miércoles, 6 de abril de 2022

MINNELLIMANÍA 2

CAUTIVOS DEL MAL (1952) de Vincente Minnelli
      


       
En 1952, Minnelli dirige esta fábula de la industria de Hollywood, que ensalza la importancia de la figura del productor como creador, al tiempo que nos presenta el mundo del cine con una crudeza y un realismo inquietantes. Su cinismo, su inmoralidad, su atmósfera asfixiante de competitividad y mercantilismo, y sobre todo, ese amor por el cine que sienten todos los que trabajan en él, quedan reflejados en esta apasionante historia de ascenso y caída de un gran hombre: El productor Jonathan Shields, interpretado por un soberbio y temperamental Kirk Douglas, rebosante de carisma.
        
       El productor de cine Harry Pebbel (Walter Pidgeon) reúne al director Fred Amiel (Barry Sullivan), a la actriz Georgia Lorrison (Lana Turner) y al escritor James Lee Bartlow (Dick Powell), en el cénit de sus carreras, para convencerles de que vuelvan a trabajar con el productor, en declive, Jonathan Shields (Kirk Douglas). Harry sabe que ninguno de ellos desea hacerlo y que los tres tienen buenos motivos para negarse, pero les recuerda que Shields contribuyó al éxito de todos en gran medida y que, por ello, están en deuda con él.

       Fred Amiel, el director, recuerda cómo conoció a Jonathan en el entierro de su 
padre, el productor Hugo Shields, y cómo, tras un primer desencuentro, no tardaron en hacerse buenos amigos. Fred deseaba ser director y Jonathan productor, así que, juntos, se pusieron manos a la obra y aprendieron el oficio haciendo películas de serie B para Harry Pebbel. Tras destacar con La maldición de los hombres pantera, Fred convence a Jonathan de que es el momento de hacer una película de verdad, le muestra su proyecto para llevar al cine La montaña lejana y logran que el actor de moda Víctor “Gaucho” Ribera (Gilbert Roland) se comprometa en el proyecto. Pebbel les entrega un millón de dólares de presupuesto, a condición de que la dirija el consagrado director Von Ellstein (Iván Triesault) en lugar de Fred. Jonathan acepta, gana un Oscar y funda su propio estudio contratando los servicios de Harry Pebbel. Fred, con el tiempo, se convierte en el director más solicitado de Hollywood. En cuanto a Georgia, alcoholizada y sin confianza en sí misma, vivía atormentada por los recuerdos de su difunto padre, el gran actor George Lorrison, cuando conoció a Jonathan y se enamoró de él. Jonathan consiguió que Georgia dejara la bebida y la convirtió en la protagonista de su próxima película, haciéndola creer que él también estaba enamorado de ella. Pero, tras el estreno de la película, Jonathan pone fin al romance de manera cruel, liándose con una mujer despreciable. Georgia jura no volver a trabajar con Jonathan y, después se convierte en una gran estrella trabajando para otras productoras. Por último, Shields, tras dos fracasos en taquilla, compra los derechos para el cine de la novela de James Lee Bartlow Tierra orgullosa y, aprovechándose de la fascinación que Hollywood ejerce sobre la frívola esposa del escritor, Rosemary (Gloria Grahame), convence a éste para que escriba el guión. Pero Rosemary distrae a su marido de la escritura, por lo que Jonathan pide a Gaucho que la seduzca para que los deje trabajar en paz. Gaucho y Rosemary, en pleno idilio, mueren en un accidente de avioneta, dejando a Jim totalmente hundido. Jonathan le ayuda a superarlo inundándolo de trabajo hasta que comienza el rodaje; pero, las diferencias con Von Ellstein, llevan a Jonathan a cometer el error de asumir la dirección, lo que se convierte en la ruina de Producciones Shields. Mientras Jim trata de animar a Jonathan, descubre que éste propició el romance entre Gaucho y Rosemary y rompe con Shields para siempre, ganando un Pulitzer.
       Harry, después de escuchar el relato de sus tres invitados, hace un último esfuerzo para convencerles de que ayuden a Jonathan a empezar de nuevo, y, aunque los tres se resisten a hacerlo, también parecen echar de menos ese entusiasmo con el que Jonathan abordaba cada proyecto.


       Basándose en el relato Tributo a un malvado de George Bradshaw, el guionista Charles Schnee, que también ejerció como productor en Hollywood, escribió el guión de esta historia formada por tres relatos diferentes, cuyas estructuras vertebran, a su vez, la historia del verdadero protagonista del film, un productor de cine déspota y manipulador, pero dotado de un magnetismo irresistible. Partiendo del presente, la película narra en flashback las peripecias del protagonista en Hollywood, a través de la mirada de tres personajes que le conocieron en profundidad (un director, una actriz y un escritor) y que juraron no volver a trabajar con él, después de que les arruinara la vida y les elevara a la cumbre del éxito. Se trata de una estructura similar a la empleada en la película de Orson Welles Ciudadano Kane (1941), cuyo guión, escrito por Herman J. Mankiewicz, con la colaboración de Orson Welles, narraba en flashback la vida de un magnate a través de los relatos de las personas que mejor le conocieron. Estructura que utilizaría también Akira Kurosawa para narrar, de forma análoga, en su película Rashomon (1950) las distintas versiones de una misma historia, a través de los diferentes personajes implicados en ella, poniendo de manifiesto, en este caso, la importancia de la subjetividad y la percepción personal a la hora de contar un hecho.
       Schnee ganaría, por su esmerado y riguroso guión, el Oscar al mejor guión adaptado. Guión, cuya historia fascinó a Minnelli por su despiadado cinismo y su extraño romanticismo, inspirándole para realizar esta obra maestra, acerca de la verdadera esencia del mundo del cine —con su luz y su oscuridad, su esplendor y su miseria—, que constituye uno de los mejores trabajos de Minnelli como director. Se puede decir que Minnelli logró con Cautivos del mal un retrato tan veraz de la industria cinematográfica, como el que había conseguido hacer Mankiewicz del mundo del teatro, con Eva al desnudo en 1950.


       En la cinta, el mundo del cine queda retratado como una profesión en la que el fin justifica los medios y el fin es siempre lograr la mejor película posible. Un mundo habitado por seres de grandes egos, que chocan y luchan entre sí de manera constante, hasta que el más grande de todos ellos, el ego dominante —que suele ser el del producto —, termina imponiéndose. Jonathan Shields sabe captar las debilidades y necesidades de los demás para utilizarlas a su favor. De ese modo, manipula y utiliza a todos los trabajadores que están bajo su mando, manejándolos con mano de hierro como a marionetas en un guiñol, exprimiéndoles para que den lo mejor de sí mismos, hasta dejarlos secos. Momento en que, si ya no les son útiles, no duda en deshacerse de ellos, sin ningún tipo de remordimiento, justificando su deslealtad con argumentos agresivos y crueles, pero de una capacidad de convicción tan grande, que les hace dudar de su propia valía, llegando incluso a sentirse responsables de la traición sufrida por parte del productor. Un mal bicho, un hijo de mala madre, con una capacidad de seducción y un encanto personal capaces de cautivar a todo aquel que le interesa, atrapándole en una trampa emocional, con la que les hace creer que le necesitan, tanto a nivel profesional como emocional. Este narcisista perverso, que sabe cómo seleccionar a sus víctimas porque es capaz de reconocer el talento incluso antes de que se manifieste, quiere imponer en Hollywood su marca, que no es otra cosa que él mismo, su orgullo y su soberbia. No en vano, el logo de Producciones Shields es un escudo de armas, con un yelmo —señal distintiva de nobleza— sobre el lema: «Non Sans Droict», «No sin derecho», que, curiosamente, también aparecía bajo el escudo de armas del mismísimo William Shakespeare.


       Kirk Douglas interpreta al productor Jonathan Shields con el desparpajo y la prestancia propias de su habitual manera de trabajar; pero sabiendo aportar, además, esa peligrosa dualidad, entre la calidez del hombre entregado a sus amigos y la impasibilidad del abyecto hombre de negocios, que conforma los dos extremos de comportamiento entre los que se balancea el protagonista a lo largo de todo el film. Hay momentos en los que nos conquista con su espontaneidad, llegando a parecernos el hombre más agradable del mundo, honesto consigo mismo y con los demás, para, al momento siguiente, pasar a dejarnos horrorizados con su gélido egoísmo y su cínica falsedad. Kirk Douglas, con detalles tan naturales como el acto de descalzarse en mitad de una reunión o sonreír con malicia ante las travesuras de un amigo, compone un personaje absolutamente natural y verosímil, haciéndolo tan cercano y auténtico que olvidamos al actor que le está dando vida. La apasionada energía de este genial intérprete transmite a la perfección esa dedicación incansable del productor creativo, que se ilusiona y cree en un proyecto hasta el punto de que todos los demás aspectos de su vida desaparecen para él hasta finalizarlo, momento en el que el personaje queda exhausto, lo mismo que si ya no le quedara nada dentro.

       «Jonathan: Mira, Fred, cuando trabajo en una película es como si cortejara a una chica. Te gusta, la necesitas, vas tras ella, el gran momento y luego, se acabó. Es lo mismo en cada película. Te sientes triste al terminarla.»

       El entusiasmo de ese tipo de personas seguras de sí mismas y capaces de cualquier cosa por conseguir lo que quieren es tan contagioso como una enfermedad y tan adictivo como una droga. Pero si, además, se trata de una persona sin escrúpulos, como Jonathan Shields, su poderoso influjo puede arrastrar a los que le siguen por la dudosa senda del camino torcido.


       «Fred: Jonathan es algo más que un hombre, es una experiencia y crea hábito. Si pudiesen embotellarlo, se vendería más que la cerveza.»

       Cautivos del mal homenajea diferentes personajes y películas de la historia de Hollywood. El mismo protagonista, el productor Jonathan Shields está inspirado en rasgos de tres productores de Hollywood diferentes, David O. Selznick, que como Jonathan estaba obsesionado con el recuerdo de su padre; Orson Welles, con un entusiasmo y una simpatía semejantes a las de Shields y Val Lewton, productor que demostró su gran imaginación en numerosos films de terror. La misma película que hace que Shields comience a destacar como productor es un claro homenaje a La mujer pantera (1942) de Jacques Tourneur, producida por Val Lewton, que utilizaba el sonido de los rugidos en la oscuridad para asustar al público sin mostrar nunca a la mujer pantera, lo mismo que hace Jonathan en su película La maldición de los hombres pantera.

El personaje de Georgia Lorrison, interpretado por Lana Turner hace referencia 
a la alcoholizada actriz Diana Barrymore, hija del mítico actor John Barrymore, apodado «el perfil» (en Cautivos del mal, Georgia tiene en la pared un dibujo de su padre pintado de perfil), que terminó sucumbiendo bajo el peso de la enorme sombra de su padre. También el actor, juerguista y mujeriego, Errol Flynn puede verse retratado en las maneras y gestos del personaje de Gaucho, con esa sonrisa burlona de sinvergüenza redomado, que tan bien le sale a Gilbert Roland. Asimismo, se habla en la película del «toque Shields», en clara alusión al llamado «toque Lubitsch» del director Ernst Lubitsch.

       Fred (off): Siempre creí que el primer tratamiento de La montaña lejana era perfecto, pero después de tres semanas de trabajo con Jonathan, era dos veces mejor. Kate nos mantenía en pie a fuerza de café. A medida que Jonathan le iba dando forma a nuestro material, pude ver como nacía lo que Hollywood llamaría más tarde “el toque de Shields”. Jonathan era un mago.»

       El director de cine Erich Von Stroheim es emulado por el director Von Ellstein, con el que Jonathan termina teniendo ciertas diferencias que le hacen plantearse el paso a la dirección. Y el mítico Alfred Hitchcock, junto con su inseparable esposa Alma Reville, son retratados en el film por el director británico Henry Witfield (Leo G. Carroll) y su devota asistente Miss March (Kathleen Freeman).


       Lana Turner y Gloria Grahame se disputan el protagonismo femenino del film; si bien, en un principio, se pensó que la estrella absoluta debía ser Lana Turner —de ahí el desafortunado título original The bad and the beautiful (El malo y la bella)—, finalmente, Gloria Grahame triunfaría con su magnífica composición de la tierna y caprichosa dama del Sur, Rosemary Bartlow, con la que conseguiría el Oscar a la mejor actriz de reparto, arrebatando a Turner la exclusividad de su estrellato. Grahame había destacado anteriormente en la película En un lugar solitario (1950) de Nicholas Ray y, tras su merecido Oscar, pasaría a protagonizar numerosas películas de género negro y policíaco, encarnando a mujeres peligrosas, con cierto destino trágico y una mirada turbia cargada de erotismo. Pero en la memoria de los espectadores siempre será —con permiso de la Escarlata O’Hara de Vivien Leigh— «Un retrato sensible e inolvidable de una dama del Sur de hoy. Alegre, tonta, ingenua, astuta y despiadada a la vez.», tal como se describe a su personaje en el film. Esta chica del Sur, deslumbrada por el lujo y la bohemia de Hollywood, fue interpretado por Grahame con una malévola ingenuidad, no exenta de ternura, con la que su personaje lograba mantener a su marido totalmente encandilado, en una mezcla enloquecedora de desdén y pasión.


       «Rosemary: Oh, James Lee Bartlow, contempla bien tu imagen en ese espejo: Has cambiado desde que llegaste a Hollywood y tengo que confesar que el cambio no ha sido muy favorable. ¿He cambiado yo también? Creo que Hollywood se me ha subido a la cabeza.
       Jim: Te quiero tal como eres.
       Rosemary: James Lee ten paciencia conmigo. La tendrás, ¿verdad? (Jim va a besarla pero ella aparta la cara con coquetería y se aleja de él. Después, se gira con una sonrisa traviesa, camina hacia él de forma provocativa y, tomando su cabeza entre las manos, le besa con pasión.)»


       El personaje de Lana Turner representa la típica historia de aspirante a actriz, 
hija de un astro de Hollywood, que llega a convertirse en una gran estrella, tras una serie de vicisitudes emocionales y de extenuante trabajo. El personaje de Georgia constituye uno de los mejores logros de la Turner, que se interpreta a sí misma en ese rol de estrella de aspecto siempre impecable, marcada por una dolorosa historia de infancia solitaria y por una azarosa vida amorosa. Lana Turner resulta convincente en los momentos en los que su personaje aparece en avanzado estado de embriaguez y también sabe traspasar al público, en cada una de sus miradas, ese profundo amor que su personaje siente por Jonathan. Su interpretación muestra la vulnerabilidad de su personaje, sus miedos, sus dudas y su terrible soledad, al tiempo que impone, en la pantalla, el tremendo carisma de su belleza y glamur, el sello Turner.

       «Jonathan: Yo no te he ayudado en nada, la prueba ha sido horrible, pero nos ha demostrado una cosa: En la pantalla, estés como estés, hagas lo que hagas, el público te mira a ti. Ese es el sello de una estrella. El sello Lorrison.»

       Todo estudio que se precie tiene una estrella y Georgia Lorrison es la arcilla defectuosa, elegida por Jonathan Shields, para moldear a su estrella. Georgia capta su atención desde el primer momento en que la ve y el hecho de que sea la hija del desaparecido actor George Lorrison, reafirma su convicción de que puede hacer de ella una gran estrella, una estrella a su medida.

       «Jonathan: Yo quería hacer una película con ella. Convertir en estrella a una chica que Hollywood había tirado a la basura...»


       Jonathan Shields ve en Georgia repetirse la misma historia de su padre, despreciado por Hollywood al final de su carrera. Él se propuso volver a llevar el nombre de su padre a lo más alto y se propone hacer lo mismo con Georgia. Que se traguen el apellido Lorrison, como han tenido que tragarse el apellido Shields.

       «Jonathan: Oh, los abogados me han aconsejado que cambie de nombre.
       Fred: Es que su padre tenía mala reputación.
       Jonathan: No sólo la tenía. Se la merecía. No había manera de convivir con él, pero yo le quería mucho. Hizo buenas películas. También yo las haré.
       Fred: Pues no tiene gran cosa para empezar.
       Jonathan: No, sólo me enseñó a empezar desde arriba. Así que, ¿cómo se empieza desde abajo?
       Fred: ¿Quiere hacerlo? ¿Va a cambiar de nombre?
       Jonathan: ¿Cambiar? Voy a hacer que todos se traguen el nombre de mi padre.»

       Sin embargo, el amor de Georgia termina siendo para Shields un obstáculo en sus ansias de poder, algo que puede debilitarle y apartarle de su objetivo, por lo que, debe ser sacrificado.


       «Jonathan: ¿Quién eres tú para meterte en mi interior, volverme del revés y decidir cómo he de ser? ¿Cómo puedes saber lo que siento por ti y hasta dónde llega? ¡Puede que no quiera pertenecer a nadie! ¡Ni a ti ni a nadie! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡¡Fuera!!»


       Como contrapunto al personaje de Georgia, hay que mencionar a la arribista Lila 
(Elaine Stewart), que representa a ese otro tipo de aspirante a actriz que trata de abrirse camino en el cine comerciando con sus encantos. Elaine Stewart realiza un magnífico, aunque breve, trabajo encarnando a esta deslenguada y explosiva morena sin escrúpulos, que envidia y desprecia a Georgia por tener, lo que ella tanto ansía.

       «Lila: Creo que todo depende de con quién vaya a cenar una chica por ahí, ¿no crees?
       Gaucho: Shhh… Bombón…
       Lila: Je, ella va a ser una estrella, y yo voy a aparcar descapotables.
       Gaucho: No hables así de Georgia. Ni de Jonathan, es un gran hombre.
       Lila: Je, no existen grandes hombres, amigo. Solamente, hombres.»

       El actor Barry Sullivan protagoniza con corrección la primera de las historias, interpretando al director Fred Amiel, amigo y cómplice de Jonathan Shields en sus comienzos. Y también será el primero al que Shields traicionará para sacar adelante el proyecto que sabe que le abrirá todas las puertas, demostrando que, para Shields, la amistad tiene menos valor que la ambición.

       «Jonathan: Fred, prefiero herirte ahora a hundirte para siempre. No estás preparado para dirigir una película de un millón.
       Fred: Y en cambio, tú si lo estás para producirla.
       Jonathan: Con Von Ellstein, desde luego.
       Fred: Me estás robando la película. Fue idea mía, yo te la di.
       Jonathan: Sin mí, seguiría siendo una idea.»


       Por último, Dick Powell encarna con una calma envidiable al tranquilo, irónico y 
enamorado escritor, James Lee Bartlow, que supone la víctima más terrible de todas, porque Jonathan no sólo le utiliza a él, sino que también manipula a su esposa, arrojándola en brazos del mujeriego Gaucho, interpretado con perfección milimétrica por un inspirado Gilbert Roland. Powell realiza una sobria composición de este escritor paciente, sincero y de pocas palabras, con una sonrisa satisfecha y beatífica que nos informa de su envidiable actitud contemplativa ante la vida. Razón por la que sorprende que sea él, precisamente, el único que le propina a Jonathan ese puñetazo que nadie le ha dado y que se ha estado ganando desde el principio de la película.

       «Jonathan: Jim… Yo no maté a Rose Mary. Gaucho no la mató. Se mató a sí misma. (Jim le da un puñetazo.) ¡Te guste o no, sin ella estás mejor! ¡Era una estúpida! ¡Se interponía en tu camino, en tu trabajo! ¡Te hacía perder el tiempo, te estropeaba! ¡Estás mejor sin ella!»


       Minnelli, fascinado por la estética del cine de Max Ophüls y su habilidad en el 
manejo de la cámara, consigue, en Cautivos del mal, la elegancia formal de una puesta en escena, cargada de miles de detalles, que recuerda ese barroquismo europeo de principios del siglo XX del que estaba repleto el cine de Ophüls. Asimismo, emula el glorioso trabajo de cámara de su admirado director, haciendo que la cámara se deslice con delicadeza por cada uno de los rincones de los suntuosos decorados de su película y por cada uno de los aspectos sentimentales de sus personajes, captando hasta los detalles más insignificantes de la historia. Minnelli utiliza el travelling, la grúa y el movimiento de cámara, a lo largo de toda la película, para alcanzar una disposición espacial totalmente eficaz, a la hora de conseguir el máximo de emoción en cada escena, sobre todo, en las secuencias en que aparecen escenas de rodaje —no olvidemos que se trata de una historia de cine dentro del cine—. El director, acostumbrado a los musicales, supo situar con inteligencia, en un mismo plano, a los personajes que interpretaban una escena y al equipo que los estaba filmando. Resulta conmovedor el momento en que todo el equipo de filmación se queda fascinado y absorto contemplando la sentida interpretación de Georgia Lorrison, convertida ya en una auténtica actriz.

Minnelli hace un barrido por las emocionadas caras de todos los 
miembros del equipo hasta terminar en el operario de un enorme foco; y de ahí, realiza una bella elipsis pasando del foco que está iluminando a Georgia en el rodaje, al foco que la ilumina la noche del estreno, cuando es aclamada por el público. También destaca el plano secuencia de la fiesta de Harry Pebbel, con la cámara siguiendo a Jonathan y a Fred en su recorrido por el gran salón mientras caminan entre los invitados, cuyas conversaciones sobre la industria vamos escuchando a medida que los dos personajes atraviesan la estancia. Otro recurso muy empleado por Minnelli, en el film, consiste en enfocar una acción mientras un personaje habla fuera de plano, poniendo, así, el foco de atención en lo que realmente le interesa para hacer avanzar la historia. También, en lo que se refiere al guión, Minnelli aportó al personaje de Shields, colaborando con Douglas, un mayor encanto y algo de integridad, para que no resultara tan odioso, haciéndolo más humano y por tanto más cercano al espectador. Todos estos aciertos hacen de Cautivos del mal la obra maestra que su humilde director supo construir plano a plano, reflejando con maestría la época dorada del cine norteamericano.

       «Von Ellstein: Los grandes momentos hay que construirlos y, a veces, muy lentamente.
       Jonathan: Mire, cuando quiera que me dé una conferencia sobre la estética del cine, se la pediré. Y no será durante mi trabajo ni será para disimular una pobre e inepta interpretación de una gran escena. Para ser director hay que tener imaginación.
       Von Ellstein: ¿Qué imaginación, Sr. Shields? ¿La suya o la mía? A eso no se puede contestar más que de una forma, usted ve esta película de un modo y yo de otro. Se puede rodar como usted quiere, pero no lo haré yo, ni ningún otro director que se respete a sí mismo. ¿Sabe lo que debe hacer para conseguir exactamente lo que quiere, Sr. Shields? Debe dirigir la película usted mismo. Para dirigir una película hay que tener humildad. ¿Es usted humilde, Sr. Shields?»


       Con este Tributo a un malvado, Minnelli parece empeñado en defender, ante la audiencia, la parte humana de este tipo de personas capaces de cualquier cosa por imponer su voluntad a los demás, con tal de alcanzar sus metas. Para lo cual, están dispuestos a sacrificar la amistad, el amor o cualquier otro vínculo socio-emocional que pueda constituir una rémora en la realización de ese objetivo que se han propuesto y que consideran superior a todo lo demás —en el caso de Shields la creación de una película—. Estos sujetos sólo se guardan lealtad a sí mismos, se aceptan como son —con sus defectos y sus virtudes— y, libres de la necesidad de complacer a otros, se realizan en el mundo en absoluta plenitud.

       «Jonathan: En este momento, la verdad está penetrando en tu mente: “Nunca me ha querido, me estaba mintiendo. Todos esos momentos agradables, esas dulces palabras eran mentira. Es malvado y cruel. Y con esa mujer rastrera, con Lila.” ¡Bueno, puede que me gusten las mujeres como ella, puede que algunas veces me guste ser rastrero!»

       Shields demuestra vivir entregado completamente al cine y Minnelli justifica la conducta del protagonista como un mal necesario para el funcionamiento de Hollywood o, quizás, se trate simplemente de reconocer que los malos también son capaces de hacer cosas buenas. El modo de alcanzar sus objetivos seguramente no es el correcto, pero el objetivo se cumple. Luego, el fin —según Hollywood— justifica los medios.