viernes, 28 de mayo de 2021

EDWARDSMANÍA 3

¿VÍCTOR O VICTORIA? (1982) de Blake Edwards

   
       
Explotando el aspecto cómico de la ambigüedad sexual, el director Blake Edwards defiende el derecho de cualquier ser humano a elegir libremente su orientación e identidad sexual, en un film, que es, además, un canto a la sincera amistad que, a menudo, suele darse entre homosexuales y mujeres sin prejuicios.
     
       París, 1932, Victoria Grant (Julie Andrews), que está en la ruina, es rechazada como cantante, por el Sr. Labisse (Peter Arne), dueño del cabaret Chez Lui, local en el que trabaja Toddy (Robert Preston), intérprete gay, que asiste complacido a la audición de Victoria. Esa misma noche, Toddy es despedido, por provocar una pelea en el cabaret y cuando vuelve a coincidir con Victoria, en un restaurante, se hacen amigos al tratar de irse sin pagar. Toddy invita a Victoria a quedarse en su apartamento y le presta un traje para que pueda cambiarse. Al verla vestida de hombre y, consciente de su prodigiosa voz, a Toddy se le ocurre hacer pasar a Victoria por el mejor transformista de Europa, bautizándola con el nombre artístico de conde Víctor Grazinski, su amante polaco. El agente André Cassell (John Rysh-Davis) acepta producir el espectáculo, en cuanto escucha cantar a Victoria, y para la noche del estreno invita a muchos de sus contactos, entre los que se encuentra King Marchand (James Garner), dueño de la cadena de cabarets más importante de Chicago. King se queda prendado de Victoria desde que la ve sobre el escenario, pero se lleva un gran chasco, cuando, al final del número, ella se quita la peluca para mostrar que es un hombre. La amante de King, Norma Cassidy (Lesley Ann Warren), aliviada al saber que la persona que ha despertado el interés de su amante es un gay, no para de mortificar a King, hasta que éste, tiene un gatillazo y la manda de vuelta a Chicago. King, convencido de que el conde Grazinski es una mujer, decide demostrar su teoría, colándose en la suite que Victoria ocupa con Toddy, para espiarla en el baño. Y respira aliviado, al comprobar que, en efecto, es una mujer. Pero Norma se venga de King contándole a su socio, el gánster Sal Andratti (Norman Chancer), que King Marchand, en París, se ha liado con un marica polaco. Mientras tanto, King ofrece a Cassell una fortuna para que Victoria actúe en su club de Chicago y King y Victoria inician un romance. Sin embargo, cuando el guardaespaldas de King, Squash Bernstein (Alex Karras), los descubre en la cama, King comprende que le resulta muy duro que la gente piense que está con un hombre; por lo que pide a Victoria que deje de fingir; pero ella se resiste a renunciar a su éxito como cantante. El Sr. Lavisse, antiguo jefe de Todd, sospecha que el conde Grazinski, es la mujer que hizo una audición para él y no tarda en descubrir el engaño, al contratar al detective Charles Bovin (Herb Tanney). Finalmente, Victoria, comprende que, pasar por gay, está destrozando a King y toma la decisión de anunciar al mundo que el conde Grazinski es Victoria Grant. Pero, antes de que pueda llevar a cabo su resolución, Sal Andratti se presenta en París, con Norma y con sus matones, dispuesto a obligar al “marica” de King a renunciar a su parte del negocio. Y, para colmo, el Sr. Labisse denuncia a Víctor, a Toddy y a Cassell por impostores y fraude al público.


       El guión, escrito por Blake Edwards junto a Hans Hoemburg, se basa en la película alemana Viktor und Viktoria (1933) de Reinhold Schünzel, comedia que ya incluía un número musical de inspiración española, similar al que interpreta Julie Andrews en el film de Edwards. Este número musical, parodia del mito de Carmen, permite a Edwards, al final de la película, dar rienda suelta a sus dos grandes pasiones, la parodia y el humor físico; para ello, disfraza a Robert Preston, que por entonces contaba con la friolera de 64 años, de mujer española para que interprete una desternillante imitación de Julie Andrews, cantando y bailando la misma canción que ella, con el mismo vestido y el mismo grupo de baile. El número se rodó en una sola toma, por lo que resultó mucho más auténtico y espontáneo, sobre todo, al final de la actuación, cuando un Robert Preston, exhausto y sudoroso, tras ejecutar una danza imposible, más semejante a una pelea que a un baile, termina, literalmente, revolcándose por los suelos con los bailarines, a los que les dirige estas mordaces palabras:

       «Toddy: Habéis estado maravillosos, pero no quiero volver a veros nunca más.»



       Robert Preston, actor que trabajó en el cine durante seis décadas, con 
experiencia en el musical, tanto teatral como cinematográfico, encarna en ¿Víctor o Victoria? a un intérprete gay de canciones de cabaret, que acapara las mejores réplicas de todo el guión, las más irónicas, las más sarcásticas y las más divertidas. Su personaje es un ser humano entrañable, poseedor de un humor afilado, una sensible caballerosidad y un temperamento sereno y lúcido, que, sin embargo, le lleva a desencadenar, con sus frases lapidarias, más de una pelea nocturna, de esas que suelen terminar con el furgón de la policía, en la puerta de un local destrozado. Por su interpretación del divertido e inolvidable Sr. Todd, —«Toddy, para los buenos amigos»— Preston fue nominado al Oscar y al Globo de oro, poniendo un broche de oro a una larga carrera que estaba llegando a su fin, pues el actor moriría en 1987.

       Esta comedia musical posee un magnífico abanico de personajes secundarios perfectamente diseñados, cargados de comicidad y de una funcionalidad imprescindible para el desarrollo de la trama. Edwards proporcionó a cada uno de estos personajes, dentro del guión, una escena en la que podían expresar su esencia con entera libertad. Entre estos personajes destacan, además de Toddy —del que ya hemos hablado—, Norma Cassidy y el Sr. Bernstein, amante y guardaespaldas de King Marchand, respectivamente.


       Norma Cassidy, interpretada con gran desparpajo y una comicidad vulgarmente sexi por Lesley Ann Warren, resulta hilarante en todas sus apariciones, incluso ejecuta un número musical que, por su ordinariez, sirve, para subrayar, por contraste, la clase y el estilo de las actuaciones de Victoria; pero hay un momento que la define como ningún otro, y es aquél en que el Sr. Bernstein la acompaña a coger el tren de vuelta para Chicago, por orden de King Marchand, y Norma, furiosa, por el modo en que la están despachando, camina por el andén despotricando sin parar, hasta que una vez en el tren, se asoma desde el furgón de cola, se abre el vestido ante toda una estación repleta de gente y grita:

       «Norma: ¡A un hombre normal, ¿no se le ha de levantar el ánimo ante un cuerpo como el mío?!  Un mozo de estación, al verla en paños menores, pierde el equilibrio y cae a las vías, delante de ell —. ¡Gracias, chato!»


       En cuanto al Sr. Bernstein, su momento de gloria, llega cuando, al pillar a su jefe en la cama con Víctor —a quien considera un hombre— se emociona y se sincera con él.

       «King: Mira, yo sé lo que estás pensando.
       Squash: No lo sabe. De repente, ha cambiado el sentido de mi vida.
       King: No, hombre, no es lo que te imaginas.
       Squash: Escuche, jefe, si un tipo como usted tiene las agallas de admitir que es gay… ¡Yo también! (Le abraza y le besa en la cara.) Me ha hecho tan feliz…»

       Edwards no pudo resistirse a la tentación de incluir en el film la presencia de un patoso detective, con un imán para las desgracias y una chiripa increíble para resolver casos. Este detective, interpretado por Herb Tanney, posee, juntas, la torpeza del Inspector Clouseau (Peter Sellers) y la aciaga capacidad para sufrir accidentes del Comisionado Charles Dreyfus (Herbert Lom) —personajes de la serie de comedias de Blake Edwards La pantera rosa—, lo que le convierte en el mayor de los Pupas de los detectives privados. ¿Homenaje a Peter Sellers, que iba a encarnar a Toddy en el film pero falleció en 1980 antes de poder hacerlo? ¿O debilidad de Edwards por caricaturizar a los detectives? Sea como fuere, supone un personaje secundario que protagoniza desternillantes momentos de un cruento humor físico. Como cuando al pedirle sus honorarios al Sr. Labisse, éste, enojado con el detective por haberle puesto en ridículo, le aplasta, con un martillo, el dedo —que previamente Victoria ya le había pillado con la puerta del armario—.


       El éxito de la película dio lugar a un musical en Broadway, interpretado por Julie Andrews y dirigido por Blake Edwards, que tuvo tanta acogida que se adaptó, también, para la televisión en 1995, pasando a llamarse Víctor/Victoria, también con el matrimonio Edwards-Andrews, al frente del proyecto. No era el primer éxito del director ni de la actriz, pero les llegó en un momento de sus carreras muy beneficioso para ambos, convirtiéndose en el último gran éxito de Blake Edwards. El proyecto fue pensado inicialmente para Billy Wilder, quien ya había experimentado con el tema del cambio de género, en 1959, en su comedia Con faldas y a lo loco, pero Wilder lo rechazó y recomendó a Blake Edwards para llevarlo a cabo; no se equivocaba, pues Edwards había demostrado ya con creces sus dotes de gran comediógrafo y su elegancia y magistral dominio del ritmo, lo que le convertía en el candidato perfecto para la dirección del film. Y con su mujer como protagonista ¿qué podía salir mal?


       Antes de esta película, Julie Andrews y Blake Edwards habían trabajado juntos en otras cuatro películas y volverían hacerlo un par de veces más. En sus películas, Edwards logró quitarle a Julie Andrews de encima esa leyenda de mujer bondadosa y asexuada, que se había labrado tras sus dos grandes éxitos, Mary Poppins (1964) de Robert Stevenson y Sonrisas y lágrimas (1965) de Robert Wise. Y le proporcionó, en plena madurez interpretativa, su tercer gran éxito, con el que probablemente sea el personaje más complejo e inolvidable de su carrera. Victoria Grant es tan buena persona y brilla tanto o más que Mary Poppins o María Rainer, pero carece de la repelente santurronería de la monja y de la redicha perfección de la niñera. Victoria nos cautiva con su compasión y su temperamento, convirtiendo a Julie Andrews, en la pantalla, en una mujer de carne y hueso, con sus virtudes y sus debilidades. Victoria vive en el mundo real, ese en el que si no pagas el alquiler te echan a la calle con lo puesto y en ayunas, y aún así, es capaz de seguir adelante sin perder el sentido del humor y sin juzgarse a sí misma ni a los demás. El personaje de Victoria Grant se ajustaba como un guante a las excelentes capacidades interpretativas de Julie Andrews, como cantante y como actriz de comedia, y el director la arropó de todo un equipo de grandes actores y actrices, empezando por Robert Preston, que coprotagoniza con la actriz gran parte del metraje, encarnando a ese amigo que toda mujer querría tener a su lado. Toddy y Victoria, así como Julie Andrews y Robert Preston, conectan desde el principio, convirtiéndose en cómplices inseparables, viven juntos, trabajan juntos e incluso duermen juntos.

       «Toddy: ¿Qué te ha parecido King Marchand?
       Victoria: King Marchand es un arrogante, imbécil, terco y chauvinista cretino.
       Toddy: Creo que podría enamorarme de él.
       Victoria: Creo que yo también podría.»


       James Garner —con quien Andrews ya había formado pareja de ficción en La americanización de Emily (1964) de Arthur Hiller y con quien volvería a encontrarse en Una noche especial (1999) de Roger Young— completa el trío protagonista, aportando a la actriz, con su presencia, la confianza necesaria para poder sacar lo mejor de sí misma. El director, además, la hizo resplandecer a sus 47 años, gracias a la fotografía de Dick Bush. Asimismo los magníficos números musicales, de inspiración jazzística, de la banda sonora de Henry Mancini, con letra de Leslie Bricusse y coreografiados por Paddy Stone, ayudaron al lucimiento de la actriz, para quien Mancini compuso unas bellas canciones que se adaptaban perfectamente a su increíble voz. Mancini y Bricusse ganarían un Oscar por la banda sonora de este film de Blake Edwards, que incluye canciones maravillosas, como Le jazz hot, The Shady Dame from Seville, Crazy world o You and me.


       En cuanto a James Garner, encarnando a este dudoso hombre de negocios que tiene tratos con la mafia pero afirma no ser un gánster, compone uno de los personajes de su carrera al que mejor le sentaban su aspecto de galán turbio y varonil, y lo hace de una forma tan graciosa que se gana las simpatías del público. La hilarante expresión de su cara, en aquéllos momentos del film en los que su personaje siente que su virilidad está siendo cuestionada, ya sea por los demás o por sí mismo, es impagable. Sin embargo, King Marchand se revela, a lo largo de la historia, como un hombre seguro de sí mismo, inteligente y bastante ecuánime en su trato con Victoria, a la que respeta, admira y trata como a su igual; pero hay que entender que la película se ambienta a principio de los años treinta, cuando la homosexualidad era poco tolerada por ciertos sectores de la sociedad y, por tanto, pedir a un hombre que aceptara que le tomaran por gay, sin serlo, era demasiado.

       «King: Estaremos viviendo una mentira.
       Victoria: No creo que sea eso lo que realmente te molesta.
       King: Pues, si supones que me preocupa que la gente piense que soy marica, tienes razón.
       Victoria: Así que tenemos un problema.
       King: Supongo que sí.
       Victoria: Es bueno saber renunciar a tiempo.»

       Y, a pesar de eso, King Marchand acepta la situación, aunque lo lleve fatal, y continúa su romance con Victoria contra viento y marea. Incluso le plantea un conmovedor acuerdo, que evoca las promesas que se hicieron Blake Edwards y Julie Andrews cuando se casaron en 1969:

       «King: Sin secretos, sin rencores. Si algo nos molesta, lo diremos. ¿Conforme?
       Victoria: Conforme.
       King: Y no haremos planes para más allá de mañana. Quiero que vivamos al día.
       Victoria: Hecho.»

       La película sorprende por su feminismo a la hora de reflejar la necesidad de la mujer de sentirse independiente del hombre.
  
       «Victoria: Lo encuentro todo realmente fascinante. Como hombre puedo hacer cosas que jamás podría hacer como mujer. Estoy emancipada.
       King: ¿Emancipada?
       Victoria: Pues… Digamos que soy mi propio hombre. Supongo que puedes entenderlo.
       King: Si quieres que te diga la verdad, ya no entiendo nada.»


       Al mismo tiempo, muestra cómo el hombre, confuso ante una mujer que se empeña en actuar como un hombre, necesita demostrarse a sí mismo su virilidad realizando grandes alardes de fortaleza física, para reafirmarse como varón —algo que les sigue sucediendo a muchos hombres ante las reivindicaciones feministas—.

       Edwards volvería a tratar el tema de la ambigüedad sexual en otras comedias, como Una cana al aire (1989) o Una rubia muy dudosa (1991), en las que el cambio de género del protagonista genera un enredo humorístico, que se convierte en la cuestión principal de la trama. Pero no sólo Edwards, sino otros muchos directores sucumbirían, en la década de los 80, a tratar el tema de la ambigüedad sexual de forma cómica, Tootsie (1982) de Sydney Pollack es un claro ejemplo de ello.


       En el mundo del espectáculo se ha explotado el transformismo de forma jocosa, a lo largo de los tiempos; de hecho, en los años 30, antes del nazismo, era frecuente encontrar en cabarets de toda Europa este tipo de espectáculos que se muestran en la película, pero en los 80 se produjo un auténtico furor por abordar la ambigüedad sexual en el arte. Bandas de pop y de rock tenían la ambigüedad por bandera y en el mundo del diseño, incluso hubo quien se atrevió con la falda masculina. La ambigüedad estaba de moda, seducía y provocaba fascinación, porque había sido tema tabú en las sociedades del mundo entero, durante mucho tiempo, y en ese momento comenzaba a dejar de serlo y era algo divertido y emblema de modernidad. Sin embargo, aunque la sociedad comenzara a aceptar la libertad sexual, en todas sus variantes, aún quedaban muchos prejuicios por derribar. El mismo Edwards reconoció haberse acobardado a la hora de mostrar de forma directa la posible homosexualidad de King Marchand, al enamorarse de un transformista, y por eso, terminó agregando la escena en que King descubre que Victoria es una mujer, antes de lanzarse a una relación con ella. Esto evitaba el rechazo de buena parte del público, siempre algo mojigato en los Estados Unidos, pero hay que reconocer que la película, como icono de la exaltación de la diversidad, se torna menos interesante y queda algo empobrecida, con esta escena. Del mismo modo, el momento en que King declara a Victoria que su amor está por encima de cualquier prejuicio, pierde su sinceridad y se reduce a una declaración falsa, algo canalla e, incluso, manipuladora, por parte de Marchand.

       «King: No me importa que seas un hombre.
       Victoria: No lo soy. No soy un hombre.
       King: Seas lo que seas, me gustas.»


       Por otra parte, es cierto que el cambio introducido por Edwards cuadra más con el temperamento duro y convencionalmente heterosexual del personaje de Marchand. Al fin y al cabo, cuando él queda deslumbrado por Victoria, ella va vestida de mujer y actúa como una mujer, por tanto, para King es una mujer. En cualquier caso, la película fue premiada con el Globo de Oro al mejor musical de comedia, además de obtener el César a la mejor película extranjera, y siempre será recordada como un símbolo del enaltecimiento de la liberalidad de género, resumida en la frase de Shakespeare, que Toddy le espeta a su joven y arribista amante, cuando éste le está sableando:

       «Richard: Oh, vamos, Toddy, no me taches de desaprensivo.
       Toddy: No tienes muchos escrúpulos.
       Richard: Le sacas partido a tu dinero.
       Toddy: ¡Los dos le sacamos partido a mi dinero!
       Richard: Mira, Toddy, si no estás de acuerdo con mis condiciones…
       Toddy: ¡Oh, evidentemente, no lo estoy! Pero, como dice el inmortal Shakespeare, “El amor no mira con los ojos, sino con la mente, por lo tanto, es un Cupido alado y ciego”.»


       Y así es, el amor no entiende de géneros, es ciego, se deja llevar por lo que siente, no por lo que ve. Marchand ve a Victoria y se siente atraído por ella, luego, cuando descubre que es un hombre, se queda en shock, pero, a pesar de todo, continúa sintiéndose atraído por ella y eso le desquicia.

       «Víctor: Su problema, Sr. Marchand, es que le preocupan los arquetipos. Dicho de otra forma, usted es de una clase de hombre y yo, de otra.
       King: ¿Y de qué clase eres?
       Víctor: De la que no tiene que demostrar nada. Ni a mí mismo ni a nadie.»


       Los arquetipos sexuales establecidos en la sociedad imponen un conjunto de normas de comportamiento, asociadas al género, que condicionan nuestra sexualidad. Tradicionalmente, el arquetipo femenino reducía a la mujer a su rol de virgen, esposa y madre, cediendo todos los aspectos de poder al arquetipo masculino. El film de Edwards nos invita a superar el miedo, la culpa y la vergüenza, que se derivan de estos arquetipos, y a ser felices viviendo nuestra sexualidad con absoluta libertad.

       «Toddy: Oh, mira, querida, la vergüenza es una emoción triste inventada por los curas para explotar al género humano.
       Victoria: ¿Y quién dijo eso?
       Toddy: ¡Yo dije eso!
       Victoria: ¿No crees en la vergüenza?
       Toddy: Creo en la felicidad.»


     

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