domingo, 8 de enero de 2023


MANKIEWICZMANÍA 3

LA HUELLA (1972) de Joseph L. Mankiewicz
      

       
En 1972, Mankiewicz estrena la que sería su última película, cerrando con broche de oro una filmografía llena de grandes éxitos. Con la inquietante historia de La huella, el realizador nos enseña que la humillación es un juego peligroso, en el que no se debe jamás subestimar al contrario.
        
       Andrew Wyke (Laurence Olivier), famoso escritor de novelas policíacas, invita a su mansión al amante de su mujer, Milo Tindale (Michael Caine), peluquero de profesión. Wyke sabe que Tindale no podrá proporcionar a su esposa la vida de lujo a la que está acostumbrada, por lo que, haciéndole creer que él también desea el divorcio para vivir con su amante Taia, le propone que robe las joyas de su caja fuerte para venderlas en el extranjero. Aunque, al principio, Milo se opone, Andrew le convence asegurándole que conseguirá una buena suma mientras él tranquilamente cobra el seguro. Así que, Milo, siguiendo las instrucciones de Wyke, se disfraza de payaso y entra en la casa para robar las joyas haciendo algunos destrozos. Después, Wyke insiste en que deben fingir que él sorprendió al ladrón, le amenazó con un revólver y lucharon por el arma. Pero, finalmente, Wyke, tras desvelar que todo ha sido una farsa para matarle impunemente, dispara a Milo en la cabeza. Dos días después, el inspector Doppler se presenta en la mansión para interrogar a Andrew Wyke sobre la desaparición de Milo Tindale. El inspector está al corriente de la relación de Milo con la Sra. Wyke, tiene la nota que Andrew envió a Milo invitándole a su casa y cuenta con el testimonio de un testigo que asegura haber oído disparos. Wyke confiesa que montó todo un juego para darle una lección a Tindale, pero que el disparo fue de fogueo. Sin embargo, el inspector decide arrestarlo, Wyke se resiste y es reducido por Doppler.

Entonces, Milo se quita el 
disfraz de inspector y descubre su farsa. Wyke monta en cólera, pero una vez repuesto de la impresión, felicita a Milo por su revancha. No obstante, como Milo aún siente que está en deuda con Wyke, pues la humillación sufrida por él fue mucho mayor, plantea un nuevo juego. Para empezar, Milo dice haber matado a Taia y haber escondido cuatro objetos en la casa que acusan a Wyke. Éste deberá encontrarlos antes de que llegue la policía, en quince minutos. Wyke, desesperado tras comprobar que Taia realmente ha muerto, comienza la búsqueda suplicando a Milo que le ayude. Y, una vez encontrados y destruidos todos los objetos, Wyke descubre que todo ha sido otra farsa de Milo. Vencido por segunda vez, Wyke se derrumba y Milo, exultante, se regodea contándole cómo Taia le puso al corriente de su impotencia y le ayudó a preparar el juego. Wyke se niega a consentir que Milo pueda contar a Marguerite cómo le humilló, así que le apunta con el revólver, esta vez, dispuesto a matarle de verdad.



       Basándose en su obra homónima, Anthony Shaffer elaboró un guión impecable, con una estructura lo bastante resistente como para soportar, en una pantalla de cine, el carácter teatral de sus diálogos y la unidad de espacio de su dramática puesta en escena. Narrando como un auténtico thriller psicológico el duelo intelectual que sostienen los dos protagonistas, Mankiewicz mantiene en suspense al espectador durante todo el metraje, creando con cada giro de la trama una nueva intriga que puede ser verdadera o falsa. Los dos contendientes pertenecen a diferentes generaciones, diferentes clases sociales y diferentes estatus económico, lo que convierte su rivalidad en una lucha que va mucho más allá de un simple enfrentamiento personal entre dos hombres que aman a la misma mujer. Implica una batalla entre la clase alta y la humilde, la juventud y la madurez, la riqueza y la mera solvencia, la educación exquisita y la escuela de la calle, lo que está en juego, en fin, es la propia identidad, el ego en todas sus manifestaciones mundanas, lo que cada uno de ellos cree ser ante la sociedad y ante sí mismo.

       «Milo: Usted y yo somos de diferentes mundos, Andrew. En el mío, no hay tiempo para ingeniosas diversiones y felices inventos. Ni para tomar el té. Nuestro único juego es el de sobrevivir o ser aniquilados. Si no se vence, no se sobrevive. El que pierde, lo pierde todo. Usted probablemente no lo entenderá.»

       Dos enormes temperamentos masculinos enzarzados en una batalla dialéctica, intelectual e incluso física, una batalla de ingenio y poder cuyo objetivo es la humillación del contrario. Las armas a empuñar son la mentira, el engaño, la simulación, la manipulación y el cinismo, todas ellas temas recurrentes en la filmografía del director, que siempre supo ofrecer una visión de la naturaleza humana en toda su crudeza, con sus luces y sus sombras, dentro de un cierto halo de romanticismo y humor.


       Mankiewicz consigue recrear el enorme recelo y la agresividad latente entre estos dos hombres, con un ambiente inquietante plagado de decenas de ojos de autómatas, que observan a los personajes, e incluso interactúan con ellos, lo mismo que los espectadores de un drama, haciendo que los protagonistas se sientan tan vulnerables y expuestos como en el escenario de un teatro. Mankiewicz introduce una y otra vez primeros planos de estos autómatas, que parecen intuir y anticipar al público el peligro que se cierne sobre los dos contrincantes. La idea de que Andrew poseyera una colección de estos muñecos antiguos fue del propio Mankiewicz, todo un acierto para subrayar la obsesión de Andrew Wyke por el juego, así como, para realzar el tono circense del que todo el film está impregnado: El más difícil todavía de los giros del guión —que coinciden con el comienzo o el fin de cada uno de los juegos de los protagonistas—, el disfraz de payaso elegido por Milo para robar las joyas —también idea de Mankiewicz—, la continua lucha de los dos hombres por ocupar la pista central haciéndose con el control y, sobre todo, la alegre e inquietante banda sonora de John Addison. Todos estos elementos aportan a la película ese carácter circense y teatral que hace entrar al público directamente en el juego. Addison sería nominado a un Oscar por este magnífico trabajo dinámico, perturbador y jocosamente cínico.



       «Andrew: ¡Les presento a Tindolini! ¡El favorito de los niños! ¡Más loco que Kenny, más grande que Grog! ¡Señoras y caballeros, en el centro de la pista, el rey de los clowns! ¡Milo, el más divertido de los payasos! (Milo bailando acciona el mecanismo del marinero jovial para que le aplauda y ría sus gracias)
       Milo: Me encuentra gracioso…
       Andrew: Es que lo está.»

       Mankiewicz trazó una obertura perfecta al rodar el primer encuentro de los dos hombres en el interior del laberinto que Andrew Wyke posee en el jardín de su casa. Cuando Milo Tindale penetra en el laberinto, el público ya intuye que se está metiendo en una trampa de la que le costará trabajo salir airoso. El marido de su amante le espera en el interior, como una araña en su tela, dispuesto a devorar a su presa. El laberinto, además, define al personaje de Andrew como un obseso del juego, alguien a quien le gusta aislarse del mundo de una forma retorcida que pone en una situación apurada a todo aquel que osa acercarse a él. Asimismo, fue idea de Mankiewicz que el origen de Milo Tindale fuera italiano, de ese modo, mientras Andrew es, y se jacta de ser, un perfecto caballero inglés, Milo no sólo no es un caballero, sino que ni siquiera es un inglés auténtico, a pesar de haber nacido en Inglaterra.


       «Andrew: En Inglaterra siempre se respetó más la propiedad que las personas. Incluso Marguerite pensará que no era usted sino un aventurero que iba tras sus joyas. Un ladrón furtivo que decidió que el hurto era menos gravoso que el matrimonio.
       Milo: ¿Igual que usted encuentra el asesinato menos gravoso que la pensión alimenticia?
       Andrew: Je, ocurrente ante la adversidad. Bien, ha aprendió algo de los ingleses.»

       Pese a su gusto por los diálogos brillantes e inteligentes, salpicados siempre de un humor algo mordaz, Mankiewicz demostró en su último film su gran talento como realizador cinematográfico, no sólo con las citadas aportaciones al guión de Shaffer, sino también con su hábil manejo de la cámara a la hora de mostrarnos, con el uso de los primeros planos, las distintas emociones de los contendientes, la rabia reprimida, el orgullo, el rencor, la satisfacción del triunfo, las miradas cargadas de odio o desconfianza y la humillación, sobre todo la humillación. Tampoco podemos olvidar su elaborada e inteligente manera de ubicar a los personajes dentro de cada plano, para marcar en todo momento quién está dominando al otro, quién tiene el control de la situación. Algo realmente importante en una trama en la que los protagonistas intercambian los roles de opresor y oprimido, en una despiadada lucha por imponer la propia dignidad a aquel que trata de pisotearla. Mankiewicz situaba siempre al personaje dominante a una altura superior, de pie si el otro estaba sentado o en lo alto de la escalera si el otro estaba abajo. La misma caracterización de Milo como payaso, con esos zapatones que le obligan a caminar de forma ridícula, ayuda a intensificar la humillación del personaje por parte de Andrew cuando es él quien domina el juego.


       Mediante sutiles pinceladas, Mankiewicz se las ingenia para anticipar al espectador las dos muertes de Milo, la ficticia y la real. En la primera, cuando Andrew dispara a la jarra que Milo sostiene en su mano, se crea una situación inquietante, que permite percibir al espectador toda la agresividad reprimida que el anfitrión siente hacia su invitado y, por ende, el peligro que supone para éste que Andrew ande jugando con un revólver.

       «Milo: ¡Es usted un maldito maníaco! ¡Ha podido matarme!»

       Y, después, en el tercer acto, mientras Wyke busca una de los objetos en el sótano, Milo coge la careta de payaso que llevaba puesta cuando pensó que iba a morir y, canturreando Ridi pagliaccio de la ópera de Leoncavallo, se la pone a un esqueleto con el que Andrew acostumbra a asustar a la gente. Mankiewicz anticipa así, que tal y como sucede en dicha ópera, el marido va a asesinar al amante de su esposa.

       Por último, la unidad de espacio que parece a primera vista algo tremendamente teatral, convierte la mansión en un elemento dramático tan valioso, que, con la dinámica y vívida presencia de los autómatas, casi acaba transformándose en un personaje más del que se sirven los protagonistas para potenciar sus retorcidos juegos. Los exteriores de la magnífica mansión se rodaron en Athelhampton House, casa de la Inglaterra medieval, propiedad por entonces de Robert Cook, que no sólo autorizó el rodaje sino que aceptó la construcción del laberinto en sus jardines; sin embargo, los interiores de la película fueron rodados en su totalidad en los Pinewood Studios, al oeste de Londres.


       Se ha dicho que uno de los mayores logros de la película, junto al guión y a la dirección, fueron las excelentes interpretaciones de sus actores protagonistas, Laurence Olivier y Michael Caine, lo cual es muy cierto, pero no se suele mencionar que estos dos genios de la interpretación contaron con dos espléndidos personajes perfectamente diseñados, a los que sacarles todo su jugo con la maestría que les caracterizaba. Dos personajes brillantes, inteligentes, incapaces de dejarse vencer por el contrario y con sus dolores personales a cuestas. Cualquier actor de la talla de Caine o de Olivier puede convertir un personaje mediocre en un protagonista aceptable, pero con un personaje de la categoría de Milo Tindale o Andrew Wyke, lo que hacen es puro arte.

       Andrew Wyke es un hombre maduro, perteneciente a la élite de la sociedad británica; clasista, infantil, pedante y narcisista; que vive anclado en la nostalgia de los años treinta y sus canciones —como la canción Anything goes de Cole Porter—. Estos tiempos, anteriores a la televisión, eran, según él, mejores y más divertidos. Pero sin duda el rasgo que mejor define a Wyke es un enorme ego que le lleva a plagar su casa con un sinfín de objetos relativos a sus logros profesionales. Sin olvidar un sentido de la propiedad tan desmesurado que le lleva a considerar, de forma harto machista, a su esposa como una más de sus posesiones.

       «Milo: Usted no está enamorado de ella.
       Andrew: Esté o no enamorado de ella, yo la encontré, me pertenece. Ella es mi esposa. Y hubo un tiempo en que me quiso.»

       Y por si todo esto fuera poco, su inmadurez le hace vivir en una continua evasión de la realidad, mediante la literatura y el juego. 


       «Andrew: Jugar es lo que suele hacer cualquiera, pero el practicar determinados juegos es mi verdadera pasión. Más aún, la razón de mi vida.
       Doppler: Su palabras suenan algo lúgubres. Parecen las de un niño que no ha crecido.
       Andrew: ¿Y qué hay de malo en que un niño juegue, inspector?
       Doppler: Nada, señor, si se considera usted un niño.»

       Pero, como la mayoría de los niños, Andrew no sabe perder. Y menos frente a alguien como Tindale, a quien considera inferior a sí mismo.

       «Andrew: Bueno, como ya veo que está enterado de lo de Tindale y mi esposa, le diré que yo pertenezco a esa clase de hombres a quienes no les importa perder ante un caballero, que sabe aceptar las reglas del juego. Pero ser derrotado por un vulgar parásito italiano, amante de profesión, que confunde mi indiferencia con la incapacidad, es demasiado para mí, inspector.
       Doppler: Lo que significa que usted fue incapaz de aceptar la situación. ¿No es eso lo que quiere decir?
       Andrew: Quiero decir que era una situación que me negué a aceptar, inspector.»


       Laurence Olivier, se mimetiza con su snob personaje de una forma tan absoluta, que nos resulta a un tiempo tan insoportable como fascinante. La brillante y laboriosa interpretación del actor es toda una clase magistral de cómo componer y dar vida a un personaje hasta fundirse con él por entero. La afición de Wyke a imitar las voces de los distintos personajes que su mente creativa no para de inventar, dio la oportunidad a Olivier de mostrar su enorme versatilidad vocal como actor. Pero, en general, Cada mirada, cada gesto, cada entonación, cada movimiento del cuerpo de Olivier contribuye a dar forma a su personaje, logrando que le conozcamos tan bien, que lleguemos a saber de lo que es capaz, antes de que él mismo lo averigue. Aunque siempre nos quede la duda de si se atreverá o no a llegar hasta el final.

       «Andrew: No quiero que pueda decir nada a nadie. No debe usted hablar.
       Milo: ¿Y a quién iba a decírselo? Je, je, je… ¿A quién puede interesarle?
       Andrew: A una persona mucho, a Marguerite. Especialmente a ella.
       Milo: ¿Qué va a hacer entonces, Andrew? ¿Disparar sobre mí? ¿Empezar otra vez el juego?»

       Por el contrario, Milo Tindale es un hombre perteneciente a la clase trabajadora, que ha conseguido gracias a su constancia y esfuerzo labrarse una posición desahogada como peluquero de señoras. Es un hombre simpático, atractivo, de buenos modales y orgulloso de sus raíces italianas. A diferencia de Andrew, Milo vive la realidad, no puede permitirse el lujo de la evasión y posee esa inteligencia callejera de la clase obrera que le lleva a mantener una actitud desafiante ante la vida.


       Michael Caine, cuyo rostro es la viva imagen de la ironía, borda a ese simpático caradura de amena conversación, ese arribista sin complejos, que se codea con la alta sociedad con la misma desenvoltura que lo haría si hubiera nacido en ella. El enorme carisma de Caine ante la cámara, con su canallesca sonrisa, su escrutadora mirada y ese temperamento calculadoramente colérico que dosifica a placer, transmite una absoluta confianza en sí mismo al personaje de Milo, un hombre que se niega a dejarse pisotear por los poderosos y que es incapaz de olvidar una humillación tan injusta como ruin.

       «Milo: Simple venganza, pagar con la misma moneda. Los granujas sabemos de eso.
       Andrew: Bien, quedó a salvo el honor, hubo empate. No ganó nadie.
       Milo: ¿Honor? Esa es otra de sus palabras. ¡Sé muy bien que usted me despojó, más que desnudarme! ¡Sé muy bien que consiguió usted aterrorizarme con la muerte! ¡Estaba inmóvil en esta escalera, con la vista baja y pensando que aquel botón de mi disfraz, la barandilla, la uña de mi cuarto dedo eran inevitablemente las últimas cosas que iba a ver en mi vida! Entonces, oí el sonido de mi propia muerte. Ahora todo ha cambiado, Andrew, créame. Y sigo en deuda con usted.»

       Resulta difícil imaginar a otro actor encarnando a Tindale, ya que Caine logra que el desinhibido peluquero nos caiga bien; en parte, por su natural simpatía, pero también porque el actor lo interpreta con tanta autenticidad que hace que nos identifiquemos con el empeño de este personaje por alcanzar ese bienestar económico que su padre nunca tuvo. A través de la elegante interpretación de Caine podemos apreciar la ternura de Tindale no sólo en sus sinceros sentimientos por Marguerite, sino también en la forma en la que habla de su padre, al que agradece todos sus desvelos.

       «Milo (Sonriendo con ternura): Sentado allí toda la noche con sus relojes, quedándose casi ciego. ¿Y para qué? Para darme educación en una escuela de mala muerte. Supongo que pensó que era su deber. Una obligación hacia mí y también hacia el nuevo mundo anglosajón de adopción. Viejo iluso…»


       También advertimos su paciencia ante las muestras de infantilismo de Wyke o cómo soporta con humor las continuas alusiones de éste a su inferior estatus económico, pero cuando Tindale nos conquista de verdad es cuando regresa, tras ser humillado por Wyke, para darle su merecido. Entonces, Caine consigue con la frialdad de su mirada y el absoluto control de sus emociones que realmente creamos que ha matado a Taia, para iniciar un juego nuevo con Wyke e, incluso entonces, Tindale nos sigue cayendo bien. El público desea que Tindale gane el diabólico juego, queremos verle humillar al insufrible y soberbio Andrew Wyke. En definitiva, Caine nos hace mucha más gracia que Wyke y su marinero jovial, ese impertinente autómata que, con su horripilante careto, ríe todas las gracias de su dueño.

       Mankiewicz dirigió por separado a cada uno de los actores para que ambos se sorprendieran el uno al otro durante el rodaje. Y declaró que, para él, fue apasionante como director hacer La huella con dos actores de semejante calibre. El director se sorprendió al descubrir que ambos actores, aún siendo ya estrellas consagradas, se sentían algo temerosos de trabajar con el otro, debido a la mutua admiración que se profesaban, pero, una vez superados estos miedos, supieron comunicarse a la perfección consiguiendo uno de los duelos interpretativos más memorables de la historia del cine. Duelo en el que ambos supieron brillar con la misma intensidad, aunque Olivier se hiciera con la mayoría de los premios.

       La película recibió cuatro nominaciones a los Oscar (director, actor principal por partida doble y música), tres nominaciones a los Globos de Oro (actor principal por partida doble y Mejor película) y cuatro nominaciones a los Premios Bafta (Mejor guión, Mejor fotografía, Mejor dirección artística y Mejor actor - Laurence Olivier); y obtuvo el Premio Edgar a Mejor guión cinematográfico, el Premio del Círculo de Críticos de Nueva York al mejor actor (Laurence Olivier) y el Premio David de Donatello al Mejor actor extranjero (Laurence Olivier).


       Resulta interesante la vinculación del Premio Edgar Allan Poe con la película, no sólo porque Shaffer lo ganara en dos ocasiones con la misma historia, primero por su obra de teatro —que también obtuvo el Premio Tony— y después por su guión cinematográfico, sino también porque Mankiewicz lo había ganado en el pasado por su colaboración (sin acreditar) en el guión de Operación Cicerón, escrito por Michael Wilson. La estatuilla con el rostro de Poe que aparece en el film es, precisamente, la que ganó Shaffer en la realidad. Mankiewicz introduce dicha estatuilla en la mansión como uno más de los trofeos obtenidos por el personaje de Olivier como escritor.

       «Andrew: Bien, muy bien. ¿Y qué podemos destrozar?
       Milo: ¿Qué le parece este tío feo para empezar? (Cogiendo la estatuilla del Premio Edgar de la repisa de la chimenea)
       Andrew: ¡Déjelo ahora mismo! Ése es el Premio Edgar Allan Poe que me otorgaron los escritores de misterio de América por el mayor triunfo de Merridew, La muerte de Jack Pratt.»

       Andrew Wyke se siente sumamente orgulloso de su máxima creación literaria, el detective Saint John Lord Merridew, con el que se identifica de una forma casi enfermiza, tanto por su carácter aristocrático, como por poseer una mente aguda y cultivada que el mismo cree poseer.

       «Milo: ¿Saint John Lord qué?
       Andrew: ¿Está bromeando?
       Milo: ¿Por qué dice eso?
       Andrew: ¿No sabe quién es Saint John Lord Merridew? Incluso Marguerite cuando la conocí sabía de él y lo adoraba. ¡Es mi detective conocido por millones de seres de todo el mundo! Y con un olfato superior a cualquier policía para descubrir al culpable.»


       Este destructivo juego de egos masculinos que es La huella, fue narrado por Mankiewicz con suma inteligencia, haciéndonos notar en todo momento las diferentes motivaciones que impulsan a los dos contendientes a jugar. El odio que Andrew Wyke siente, al verse desbancado en el corazón de su mujer por un hombre más joven y de clase inferior, le lleva a humillar a Tindale hasta lograr que se arrastre ante él suplicando clemencia. Pero Wyke no contaba con que iba a encontrarse con la horma de su zapato, con un adversario capaz de hacerle frente, humillándolo a su vez.


       «Milo: ¡Quiero saber por qué!
       Andrew: Je, me asombra su pregunta. Porque le odio. Odio su atractivo personal y sus atractivos modales. Su atractivo en una estación de esquí, su atractivo en un yate, en una playa… Seguro que lleva un amuleto de oro alrededor de su cuello y su torso debe de ser velludo y lo untará en verano con algún producto bronceador. Y sobre todo, le odio por ser un despreciable italiano de ojos azules. Y por si fuera poco, un peluquero insidioso, seductor de mujeres estúpidas… ¡Un figurón muerto de hambre que desconoce cuál es su puesto!»

       En cambio, lo que induce a Milo a tomarse la revancha es la rebeldía de un hombre que se niega a renunciar a su propia dignidad por el orgulloso narcisismo de un miserable ególatra con delirios de grandeza. Milo se rebela contra el triste destino de los que pertenecen a su clase, siempre acostumbrados a agachar la cabeza y dejarse vapulear por los que han nacido dentro de una clase acomodada.

       «Milo: ¡No quiero que me haga ningún regalo más! ¡Ni quiero tampoco que me conceda graciosamente la igualdad en este juego! ¡Ya basta de jugar a perder! ¡Mi padre sólo jugó a perder! ¡Y su padre y el padre de su padre! ¡Y perdieron para que ganaran los hombres como usted! ¡Pero eso se acabó conmigo! ¡Conmigo los Tindale empiezan a ganar! Y otros empiezan a perder. Usted, por ejemplo.»

       Pero Mankiewicz va más allá de mostrarnos las meras motivaciones de los personajes, mostrándonos sus mismas almas en la manera de afrontar el resultado final de un juego, en el que ambos terminarán destruyéndose. La rebeldía de Milo le mata, pero muere con sentido del humor, empeñado en demostrar a Wyke con su último suspiro que quién ríe el último ríe mejor. Andrew Wyke termina devorado por su propio ego, hundido por su propia soberbia, pero no encaja su derrota con la fortaleza y la clase de Milo, sino que, muerto de miedo, es incapaz de reaccionar, no puede creer que haya perdido de una forma tan definitiva y que lo único que le espere sea su propia degradación y la humillación pública más denigrante.

Wyke no logra superar su propia 
prueba de señorío, aquélla en la que, según él, un hombre demuestra su auténtico valor.

       «Doppler: ¿De veras apoyó el revólver contra su cabeza y apretó el gatillo como un juego?
       Andrew: Como un test de prueba, si prefiere llamarlo así. Je, je, je, él vino aquí simulando señorío, con la esperanza de una buena acogida, pero lo vi enseguida. En eso no se puede engañar, se lleva en la sangre, el señorío se lleva consigo. No… No se puede adquirir. Falló en la prueba estrepitosamente.»

       Por el contrario, Milo Tindale, al desquitarse no sólo supera la condenada prueba de Wyke sino que consigue ganarse su respeto. Hay un momento en el film, en el que Wyke comprende que bajo esa apariencia de latin lover de Milo se esconde un hombre cuya amistad merece la pena.


       «Andrew: Ahora ya sabemos lo que puede dar de sí un juego entre usted y yo. Algo apasionante. Dos personas reconciliadas, muy semejantes, que tienen el valor y el talento de hacer de la vida una continua charada, una ingeniosa diversión. Feliz invento el de hacer frente a la vaciedad, a los temores, por medio del juego, simplemente jugando.
       Milo: ¿Ha olvidado ya al italiano muerto de hambre que desconocía cuál era su puesto?»

       Podríamos decir que Milo incluso llega a inspirar a Wyke cierto temor como contrincante, un temor que le hace tratar de rechazar el último juego de Milo, como si intuyera el enorme peligro que encierra.

       «Milo: los de mi clase no fingimos. Eso lo dejamos para los amateurs, los caballeros del juego, como usted.
       Andrew: Oh, escuche, Milo, dejémoslo para otra ocasión.
       Milo: ¡No puede esperar!
       Andrew: Está bien, está bien, adelante con su juego. ¿A quién ha matado?»

       De ese modo es como Andrew Wyke se convierte en el burlador burlado, en el opresor oprimido y en el humillador humillado. Y todo por subestimar a su rival. El caballero inglés pretende dar una lección al arribista italiano, pero esa lección es él quien termina recibiéndola. Para Wyke todo es un juego, para Milo todo es real y a pesar de ello se lanza al vacío, dispuesto a afrontar su propio destino, con una estremecedora carcajada, aún más siniestra que la del mismo marinero jovial.


       «Andrew: Quizás no esté de acuerdo conmigo, inspector, pero, créame, el camino más corto para llegar al corazón de un hombre es la humillación. Enseguida descubre su auténtico valor.»

       En 2007, Kenneth Branagh realizaría un remake del film de Mankiewicz, bastante inferior a éste, pero que contaba con la base de un guión firmado por el prestigioso dramaturgo y guionista Harold Pinter y con la curiosa participación de Michael Caine interpretando en esta ocasión a Andrew Wyke.