martes, 9 de julio de 2024


HITCHCOCKMANÍA 1

REBECA (1940) de Alfred Hitchcock
      
       
En 1940, Hitchcock estrena Rebeca, su primera película americana y su primera obra maestra. Una historia romántica, cargada de intriga y suspense, que alecciona a las jovencitas, carentes de autoestima, acerca de los peligros de enamorarse del viudo de una mujer inolvidable.
      
       Una joven (Joan Fontaine), que trabaja de acompañante para la Sra. Van Hopper (Florence Bates) en Monte Carlo, impide que Maxim de Winter (Laurence Olivier) (dueño de Manderley, cuya esposa, Rebeca, se ahogó) se suicide arrojándose por un precipicio. Maxim y la joven se enamoran y deciden casarse, pese a pertenecer a diferentes clases sociales. Tras el viaje de novios, la pareja llega a Manderley y la joven queda sobrecogida por la mansión y por la Sra. Danvers (Judith Anderson), la inquietante ama de llaves, que adoraba a Rebeca y se comporta como si la difunta continuara siendo la verdadera señora de la casa. Mientras la tímida joven trata de acostumbrarse a su nuevo estatus social, es sometida a continuas comparaciones con su antecesora, la perfecta Rebeca, lo que aumenta sus inseguridades. Sin embargo, ella está tan enamorada, que trata de adaptarse a su nueva situación a fin de agradar a su marido. Pero la Sra. Danvers boicotea cada uno de sus intentos, llegando incluso a convencerla de que Maxim sigue amando a Rebeca, para que abandone Manderley o se suicide. Pero cuando el balandro de Rebeca es encontrado en el fondo del mar, Maxim, desolado, confía a su esposa el temor de que encuentren dentro el cadáver de Rebeca, que él mismo puso allí; aunque no la mató. La noche en que murió, le dijo que iba a tener un hijo de su primo y amante, Jack Favell (George Sanders), discutieron y de repente ella se desmayó golpeándose la cabeza. Convencido de que todos lo culparían, Maxim llevó su cuerpo al barco y lo hundió. En un principio el coronel Julyan (Aubrey Smith), jefe de policía, supone que Rebeca naufragó de forma accidental, pero, durante la investigación, se descubre que el barco fue hundido a propósito, por lo que se empieza a barajar la hipótesis del suicidio. Entonces Favell chantajea a Maxim con una nota de Rebeca que demuestra que ella no pensaba matarse. Pero cuando Maxim informa al coronel Julyan del intento de extorsión, Favell cambia de estrategia y acusa a Maxim de haber matado a Rebeca, porque esperaba un hijo suyo. El coronel exige pruebas y la Sra. Danvers desvela el nombre del ginecólogo que Rebeca visitaba en secreto en Londres. Sin embargo, al ser interrogado, el doctor Baker (Leo G. Carroll) declara que Rebeca se estaba muriendo de cáncer, confirmando la hipótesis del suicidio. Pero, la Sra. Danvers no está dispuesta a permitir que la joven pareja viva feliz en Manderley.


       Basado en el homónimo best seller de Daphne du Maurier, el guión fue escrito por Robert E. Sherwood (autor teatral especializado en adaptar novelas inglesas al cine) y Joan Harrison, a partir de la adaptación realizada previamente por Philip MacDonald y Michael Hogan; en la que la esposa de Hitchcock, Alma Reville, también colaboró, aunque su nombre nunca llegara a aparecer en los créditos. David O. Selznick rechazó esta primera versión por apartarse demasiado de la novela, él quería hacer la Rebeca que todos los lectores esperaban ver en una pantalla y la quería al estilo Hollywood. Además, el código Hays prohibía mostrar a un asesino evadiendo la justicia, por lo que se tuvo que cambiar el asesinato de Rebeca por un accidente. Hitchcock siempre afirmó que Rebeca no era una película de Hitchcock, lamentándose de que careciera de humor, pero lo cierto es que, aunque realizada bajo la influencia de la industria Hollywoodiense, la película visualmente es muy inglesa y muy Hitchcockiana; la ambientación, la caracterización de los personajes, la interpretación de los actores, el uso del sonido, de la luz y de la cámara llevan su marca. Y aunque Hitchcock siempre chocó con la política intervencionista de los grandes productores americanos, a los que acusaba de limitar su talento para asegurarse el éxito en taquilla, hay que reconocer que el director encadenó, en su etapa americana, una obra maestra tras otra. Hasta el punto de poder afirmar que Hitchcock se hizo grande como director al llegar a Hollywood, que se rindió a su ingenio, tras las nueve nominaciones y los dos Óscares conseguidos con Rebeca; uno de ellos a la Mejor película.


       Si bien el mismo Hitchcock consideraba Rebeca como un cuento gótico de misterio inspirado en Cenicienta y el mismo Maxim compara a su esposa con Alicia en el país de las maravillas, lo cierto es que la historia tiene muchos más puntos en común con La reina de las nieves, el cuento de Andersen en el que una niña se adentra en el palacio de hielo para salvar al niño al que ama de las garras de la reina, en las que cayó al congelársele el corazón, tras introducírsele en el ojo un pedacito del espejo del diablo.

       «Maxim: ¿Recuerdas el precipicio? Te asustaste, ¿no? Creíste que estaba loco. Quizás lo estaba o quizás lo estoy. ¿Verdad que no se puede estar cuerdo viviendo con el diablo?»

       A Maxim se le congeló el corazón cuando se casó con Rebeca, que era el mismo diablo, y que convirtió su amado Manderley en una prisión de hielo de la que él solo pudo escapar tras la muerte de ella. Pero el alma de Maxim quedó prisionera en Manderley, torturada por haberse dejado corromper por Rebeca. La joven protagonista logra con su inocencia descongelar el corazón de Maxim y, al adentrarse en Manderley, libera su alma del poder de Rebeca, infundiéndole valor para asumir las equivocaciones que cometió por mantener a salvo el honor de la familia. La Sra. Danvers es la bruja que trata de expulsar a la joven esposa de Manderley, para que Maxim continúe cautivo en el palacio de hielo, por toda la eternidad.

       En el guión se pueden apreciar tres partes muy marcadas, la primera, la parte romántica, narra la historia de amor entre sus protagonistas, anticipando al espectador que algo turbio se esconde en el pasado de Max de Winter.


       «Ella: Quisiera que se inventara algo para embotellar los recuerdos igual que los perfumes y que nunca se desvaneciesen. Y que cuando yo quisiera, pudiera, destapando la botella, volver a revivirlos.
       Maxim: ¿Y qué momento especial de su joven vida querría guardar?
       Ella: Ah, todos estos últimos días. Creo que llenaría toda una estantería de frascos.
       Maxim: Algunas veces esos frascos contienen demonios que aparecen cuando más desesperadamente se intenta olvidarlos.»

       La segunda parte, la parte gótica, recrea el modo en el que, al llegar a Manderley, la sombra de Rebeca y la Sra. Danvers se interponen entre los recién casados, acentuando las inseguridades de ella y los bruscos cambios de humor de él. En Manderley la pareja se distancia y surgen los primeros problemas.


       «Maxim: No soy un buen compañero para ti, ¿verdad? Aquí no te diviertes, ¿eh? Debiste casarte con un muchacho, con alguien de tu edad.
       Ella: Maxim, ¿por qué dices eso? Claro que somos compañeros.
       Maxim: ¿Seguro? Es difícil convivir conmigo.
       Ella: No, no lo es. Es fácil, muy fácil. Nuestro matrimonio es un éxito, un gran éxito. ¿Verdad que somos felices, muy felices? (…) Si crees que no lo somos, será mejor que no finjas. Me iré de aquí. (…) ¿Por qué no me respondes?
       Maxim: ¿Qué quieres que te responda? Ni yo mismo conozco la respuesta. Si tú dices que somos felices, dejémoslo así. La felicidad es algo que conozco muy poco.»

       Finalmente, la tercera parte del guión, de mayor intriga y suspense, al aparecer el cadáver de Rebeca, relata el modo en que la pareja vuelve a unirse ante las dificultades y juntos logran hacerse más fuertes como familia.


       «Ella: Rebeca murió, eso es lo único cierto. Rebeca murió, no puede hablar, no puede testificar, no puede hacerte ningún daño. Somos los únicos que lo sabemos, Maxim, tú y yo.
       Maxim: En cierta ocasión te dije que fui un egoísta al casarme contigo, entiende lo que quise decir. Te quiero, cariño mío. Te querré toda mi vida. Pero siempre he sabido que, al final vencería Rebeca.
       Ella: No, no. No ha ganado. Pase lo que pase ahora, no ha ganado.»

       La protagonista comienza la historia como una damisela en apuros, abrumada por mujeres castradoras —tales como la Sra. Van Hopper y la Sra. Danvers—, pero termina revelándose como una salvadora, que se crece ante el sufrimiento de su amado esposo para convertirse en su apoyo. Por el contrario, él se nos presenta como un príncipe protector y decidido, que termina desvelándose como un hombre vulnerable y prisionero de su propio orgullo, al que su primera esposa dominó y continúa dominando después de muerta.

       «Maxim: Todo ha terminado. Por fin ha sucedido lo que temía día tras día, noche tras noche.
       Ella: Maxim, ¿qué pretendes decirme?
       Maxim: Rebeca nos ha vencido. Su sombra se ha interpuesto entre nosotros y nos ha separado. Ella sabía que ocurriría.»

       Juntando las tres partes del guión, el conjunto del film se puede definir como un thriller gótico romántico. Tras una obertura fantasmagórica, que nos anticipa que la trama encierra sucesos terribles. En Monte Carlo la película se llena de luz, de inocencia, de amor; incluso el sombrío Maxim aparece canturreando en la ducha. En Manderley, comienzan la intriga y el misterio, la atmósfera se torna oscura y claustrofóbica. Hitchcock, con su impresionante puesta en escena, convierte Manderley en un personaje más, una mansión poseída por el recuerdo de Rebeca, que ejerce una malsana influencia sobre la pareja. El director logra intrigar al espectador con un personaje, ya fallecido, que nunca aparece en pantalla, pero cuya presencia podemos sentir no solo a través de sus pertenencias y de los comentarios de todos aquellos que la conocieron, sino también mediante el tema musical que Franz Waxman creó para ella. Pero, sobre todo, por la pasión con la que la Sra. Danvers evoca su recuerdo.


       «Sra. Danvers: Nadie pensaría que hace tanto tiempo que se fue. A veces, cuando voy por el pasillo creo que la estoy oyendo tras de mí. Con sus suaves pasos… No podía confundirlos. No sólo aquí dentro, sino en toda la casa. Casi los oigo ahora. ¿Cree que los muertos nos observan?
       Ella (sollozando): No, no lo creo.
       Sra. Danvers: Me pregunto si no vuelve aquí a Manderley y los contempla a ustedes juntos.»

       Rebeca constituye la primera película en la que Hitchcock se sumerge en el interior de sus personajes para mostrar el modo en que sus conflictos psicológicos determinan sus acciones, lo que aportó una mayor profundidad y madurez a su filmografía. La falta de autoestima de la protagonista queda reflejada en el film minuciosamente, cada síntoma de este conflicto emocional se muestra con detalle en la pantalla, ayudando a crear un personaje sólido, cuyo sufrimiento llega a incomodarnos. La inseguridad, la dificultad para expresar opiniones o tomar decisiones, la necesidad de buscar la aprobación de los demás, la comparación constante con otros, la falta de confianza en sus capacidades y la exageración de sus defectos atormentan a la nueva señora de Winter.


       «Ella: … cada día me doy más cuenta de las cosas que ella tenía y de las que yo carezco, belleza, ingenio, inteligencia… Todas esas cosas tan importantes en la mujer.
       Frank: Pero usted posee cualidades tan importantes, mucho más importantes quizás. Dulzura, sinceridad y, si me perdona, modestia. Para un marido eso es mejor que toda la belleza del mundo.»

       La visión de esa «R» mayúscula omnipresente bordada sobre servilletas, cojines, mantas, pañuelos y demás —muestra inequívoca del narcisismo de Rebeca—, oprime a la joven esposa haciéndola sentir insignificante; su nombre ni siquiera se pronuncia en todo el film mientras que el de Rebeca está en boca de todos. El mismo Maxim de Winter, personaje misterioso y melancólico, al ocultar a su esposa su terrible secreto, acrecienta las inseguridades de ésta. Esta falta de comunicación entre ambos los conduce a situaciones en las que sus respectivos miedos les hacen dudar el uno del otro, sintiéndose solos e infelices.

       «Ella: Maxim, ¿por qué no me lo dijiste antes?
       Maxim: Estuve a punto, pero no parecías estar cerca de mí.
       Ella: ¿Cómo iba a estarlo si creía que estabas pensando en Rebeca? ¿Cómo podía pedirte que me quisieras si sabía que aún la querías a ella?
       Maxim: ¿De qué estás hablando? ¿Qué quieres decir?
       Ella: Sabía que siempre estabas comparándome con Rebeca. Cuando me mirabas o me hablabas o paseabas conmigo, sabía que pensabas: esto lo hice con Rebeca y esto y esto… Es cierto, ¿no?
       Maxim: ¿Creías que amaba a Rebeca? ¿Lo creías? La odiaba.»


       El personaje masculino, atormentado por un secreto relacionado con la muerte de su esposa, despierta el interés del público desde su primera aparición en lo alto del acantilado. El espectador desea conocer ese secreto tanto como la propia protagonista, por lo que empatiza aún más con ella. Durante toda la película hemos asistido al sufrimiento de una mujer enamorada, que cree que no es correspondida por su marido, por lo que, cuando ese secreto sale a la luz, nos emocionamos al descubrir a un marido enamorado y avergonzado de sus acciones, que teme que su joven esposa lo desprecie. Maxim y su mujer se complementan, ella posee la pureza e inocencia que él perdió hace tiempo, y él posee la determinación que a ella le falta. La diferencia de edad entre ambos aporta además un componente paternalista a la relación. Ella parece buscar en su relación la figura paterna que perdió y Maxim protege y alecciona a su jovencísima esposa, a la que considera casi una niña, hasta el punto de sentirse culpable por no haber sabido salvaguardar la pureza de su corazón.

       «Maxim: Se fue para siempre, aquella mirada joven y alegre que yo amaba no volverá nunca. La maté al contarte todo lo de Rebeca. Aquella niña, en pocas horas, se ha convertido en mujer.»

       Pero si hay un personaje en Manderley cuyos conflictos psicológicos hay que comprender para entender sus actos, ése es sin duda la Sra. Danvers, el verdadero fantasma viviente de Manderley. Ella es la que mantiene vivo el recuerdo de Rebeca, la que hace de su habitación un santuario, la que sobresalta, vigila y manipula a la nueva señora de Winter. En fin, la que vaga por la mansión apareciendo y desapareciendo de improviso lo mismo que un espectro de hielo, rígida, oscura y estática. Esta ama de llaves implacable, dominante, perversa, que Hitchcock sugiere platónicamente enamorada de la primera Sra. de Winter, ejerce su dominio sobre la retraída protagonista, de tal modo que ésta es incapaz de imponerse como señora de la casa.

       «Sra. Danvers: Creyó que podía ser la Sra. de Winter, vivir en su casa, pisar donde pisaba, tener las mismas cosas. Pero ella es muy fuerte para usted. No puede vencerla. Nadie logró nada de ella nunca, nunca. Fue abatida al final, pero no fue un hombre ni una mujer, fue el mar.»

       La Sra. Danvers se erige por méritos propios en la verdadera antagonista del film. Magníficamente encarnada por la actriz Judith Anderson, que recibiría una nominación al Oscar a la Mejor actriz secundaria y que quedaría marcada de por vida por este personaje. Protagonista y antagonista son mujeres muy diferentes, pero ambas enamoradas y dispuestas a luchar por la persona que aman. Hitchcock tuvo que buscar la forma de eludir la censura para insinuar que bajo la devoción de la Sra. Danvers se ocultaban ciertos impulsos sexuales reprimidos. El código Hays prohibía mostrar cualquier sentimiento lésbico abiertamente en pantalla, por lo que Hitchcock recurrió a las imágenes para hacernos sentir esa pasión. La Sra. Danvers evocando a su señora en la bañera o recordando cómo se veía su cuerpo desnudo bajo el camisón transparente ya dejan entrever su excitación, pero la imagen de la Sra. Danvers escuchando el mar ante el ventanal de Rebeca fundiéndose con la imagen del oleaje rompiendo en la playa es de una elocuencia magistral, que no necesita palabras. El rugiente mar, símbolo de pasión desatada, representa el sexo, la libertad, el carácter indómito de la misma Rebeca, tan tempestuoso e ingobernable como ella.


       «Sra. Danvers: Escuche el mar… Es tranquilizante. Escúchelo… Escúchelo. Escuche el mar…»

       Da la impresión de que es a Rebeca a quien la Sra. Danvers escucha cuando escucha el mar, porque para ella Rebeca es el mismo mar y sólo el mar tenía derecho a poseerla. La Sra. Danvers se conformaba con ser la confidente de Rebeca, su cuidadora, su sirvienta, porque sabía que ella no amaba a ningún hombre, sólo jugaba con ellos y los despreciaba.

       «Favell: Sabías que estaba enamorada de mí. No habrás olvidado los buenos ratos que ella y yo pasábamos en el pabellón de la playa.
       Sra. Danvers: Tenía derecho a divertirse, ¿no? El amor representaba para ella sólo un juego, sólo una diversión. Se sentaba en la cama y se reía de todos ustedes.
       Coronel Julyan: ¿Sabe de alguna razón por la que la Sra. de Winter se hubiera quitado la vida?
       Sra. Danvers: No, no. Sabía todo respecto a ella y no puedo creerlo.»

       Cuando Favell le descubre la verdad sobre la muerte de Rebeca, la Sra. Danvers enloquece. Saber que Rebeca se llevó el secreto de su enfermedad a la tumba, sin compartirlo con ella, hace que esa mujer se rompa por dentro.


       «Favell (Hablando por teléfono): Hola, Dany, quería darte la noticia. Rebeca nos engañó a los dos. Tenía cáncer. (…) Sí, suicidio. (…) Y ahora Max y su linda mujercita podrán quedarse en Manderley y vivir allí felizmente.»

       Apodado el mago del suspense, Hitchcock supo crear una misteriosa atmósfera que despertaba el interés del público captando su atención de principio a fin; pero lo cierto es que Hitchcock era también un auténtico ilusionista a la hora de utilizar las imágenes para hacer llegar al público los sentimientos más recónditos de sus protagonistas. Rebeca, una película llena de pasión y romanticismo, es buena prueba de ello. Hitchcock sabía dónde poner la cámara y qué plano elegir para reflejar con la mayor emoción posible aquello que quería contar. Así, utilizó planos generales con amplia profundidad de campo para acentuar el desamparo que siente la protagonista en Manderley, mostrándola como un ser insignificante, perdida y sola, en la grandiosa mansión. Pero por encima de todo Hitchcock utilizaba las miradas de los personajes para captar cada uno de sus sentimientos. La preciosa fotografía de Rebeca —por la que George Barnes ganaría el Oscar a la Mejor fotografía en blanco y negro— nos muestra una gran abundancia de bellísimos primeros planos y contraplanos, a veces con el fondo desenfocado, para destacar aún más esos rostros iluminados de una forma tan magistral que aportan al film un halo de misterio y romanticismo. El semblante compungido de Joan Fontaine iluminado por los reflejos del proyector en la oscuridad, en la escena en la que el matrimonio está visionando la película de su luna de miel, es de una belleza conmovedora.


       Por último, Hitchcock también era un gran director de actores, tercer punto importante de su genialidad como cineasta. En el caso de Rebeca, consiguió que todo el elenco ofreciera interpretaciones de gran calidad.
       Joan Fontaine fue lanzada al estrellato después de interpretar esta película, por la que fue nominada al Oscar a la mejor actriz. Fontaine emanaba candidez, amor y apocamiento por los cuatro costados, apareciendo en todo momento físicamente encogida y emocionalmente angustiada, pero bellísima. Hitchcock la sometió a una terrible tensión en el set de rodaje al permitir e incluso favorecer el desprecio con el que la trataba Laurence Olivier, con el propósito de que la actriz reflejara mejor el retraimiento de la protagonista.
       Laurence Olivier compuso un Max de Winter tenebroso y arrogante, cuyo carácter oscilaba entre el mal genio y el humor más encantador. Hitchcock llenó su rostro de luces y sombras para hacerlo más inquietante cuando su personaje se enfurecía y suavizaba la iluminación para mostrarlo más dulce en los momentos románticos. La mirada tempestuosa de Olivier y su cálida sonrisa hicieron el resto.


       Ya hemos hablado del modo en que Hitchcock poseía un malicioso talento para retratar tenebrosas pasiones, pero también era capaz de narrar con suma belleza una pasión pura y luminosa. Así, resulta enternecedor, por ejemplo, la manera en la que los recién casados buscan el contacto físico con el otro. Hitchcock los filma siempre juntos, abrazados, enlazados por la cintura, cogidos de la mano o sentados uno junto a otro.

Ella 
y Maxim se buscan físicamente, permanecen unidos piel con piel, de tal manera que nos hacen sentir su sincero y mutuo cariño. Por ello, cada vez que Maxim se aleja de ella, en sus frecuentes accesos de malhumor, sentimos que esa corriente de amor se interrumpe de forma abrupta, provocándonos una desasosegante sensación de pérdida que nos conecta con el sufrimiento de la protagonista, hasta que, tras el ofuscamiento de Maxim, comprobamos aliviados que la luz que los unió en Monte Carlo sigue viva.

       «Ella: ¿Qué te ocurre? Lo siento, por favor.
       Maxim: Debimos quedarnos lejos. No debimos volver a Manderley. Ah, qué estúpido fui.
       Ella (Sollozando): Te he hecho desgraciado. Te he herido sin querer. No puedo soportar verte así, porque te quiero tanto…
       Maxim: ¿De veras? ¿De veras? Oh, te he hecho llorar. Perdóname. Algunas veces pierdo la cabeza sin motivo alguno, ¿verdad? Ven, vámonos a casa y olvidémoslo todo.»

       Esa ambivalencia entre la oscuridad y la luz, entre el bien y el mal, entre lo honesto y lo infame es una constante en el cine de Hitchcock, quien disfrutaba enfrentando a seres llenos de bondad con malignos y retorcidos canallas. En el caso de Rebeca, el canalla en cuestión, Jack Favell, es interpretado por un convincente George Sanders, un actor que interpretó a una larga lista de sinvergüenzas a lo largo de su carrera, todos ellos llenos de cinismo e ironía.


       «Favell: Ah… Ustedes forman un pequeño consorcio… Y si lo que supongo es cierto, Crawley, hay en su alma un poco de malicia hacia mí, ¿no? Crawley no tuvo mucho éxito con Rebeca, pero quizás tenga más suerte esta vez. La recién casada agradecerá su brazo fraternal, Crawley. En los días que nos esperan, cada vez que se desmaye… (Maxim le pega un puñetazo)»

       Rebeca es una película que aborda pasiones humanas de plena actualidad, y el cine de Hitchcock es de una estética tan deslumbrante y de una acción tan emotiva que se convierte en imperecedero por derecho propio; pero también es cierto que el papel de la mujer en la sociedad ha cambiado de forma considerable desde el año cuarenta hasta nuestros días y, por ello, solamente, el tema de la cuestión femenina es el único aspecto de la película que no ha envejecido bien. El matrimonio y la felicidad del marido se presentan en el film como el trabajo de las mujeres de la época. En ese sentido, es natural que la protagonista viva como un fracaso personal cada enfado de Maxim. La propia Sra. Van Hopper, al enterarse de su compromiso, la evalúa para el puesto de Sra. de Winter como si de un empleo se tratara y concluye que la chica no está preparada para semejante ocupación.


       «Sra. Van Hopper: Eso es lo que ocurría durante mi enfermedad… Conque lecciones de tenis… Debo reconocer que eres rápida trabajando. ¿Cómo lo has conseguido? Y parecía una niña tonta… Dime, ¿has hecho algo que no debías?
       Ella: No sé qué quiere decir.
       Sra. Van Hopper: Bueno, no importa. Siempre dije que los ingleses tenían gustos extraños. No te va el papel de Sra. de Manderley. Sinceramente, no creo que puedas desempeñarlo. No tienes experiencia. No tienes ni idea de lo que significa ser una gran señora.»

       También la hermana de Maxim, Beatrice (Gladys Cooper) y su marido Giles Lacy (Nigel Bruce) analizan a la nueva esposa de Maxim tratando de calibrar si será capaz de hacerlo feliz, dando por sentado que esa es su obligación.

       «Beatrice: Perdona si te he hecho preguntas impertinentes. Los dos deseamos que seáis felices.
       Ella: Gracias, Beatrice, muchas gracias.
       Beatrice: Y te felicito por el aspecto de Maxim. Estuvimos muy preocupados por él el año pasado.»


       Incluso la protagonista, al recibir la propuesta de matrimonio, duda de su capacidad para asumir esa posición. Ni siquiera se siente capacitada para ser la esposa de nadie.

       «Ella: Pero es que usted no entiende, yo no soy la clase de mujer con la que los hombres se casan.
       Maxim: ¿Qué quiere decir?
       Ella: En primer lugar, no pertenezco a su mundo.
       Maxim: ¿Ah, no? ¿Y cuál es mi mundo?
       Ella: Pues Manderley, ya sabe lo que significa.
       Maxim: Soy yo quien ha de decidir si perteneces a él o no. Desde luego, si no me quieres, es distinto. Será un buen golpe a mi vanidad.
       Ella: Pero si te quiero, te quiero con toda mi alma. He pasado la mañana llorando creyendo que no te vería más.
       Maxim: Bendita seas. Te recordaré esto algún día y no querrás creerlo. Lástima que tengas que crecer.»


       La pobre chica considera que Rebeca era la esposa perfecta para Maxim y la mejor Sra. de Winter posible para Manderley —creencia que la Sra. Danvers se encarga de alimentar—, por lo que se esfuerza en parecerse a ella todo lo posible, que es lo que cree que todos, incluido Maxim, esperan de ella. De modo que tratando de ajustarse a las expectativas de los demás, renuncia a ser ella misma, para hacer feliz a Maxim. La sumisión en la esposa era considerada una virtud muy valorada por los maridos en aquel entonces.

       «Sra. Van Hopper: Sabrás por qué se casa contigo, ¿no? ¿No imaginarás que se ha enamorado de ti? Aquella casa vacía ha acabado con sus nervios hasta volverle loco. No puede seguir viviendo solo.»

       «Sra. Danvers: ¿Por qué no se marcha? ¿Por qué no deja Manderley? Él no la necesita, tiene sus recuerdos. No la ama. Desea estar con ella de nuevo.»

       Cuando la protagonista descubre que Maxim detestaba a Rebeca y que la quiere a ella, se siente fuerte, segura de sí misma, capaz de luchar contra el mundo para salvar a su marido. Aunque sigue siendo una persona sumisa, se ha liberado de la opresión de la sombra de la primera esposa que la mantenía encogida.


       Hitchcock, acusado de misoginia, era, sin embargo, el director que más protagonismo daba a las mujeres en sus películas. Los personajes femeninos de su cine siempre eran mujeres interesantes; bellas y elegantes, sí, pero también inteligentes, trabajadoras, sensibles, valientes. Mujeres con conflictos psicológicos y emocionales, con deseos, con sueños, heroínas capaces de asumir riesgos con valor y romanticismo. En el cine de Hitchcock es difícil encontrar mujeres con un rol de mera comparsa del hombre, lo que no impide que, al mismo tiempo, sean altamente susceptibles de poner sus vidas patas arriba por amor. Es cierto que el director inglés disfrutaba torturando a los personajes femeninos en la ficción y a las actrices en la realidad, pero la mayoría de las mujeres de su cine resultaban fascinantes e inolvidables. En el caso de RebecaHitchcock regala a todas las mujeres tímidas, inseguras y con poca autoestima del mundo la oportunidad de identificarse con la protagonista de una película —y no de una película cualquiera, sino de una obra maestra de Hitchcoc —. Para estas mujeres, presa fáciles de personas envidiosas, agresivas y sin ápice de empatía, ver el propio padecimiento reflejado en una pantalla supone un alivio considerable. Hitchcock dio visibilidad al sufrimiento de todas estas mujeres sensibles y vulnerables y las mostró ante el mundo como mujeres dignas de ser amadas y capaces de sobreponerse a sí mismas para salir airosas del enfrentamiento con brujas de la categoría de la Sra. Danvers o de fantasmas de la talla de Rebeca. Por todo ello, gracias, Sr. Hitchcock. Claro que primero habría que agradecérselo a Daphne du Maurier, creadora del personaje y autora, además, de La posada de Jamaica, que Hitchcock ya había llevado al cine en 1939, y del relato Los pájaros, que serviría de inspiración para la brillante adaptación que el director inglés dirigiría en 1963.

No hay comentarios:

Publicar un comentario