lunes, 9 de abril de 2018

LUBITSCHMANÍA 2 
"NINOTCHKA" (1939) de Ernst Lubitsch



       Lubitsch estrena “Ninotchka”, basada en una historia original de Menyhéit Lengyel, en septiembre de 1941, en pleno enfrentamiento entre la URSS de Stalin y la Alemania de Hitler, cuando ya se estaban gestando las bases que darían lugar a la llamada “guerra fría”. Una vez más, el director se atreve a hacer una sátira sobre un tema de plena actualidad, en este caso, el comunismo en Rusia. Y lo hace de una manera sutil, a través de una historia de amor, entre una comisaria soviética y un conde francés, que tiene lugar en París:
       Ante la negligencia de los tres representantes rusos, Iranoff (Sig Ruman), Buljanoff (Felix Bressart) y Kopalski (Alexander Granach), encargados de vender las joyas confiscadas a la gran duquesa Swana (Ina Claire), la comisaria soviética Nina Ivanovna Yakushova, Ninotchka (Greta Garbo), llega a la ciudad para supervisar dicha venta. Una vez instalada, Ninotchka se enamora del conde León D’Algout (Melvyn Douglas), sin saber que es el representante y amante de la duquesa. El conde produce en ella tal efecto que Ninotchka se relaja en el cumplimiento de sus funciones, lo que aprovechará la gran duquesa para arrebatarle las joyas. Pero, Swana, más interesada en recuperar a D’Algout, devuelve las gemas a Ninotchka a cambio de que regrese a Moscú de inmediato. Abandonado por Ninotchka, León, perdidamente enamorado, saboteará la nueva misión de los tres emisarios rusos en Estambul, con objeto de que Rusia vuelva a enviar a Ninotchka a poner orden. Juntos de nuevo, León advierte a Ninotchka que, si no permanece a su lado, saboteará, una, tras otra, todas las expediciones de su gobierno. La respuesta de Ninotchka es toda elocuencia: “Nadie dirá nunca que Ninotchka fue una mala patriota”.
       Burlarse del socialismo en un país como Norteamérica siempre es ganarse las simpatías del público, algo muy conveniente cuando se trata de una comedia, pero ¿cuál es el tema central de Ninotchka? ¿Ridiculizar la sociedad y los ideales comunistas haciendo propaganda contrarrevolucionaria? Al primer vistazo podría parecerlo, puesto que la película caricaturiza el temperamento de la mujer soviética, mostrando a Ninotchka como una mujer árida, rígida y amargada; pero, lo cierto, es que, si se piensa con detenimiento, la visión de la mujer capitalista, representada por la gran duquesa Swana, sale aún peor parada, porque se nos muestra superficial, arrogante y carente de escrúpulos. Al profundizar en el verdadero tema de la película, nos encontramos con todo un alegato contra el fanatismo, en cualquiera de sus manifestaciones ―ya sean socialistas o capitalistas―, y contra la pérdida de libertad que dicho fanatismo conlleva.
       El viaje de Nina Yakushova a París no es sólo un viaje hacia la libertad, la alegría y el amor ―ése cuyo concepto ella tanto desprecia (“El amor es una denominación romántica dada a un ordinario proceso biológico, mejor dicho, proceso químico. De él se han escrito muchas tonterías”), sino que es un viaje de la escases, la represión y el sacrificio, a la abundancia, la absolución y la felicidad; o sea, a la libertad del alma. Esa visión negativa que Ninotchka tiene de la vida, y que la película presenta como el fruto de las doctrinas socialistas, resulta deprimente y despierta nuestro rechazo y nuestra compasión, que es exactamente lo que se pretende.
       “Ninotchka: Soy feliz, León, nadie puede ser tan feliz sin recibir un castigo. Yo seré castigada”.
       Desde el momento en que empieza a disfrutar de la vida y a ser ella misma, Ninotchka, educada para renunciar a sus propios intereses para satisfacer los del pueblo ruso, comienza a sentirse atormentada por la culpa y cree merecer un correctivo. El ritual de fusilamiento que León representa para ella la noche de la borrachera ―cuando le venda los ojos y descorcha el champán para simular un disparo― supone una liberación para Ninotchka, que se desploma lo mismo que si hubiera sido fusilada y, con ella, siente que ha muerto también su culpa y su resistencia a disfrutar de la vida con total intensidad. León ha liberado su mente de las ataduras de su ideología, ahora sí puede ser libre.



       De regreso a Moscú, Ninotchka sigue siendo leal a su patria, al partido y a sus ideales, pero ya no la dominan haciendo de ella un robot. Ahora, Ninotchka es más humana, puede permitirse intercambiar confidencias con su compañera de habitación o disfrutar de una sencilla tortilla en compañía de sus tres camaradas, porque ahora es una comunista libre. Ya no es una mujer resentida con el mundo, se ha reconciliado consigo misma y con toda la humanidad. Ahora, Ninotchka, incluso en Moscú y renunciando a su amor por León, puede ser feliz. Para ser una buena revolucionaria, le faltaba a Ninotchka el amor, la cualidad más importante de un verdadero revolucionario, según el Ché Guevara. Ahora que ha conocido el amor, Ninotchka puede ser una buena revolucionaria y una rusa mejor.
       Pero, aunque sea el amor el que va gestando poco a poco la liberación de Ninotchka, su auténtica transformación se produce en el momento en que ríe por primera vez, lo cual supone todo un homenaje ―del mismo calibre al que ya hiciera Preston Sturges en “Los viajes de Sullivan”― al valor terapéutico de la risa y por extensión al de la comedia. La famosa carcajada de Greta Garbo en Ninotchka tiene lugar cuando el espectador lleva ya un buen rato riéndose y el hecho de que la “corta rollo” de la comisaria Nina Ivanovna Yakushova ―que desde que apareció en pantalla no ha hecho otra cosa que sembrar sentimientos de culpa en sus tres camaradas y, de paso, también en nosotros― sucumba a la risa, nos reconcilia con la vida y con nosotros mismos.



       Es más, el comunismo en la URSS empezó a desmoronarse el día en que la comisaria Yakushova empezó a reír y a ser, simplemente, Ninotchka, cayendo en la trampa del capitalismo, al comprarse un sombrero ridículo y encantador. Y cuando, una vez en Moscú, esa manzana podrida empezó a contaminar al resto de manzanas de su edificio, con su delicada y seductora ropa interior comprada en París, el final del comunismo en Rusia era inminente. Pero antes de caer en la decadencia, Ninotchka nos regaló frases inolvidables cargadas de verdad, sobre todo para las mujeres:

       “Ninotchka: No tenéis que darle importancia al sexo. Venimos a trabajar”.

       Eso mismo es lo que las mujeres tratan de hacer entender a los hombres desde que empezaron a acceder al mundo laboral. Y como algunos son duros de mollera, la frase sigue vigente.

       “Ninotchka: He oído hablar de la arrogancia del varón dentro de la sociedad capitalista, como suele ser el que se gana la vida, se figura que es superior... El tipo de usted pronto desaparecerá.”

       Hoy en día, al ver el espeluznante número de mujeres que mueren al año a manos de sus compañeros sentimentales, se podría decir que todavía hay muchos que continúan creyéndose superiores y se resisten con uñas y dientes a desaparecer.

       ¿Y cuántas veces, en un bar, no nos gustaría haberle soltado al pesado de turno esa pregunta que Ninotchka le hace al conde León D’Algout cuando se conocen en la calle?

       “Ninotchka: ¿Es necesario que flirtee?
       León: No estoy obligado, pero lo hallo natural.
       Ninotchka: Absténgase.”

       Dudo mucho que Lubitsch, o sus tres coguionistas: Billy Wilder, Charles Brackett y Walter Reisch, tuvieran la intención de hacer de Ninotchka una feminista, pero, lo cierto es que resultó serlo y eso forma parte de su encanto para nosotras. Para la mayoría de los espectadores varones, sin embargo, el personaje de Ninotchka no es más que una parodia de la mujer comunista rusa, una mujer seca, intransigente y pragmática, y, sí, es todo eso, pero también es una mujer inteligente, eficiente, trabajadora, fiel a sus ideales, curiosa, observadora y ¿quién lo iba a decir? tierna y compasiva.

       La interpretación de Greta Garbo en "Ninotchka" es, como su personaje, admirable y conmovedora y tan magnética como la mayoría de sus apariciones en la gran pantalla. Cuando la Garbo se muestra más fría, es cuando más nos hace reír y cuando arde en llamas, conquista nuestro corazón. Magníficamente iluminada por William H. Daniels ― director de fotografía que, con su dominio del blanco y negro, contribuyó a crear la fascinante imagen cinematográfica del rostro de Greta Garbo― Ninotchka luce igual de bella e interesante con su atuendo de comisaria que con su resplandeciente traje de noche.
       Pero ¿y qué pasa con el conde León D’Algout, antagonista de Ninotchka y magistralmente interpretado por Melvyn Douglas? Pues que aporta uno de los aspectos más enternecedores, interesantes y divertidos de la película: la fascinación de un conde indolente y cínico por una mujer fría y pragmática. Y cómo se deja arrastrar, por ese embeleso, hacia las ideas socialistas, hasta el extremo de que su viejo mayordomo Gastón se siente obligado a hacérselo ver y, entonces, León, con una gracia infinita, le acusa de “reaccionario”. Ja, ja, ja... Para un hombre como León, Ninotchka es una mujer admirable, diferente a todas las que ha conocido, y no han sido pocas. Por ella, León pierde la cabeza, por las otras, sólo pierde el tiempo.

       “León: Me deja confuso, me espanta, pero me fascina...”

       León quiere ser como Ninotchka, esa mujer, que siempre piensa en el bien común y que desprecia la inútil existencia de los de su clase. Ninotchka despierta un profundo amor en León, quizás porque, en el fondo, él mismo también desprecia su frívolo modo de vida y esa superficialidad en la que pasa sus días, y que tanto gusta a las mujeres con las que suele relacionarse. Cuando Ninotchka le pregunta por su ocupación, León es sincero, pero a pesar de la despreocupación con la que contesta, se intuye que no debe sentirse muy orgulloso de sí mismo:
     “León: ¿Mi profesión? Conservarme sano de cuerpo, limpio de imaginación y calmar al casero. Eso me ocupa todo el día.
       Ninotchka: Y en bien de los hombres, ¿qué hace?
       León: Por los hombres no hago gran cosa, pero con las mujeres, mi récord no es nada malo.
       Ninotchka: Es usted algo que no tenemos en Rusia.
       León: Gracias.
       Ninotchka: Es por lo que creo en el porvenir de mi nación”.


       León bromea todo el tiempo acerca de sí mismo, sin embargo, desea cambiar, ser mejor para merecer el amor, el respeto y la aprobación de Ninotchka ―incluso empieza a hacer su cama por las mañanas―... Por eso, cuando ella se muestra interesada en él, sexualmente, sin disimulos ni fingimientos, ―algo muy propio de las mujeres Lubitsch― y cuando, más tarde, con la misma sinceridad le confiesa que le ama, León se siente capaz de todo. De manera que, cuando Ninotchka abandona París, decide ir tras ella hasta la mismísima Rusia. Como es natural le niegan el visado, un conde en un país comunista, ¿dónde se ha visto cosa igual? Entonces, León monta en cólera y, tras vanos intentos de convencer al funcionario ruso para que le de el visado, termina por darle un puñetazo. El eficiente funcionario, desde el suelo y medio grogui, le repite, una vez más: “No hay visado”. Pero León no se rinde, porque Ninotchka le ha echado a perder su vida, ya no puede vivir de la misma manera ociosa y sin fundamento, necesite su musa y necesita demostrarle que él es un hombre capaz de hacer cosas por el bien de los demás, un hombre que merece salvarse de la extinción que ella le pronosticó cuando se conocieron. También León ahora se ha liberado. Gracias a Ninotchka, es un hombre nuevo, más sabio, más justo y más consciente de que la libertad entraña responsabilidades. Es un hombre dueño de sí mismo y un verdadero demócrata.

       Melvyn Douglas resulta totalmente creíble en el papel de bon vivant y también en el de ferviente enamorado de Ninotchka, su simpatía natural consigue que la ironía y el buen humor de D’Algout nos conquisten por encima de su descomunal cara dura.

       Respecto a lo que algunos han creído ver en “Ninotchka”, una historia de amor entre contrarios, albergo ciertas dudas, porque, si bien, los amantes proceden de sociedades y culturas diferentes, lo cierto es que tienen muchas cosas en común, la seguridad en sí mismos, la testarudez, la pasión, la curiosidad, la entereza y la integridad, sí, incluso el sinvergüenza de León es un hombre honrado en su fuero interno, incapaz de cualquier vileza, aunque sea capaz de muchas triquiñuelas. La tierna complicidad y la compenetración que surge entre ambos personajes, a pesar de sus diferencias, traspasa la pantalla a lo largo de toda la película: en la escena en la que se conocen en la calle, en la escena del beso, en la escena del restaurante y, ¿cómo no?, en la de la borrachera. Los diálogos entre la pareja son en todo momento divertidos, inteligentes e irónicos, lo mismo que si estuvieran compitiendo por ver quién es más ingenioso de los dos. Por todo ello, más que una historia de amor entre contrarios, “Ninotchka” resulta un duelo entre iguales, que se reprochan, el uno al otro, las diferencias que los separan y que ambos desearían eliminar de un plumazo para poder celebrar lo mucho que les une:

       “León: ¡Usted analiza todo hasta disolverlo y me analizaría a mí hasta disolverme, pero no la dejaré!”

       “Ninotchka: No es que yo le reproche su frivolidad, como materia básica, quizás no sea usted malo, pero es usted el producto desafortunado de una cultura caduca. Siento mucha lástima por usted”.

       Por su parte, Billy Wilder, como guionista, deja sentir, claramente, la sombra de su corrosivo humor en cada uno de los diálogos de la película:

       “Swana: ¿Dónde te metiste anoche?
       León: Estuve velando por tus intereses.
       Swana: ¿Ganaste?”

       Wilder retomaría la sátira del socialismo y la técnica del “pez fuera del agua” ―coger un personaje y ponerlo en un lugar donde no encaje―, empleadas en “Ninotchka”, en su película “Un, dos, tres”, donde Ninotchka pasaría a ser Otto, una especie de “Ninotchko”, un socialista alemán, que se enamora de la hija de un magnate de la Coca - cola. También volvería a usar un trío cómico de secundarios comunistas, que como Iranoff, Buljanoff y Kopalski caen fascinados ante el capitalismo y la libertad, sobre todo sexual, que proporciona la democracia. “Un, dos, tres”, siendo una de las comedias más divertidas de Billy Wilder, es menos elegante que “Ninotchka”, pero, a cambio, su humor resulta mucho más caustico, como su director, y su ritmo endiabladamente frenético.



       También Rouben Mamoulian dirigiría en 1957, una adaptación musical de “Ninotchka”, interpretada por Cyd Charisse y Fred Astaire, nada que ver, en este caso, con la película de Lubitsch, pero un buen espectáculo basado en la versión musical que Cole Porter hizo de “Ninotchka”.

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