martes, 3 de abril de 2018

LUBITSCHMANÍA 1

“SER O NO SER” (1942) de Ernst Lubitsch



   La primera carcajada, que provoca esta obra maestra de Lubitsch, ocurre en el primer minuto de metraje, Hitler aparece en la pantalla mirando el escaparate de una tienda de Varsovia en el año 1939, unos meses antes de la ocupación nazi, y la voz en off del narrador se extraña de que se trate del escaparate de una carnicería ya que…

       “Hitler es vegetariano, aunque no siempre se aviene a su dieta, a veces se la salta y se come países enteros”.

       Con esta brillante obertura el espectador comprende en seguida que la historia le hará reírse del nazismo y se prepara para la diversión con una sonrisa de complicidad en lo más hondo de su alma. Inmediatamente después, se desvela que, en realidad, no se trata del verdadero Hitler, sino de un actor que interpreta a Hitler en la comedia “Gestapo”, parodia del nazismo que una compañía polaca está a punto de estrenar en un teatro de Varsovia. De manera, que la película, además de pitorrearse de los nazis, lo hará desde el mundillo teatral, con todo lo parodiable que eso conlleva: celos profesionales, rencillas, infidelidades, ambición, competitividad, vanidad, inseguridad... Y con todo lo que conlleva de humano: tolerancia, liberalidad, compasión y solidaridad. También hay que sumar a todo eso que cuando los actores interpretan, en la ficción, a personajes que son actores suelen realizar grandes trabajos, quizás por ser la profesión que mejor conocen de todas, y, en efecto, ese es el caso de la película que nos ocupa, donde todo el elenco, desde los protagonistas, Jack Benny y Carole Lombard, hasta los secundarios más secundarios de todos los secundarios parecen estar en constante estado de gracia a lo largo de todo el film. Sólo por eso ya merecería la pena disfrutar de la película, pero “Ser o no ser” es mucho más que una cinta cargada de buenas interpretaciones, en ella todo parece calculado al milímetro, incluso la elección del título, el famoso “Ser o no ser” del monólogo de “Hamlet” ―obra que la compañía polaca repone al prohibírsele el estreno de “Gestapo”―, resulta ejemplar, pues, como veremos, el protagonista del film, el actor Joseph Tura (Jack Benny), se dedica a lo largo de toda la historia a eso mismo, a ser quién no es. Y lo hace como nadie. En mi opinión, uno de los mayores alicientes de la película es contemplar de principio a fin y de carcajada en carcajada las peripecias y reacciones de Tura, personaje que parece hecho a medida de Jack Benny. Aunque, en realidad, todos los personajes están perfilados con absoluta maestría para conseguir orquestar una delirante comedia, en la que unos indefensos cómicos se verán envueltos, tras la ocupación, en una trama de espionaje perpetrada por los nazis para acabar con la resistencia polaca y, a pesar de que el tópico de la cobardía de los actores es archiconocida en el mundo entero, todos los miembros de esta compañía arriesgarán sus propias vidas para salvar a su patria, convirtiéndose en auténticos héroes haciendo lo que mejor saben hacer, fingir ser quiénes no son. Al fin y al cabo, no hay nada como ser ocupados por un país extranjero para que a todos se nos despierte la vena patriótica, de eso los españoles sabemos algo.

       Cabe señalar que la ocupación de Polonia por los alemanes tuvo lugar, tan solo, tres años antes del estreno de la película en 1942, toda una osadía por parte de Lubitsch atreverse a estrenar una comedia sobre un tema tan delicado cuando aún estaba al rojo vivo. El guión que escribió Lubitsch, en colaboración con Edwin Justus Mayer, está basado en un relato del escritor húngaro, nacionalizado estadounidense, Menyhéit Lengyel y, aunque para algunos tomarse a broma algo tan terrible como el nazismo pueda resultar censurable, no hay que olvidar que ante el horror, el único recurso del ser humano para seguir sintiéndose libre, a menudo, suele ser la risa, Roberto Benigni así nos lo demostró en “La vida es bella”, y antes que él, el maestro Chaplin en “El gran dictador”; además, el mismo Lubitsch era de origen alemán y tenía raíces judías, ¿quiénes somos nosotros para reprobar a un judío tomarse a broma el nazismo?

       De cualquier forma, “Ser o no ser” constituye uno de los guiones de comedia más perfecto que se hayan escrito jamás y eso nadie podrá cuestionarlo. ¿Qué la hace tan fascinante y divertida? Para empezar, el humor que inunda la película es de una sutil y descarnada ironía, de una elegancia sublime, incluso en los momentos en los que se bromea con los eternos dramas que atormentan al ser humano se hace con una exquisitez perfecta. Tampoco podemos dejar de mencionar la impecable estructura del guión, con una trama principal sugerente y divertida: unos cómicos polacos a quiénes se les prohíbe parodiar a los nazis en el teatro, terminan por burlarse de ellos en la vida real, aprovechando el vestuario, el atrezzo y los parlamentos que ya tenían memorizados. Por si esto fuera poco, la estructura está apuntalada con fuerza por una subtrama delirante: los sucesivos altibajos por los que atraviesa el matrimonio Tura ―formado por la pareja de actores principales de la compañía― a causa de la vanidad de él y de la coquetería de ella. Ese estoicismo con el que Tura acepta cada uno de los reveses de la fortuna de estar casado con una de las mujeres más deseadas de Varsovia despierta nuestra admiración y simpatía, porque burlándose de sí mismo y de sus tronchantes infortunios, Joseph Tura nos enseña a vivir. Los impagables diálogos del matrimonio Tura, acerca del adulterio de María, se suceden a lo largo de toda la cinta arrancándonos multitud de carcajadas con las desternillantes situaciones a que da lugar el triángulo amoroso entre el matrimonio y el joven piloto Sobinski, amante de María. Cuando María Tura le pide al piloto que acuda a su camerino mientras su marido se encuentra en escena declamando el famoso “Ser o no ser”, comete una doble traición hacia su esposo, la conyugal y la artística, y de las desesperadas palabras con las que el señor Tura interroga a su mujer, podemos deducir cuál de las dos le resulta más dolorosa:

       “¡Dime la verdad, ¿le dijiste tú a ese joven que se levantara en mitad de mi monólogo?!”


      Para ese “gran, grandísimo actor polaco”, como él mismo se define en varias ocasiones a lo largo del film, la traición de su mujer como compañera de escena es imperdonable, lo otro… puede pasar. Después de todo, como afirma la asistenta de María: “Lo que un marido no sabe, no le hace daño a su mujer.” La vanidad de Tura se ve atormentada, además, por el éxito de su esposa como actriz, muy superior al suyo; pues mientras ella es una estrella en Varsovia, a él nadie le recuerda. Este martirio hace que Tura se sienta muy inseguro respecto a su propia valía, a pesar de poseer un gran talento como actor, como lo demuestra al usurpar sucesivamente la identidad de dos personajes del nazismo, el coronel Ehrhardt, que tiene sojuzgada a toda Varsovia, y el profesor Siletsky, el espía que trabaja para los alemanes conspirando contra la resistencia polaca. Yo no sabría decir en cual de los dos resulta Jack Benny más convincente o divertido. Aunque, sin duda, uno de los momentos más geniales de la película se produce cuando Tura, haciéndose pasar por Siletsky, está a punto de ser desenmascarado por los nazis, que acaban de encontrar muerto al verdadero Siletsky y de forma maquiavélica le hacen esperar en una sala en la que han puesto el cadáver. Tura, haciendo gala de sus dotes para la improvisación, afeita la barba al muerto y le pega una postiza para hacer creer a los alemanes que el impostor era él, después, aparentando una absoluta tranquilidad, sale de la sala y les espeta con total sangre fría:

       “Perdonen, pero ¿van a tardar mucho? Es que quería mantener una conversación con su amigo, pero, al parecer, está un poco muerto...”

       El personaje de Joseph Tura es un digno representante del protagonista masculino que suele aparecer en las películas de Lubitsch, un tipo elegante, ingenioso, atrevido, divertido, flemático e inmune al desaliento, pase lo que pase siempre consigue salir airoso de cualquier situación, por imprevista o peligrosa que pueda parecer, y lo hace con clase. Es el único tipo de hombre capaz de estar a la altura de la típica protagonista femenina de Lubitsch, y enamorarla.

       A su vez, la señora Tura es una de esas mujeres Lubitsch, encantadora, seductora, delicada, elegante, divertida y sin complejos; y por encima de todo sexualmente liberada; sí, las mujeres en las películas de Lubitsch demuestran estar interesadas por el sexo, sin ocultarlo... ¡Qué escándalo! Son mujeres que saben lo que quieren y la mayoría de las veces cómo conseguirlo, pero lo sepan o no, seguro que van a ir a por ello. Son unas mujeres tan adorables que todo lo que hacen siempre parece estar bien hecho, incluso cuando van en contra de la moral establecida, son unas damas y hay que tratarlas como a tales. Parecen estar por encima de tabúes y convencionalismos hasta tal punto que, sorprendidas en una infidelidad, se comportan como si no hubieran roto un plato y son tan divinas que ¿qué pueden hacer ellos sino sucumbir a sus encantos y aceptar lo que sea con tal de seguir disfrutando de su embrujo? Capaces de enloquecer al mismísimo Gary Cooper (“La octava mujer de barba azul”), volver comunista a Melvin Douglas (“Ninotchka”) o, como en la película que nos ocupa, hacer que Jack Benny se enfrente a la plana mayor del ejército nazi, nadie puede resistirse a ellas.

       Pero si tuviera que explicar qué es lo que más me gusta de “Ser o no ser”, tendría que reconocer que es el hecho de que, como a veces sucede en la vida real, una situación dramática se convierta en el detonante que pone en marcha una cadena de sucesos que desembocará en la realización de un deseo profundo. Y así, todos los personajes de la compañía encuentran en la peligrosa aventura del espionaje su momento de gloria:

       El secundario Greenberg (que, con su obsesión por arrancar una carcajada al público, repite sin cesar sus dos coletillas: “La carcajada será estruendosa” o “No hay por qué menospreciar una carcajada” esta última constituye, en mi opinión, la frase más lúcida de toda la película―) cumple su conmovedor anhelo de encarnar a Shylock, en el teatro, interpretándolo ante la plana mayor de la Gestapo.
       María Tura, además de divertirse con un joven piloto “capaz de lanzar tres toneladas de dinamita en dos minutos”, cumple su deseo de contribuir a la libertad de su patria, seduciendo para ello a todo el ejército alemán.

       Joseph Tura, logra convertirse en ese “gran, grandísimo actor” que siempre quiso ser, engañando con sus interpretaciones a los mismísimos oficiales nazis.

       El joven piloto Sobinski, deslumbra a su amada señora Tura convirtiéndose en héroe al matar al espía nazi, Siletsky.

       Y, en general, se podría decir que todos los miembros de la compañía alcanzan la gloria contribuyendo a salvar a su patria. Final feliz donde los haya, como debe tener cualquier comedia que se precie.

       Supongo que muchos estarán esperando a que hable del famoso “toque Lubitsch” antes de terminar, pero me temo que voy a defraudarles, porque debo admitir que, a pesar de haber leído y oído hablar mucho al respecto y aunque creo saber lo que es, no sabría cómo explicarlo, es una de esas cosas que una comprende pero es incapaz de expresar con palabras. ¿Es una pulla, una mofa, un comentario sarcástico? Nadie lo sabe, pero aún así, voy a citar algunos momentos hilarantes del film que dan ejemplo de ese “toque” a la perfección:

       El fallido intento de suicidio del coronel Ehrhardt ocurre tras una puerta cerrada ―por algo Mary Pickford llamó a Lubitsch “director de puertas”―, el público oye el disparo y cree que el coronel se ha matado, pero enseguida se escucha el aullido de Ehrhardt, al otro lado de la puerta, llamando al subalterno al que siempre culpa de todo: “¡Schultz!... ¡Schultz!...” y se comprende que el coronel ha fallado el tiro, es un inútil hasta para matarse.
       Tura descubre dormido en su cama a un joven y cree reconocer en él al piloto que sale del teatro cada vez que él empieza su monólogo. Para asegurarse de que se trata de la misma persona, se acerca a su oído y le dice: “Ser o no ser” y entonces, el joven se levanta medio dormido para irse.
       El coronel Ehrhardt pretende disfrutar de los encantos de María Tura y, en ese momento, un actor, disfrazado de Hitler, llega para recogerla, abre la puerta, se asoma y al ver allí a Ehrhardt se va. Ehrhardt lo toma por el verdadero Hitler y teme haber caído en desgracia al haber querido seducir a la amante del Führer. María aprovecha la confusión para salir huyendo del acoso del coronel al grito de: “Mein Führer, mein Führer...” 



       Desternillante...

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