domingo, 28 de febrero de 2021

DONENMANÍA 3

«CHARADA» (1963) de Stanley Donen
    
 

     
En esta obra maestra, de cine de intriga y comedia romántica a un tiempo, Donen reflexiona sobre uno de los aspectos más característicos de la idiosincrasia humana, la mentira. El director parece empeñado en demostrarnos, lo que sostenía el doctor House en la serie que lleva su nombre, que «todo el mundo miente». Y en línea con su personalidad indulgente, Donen nos expone, sin juicios ni condenas, el motivo principal que nos impulsa a mentir:
     
       «Regina: ¿Por qué las personas tienen que mentir tanto?
       Peter: Normalmente, porque desean algo y temen que con la verdad, no lo conseguirían.»

       Durante sus vacaciones en los Alpes franceses, Regina Lambert (Audrey Hepburn), que acaba de pedir el divorcio, conoce a Peter Joshua (Cary Grant) un atractivo norteamericano con el que planea encontrarse de nuevo en París. Pero cuando regresa a su apartamento, descubre que su marido lo ha vendido todo y ha desaparecido. El inspector, Edouard Grandpierre (Jacques Marin), la informa de que su marido ha muerto al ser arrojado del tren en el que viajaba hacia Burdeos y que el cuarto de millón de dólares, que obtuvo al subastar todo lo que había en su apartamento, no se ha encontrado. Durante el funeral, se presentan tres hombres de aspecto siniestro para asegurarse de que Charles Lambert está realmente muerto. Más tarde, en la embajada americana, el Sr. Bartholemew (Walter Matthau) informa a Regina de que, durante la guerra, su marido robó, junto a esos tres hombres y un tal Carson Dyle, un cuarto de millón de dólares al gobierno de los Estados Unidos y que esos tres hombres están convencidos de que ella lo tiene, por lo que su vida corre peligro. Regina ignora el paradero del dinero, lo único que tiene de su marido es el contenido de la bolsa de viaje que llevaba cuando le mataron y una carta para ella que nunca llegó a enviar. Peter Joshua, el atractivo desconocido, promete protegerla y ella comienza a enamorarse de él, al tiempo que los tres cómplices de su marido —Leopold Gideon (Ned Glass), Tex Panthollow (James Coburn) y Herman Scobie (George Kennedy)— comienzan a acosarla para que les entregue el dinero.

Regina, aterrorizada, se decide a abandonar 
París, al descubrir que Peter Joshua también va tras el dinero y que, en realidad, se llama Dyle. Pero el Sr. Bartholemew la convence de que sólo estará a salvo cuando encuentre el dinero, pues Carson Dyle murió durante el robo y, por tanto, ese desconocido podría ser el asesino de su marido. Sin embargo, el desconocido vuelve a ganarse la confianza de Regina, presentándose como Alexander Dyle, hermano de Carson Dyle, cuya única intención es probar que Lampert y sus tres cómplices mataron a su hermano.

A partir de 
ese momento, las cosas se ponen cada vez más feas para Regina, porque alguien comienza a asesinar a los implicados en el robo y, sospechosamente, todos los que mueren habían tenido algún tipo de altercado con Alex, antes de morir. Regina se entera por el Sr. Bartholemew de que Carson Dyle no tenía hermanos y vuelve a desconfiar de Alex; pero, una vez más, él vuelve a recuperar su confianza, reconociendo que no es más que un ladrón, llamado Adam Canfield, que persigue el botín. Por fin, Regina encuentra el cuarto de millón oculto en los valiosos sellos de la carta que su marido le escribió, pero Tex es asesinado y Regina huye de Adam, convencida de que él es el asesino. Adam la persigue hasta el patio de columnas del Palais Royal, donde la espera el Sr. Bartholemew para recoger los sellos. Ambos hombres sacan las armas y Adam advierte a Regina que el Sr. Bartholemew es Carson Dyle, que sobrevivió y ha matado a todos sus cómplices. Cuando, contra todo pronóstico, Regina decide confiar en Adam por última vez, el Sr. Bartholemew reacciona como el asesino que es y se produce un tiroteo, que Regina aprovecha para esconderse en el interior del teatro. Dyle la persigue, pero Adam piensa cumplir hasta el final, la promesa que le hizo de protegerla. Aunque tampoco Adam Canfield sea su verdadero nombre.

       Todos los personajes del film mienten, la misma protagonista, Regina Lampert, que dice detestar la mentira, termina mintiendo, por temor a ser asesinada. Y, a su vez, perdona, durante todo el film, las sucesivas mentiras del personaje masculino del que se ha enamorado, obstinándose en creerle y confiar en él.


       «Regina: ¿No fue Shakespeare quien dijo “Cuando dos desconocidos se encuentran en tierra extranjera, deberían volverse a ver”?
       Peter: Shakespeare nunca dijo eso.
       Regina: ¿Cómo lo sabe?
       Peter: Es horrible. Lo acaba usted de inventar.
       Regina: Sí, pero suena bien. ¿Me llamará usted?»

       Regina decide fiarse de Peter, Alex, Adam y Brian, sucesivamente, de la misma manera que confió en Charles Lampert cuando se casó, sin saber nada de él. En la personalidad romántica de Regina, que se lanza sin red en pos de sus sentimientos amorosos, se adivina el carácter del propio director, que llegó a casarse en cinco ocasiones, la última de ellas a los sesenta y seis años.


       Hay un aspecto de la mentira que también se muestra en el film, aunque no se hable de él, y es que mentir nos da cierta ventaja sobre los demás. La mayoría de los personajes de la película persiguen el cuarto de millón de dólares y mintiendo esperan evitar que los otros puedan obtenerlo antes que ellos. La información es poder y, en ese sentido, proporcionando al contrario una información falsa, podemos debilitarlo y ganar tiempo. Se miente en las relaciones sentimentales, tanto como en el espionaje o en las actividades delictivas, deteriorando la confianza de la pareja y generando inseguridad en ella, que es lo que le ocurre a Regina al enamorarse de un hombre tan acostumbrado a mentir.

       «Peter: Crees que trabajo con ellos, pero no es así. Estoy de tu parte y quiero que me creas.
       Regina: No puedo creerte, me mentiste, igual que Charles, después de prometerme que no lo harías. Aunque yo quiero creerte, Peter.»

       No obstante, como amar es un acto de fe en el otro —al fin y al cabo, al enamorarnos damos un salto al vacío poniendo nuestra felicidad en manos ajenas—, Regina decide creer a Adam y no al Sr. Bartholemew.

       «Regina: ¡Oh, no sé quién dice la verdad!
       Alex: Regi, te pido que confíes en mí sólo una vez más.
       Regina: ¡¿Por qué habría de hacerlo?!
       Alex: No se me ocurre nada para convencerte de que lo hagas.»


       Pero no sólo los personajes mienten en esta película, también Donen miente al espectador, jugando con la identidad del héroe (Grant) y con la del villano (Matthau), y despistando al público tanto con las interpretaciones ambiguas de los actores que los encarnan, como con los continuos giros de la trama, que nos llevan a sospechar del héroe hasta en tres ocasiones. Por otra parte, Donen también se sirve de determinados trucos, como realizador, que falsean la realidad, engañando al espectador. Al principio del film, en Suiza, una mano enguantada apunta a Regina con una pistola, es claramente la mano de una persona adulta, sin embargo, después, vemos que se trata de un niño jugando con una pistola de agua —clara anticipación del peligro que se va a cernir sobre Regina—. En definitiva, toda la película está llena de falsas apariencias y de mentiras —que, unas veces, confunden a Regina y otras, al público—, creando una Charada perfecta en torno a un cuarto de millón de dólares, cuyo paradero, todos tratan de averiguar.

       El magnífico guión de «Charada» supuso el estreno en la redacción cinematográfica del escritor Peter Stone, quien, tras sufrir el rechazo de todas las productoras, lo convirtió, con la colaboración de Marc Behm, en la novela «La esposa desprevenida», que fue publicada por entregas en la revista Redbook. Y resulta curioso que, entonces, todos los que habían rechazado el guión se pelearan por los derechos, siendo elegido, finalmente, Donen, por el mismo Stone, a pesar de no ser el mejor postor. Tras el estreno de «Charada», Stone firmaría un contrato con la Universal, para escribir cinco películas más. Y obtendría en 1964 el Premio Edgar de la Asociación de Escritores de Misterio de Estados Unidos, al mejor guión adaptado —adaptado, se entiende, del relato «La esposa desprevenida»—.



       Con la base de una estructura perfecta, el guión realiza con acierto una mezcolanza de géneros tan dispares como la intriga, el suspense, el romance y la comedia, para lograr un resultado final de puro entretenimiento. Con un ritmo ágil, que no decae ni un solo segundo, un repertorio de giros inesperados y bien construidos que enganchan al espectador hasta el final, una historia romántica salpicada de mentiras e identidades falsas y unos diálogos inteligentes que rebosan ingenio, el guión poseía todos los ingredientes necesarios para que un director sensible y experimentado, como Stanley Donen, tuviera la oportunidad de crear una gran película. Y no hay que olvidar que la banda sonora de Henry Mancini, cuya canción «Charada» fue nominada al Oscar, contribuyó notablemente a ello. Mancini envuelve todas las secuencias de la película de un sonido sugerente y dinámico, que proporciona la emoción adecuada a cada una de las situaciones en las que se ve inmersa la protagonista. El extraordinario soporte auditivo de Mancini arropa con maestría el esfuerzo del realizador por conmover al espectador con la cuidada apariencia visual de cada uno de sus planos. Algo que el lúcido romanticismo de Donen, con su talento  natural para alternar momentos dramáticos y cómicos en una sincronía perfecta de narración cinematográfica, siempre lograba con absoluta sencillez.


       De entre los muchos aciertos del film, cabe destacar la excelente caracterización de la forma de  ser de cada uno de los personajes que aparecen en pantalla, todos ellos perfilados con mimo artesanal a fin de que el espectador capte su esencia desde el mismo instante en que hacen su aparición. Claro ejemplo de ello es la presentación de los tres cómplices del difunto Charles Lampert —Guideon, Tex y Scobie— cuando entran al velatorio, dejando bien claro que son tres hombres sin escrúpulos, carentes de toda consideración hacia los demás; pero de muy diferentes temperamentos.

Mientras 
Guideon es un hombrecillo nervioso y alérgico; Tex, es un rudo vaquero con un malicioso sentido del humor que raya el sadismo y Scobie no es más que un hombretón brutal y sin modales, con un garfio por mano y un rostro amenazador.

       «Tex: ¿No estaremos buscando ese dinero en vano?
       Guideon: ¿Por qué dices eso?
       Tex: Supón que uno de nosotros lo tiene, como dijo Dyle. Eso sería muy desagradable, teniendo en cuenta que los cuatro somos compañeros.
       Guideon: Oh, vamos, Tex, tú sabes que si yo lo tuviera, te lo diría.
       Tex: Naturalmente. Y yo haría lo mismo.
       Guideon: Naturalmente. Y creo que Herman, también.
       Tex y Guideon: ¡Naturalmente!... —dicen los dos a la vez, riéndose con cinismo.»


       La tétrada de malos fascinantes que aparecen en el film se completa con Carson Dyle, o su alter ego el Sr. Bartholemew, interpretado por un Walter Matthau en una de sus composiciones más memorables, uno de los mejores malos del cine, por su apariencia de hombre normal y corriente, que inspira absoluta confianza —no sólo a la protagonista, sino también al espectador—. Donen nos lo presenta, durante todo el metraje, en situaciones de lo más cotidianas —almorzando en su despacho, haciendo gimnasia en pijama, afeitándose o durmiendo en su cama a una hora bien razonable—, que logran transmitirnos la sensación de que estamos ante un funcionario del gobierno eficiente y aburrido. La sutil interpretación de Matthau contribuye a ello, pues en las ocasiones en las que su rostro se endurece, durante sus conversaciones con Regina, parece más preocupado que malvado. Sólo en la secuencia final del desarrollo se nos muestra como el implacable asesino que es y ni siquiera entonces resulta repulsivo, sino que continúa convenciéndonos de que su reacción, tras la crueldad con la que fue tratado por sus compañeros, es terriblemente humana. Es un asesino que cae bien al público, porque demuestra haber sido más inteligente que todos los que perseguían el dinero, engañando a Regina con su aparente normalidad.


       La inusual pareja protagonista, formada por Audrey Hepburn (34 años) y Cary Grant (59 años), consiguió sendas candidaturas a los Globos de Oro, como mejor actor y mejor actriz de comedia respectivamente. Ganando Hepburn el Premio Bafta a mejor actriz del año. El triste destino de la estilizada actriz de cara angelical parecía arrastrarla, una y otra vez, a compartir cartel con los caballeros más veteranos de la pantalla, lo que, por otra parte, le brindó la oportunidad de trabajar con los más grandes galanes de Hollywood. Billy Wilder fue el primero en emparejarla con maduritos y lo hizo en dos ocasiones, en “Sabrina” (1954), con un Humphrey Bogart treinta años mayor que ella, y en “Ariane” (1957), con un Gary Cooper que le sacaba veintiocho años. Y, después de «Charada», George Cukor la inmortalizaría junto a Rex Harrison en “My fair lady” (1964), que sólo la aventajaba en veintiún años. Pero, sin duda, el galán más maduro con el que interpretó una historia de amor fue Cary Grant, en el film que nos ocupa. Aún así, gracias a la buena forma física de Grant, a su eterno aspecto jovial y a la impresionante química que había entre ambos intérpretes, el romance de los protagonistas resulta bastante verosímil, en parte por el cambio de guión sugerido por Grant, que no quería parecer un viejo verde y exigió que fuera Regina Lampert la que persiguiera a su personaje, tomando la iniciativa en la seducción, al tiempo que él se esforzaba por contenerse.

       «Regina: Ya sé que es difícil para ti, pero ¿no podrías pensar por un momento que tú eres un hombre y yo una mujer?
       Peter: Podrían detenerme por llevar a una menor de edad más arriba del primer piso.»

       Este cambio se amoldaba a la perfección con el tipo de heroína del cine de Donen, mujeres de apariencia frágil, pero de gran personalidad y determinación, movidas siempre por el afán de alcanzar el amor de sus sueños. Heroínas bellas y elegantes, dotadas de cierta comicidad y buen humor.


       Audrey Hepburn compone un personaje de mujer de recursos, que pese a su aspecto vulnerable es más fuerte y tiene más valor del que aparenta. Hepburn con sus miradas y sonrisas sabe convencernos de su enamoramiento y de los diferentes estados de ánimo de su personaje, que, al encontrarse en una situación de peligro constante, sabe conducirse de forma inteligente, al tiempo que se deja llevar por sus sentimientos y su intuición. La agilidad y elegancia de la actriz la hacen brillar en las escenas de acción, en las que se comporta como una auténtica parisina.


       Por su parte, Cary Grant nos brinda, como es su costumbre, todo un abanico de expresiones, gestos y muecas, que van desde la naturalidad, hasta la comicidad, pasando por un buen número de miradas y sonrisas ambiguas, que hacen más intrigante y desconcertante a un personaje, que va cambiando de identidad, a lo largo de la película, tantas veces como su compañera de atuendo, y del que nunca llegamos a saber sus verdaderas intenciones, hasta que se desvela su misión.

       París, escenario romántico por excelencia, inunda la acción de cierta nostalgia, convirtiéndose en protagonista del film junto a la pareja de intérpretes, a los que proporciona una ambientación llena de belleza y de lugares comunes para el espectador de cine. La estupenda fotografía en color de Charles Lang, con su habilidad para usar el contraluz, las luces y las sombras, retrata a la perfección la capital francesa, realzando el atractivo de una Audrey Hepburn, espléndidamente vestida por Givenchy.

       Donen coreografía cada secuencia con la minuciosidad de un musical, algo que se aprecia especialmente en las escenas de acción. El movimiento de los actores es una danza, donde nada es fortuito, el espectador sabe en todo momento qué está pasando y cómo está teniendo lugar. Donen nos lleva de la mano por todo París, siguiendo el hilo de la acción con asombrosa claridad, haciendo que parezca fácil seguir todas las peripecias de los personajes, incluso durante las persecuciones y las peleas.


       La película cuenta con un buen número de escenas míticas e inolvidables, como resultado de una de las motivaciones más sencillas y al mismo tiempo más geniales que se han ideado para hacer avanzar la trama de una película de intriga: Encontrar un cuarto de millón de dólares que está escondido a la vista de todos. Entre estas escenas, las hay cómicas, románticas, dramáticas o de acción, y, no hace falta decir que, las dos escenas más divertidas del film están protagonizadas por Cary Grant. Una de ellas es el juego, en la sala de fiestas, en el que Grant, tratando de pasar la naranja, que lleva bajo el cuello, a la persona que tiene al lado, recorre, impúdicamente el cuerpo de una señora, algo gruesa y de aspecto respetable, que lo mira horrorizada mientras suena el Mambo Parisien de Mancini. La otra, es el momento en que Grant se ducha vestido en la habitación de Regina, enjabonándose por todo el cuerpo y tarareando una cancioncilla alegre mientras ella se ríe.
       El momento más romántico posiblemente sea la cena de la pareja en el Bateaux mouches, el barco restaurante que recorre el Sena, en el que Brian reconoce sentir algo por Regina. Y la escena más dramática, la protagoniza Regina al encontrarse entre dos hombres armados, en el patio de columnas del Palais Royal, sin saber cuál de ellos es el asesino.

       La extraordinaria huída de Regina en el metro, perseguida por Adam, al que ella 
cree el asesino, es la secuencia de acción más trepidante de toda la película y aquélla en la que Donen despliega todo su inmenso talento como director de actores en movimiento. Otra escena de acción inolvidable es la de la pelea de Peter, en la azotea del edificio American Express, con Scobie y su gancho mortal. En realidad, la escena nos hace pensar en una pelea entre Peter Pan y el capitán Garfio, sobre las vergas del barco de éste, por lo que situarla en lo alto de un edificio y bajo un enorme luminoso lleno de barras de hierro es todo un acierto. 

       Los asesinatos de la película están cargados de humor —todos los cadáveres aparecen en pijama, para desesperación del inspector Grandpierre— y hacen gala de una brutalidad, que, sin carecer de cierta violencia, resulta al mismo tiempo elegante. Lo mismo que la escena en la que Tex ataca a Regina echándole una lluvia de cerillas prendidas, sobre el regazo. Es un momento angustioso y cargado de sadismo que, sin embargo, resulta bonito, cinematográficamente hablando. Era una de las cualidades de este gran realizador, saber contar de una forma distinguida incluso lo más terrible.
       Por último, el final de Dyle, cayendo por la trampilla del escenario del Palais Royal, supone un remate contundente y teatral a un personaje que ha sabido desplegar, ante Regina, toda una puesta en escena para hacerse pasar por alguien de su absoluta confianza.

       En 2002 Johnathan Demme dirigió una interesante versión de «Charada», bajo el título «La verdad sobre Charlie» y también existe una versión de Boollywood, estrenada en 2003, «Chura Liyaa Hai Tumne» de Shangeeth Sivan. Ambas muy diferentes, pero tan llenas de mentiras como la película original. Sin embargo, en el film de Donen hay algo que prevalece sobre la mentira, y es el sentido del humor. La relación romántica se salva de toda esa montaña de mentiras, gracias al humor con que se relacionan los protagonistas desde que se conocen. El humor es una forma de mentir que nos libera de las consecuencias que puedan derivarse de la falta de sinceridad. Lo dicho con humor no compromete a nada, porque siempre parece que hablamos en broma. «La verdad os hará libres», dice la Biblia, luego, mentimos por miedo a esa libertad, pero si mentimos con humor, nadie nos toma en serio, por lo que no hay engaño, no hay esclavitud. En una mentira humorística se oculta siempre una verdad, de manera que, el humor nos hace tan libres como la verdad y, como Donen nos enseña, siempre resulta mejor.



       «Regina: ¿No puedes hablar en serio?
       Alex: Oh, has dicho una palabra horrible.
       Regina: ¿Ah, sí? ¿Qué he dicho?
       Alex: Serio. Cuando un hombre llega a mi edad, esa es la única palabra que jamás quiere oír. No me gusta hablar en serio ni oírte hablar en serio a ti tampoco.
       Regina: Está bien, nos pasaremos la vida siendo frívolos.»