viernes, 31 de mayo de 2019

STURGESMANÍA 3

“UN MARIDO RICO” (1942) de Preston Sturges

       La película comienza con una obertura brillante en la que Sturges nos narra la precipitada carrera de sus dos protagonistas hasta el altar, y lo hace a través de una de esas secuencias tan características de su cine, que consisten en una serie de escenas mudas, intercaladas entre sí, que transcurren a un ritmo vertiginoso y que hacen las veces de una elipsis veloz de aquellos acontecimientos del relato de los que Sturges quiere informarnos, pero en los cuales no le interesa detenerse demasiado. En este caso, al tratarse de la obertura del film, esta desenfrenada secuencia nos mete de lleno en el ritmo y en el tono de la película, dejando claro al espectador que se trata de una comedia alocada y fuera de lo común, sello de la casa Sturges, y, además, nos presenta a los protagonistas como a dos intrépidos enamorados, capaces de todo por alcanzar la plena realización de su amor. La novia corre hacia la iglesia dejando a su paso a una doncella desmayada en el suelo y a su propia gemela, maniatada y en combinación, encerrada en un armario, y el novio, igualmente esforzado, sale corriendo del edificio para terminar de vestirse dentro del coche, camino del templo. Después de esta insólita boda, aparece un letrero, superpuesto sobre la imagen de los novios, con la tradicional frase de los finales felices “Y vivieron felices para siempre”, pero enseguida se oye un sonido de cristales rotos y se abre un interrogante, “¿O no lo hicieron?” y, con esta incógnita, Sturges comienza su historia, donde otros acostumbran a terminar las suyas ―esto es, después de la boda―, no sin antes haber despertado en los espectadores el deseo de saber más acerca de esta singular pareja, que inicia su vida en común de una manera tan poco convencional, como divertida.

       Tras cinco años de matrimonio, los Jeffers atraviesan importantes dificultades económicas. Tom (Joel McCrea), arquitecto con mucha imaginación, trata, sin suerte, de conseguir que alguien financie la construcción de un aeropuerto de su invención mientras Jerry (Claudette Colbert), su mujer, cansada de esperar a que las cosas mejoren, está decidida a pedir el divorcio para casarse con un hombre rico, que la saque a ella de la miseria y, de paso, financie el proyecto de su marido. Como es natural, Tom no está de acuerdo con esta fría resolución de su mujer y hace todo lo posible para impedir que lo abandone y se sirva de su atractivo físico para conseguir dinero para los dos. Pero, aún así, Jerry se marcha a Palm beach para conseguir el divorcio. Al estar sin blanca, Jerry recurre a sus armas de mujer para viajar gratis entre los miembros de un club de caza y, una vez en el tren, el destino la hace coincidir con el millonario John D. Hackensacker III (Rudy Vallée), que se prenda de ella, corre con todos sus gastos y la invita a alojarse con él en Palm beach, en casa de su hermana, la princesa Centimillia (Mary Astor). Mientras tanto, Tom, con la ayuda de su nuevo vecino, el rey de las salchichas (Robert Dudley), un excéntrico y rico viejecito que quiere ayudar a la pareja a salir adelante, consigue coger un avión y llegar antes que Jerry a Palm beach, donde la recibe con un ramo de flores para pedirle que vuelva con él. Jerry, contrariada por la presencia de Tom, le presenta a sus nuevos amigos como su hermano, el capitán McGlue, y ellos, encantados, le invitan también a quedarse en casa de la princesa, que se ha encaprichado con Tom, nada más verle. Una vez instalados, los enredos se suceden entre las dos parejas de hermanos, los verdaderos y los falsos. Jerry se esfuerza por conseguir la financiación de Hackensacker para el aeropuerto de Tom y éste trata de seducir a Jerry para que abandone la idea del divorcio y regrese al hogar. Finalmente, vence el amor y Jerry se rinde a sus sentimientos, confesando al millonario que Tom no es su hermano sino su marido. Para sorpresa de todos, el millonario, a pesar del desengaño sufrido, continúa dispuesto a financiar el aeropuerto, y por su buen corazón, recibe como premio de consolación la noticia de que Jerry tiene una hermana gemela, que está soltera. Y por si esto fuera poco, también Tom tiene un hermano gemelo para compensar a la princesa, el final feliz de la historia enlaza así con la obertura, terminando la película con otra boda; múltiple, en este caso.


       En “Un marido rico” Sturges desarrolla toda una historia en torno a la idea que John Hessin Clarke (abogado y juez norteamericano) expuso en su famosa frase: “Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”, al tiempo que denuncia la injusticia que comete la sociedad al tratar a las personas creativas y emprendedoras como a soñadores, negándoles la oportunidad de sacar sus proyectos adelante.

       Si Tom Jeffers, en lugar de ser un tipo creativo, hubiese sido un empleado al uso, es decir, un trabajador por cuenta ajena, es muy posible que Jerry y él nunca hubieran tenido el más mínimo problema en su relación, pero, al ser un hombre de gran inventiva y condenado, por tanto, a la inestabilidad económica, su matrimonio se ve resentido por la incertidumbre de un futuro incierto. Jerry tiene miedo, vive en un continuo estado de preocupación viendo cómo se escapa su juventud sin poder disfrutar de la vida. Tom es más idealista y más paciente, confía en que van a salir adelante y que las cosas mejorarán cuando consiga construir su aeropuerto y se gane un prestigio como arquitecto.

       “Jerry: Es maravilloso haber pagado el alquiler y haber pagado las facturas, se siente uno libre y limpio. Ojalá se pudiera uno sentir siempre así.
       Tom: Es lo que quisiera yo.
     Jerry: Ya casi se me había olvidado cómo era. No me apetece volver a estar entrampada y tener que esconderme de la gente. Me da miedo.
       Tom: No va a ser siempre igual. Todo el mundo fracasa hasta que tiene éxito.”

       Jerry es más convencional e impaciente, no quiere seguir viviendo sin dinero. Siente que no puede ayudar a su marido, por ser una pésima ama de casa y porque él no la deja sacar partido a su atractivo físico para conseguirle contactos con gente importante, que podrían impulsar su carrera.

       “Jerry: ... estoy cansada de ser pobre y estoy cansada de sentirme con las manos atadas, te he podido ayudar en muchas ocasiones, pero siempre que lo he intentado, le has dado al hombre un puñetazo en la boca.”

       Y es que Tom, además de ser creativo, es una persona noble, que gusta de hacer lo correcto, es por eso que, según Jerry, las cosas nunca mejorarán para ellos. Sturges critica la rigidez de la sociedad a la hora de apostar sobre seguro, apoyando a aquellos que siguen un camino trillado y desmotivando a los que eligen un camino diferente. El director parece gritarnos que quien no arriesga, no gana, y por eso ―como defendía Capra―, hay que creer en el individuo como valor seguro para hacer que las cosas mejoren. Sturges se niega a creer en una sociedad que corta las alas al individuo, aborregándolo. Él apuesta por una comunidad que sepa aprovechar al máximo el potencial humano que posee, para alcanzar, así, el progreso y la riqueza.


       En esta guerra de sexos, que además es una batalla entre la estabilidad económica y la realización personal, Sturges parece estar del lado de Tom, decantándose por el amor y por ser fiel a uno mismo, pero sabe posicionarse en ambos puntos de vista para comprender la postura de Jerry, sus motivaciones y sus sentimientos. Ella está cansada de que Tom la proteja y la deje al margen de su carrera profesional, quiere formar un equipo con su esposo y ve como algo natural explotar su atractivo físico, de manera inocente, para ayudar a su marido en los negocios, es más, lo considera su deber de esposa. Y ya que él no le permite hacerlo, se propone abandonarle para poder así buscar un “proveedor” para ambos. Tom, por su parte, cree que su mujer se ha vuelto loca y se propone protegerla de sí misma.

       “Jerry: ¿Se puede saber por qué me has seguido hasta aquí?
     Tom: ¿Cómo que por qué te he seguido hasta aquí? Eres mi mujer, ¿no? Estás haciendo imbecilidades y exponiéndote a todos los peligros de los que yo prometí apartarte y protegerte.”

       En definitiva, cada uno está pensando en el otro, esto es lo que Sturges nos narra, entre chiste y chiste o entre gag y gag, transmitiéndonos la idea de que la pobreza no acaba con el amor, sino que sólo lo pone a prueba. Cuando la pobreza entra por la puerta, lo que sí salta por la ventana es la felicidad, la paz familiar, pero no el amor. “El amor todo lo vence”, decía Virgilio, “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, dice la Biblia. Quizás por estar de acuerdo con estas afirmaciones sobre el amor, Sturges hace que estas dos posturas, representadas por la pareja (la realista - materialista de Jerry, frente a la soñadora - idealista de Tom), se complementen para, juntos, hallar una solución a sus problemas. Los dos tienen razón y los dos se equivocan, por ello, juntos consiguen lo que necesitan para salir adelante. La pareja permanece unida, Tom consigue su objetivo de conservar a su esposa y ella consigue el suyo de ayudar a su marido a triunfar.


       El matrimonio aparece, en el film, como un lugar de desencuentro entre dos personas que se aman pero que son muy diferentes y, también, como un vínculo muy difícil de romper, a pesar de la rutina y a pesar de no satisfacer, con demasiada frecuencia, las expectativas que se tenían en el momento de contraerlo. Desde este enfoque del matrimonio, la guerra de sexos, ingrediente principal de la screwball comedy, está servida.

       En el cine de Sturges, las mujeres suelen ser como Jerry, más prácticas, racionales y realistas que el varón, que es un ser más idealista, inteligente, poco práctico y algo irracional en sus creencias. Es un hombre que puede parecer ingenuo, en su nobleza, en su fe en sí mismo y en su irreflexiva creencia de que alcanzará el objetivo que persigue, por muy difícil que pueda parecer, pero lo cierto es que, al final, termina logrando su propósito. La confianza es el rasgo más destacado de este hombre, confianza ciega en sí mismo, en la mujer que ama y en la vida en general. La mujer Sturges es algo más complicada y contradictoria, porque tiene los pies en el suelo, la cabeza en la economía doméstica y el corazón en las nubes; el hombre Sturges, por el contrario, es absolutamente coherente, pues todo él está en las nubes, y no se sabe cómo, suele contagiar a la mujer Sturges de su idealismo, hasta que ambos terminan levantando el vuelo.

       Y, en todo este proceso, por el que atraviesa el joven matrimonio hasta alcanzar la felicidad, Sturges nos muestra a los diferentes millonarios, con los que se van tropezando por el camino, como a auténticos protectores de la pareja, concediendo deseos e impulsando a los protagonistas a perseguir sus fines y a ser fieles a sí mismos. Esta visión idealizada del multimillonario generoso, caprichoso y excéntrico resulta frecuente en las comedias de la época y constituye una inagotable fuente de comicidad, potenciadora, además, de situaciones originales y tronchantes. Tal es el caso del personaje del primer acto de la película, el rey de las salchichas, graciosamente interpretado por Robert Dudley, actor de carácter habitual en el cine de Sturges, que realiza aquí un papel desternillante y entrañable, un vejete sordo y sin pelos en la lengua, que se ha hecho rico vendiendo salchichas y es todo un compendio de sabiduría vital.


       “Rey de las salchichas: Eso es lo malo de las mujeres, siempre fijándose en si hay una moto de polvo... Nunca están satisfechas con las cosas como las ha hecho Dios. La porquería es tan natural, en este mundo, como el pecado, la enfermedad, las tormentas, la inundaciones y los ciclones.”

       Representa la figura de una especie de hado padrino, que aparece en el momento oportuno, con un fajo de billetes en el bolsillo ―en lugar de varita mágica―, que saca a pasear en cuanto se le antoja ayudar a alguien con quien simpatiza.
       Por su parte, la pareja de hermanos, formada por John D. Hackensacker III y la princesa Centimilla, representan, en el film, a esa clase de ricos ociosos que, al no tener que trabajar para ganarse la vida, emplean su tiempo en diversiones y en rodearse de gente que les haga la existencia más amena. Son los que avivan la llama del amor en el matrimonio Jeffers, al interesarse por ellos sentimentalmente. Cuando Jerry ve el interés de la princesa por Tom, se siente celosa y siente debilitarse su determinación de seguir adelante con el divorcio. Por su parte, Tom, que siempre siente celos de cualquiera que se acerque a Jerry, no puede evitar sentir unas terribles ganas de agredir a su rival cada vez que se acerca a su mujer.
       Por último, están los millonarios del club de caza que viajan en el tren con Jerry, a la que pagan el billete y convierten en su mascota, estos constituyen los típicos ricos excéntricos y gamberros, capaces de cualquier barbaridad que se les ocurra, con tal de matar el aburrimiento. Los borrachuzos miembros de este singular club protagonizan la parte más divertida de toda la película con su improvisada partida de caza en el interior del tren, con perros incluidos. Imagínense la que montan para que el revisor termine tomando la decisión de desenganchar el vagón en el que viajan.


       Y como alrededor de toda esta caterva de gente rica revolotean siempre diferentes profesionales del sector servicios y gorrones de poca monta con ganas de darse la buena vida a costa de otros, Sturges nutre a los secundarios de su película de estas dos inagotables fuentes, haciendo las delicias del público con secundarios que, encarnan estos dos roles, aportando pinceladas sumamente cómicas a la acción. Así, podemos destacar, entre los trabajadores, a los dos empleados de color del tren; el camarero del bar (Fred Toones), que protagoniza una divertida secuencia en la que pasa un mal rato con los chiflados cazadores del club cuando a éstos les da por disparar a las ventanillas, y al encargado del coche cama (Charles R. Moore), con su particular manera de convertir cualquier conversación en un galimatías y su hondo rencor hacia los pasajeros que dejan poca propina.

       “Tom: Entonces, ¿está en Jacksonville?
       Encargado: Sí, señor. Mejor dicho, no, señor. La señora dijo que él iba a llevarla en el barco. Supongo que significa yate, pero yo no sé cómo un señor, que me da diez centavos de Nueva York a Jacksonville, puede tener un yate. Será una canoa o una bicicleta, sí, señor.”

       Y, entre los parásitos, tenemos a Totó (Sig Arno), relamido petimetre mantenido de la princesa, que la sigue a todas partes como un perrito faldero ―de hecho se llama como un perrito faldero―, y que pase lo que pase jamás ceja en su empeño de seguir al lado de la princesa. Esta especie de Mortadelo, que siempre aparece disfrazado con ropa deportiva, es el personaje más ridículo, el que menos sentido de la dignidad tiene y el que sufre mayor número de caídas y golpes, en una película en la que el humor físico es una constante durante todo el metraje.

       Pero en “Un marido rico” no sólo los millonarios son divertidos, también los personajes que representan a la autoridad resultan, sin proponérselo, de lo más chistosos cuando pretenden cumplir con su deber de manera escrupulosa. Sturges explora este aspecto de las autoridades como herramienta cómica y así, Tom se sirve del policía para que retenga a Jerry, haciéndole creer que le ha robado la maleta, y, a su vez, Jerry se sirve del guardia de seguridad de la estación para impedir que Tom la siga, diciéndole que la está molestando. Ambos manipulan a las autoridades, en su propio beneficio, sirviéndose de la eficiencia con que tratan de cumplir con su deber, y esto es sencillamente hilarante. Por otra parte, Sturges, conocedor de que, para el público, ver a un personaje desafiando a la autoridad siempre resulta divertido (debe ser algo que arrastramos desde la infancia, época en la que siempre estábamos obligados a obedecer), nos hace pasar un buen rato con la secuencia en la que los miembros del club de cazadores desafían a los representantes de la autoridad del tren, montando una cacería y destrozando a tiros el vagón. Y luego, nos hace reír con la reacción del revisor del tren cuando decide dar un escarmiento a los millonarios cazadores, abandonándolos en la vía. 


     Este jefe de los empleados del tren está interpretado, de forma harto eficiente y graciosa, por Al Bridge, ese actor, de tan asombroso parecido con Preston Sturges, que me hizo pensar, en el artículo anterior (“Las tres noches de Eva”), que, tal vez, Sturges, como otros directores famosos, gustaba de hacer pequeños papeles en sus películas; pero no, se trataba de Al Bridge, un eficiente actor de carácter que acostumbraba a formar parte del grupo de secundarios que solían aparecer en sus films.


       Sturges construye el guión de esta original comedia sobre tres sólidos pilares, el humor verbal, el humor físico y la sátira, logrando, con ésta última, pasar revista al matrimonio, a los prejuicios con los que la sociedad trata a los emprendedores, a la vida estéril e infantil de los multimillonarios, al desmedido culto al dinero y al lujo, que trae consigo el sistema capitalista, y a todos esos aspectos de la vida que se suponen componen nuestra verdadera felicidad. ¿O no lo hacen?
       El humor verbal está presente en cada una de las secuencias de la película, con diálogos capaces de dotar de un gran dinamismo a cualquier escena, gracias a la ironía, al ingenio y al sarcasmo de su autor. Estas brillantes y emocionantes conversaciones siempre logran mantener el interés del público, con independencia del argumento, del ritmo y de la acción.

       “Hackensacker: En primer lugar, todavía no está libre, y en segundo lugar, no se casa uno con la persona que se ha conocido el día antes. Por lo menos, yo.
       Princesa: Pues ese es el único sistema. Si se le conoce demasiado, nunca llega uno a casarse.”

       El humor físico, constituido por el clásico slapstick, adorna las sucesivas secuencias del film, siendo especialmente relevante en la primera parte de la película, donde se suceden las carreras, las persecuciones, las caídas, los golpes y el destrozo en general. Y aunque todo esto era una constante en este tipo de comedias, Sturges logra sorprender al espectador con inesperados y cómicos golpes de efecto, que generan unas desternillantes e inadecuadas reacciones físicas en los personajes.
       La banda sonora de la película, obra de Víctor Young, arropa la acción en todo momento, sorprendiéndonos con la capacidad del compositor para bromear con la música al tiempo que Sturges lo hace con la acción o con los diálogos. La vitalidad que su música aporta en algunas secuencias nos hace sonreír y la versatilidad de sus sonidos para dotar de significado cada instante nos sorprende y admira. Todo esto convierte la música de Víctor Young en el cuarto pilar sobre el que se apoya toda la estructura del guión de esta comedia.


       Otro recurso, usado de manera frecuente por Sturges, que aparece en esta película, es el de la identidad falsa que adoptan sus personajes para perseguir sus objetivos. Técnica, ésta, siempre festiva cuando se emplea en una comedia. Jerry finge ser una mujer maltratada por el canalla de su marido para conseguir despertar la compasión de Hackensacker y, por ende, su deseo de protegerla.

       “Hackensacker: Esa es una de las tragedias de esta vida, los hombres que más necesitan una paliza son casi siempre enormes.”

       Tom finge ser el hermano de Jerry para poder permanecer a su lado y convencerla de que deje de hacer locuras. Lo divertido para el público es saber que son marido y mujer mientras que Hackensacker y su hermana la princesa lo ignoran, de manera que el espectador puede reír a placer con cada sarcasmo o ironía del malhumorado Tom o con cada gesto de desconcierto de la atribulada Jerry. También resulta entretenido observar los celos de uno y otro cónyuge ante las atenciones que les dispensan, respectivamente, sus anfitriones. La princesa, más desinhibida, es particularmente atrevida en sus aproximaciones al atractivo Tom Jeffers, sin que el apocado de su hermano se quede atrás en ningún momento. Además, la princesa y Hackensacker se hacen de alcahuetes el uno al otro, decididos a emparentar con los atractivos hermanos a toda costa.


       A pesar de ser una comedia alocada y tronchante, los momentos de pesadumbre, siempre presentes en las comedias de Sturges, también se ciernen sobre Jerry y Tom Jeffers; pesadumbre por el fracaso, por la ausencia del ser amado, por el dolor de los celos, por la impotencia ante la imposibilidad de hacerse comprender por el otro... 
Como vemos, Sturges no cae en la tentación de idealizar el matrimonio o de idealizar a sus enamorados como a héroes, el director nos muestra el amor tal como es, con sus debilidades, con sus defectos y con sus aciertos. Ese amor del que hablaba nuestro Lope de Vega, que tanto sabía de él:

“Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.”

       Claudette Colbert, como Jerry Jeffers, rompe con el prototipo de mujer hacendosa, ama de casa abnegada y madre de familia. Sturges no nos cuenta por qué tras cinco años de matrimonio, la pareja no ha tenido hijos, pero ese detalle hace a Jerry más moderna, más independiente e incluso más interesante. Jerry quiere divertirse mientras sea joven, quiere salir a cenar, al teatro y por qué no decirlo a tomar unas copas. La borrachera de Jerry, a diferencia de otras borracheras femeninas en el cine de la primera mitad del siglo XX, es premeditada y nos muestra a una Jerry sincera, expresando sus frustraciones en voz alta, sin ningún tipo de pudor.


       “Tom: No quiero se descortés, nena, pero...
     Jerry: No estás siendo descortés, estás siendo como eres tú. Estás casado conmigo y eso significa que eres ciego, respecto a mí. Durante mucho tiempo, he formado parte de ti, no era más que algo a lo que podías arrimarte para no pasar frío, como una manta, pero no me ves, lo mismo que no puedes ver tu propia nuca.”

       Los borrachos dicen la verdad y Jerry esa noche se sincera con Tom y reivindica su derecho de mujer hermosa a tener una vida mejor. Por lo visto, en la mentalidad machista de la época, si Jerry hubiese sido menos agraciada hubiera debido conformarse con la miseria sin rechistar, sin embargo, al ser atractiva, todo el mundo parece estar de acuerdo en que se merece mejor suerte. En realidad lo que le fastidia a Jerry es no poder desplegar todo su talento para ayudar a Tom a prosperar, eso la haría sentirse orgullosa de sí misma, en ese sentido, Jerry representa una mujer que ansía la realización personal en el mundo, aunque todavía lo pretenda a través de la realización de su esposo. En ningún momento, Jerry se plantea labrar ella misma su propio futuro trabajando, en esto es diferente de la mujer de Hawks, siempre capaz, independiente y talentosa. Aún así, es un paso adelante en la liberación de la mujer, porque se trata de una mujer que actúa, que persigue su propio destino, que toma sus propias decisiones, incluso aunque tenga que renunciar al hombre que ama. Jerry Jeffers persigue la libertad que las penalidades le han impedido alcanzar. Es una mujer con algunos prejuicios todavía, pero ya se ha levantado y se ha puesto en marcha. Claudette Colbert encarna con gracia y picardía a esta resuelta mujercita, que parece muy segura de sí misma, pero que basta con que su marido le baje la cremallera del vestido, con alguna que otra caricia, para que ella pierda la cabeza y olvide sus propósitos. Jerry es una mujer enamorada de su marido, por el que siente una gran pasión, aunque se empeñe en negarlo, y Claudette Colbert sabe hacérnoslo sentir con su interpretación. Notamos el tremendo disgusto que se lleva, cuando cree que Tom ha intimado con la princesa, antes de que lo muestre verbalmente y sabemos que le duele el fracaso de Tom, porque a la actriz se le ponen los ojos húmedos cada vez que su marido habla de sí mismo como de un fracasado. Su manera de retorcer las muñecas o los tobillos cuando está excitada resulta encantadora y sutil y su manera de morderse el labio inferior cuando teme estar metiendo la pata o despertando la ira de su marido es de lo más divertida.

       Pero Joel McCrea no se queda atrás en encarnar con gracia la personalidad noble e idealista de su personaje. McCrea sabe hacernos sentir, con mesura, la frustración de Tom al no poder darle a su esposa todo lo que ella desea. Le vemos avergonzado de su fracaso, pero sin perder su orgullo y su dignidad de hombre convencido de su propia valía.


       “Tom: Cada uno es como es, cariño, y yo estoy hecho así, si eso supone ser un fracasado...
       Jerry: ¡No vas a ser un fracasado! ¡Nadie que haya estado casado conmigo, cinco años, va a ser un fracasado!”

       Notamos las ganas que tiene Tom de agredir al hombre rico con el que su mujer se propone reemplazarlo y la frustración que siente cada vez que ella se niega a volver con él. La desolación y angustia de su rostro cuando la ve alejarse en el tren, camino de Palm beach, es de lo más conmovedora, siempre con esa serenidad que transmitía McCrea a sus personajes, dándoles ese aspecto de honestidad que siempre le caracterizó en el cine. Y si Claudette Colbert resulta graciosa atravesando el vagón restaurante con la cabeza bien alta para disimular que va en pijama, Joel McCrea está divertidísimo al perder los pantalones del pijama persiguiendo a su mujer o al quedarse con el trasero al aire ante todos sus vecinos, sin mostrar ningún tipo de pudor. Ambos actores transitan por situaciones de lo más ridículas manteniendo su dignidad a prueba de bombas, y eso nos hace reír y querer ser como ellos.

       Y esto último es lo que se propone Sturges con sus personajes, sobre todo, con el personaje de Tom Jeffers, de quien se sirve el director para hacernos llegar un mensaje subliminal, que, sin ser el tema central de la película, sí parece ser su moraleja final: Nada es imposible. Esta es la razón por la que el proyecto de Tom, de construir un aeropuerto extendido sobre la ciudad como una raqueta de tenis, es tan poco realista. Ese aeropuerto, que parece una broma, un chiste del director para hacernos reír con los sueños de su personaje, permite a Sturges, precisamente por lo fantasioso del proyecto, hacernos llegar su esperanzador mensaje de que todo es posible, cuando Tom, por fin, encuentra un inversor dispuesto a financiar su aeropuerto. Y no es un mensaje baladí, en un momento de la historia en el que estados unidos, que aún sufría las consecuencias de la gran crisis, acababa de entrar en la segunda guerra mundial, y tantas parejas jóvenes luchaban por abrirse camino en la vida. Un mensaje dirigido a hombres y mujeres, un mensaje de enaltecimiento del individuo que con su esfuerzo y constancia consigue salir adelante, con el respaldo de su pareja. Un mensaje por el que no pasa el tiempo, un mensaje de ilusión y coraje.