sábado, 31 de octubre de 2020

SAKSMANÍA 2

“LA EXTRAÑA PAREJA” (1968) de Gene Saks
        

       El periodista deportivo Oscar Madison (Walter Matthau), divorciado desde hace 
unos seis meses, acoge en su apartamento a su amigo Félix Unger (Jack Lemmon), redactor de noticias, cuando éste intenta quitarse la vida, después de que su mujer le eche de casa. Oscar no tardará en descubrir que su amigo Félix tiene un montón de manías que le irritan profundamente y que interfieren en su rutina diaria de una forma insoportable. Félix es un maniático de la limpieza y el orden, y está obsesionado con la cocina mientras que Oscar es sucio y desordenado, y la buena comida le importa un bledo. A pesar de todo, Oscar trata de sobrellevar las diferencias con su amigo, tratando de entretenerse con él. Sin embargo, no tarda en descubrir que Félix es un “pupas” que no para de lastimarse, además de un aguafiestas, que siempre termina fastidiando cualquier intento, por parte de Oscar, de divertirse —incluidas las tradicionales partidas semanales de póker con los amigos—. La difícil relación llega al límite cuando Oscar, que hace tiempo que no se relaciona con mujeres, propone a Félix cenar con un par de hermanas inglesas muy simpáticas, que viven en su mismo edificio. Al principio, Félix se niega porque sigue enamorado de su mujer; pero Oscar logra convencerle y Félix se ofrece a preparar la cena en casa. La noche con las chicas empieza mal, cuando Oscar llega un poco tarde y Félix se enoja, temiendo que la comida se eche a perder. Cuando las chicas llegan, Félix apenas participa en la conversación y cuando lo hace mete la pata hablando del tiempo. Al final, aunque Oscar y las chicas —conocidas como las hermanas periquito, por ser muy habladoras— bromean y ríen tratando de pasarlo bien, Félix termina convirtiendo la velada en un melodrama poniéndose a hablar de su divorcio y de su amada familia; pero, por increíble que parezca, a ellas les encanta el lacrimógeno sentimentalismo de Félix, de manera que, cuando la cena se quema en el horno, ellas les invitan a su apartamento a cenar. Oscar se entusiasma ante la prometedora idea de subir a casa de las chicas, pero, en el último momento, Félix se niega a acompañarlo y, tras pelearse con él, tratando de convencerlo, Oscar sube solo, sabiendo que, siendo tres, la cosa no prosperará. A partir del momento en el que Félix le arruina la oportunidad de ligar con alguna de las chicas, Oscar le declara la guerra a su amigo y le pide que no salga de su habitación, pero el tocapelotas de Félix lo provoca hasta hacerlo estallar y cuando estalla, Oscar, que ya no puede más, lo expulsa del apartamento. Antes de irse, Félix le echa una especie de maldición, haciéndole responsable de lo que pudiera ocurrirle. Algo que deja muy preocupado a Oscar, después de que sus amigos de póker le atormenten con la idea de que Félix pudiera quitarse la vida.

       En esta segunda película, Gene Saks continúa profundizando en las infinitas dificultades de las relaciones humanas, trasladando el problema de la convivencia, de una pareja romántica —examinada por el director en “Descalzos por el parque”— a la convivencia entre un par de amigos divorciados, que comienzan a vivir juntos para hacerse compañía y ahorrar gastos. Con esta comedia, Saks parece querer transmitirnos la idea de que la vida en común es dura para todos los seres humanos, no sólo para las parejas. Y que dos personas que comparten domicilio, tarde o temprano, terminan comportándose lo mismo que un matrimonio; pero eso sí, sin la válvula de escape que supone el vínculo amoroso y sexual.


       El guión parte de la obra teatral del mismo nombre escrita por Neil Simon, obra estrenada en Broadway en 1965 y ganadora del premio Tony al mejor autor. Simon, al escribir el guión, se inspiró para la trama en la experiencia personal de Mel Brooks, que compartió piso con un amigo tras su divorcio. El éxito de “La extraña pareja” daría lugar en los años setenta a una comedia de situación emitida por televisión, dirigida por Mike Nichols e interpretada por Tony Randall y Jack Klugman. Y en 1998, treinta años después, Howard Deutch dirigiría la secuela de esta película de Gene Saks, bajo el título de “La extraña pareja, otra vez”, también con guión de Neil Simon y con Matthau y Lemmon repitiendo protagonismo.

       La banda sonora del film corre a cargo de Neal Hefti, que compuso una música, juguetona y sugerente, que Saks empleó, en la obertura de la película, como gag para poner de manifiesto lo absurdo de los ambientes psicodélico - eróticos de la vida nocturna de la ciudad de Nueva York, en los años sesenta, en los que Félix se siente abrumado y fuera de lugar.

       “La extraña pareja” es una comedia de personajes, en la que se establece una verdadera guerra emocional entre dos personas con formas de ser cómicamente contrapuestas, que al convivir en el mismo domicilio, terminan creando un infierno el uno para el otro. Oscar es un tipo desordenado, desaliñado y despreocupado mientras que Félix es metódico, limpio y miedoso. A los dos les une una verdadera amistad y les separan sus irreconciliables modos de ser y de concebir la vida. Oscar siempre hace y dice lo primero que se le ocurre, sin importarle lo que opinen los demás, mientras que Félix trata de ser siempre correcto en todo momento.


       “Oscar: ¿Por qué has de controlar siempre todas tus reacciones? Déjate llevar por tus impulsos. Haz lo que tú tengas ganas de hacer y no lo que supones que debes hacer. ¡Deja de controlarte siempre, Félix! ¡Suéltate, emborráchate, enfádate!”

       Walter Matthau vuelve a interpretar en el film de Gene Saks a Oscar Madison, personaje que ya encarnó en Broadway, un papel que parece hecho a su medida. “Un sujeto insociable, trapisondista e irresponsable”, en palabras de Félix, y un personaje mordazmente cómico. Las réplicas más ingeniosas y graciosas del guión siempre son las suyas, réplicas que Matthau supo acompañar de gestos oportunamente contenidos y cómicos. Pero este personaje difiere de los que Matthau solía interpretar en que es, a pesar de las apariencias, una buena persona. Algo que su amigo Félix es capaz de valorar incluso en mitad de una de sus peores peleas:

       “Oscar: ¡Si tienes algo guardado en el buche, te agradeceré que los sueltes de una vez!
       Félix: ¡De acuerdo! ¡Tú lo has querido! Eres un tipo maravilloso, Oscar. Y has hecho mucho por mí. De no intervenir tú, yo no sé cómo habría terminado. Me acogiste en tu casa, me diste un sitio donde vivir y me animaste a seguir viviendo. Y eso no podré olvidarlo nunca, Oscar. Has sido un hermano para mí.
       Oscar: Si ya lo has dicho todo, se me ha pasado algo por alto.”


       Pero la virtud de Oscar que le hace verdaderamente grande es su capacidad de comprensión. Oscar es tan tolerante con los demás como lo es consigo mismo, parece ser capaz de entender cualquier debilidad humana por irritante que resulte, pero al mismo tiempo hace gala de un despiadado egoísmo socarrón que le da esa apariencia de mala persona, sin serlo en realidad.

       “Oscar: … yo leo y tú hablas; intento trabajar y tú hablas; me voy a dormir y tú hablas. Has organizado muy bien tu vida, pero yo necesito un poco de distracción.
       Félix: ¿Insinúas que hablo demasiado?
       Oscar: Bah, no te lo reprocho, tienes muchas cosas que decir. Lo que me preocupa es que empiezo a escucharte.”

       Por el contrario, el personaje encarnado por Jack Lemmon es un hombre, aparentemente sensible y bueno, pero consigue sacar de quicio a todo el mundo con su pesadez, sus constantes manías y su llorón victimismo. Félix busca, todo el tiempo, la compasión de los demás y, cuando la gente se cansa de él, se las ingenia para que terminen sintiéndose culpables. ¡Es irritante su forma de manipular! Y por ello, el público empatiza con el sufrido Oscar, hasta el punto de que cuando éste pierde la paciencia y estalla, el público lo celebra, desternillándose de risa.

       “Oscar: Hazme un favor, ¿quieres, Félix? Acomódate en la cocina, vive con tus botes, tus sartenes, tus cacillos y termómetros, y cuando quieras salir, toca una campanilla y me esconderé en el cuarto de baño. Te lo ruego, Félix, te lo pido por nuestra amistad, quítate de mi vista.
       Félix: Oscar, anda por encima de los papeles que acabo de fregar el suelo.
(Oscar se vuelve hacia él con cara de loco y le persigue) ¿Qué te pasa ahora, Oscar? ¡Oscar! ¡Oscar! ¡Haz el favor de calmarte!
       Oscar: ¡No puedo más! ¡Este es el día en que te voy a matar!...”


       Félix se pasa la vida compadeciéndose de sí mismo, pero es incapaz de 
compadecerse de nadie, él siempre es la víctima y los demás son los “malos”.

       “Félix: Es que es algo insoportable, es que… me odio a mí mismo. No sabes cómo me odio.
       Oscar: Bah, no te odias, te adoras. Te figuras que tú eres el único que tiene problemas.
       Félix: Creí que eras amigo mío.
       Oscar: Lo soy, por eso te hablo así, porque te quiero casi tanto como tú a ti mismo.”

       Y no es que Félix sea mala persona, es que no puede evitar ser un pelmazo aguafiestas o, como dice Oscar, un chiflado. Incluso se lo certificó un psicólogo:

       “Félix: … no puedo evitarlo, pongo frenético a todo el mundo. Un consejero matrimonial me echó de su despacho y puso en mi ficha: lunático.”

       Jack Lemmon recrea con tanto acierto a este sujeto cargante y lleno de manías que logra resultarnos insoportable a todos y a cada uno de los espectadores que visionamos el film. Félix Unger es un auténtico plasta y alguien que siempre persigue sus objetivos, aunque no lo aparente, como señala Speed (uno de los cuatro amigos que acostumbran a jugar con ellos al póker):

       “Speed: ¿Qué os decía yo? Es un matalascallando.”


       Este grupo de amigos que se reúnen los viernes para jugar al póker en casa de Oscar constituye uno de los aciertos humorísticos más notables del film. Después del mítico dúo cómico formado por Lemmon – Matthau, los amigos del póker representan la segunda herramienta cómica de la trama. Esta singular pandilla, integrada por magníficos actores secundarios, apoya la acción de la trama principal, actuando de testigos objetivos de la convivencia de los dos amigos e interviniendo en ella cuando se tercia. El amable y sonriente Vinnie (John Fiedler), que siempre tiene que irse temprano, para madrugar y salir de viaje con su mujer; el irascible Speed (Larry Haines), siempre con un puro en la boca, que se queja constantemente de lo que hacen o dicen los demás; el responsable Murray (Herb Edelman), que no puede dejar de actuar como policía ni un solo segundo y, por último, el circunspecto Roy (David Sheiner), especialmente sensible a los ambientes cargados y los malos olores. Todo el conjunto de compañeros de póker forman un variopinto abanico de tipos cómicos que aportan humor a las pocas secuencias en las que aparecen, dando un gran dinamismo a los diálogos, pisándose los unos a los otros al hablar y, en ocasiones, hablando todos a la vez, creando un alboroto de lo más divertido. Tal es el caso de la secuencia en la que temiendo que Félix se quite la vida, tratan de impedirlo, todos juntos, protagonizando una escena de auténtico slapstick, en la que destaca el gag en el que entran todos en la habitación en la que Félix se ha encerrado y no encuentran a Félix por ninguna parte, hasta que se dan cuenta de que lo han aplastado con la puerta al entrar.

       Todos ellos forman, junto a Oscar, un grupo de típicos hombres norteamericanos 
fumando, bebiendo y pasándoselo en grande midiéndose con sus compañeros de juego, para evadirse de las preocupaciones familiares y laborales y sentirse libres, al menos un día a la semana. Hasta que Félix se separa y les arruina las partidas de póker con sus manías de “amo de casa”, que restan romanticismo al, tan deseado, ambiente tahúr de estas reuniones.

       “Roy: No sé… ¿A qué huele? ¿A desinfectante?... ¡Ha lavado las cartas!... Yo me largo de aquí. Esto ya no lo soporto.
       Oscar: Un momento, Roy, ¿adónde vas?
       Roy: He estado respirando aire purificado y amoniaco durante tres horas, mi naturaleza no está preparada para jugar así al póker.”


       La trama circular de la película empieza y termina con dos secuencias similares en las que esta pandilla de póker tiene gran protagonismo: Oscar está en su casa con todo el grupo y todos están preocupados por Félix, temiendo que vaya a quitarse la vida; hasta que éste se presenta en el apartamento y todos se ponen a disimular, haciendo como que juegan a las cartas como si no ocurriera nada. La situación es la misma, lo único que varía es que al principio el problema de Félix es que su mujer lo ha echado de casa mientras que, al final, es Oscar quien lo ha echado de su apartamento.



       La presencia femenina en la película recae sobre otro inolvidable dúo cómico, el formado por las hermanas Pigeon (que significa paloma en español), Cecily y Gwendolyn, dos chicas inglesas muy animadas, cuya comicidad se basa en la simplicidad intelectual de ambas y la frivolidad, algo picantona, de sus conversaciones. Una de ellas es divorciada y la otra viuda y no tienen ningún reparo a la hora de demostrar su interés por el sexo opuesto. Lo que alimenta, de inmediato, las expectativas de ligue de Oscar; que el sosaina de Félix no tardará en echar a perder con su manía de lloriquear y de hablar de forma lastimera de su ex mujer. La dos alegres y chispeantes chicas terminan llorando sobre el hombro de Félix, al que, para desesperación de Oscar, terminan considerando un hombre sensible y maravilloso. Interpretadas por las actrices Carole Shelley (Gwendolyn) y Monica Evans (Cecily) —ambas inglesas, como sus personajes, y ambas con la experiencia de haber interpretado en Broadway estos mismos personajes—, las hermanas periquito constituyen una representación de ese tipo de muchachas modernas, trabajadoras y alegres, que no han tenido éxito en sus matrimonios y ya sólo esperan de los hombres pasar un buen rato. Las dos actrices, de asombroso parecido físico, realizan una excelente interpretación cómica de estas chicas, siendo lo más destacable, la gran compenetración y complicidad entre ellas, con la que logran crear la ilusión de que son verdaderamente hermanas. Otro de sus logros lo constituyen, esas risas traviesas, tan contagiosas y tan chispeantes, que hacen sonreír al espectador, lo mismo que al pobre Oscar, hambriento de cariño. Estas hermanas serán el detonante que hará estallar al sufrido Oscar —al que Félix está destrozando lenta y machaconamente con sus manías—, cuando éste se niegue a acompañarle a casa de las chicas.

       “Oscar: Félix, Félix… pero si esas chicas están locas por ti, locas, te lo aseguro, me lo han confesado. Una de ellas quiere estrecharte amorosamente en sus brazos. Tienes más suerte que yo. Vamos, coge el cubo de hielo.
       Félix: ¿No lo comprendes? Lloraría y no quiero llorar delante de mujeres.
       Oscar: Eso les ha encantado, si hasta yo pienso echarme a llorar.”


       Desde el momento en que Félix le arruina a Oscar la oportunidad de ligar con una de las chicas periquito, se desata entre ambos amigos un mudo enfrentamiento, en el que no paran de hacerse la puñeta el uno al otro. Resulta tronchante el gag en el que Félix está pasando la aspiradora y Oscar la desenchufa, así que, Félix se lleva la aspiradora a la cocina arrastrando el cable tras de sí, entonces, Oscar pisa el cable y Félix lo ve y, con la intención de hacerle caer, se enrolla el cable en el brazo, preparándose para dar un fuerte tirón, pero, justo cuando lo da, Oscar levanta el pie y se oye a Félix caer rompiendo platos y derribando cacharos por el suelo.

       Tras la guerra silenciosa, a la que por supuesto el charlatán de Félix pondrá fin, llega la guerra dialéctica, en la que Oscar dará rienda suelta a todo lo que ha estado callando; en esta secuencia Simon supo resumir en una sola frase lo que sentimos todos cuando ya no soportamos a alguien que ha agotado nuestra paciencia:

       “Oscar: Estoy deshecho, no puedo aguantar más, todo lo que tú haces me irrita, y cuando no estás, me irrita imaginar lo que harás cuando vengas.”

       Esta gran guerra, que constituye el clímax del desarrollo del film, es una explosión de sinceridad por parte de ambos personajes, de tal calibre y pasión desatada, que pone de manifiesto, de forma hilarante, la absoluta incompatibilidad de caracteres existentes entre Félix y Oscar. Y una vez desatado el infierno, no hay vuelta atrás, la ruptura es inminente. Los dos personajes son inmaduros, egoístas, difíciles para la convivencia y, cada uno a su manera, algo chiflados.

       “Félix: Estás loco. Yo soy un neurótico, pero tú estás loco.
       Oscar: ¿Conque estoy loco? Es muy gracioso que lo diga un chiflado como tú.”


       Los dos lo saben, saben las razones por las que sus esposas les abandonaron, pero no han hecho el esfuerzo de cambiar, por eso, han reproducido, al convivir juntos, los mismos errores que cometieron con sus mujeres. Tal vez, esa sea la razón por la que Félix suele equivocarse llamando a Oscar por el nombre de su ex mujer o por la que Oscar llama con el nombre de su mujer a la de Félix. Al menos, algo han aprendido de su fallido intento de compartir apartamento, han aprendido que deben hacer un esfuerzo por cambiar. Oscar debe ser menos caradura, más aseado y más responsable en el cumplimiento de sus obligaciones y Félix debe dejar de ser tan pelmazo y olvidarse ya de su mujer para mirar hacia el futuro. De toda relación humana se aprende algo y se sacan cosas buenas y malas.


       El ser humano está programado genéticamente para interactuar con los demás y, 
si esto no sucede demasiado a menudo, es normal que se experimenten ciertas emociones de intranquilidad y desasosiego. El miedo a la soledad es un temor ancestral, que nos hace tomar decisiones erróneas que, en el fondo, sabemos que son contrarias a nuestras aspiraciones, motivaciones y deseos. Es lo que les sucede a estos dos amigos cuando deciden vivir juntos. Oscar se siente “aislado, aburrido y desalentado” viviendo solo en su gran apartamento, de manera que, cuando Félix se separa y le confía que no se siente capaz de vivir solo, Oscar cree que puede ser una buena idea, para los dos, compartir apartamento. Así que, obviando la evidente diferencia de caracteres existente entre los dos y desoyendo la sincera advertencia del propio Félix, decide ponerla en práctica.

       “Oscar: Quiero que te vengas aquí.
       Félix: Pero si soy la peste.
       Oscar: Ya lo sé, no hace falta que lo digas.
       Félix: ¿Y por qué quieres que venga?
       Oscar: Por la sencilla razón de que también a mí me fastidia vivir solo.”



       Las consecuencias de esta precipitada, y generosa, decisión dan lugar a una serie de situaciones cómicas, de lo más dramáticas para los personajes, que estarán a punto de acabar con la amistad de ambos y con la salud mental del pobre Oscar. Sin embargo, aunque la convivencia fracasa, la amistad sobrevive. El problema entre Oscar y Félix se produce a causa de que cada uno de ellos cuestiona el sistema de creencias y valores del otro. La manía de controlarlo todo de Félix (la limpieza, la cocina, la salud, los gastos…) irrita a Oscar porque cuestiona su creencia de que un hombre debe hacer siempre lo que le apetezca y no lo que se supone que debe hacer. Y a su vez, la despreocupación y relajación en la que vive Oscar, molesta a Félix porque cuestiona su creencia de que hay que llevar una vida ordenada y cumplir con las obligaciones en todo momento. Ambas posturas son válidas al mismo tiempo, porque, aunque opuestas, forman parte de la  misma realidad que es la vida. Hay que aceptar la polaridad del universo, para poder aceptar a los demás y aceptarnos a nosotros mismos tal como somos. Este aprendizaje lo proporciona el infierno de la convivencia, y es por esto que la amistad entre Oscar y Félix perdura más allá de la batalla librada.