lunes, 12 de junio de 2023

HUSTONMANÍA 2

LA REINA DE ÁFRICA (1951) de John Huston
  

       
En 1914, en el África Oriental Alemana, el reverendo británico Samuel Sayer (Robert Morley) y su hermana Rose (Katharine Hepburn) regentan la misión metodista de Kungdou cuando estalla la primera guerra mundial. Los alemanes no tardan en llegar al poblado para llevarse a los nativos como soldados. La frustración del reverendo, al no poder impedirlo, le provoca un trastorno mental que acaba con su vida. Tras enterrar a su hermano, Rose se marcha con Charlie Allnut (Humphrey Bogart), encargado del correo y del abastecimiento de la misión, en la barcaza llamada Reina de África, propiedad de la mina belga para la que él trabaja como mecánico. El Sr. Allnut pretende esconderse en una isla a esperar el fin de la guerra, pero Rose se empeña en fabricar unos torpedos, con el material que tienen en la barcaza, para volar el Louisa, vapor con el que los alemanes dominan el lago Victoria impidiendo a los británicos entrar a África desde el Congo. Al principio, Charlie se niega, pero claudica al ver cuestionados por Rose su valor y patriotismo. Para llegar al lago deben bajar por el río Ulanga, cruzar por delante de una fortaleza enemiga bajo fuego alemán y enfrentarse a los rápidos. Al sortear juntos estos peligros nace entre ellos una especie de camaradería que no tarda en convertirse en amor y ambos inician un romance. A partir de ese momento, Charlie comienza a mostrarse más seguro de sí mismo y Rose más vulnerable, y su unión se hace tan fuerte que nada puede pararles. Sin embargo, cuando el río se convierte en un cañaveral, el calor, las plagas y el agotamiento terminan por enfermar a Charlie de fiebre. Rose, consciente de que van a morir atrapados en el río, se encomienda a Dios, y un providencial aguacero los saca del cañaveral arrastrándolos hasta el lago. Una vez repuestos, Rose y Charlie fabrican los torpedos, dispuestos a continuar su misión. Pero cuando el Louisa aparece, una tormenta los hace naufragar y la barcaza se hunde. Rescatados por los alemanes y a bordo del Louisa, son tomados por espías británicos y condenados a la horca. Charlie pide al capitán que los case antes de ser ejecutados. Sin embargo, la Reina de África aún no ha dicho su última palabra.

 
       Tras haber dirigido una decena de películas y haber ganado dos premios Oscar con El tesoro de sierra madre (1948), John Huston recrea el mito de David y Goliat, en los albores de la primera guerra mundial, enfrentando a una pareja de inadaptados, dentro de una destartalada barcaza, contra el mismísimo ejército alemán, a bordo de un crucero de cien toneladas. La película, lo mismo que el mito bíblico, nos enseña que en ocasiones el débil también puede vencer al poderoso o, lo que viene a ser lo mismo, que todo es posible. No obstante, para Huston lo verdaderamente importante es el esfuerzo de los personajes por alcanzar su propósito, no así el éxito o el fracaso del mismo. Sin embargo, quizás ésta sea una de las pocas películas del director con un desenlace positivo, posiblemente, debido a la intervención de Peter Viertel en la finalización del guión, quien insistió en que Charlie y Rosie merecían un final feliz. Huston terminó aceptando porque se dio cuenta de que, en el fondo, la película era una comedia.

       Basado en la novela homónima de Cecil Scott Forester, James Agee escribió el guión de La Reina de África, bajo la supervisión de John Huston; guión que, al sufrir James Agee un infarto, fue reescrito y terminado más tarde por John Collier y Peter Viertel (aunque sus nombres no aparecen en los títulos de crédito). El guión, escrito en clave de humor, narra la aventura emprendida por dos seres antagónicos y aparentemente insignificantes que unen sus fuerzas y se enfrentan a la selva en pos de una utopía. La persecución de lo imposible constituye una constante en la filmografía del director, siempre fascinado por el espíritu romántico de todo aquél que se lanza tras una meta disparatada y a todas luces infructuosa.



       Sin duda, uno de los grandes aciertos del guión es la conmovedora historia de amor que surge entre estos dos pobres diablos empeñados en llevar a cabo una misión suicida, en el transcurso de la cual se enamoran de forma inesperada. El choque de dos caracteres tan opuestos pero que al mismo tiempo tienen tantas cosas en común y el indestructible vínculo que se forma entre ellos atrapan al espectador y lo sumergen en esta aventura africana de pasión y sacrificio, que nos impulsa a experimentar la vida con mayor intensidad. Charlie, un hombre maduro, despreocupado, borrachuzo y sin ninguna ambición y Rosie, una solterona puritana y reprimida, que siempre ha vivido bajo la sombra de su hermano y que considera una misión combatir el mal allá donde surja, son dos fracasados de los que nadie espera nada y que sin embargo, juntos, se complementan de tal modo que son imparables, ella marcando el rumbo a seguir y él haciendo el trabajo duro para seguirlo.

       «Charlie: Rosie… Está bien, iremos tú al timón y yo en el motor. Como desde el principio.»

       La espontánea simpatía de Charlie contrasta con la rectitud envarada de Rosie, pero aunque Charlie posea un carácter más alegre, es mucho más derrotista que ella, quien, a pesar de su seriedad, demuestra ser una persona inmune al desaliento. De ese modo, la dejadez de Charlie se estrella contra la diligencia de Rose, que jamás se rinde ante las dificultades y empuja a su compañero de viaje a seguir adelante.

       «Charlie: Es inútil, Rosie, se me olvidaba la hélice. Le falta un aspa.
       Rosie: ¿No podemos seguir con las que le quedan?
       Charlie: La hélice estaría desequilibrada. A los cinco minutos el eje volvería a estar como un sacacorchos.
       Rosie: Pues tendremos que fabricarnos un aspa. Hay mucho hierro y cosas que puedes usar.
       Charlie (Irónico): Ah, sí. Y luego, la atamos.
       Rosie: Bueno, si crees que bastaría… Pero ¿no sería mejor que la soldásemos? Me parece que se dice así, soldarla.
       Charlie: Ja, ja, ja… Eres increíble, Rosie. Eres increíble.»


       La relación entre Charlie y Rosie, al principio, se basa en una distante y mutua 
condescendencia. Charlie compadece a Rose, por ser una solterona dedicada a la ingrata labor de evangelizar a unos nativos que no lo necesitan. Por su parte, Rose se siente muy superior al Sr. Allnut, al que considera un hombre vulgar y maleducado, que hiere su sensibilidad con su ordinariez. En cuanto comienzan a convivir en la barcaza, Rose trata de imponer su voluntad a Charlie, sacándolo de quicio, y, aunque éste es un caballero, se producen las primeras discusiones; de las que Rose siempre sale victoriosa gracias a su agudeza mental y a su habilidad de misionera para manipular a la gente a través de la culpa.

       «Rose: Si no lo ha intentado ¿por qué…?
       Charlie: ¡Tampoco he intentado nunca pegarme un tiro en la cabeza! Je, lo malo de usted, Srta., es que no entiende nada de barcos.
       Rose: En una palabra, se niega a ayudar a su patria cuando más le necesita, Sr. Allnut.
       Charlie: ¿Eh? Yo no lo expresaría de esa forma.
       Rose: ¿Cómo lo expresaría, Sr. Allnut?
       Charlie: De acuerdo, está bien, haremos lo que quiera. Pero a mí no me eche la culpa de lo que pase.»

       Poco a poco, lejos de la represión que su hermano y la sociedad ejercían sobre ella, Rose se relaja y, junto al liberal Sr. Allnut, comienza a disfrutar de la vida por primera vez. Se podría decir que Rose florece como ser humano.


       «Rose: Jamás pensé que una simple experiencia física pudiera ser tan estimulante.
       Charlie: ¿Cómo dice?
       Rose: He experimentado una emoción así muy pocas veces. Con algún sermón de mi querido hermano cuando estaba inspirado por el Espíritu.
       Charlie: ¿De modo que quiere seguir?
       Rose: Claro que sí.
       Charlie: Oiga, usted está loca.
       Rose: ¿Perdón?
       Charlie: ¿Sabe lo que hubiera pasado si chocamos contra una de esas rocas?
       Rose: Pero no chocamos. La verdad es que me llena de admiración su habilidad, Sr. Allnut. Cuando haya practicado un poco con el timón, ¿cree que yo podría intentarlo?
       Charlie: Le voy a decir una cosa, los rápidos no son nada para lo que nos espera. Mejor dicho, yo ni siquiera los llamaría rápidos.
       Rose: Será fantástico…
       Charlie: ¡Señorita!
       Rose: Ahora que por fin lo he probado, no me extraña que le encante navegar, Sr. Allnut.»

       Esta preciosa e inteligente escena, en la que se muestra el despertar de Rose a la vida, deja desconcertado al Sr. Allnut, que incluso parece escandalizarse en algunos momentos. Y no es de extrañar, ya que el subtexto del diálogo refleja claramente una excitación sexual por parte de Rose, que constituye asimismo una anticipación de lo que será más tarde la pérdida de su virginidad en brazos de Charlie. El mismo Charlie después de esta escena se emborracha y parece tan acobardado que se apresura a dejarle claro a Rose que desaprueba su actitud y que no la encuentra nada atractiva. Aunque, por supuesto, en el diálogo él se refiere en todo momento a la misión de volar el Louisa, sólo el subtexto deja entrever que el verdadero motivo de la temerosa reacción de Charlie es el inesperado despertar sexual de Rose.

       «Charlie: Ni lo sueñe.
       Rose: Usted dijo que iría.
       Charlie: No es verdad, no me comprometí a nada.
       Rose: Es usted un embustero, Sr. Allnut, y lo que es peor, un cobarde.
       Charlie: ¡Uuuh…! ¡La cobarde lo será usted! Usted no es una señora, qué va a serlo. Eso es lo que mi pobre madre le diría, si mi pobre madre la oyera. Además, ¿de quién es este barco? La invité a bordo porque me dio lástima por la muerte de su hermano y todo eso. Me está bien empleado por compadecerme. ¡Pues ya no me da lástima, solterona, beata y escuchimizada!»

       El miedo de Charlie está más que justificado, él se siente a gusto y seguro viviendo a su aire y esta mujer quiere desbaratarle la vida y hacer de él un héroe romántico. Charlie teme perder su vida tratando de volar el Louisa, pero sobre todo teme perder su libertad entregando su corazón a esta valerosa mujer, que parecía muerta y está tan llena de vida.

       «Rose: No se enfade, Sr. Allnut.
       Charlie: No, si no me enfado. Me di por muerto cuando empezamos el viaje.»

       Pero la inicial resistencia de Charlie da paso a una entrega y un coraje inusitados en un hombre que parecía tan prosaico y que está tan lleno de poesía.


       «Charlie: Nunca olvidaré tu cara cuando íbamos por los rápidos. La frente alta, la barbilla fuera, el pelo flotando al viento… La viva imagen de una heroína.
       Rosie: Oh, mira que yo una heroína… Oh, Charlie, has perdido la cabeza.
       Charlie: He perdido el corazón.»


       Estos dos seres apagados, encogidos, sin autoestima, de repente, se descubren y 
valoran el uno al otro y comienzan a brillar. Cada uno de ellos mejora con el otro, crecen, se superan y se sienten felices en medio de un montón de penalidades. El amor les hace sentirse importantes por primera vez en sus vidas y eso les hace ser ellos mismos en todo su esplendor, les hace héroes.

       «Charlie: Si no llega a ser por ti, esto no sería posible. ¿No te sientes muy orgullosa?
       Rosie: De eso nada. Tú eres el que ha hecho que funcione el motor y el que ha reparado la hélice. Yo no tengo nada que ver. Y no creo que haya en el mundo otro hombre capaz de hacerlo.
       Charlie: No lo hay. Porque no hay otro hombre en el mundo que te tenga a ti.»

       La Reina de África es una película de aventuras, pero sobre todo es una tierna historia de amor, ingenua y apasionada, entre dos seres inocentes que se respetan y se admiran el uno al otro. Se trata de una historia de amor insólita en la filmografía de Huston, un director cuyos personajes solían mostrar una actitud escéptica respecto al amor y empleaban todas sus energías en perseguir un objetivo personal, en el que fracasaban. Para Huston fracasar formaba parte de la vida, según él, era una derrota para hacer las paces con uno mismo. Por eso rechazaba los finales felices. Pero en el film que nos ocupa, aunque él no quería que Rosie y Charlie vencieran a los alemanes, entendió que no podía matarlos.

       El guión tiene una estructura perfecta que entrelaza con maestría la trama principal de volar el Louisa con la subtrama de la historia de amor. Huston tenía una intuición especial para captar lo que sobraba o faltaba en un guión, sabía detectar lo esencial de una historia, repasaba el guión y luego hacía que los guionistas lo corrigieran hasta quedar satisfecho. Con James Agee se compenetraba a la perfección, puesto que ambos eran grandes bebedores y grandes escritores. Además, Agee poseía un don para el lenguaje poético y una fama de escritor maldito muy del agrado de Huston. Se dice que Agee se basó en su padre y en su madre para la creación de los personajes de Charlie y Rosie, lo que dio a la relación una autenticidad y una gracia especiales.


       «Rosie: Oh, perdona que tirase la ginebra, Charlie.
       Charlie: Ah, no te preocupes. Para que veas que no te guardo rencor, te prepararé una taza de té. Je, je, je… Te pones tú peor sin té, que yo si no puedo beber ginebra.»

       El rodaje fue muy accidentado, se han escrito ríos de tinta sobre ello, la misma Katharine Hepburn escribió un libro titulado, El rodaje de la Reina de África o cómo fui a África con Bogart, Bacall y Huston y casi pierdo la razón. También Peter Viertel hizo lo propio en una novela, Cazador blanco, corazón negro, que Clint Eastwood llevó al cine en 1990. Pero a pesar de que el equipo sufrió tantas calamidades como los mismos personajes de la película, el empeño de Huston en rodar los exteriores en África —se dice que porque quería aprovechar las pausas del rodaje para cazar un elefante— mereció la pena, cinematográficamente hablando, ya que tanto la ambientación del film como la preciosista fotografía de Jack Cardiff son de una belleza extraordinarias. Jack Cardiff retrató el paisaje y a la pareja protagonista de una forma muy hermosa, logrando que ambos intérpretes se vieran muy favorecidos a pesar de sus poco atractivas caracterizaciones y de estar ya en plena madurez (Bogart contaba con 52 años y Hepburn con 44), por algo Cardiff estaba considerado como el mejor cameraman del technicolor. Huston le recriminaba que necesitara tantos focos en un lugar tan luminoso como África, pero, precisamente, los necesitaba para iluminar las sombras, debido a la intensidad de la luz. Tan sólo las escenas de los rápidos y aquéllas en las que arrastran la barcaza por el río tuvieron que rodarse en un estudio de Londres, a consecuencia de las plagas y las enfermedades que sufrieron.


       La cadencia con la que Huston hace avanzar la historia demuestra su hábil manejo del ritmo narrativo, cada momento de felicidad de la pareja se ve interrumpido por una nueva dificultad que vuelve a dotar de dinamismo a la acción. Huston era un narrador extraordinario, elegía las imágenes adecuadas y las encadenaba de tal forma que el conjunto de la secuencia transmitía la sensación precisa que el momento dramático requería. Por eso, aunque la mayor parte de la historia transcurra en el interior de la barcaza, el ambiente en ningún momento resulta opresivo, sino que evoca una gran sensación de libertad, gracias a los planos del río y a la vida animal en las orillas que lo bordean. Asimismo, Huston logró convertir la barcaza en un tercer protagonista, intercalando numerosos planos del nombre Reina de África, pintado burdamente en la proa del barco. Ese pequeño barco que constituye el mundo en el que Charlie y Rosie crean una nueva vida juntos y que es el cómplice indispensable de su aventura; tanto es así, que el espectador siente el hundimiento de la barcaza como si de la muerte de un tercer camarada se tratase. Al fin y al cabo, Rosie y Charlie no hubieran podido vencer a los alemanes si la Reina de África no hubiera vencido al Louisa.

       Cuando el productor Sam Spiegel ofreció a Huston elegir la próxima historia que quería dirigir, Huston, con mucha inteligencia, se decidió por La Reina de África. En aquel momento, el Comité de Actividades Antiestadounidenses tenía en el punto de mira a Huston, Bogart y Hepburn, porque, de una u otra forma, todos ellos estaban considerados como izquierdistas. De manera que, la realización de una película en la que dos súper patriotas arriesgan sus vidas en una misión imposible por su país, ponía a salvo la reputación de los tres.

       Bogart propuso a Hepburn como coprotagonista, pues ella gozaba de un gran prestigio como actriz y deseaba trabajar a su lado. La química entre ellos resultó extraordinaria, a pesar de ser actores muy diferentes, lo que ayudó a ilustrar la misma compenetración que tenían Charlie y Rosie, siendo tan distintos.


       Hepburn compuso el personaje perfecto de solterona remilgada, con una sonrisa 
forzada, unas maneras exquisitas y un control absoluto sobre sus emociones, es decir, con toda la distinción y toda la contención propias de una dama. Rose no se permite ni un solo instante de relajación, hasta que se enamora de Charlie y se contagia de su manera espontánea y desenfadada de vivir. Hepburn ilustra la transformación de Rosie, poco a poco, con pinceladas que muestran pequeños pasos hacia la liberación de su espíritu, como si, a medida que avanzara por el río, en compañía de Charlie, se fuera desembarazando de la represión en la que ha sido educada. La risa de Rosie cuando Charlie imita a los hipopótamos o a los monos, revela el gran talento de la Hepburn para trazar un personaje. Se trata de una risa que brota como si lo hiciera por primera vez, como si las carcajadas hubieran estado prohibidas para Rose y, ahora, al poder darles rienda suelta, salieran a trompicones, dando la impresión de que Rose está aprendiendo a reír. Katharine Hepburn fue nominada (por quinta vez) al Oscar a Mejor Actriz, pero lo más importante es que hizo que Rosie fuera inmortal en nuestra memoria y en nuestros corazones, conquistándonos con su seguridad en sí misma, su determinación de combatir al enemigo y su despertar a la vida.


       Por su parte, Bogart, tras toda una carrera cinematográfica como hombre duro y 
carismático, sorprendió al público demostrando que tenía vis cómica, y que ésta era muy divertida además. Bogart aparecía en pantalla hecho un verdadero desastre, sin afeitar y con una gorrita muy poco favorecedora, pero esa autenticidad que el actor siempre supo aportar a sus personajes seguía estando presente. Bogart invistió de una dignidad admirable la naturalidad y la honestidad emocional de Charlie, que jamás trata de parecer lo que no es y que no se deja influenciar por opiniones ajenas.

       «Charlie: Me van a echar una bronca cuando vuelva a la mina. Los belgas me llaman todo lo que se les ocurre, pero, por mí, que me insulten en idioma extranjero. A mí no me despiden. Soy la única persona en África que sabe sacar partido a la vieja Reina de África.»

       Pero Bogart no sólo estaba más gracioso que nunca, también estaba más enamorado. La desolación de Charlie, convencido de que Rosie se ha ahogado mientras está siendo interrogado por un oficial alemán, es conmovedora, digna y cómica a la vez.

       «Oficial del Louisa: ¿Sabe que la pena por declarar ante este tribunal en falso es la muerte en la horca?
       Charlie: ¿Y qué?
       Oficial: ¿Qué estaba haciendo en la isla?
       Charlie: Estaba pescando.
       Oficial: ¿Cómo llegó hasta aquí?
       Charlie: A nado.
       Oficial: ¿Sabe que está en una zona reservada para los miembros de las fuerzas de su majestad imperial el Káiser III?
       Charlie: ¿Y qué?»


       Es cierto que el personaje de Charlie Allnut es un personaje tan transparente que 
ya sobre el papel debía ser cautivador, pero Bogart, al interpretarlo con la gracia y la naturalidad de un niño pequeño, lo hace más irresistible aún. Incluso tiene la costumbre infantil de remedar a Rose cuando se enfada con ella.

       «Charlie: Ese disparate de atacar el Louisa, bajar por el río…
       Rosie: ¿Cómo disparate?
       Charlie: No vamos a hacer tal cosa.
       Rosie: Claro que lo haremos, qué idea tan absurda.
       Charlie: “Qué idea tan absurda...” “Qué idea tan absurda…” Señorita, sus ideas son diez veces más absurdas que las mías.»

       También cuando se avergüenza, cuando se enfada, cuando se alegra y en general en cualquier reacción emocional de Charlie siempre podemos ver al niño que fue Bogart. Y eso nunca se había visto antes ni se volvió a ver después. Bogart incluso salió airoso al protagonizar de forma cómica, al principio del film, una versión del gag que Chaplin interpretó en Tiempos modernos (1936), aquél en que le sonaban las tripas al tomar el té con la mujer del pastor. Pero no es sólo el gag de las ruidosas tripas lo que tienen en común estos dos films tan dispares, puesto que, si bien, el final del film de Chaplin nos anima a no rendirnos jamás y a poner al mal tiempo buena cara, el final de Huston nos transmite el mismo mensaje a través de la canción favorita de Charlie Allnut:


       «Había un viejo pescador, que zarpó del puerto de Pimlico. Y cuando zarpó de Pimlico, el viento empezó a soplar. Y por la borda se cayó al mar. ¡Canta, canta y baila ya!»

       O lo que es lo mismo, «Paciencia y barajar», que decía Cervantes.

       Humphrey Bogart ganó el Óscar al mejor actor principal por su actuación como Charlie Allnut, único premio de la Academia en toda su carrera profesional, aunque fuera nominado en otras dos ocasiones por sus respectivos trabajos en Casablanca (1942) y en El motín del Caine (1954). Podemos afirmar que si sus papeles de hombre duro le hicieron inmortal, su papel en La Reina de África le convirtió en actor de prestigio.

       La historia de esta misionera y este mecánico que, sorprendidos por la guerra en plena selva, toman conciencia de su responsabilidad social e inician juntos una aventura en pos de la libertad, el amor y el significado de la propia existencia, supone todo un alegato a favor de emprender cualquier empeño personal, por muy disparatado que pueda parecer. Rose y Charlie persiguiendo el objetivo común de ayudar a su patria, se convierten en héroes, al tiempo que protagonizan un amor de leyenda.

       Algunos cuestionan la verosimilitud del final de La Reina de África, pero en realidad eso carece de importancia, el camino existencial que recorre la pareja protagonista es lo verdaderamente relevante, el resultado del mismo es indiferente. La historia de Charlie y Rosie nos fascina por el modo en que ambos descubren de lo que son capaces, al tiempo que se descubren el uno al otro. Además, no hay que olvidar que también la historia de David y Goliat es inverosímil y eso es precisamente lo que nos atrae de ella.

       «Charlie: Creo que es el sitio más bonito que he visto en mi vida, y eso ya es decir. No es que no quiera seguir viaje río abajo, entiéndelo, cuanto antes volemos el Louisa mejor. No lo decía por eso. Es que me gustaría poder volver algún día.
       Rose: ¿Crees que podremos volarlo?
       Charlie: ¿Si lo creo? Naturalmente que sí. No hay nada que no pueda hacer un hombre si tiene fe en sí mismo. Nunca te rindas, ése es mi lema.»


       Uno de los hijos de Huston afirmaba en un documental: «La Reina de África es 
una película de dos perdedores que se juntan y ganan.» En mi opinión, ésa es la esencia del film. ¿Y acaso puede haber un amor más bello, que aquél que nos haga crecer?

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