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domingo, 20 de julio de 2025



PREMINGERMANÍA 3

ANATOMÍA DE UN ASESINATO (1959) de Otto Preminger
  

       
Preminger nos muestra en este film, que fue uno de sus mayores éxitos, que el sistema judicial americano está lleno de falsedad e impurezas y que, sin embargo, su fin último, que es proteger al inocente, es absolutamente íntegro.
   
       El exfiscal, Paul Biegler (James Stewart), sobrevive a costa de divorcios y casos de poca monta, aunque ya ni siquiera puede pagarle el sueldo a su fiel secretaria Maida Rutledge (Eve Arden). Mientras se dedica al jazz, a pescar y a leer libros de leyes junto a su amigo Parnell Emmett McCarthy (Arthur O’Connell), abogado retirado y alcohólico, su suerte parece cambiar cuando Laura Manion (Lee Remick) le pide que defienda a su marido, el teniente Frederick Manion (Ben Gazzara), acusado de asesinar a tiros a Barney Quill, el hombre que la violó. Antes de aceptar el caso, Paul se entrevista con el Sr. y la Sra. Manion por separado y descubre que no son un matrimonio ejemplar. El teniente Manion es un hombre celoso y hostil que, no obstante, Paul sabe que contará con la simpatía del jurado. Para que lo absuelvan, solo necesita darles una escusa legal y, para ello, cuenta con el diagnóstico del psiquiatra del ejército, Dr. Matthew Smith (Orson Bean), que examina a Manion y concluye que sufrió un episodio de reacción disociativa o impulso incontrolable en el momento de matar a Quill. Por su parte, Laura Manion es una mujer muy sensual y un poco alocada, a la que Paul tiene que aleccionar para que se comporte como una recatada y amante esposa ante el jurado. Por fortuna, Paul cuenta con el resultado del detector de mentiras al que Laura se sometió voluntariamente y que confirmó la violación. Paul acepta el caso y se pone manos a la obra con la ayuda de Maida y de Parnell, al que exige que deje la bebida. Justo antes de que comience el juicio Paul y Parnell encuentran un precedente de un tribunal que aceptó el impulso incontrolable como eximente de un crimen. Comienza el juicio, y Mitch Lodwick (Brooks West), nuevo fiscal, presenta al prestigioso Claude Dancer (George C. Scott), abogado de la oficina del fiscal general, como colaborador de la acusación. Ambos tratan de convencer al jurado de que Manion estaba cuerdo cuando mató a Barney Quill y que no hubo violación, sino una relación consentida entre Quill y Laura Manion; cuya moralidad Dancer trata de desacreditar. Pero Biegler logra rebatir todos los argumentos de la acusación y convence al jurado de que fue la violación de su mujer lo que enloqueció a Manion. Como último recurso, la acusación presenta a Duane “Duke” Miller (Don Ross), un preso que declara que Manion se estaba jactando en la cárcel de que había conseguido engañar al abogado, al loquero y que iba a engañar al jurado, y que cuando saliera le iba a romper todos los huesos al putón verbenero de su mujer. Biegler teme que este testimonio pueda perjudicarlos. Pero, en el último momento, Mary Pilant (Kathryn Crosby), encargada y heredera del bar de Barney Quill, al que muchos consideraban su amante, declara que encontró las bragas desgarradas de la Sra. Manion y que cree que Quill la violó. Dancer trata de insinuar que Mary Pilant, sólo está despechada por la relación de la Sra. Manion con su amante, pero, al descubrirse que Barney Quill era su padre, Dancer tiene que rendirse.

       La película trata de diseccionar el funcionamiento del sistema judicial americano, basado en la presunción de inocencia y dirigido a un jurado popular al que los letrados deben convencer de la culpabilidad o inocencia del acusado. Preminger expone cómo la labor de un abogado es defender a su cliente de los intentos de la fiscalía de demostrar su culpabilidad, al tiempo que encuentra un camino para su defensa. Ese camino tiene que parecer verdadero, pero no tiene por qué serlo.


       «Parnell: ¿Le diste la típica conferencia al teniente?
       Paul: Si te refieres a si le animé a contar un cuento chino, no.
       Parnell: Puede que seas demasiado puro para las impurezas naturales de la ley. Quizás, debas dar al teniente la posibilidad de hallar una defensa. Tal vez, debieras guiarle un poco, mostrarle el camino y dejar que él decida si quiere seguirlo.»

       El guión ofrece una visión de la justicia como una institución llena de imperfecciones, que pueden llegar a deformarla, pero nunca a romperla, y cuyo fascinante ejercicio exige duro trabajo, inteligencia, retórica y capacidad de reacción. El hecho de que el jurado americano esté formado por ciudadanos de a pie que desconocen el aspecto técnico de la ley proporciona enormes posibilidades dramáticas para una ficción judicial cinematográfica, ya que los letrados deben hablar en un lenguaje coloquial que puedan entender los miembros del jurado y, además, tratan de ganarse las simpatías de los mismos apelando a sus sentimientos o manipulándolos. A finales de los cuarenta y en la década de los cincuenta, antes de Anatomía de un asesinato, se hicieron muy buenas películas sobre juicios, Doce hombres sin piedad (1957) de Sidney Lumet, Testigo de cargo (1957) de Billy Wilder o El proceso Paradine (1947) de Alfred Hitchcock. De modo que, cuando Preminger estrenó su película, el drama judicial estaba de plena actualidad. El mérito de Preminger fue mostrar un juicio tal y como es en realidad, sin recurrir al uso del flash back para mostrar imágenes de lo ocurrido; que sería, quizás, lo más acertado cinematográficamente hablando, puesto que en el cine la narración avanza a través de las imágenes, pero Preminger deseaba ofrecer una narración objetiva de la historia, haciéndonos vivir el juicio como lo viven los miembros del jurado. En ningún momento llegamos a saber qué pasó en realidad, aunque todos nos hacemos una idea de los hechos, gracias al magnífico retrato psicológico de los personajes que nos ofrece el director. Anatomía de un asesinato nos permite llegar a comprender lo complicado que es para un jurado averiguar la verdad de unos hechos que sólo pueden conocer a través del testimonio de los testigos. El espectador nunca está seguro de si el teniente estaba o no cuerdo en el momento de matar a Barney Quill y el jurado tampoco, pero éste último tiene que tomar una decisión al respecto. El film alaba la labor de los jurados y les dedica, a través de las sentidas palabras de Parnell, un sincero homenaje.



       «Parnell: Doce personas en una habitación, con diferentes mentalidades, diferentes corazones y de doce procedencias diferentes. Doce pares de ojos y oídos, doce personas distintas. Y a esas doce personas se les pide que juzguen a otro ser humano, tan diferente a ellos, como ellos los son entre sí. Y al emitir su criterio deben volverse una solamente, unánime. Uno de los milagros de nuestra desorganizada humanidad es que lo consiguen. Y que la mayoría de las veces lo hagan bien. Dios bendiga a los jurados.»

       La habitual objetividad narrativa que Preminger imprimía a todas sus películas desemboca en Anatomía de un asesinato en el relato frío de una violación y de un crimen. Tanto los protagonistas como los testigos de la noche de autos relatan los hechos desde una distancia emocional que resulta, en algunos momentos, escalofriante. La secuencia en la que Laura Manion cuenta al abogado de su marido, con total indiferencia, cómo la violó Barney Quill está tan desprovista de emoción que causa verdadera extrañeza y nos hace preguntarnos si realmente esa mujer fue violada o se lo ha inventado todo. Y es que Laura Manion se escapa a todos los estereotipos que pudiéramos tener acerca de lo que representa ser una mujer víctima de una violación. Laura no parece enfadada ni traumatizada ni humillada, sino más bien se muestra tranquila, de buen humor, y con una actitud provocativa. Y sin embargo, Paul Biegler cree la versión de los hechos de Laura Manion y Preminger consigue que el espectador también la crea. De alguna manera Preminger logra transmitirnos la sensación de que la indiferencia de Laura no es más que un mecanismo de defensa de su psique para protegerse de la terrible carga emocional que le produce lo sucedido. Hay un momento, durante el juicio, cuando Laura está testificando en el estrado, en que se queda con la mirada perdida y no parece escuchar lo que se le está diciendo. Es un instante cargado de significado, porque tenemos la impresión de que Laura está reviviendo en su mente la agresión y, por primera vez, vemos reflejado en su rostro el profundo sufrimiento psicológico y emocional que le produjo.


       «Dancer: Le haré otra pregunta Sra. Manion. ¿Era la primera vez que se subía al coche de Quill a esas horas de la noche? (Ella no contesta)
       Juez: Sra. Manion, ¿ha oído la pregunta?
       Laura: Sí, la he oído. Sí, era la primera vez.
       Dancer: ¿Quiere levantar el tono de voz, Sra. Manion?
       Laura (Casi gritando): ¡He dicho que era la primera vez!»

       Preminger sabía que lo que importa en una historia no son los hechos de la trama sino los personajes, sus motivaciones internas, sus perfiles psicológicos, lo que no dicen ni exteriorizan, pero que está ahí determinando sus acciones. En Anatomía de un asesinato Preminger no juzga a los personajes, se limita a mostrarnos cómo son, convencido de que no son buenos ni malos, sino simplemente humanos. Y esa humanidad es lo que los hace tan auténticos como las personas reales.


       «Paul: Srta. Pilant, no quiero perjudicarla, no quiero hacerle daño. Comprendo su afecto hacia su padre, pero… Pero, como abogado, he aprendido que la gente no es buena o mala, que suele ser ambas cosas. Y me da la impresión de que Barney era ambas cosas.
       Mary: Pues yo no quiero saberlo.»

       No obstante, también es cierto que en el film aparecen personajes de una notable benevolencia frente a otros de dudosa moralidad, como el matrimonio Manion. El mismo protagonista, Paul Biegler, es un hombre tranquilo y afable que, pese a su profesión, posee una serie de principios éticos inamovibles. Biegler no es ningún santo, pero sí queda patente que se trata de un buen hombre, muy apreciado por la comunidad en la que vive. Todos los que suelen tratar con él le tratan de forma amigable y le llaman por el diminutivo de su nombre, Pauli. Asimismo, sus dos colaboradores, el viejo Parnell y la secretaria se perciben también como personas honestas. Incluso, Claude Dancer, un hombre duro y agresivo en su manera de actuar ante el tribunal y desagradable a la hora de interrogar a los testigos de la parte contraria, no posee ningún rasgo que nos haga pensar que sea una mala persona, tan solo queda patente que quiere ganar el juicio a toda costa y, como fiscal, eso no se le puede censurar. Sus comentarios sarcásticos y sus implacables métodos para presionar a los testigos, sí que nos dan idea de que se trata de un hombre poco compasivo, sobre todo cuando acorrala a la Sra. Manion para hacerla parecer una adúltera ante el jurado, victimizándola por segunda vez con su crueldad.


       «Dancer: ¿La pegó su marido esa noche? ¿La pegó esa noche?
       Laura: Pues… Me abofeteó porque estaba histérica.
       Dancer: ¿No juró en falso para que no la siguiera pegando?
       Laura: ¡No! ¡Nada de eso! ¡No!
       Dancer: ¿No la había pegado ya cuando la sorprendió volviendo de hacer el amor con Barney Quill?»


       Pero el personaje bonachón por excelencia de la película es sin duda el juez 
Weaver (Joseph N. Welch), interpretado por un famoso abogado americano, símbolo de la integridad moral y de los valores democráticos, tras haber conseguido desacreditar al senador McCarthy ante el pueblo americano, poniendo fin al macartismo que tanto daño hizo a la industria del cine. El juez Weaver es un personaje meticuloso, de aspecto anticuado, que con su carácter beatífico parece sacado de una película de Frank Capra. Con un abogado de verdad en el papel de juez, con figurantes reales que no eran actores y rodando en localizaciones reales, Preminger dota a todas las secuencias del juicio de un gran veracidad.


       En contraposición al juez Weaver, el teniente Manion, con su carácter arrogante, chulo y agresivo, que maltrata a su mujer y que no duda en tomarse la venganza por su mano, posiblemente, sea el personaje más falso de todo el film. Nunca llegamos a saber si realmente ama o no a su mujer, pero tenemos claro que la considera como algo de su propiedad que Barney Quill no tenía derecho a tocar. Para ser sinceros a nadie le importa que matara al violador de su mujer, pero sí nos molesta que vaya a seguir maltratándola. El final de la película es desolador, no porque Manion haya conseguido engañar a todo el mundo y salirse con la suya, sino porque sabemos que Laura va a seguir viviendo bajo su yugo.

       «Laura: Necesitaba salir de la caravana. No soportaba estar encerrada. Me… Me siento sola, Paul. Terriblemente sola. No me hubiera ido a ese bar aquella noche si no hubiera sido por eso.
       Paul: Puede que no le venga mal acostumbrarse a estar sola.
       Laura: ¿Por qué? ¿Cree que pueden condenar a Mani?
       Paul: Eso depende del jurado, nunca se sabe cómo van a reaccionar.
       Laura: Si le condenaran, podría ser la solución. (Lloriquea) No, eso es una barbaridad. Es verdad que lo he pensado, pero no quisiera que pasara.»

       Laura Manion es la verdadera víctima, no Barney Quill. Parece una mujer promiscua y que sólo piensa en divertirse, pero no es más que una joven alocada que trata de evadirse de un matrimonio que la oprime y la anula como persona. Para ella que Manion esté en la cárcel es como estar de vacaciones, un tiempo de libertad y de tranquilidad, antes de que regrese su carcelero. El carácter desinhibido de la Sra. Manion contribuye a sembrar en muchos espectadores cierto rechazo hacia su forma de comportarse, pero ¿acaso porque una mujer sea activa sexualmente merece ser violada? Eso sería lo mismo que decir que un hombre adúltero merece ser castrado. Puede que el comportamiento de la Sra. Manion no sea demasiado decoroso, pero eso no es excusa para una violación. En cuanto a su marido, todos sabemos, cuando termina la película, que volverá a meterse en problemas, y que, quizás, también la próxima vez consiga librarse.


       «Paul: ¿Está segura de que va a salir?
       Laura: Sí… Ése tiene suerte. Hay personas que nacen con suerte. Dígale que ya puede romper los huesos al putón verbenero. (Paul se ríe) Uh, qué cabeza… Tome un pequeño regalo. (Saca la faja de su bolso, riéndose)
       Paul: No, no, consérvelo usted, quizás vuelva a necesitarla alguna vez, nunca se sabe.
       Laura (Riéndose): Nunca se sabe… Es un sol, Pauli.»

       El polémico matrimonio formado por los Manion es lo que hace que el caso defendido por Paul Biegler sea tan interesante en pantalla. Ambos son jóvenes y guapos, y a los dos les gusta divertirse. Él es un héroe de guerra, ella una mujer muy hermosa y alegre, y todo eso resulta simpático, pero, al mismo tiempo, él es un soberbio y un maltratador y a ella le gusta beber y provocar a los hombres y eso despierta en nosotros cierta desaprobación. Nadie sabe si son inocentes o culpables y nadie sabe si son buenas o malas personas, pero desde luego, no dejan indiferente a nadie. Podría decirse que el complejo perfil psicológico de la pareja es uno de los mayores aciertos del film.

       El guión de Wendell Mayes está basado en la novela homónima de John D. Voelker, juez y escritor —cuyo seudónimo era Robert Traver—, que se inspiró a su vez en uno de sus casos reales. Voelker era, además, aficionado a la pesca, lo mismo que su personaje Paul Biegler que parece su alter ego. Por su parte, Wendell Mayes, que ya había trabajado para Willy Wilder en el guión de El espíritu de San Luis (1957), era hijo de un abogado y recibió por el guión el premio del Círculo de Críticos Cinematográficos de Nueva York en 1959. El guión consta de dos partes bien definidas, en la primera, se presenta a los personajes y se expone el caso; en la segunda, se desarrolla el juicio. Gracias a la primera parte, el espectador asiste al juicio con verdadero interés y con la expectativa de que será un juicio difícil de ganar por parte del abogado Biegler, al que ni siquiera sus clientes se lo ponen fácil.


       «Paul: ¿Por qué no me dijo lo del rosario?
       Manion: Se nos olvidó.
       Laura: No se nos olvidó. Mani dijo que quizás fuera mejor no contarlo.
       Manion: Porque podría dar una mala impresión, como de que yo no la creía.
       Paul: ¿Qué más cosas no me han dicho?
       Manion: Nada más. Se lo hemos dicho todo.
       Paul: ¿Es así, Laura?
       Laura: Sí, sí, se lo hemos dicho todo.
       Paul: De acuerdo, ahora escúchenme, cuando suban a ese estrado, quiero que digan la verdad. Quiero que digan únicamente la verdad. No intenten mentir, no intenten ocultar algo o los despellejarán. Ese Dancer es de mucho cuidado.»

       El lenguaje, demasiado atrevido para la época, incluía palabras que hasta ese momento habían sido tabú en una película, lo mismo que ciertos temas relacionados con el sexo. Palabras como bragas, eyaculación, esperma o penetración escandalizaron a buena parte del público, entre ellos al padre de James Stewart, que consideraba que su hijo no debía haber participado en una película tan sucia.


       «Juez: Exactamente, ¿a qué clase de prenda interior se refiere?
       Paul: A unas bragas, señoría.
       Juez: ¿Cree que esa prenda volverá a salir a colación?
       Paul: Sí, señor.
       Juez: A la gente, no sé por qué le da risa la palabra bragas. ¿No podríamos encontrar otro término?
       Lodwick: A mi mujer, señoría, nunca le he oído otro.
       Juez: ¿Sr. Biegler?
       Paul: Yo soy soltero, señoría.
       Juez: Vaya por Dios. ¿Sr. Dancer?
       Dancer: Cuando estuve en Ultramar, en la guerra, señoría, aprendí una palabra francesa, pero temo que aún es más sugestiva.»

       En la actualidad, este diálogo de tres letrados y un juez tratando de evitar mencionar la palabra bragas en la sala de un tribunal resulta algo chocante, casi infantil, pero en los años cincuenta la sociedad norteamericana era muy puritana e hipócrita. La escena nos da una idea del alboroto que debió ocasionar el estreno de una película tan atrevida. Preminger incluso tuvo que ganar al alcalde de Chicago en un juicio el derecho a exhibir su película en los cines de la ciudad. Pero, pese a todo, el film fue un éxito de crítica y público

       La modernidad de este fantástico drama judicial no sólo radica en el profundo retrato psicológico de sus personajes ni en la liberalidad de su lenguaje y de sus temas ni en la objetividad y realismo con el que se escenifica el juicio, sino también en el uso del humor como herramienta narrativa, para aligerar la tensión del drama y mantener el interés del público durante los largos y serios diálogos del film.


       «Paul: Usted estaba trabajando aquella noche, ¿verdad? La noche en que mataron a Barney.
       Paquette: Lo dijo el periódico, yo estaba presente.
       Paul: Y se puso delante del teniente Manion a la salida.
       Paquette: Exacto. Él me apuntó con la pistola y dijo: “¿Tú también quieres, macho?”
       Paul: Y usted le dijo que no, porque no se llama “Macho”.
       Paquette: La cosa no tuvo ninguna gracia, Sr. Biegler.
       Paul: No, no tuvo ninguna gracia. Perdone, perdone.»

       Por último, la seria fotografía en blanco y negro de Sam Leavitt —en un momento en que el color ya se había impuesto—, los títulos de crédito del film elaborados por el prestigioso diseñador gráfico Saul Bass, unidos a la banda sonora que Duke Ellington compuso para la película, terminan de conformar una cinta novedosa e innovadora, cuya modernidad continúa vigente hoy en día. Salvo por el machismo propio de la época que se deja sentir en algunas escenas de la película; por ejemplo, en la manera en la que el mismo juez prioriza lo que le ha sucedido a los dos hombres implicados en el caso, olvidando lo que le ha sucedido a una mujer.

       «Juez: Esas bragas volverán a mencionarse en el curso de este juicio y, cuando esto pase, no quiero oír una carcajada, una risa, ni siquiera ver una sonrisa en la sala. No hay absolutamente nada de cómico en unas bragas que figuran en la muerte violenta de un hombre y en el posible encarcelamiento de otro.»

       De la brutal violación de la Sra. Manion ni palabra, el juez ni lo menciona, como si unas bragas relacionadas con una violación sí que tuvieran algo de cómico. La cara de Lee Remick, en el momento en que se mencionan sus bragas por primera vez en la sala y la gente rompe a reír, refleja la incomodidad y la humillación a la que es sometida su personaje por parte de todos los presentes. En menor medida también se aprecia un cierto machismo en el detalle de que Paul se gaste dinero en un motor fueraborda, en lugar de pagarle el sueldo a su secretaria. Algo impensable si se tratara de un secretario.


       «Maida: Ayer repasé su libro de cheques, no puedo pagarme el sueldo. ¿Qué hizo con los honorarios del divorcio de los Walters, financiar una mina de uranio o algo así?
       Paul: Comprar alguna cosa necesaria.
       Maida: ¿Como un motor fueraborda? A mí no me considera un cosa necesaria...»

       Saul Bass había empezado a trabajar para Preminger en Carmen Jones (1954) diseñando el cartel de la película y los títulos, y más tarde realizó también los de El hombre del brazo de oro (1955). En Anatomía de un asesinato Paul Bass diseñó para los títulos un hombre de papel que representa un cadáver diseccionado en piezas. Sobre cada una de esas piezas va apareciendo los títulos, que junto a la música de Ellington componen una poderosa imagen que anticipa lo que va a ser la película, un rompecabezas judicial.

       En cuanto a la banda sonora de Duke Ellington, mencionar que el músico no sólo contó con su propia banda para interpretar la música de la película, sino que además disfruto de la colaboración de Billy Strayhorn, que realizó una importante contribución con arreglos y piezas originales que ayudaron a crear la atmósfera musical del film. Duke Ellington aplicó su música a la acción y al ambiente aportando intriga, tensión dramática e incluso humor. Pocas veces se había usado el jazz de una forma tan predominante en una banda sonora. Duke Ellington recibió el premio Grammy de 1959 a la mejor composición instrumental escrita para una película. Como curiosidad, mencionar que Ellington también interpretó a un personaje, Pie Eye, músico amigo de Paul, con el que le vemos tocar a dos manos en una escena del film.

       Otto Preminger era famoso por utilizar el blanco y negro en sus películas como una técnica narrativa más, en el film que nos ocupa utilizó este tipo de fotografía para ilustrar la oscuridad y la complejidad del mundo jurídico, en el que el protagonista, un buen hombre, tiene que defender ante la sociedad a un hombre de comportamiento censurable, que ni siquiera le cae bien. Al mismo tiempo aporta intensidad y misterio a un género tan carente de romanticismo como el judicial. Y puesto que Anatomía de un asesinato no es sólo un drama de juicios, sino también la historia del renacimiento de un abogado, que estaba hundido emocionalmente y que resurge de sus cenizas al ganar como defensor al hombre que le derrotó en las urnas recuperando así su prestigio y volviendo a enamorarse de su profesión, el romanticismo era necesario.


       «Parnell: Pauli, de verdad, desde que Mitch Lodwick te ganó por la mano el puesto de fiscal, está visto que no levantas cabeza. Y no es que no entienda lo que sientes. Cuando a un hombre le echan de un puesto que ha ocupado mucho tiempo, piensa que su gente le ha abandonado, que el dedo del escarnio le está apuntando.
       Paul (Bromeando): Sólo mi corazón solitario conocerá mi angustia.»


       Paul Biegler posee todos los atributos de un héroe romántico, es un tipo solitario 
y sensible, que toca al piano piezas de una gran melancolía y cuya relación más profunda es la amistad que mantiene con un abogado alcohólico que le dobla la edad. Al empezar la película está algo desencantado y atraviesa un penoso momento económico, sin embargo, no parece preocupado sino que lo lleva con resignación. James Stewart siempre aportaba a sus personajes esa honestidad y esa tranquilidad, en la que se adivina un alma paciente y esperanzada. Paul Biegler cae bien a la gente, Preminger se encarga de que el público sepa que todos los que le conocen le tienen simpatía y respeto, y por esta razón se gana también la de los espectadores. El mismo juez parece haber caído también bajo el magnetismo personal de Biegler, mucho más humano que el frío Dancer o el incompetente Lodwick. Aún así, le vemos defendiendo a un hombre que, como poco, no es buena persona y recurriendo a toda clase de triquiñuelas para librarlo de la cárcel. Y aunque no cae en las redes de la Sra. Manion, que no para de coquetear con él desde que se conocen, es evidente que Paul Biegler, pese a que lo niegue, se siente atraído por el encanto y la belleza de Laura, que sabe cómo desarmar a este soltero solitario cuando se le antoja. Stewart refleja, con un nerviosismo casi cómico, el esfuerzo de este hombre por mantener las distancias con Laura, cada vez que ella se le insinúa.


       «Paul: Pero ¿una mujer no sabe, por instinto, cuando atrae realmente a un hombre?
       Laura: Sí, claro, pero eso me pasa a mí siempre con los hombres. Me pasa desde que era pequeña. Usted, por ejemplo, le intereso, pero no tengo razones para alarmarme. Y lo mismo pasó con Barney.
       Paul: Mire, Sra. Manion, créame, yo no tengo la menor…
       Laura: Llámeme Laura.
       Paul: Laura, a mí sólo me interesa ayudar a su marido, nada más.
       Laura: Ya sé que no va a intentar nada. Lo digo por su manera de mirarme.
       Paul: Bueno, es que es muy difícil no mirarla.»

       James Stewart ganó en 1959 dos premios al mejor actor, el del Festival de Venecia y el del Círculo de Críticos de Nueva York, encarnando a este tranquilo abogado costumbrista que tiene que dar un cambio a su vida pasando de exfiscal a abogado defensor y saliendo triunfante en un proceso en el que además tiene la ocasión de tomarse la revancha con el nuevo fiscal Lodwick, que no duda en traerse refuerzos, porque sabe que Biegler es más inteligente y más astuto que él.

       «Paul: Mira, si reduces la acusación a homicidio y puedo sacarle bajo fianza, pediremos el aplazamiento.
       Lodwick: Tú no lo harías si fueras todavía fiscal.
       Paul: No lo sé, tal vez sí. Tal vez sí, ya que la prueba del detector de mentiras, hecha a su mujer, ha confirmado la violación. El jurado estará de su parte…
       Lodwick: ¡¿Cómo sabes lo que el detector…?! (…) He picado, ¿eh?
       Paul: Sí, sí, hijito, sí.»

       Paul Biegler es un hombre tan sereno que incluso cuando pierde los nervios con Dancer durante el juicio, lo hace con cierto sosiego.


       «Juez: Sr. Dancer, tenga la bondad de no interponerse entre la testigo y el Sr. Biegler.
       Dancer: Desde luego, señoría. ¿Alguna otra cosa, Sr. Biegler?
       Paul: Hágalo otra vez y le daré una patada en el trasero que le mandaré al fondo del lago Superior. (Risas del público y del mismo Dancer.)»


       Anatomía de un asesinato fue la tercera película de Lee Remick, la que la 
convirtió en estrella y en la que demostró su valía como actriz al encarnar a esta seductora e inmadura mujer, que se comporta como una niña traviesa a la que le gusta divertirse provocando a los hombres, sin pensar en las consecuencias de sus actos. La inocencia con la que celebra las monerías de su inseparable perrito contrasta con sus maneras de mujer fatal y Lee Remick encarnó con absoluta credibilidad ambos aspectos de esta desconcertante mujer, llena de contradicciones: Triste y risueña, inocente y provocativa, que quiere a su marido pero desea librarse de él. Una mujer que parece necesitar la atención de los hombres en todo momento y, pese a tenerla, se siente sola. La actriz bordó la secuencia en la que Dancer la acorrala en el juicio, y ella se muestra vulnerable y desafiante a un tiempo.


       También el actor George C. Scott se dio a conocer con esta película, en la que 
tuvo su primer papel importante, y por la que fue nominado a mejor actor de reparto. George C. Scott, en su rol del fiscal socarrón y odioso, destacó por su sonrisa cargada de cinismo y la suficiencia con la que su personaje se comportaba ante los testigos y ante Paul. Se podría decir que la chulería de Dancer solo es comparable a la del teniente Manion.

       «Dancer: ¿Sufrió alguna demencia temporal durante la guerra?
       Manion: Recuerdo haber sentido un deseo demencial.
       Dancer: ¿Deseo de qué?
       Manion: Un deseo loco de largarme. (Risas)
       Juez: Le aconsejo que tenga en cuenta la gravedad de su situación, teniente.
       Manion: Perdón, señoría.
       Dancer: Yo comprendo al teniente. Supongo que siente el mismo deseo de salir de la cárcel.»


       El reparto del film está repleto de actores y actrices secundarias que con sus excelentes interpretaciones aportaron una gran verosimilitud al film. Por mencionar algunos, Murray Hamilton, como el camarero Alphonse Paquette, amigo de Barney Quill y enamorado de su hija, quien transmitía la rabia de su personaje al tener que lidiar con el abogado Paul Biegler, al que se nota que no traga. Ese malestar llega a resultar incluso cómico durante el juicio cuando contesta con monosílabos y de mala gana a las preguntas de Paul Biegler.

       También resulta muy convincente, por su realista y natural actuación, Russ 
Brown, como el Sr. Lemon, el encargado del camping que también es sheriff honorífico. Brown invistió a su personaje de una gran dignidad y sencillez profesional logrando que su testimonio durante el juicio fuese uno de los más sólidos y creíbles.

       Por último, la cómica intervención del preso Duke Miller, encarnado por el actor 
Don Ross, que compuso a un caradura carente de escrúpulos, constituye, sin duda, el más humorístico de los testimonios del juicio.

       Anatomía de un asesinato recibió siete nominaciones a los Óscar, entre ellas mejor guión adaptado, mejor película, mejor fotografía y mejor montaje, pero 1959 fue el año en que Ben-Hur de William Wyler arrasó en los Óscar dejando a la película de Preminger sin ninguna estatuilla.


       No obstante, Otto Preminger realizó una prodigiosa puesta en escena, en la que buena parte del metraje transcurre en interiores, sirviéndose de la profundidad de campo para ofrecer una mayor amplitud visual al espectador, de manera que éste pudiera captar con detalle todo lo que sucedía en la sala del tribunal. Asimismo, utilizó abundantes planos secuencias, sobre todo en exteriores, con los que creaba la sensación de estar siguiendo a los personajes en sus propias vidas. Por otra parte, con la escasez de primeros planos, consiguió resaltar la importancia dramática de determinados instantes en los que la cámara sí que se acercaba al rostro de algún personaje.

       Anatomía de un asesinato constituye un melancólico reconocimiento al ingrato ejercicio del derecho en un sistema judicial complejo, susceptible de ser burlado, pero que persigue siempre la verdad y la justicia, aunque no siempre los alcance. En ese sentido, hay cierto romanticismo en la dedicación con la que los dos amigos, Biegler y Parnell se entregan al estudio de las leyes, por mera afición. Es también, la película, una clara exaltación de los valores de la amistad, para la que no existen barreras generacionales. Lo esencial para una sincera amistad es compartir la pasión por algo, en este caso por la abogacía, y disfrutar de la compañía del otro de forma desinteresada. Paul Biegler y Parnell McCarthy se respetan, se aprecian, se cuidan y esa amistad trasciende la pantalla, y está por encima de ganar o perder un juicio. El hecho de que Paul consiga que Parnell deje la bebida para trabajar con él en el caso es sin duda uno de sus mayores logros.


       «Parnell: Yo antes creía que el mundo era más bonito a través de un vaso de whisky… De eso nada. Me gusta mucho más así, ya lo creo.»

       Del mismo modo, convencer a Paul de que acepte representar al teniente Manion es el mayor acierto del viejo Parnell.

       «Parnell: No tienes que enamorarte de él, sólo defenderle. ¿Qué pasa, no necesitas dinero? ¿Sabes una cosa? Creo que en el fondo tienes miedo.
       Paul: ¿Miedo de qué?
       Parnell: De perder el caso.
       Paul: Sólo hay algo más retorcido que un abogado de Philadelphia y es un abogado irlandés.»

       Ambos abogados se salvan el uno al otro y renacen juntos a un nuevo futuro más próspero y prometedor, haciendo lo que más les gusta hacer, ejercer de abogados. «Eso se llama justicia poética para todo el mundo».