martes, 7 de agosto de 2018

“LUNA NUEVA” (1940) de Howard Hawks “versus” “PRIMERA PLANA” (1974) de Billy Wilder


       Ambos films se basan en la obra teatral, “The front page”, de Ben Hetch y Charles MacArthur, cuyo argumento podríamos resumir de la siguiente manera:

       Hildy Johnson está a punto de abandonar su profesión periodística para casarse ―a pesar de la oposición de su jefe, Walter Burns―, cuando la fuga del reo Ernst Williams vuelve a ponerle a las órdenes de Burns, y juntos logran evitar que el sheriff y el alcalde ahorquen a Williams para ganar las elecciones. Tras salvar a Williams de la horca, Hildy se replantea la idea de dejar el periodismo.

       Mientras la adaptación de la obra de Hetch para el guión de “Luna nueva” corresponde a Charles Lederer, el mismo Billy Wilder, en colaboración con I. A. L. Diamond, se encargaría del guión de “Primera plana”.


       “Todo esto ocurrió en la época oscura del periodismo, cuando un reportero a la caza de la noticia era capaz hasta de justificar un asesinato. Naturalmente, lo que se ve en esta película no tiene ninguna relación con los periodistas de hoy.”

       Esta voz en off, con la que se inicia “Luna nueva”, explica por sí misma una de las mayores diferencias entre una y otra película, esto es, las más de tres décadas que las separan. A principios de los cuarenta, los señores de la prensa se habrían podido sentir ofendidos con el retrato que se hacía de ellos en “Luna nueva” y da la impresión de que la productora (Columbia pictures) quiso cubrirse las espaldas ―ante una posible demanda― haciendo esta ingenua referencia a la “época oscura” del periodismo (ignoro si alguien sabrá a qué demonios de época se refiere, yo, desde luego, no tengo la menor idea). Puede que, en la década de los setenta, ya a nadie le preocupara el retrato que se hiciera de la prensa en una comedia cinematográfica, porque, por su parte, los productores de “Primera plana” (Universal pictures) parecían haber superado dichos temores, a pesar de que la profesión de periodista salía mucho peor parada en esta película que en la anterior. Wilder, que fue periodista antes de dedicarse al cine, retrata a los integrantes del “cuarto poder” como a una panda de malnacidos carentes de sentimientos y escrúpulos, poseedores de un sentido del humor cínico y retorcido que les incapacita para tomarse en serio nada de lo que ocurra en el mundo ―por muy desolador o trágico que pueda resultar―, y con un comportamiento mucho más descarnado e implacable que el de esos mismos periodistas reflejados en “Luna nueva”, donde aún conservan la cantidad de humanidad necesaria como para bajar la cabeza, avergonzados, cuando Hildy Johnson les afea el modo en que tratan a la prostituta Mollie Malloy:

       “Hildy Johnson: Caballeros de la prensa... ¡Ja!”

       Esta frase, en la versión de Wilder, será pronunciada por la misma Mollie Malloy, quien sustituirá el “¡Ja!”, del final, por un escupitajo.


       Tanto en el film de Hawks como en el de Wilder se pone de manifiesto el inmenso poder del periodismo y la inmensa desvergüenza de los periodistas a la hora de ejercerlo. Semejantes a una bandada de aves de rapiña, revolotean sobre las cabezas de cualquiera que, por voluntad propia o ajena, tenga la desgracia de encontrarse en el candelero, y no dudan en adornar cualquier noticia con el fruto de sus delirantes y melodramáticas imaginaciones. Mienten en sus comunicados, se copian entre sí, sobornan, chantajean, desconfían los unos de los otros y maltratarían a sus propias madres para sonsacarles información y, entre una y otra cosa, matan el tiempo jugando al póker. El Hildy de Wilder les llama “rufianes” y la Mollie de Hawks declara que “no son seres humanos”. Ambos grupos de periodistas, los de Hawks y los de Wilder, son gente encallecida y encanallada, pero entregados a su profesión en cuerpo y alma como si de una orden religiosa se tratara o como si el periodismo enganchara lo mismo que una droga dura. Sin embargo, en “Luna nueva”, Hawks trata a sus periodistas con más indulgencia, son, como los de Wilder, unos sinvergüenzas, sí, pero son unos sinvergüenzas muy simpáticos; en “Primera plana”, en cambio, son unos sinvergüenzas hijos de mala madre; a excepción, naturalmente, de Hildy Johnson, personaje que constituye la desigualdad más evidente entre una y otra película ―dejando a un lado, claro está, las evidentes divergencias entre el cine de Wilder y el de Hawks; así como la notable diferencia que supone el uso del romántico blanco y negro, frente al realismo de la fotografía en color―.

       Desde el momento en el que Howard Hawks tuvo la genial idea de convertir al periodista Hildy Johnson, de la obra de Ben Hecht y Charles MacArthur, en una mujer, la historia dejó de ser una sátira del mundo del periodismo para convertirse en una de las mejores comedias románticas ―representativa del subgénero screwball comedy― que se hayan filmado jamás, pues aportó a la relación entre Hildy Johnson y su editor y jefe, Walter Burns, una tensión sexual no resuelta que hizo que saltaran chispas cada vez que los dos aparecían juntos en pantalla. Y que Hildy fuera, además, la ex-mujer de Burns, potenciaba la motivación del personaje de Burns a la hora de retener a Hildy a su lado, puesto que ya no se trataba sólo de conservar a su mejor redactor, sino de recuperar a su esposa.


       “Burns: Hagamos una cosa, vuelve a trabajar en el periódico y si vemos que no podemos llevarnos de una forma amistosa, nos casamos otra vez.” (“Luna nueva”)

       Y qué esposa, Rosalind Rusell, una actriz de armas tomar, que interpreta a Hildy Johnson con una energía, una fuerza y una sensibilidad inolvidables que sólo volveríamos a verle desplegar en la película “Gypsy” (1962) de Mervyn LeRoy. Muy pocas mujeres se han remangado una falda de tubo, en el cine, para salir corriendo detrás de la noticia como Rosalind Rusell en “Luna nueva” y menos aún son las que se han lanzado en plancha sobre el ayudante de un sheriff haciéndole un placaje, digno de cualquier jugador de rugbi, al más puro estilo americano. La Hildy de Hawks supone, además, toda una revolución social al introducir una figura poco habitual en el cine de los años cuarenta, el de la mujer trabajadora que se desenvuelve con soltura dentro de su oficio, anteponiéndolo al tradicional rol de esposa-madre.

       “Hildy: Si me quieres, has de quererme como soy y no intentar cambiarme en otra cosa. No soy una mujer como las demás, soy una periodista.” (“Luna nueva”)

       Quizás no sea de extrañar que este tipo de mujer apareciera, precisamente, en el cine de Hawks, donde el personaje de la mujer fuerte e independiente es una constante, sin embargo, Hildy Johnson, quizás sea la más fascinante de todas esas mujeres hawksianas por su absoluta entrega profesional.

       En la película de Wilder, Jack Lemmon nos brinda un Hildy Johnson más maduro, más tranquilo y seguro de sí mismo, más resabiado frente a Burns y frente a la corrupción de los poderes establecidos, pero menos divertido que la Hildy de Rusell. A pesar de sus diferencias, ambos Hildies se desenvuelven como pez en el agua a la hora de colarse en calabozos, hospitales, audiencias, restaurantes, hoteles y en cualquier lugar donde puedan encontrar el rastro de una noticia, y lo hacen echando mano de los trabajadores más insignificantes, la señora de la limpieza, el ayudante del sheriff, la telefonista, etc. Conocen todos los trucos y tienen la desvergüenza y el desparpajo de emplearlos, pero también saben tratar a las personas con la humanidad suficiente como para ganarse su confianza, y el miedo a perder esa humanidad es la razón por la que se sienten obligados a abandonar el periodismo, antes de llegar a convertirse en alguien como Walter Burns.


       “Hildy: Sin hogar, sin familia, sin amigos... Comes judías de lata sin calentar siquiera y duermes en el sofá de tu despacho, veinte noches de cada mes, y tu única distracción es meterte en la cama con un periódico.” (“Primera plana”)

       Y a pesar de eso, tanto el Hildy de Wilder como la Hildy de Hawks cuando acuden a la redacción a comunicarle a Burns que abandonan el periodismo para casarse, lo que pretenden en el fondo es que Burns les impida hacerlo. Ambos podrían haber informado a Burns por teléfono o por carta, sin exponerse a sus artimañas ni a su diabólica dialéctica:

       “Burns: ¡Desagradecido, hijo de zorra...! ¡Lárgate de aquí, bellaco, piojo resucitado!” (“Primera plana”)

       Pero entonces, ¿quién les hubiera salvado de una vida aburrida? La Hildy de Hawks espera, además, que Burns la siga amando lo bastante como para impedirle casarse con otro hombre. Y aunque, tanto uno como otra, afirman querer una vida tranquila alejada del periodismo, lo que anhelan en realidad es poder tener un matrimonio feliz, una familia que no se vaya al garete a causa de andar siempre correteando detrás de la noticia.


       El cambio de sexo del personaje de Hildy justifica, también, la diferencia entre los títulos ―en inglés― de ambas películas. “His girl friday”, en la película de Hawks, es decir, “Su chica Viernes” (alusión al Viernes de la novela “Robinson Crusoe” de Daniel Defoe) o “Su chica para todo” ―pues eso es Hildy para Burns, reportera y esposa, colega y amante― frente al título original, “The front page”, “Primera plana”, que Wilder mantiene y que hace referencia a la manía de Walter Burns por idear titulares rocambolescos cada vez que tiene un reportaje importante a las puertas.

       “Burns: Lo malo es que no se le puede sacar mucho partido a la horca. Si por lo menos tuviéramos silla eléctrica en este estado... Con eso sí que se pueden hacer auténticas virguerías: “Williams en alta tensión”, “Williams se fríe”, “Williams asado vivo”...” (“Primera plana”)

       Wilder, además del título, también prefirió conservar, de la obra original, el género masculino de Hildy, para centrarse en la sátira periodística, logrando con el tándem Lemmon-Matthau que la relación amor-odio de los protagonistas se caldeara lo suficiente sin necesidad de recurrir a una trama romántica. Su película se convierte así, en todo un alegato contra la prensa sensacionalista, la pena de muerte y la corrupción de la clase política. El sheriff, el alcalde e incluso el gobernador son representados, en el film, con una falta de ética alarmante. “Ahorcarían a su madre por un par de votos”.

       En cuanto al personaje de Walter Burns, Cary Grant compone en “Luna nueva”, una vez más, el personaje del canalla encantador y podría decirse que es el primer feminista del cine, porque trata a Hildy, su chica Viernes, como a cualquiera de sus empleados masculinos, es decir, a patadas ―“a bofetadas”, según Hildy―:

       “Hildy: Él no me trata como a un animal, Walter, sino como a una mujer.
       Walter: ¿Y qué eres tú para mí? ¿Un búfalo acuático? (“Luna nueva”)


       El Burns de Grant es un tipo elegante, joven, atractivo, educado y una sanguijuela capaz de sacarle su dinero a cualquiera que comete la estupidez de ponerlo a su alcance. Un tipo risueño que disfruta de su profesión y de la vida mientras que el Burns de Matthau es un ser huraño, desaliñado, rechoncho y algo amargado. Cuando Wilder lo define, por boca de Hildy, parece estar definiendo al propio Matthau:

       “Hildy: Metro noventa, pies grandes, ojos pequeños y maliciosos y nariz de pepino, ¿verdad?” (“Primera plana”)

       También la relación Hildy-Burns, en la película de Wilder, es diferente, pues entre ellos sólo existe una gran complicidad periodística, el trabajo es lo único que les une.

Cuando el Burns de Matthau se entera de que Hildy va a casarse, se enfada porque va a perder a su mejor reportero, pero en el Burns de Grant, vemos un verdadero sentimiento de pérdida ante la idea de que Hildy se case con otro. Pero los dos Burns coinciden en que son unos granujas y unos caraduras capaces de todo por lograr sus objetivos, de manera que quien se interponga en su camino, puede darse por perdido, y eso es lo que le ocurre a la persona con la que Hildy planea casarse:

       El Burns de “Luna nueva” manda a la cárcel al prometido de Hildy, Bruce Baldwin (interpretado de forma angelical por Ralph Bellamy), hasta tres veces y no contesto con eso, incluso se atreve a ordenar a su esbirro, Lui (Abner Biberman), que rapte a su insoportable madre para que deje de entrometerse en sus asuntos.
       El Burns de “Primera plana” le va a la zaga, primero, trata de convencer a la prometida de Hildy (una bellísima y adorable Susan Sarandon) de que éste es un exhibicionista fichado por la policía; después, contrata a una mujer y a unos niños para hacerle creer que ya está casado y, por último, le entrega a Hildy su reloj como regalo de boda para luego denunciarle a la policía por ladrón.


       Pero, el principal obstáculo en la relación de Hildy, aunque parezca Walter Burns, no es otro que la vocación periodística que Hildy Johnson lleva en las venas y que nunca podrá abandonar.

       “Burns: Podrás casarte, pero no podrás abandonar el periodismo, porque para ti significaría la muerte.” (“Luna nueva”)

       “Burns: ¡Por Dios, Hildy, tú eres un periodista, no un gilipollas que inventa poéticos slogans para sujetadores! (“Primera plana”)

       Veamos, ahora, las diferencias que los personajes secundarios establecen entre ambas películas:

       Bruce Baldwin, prometido de Hildy en “Luna nueva”, apuesto agente de seguros de Albany, ingenuo y apegado a las faldas de su entrometida madre, es demasiado sencillo y tranquilo para Hildy, que es quien lleva los pantalones en la relación y le protege de Burns como si temiera que fuera a comérselo con papas. La relación parece condenada al fracaso, incluso antes de que Walter Burns y el periodismo se cruzaran en su camino. Por el contrario, Peggy Grant, prometida de Hildy en “Primera plana” demuestra no tenerle ningún miedo a Walter Burns, es una viuda inteligente, independiente y encantadora, con la que Hildy mantiene una relación de igual a igual que parece bastante prometedora para ambos. Sin embargo, en el epílogo, Wilder nos desvela con malicia que la pareja no durará más de seis meses.

       Mollie Malloy, la prostituta amiga de Williams, interpretada en “Luna nueva” por una joven Helen Mack, es una chica de aspecto vulnerable que se duele con rabia de la burla en la que han convertido los periodistas su relación con Williams, sólo porque él la trataba como a una persona y no como a un animal. Es una Mollie más comedida y menos vulgar que la Mollie de “primera plana”, encarnada por una desgarradora Carol Burnett, más madura, ordinaria, deslenguada y salvaje que la Mollie de Helen Mack. El personaje de Mollie Malloy permite poner en evidencia, en ambas películas, la falta de sentimientos con la que los periodistas son capaces de acorralar a un ser humano hasta hacerles cometer una locura. Y, así, vemos a Mollie acosada por los “caballeros de la prensa”, para que les revele el paradero de Williams, hasta que ella, desesperada por proteger a su amigo, termina protagonizando el momento más dramático de la historia al arrojarse por una ventana. Pero, mientras los periodistas de “Luna nueva” enmudecen por unos momentos, avergonzados de sí mismos e incapaces de mirarse entre ellos o de mirar a Hildy, los de “Primera plana” reaccionan como un puñado de hienas, sin ningún tipo de remordimiento o escrúpulo. Wilder se sirve, además, del personaje de Mollie para dejar constancia del paradójico desprecio que sienten hacia las prostitutas, los mismos hombres que acostumbran a hacer uso de ellas, cosificándolas.

       El doctor Egelhoffer, psiquiatra encargado de dilucidar si Williams estaba loco en el momento de disparar al policía de color por cuya muerte van a ahorcarle, constituye en la película de Wilder ―como era de esperar por su gran afición a crear psiquiatras desternillantes― una fuente inagotable de comicidad, no sólo cuando aparece en pantalla, sino también por los sucesivos chistes a que da lugar su delirante manera de interpretar las enseñanzas de Freud (al que Wilder no pudo entrevistar en su etapa periodística, porque el famoso psicoanalista se negó a recibirle). Una de las secuencias más divertidas del film es aquélla en la que el doctor entrevista a Williams y éste se muestra escandalizado ante las interpretaciones del doctor acerca de su persona:

       “Egelhoffer: Dígame señor Williams, ¿tuvo una niñez desgraciada?
       Williams: Pues no. Tuve una niñez perfectamente normal.
       Egelhoffer: Ya. Deseaba matar a su padre y dormir con su madre.
       Williams: Si va a empezar a decir guarradas...”

       “Egelhoffer: Usted identificó al policía con su padre, que también llevaba uniforme, y cuando sacó la pistola, símbolo fálico inequívoco, creyó que iba a atacar a su madre y por eso le mató.
       Williams: Está loco...”

       En “Luna nueva” la figura del doctor pasa por la pantalla sin pena ni gloria, su aparición se reduce a una sola secuencia en la que aparece conversando con el sheriff y en la que ambos se muestran muy interesados en salir retratados en los periódicos.


       Ernst Williams, el pobre diablo, encanijado, en torno a cuya ejecución gira toda la trama periodística de ambas películas, es un hombre, desesperado, que se ha visto envuelto en una situación que le ha sobrepasado. En la película de Hawks, se presenta a un Williams (John Qualen) carente por completo de motor cómico, un contable, despedido después de catorce años, que vagabundeaba por el parque, oyendo hablar de “la producción para el uso: hay que usar todo lo que se produce”. Cuando Hildy le entrevista saca la conclusión de que Williams mató al policía porque estaba pensando en la producción para el uso, y ¿para qué sirve una pistola? Para disparar. Parece broma, pero lo cierto es que la secuencia está narrada de forma dramática y conmovedora, de manera que las palabras de Hildy nos convencen a todos de que Williams no sabía lo que hacía y por lo tanto, no merece morir. En la versión de Wilder, el personaje de Williams es también un pobre diablo, pero es un tipo cómico y entrañable, que despierta nuestras simpatías. Se trata de un anarquista patoso que, según las palabras de Hildy, es un infeliz que tuvo la desgracia de matar a un poli de color en época de elecciones. Wilder, con este personaje, retrata, una vez más, a los comunistas como a unos ingenuos dinamiteros y unos pobres idealistas. El rasgo de Williams, en el que coinciden ambas películas, es su sincero cariño por Mollie, su alma gemela, a la que trata con todo respeto, sin tener en cuenta su condición de mujer pública.

       El sheriff Hartwell (Gene Lockhart) de “Luna nueva” frente al sheriff Hartman (Vincent Gardenia) de “Primera plana”. La figura del sheriff en ambas versiones es la de un político corrupto e inepto, siempre a las órdenes del alcalde, sin ningún rastro de honestidad, que no se detiene ante nada para ganar votos y que no inspira ningún respeto a los chicos de la prensa, que le tienen bien calado y que le hacen el blanco de todas sus burlas. Destaca, sin embargo, el Sheriff de “Primera plana”, en cuanto a comicidad, por la manera en la que Hildy y Burns le irritan con sus puyas, por su obsesión en acabar con los comunistas y por cómo se desespera cuando ambos periodistas tratan de volverle loco ocultándole el paradero de Williams. Si bien el guión de Wilder proporciona al personaje toda su gracia, también es verdad que la interpretación de Vincent Gardenia nos muestra toda esa impotencia y esa rabia de una forma tan divertida, que nos recuerda al alguacil Slocum (Walter Catlett) de “La fiera de mi niña”, película, precisamente, de Hawks.


       Bensinger, el periodista poeta, dueño del buró en el que Hildy oculta a Williams tras su huida, es un petimetre estirado que destaca entre el resto de periodistas por su condición homosexual, a la que se alude abiertamente en “Primera plana”, dando lugar a varios momentos jocosos, mientras que en “Luna nueva” sólo se da a entender de manera sutil, cuando Hildy habla de su boda y le dice a Bensinger que él podría ser su dama de honor. La elegancia de Hawks siempre le llevaba a tratar los temas más delicados de una forma velada, la homosexualidad de Bensinger o el oficio de prostituta de Mollie se sugieren, sin hablar nunca directamente de ellos. Wilder, siempre más descarnado, no tiene ningún problema en llamar a las cosas por su nombre, y lo cierto es que en estas cuestiones Wilder nos hace reír mientras que con Hawks sólo sonreímos. En “Primera plana” el personaje de Bensinger, al que da vida un divertidísimo David Wayne, adquiere mayor protagonismo gracias a la presencia del personaje de Rudy Kepler, joven periodista novato, que despierta el interés de Bensinger desde el principio, haciéndonos reír con su libidinosa amabilidad hacia él.

       “Hildy: Nunca termines una frase con una preposición, nunca te fíes de ningún colega y nunca coincidas con Bensinger en los lavabos.” (“Primera plana”)

       A modo de conclusión podemos afirmar que, en general, los secundarios tienen mayor comicidad y protagonismo en la película de Wilder, que demuestra una vez más su habilidad a la hora de diseñar personajes hilarantes con apenas un par de pinceladas; mientras que en la versión de Hawks los secundarios quedan relegados a un segundo plano, reservando los momentos más cómicos para la pareja protagonista Rusell-Grant y su lucha de sexos, tan habitual en el cine de Hawks. Pero, quizás, cabría destacar, entre los secundarios de Hawks, el personaje de la entrometida suegra de Hildy, por hacernos disfrutar a todas las espectadoras femeninas, cada vez que vemos a Burns tratándola con una ausencia total de tacto y con una absoluta desvergüenza:

       “Burns: Oiga, señora, sea sincera. Si estaba usted por ahí divirtiéndose y se ha metido en algún lío, ¿por qué no lo dice, en lugar de acusar a personas inocentes?”


       Estas dos obras maestras de la comedia coinciden en la velocidad y el ingenio de sus diálogos, en el ritmo trepidante de la trama, que va “in crescendo” de principio a fin y en las réplicas entre sus dos protagonistas, igualmente punzantes y divertidas. En ambos films, Hildy Johnson y Walter Burns hablan los dos a tanta velocidad, que se pisan el uno al otro constantemente ―sello característico de las comedias de Hawks―, proporcionando a la acción un dinamismo que elimina cualquier rastro de teatralización que pudiera haber quedado en el texto tras su adaptación al cine. Hay que destacar los dos duelos interpretativos llevados a cabo por los actores, Rusell-Grant y Lemmon-Matthau, en una y otra película, capaces de soportar sólo con su brillantez el peso de cada una de las secuencias en las que aparecen juntos, y haciéndolo con una gracia, una maestría y una credibilidad que dan grandeza al noble oficio de la interpretación.


       En cuanto al final de la historia, cabe señalar que, aunque ambas parecen terminar con el típico final feliz de una boda, Wilder nos sorprende con un epílogo aguafiestas, que nos desvela que Hildy Johnson, después de haberse marchado a Filadelfia con su prometida para casarse, regresa a Chicago donde llegará a ser director del “Examiner”, cuando Walter Burns se retire para dedicarse a dar conferencias sobre ética del periodismo en la universidad. Es decir, la película termina con un “Happy end” falso; pero, eso sí, desternillante. El final de Hawks, qué duda cabe, es más romántico:

       “Burns: Sí, ella se queda. Nunca pensó en irse. Nos vamos a casar.”

       Pero, a pesar del romanticismo, Hawks también termina su película con un último chiste: Hildy y Burns están planeando su luna de miel, cuando les llega la noticia de una huelga en Albany (ciudad a la que Hildy iba a retirarse con Bruce, su prometido):

       “Burns: ¡Qué coincidencia... Iremos a Albany!... Nos hospedaremos en casa de Bruce.”