jueves, 28 de febrero de 2019

CAPRAMANÍA 3

“JUAN NADIE” (1941) de Frank Capra

       

En “Juan Nadie”, el cineasta italoamericano, Frank Capra reflexiona, una vez más, sobre dos de las ideas más recurrentes de su filmografía: la exaltación de la gente sencilla como motor capaz de cambiar el mundo y la manipulación, por parte de los poderosos, del ciudadano medio con fines políticos. Capra tenía una fe absoluta en el individualismo como medio para alcanzar el éxito. Para él, una persona con empuje suficiente, trabajando duro y confiando en sí mismo podía alcanzar cualquier objetivo. “Juan Nadie”, en los años previos a la segunda guerra mundial, supone la defensa de la honestidad y generosidad de los hombres y mujeres sencillos frente al terrorífico egoísmo de la amenaza fascista. Capra se erige, así, en el valedor, en las pantallas, de todos aquellos que luchan y tienen esperanza. Esta es la historia del esfuerzo de todos ellos.

       El Juan Nadie al que se refiere el título de la película, es decir, John Doe, es un hombre ficticio creado por la periodista Ann Mitchell (Barbara Stanwyck), tras ser despedida por el señor Connell (James Gleason), el nuevo redactor jefe, “de alto voltaje”, del periódico para el que trabaja. Ann decide utilizar su último artículo para crear la carta falsa de un supuesto ciudadano, llamado John Doe, que dice estar dispuesto a suicidarse, saltando de la torre del ayuntamiento, para denunciar la situación de paro que atraviesa el país. La carta provoca un gran revuelo en toda la ciudad, de manera que el señor Connell readmite a Ann y acepta su idea de dar un rostro al tal John Doe para seguir sacándole partido, mediante una sección llamada “Yo protesto”, escrita por Ann y firmada por John Doe. La identidad de este hombre de papel terminará siendo asumida, ante el mundo, por el vagabundo “Long” John Willoughby, jugador de béisbol, retirado del campo de juego por una lesión, que, gracias a su genuina honestidad, conseguirá inspirar a las masas para luchar por un mundo mejor. Y así, comienzan a surgir, de manera espontánea, los llamados “clubes John Doe”, donde los ciudadanos sencillos se dedican a conocerse y a ayudarse los unos a los otros. D. B. Norton (Edward Arnold), magnate y nuevo dueño del periódico, decide financiar dichos clubes por todo el país con la intención, solapada, de conseguir los votos de todos sus miembros, cuando anuncie su candidatura a la presidencia, respaldado por el mismísimo John Doe. Pero cuando John Willoughby, a esas alturas perdidamente enamorado de Ann, descubre el verdadero propósito de Norton, se niega a colaborar. Entonces, Norton hace público que John Doe es un impostor llamado John Willoughby y todo el movimiento John Doe se derrumba de la noche a la mañana. Los clubs John Doe desaparecen y John Willoughby, despreciado por el pueblo y decepcionado por Ann, a la que cree cómplice de Norton, vuelve a dormir debajo de un puente. Hasta que el día de Nochebuena reaparece dispuesto a cumplir su promesa de saltar del ayuntamiento, para conseguir, con ese gesto, que el movimiento John Doe reviva de sus cenizas.


       John Doe supone la representación de un hombre perfecto, en su amor y bondad, dispuesto incluso a inmolarse por la salvación de los demás. Un hombre inspirado en el mismísimo Jesucristo. Así lo declara la propia Ann Mitchell en su discurso final.

       “Ann: John, mírame, quieres ser honesto, ¿verdad? Bien, pues no tienes que morir para que la idea de John siga viva. Ya ha muerto alguien por eso, el primer John Doe y Él ha hecho que esa idea siguiera viva durante dos mil años. Fue Él quien la mantuvo viva en ellos y Él la mantendrá viva para siempre. Por cada movimiento John Doe que estos hombres exterminen, nacerá uno nuevo, es la razón de que las campanas toquen. Están diciendo que no nos rindamos, que sigamos luchando, que sigamos trabajando.”

       Asimismo, el movimiento John Doe, nacido de forma espontánea por los seguidores de John Doe, simboliza la religión cristiana, nacida tras la muerte y resurrección de Cristo. Y por extensión, representa también cualquier movimiento que nazca espontáneamente del pueblo, a raíz de cualquier injusticia. Y el movimiento John Doe ―entiéndase la religión cristiana―, es imparable; así lo declara John Willoughby en un discurso pronunciado en la casa del magnate D. B. Norton, en la que irrumpe, sin ser invitado, al descubrir que los peces gordos de Nueva York planean utilizar el movimiento John Doe para influenciar al pueblo en su propio beneficio:


       “John: La idea de John Doe puede ser la respuesta. Puede que sea la única cosa capaz de salvar este mundo disparatado. Y ahora ustedes se sientan en sus armatostes y me dicen que van a acabar con ella si no pueden utilizarla. ¡Bien! ¡Pues, adelante, inténtenlo! ¡No podrían hacerlo ni en un millón de años, con todas sus emisoras y con todo su poder! ¡Porque es mayor que la cuestión de si soy o no un impostor, más que sus ambiciones y que todas las pulseras y abrigos del mundo!"

       Capra acostumbraba a reflejar en sus películas los problemas de la sociedad de su época, que tanto le preocupaban, la gran crisis y todo lo que dejó a su paso, depresión, desesperación, paro, pobreza, amenaza fascista, etc. Por eso la temática de sus films parecía apoyar el “New deal” (programa de reforma económica - social para combatir los efectos de la gran crisis del 29) del presidente F. Roosevelt. Pero lo cierto es que Capra, a pesar de apoyar la teoría del “New deal” estaba en contra del intervencionismo del Estado en todos los órdenes de la vida, que este programa defendía, pues el realizador creía, por encima de todo, en el valor del individuo frente a la masa y así lo demostraba en sus películas, donde defendía el esfuerzo del pueblo trabajando por superar la crisis, sin intervenciones políticas que lo estorbasen, pues Capra era más partidario de soluciones basadas en los valores humanos y en la fe religiosa.

       Quizás por esta preocupación de Capra en la situación de su país, “Juan Nadie” sea una película de grandes discursos, discursos de esos que tanto le gustaban a este director. Discursos humanitarios, llenos de fe y esperanza en un mundo mejor y también discursos que nos hablan del patriotismo e incluso de la amenaza del totalitarismo, tan real en la década de los cuarenta. Y así, todos los personajes principales que aparecen en el film, la gente sencilla, los poderosos, los canallas, los escépticos y desencantados y los que aman a su patria disponen de una parte del metraje para exponer sus convicciones sociales, sean acertadas o no. El primer discurso de John Doe en la radio, dirigido a todos los John Doe del mundo, es, probablemente, el más emotivo de todos los discursos de la película:

       “John: En nuestra lucha por la libertad, hemos sido derrotados, aunque siempre nos hemos recuperado, porque somos el pueblo y somos duros. Ellos han empezado con una charla sobre la gente libre que se ablanda, no podemos aceptarlo, es un montón de tonterías. La gente libre puede ganar al mundo por nada, desde la guerra hasta las competiciones, y todos vamos en la misma dirección.”

       También los poderosos tienen sus discursos en esta película, y es D. B. Norton quien los pronuncia, en nombre de todos ellos, un tipo poseedor de un cuerpo de guardia privado, con ambiciones de dominio y codicia, y capaz de invertir grandes fortunas en pos de su objetivo personal, alcanzar la presidencia.

       “Norton: Estos son tiempos atrevidos, señor Bennett, estamos llegando a un nuevo orden de cosas. Se está hablando demasiado por todo el país, se han hecho demasiadas concesiones. Lo que el pueblo necesita es una mano de hierro. ¡Disciplina!”

       El mensaje del señor Norton, a lo largo de la película, es maquiavélico, auto exculpatorio y manipulador. Y, tal y como acostumbran a hacer los políticos, casi nunca defiende una postura sino que se limita a atacar la postura del contrario. Un discurso negativo en su esencia, que persigue enmascarar, con loables intenciones, la más siniestra ambición:

       “D. B. Norton: Estos caballeros y yo sabemos qué es lo mejor para los John Doe de América, sin tener en cuenta lo que piensan vagabundos como usted. Bájese de ese caballo justo y piense con sentido. Usted es el falso, nosotros creemos en lo que hacemos, a usted le pagaron treinta monedas de plata, ¿lo ha olvidado? Pues yo no. Usted es el falso John Doe y puedo probarlo. Es el gran héroe que se supone que va a tirarse desde grandes edificios, ¿lo recuerda? ¿Qué piensa que dirán sus maravillosos John Doe cuando averigüen que nunca tuvo la menor intención de hacerlo, que le pagaron para que dijera eso? Tendrá suerte si no le echan del país.”

       La defensa del ideal patriótico, en este film, a diferencia de lo que ocurre en otras películas del director italoamericano, en lugar de ser llevada a cabo por el protagonista del film, recae en un personaje secundario, que se define a sí mismo como “duro”. Se trata del señor Connell (James Gleason), jefe de redacción de “The bulletin”, periódico en el que trabaja Ann Mitchell y que él dirige con firmeza. Pero el “duro” señor Connell es un niño en lo que se refiere a su país.

       “Connell: Soy un niño para este país. Soy un niño para la bandera de la estrella brillante. Me gusta lo que tenemos aquí. Me gusta. Un tipo puede decir lo que quiera y hacer lo que quiera sin que tenga una bayoneta metida en su estómago. Y todo eso está bien.
       John: Ya lo creo.
       Connell: Sí, no queremos que venga nadie y cambie eso, ¿verdad?
       John: No, señor.
      Connell: Muy bien. Cuando lo hagan, me volveré loco, completamente loco. Y hoy, John, estoy que echo chispas. Estoy loco por un montón de tipos que quedaron detrás de mí. Estoy loco por un tipo llamado Washington y otro llamado Jefferson, y Lincoln. Son faros, John, faros en un mundo nebuloso.”


       Capra hace recaer el espíritu patriótico en un personaje diferente a su protagonista, tal vez, porque pensó que para defender un país se necesitaba alguien un poco más duro, o más veterano, que el bondadoso John Willoughby o, quizás, quiso quitar cualquier rasgo político de la figura de John Doe, como ya hiciera Jesucristo consigo mismo, cuando declaró que no había venido al mundo para liberar a los judíos del imperio romano. John Doe tampoco nace para liberar a los Estados Unidos de los políticos corruptos, sino para enseñar a la gente a amarse los unos a los otros, que es donde radica su verdadera fuerza.

       “John: Sí, amigos míos, los humildes podrán heredar la tierra cuando los John Doe empiecen a amar a sus vecinos. Es mejor empezar ahora mismo, no esperéis a que hoy se haga de noche. Despierta, John Doe, eres la esperanza del mundo.”

       Y por último, cabe destacar el discurso del Coronel ―mejor amigo de John―, interpretado con absoluta convicción por el genial Walter Brennan, en el que Capra nos enseña, en tono de humor, cómo la sociedad de consumo, que hemos ayudado a construir entre todos, nos termina convirtiendo en unos idiotas.

       “El coronel: Coja un puñado de pasta y ¿qué pasa? Esas personas encantadoras y maravillosas se convierten en unos idiotas. ¡Un montón de idiotas! Empiezan por acercarse a usted, intentan venderle algo. Tienen manos largas y quieren estrangularle. Usted se retuerce y los esquiva y grita e intenta quitárselos de encima, pero no tiene posibilidades. Lo primero que hace es poseer cosas, un coche, por ejemplo. Ahora toda su vida se complica con muchas cosas más, pagar derechos de licencia, la matrícula, gasolina y aceite e impuestos y seguros y documentos de identidad y cartas y facturas y neumáticos y abolladuras y multas y policías motorizados y audiencias y abogados y multas y un millón de cosas más. ¿Y qué pasa? Que no es el tipo feliz y libre que solía ser. Tiene que tener dinero para pagar todo. Así que va detrás de lo que otro consiguió. ¡Y ahí lo tiene, se ha convertido en un idiota!”


       Por otra parte, la película denuncia el uso de los medios de comunicación, por parte de algunos políticos corruptos, para conseguir votos, manipulando a los votantes sin ningún tipo de escrúpulo. Por eso, no es casualidad que, en la película, John Doe surja, precisamente, de las páginas de un periódico y alcance su fama a través de la radio. Al principio de la película, cuando Norton compra el periódico, Capra nos muestra cómo un operario taladra el antiguo eslogan del periódico en la fachada del edificio “Un periódico libre para un pueblo libre” para sustituirlo por el nuevo, “Un periódico moderno para una era moderna”. El cambio es toda una declaración de intenciones por parte del nuevo propietario.

       “Ann: Claro que es un pastel para mí, lo admito; pero también es una suerte para alguien como el señor Norton, que intenta cargarse la política nacional. Para eso quería un periódico, ¿no?, quería conectar con mucha gente. Bien, pues lleve al señor Doe a la radio y podrá conectar con ciento treinta millones. Puede decir lo que quiera que ellos le escucharan. Olvidemos al gobernador, al alcalde y a todos los pececillos como esos. Si da un golpe aquí, lo podrá hacer en cualquier parte del país. Y usted estará al mando, señor Norton.”

       El guión, basado en la historia “The life and death of John Doe” de Richard Connell y Robert Presnell, fue escrito por Robert Riskin, habitual guionista de Capra y autor también de “El secreto de vivir”, película de 1936 del director, en la que un hombre sencillo, bueno y libre, símbolo del americano medio, después de ser ridiculizado por una mujer en las primeras páginas de un periódico, para aumentar la tirada, llega a convertirse, gracias a su generosidad, en un símbolo para los más desfavorecidos. De la misma forma, John Doe es puesto en el candelero por Ann Mitchell, cuyos hilos maneja el poderoso B. D. Norton, que pretende usar a John Doe para hipnotizar al pueblo y llegar al poder. John Willoughby se estrella contra esta dura realidad, después de haber sido lanzado, por Ann, a un sueño de fraternidad.

Ambas películas narran la ascensión y caída de un hombre bueno, ambas se inspiran en la figura de Jesucristo y en ambas se nos muestra a la mujer como instigadora para que el hombre muerda la manzana. Sin embargo, Capra siempre termina redimiendo a sus “mujeres”, convirtiéndolas, al final, en las compañeras, fuertes y luchadoras, que el hombre honesto, que suele ser su protagonista, necesita a su lado para enfrentarse al mundo. Ann Mitchell, protagonista femenina muy del cine de Capra, es una mujer con empuje suficiente como para hacer que los hombres actúen. La mujer como fuerza impulsora de la sociedad es bastante frecuente en la cultura norteamericana y, como Ann, a veces, cegada por su propio entusiasmo, acaba perdiendo el norte. Ann, en su afán por conseguir la estabilidad económica que ella y su familia necesitan, cierra los ojos ante los posibles escrúpulos morales de haber hecho creer a los ciudadanos que John Doe era real.

       Barbara Stanwyck era la actriz perfecta para encarnar a este personaje de mujer decidida, apasionada y con carácter suficiente como para enfrentarse a los hombres tratándolos de igual a igual, por muy poderosos que fueran. Una actriz fogosa y sensible, de mirada indómita y llena de vida, con un desparpajo y un atractivo capaces de arrastrar a cualquier hombre hasta donde se propusiera. Su interpretación, al final de la película, de una mujer enfebrecida y desesperada, ante la idea de que el hombre que ama vaya a morir por su culpa, es conmovedora, llena de fuerza y vulnerabilidad al mismo tiempo.

       Del mismo modo, podemos afirmar que Cooper era el actor ideal para representar a John Doe, personaje capriano por excelencia. Héroe sencillo, líder de mujeres y hombres sencillos, la voz de todos aquéllos a los que nadie oye. Una voz que no puede callar porque es la voz de millones de gargantas que claman, en silencio, por sus derechos, por un mundo más humano y por la libertad. Cooper, excelente siempre en el papel de hombre honesto y típicamente americano, se gana la admiración de todas las mujeres, en cuanto aparece en pantalla, bajo el rol del irresistible vagabundo de atractivo rostro y grandes ojos serenos, desfallecido por el hambre.


       “Ann: Sabe que es usted guapo, ¿verdad?
       Carita de ángel: Sí, es precioso... Ja, ja, ja.”

       La apariencia confiable de Cooper le hacía idóneo para este personaje y él sabía sacarle partido mostrándose vulnerable, inocente y despistado, con ese aire tímido y amable que emanaba de su persona y que le hacía tan cautivador. El niño que Cooper nos presenta en la pantalla, tocando la armónica o jugando al béisbol con una pelota imaginaria, evoluciona, a lo largo de la historia, hasta convertirse en alguien muy parecido al verdadero John Doe de papel que Ann inventó, un hombre maduro, valiente, indignado con la política y decidido a todo por defender sus justos ideales, que son los de toda una nación. En la secuencia final, Cooper nos descubre a un hombre, desengañado, con la mirada sombría, el desencanto pintado en su cara, y con los labios apretados de pura determinación. Magnífica interpretación de un Gary Cooper en la cúspide de su carrera y a punto de ganar un Oscar por “El sargento York”.

       Como decíamos, “Juan Nadie” posee numerosos puntos en común con “El secreto de vivir”, pero está narrada con un tono menos humorístico, más sentimental y, en ocasiones, salpicada de esos toques melodramáticos, tan del gusto de Capra. Y es que si hay algún punto flaco en el cine de Capra, es su debilidad por el sentimentalismo y por el maniqueísmo congénito de alguno de sus personajes. Sin los momentos de melodrama extremo, la película ganaría en seriedad y su mensaje calaría más hondo. Puede que ese sea el fallo, el único fallo, del cine de tan gran realizador como Capra, su debilidad por los momentos lacrimógenos. Por fortuna, la mayoría de sus personajes principales tienen aristas, están bien construidos, son buenos reflejos de la complejidad del ser humano. John es un hombre honesto, pero está dispuesto a engañar a los lectores del periódico con tal de conseguir el dinero que necesita para operarse el brazo y volver al béisbol. Incluso, más tarde, arrepentido de haber firmado el contrato, está a punto de aceptar los cinco mil dólares que le ofrece el periódico de la competencia para contar que John Doe es un fraude. Eso le hace más creíble, como personaje, y no menos buena persona, ya que todos tenemos debilidades, admitámoslo. También Ann Mitchell está llena de contradicciones, mantiene a su madre y a sus hermanas pequeñas, y eso la honra, pero está dispuesta a cualquier cosa por mantener su empleo. Al fin y al cabo, las buenas personas son las que, al final, hacen lo correcto, aunque, a veces, se desvíen por el camino o tengan momentos de debilidad. Ambos se meten de lleno en el asunto John Doe por intereses personales, de carácter material, pero, se dejan cautivar por lo que ha surgido en el pueblo y están dispuesto a defenderlo hasta sus últimas consecuencias.


       Sin embargo, los personajes que de verdad hacen grande el cine de Capra son los personajes como el coronel, el más lúcido de todos los personajes ―a pesar de su machismo―, el más fiel a sí mismo y el que tiene un mayor conocimiento del género humano. Y aunque en la película se le tacha de huraño y se afirma que “odia a la gente”, es el mejor amigo de John, el único con el que siempre podrá contar y el único que sabe entrever el lío en el que se está metiendo.

       “Coronel: Por si me lo preguntas, este asunto de John Doe me parece un engaño.”

       Por el contrario, los personajes lacrimógenos y almibarados ―como los fundadores del primer club John Doe― son los que debilitan el cine de Capra y la razón por la que se le conocía con el apelativo de “la abuelita Capra”. Por eso no podemos dejar de sentirnos identificados con el coronel y su fiero escepticismo.

       “Coronel: Sí... “echad abajo las vallas”... ¡Ja!, porque si rompes un solo tablón, tu vecino te denunciará.”

       Es una lástima que, asimismo, el contenido religioso y sentimentaloide del cine de Capra distraiga la atención del espectador del extraordinario artesano cinematográfico que era. En “Juan Nadie”, Capra nos da una lección de cómo contar una historia en imágenes con la mayor emoción y la mayor belleza y dramatismo posibles en cada fotograma. Con planos de verdadero cine clásico, y encuadres de una belleza plástica que nos recuerdan las viñetas de los cómics. Con el plano de la silueta de John Doe, tras el cristal de la puerta de la azotea del ayuntamiento, Capra nos anuncia su presencia allí, anticipándonos su determinación a llevar a cabo el suicidio. Con las imágenes superpuestas de los pensamientos de John mientras éste pasea de noche por las solitarias calles de la ciudad nos transmite la soledad y la mortificación del personaje, tras ser abucheado y tachado de impostor por la multitud. Con la belleza de la lluvia, en la recepción del parque, cayendo sobre los paraguas de cientos y cientos de John Doe refuerza el dramatismo del momento en el que la cámara sigue al coronel abriéndose paso, entre la multitud, para ayudar a su amigo.


Con Ann tecleando, ávida de expresar con palabras los ideales de su difunto padre, junto a las imágenes de John dando conferencias en distintos lugares, nos informa, en una sencilla y eficaz elipsis, del tiempo que ella y John llevan de gira. Finalmente, con el primerísimo plano del pérfido D. B. Norton cuando comprende el increíble potencial de John Doe, después de ver el interés con que le escuchan los miembros de su personal de servicio, nos muestra con toda elocuencia el gesto malicioso del actor. Y con la excelente fotografía de George Barnes, en un romántico blanco y negro, nos deleita al tiempo que nos conmueve, porque hay que admitir que, aunque Capra tenga esa fastidiosa tendencia a ser melodramático por naturaleza, sabía cómo tocarnos la fibra sensible para hacernos soltar la lagrimita justo en el momento en que él quería y es que cuando el maestro Capra se proponía conmovernos, estábamos en sus manos.

       Pero ¿es “Juan Nadie” un drama o una comedia? Aunque el humor esté presente durante cada una de las secuencias del film y haya personajes cuya única función en la trama es hacernos reír ―como es el caso del divertido Beany (Irving Bacon), el hombre para todo de Connell―, el tono dramático prevalece sobre el cómico, porque la tragedia de los efectos devastadores de la gran crisis sobre la sociedad americana, junto a la inminente amenaza de la guerra y del totalitarismo en el mundo, se dejan sentir a lo largo de toda la película, ensombreciendo el tono humorístico tan característico del cine de Capra, convirtiendo, así, a “Juan Nadie” en un drama, de tono oscuro, con todas las de la ley. El drama de la soledad y el hambre de todos los John Doe y uno de los trabajos más sinceros y personales del realizador.


       “John: ¿Sabe? He estado observándolos y les he hablado. Puedo ver algo en sus rostros, puedo sentir que están hambrientos de algo. ¿Sabe lo que quiero decir? Quizás por eso vengan todos. Quizás estén solos y quieren que alguien les salude. Sé cómo se sienten. Yo he estado solo y hambriento prácticamente durante toda mi vida.”

       Capra parece querer despertar al pueblo para que luche por salir adelante con sus propios medios, desconfiando del apoyo y las promesas políticas. Este mensaje de Capra en 1941, cuando el mundo estaba amenazado por comunistas y fascistas, continúa siendo, hoy día, ante el desolador panorama de corrupción política internacional, un mensaje de plena actualidad. Defender la democracia y la libertad es lo que pretende hacer John Willoughby cuando decide suicidarse en Nochebuena, para enviar, con ese gesto, a todos aquellos que le han seguido, el mensaje de que ha sido engañado por D. B. Norton, para que abran los ojos y reaccionen. Pero este drama es un drama con final feliz. Y aunque Robert Riskin prefería el final original del suicidio, Capra se decidió por un final esperanzador, porque era su deseo apostar por el pueblo como fuerza capaz de levantarse y regenerarse ante cualquier adversidad. La frase final de la película, pronunciada por el coronel, así lo demuestra. Es una frase sencilla y rotunda:

       “Coronel: Ahí los tiene, Norton: ¡La gente! A ver si aprende.”