sábado, 31 de agosto de 2019

CUKORMANÍA 3

“LA COSTILLA DE ADÁN” (1949) de George Cukor




       En 1949, recién terminada la segunda guerra mundial, George Cukor dirige esta película, supuestamente feminista, que defiende la igualdad de hombres y mujeres ante la ley, al mismo tiempo que nos presenta a la mujer feminista como a una especie de fanática capaz de cualquier cosa por defender su causa, frente a un hombre razonable, que trata de comprender la lucha de la mujer por la igualdad, aunque no esté dispuesto a admitir que el fin, de dicha causa, justifique los medios.


       El matrimonio Bonner, formado por la abogada Amanda (Katherine Hepburn) y el ayudante del fiscal Adán (Spencer Tracy), constituyen una pareja muy bien avenida, hasta que el intento de la señora Attinger (Judy Holliday) de asesinar a su infiel marido (Tom Ewell) los enfrenta en los tribunales. Adán, cuya opinión es que el crimen siempre debe ser castigado, es elegido por su jefe para representar a la acusación, y Amanda, convencida de que los tribunales castigan siempre más duramente a las mujeres que a los hombres, se hace con la defensa, con la intención de abogar ante el tribunal por la igualdad de las mujeres ante la ley. Adán pide a su mujer que abandone el caso, porque no quiere que convierta el tribunal de justicia en un teatro para la causa feminista y, ante la negativa de Amanda, la advierte de que la hará pedazos ante el jurado. Como era de esperar, el enfrentamiento en los tribunales termina por pasar factura a la relación de pareja de ambos letrados, que, sin poder evitarlo, trasladan al plano doméstico la rivalidad que mantienen en la sala. Para colmo, el pianista y compositor, Kip Lurie (David Wayne), vecino de los Bonner y cliente de Amanda, se empeña en coquetear con ella delante de su marido, al que no para de ridiculizar, creando en Adán una tensión adicional a la del juicio, que provoca en el hogar de los Bonner un ambiente cada vez más enrarecido. A medida que aumenta el estrés, el trabajo de Adán en la sala se ve afectado por pequeños despistes que le dejan en una posición muy desairada, ante el jurado y ante el juez, cosa que le pone de muy mal humor. Ese mal humor empieza a manifestarse en un cierto resentimiento hacia Amanda, que se vuelve más y más agresivo a medida que avanza el juicio, hasta manifestarse bajo la forma de una violenta falta de respeto, que ella le devuelve con la misma agresividad. Y, mientras el matrimonio se tira los trastos a la cabeza, Amanda sigue brillando con su defensa de la igualdad de hombres y mujeres, y está tan entusiasmada que termina por pasarse de la raya, ridiculizando al representante masculino de la acusación, es decir, a su marido. Entonces, Adán, dolido por la humillación recibida, decide marcharse de casa, a pesar de las disculpas y las súplicas de su mujer. Durante la última sesión del juicio, Adán está tan nervioso que, en su alegato final, pierde los papeles llegando a ponerse en evidencia, al tratar con toda crueldad a la señora Attinger, lo que provoca la compasión del público de la sala y del jurado, que empiezan a ver a la acusada como a una pobre víctima de la brutalidad masculina, tanto por parte de su marido, como del fiscal. El fracaso de Adán y el brillante alegato de Amanda dan como resultado un veredicto de inocencia para la señora Attinger. Amanda ha vencido, Adán ha fracasado y por el camino, ambos han perdido su matrimonio. Sin embargo, Adán aún no ha dicho la última palabra. Esa noche, se presenta en casa de Amanda y al sorprenderla con Kip, celebrando su éxito de una manera demasiado cariñosa, finge que va a disparar contra ellos. Horrorizada, Amanda le grita que no tiene derecho, que nadie tiene derecho a matar a otra persona, entonces, Adán, al oír en boca de su mujer lo mismo que él defendía en el juicio, se da por satisfecho y termina con la farsa. Amanda enfurece al comprender que su marido ha querido darle una lección y le echa de casa. Pero Adán no tarda en ingeniárselas para recuperar a su esposa.


       El guión, escrito por el matrimonio de guionistas formado por Ruth Gordon y Garson Kanin, consigue poner en pantalla una de las relaciones matrimoniales más creíbles de toda la historia del cine, gracias a unos diálogos cargados de complicidad y a la gran naturalidad de los actores, a la hora de representar la convivencia de la pareja en la intimidad. Resulta evidente que la pareja de guionistas debió inspirarse en su propio matrimonio para proporcionar mayor realismo, en el film, a la relación de sus protagonistas. Basta observar la enérgica interpretación de Katherine Hepburn, en la película, para reconocer, en sus maneras y en sus gestos, la inigualable personalidad de Ruth Gordon, quien, en sus trabajos como actriz, siempre supo captar, con su fascinante carácter, la atención del público en cada uno de los fotogramas en los que aparecía, logrando que sus personajes nunca pasaran desapercibidos y siempre dejaran huella. ¿Quién puede olvidar a la inquietante Minnie Castevet, la vecina satánica de Rosemary, en “La semilla del diablo” (1968) de Roman Polanski? La colaboración en el mundo del guión entre Ruth Gordon y Garson Kanin se dejó sentir, también, en otras películas de Cukor, como “Doble vida” (1947) o “La impetuosa” (1952), y siempre con la misma eficiencia, tanto en la comedia como en el drama.

       Es muy posible que los guionistas tuvieran entre ellos, durante la escritura de este guión basado en la guerra de sexos, batallas dialécticas sobre el feminismo, semejantes a las que sostienen los Bonner en el film. Y viendo el resultado final del guión, ―en el que, aunque Amanda ganara el juicio, se demostraba que Adán tenía razón― es muy posible que la última palabra sobre dicho tema la dijera Garson Kanin, lo cual es muy comprensible en el año 49, cuando superada la segunda guerra mundial, se instaba a las mujeres a que regresaran al hogar, abandonando los puestos de trabajo, que habían desempeñado durante la guerra, para devolvérselos a los hombres que volvían del frente. Y cuando el machismo era algo tan cotidiano que se percibía con naturalidad mientras que el feminismo, pese a llevar en activo desde el siglo XVIII, continuaba siendo considerado poco menos que una actitud molesta y poco femenina, que adoptaban algunas mujeres insatisfechas, que lo único que perseguían era competir con el varón. Aún así, se nota en el guión, que aunque Ruth Gordon perdiera la guerra, supo ganar alguna que otra batalla. Prueba de ello es, por ejemplo, el diálogo que mantiene Amanda con su secretaria sobre el caso Attinger, que constituye uno de los mayores aciertos del film, en relación al feminismo:

       “Amanda: Grace, ¿qué opinión tiene del hombre que le es infiel a su mujer?
       Grace: Es desagradable, pero...
       Amanda: Está bien. ¿Y qué le parece, en cambio, la mujer que le es infiel a su marido?
       Grace: Eso es horrible.
       Amanda: ¡Ajá!
       Grace: Ajá, ¿qué?
       Amanda: ¿Por qué esa diferencia? ¿Por qué esa diferencia? ¿Por qué sólo es desagradable si lo hace él y, en cambio, es horrible si lo hace ella?
       Grace: Yo no hago las leyes.
       Amanda: Claro que sí. Las hacemos todos.”

       Este diálogo pone de manifiesto dos de los problemas más importantes a los que se enfrentan las mujeres. Por una parte, el hecho de que la sociedad siempre juzgue, ante una misma falta, de manera más dura a una mujer que a un hombre; y por otra, la realidad de que el machismo no sólo está instaurado en la forma de pensar de muchos hombres, sino también en la de muchas mujeres ―como es el caso de esta tal Grace―. Y es, en última instancia, esta forma de pensar la que determina las leyes que se aprueban o se derogan, como, con toda lucidez, afirma Amanda.

       Otro de los aciertos del film, en relación al feminismo, es hacer desfilar ante el jurado y, por extensión, ante el espectador a varias mujeres exitosas en el terreno laboral, por sus logros intelectuales, su capacidad para el mando o, incluso, por su fuerza física. Puesto que el mero hecho de que se hable de ello, en una pantalla de cine, es ya, en sí, un paso a favor de la igualdad.

       Asimismo, el matrimonio Bonner, en el que la mujer desempeña el mismo trabajo que su marido, y con igual brillantez, y en el que ambos conyugues comparten las labores del hogar, es un excelente modelo de referencia para la igualdad.

       Pero, sin duda, es la respuesta de Amanda a la cachetada que le propina Adán cuando está furioso con ella, el discurso más feminista del film y uno de los más acertados que se han expuesto nunca en relación a la violencia machista:


       “Amanda: Lo has hecho en serio, ¿verdad? Con mala intención, ¿eh?
       Adán: No, mujer, no. Yo...
       Amanda: Sí, lo has hecho, lo he notado. Sé distinguir una palmada de un cachete.
       Adán: Está bien, está bien...
       Amanda: Estará bien para ti, pero yo no quiero tener que estar expuesta, en todo momento, a la típica e instintiva brutalidad masculina que...
       Adán: ¡Oh, ya apareció aquello...!
       Amanda: Y lo he sentido, no sólo por la intención, sino porque tú te creías con derecho a hacerlo y no lo tienes.”

       Amanda pone de manifiesto la esencia del problema que se esconde bajo la violencia machista, que el hombre que maltrata a su mujer se cree con derecho a hacerlo y no es así.

       Por desgracia, hay algunos aspectos de la película que adoptan una actitud diametralmente opuesta al feminismo. Por ejemplo:

       Se muestra a la protagonista conduciendo como una loca y se hace un chiste sobre ello, dando a entender que, no solo es Amanda, sino que todas las mujeres conducen mal ―dando por supuesto que los hombres son todos unos magníficos conductores―:


       “Taxista: ¡Ah, las mujeres que conducen van a acabar conmigo!”

       O cuando la misma señora Attinger expresa su opinión sobre que las mujeres no deben fumar, porque eso no es femenino, como si fumar fuera un rasgo de masculinidad, en lugar de una adicción.

       Por otra parte, la defensa de Amanda, ante el tribunal, pese a ser efectiva, es, al mismo tiempo, bastante absurda y poco seria, resultando poco verosímil el veredicto final del jurado, así como todo el proceso del juicio en general. Y presentando a Amanda como una abogada dotada de una imbatible oratoria, pero poco profesional y algo sensacionalista, frente al proceder de Adán en el tribunal, siempre más experimentado y sensato que su mujer. Como si todo lo que hacen las mujeres estuviera siempre impregnado de cierta frivolidad y ligereza.

       Otro punto antifeminista, que ya hemos mencionado, es que, al final de la película, se demuestra que Amanda estaba equivocada y su marido tenía razón, lo que nos transmite la idea de que, aunque las mujeres se salgan con la suya, saben que, en el fondo, sus opiniones son erróneas.

       También llama la atención que Adán se atreva a llamar “causa estúpida” al feminismo, a mediados del siglo XX, cuando incluso hoy en día, en pleno siglo XXI, las mujeres continúan siendo explotadas, humilladas y asesinadas por los hombres en todos los rincones del mundo, y que culpe a Amanda de que, su defensa por la igualdad de las mujeres, haya echado a perder el matrimonio de ambos, resulta una visión muy egoísta y superficial de la realidad:

       “Adán: Te has empeñado en defender una causa estúpida y la llevarás adelante sin reparar en nada. No te importa lo que ésta suponga para nosotros, para mí, para ti ni para nadie. Ni te importa lo que piense la gente de nosotros, ¿verdad? Pues te diré lo que piensan, que somos un par de imbéciles sin civilizar, ¿entiendes? ¡Sin civilizar! Lo que hayas podido conseguir a favor de los derechos de las mujeres, o como se llame eso, lo ignoro por completo; pero lo que has logrado, totalmente, es destrozar nuestro matrimonio. Nos has dividido en dos mitades.”

       Al menos, es un alivio poder escuchar la lúcida réplica de Amanda para equilibrar la balanza:

       “Amanda: No podías soportar que una mujer te aventajara, ¿eh?”

       Adán también osa culpar a la señora Attinger del fracaso de su matrimonio, aún teniendo ésta un marido egoísta, cruel y despreciable. Debe estar convencido de que es algo de lo que siempre tienen la culpa las mujeres:

       “Adán: Está bien, señora Attinger, puede usted seguir llorando todo cuanto quiera, pero, tal vez, en medio de esos sollozos, pueda usted encontrar un momento para decirnos por quién está llorando. Si es por Beryl Caighn, en este caso testigo inocente de su sórdido fracaso doméstico, o si es por su marido, a quién había hastiado con su mal genio. ¿O es por sus niños, castigados a tener una madre voluble e irresponsable? ¿O llora por usted misma señora?”


       Por si todo esto fuera poco, Adán considera que su mujer ha pasado de ser una esposa a ser un competidor ―y no dice competidora, sino competidor, dando a entender que al rivalizar con él, ella se masculiniza de algún modo―, sin darse cuenta de que él mismo también ha pasado de ser un marido, a ser un competidor para ella ―¿o quizás, siguiendo su ejemplo, deberíamos decir una competidora?―.

       Y, por último, cuando Adán consigue recuperar a su mujer lloriqueando, estima que se ha servido de una artimaña femenina, como si los hombres no llorasen o, lo que es peor, como si no usaran artimañas para manipular a sus esposas:

       “Amanda: Aquéllas lágrimas eran auténticas.
       Adán: Claro que sí, pero puedo provocarlas cuando quiera, también sabemos hacerlo, aunque nunca se nos ocurre.”

       En definitiva, la película como vemos de feminista nada, más bien todo lo contrario o si acaso un feminismo superficial y contraproducente para la causa de la mujer. La película se posiciona claramente en el punto de vista del hombre, para el cual el feminismo es algo molesto, estúpido y una amenaza para la paz conyugal y para el monopolio laboral de los hombres. Algo innecesario, que las mujeres se empeñan en llevar a cabo para fastidiar a los hombres y que termina por arruinar la armonía familiar y social. La escena final es de lo más reveladora a este respecto, cuando Adán se vanagloria ante su esposa de que va a ser nombrado juez comarcal.

       “Adán: Quieren que me presente candidato a juez comarcal por los republicanos. Es cosa segura, ¿comprendes?
       Amanda: ¡Pocholín!...
       Adán: Sí, sí, ese soy yo, el juez comarcal Pocholín.
       Amanda: Estoy muy orgullosa de ti.
       Adán: Eso me suena a gloria. Gracias.”

       Es decir, Amanda ha ganado el juicio, pero, al final, Adán la supera, porque va a ser nombrado juez, que es más que abogada. Así, aunque los dos ganen, él sigue estando por encima de ella, cuya obligación es admirar a su marido y sentirse orgullosa de él. Y cuando Amanda, en broma, insinúa que ella podría presentarse para el mismo puesto por el partido de la oposición, él deja claro que no lo consentirá.

       “Amanda: Adán, ¿sabes si al candidato demócrata lo han designado ya? Estaba pensando...
       Adán: Pensabas, ¿eh? Pues no puedes serlo.
       Amanda: ¿Quién te lo ha dicho?
       Adán: Porque lloraré y tú desistirás.”


       En cuanto a la respuesta a la que hace referencia la frase de venta de la película, que aparece en el cartel publicitario de la misma, “Es la respuesta hilarante a ¿quién lleva los pantalones?”, parece que el film prefiere no decantarse, del todo, ni por el hombre ni por la mujer, dejando que la lucha termine en tablas ―lo cual es un acierto―; eso sí, la película deja claro que la mujer ya no está dispuesta a que sea el hombre quien siga llevando los pantalones.

       “Amanda: Equilibrio, igualdad, responsabilidad mutua. Hoy día no hay lugar, en el matrimonio, para lo que se conocía como “la mujercita”. Ella debe estar a la altura del marido.
       Kip: ¿Y si él es un “hombrecito”?
       Amanda: Compartir, esto es lo que forma un matrimonio y lo que evita que el matrimonio acabe asqueado de deberes y responsabilidades.”

       En esta guerra de sexos, Spencer Tracy y la brillante Katherine Hepburn jugaban con la ventaja de ser pareja en la vida real, lo que dotaba a la relación de los Bonner de un gran realismo, además, en pantalla, existía, entre ellos, una química envidiable que aportaba un cierto tono de humor a sus intercambios de miradas, gestos y demás manifestaciones de comunicación no verbal, tan adecuadas para la comedia. Trabajaron juntos en más de una decena de películas, destacando en aquéllas en las que interpretaban a una pareja. Y si bien, ella siempre le aventajó a él como intérprete, él contaba con una presencia en pantalla que transmitía autenticidad por los cuatro costados. Por alguna razón, fuera lo que fuera lo que Tracy interpretara, aunque no lo hiciera de una manera brillante, siempre resultaba creíble. En definitiva, formaban uno de los tándems más prestigiosos y eficaces de la historia del cine; por lo cual, siempre es agradable verlos juntos en acción.


       “La costilla de Adán” forma parte de una larga lista de comedias que se desarrollan en un juzgado, tales como “El secreto de vivir” (1936) de Frank Capra, “Morena clara” (1936) de Florián Rey, “Crueldad intolerable” (2003) de los hermanos Coen y un largo etcétera. La sala de un tribunal ha demostrado ser, a lo largo de la historia del cine, un lugar abonado para la risa, para el gag, para la parodia y, sobre todo, para una batalla de ingenio dialéctico, donde ser un maestro en el arte de la retórica es fundamental para lograr un veredicto satisfactorio. Uno de los recursos cómicos más frecuentes en este tipo de películas es contar con personajes que resulten divertidos, por sus respuestas o comportamientos excéntricos, al ser interrogados en el banquillo. También suele recurrirse a un juez estrafalario, malhumorado o irónico, que vaya proporcionando momentos hilarantes a lo largo de todo el juicio. Y es obligatorio que haya un momento en el proceso en el que se arme un gran alboroto en la sala del tribunal, lugar serio y formal por excelencia, en el que ver a un personaje comportarse de forma inadecuada resulta siempre tronchante para el público.

       La película que nos ocupa cuenta con un juez bastante razonable, de manera que la parte humorística recae sobre la acusada y su marido, el señor y la señora Attinger, que en sus declaraciones demuestran tener una forma muy particular de considerar los hechos ocurridos y una visión muy personal del matrimonio y de la vida.

       “Adán: ¿De qué otro modo le maltrató a usted?
       Sr. Attinger: En la cama, me pegaba mientras dormía.
       Adán: ¿Cómo?
       Sr. Attinger: ¿Cómo va a ser? ¡Con el puño!
       Adán: Bueno, ¿está usted seguro de que todo eso no es obra de su imaginación?
     Sr. Attinger: No creo que se pueda partir un labio con la imaginación. Ella esperaba a que estuviera dormido y... ¡Pam, pam! Entonces discutíamos. Luego volvía a dormirme y... ¡Pam, pam!
       Adán: Y eso le causaba un gran dolor...
       Sr. Attinger: Y no poder dormir.”


       Judy Holliday consigue, en su primer papel en el cine, una cómica interpretación de esta neurótica mujer, que pierde el norte al ver su hogar en peligro, destacando por su gracioso nerviosismo y por la absoluta credibilidad a la hora de encarnar la simplicidad de su personaje:

       “Sra. Attinger: Después compré unas tabletas de chocolate con avellanas y me puse a esperar delante de su oficina, durante toda la tarde. Y allí estuve, comiendo chocolate y esperando, hasta que salió. Le seguí los pasos y le disparé.
       Amanda: Y después de dispararle, ¿qué fue lo que sintió usted?
       Sra. Attinger: Hambre.”

       La actriz protagoniza, con total acierto, la divertida obertura de la película, que nos introduce, sin diálogos, en el tono humorístico del film, informándonos, además, de los hechos del caso Attinger. Holliday logra, desde el principio, con sus gimoteos, sus gestos y su expresión corporal transmitirnos el gran desequilibrio emocional que sufre su personaje, que aunque dispara contra su marido y su amante, lo hace con los ojos cerrados, porque no es una asesina sino una mujer débil, desesperada e ignorante.


       Tom Ewell, por su parte, representa a la perfección, con sus maneras de hombre hastiado, al típico marido odioso, egoísta y déspota, que se cree con derecho a tratar mal a su mujer, sólo por haber dejado de quererla. Y es tan desagradable e incivilizado, que resulta gracioso. Su personaje personifica todo lo negativo del matrimonio, poniendo de relieve la hipocresía de la sociedad con respecto al vínculo familiar cuando, tras el veredicto, se esfuerza por mostrarse cariñoso con su mujer y sus hijos ante la prensa, mientras su amante ―una vulgar y oportunista sinvergüenza, magníficamente interpretada por Jane Hagen― se pega a él, con total desfachatez, para salir en las fotos. Los guionistas eligieron a este antipático señor Attinger para poner en su boca el comentario más mordaz, de toda la película, acerca de la institución del matrimonio:

       “Sr. Attinger: Sencillamente que está loca, no existe otra explicación, loca perdida. Siempre lo estuvo. Esta es la verdad.
       Adán: ¿Incluso cuando se casó con ella?
       Sr. Attinger: Desde luego, como una cabra.
       Adán: ¿Y por qué se casó?
       Sr. Attinger: ¿Cómo lo voy a saber? Nadie lo sabe. ¿Por qué lo hizo usted? ¿Hay quién lo sepa?”


       Los Attinger, junto con la amante del señor Attinger, protagonizan uno de los momentos más hilarantes del film, con el que Amanda consigue convencer al jurado de que absuelvan a su clienta. Se trata de la petición que hace Amanda al jurado de que hagan el esfuerzo de imaginar que la Sra. Attinger es un hombre, un marido que sólo trataba de proteger su hogar, y que Beryl Caighn (Jean Hagen), la amante, también es un hombre, un intruso destructor de hogares, y, por último que imaginen que el Sr. Attinger es una mujer, la esposa culpable. A medida que Amanda habla vemos transformarse, ante nosotros, a Judy Holliday y a Jean Hagen en hombres y a Tom Ewell en mujer, lo cual, claro está, resulta muy divertido. De esa manera, Amanda logra que el jurado juzgue a la señora Attinger de la misma forma que juzgaría a un hombre que luchara por la defensa de su hogar. Este mismo recurso es utilizado, en el guión de la película “Tiempo de matar” (1996) de Joel Shumacher, escrito por Akiva Goldsman, cuando el abogado protagonista pide al jurado que imagine que la víctima es una niña blanca, en lugar de una niña de color, y que los agresores son hombres de color, en lugar de hombres blancos, y así consigue que juzguen a los acusados, hombres blancos, como lo harían si fueran hombres de color.

       El matrimonio formado por los letrados Bonner comparte con los Attinger la responsabilidad cómica de las sesiones del juicio, protagonizando momentos de gran hilaridad cada vez que dejan aflorar en la sala sus cuestiones domésticas. Siendo especialmente divertido Adán, cuando pierde la concentración, por la presencia en la sala de su esposa, y termina diciendo, con gran seriedad, alguna estupidez, o cuando pierde los estribos, porque su mujer le interrumpe para protestar por algo. Siendo, también él, el protagonista involuntario del momento más loco de todo el juicio, al ser levantado, en contra de su voluntad, por la mujer “forzuda”, provocando la ira del juez:

       “Juez: ¡Baje usted de ahí!
       Adán: Señoría, yo no...
       Juez: ¡Baje usted, caramba!”


       El personaje secundario del desvergonzado pianista, interpretado por el simpático David Wayne, aporta la nota de humor, fuera del juicio, al colarse con frecuencia en el hogar de los Bonner para irritar a Adán con sus bromas de mal gusto o con su repelente canción “Farewell Amanda” ―creación de Cole Porter―, compuesta para la señora Bonner.

       “Kip: Señora Bonner la amo. Amo a muchas chicas, señoras y mujeres y demás especies, pero sólo a usted sé por qué la quiero. ¿Y sabe por qué?
       Amanda: ¿Qué?
    Kip: Porque vive enfrente de mi piso. Usted es muy atractiva, en todos los aspectos, pero probablemente amaría a cualquier otra que viviera en mi mismo rellano. ¡Es tan práctico! ¿Hay nada peor que acompañar a una mujer a su casa y luego tener que volver a la nuestra solos?”

       Los objetos juegan un papel cómico muy importante en la película, a la hora de crear gags divertidos. Como el sombrerito de flores que Adán regala a su mujer y que, después, aparece en la cabeza de la señora Attinger durante el juicio, provocando la ira de Adán. O el inolvidable gag de la pistola de regaliz, con la que Adán, al metérsela en la boca, hace creer a Amanda y a Kip que se va a suicidar.


       Y, tal y como ocurre en otras comedias sobre juicios, en la estructura del guión de “La costilla de Adán” se alternan las sesiones del juicio, seguidas por el correspondiente titular sensacionalista en los periódicos, para terminar con las secuencias de la pareja protagonista sufriendo, en la intimidad, las consecuencias de lo sucedido durante las sesiones. Secuencias que, en el caso de los Bonner, siempre van precedidas por el título: “That evening” (“Esa tarde”), que anticipa un enfrentamiento de la pareja cada vez más acentuado, a medida que avanza el juicio. La relación empeora y lo hace al caer la tarde, cuando el sol se oculta, metáfora para indicar que el sol se pone en el paraíso que era el matrimonio de los protagonistas, antes del juicio. Pero es por una buena causa, la causa de la igualdad de hombres y mujeres ante la ley. Y es que la película, además de una divertidísima y bien engrasada comedia, parece una advertencia de que la lucha de las mujeres por la igualdad termina por afectar a sus relaciones de pareja. Aunque no quede demasiado claro si es una advertencia para las mujeres, para los hombres o para la sociedad en general.

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