lunes, 30 de septiembre de 2019

CHAPLINMANÍA 1

“TIEMPOS MODERNOS” (1936) de Charles Chaplin


       Hace ochenta y tres años, Chaplin ya nos alertaba, en “Tiempos modernos”, de los peligros que la revolución tecnológica albergaba para el ser humano, mediante unas divertidas imágines de Charlot, absorbido por una gigantesca máquina en la que quedaba atrapado como un engranaje más. Chaplin nos mostraba su visión de los tiempos tecnológicos que se acercaban, unos tiempos que nos harían progresar, pero que también nos alienarían, hasta casi convertirnos en autómatas. Sin embargo, su película es mucho más que una advertencia sobre la industrialización, es un reflejo de la terrible situación económica en la que, casi diez años después de la gran crisis, aún se encontraba sumida la sociedad norteamericana. Los terribles efectos del desempleo, miseria, hambre, explotación, alienación y delincuencia, son tratados por Chaplin, en clave de humor, a través de su inmortal vagabundo, en esta película sincera y honesta, realizada por un director que había vivido en primera persona una infancia llena de penurias y conocía a la perfección el estado de extrema necesidad que estaba narrando. Chaplin se posiciona claramente en el punto de vista del obrero, que padece los efectos negativos de un capitalismo feroz, capaz de exprimir al trabajador con tal de acumular riquezas; razón por la cual, a partir del estreno de esta película, comenzó a ser investigado, bajo la sospecha de simpatizar con el comunismo, una de las peores desgracias que te pueden acontecer si vives en los Estados Unidos. Chaplin siempre negó tales acusaciones.

       El famoso vagabundo, llamado en España Charlot, comienza la película como un obrero más de la fábrica de acero, donde los trabajadores son explotados hasta la extenuación mientras son controlados, a través de cámaras de vigilancia, por un director, omnipresente, empeñado en sacar el máximo rendimiento de sus empleados, incluso en sus horas de descanso. El frenético ritmo del trabajo, extremadamente repetitivo, que desempeña en la fábrica, termina por provocar en Charlot una crisis nerviosa, que le conduce a un sanatorio. Tras salir del hospital, la fábrica ha cerrado por la huelga y Charlot, tomado por un líder sindical, es encarcelado. En la cárcel, Charlot impide un motín y vive a cuerpo de rey; pero su buena acción es premiada con la libertad y debe abandonar la prisión. De nuevo en la calle, sin empleo, Charlot trata de meterse en líos con el propósito de volver a la cárcel, pero conoce a una ladronzuela, que ha perdido a su padre a causa de los enfrentamientos de los huelguistas con la policía, y a partir de ese momento se vuelven inseparables. Charlot lucha por hacer realidad el sueño de la chica de tener una casa, pero, por una u otra razón, cada vez que consigue un trabajo, termina dando con sus huesos en la cárcel. Hasta que, después de muchos trabajos fallidos, la chica y Charlot encuentran trabajo en un café cantante, donde ella trabaja como bailarina y él interpreta canciones cómicas, y entonces, cuando parece que todo empezaba a irles bien, los agentes de menores, que buscaban a la chica, aparecen para llevársela. La pareja logra escapar y, a pesar de que la chica se derrumba al verse de nuevo en la calle, Charlot consigue contagiarle su optimismo y, haciendo renacer dentro de ella la esperanza, ambos se ponen en pie y, cogidos de la mano, caminan con una sonrisa hacia un nuevo horizonte.


       En esta historia, el genio de Chaplin logra hacernos reír a carcajadas con la frustrante lucha de esta tierna pareja de vagabundos, empeñados en salir adelante en un país azotado por el desempleo. En su afán por alcanzar la tan ansiada prosperidad, los protagonistas tendrán que hacer frente a la maquinización del trabajo, a la cárcel, al hambre, a la persecución de las autoridades, a las drogas, a la orfandad, a la mendicidad, a la temporalidad del trabajo y a una vida, como decía Shakespeare, llena de ruido y furia, que no significa nada. Y con el optimismo y la alegría heroica de sus dos vagabundos, Chaplin nos da toda una lección de coraje y determinación. Las palabras finales de Charlot a la chica, cuando ésta se derrumba, son de tal coraje, que nos desarman:

       “La chica: ¿Para qué continuar?
       Charlot: ¡Ánimo! No te rindas nunca. ¡Saldremos adelante!”

       Este es el mensaje de Chaplin, en 1936, a todos los desheredados del país en el que vivía, un grito de esperanza y de absoluta determinación, dentro de un final Chaplinesco por excelencia, en el que sus protagonistas, se alejan caminando con confianza hacia un futuro desconocido. Esta clase de desenlace cargado de incertidumbre constituye un rasgo característico de la mayoría de las películas de Chaplin, donde los finales suelen ser positivos, pero nunca felices del todo. Pues la realidad y la coherencia se imponen al tierno romanticismo, que inundan las películas de este soberbio cineasta, dotando a sus historias de una gran credibilidad, a pesar de la exagerada fantasía de su tronchante puesta en escena.


       El caos reinante, en esos “tiempos modernos” de los que nos habla Chaplin, queda reflejado, en el argumento de la película, con la alternancia, en la vida del protagonista, de trabajo y cárcel. Charlot se esfuerza en alcanzar su objetivo, pero choca contra un mundo hostil, que le arrastra al desastre, en todos sus intentos por ganarse la vida. Y lo mismo le sucede a la muchacha, una chica alegre y llena de vida, que se sobrepone una y otra vez a los terribles reveses de su miserable existencia, hasta perder la esperanza. El vagabundo y la chica se encuentran por azar y, a raíz de sus respectivos problemas con las autoridades, surge entre ellos una afinidad natural que les convierte de forma espontánea en una familia. Cuando el furgón de la policía, en el que ambos son transportados a la cárcel, sufre un accidente, la chica escapa y sale corriendo, pero se detiene un instante para tender su mano a Charlot y, desde el momento en que él coge la mano de ella, la unión de ambos queda sellada. Juntos se enfrentarán a esos tiempos modernos ―entiéndase difíciles―, que les ha tocado vivir. “Malos tiempos para la lírica”, decía una canción de Golpes bajos; sin embargo, con Charles Chaplin de por medio, por muy malos que puedan llegar a ser los tiempos, la lírica de su cine siempre se las ingeniará para prevalecer sobre ellos.


       El personaje de Charlot, ese vagabundo avispado y distinguido, siempre irreverente con los representantes del poder, aparece por última vez en “Tiempos modernos”, y se despide de nosotros, rompiendo su silencio por primera vez, con una canción cómica cantada en un idioma ininteligible, formado por la mezcla de varios idiomas. Podría decirse que Chaplin se negó a elegir para su vagabundo, que siempre se había comunicado con el mundo a través del idioma universal del humor, un idioma concreto. De manera que, cuando el sonido se impuso en el cine, Charlot decidió colgar su bastón, su sombrero y sus botas, para siempre, después de haber hecho reír al mundo entero.

       El gag Chapliniano que hizo inmortal a Charlot, ese gag físico capaz de burlarse de cualquier limitación impuesta al ser humano por el orden social establecido, lograba liberar al niño que todos llevamos dentro, haciéndolo reír a carcajadas. Un gag siempre encaminado a hacer valer la libertad individual, a desafiar a la autoridad, a defender al débil y al oprimido, a hacer justicia y a dar una lección a los abusones, un gag que se manifiesta como una reacción física, ingeniosa e inmediata, ante una situación frustrante para el individuo. Y no tiene por qué ser una reacción verosímil ni realista, puede ser espectacular, fabulosa y exagerada, siempre que cumpla con su única obligación, ser cómica. Chaplin era capaz de parodiar, con sus gags, cualquier acción cotidiana y molesta de nuestra existencia, reaccionando ante ella de una manera inesperada e hilarante, que convertía hasta la respuesta más pequeña e insignificante de Charlot en toda una hazaña.


       El gag Chapliniano cumplía con la doble función de sostener toda la comicidad de la película, además de darnos a conocer al personaje, mediante sus reacciones. Y como la imaginación de Chaplin tenía el poder de crear millones de gag en una sola secuencia ―incluso, a veces, mientras Charlot protagonizaba un gag en primer plano, otro personaje protagonizaba otro gag, en un segundo plano―, hasta la unidad dramática más pequeña del guión, de cualquiera de sus películas, resultaba animada, tronchante y llena de vida. Y, precisamente, por estar laboriosamente pensados y trabajados, así como repletos de ingenio, gracia y originalidad, sus films eran de una maestría cómica de tal calibre, que ni un solo segundo del metraje tenía desperdicio.


       En cuanto a las reacciones del personaje de Charlot, que el gag Chapliniano ponía de manifiesto, hemos de decir que solían ser espontáneas, atrevidas, rebeldes y propias de una persona digna, sin inhibiciones, segura de sí misma y, también, según algunos, vengativa. Es cierto que Charlot nunca dejaba una afrenta sin respuesta, pero no había rencor en sus reacciones, sino un elevado sentido de la justicia y de la estimación personal. No es lo mismo vengarse, que darle una lección a quien nos maltrata. La mirada y el gesto de Charlot eran la viva imagen de la flema inglesa, pasara lo que pasara, Charlot nunca perdía su distinción ni daba demasiada importancia a lo ocurrido, se limitaba a encogerse de hombros o a mirar un segundo, directamente a cámara, buscando la complicidad del público, con ese gesto suyo tan habitual que consistía en elevar las cejas y arrugar ligeramente la comisura derecha de sus labios. La calma de Charlot era uno de sus rasgos más definidos, ni siquiera cuando enloquece en la fábrica parece estar sufriendo, más bien resulta extrañamente divertido con su propio desequilibrio mental, casi se diría que disfruta de ese momento, viviéndolo como una explosión de alegría, después de tanta represión.


       Hay que resaltar que el humor físico, casi de acróbata, de Charlot formaba una parte indispensable de sus gags, tal y como queda patente en el film, en la secuencia de la juguetería de los almacenes, cuando Charlot y la chica se divierten patinando y vemos al vagabundo patinar, con los ojos vendados, por una zona elevada desde donde la caída sería brutal. Recordemos que Charlot ya aprovechó, con excelentes resultados, su virtuosismo sobre los patines como fuente de humor en el corto “Charlot, héroe del patín” (1916).


       La agilidad de Chaplin y la armonía y exactitud de sus movimientos demostraban una gran preparación física y una concienzuda coreografía de cada una de las secuencias, antes de su filmación. Y toda esta planificación hacía posible que el encanto de Charlot brillara en cualquier situación, por humillante, peligrosa o dramática que pudiera resultar, contagiándonos su amor por la vida, su indomeñable libertad y su inmunidad al desaliento.


       La muchacha, interpretada de manera enérgica, por Paulette Goddard, supone una de las más acertadas y leales compañeras de todas las que aparecen en las películas de Charlot. Esa ladronzuela indómita, alegre y buscavidas nos cautiva por el coraje con el que se enfrenta a las adversidades de su jovencísima existencia. Nunca Charlot tuvo a su lado una chica tan independiente y tan capaz como él mismo. Y nunca Paulette Goddard estuvo tan llena de gracia y belleza como en el papel de esta huérfana de la calle, poseedora de una salvaje y conmovedora ansia de libertad. La actriz protagoniza, junto a Charlot, una de las secuencias más entrañables del film, cuando la pareja de vagabundos pasa una noche de ensueño, dentro de los almacenes, comiendo hasta hartarse, patinando por la sección de juguetes, probándose ropa cara y durmiendo en camas confortables. Lo mismo que dos niños, en una mañana de Reyes, Charlot y la Chica se divierten deambulando por los almacenes y disfrutando de todas las comodidades y los lujos a su alcance, aunque sea sólo por unas horas. Paulette Goddard supo interpretar a su personaje con un pícaro desenfado y con una expresividad que desbordaban la pantalla en todas sus apariciones. Y aunque también trabajó con Chaplin en “El gran dictador” (1940), donde interpretaba a una decidida y valiente muchacha, sólo volvería a resultarnos tan fascinante en “Memorias de una doncella” (1946), de Jean Renoir.


       “Tiempos modernos” pertenece al cine mudo, a pesar de que se rodó nueve años después de la primera película sonora de Hollywood y, curiosamente, en la película, el vendedor mecánico propone, al director de la fábrica, hacer una demostración de la máquina “alimentadora”, empleando la siguiente frase:

       “Las acciones son más ilustrativas que las palabras”


       Frase que parece resumir la opinión de Chaplin respecto al cine sonoro. Sin embargo, en “Tiempos modernos”, comprendiendo que el sonoro era imparable, el director ya comenzó a experimentar las posibilidades del sonido como elemento cómico. Así, en el film podemos escuchar algunas voces humanas ―siempre a través de aparatos mecánicos, como la radio, un disco o un altavoz―, cuyo sonido es aprovechado para obtener un resultado humorístico. Tal es el caso del director de la fábrica de acero, cuando sorprende a través de las cámaras a Charlot fumándose un cigarrillo en el baño, en su tiempo de descanso, y le sobresalta con su autoritaria voz.


       Chaplin utiliza, también, algunos efectos de sonido para realzar la comicidad de algunas escenas; por ejemplo, los diferentes sonidos de la fábrica, los crujidos de la “alimentadora” cuando se avería o los terribles ruidos de la ciudad, cuando Charlot sale del sanatorio, después de que el médico le aconseje llevar una vida tranquila.

       El director de la fábrica, siempre vigilando a sus obreros a través de cámaras y dándoles órdenes por los altavoces, nos recuerda al “gran hermano” de la novela “1984” de Orwell, publicada con posterioridad a la película de Chaplin, en la que posiblemente se inspirara el escritor. Pero también Chaplin tuvo sus fuentes de inspiración, como lo demuestra la gran similitud del interior de la fábrica de acero, donde trabaja Charlot, con la estética de la película “Metrópolis” (1927) de Fritz Lang. El enorme reloj con el que da comienzo “Tiempos modernos”, las enormes palancas accionadas por los obreros, los engranajes y paneles de las distintas máquinas que Charlot manipula, sin ton ni son, en su ataque de locura, poseen una apariencia que nos recuerda a la película de Lang. Incluso cuando Charlot está preso, la manera en la que los presos marchan en fila hacia el comedor de la cárcel parece inspirada en “Metrópolis”. Y es que si hay algo que demuestra la grandeza de una obra de arte, es su capacidad para inspirar a otros artistas. Chaplin, que posiblemente sea uno de los cineastas más grandes que ha dado el cine, inspiraba y a su vez sabía inspirarse en los demás.


       La inolvidable imagen de la máquina devorando al obrero, en esta obra maestra de Chaplin, es, sin duda, una de las imágenes más sugerentes de toda su filmografía. Inolvidable metáfora de cómo el capitalismo, en su empeño por sacar el mayor beneficio posible de la producción, explota al obrero en las fábricas hasta la extenuación, con sus infernales máquinas, que enloquecen y devoran a los seres humanos a cambio de un salario ínfimo, que ni siquiera les garantiza la posibilidad de sacar adelante a sus familias. Asimismo, las terribles consecuencias de las crisis, que acompañan a todo sistema capitalista, tales como el empobrecimiento de la clase obrera, los duros enfrentamientos entre los huelguistas y la policía y las interminables jornadas laborales son presentadas, en la película de Chaplin, como los principales causantes del aumento de la delincuencia, entre los miembros de la clase trabajadora, que se ven abocados al robo como única salida para satisfacer sus necesidades más básicas.

       “No somos ladrones. Tenemos hambre” ―se justifica el compañero de la fábrica de acero, cuando Charlot lo sorprende robando en los almacenes.


       Con semejantes críticas al capitalismo, no es de extrañar que Chaplin fuese investigado como sospechoso de comunismo en los estados unidos, probablemente, no porque fuera considerado una amenaza real para el país, sino en un intento por silenciar sus opiniones negativas sobre el sistema económico - social norteamericano.

       En realidad, Chaplin se limitaba a hacer lo que todo artista comprometido con la sociedad de su tiempo hace, observar el mundo y contar lo que ve. El problema era que Chaplin era un narrador excepcional y cuando contaba lo que veía, lo contaba tan bien, que sus sátiras no sólo cumplían una función meramente lúdica, sino que resultaban tremendamente moralizadoras para el público. Y ya se sabe que siempre hay, en política, personas a las que no les interesa que la gente piense y, por lo tanto, se dedican a perseguir a todos aquéllos que nos hacen pensar.


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