambientes psicodélico - eróticos de la vida nocturna de la ciudad de Nueva York, en los años sesenta, en los que Félix se siente abrumado y fuera de lugar.

       “La extraña pareja” es una comedia de personajes, en la que se establece una verdadera guerra emocional entre dos personas con formas de ser cómicamente contrapuestas, que al convivir en el mismo domicilio, terminan creando un infierno el uno para el otro. Oscar es un tipo desordenado, desaliñado y despreocupado mientras que Félix es metódico, limpio y miedoso. A los dos les une una verdadera amistad y les separan sus irreconciliables modos de ser y de concebir la vida. Oscar siempre hace y dice lo primero que se le ocurre, sin importarle lo que opinen los demás, mientras que Félix trata de ser siempre correcto en todo momento.


       “Oscar: ¿Por qué has de controlar siempre todas tus reacciones? Déjate llevar por tus impulsos. Haz lo que tú tengas ganas de hacer y no lo que supones que debes hacer. ¡Deja de controlarte siempre, Félix! ¡Suéltate, emborráchate, enfádate!”

       Walter Matthau vuelve a interpretar en el film de Gene Saks a Oscar Madison, personaje que ya encarnó en Broadway, un papel que parece hecho a su medida. “Un sujeto insociable, trapisondista e irresponsable”, en palabras de Félix, y un personaje mordazmente cómico. Las réplicas más ingeniosas y graciosas del guión siempre son las suyas, réplicas que Matthau supo acompañar de gestos oportunamente contenidos y cómicos. Pero este personaje difiere de los que Matthau solía interpretar en que es, a pesar de las apariencias, una buena persona. Algo que su amigo Félix es capaz de valorar incluso en mitad de una de sus peores peleas:

       “Oscar: ¡Si tienes algo guardado en el buche, te agradeceré que los sueltes de una vez!
       Félix: ¡De acuerdo! ¡Tú lo has querido! Eres un tipo maravilloso, Oscar. Y has hecho mucho por mí. De no intervenir tú, yo no sé cómo habría terminado. Me acogiste en tu casa, me diste un sitio donde vivir y me animaste a seguir viviendo. Y eso no podré olvidarlo nunca, Oscar. Has sido un hermano para mí.
       Oscar: Si ya lo has dicho todo, se me ha pasado algo por alto.”


       Pero la virtud de Oscar que le hace verdaderamente grande es su capacidad de comprensión. Oscar es tan tolerante con los demás como lo es consigo mismo, parece ser capaz de entender cualquier debilidad humana por irritante que resulte, pero al mismo tiempo hace gala de un despiadado egoísmo socarrón que le da esa apariencia de mala persona, sin serlo en realidad.

       “Oscar: … yo leo y tú hablas; intento trabajar y tú hablas; me voy a dormir y tú hablas. Has organizado muy bien tu vida, pero yo necesito un poco de distracción.
       Félix: ¿Insinúas que hablo demasiado?
       Oscar: Bah, no te lo reprocho, tienes muchas cosas que decir. Lo que me preocupa es que empiezo a escucharte.”

       Por el contrario, el personaje encarnado por Jack Lemmon es un hombre, aparentemente sensible y bueno, pero consigue sacar de quicio a todo el mundo con su pesadez, sus constantes manías y su llorón victimismo. Félix busca, todo el tiempo, la compasión de los demás y, cuando la gente se cansa de él, se las ingenia para que terminen sintiéndose culpables. ¡Es irritante su forma de manipular! Y por ello, el público empatiza con el sufrido Oscar, hasta el punto de que cuando éste pierde la paciencia y estalla, el público lo celebra, desternillándose de risa.

       “Oscar: Hazme un favor, ¿quieres, Félix? Acomódate en la cocina, vive con tus botes, tus sartenes, tus cacillos y termómetros, y cuando quieras salir, toca una campanilla y me esconderé en el cuarto de baño. Te lo ruego, Félix, te lo pido por nuestra amistad, quítate de mi vista.
       Félix: Oscar, anda por encima de los papeles que acabo de fregar el suelo.
(Oscar se vuelve hacia él con cara de loco y le persigue) ¿Qué te pasa ahora, Oscar? ¡Oscar! ¡Oscar! ¡Haz el favor de calmarte!
       Oscar: ¡No puedo más! ¡Este es el día en que te voy a matar!...”


       Félix se pasa la vida compadeciéndose de sí mismo, pero es incapaz de 
compadecerse de nadie, él siempre es la víctima y los demás son los “malos”.

       “Félix: Es que es algo insoportable, es que… me odio a mí mismo. No sabes cómo me odio.
       Oscar: Bah, no te odias, te adoras. Te figuras que tú eres el único que tiene problemas.
       Félix: Creí que eras amigo mío.
       Oscar: Lo soy, por eso te hablo así, porque te quiero casi tanto como tú a ti mismo.”

       Y no es que Félix sea mala persona, es que no puede evitar ser un pelmazo aguafiestas o, como dice Oscar, un chiflado. Incluso se lo certificó un psicólogo:

       “Félix: … no puedo evitarlo, pongo frenético a todo el mundo. Un consejero matrimonial me echó de su despacho y puso en mi ficha: lunático.”

       Jack Lemmon recrea con tanto acierto a este sujeto cargante y lleno de manías que logra resultarnos insoportable a todos y a cada uno de los espectadores que visionamos el film. Félix Unger es un auténtico plasta y alguien que siempre persigue sus objetivos, aunque no lo aparente, como señala Speed (uno de los cuatro amigos que acostumbran a jugar con ellos al póker):

       “Speed: ¿Qué os decía yo? Es un matalascallando.”


       Este grupo de amigos que se reúnen los viernes para jugar al póker en casa de Oscar constituye uno de los aciertos humorísticos más notables del film. Después del mítico dúo cómico formado por Lemmon – Matthau, los amigos del póker representan la segunda herramienta cómica de la trama. Esta singular pandilla, integrada por magníficos actores secundarios, apoya la acción de la trama principal, actuando de testigos objetivos de la convivencia de los dos amigos e interviniendo en ella cuando se tercia. El amable y sonriente Vinnie (John Fiedler), que siempre tiene que irse temprano, para madrugar y salir de viaje con su mujer; el irascible Speed (Larry Haines), siempre con un puro en la boca, que se queja constantemente de lo que hacen o dicen los demás; el responsable Murray (Herb Edelman), que no puede dejar de actuar como policía ni un solo segundo y, por último, el circunspecto Roy (David Sheiner), especialmente sensible a los ambientes cargados y los malos olores. Todo el conjunto de compañeros de póker forman un variopinto abanico de tipos cómicos que aportan humor a las pocas secuencias en las que aparecen, dando un gran dinamismo a los diálogos, pisándose los unos a los otros al hablar y, en ocasiones, hablando todos a la vez, creando un alboroto de lo más divertido. Tal es el caso de la secuencia en la que temiendo que Félix se quite la vida, tratan de impedirlo, todos juntos, protagonizando una escena de auténtico slapstick, en la que destaca el gag en el que entran todos en la habitación en la que Félix se ha encerrado y no encuentran a Félix por ninguna parte, hasta que se dan cuenta de que lo han aplastado con la puerta al entrar.

       Todos ellos forman, junto a Oscar, un grupo de típicos hombres norteamericanos 
fumando, bebiendo y pasándoselo en grande midiéndose con sus compañeros de juego, para evadirse de las preocupaciones familiares y laborales y sentirse libres, al menos un día a la semana. Hasta que Félix se separa y les arruina las partidas de póker con sus manías de “amo de casa”, que restan romanticismo al, tan deseado, ambiente tahúr de estas reuniones.

       “Roy: No sé… ¿A qué huele? ¿A desinfectante?... ¡Ha lavado las cartas!... Yo me largo de aquí. Esto ya no lo soporto.
       Oscar: Un momento, Roy, ¿adónde vas?
       Roy: He estado respirando aire purificado y amoniaco durante tres horas, mi naturaleza no está preparada para jugar así al póker.”


       La trama circular de la película empieza y termina con dos secuencias similares en las que esta pandilla de póker tiene gran protagonismo: Oscar está en su casa con todo el grupo y todos están preocupados por Félix, temiendo que vaya a quitarse la vida; hasta que éste se presenta en el apartamento y todos se ponen a disimular, haciendo como que juegan a las cartas como si no ocurriera nada. La situación es la misma, lo único que varía es que al principio el problema de Félix es que su mujer lo ha echado de casa mientras que, al final, es Oscar quien lo ha echado de su apartamento.



       La presencia femenina en la película recae sobre otro inolvidable dúo cómico, el formado por las hermanas Pigeon (que significa paloma en español), Cecily y Gwendolyn, dos chicas inglesas muy animadas, cuya comicidad se basa en la simplicidad intelectual de ambas y la frivolidad, algo picantona, de sus conversaciones. Una de ellas es divorciada y la otra viuda y no tienen ningún reparo a la hora de demostrar su interés por el sexo opuesto. Lo que alimenta, de inmediato, las expectativas de ligue de Oscar; que el sosaina de Félix no tardará en echar a perder con su manía de lloriquear y de hablar de forma lastimera de su ex mujer. La dos alegres y chispeantes chicas terminan llorando sobre el hombro de Félix, al que, para desesperación de Oscar, terminan considerando un hombre sensible y maravilloso. Interpretadas por las actrices Carole Shelley (Gwendolyn) y Monica Evans (Cecily) —ambas inglesas, como sus personajes, y ambas con la experiencia de haber interpretado en Broadway estos mismos personajes—, las hermanas periquito constituyen una representación de ese tipo de muchachas modernas, trabajadoras y alegres, que no han tenido éxito en sus matrimonios y ya sólo esperan de los hombres pasar un buen rato. Las dos actrices, de asombroso parecido físico, realizan una excelente interpretación cómica de estas chicas, siendo lo más destacable, la gran compenetración y complicidad entre ellas, con la que logran crear la ilusión de que son verdaderamente hermanas. Otro de sus logros lo constituyen, esas risas traviesas, tan contagiosas y tan chispeantes, que hacen sonreír al espectador, lo mismo que al pobre Oscar, hambriento de cariño. Estas hermanas serán el detonante que hará estallar al sufrido Oscar —al que Félix está destrozando lenta y machaconamente con sus manías—, cuando éste se niegue a acompañarle a casa de las chicas.

       “Oscar: Félix, Félix… pero si esas chicas están locas por ti, locas, te lo aseguro, me lo han confesado. Una de ellas quiere estrecharte amorosamente en sus brazos. Tienes más suerte que yo. Vamos, coge el cubo de hielo.
       Félix: ¿No lo comprendes? Lloraría y no quiero llorar delante de mujeres.
       Oscar: Eso les ha encantado, si hasta yo pienso echarme a llorar.”


       Desde el momento en que Félix le arruina a Oscar la oportunidad de ligar con una de las chicas periquito, se desata entre ambos amigos un mudo enfrentamiento, en el que no paran de hacerse la puñeta el uno al otro. Resulta tronchante el gag en el que Félix está pasando la aspiradora y Oscar la desenchufa, así que, Félix se lleva la aspiradora a la cocina arrastrando el cable tras de sí, entonces, Oscar pisa el cable y Félix lo ve y, con la intención de hacerle caer, se enrolla el cable en el brazo, preparándose para dar un fuerte tirón, pero, justo cuando lo da, Oscar levanta el pie y se oye a Félix caer rompiendo platos y derribando cacharos por el suelo.

       Tras la guerra silenciosa, a la que por supuesto el charlatán de Félix pondrá fin, llega la guerra dialéctica, en la que Oscar dará rienda suelta a todo lo que ha estado callando; en esta secuencia Simon supo resumir en una sola frase lo que sentimos todos cuando ya no soportamos a alguien que ha agotado nuestra paciencia:

       “Oscar: Estoy deshecho, no puedo aguantar más, todo lo que tú haces me irrita, y cuando no estás, me irrita imaginar lo que harás cuando vengas.”

       Esta gran guerra, que constituye el clímax del desarrollo del film, es una explosión de sinceridad por parte de ambos personajes, de tal calibre y pasión desatada, que pone de manifiesto, de forma hilarante, la absoluta incompatibilidad de caracteres existentes entre Félix y Oscar. Y una vez desatado el infierno, no hay vuelta atrás, la ruptura es inminente. Los dos personajes son inmaduros, egoístas, difíciles para la convivencia y, cada uno a su manera, algo chiflados.

       “Félix: Estás loco. Yo soy un neurótico, pero tú estás loco.
       Oscar: ¿Conque estoy loco? Es muy gracioso que lo diga un chiflado como tú.”


       Los dos lo saben, saben las razones por las que sus esposas les abandonaron, pero no han hecho el esfuerzo de cambiar, por eso, han reproducido, al convivir juntos, los mismos errores que cometieron con sus mujeres. Tal vez, esa sea la razón por la que Félix suele equivocarse llamando a Oscar por el nombre de su ex mujer o por la que Oscar llama con el nombre de su mujer a la de Félix. Al menos, algo han aprendido de su fallido intento de compartir apartamento, han aprendido que deben hacer un esfuerzo por cambiar. Oscar debe ser menos caradura, más aseado y más responsable en el cumplimiento de sus obligaciones y Félix debe dejar de ser tan pelmazo y olvidarse ya de su mujer para mirar hacia el futuro. De toda relación humana se aprende algo y se sacan cosas buenas y malas.


       El ser humano está programado genéticamente para interactuar con los demás y, 
si esto no sucede demasiado a menudo, es normal que se experimenten ciertas emociones de intranquilidad y desasosiego. El miedo a la soledad es un temor ancestral, que nos hace tomar decisiones erróneas que, en el fondo, sabemos que son contrarias a nuestras aspiraciones, motivaciones y deseos. Es lo que les sucede a estos dos amigos cuando deciden vivir juntos. Oscar se siente “aislado, aburrido y desalentado” viviendo solo en su gran apartamento, de manera que, cuando Félix se separa y le confía que no se siente capaz de vivir solo, Oscar cree que puede ser una buena idea, para los dos, compartir apartamento. Así que, obviando la evidente diferencia de caracteres existente entre los dos y desoyendo la sincera advertencia del propio Félix, decide ponerla en práctica.

       “Oscar: Quiero que te vengas aquí.
       Félix: Pero si soy la peste.
       Oscar: Ya lo sé, no hace falta que lo digas.
       Félix: ¿Y por qué quieres que venga?
       Oscar: Por la sencilla razón de que también a mí me fastidia vivir solo.”



       Las consecuencias de esta precipitada, y generosa, decisión dan lugar a una serie de situaciones cómicas, de lo más dramáticas para los personajes, que estarán a punto de acabar con la amistad de ambos y con la salud mental del pobre Oscar. Sin embargo, aunque la convivencia fracasa, la amistad sobrevive. El problema entre Oscar y Félix se produce a causa de que cada uno de ellos cuestiona el sistema de creencias y valores del otro. La manía de controlarlo todo de Félix (la limpieza, la cocina, la salud, los gastos…) irrita a Oscar porque cuestiona su creencia de que un hombre debe hacer siempre lo que le apetezca y no lo que se supone que debe hacer. Y a su vez, la despreocupación y relajación en la que vive Oscar, molesta a Félix porque cuestiona su creencia de que hay que llevar una vida ordenada y cumplir con las obligaciones en todo momento. Ambas posturas son válidas al mismo tiempo, porque, aunque opuestas, forman parte de la  misma realidad que es la vida. Hay que aceptar la polaridad del universo, para poder aceptar a los demás y aceptarnos a nosotros mismos tal como somos. Este aprendizaje lo proporciona el infierno de la convivencia, y es por esto que la amistad entre Oscar y Félix perdura más allá de la batalla librada.