LANGMANÍA 1
PERVERSIDAD (1945) de Fritz Lang
En Perversidad, obra maestra del cine negro, Fritz Lang realiza un profundo estudio del modo en que los deseos —verdaderos motores de la conducta humana— pueden volverse destructivos y conducirnos a la manipulación, al egoísmo y a la transgresión moral. Un deseo insaciable o descontrolado puede alejarnos de la verdad o la virtud, mantenernos en la corrupción y arrastrarnos a la perdición espiritual.
El cajero Christopher Cross (Edward G. Robinson) sueña con ser un gran pintor y ser amado por una mujer hermosa, pero se conforma con pintar los domingos y soportar a su irritante esposa, Adele (Rosalind Ivan), viuda de un policía ahogado cuyo cadáver nunca se encontró. Una noche, Chris ayuda a una chica, Kitty March (Joan Bennett), a la que un hombre está golpeando en la calle y, cautivado por su belleza, la hace creer que es un pintor de éxito. El novio, Johnny Prince (Dan Duryea), un sinvergüenza, induce a Kitty a seducir al pintor para sacarle dinero. Kitty accede por temor a perder a su amado y consigue que Chris le alquile un estudio donde él pueda visitarla y pintar. Para ello, Chris roba a su mujer parte del seguro de vida que cobró de su primer marido. Kitty y Johnny viven su amor en el estudio, a espaldas de Chris, al que hacen creer que Johnny es el novio de Millie, amiga de Kitty. Obsesionado por Kitty, Chris termina robando también en su trabajo. Pero Johnny nunca tiene bastante y, al darse cuenta de que los cuadros de Chris no están firmados, trata de venderlos. Janeway (Jess Barker), importante crítico de arte, y Dellarowe (Arthur Loft), dueño de una galería, se interesan por los cuadros y por el pintor. Johnny les hace creer que Kitty es la autora y la obliga a mantener el fraude. Chris está tan enamorado que, cuando se entera, se alegra de saber, gracias a Kitty, que Janeway y Dellarowe lo consideren un gran artista. La reaparición del primer esposo de Adele, brinda a Chris la oportunidad de anular su matrimonio y casarse con Kitty. Pero cuando va al estudio para comunicarle la noticia, la descubre en brazos de Johnny. Pese a todo, Chris decide perdonarla y casarse con ella, pero Kitty, harta del viejo, se burla de él y lo rechaza con desprecio. Chris pierde la cabeza y la mata. La policía detiene a Johnny por el asesinato de Kitty y, aunque es condenado y ejecutado en la silla eléctrica, Christopher Cross nunca podrá escapar a su propia sentencia.
El guión, basado en una novela de George de La Fouchardière, anteriormente llevada al cine por Jean Renoir en La golfa (1931), fue escrito por Dudley Nichols. Este trabajo constituyó la segunda colaboración del guionista con Fritz Lang, para el que ya había escrito en 1941 el guión de El hombre atrapado. La adaptación de Nichols constituye el esquema perfecto sobre el que Lang realiza una película impregnada de fatalismo y humor negro. Nichols relata con detalle el deseo, y la carencia que lo genera, de cada uno de los personajes del trío protagonista. La soledad y la falta de amor, el deseo sexual disfrazado de amor y la necesidad de validación a través del dinero son las motivaciones de Chris Cross, de Kitty March y de Johnny Prince respectivamente, motivaciones que hacen avanzar una historia abocada al desastre. Asimismo, Nichols estructura con eficaz sencillez el proceso de decadencia por el que el protagonista va cayendo más y más bajo a medida que la pareja antagonista (Kitty y Johnny) explota su debilidad de carácter y su deseo por Kitty. La subtrama del marido renacido de Adele, que con su aparición alimenta la esperanza de Chris de conseguir la culminación de su sueño (casarse con Kitty), constituye un giro inesperado y humorístico que explica la frustrante decepción y la ira del protagonista al estrellarse con el desprecio de su amada, cuando ya creía tenerla al alcance de la mano. Dudley se aseguró además de que cada personaje revelara su forma de ser a través de su expresión verbal: diálogos sencillos y sensibles por parte de Chris, vulgares y cínicos por parte de Johnny y de Kitty y conversaciones cargadas de falsedad, de autoengaño y de deseos ocultos por parte de los tres personajes.
«Kitty (hablando por teléfono): ¿Millie? Soy Kitty (…) ¿Y Johnny? (…) Supuse que iría a Tiny’s. ¿Estaba bebiendo? (…) Nada, una pelea. Ése no puede vivir sin mí, igual que yo no puedo vivir sin él. ¿Dijo si vendría aquí? (…) ¡A darme una paliza! (…) Vaya, cómo le gusta presumir de hombre duro… No debes preocuparte, sólo habla por hablar… (…) Si estuvieses enamorada, lo entenderías. (…) Oh, calla… Johnny es inofensivo… (…) Así es el amor, tesoro.»
La crueldad de Adele al hablar con su marido es semejante a la de Johnny al comunicarse con Kitty, estableciendo el único punto en común que comparten Chris y Kitty, al ser ambos víctimas de la irritabilidad y la agresividad de sus respectivas parejas.
Kitty: Claro, échame la culpa.
Johnny: ¡Me pediste que me quedara, yo quería salir!
Kitty: Johnny… ¿por qué me hablas así?
Johnny: ¡Es la verdad! ¡Estoy harto de ti!
Kitty: Johnny… (Va a abrazarlo, pero él la abofetea)
Johnny: ¡Es el único lenguaje que entiendes!»
El guión hace avanzar la historia a través de las tensiones que se desprenden del conflicto principal que genera el triángulo amoroso formado por Chris, Kitty y Johnny. Al que se suman las del triángulo secundario formado por Chris, Adele y el primer marido de ésta, Homer Higgins (Charles Kemper). El protagonista vive sometido a dos mujeres, su esposa y Kitty, las dos lo utilizan y lo manipulan, Adele obligándole a desempeñar las labores de casa —algo humillante para un hombre de la época— y Kitty sacándole más y más dinero al hacerle creer que le quiere. Y ninguna de las dos siente ningún tipo de afecto por él. Chris, por su parte, también las engaña a las dos, a Adele le roba sus ahorros para dárselos a Kitty y a ésta la hace creer que es rico y famoso.
La fatalidad del relato de Lang, cargado de manipulación, obsesión erótica y codicia, refleja la inmoralidad y el egoísmo del ser humano en toda su crudeza. Los personajes no inspiran simpatía ni compasión, Lang nos muestra el lado oscuro de cada uno de ellos, con una naturalidad que asusta, haciéndonos entender que esa oscuridad procede, precisamente, del hecho de que sean humanos. Y como nosotros también lo somos, entendemos sus motivaciones, aunque sus acciones nos causen rechazo. Lo cual es perturbador. Lang no persigue en sus películas que el espectador se identifique con los protagonistas sino que entienda las heridas, carencias y miedos que arrastran y que les hacen cometer equivocaciones. Aunque en lo más profundo de su ser sigan albergando la esperanza de un cambio que transforme sus vidas y los conduzca a la plenitud.
«Chris: Me pregunto cómo será.
Charles: ¿Qué, Chris?
Chris: Pues sentir que te quiere una preciosidad como ésa. A mí nunca me han mirado así. Ni siquiera de joven.
Charles: Sí, solemos tener sueños que no se cumplen, aunque seguimos soñando.
Chris: Recuerdo que de joven quería ser pintor y soñaba con que un día me convertiría en un gran artista. Sí, ya ves, soy un simple cajero.»
Lang nos anticipa el sueño que despertará al verdadero Chris de las sombras de una vida insuficiente e insípida con la fugaz aparición de la joven rubia amante de su jefe. La rubia anticipa la aparición de Kitty en la vida de Chris. El espectador sabe que su amor por ella es un sueño que no puede hacerse realidad, porque, como adelantó Charles, los sueños no se cumplen. Al menos no como esperamos que lo hagan.
«Kitty: Eres un gran pintor, Chris… El Sr. Dellarowe lo dijo y también el Sr. Janeway. Bueno, dijeron que yo lo era…
Chris: ¡Pues seguirán diciéndolo!
Kitty: Oh, Chris… (Se refugia en su pecho llorando)
Chris: Oh, no, Kitty, por favor, no llores más. Estoy contento. Es como un sueño.
Kitty: Chris eres tan bueno, tan generoso…
Chris: No importa qué nombre lleven los cuadros, el tuyo o el mío. Es como si estuviésemos casados. (Se ríen) Sólo que yo llevo tu nombre.»
Chris vive una vida convencional que no le satisface, el miedo a fracasar como pintor y a estar solo le conduce a ser cajero y a casarse con una mujer a la que no ama. Cuando por fin se atreve a vivir sin miedo, es capaz de asumir riesgos, de engañar, de hacer trampas a los demás, todo por conservar lo único que le hace feliz.
«Kitty: ¿Eres feliz?
Chris: Por primera vez en mi vida.
Kitty: ¿Muy feliz?
Chris: Pienso en ti a todas horas. Siempre estoy deseando verte, tenerte cerca. Sé que no tengo derecho a preguntártelo, sin embargo… ¿alguna vez has…? Sin duda hubo otros hombres en tu vida.
Kitty: Sólo uno, Chris.
Chris: ¿Aún le ves?
Kitty: Le he olvidado.
Chris: Mira, Kitty, si fuese soltero, si no tuviese una esposa…
Kitty: Pero la tienes.
Chris: Sí, ya lo sé, pero si ella… Bueno, si ocurriese algo que me liberase, ¿te casarías conmigo?»
Cuando Chris Cross se encuentra con Kitty y se enamora, resucita como ser humano, siente que es su última oportunidad para vivir una vida plena y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para casarse con ella. Incluso eliminar a su esposa. Lang así nos lo muestra en la escena en la que Chris se acerca a Adele empuñando un cuchillo de cocina, de una forma tan sutil y amenazadora que la misma Adele se sobresalta. Con esta escena, Lang nos anticipa cuál será la reacción del asesino que se oculta dentro del inofensivo Chris, al verse ridiculizado por Kitty, muertas ya todas sus esperanzas de realizar su sueño de amor. Chris asesina a Kitty, lo mismo que ella asesina todas sus ilusiones.
«Kitty: ¡He querido reírme en tu cara desde que te conocí! ¡Eres viejo y feo y estoy harta de ti! ¡Harta! ¡Harta! ¡Harta!»
El aciago destino de Chris le conduce a la propia destrucción, a través de la corrupción de sí mismo, pero en esa transformación el verdadero Chris sale a relucir, en toda su bondad, en toda su perversión y en toda su cólera. A través de su protagonista, Lang nos enseña que todos tenemos un lado luminoso y otro oscuro.
Pero el pesimismo de Perversidad exige que ningún personaje consiga sus sueños, no sólo el protagonista. Tampoco Kitty logra el amor de Johnny ni éste logra la abundancia económica con la que sueña. Los personajes persiguen sus sueños sin querer ver la realidad, incapaces de percibir que sólo son fantasías que nunca llegarán a realizarse. Chris nunca ha visto a Kitty tal como es, vulgar y deshonesta, él la ve pura e inocente, el colmo de la perfección femenina. Incluso cree que llora cuando se está riendo. Aún después de asesinarla continúa viéndola así.
«Voz de Kitty: Tú me mataste… Tú me mataste… Tú me mataste…
Chris: No, Kitty. ¡Fue él! ¡Tú eras inocente! ¡Eras pura! ¡Él mató eso!»
Del mismo modo, Kitty considera a Johnny el hombre perfecto, sabe que es un aprovechado, un vago y un maltratador, pero se engaña pensando que así son los hombres de verdad.
«Kitty: ¿Tú matar a Johnny? Me gustaría que lo intentases. Te rompería todos los huesos. ¡Él sí es un hombre!»
El mismo Johnny que aspira a vivir por todo lo alto, se confunde creyendo que lo conseguirá sin esfuerzo alguno.
«Johnny: Leí por ahí que un tipo se fue a Hollywood sin un centavo y ganó un millón. Y sin experiencia. Eso sí, era guapo. Trabajaba en un supermercado.
Millie: Si trabajaba no se parecía a ti.
Kitty: ¿Queréis dejar de discutir?
Johnny: No estamos discutiendo, es que Millie no tiene ni idea. Dice que a los actores les pagan cinco o diez mil dólares por semana. ¿Por hacer qué? Por hacerse los duros, por sacudir a las chicas. ¿Acaso no puedo hacerlo yo?»
Johnny cree haber encontrado la gallina de los huevos de oro cuando descubre que los cuadros de Chris valen una fortuna y consigue que Kitty los firme, pero se equivoca pensando que conseguirá salirse con la suya engañando a todo el mundo. Johnny se mete en un fraude que supera su inteligencia y se vuelve contra él. Por eso muere en la silla eléctrica, por creerse más listo de lo que en realidad es.
Lang dibuja a los personajes desde el principio del film, sin prisas, con todo lujo de detalles, logrando que conozcamos en profundidad sus carencias y aspiraciones. La pila llena de platos sucios en el piso que Kitty comparte con Millie y el desorden que reina en el estudio pagado por Chris refleja a la perfección el tipo de mujer que es la protagonista, una «perezosa», tal como la llama Johnny, y una mujer algo vulgar, aunque sepa suavizar sus toscas maneras cuando le interesa. Al fingirse una artista ante Janeway y Dellarowe, por ejemplo, casi parece una mujer misteriosa y elegante, en parte gracias a su innegable belleza y a repetir las palabras que ha oído en boca de Chris.
«Dellarowe: Creo que la pintora es aún más fascinante que sus cuadros.
Crítico: ¿Cómo es?
Janeway: Como la Gioconda, sin la sonrisa. Oculta algo. A veces parece dos personas distintas.»
Pero, si bien Kitty es tan sinvergüenza como Johnny, ella no desea aprovecharse de Chris, su único deseo es complacer a Johnny para retenerlo a su lado, ése es el motor psíquico que mueve todas sus acciones. En ese sentido se puede decir que Kitty vive prisionera de su deseo por Johnny, cuya satisfacción la mantiene atrapada en una vida inmoral que ella no desea.
«Kitty: Johnny, no soporto que me toque nadie más que tú.
Johnny: Bah…
Kitty: Me inquieta que me mire de ese modo. Si fuese cruel o vicioso o si me gritase sería distinto. Tú no me quieres… Si me quisieras me entenderías.»
Johnny es presentado por Lang desde su aparición como lo que es, un maltratador que se aprovecha de Kitty. La primera vez que le vemos la está golpeando con saña en la calle. Lang lo fotografía al fondo, desde el punto de vista de Chris, indicando que desde lejos ya se ve que tipo de persona es. Johnny quizás sea el personaje más transparente de los tres, es chulo, es cínico, vulgar y amoral, pero no se molesta en disimularlo. Todos los personajes de la película que entran en contacto con él, perciben de inmediato que es un caradura sin modales.
«Policía: Intentaba huir en el coche de la chica.
Johnny: ¡El coche es mío!
Detective (sacando un pañuelo): Esto también es tuyo. Lleva tus iniciales. La sangre es de la chica. Aquí hay ciento cuarenta dólares que le quitaste del bolso.
Johnny: ¡Son míos!
Detective: Este anillo era de ella. Valdrá unos seiscientos dólares.
Johnny: Ja, ja, ja… Menudo perito está hecho… ¡Me costó mil doscientos!
Detective: Aquí están el resto de las joyas. No valen mucho, pero se las llevó todas.
Johnny: ¿Y por qué no? Ella ya no iba a necesitarlas. (Los tres policías le miran con reprobación.)»
Para Johnny nada en la vida tiene sentido, por eso para él nada tiene importancia. Su cinismo es el resultado de un deseo insaciable de dinero que le obliga a vivir en la corrupción. Detrás de ese deseo se oculta la necesidad de ser valorado y Johnny está convencido de que lo único que hace valioso a un hombre son sus posesiones, un coche, un reloj, un lujoso estudio, etc.
La perversa pareja formada por Kitty y Johnny es sin lugar a duda uno de los mayores logros de Perversidad, sobre ellos recae casi todo el peso del humor negro y la ironía que siempre contiene el cine de Lang. Kitty y Johnny nos hacen reír con la poca vergüenza de sus diálogos, su absoluta despreocupación moral ante las consecuencias de sus actos y la inmadurez con la que se enfrentan a la vida.
El anodino Chris aparece por primera vez en la película de espaldas a la cámara cuando está siendo homenajeado por su jefe, tras veinticinco años en la empresa. La primera impresión que Lang nos transmite de él es la de un hombre formal, apocado e insignificante, un hombre al que todo el mundo aprecia, pero al que nadie tiene en cuenta. Después, nos descubre al artista sensible que se enamora de Kitty y que soporta con resignación a su irascible mujer. Todo nos hace creer que es un pobre hombre, alguien que mueve a compasión. Nadie sospecha que esconde dentro de sí un asesino. Chris es el personaje más equívoco de la historia, parece un don nadie pero es un gran artista, parece honesto pero roba a su mujer y a su jefe, parece bondadoso y termina siendo un criminal. Ni siquiera su jefe es capaz de denunciarlo cuando descubre que ha cogido dinero de la caja.
«Hogarth: Chris, fue por una mujer, ¿no? (Chris asiente) Me lo imaginé. No quiero que vaya a la cárcel, Chris, pero no puede seguir trabajando aquí.»
Si fuera un personaje femenino, Chris sería la típica mosquita muerta, que termina quitándose la máscara para mostrar la harpía que lleva dentro. Pero en los años cuarenta, en pleno auge de una sociedad patriarcal, Kitty, antítesis de lo que se entendía por una buena chica, es considerada la culpable de todo lo que le ocurre al protagonista. Aún hoy en día, bajo una mirada superficial, la película podría entenderse como la destrucción de un buen hombre por una mujer fatal. Sin embargo, se trata de una mujer que destruye a un hombre por estar bajo el influjo de un hombre fatal. Kitty trata de negarse en varias ocasiones a explotar a Chris, pero Johnny siempre consigue su colaboración de una u otra forma.
«Kitty: Yo sería incapaz de sacarle dinero a ese pobre hombre.
Johnny: Oye, piensa también en mí, usa tu inteligencia. Conozco a tipos riquísimos y con la mitad de inteligencia de la que tengo yo. Pero ¿de qué sirve el cerebro? Para ganar dinero, hay que tener dinero, capital.»
Chris Cross, víctima y verdugo de Kitty, la asesina por hacerle lo mismo que él le hace a su mujer: engañarla y gastarse su dinero con otra; pero no soporta que Kitty le haga lo mismo, cogiendo su dinero para gastárselo con Johnny. Chris se deja envilecer por Kitty, lo mismo que ella se deja envilecer por Johnny. Kitty no es la responsable de los actos de Chris, como Johnny no lo es de los de Kitty. Cada uno es responsable de sus propios actos. En realidad, es Chris quien destruye a Kitty de forma definitiva arrebatándole la vida y también es él quien se destruye a sí mismo. Tras descubrir la verdad, podría haber denunciado a Kitty y a Johnny, reivindicando la autoría de sus cuadros para alcanzar su sueño de ser un gran artista. Pero, incapaz de sufrir la humillación y de soportar la insatisfacción de renunciar a sus pulsiones sexuales por Kitty, la aniquila de forma brutal. Dando paso al segundo tema tratado por Lang en la última parte de Perversidad, la culpa y la importancia del castigo.
«Tom: Nada queda impune. Imagine que tenemos un tribunal aquí mismo. (Se señala el corazón) Juez, jurado y verdugo.
Chris: No le entiendo.
Tom: El asesinato no resuelve nada. ¿Qué decís? Habéis visto muchos juicios.
Periodista: En eso debo admitir que tienes razón.
Tom: El problema está aquí mismo y no puede salir. Está aquí, sólo aquí. (Señalándose el corazón) ¿Y qué? Que sigues castigándote sin cesar. No puedes escapar de ello. Nunca.
Chris: Eso no tiene sentido.
Tom: Usted no ha visto tantos juicios como yo, Sr. Cross. Prefiero que el juez dicte mi sentencia antes que hacerlo yo.»
Chris asesina a Kitty y deja que ejecuten a Johnny por ello. El castigo a su crimen nunca llega por parte de la sociedad y Chris enloquece. No puede escapar de la culpa que lo atormenta y queda al margen de la sociedad buscando un castigo que le libere.
Fritz Lang ofrece una visión pesimista de la naturaleza humana, envuelta en una especie de superstición o fatalismo que rodea a una serie de perdedores abocados a un destino trágico, un enfoque típico del más puro cine negro.
La supuesta mujer fatal, otra característica del género negro, fue encarnada por Joan Bennett con una desenvoltura llena de matices. Por un lado, Bennett interpreta a la Kitty que se finge dulce y seductora mientras se aguanta la risa que le provoca la inocencia de Chris o rechaza con asco sus intentos de tocarla o besarla. Por otro lado, cuando Kitty se enfurece, Bennett saca a relucir la vulgaridad del personaje, gritando, dando patadas y arrojando todo tipo de cosas al suelo con el mayor desparpajo. La voluptuosa indolencia de la «perezosa» Kitty es otro de los logros de Joan Bennett, sus acertadas posturas cuando está tirada en la cama o en el sofá sin hacer nada, salvo fumar, transmiten no sólo la vagancia de Kitty sino también una especie de abandono sensual ante la vida. En general, la actriz logra mostrarnos a una chica que está de vuelta de todo y que ya no siente interés por nada que no sea su amor por Johnny.
En lo relativo al canalla que toda película negra debe tener, Dan Duryea, actor cínico por excelencia, realiza una perfecta composición de un tipejo sin escrúpulos, que se aprovecha de la belleza de Kitty para exprimir a los hombres. El actor consigue que todos los gestos, los movimientos y las palabras de Johnny estén cargados de jactancia. El personaje de Johnny Prince es tan cínico, que nos hace reír con esa insolencia tan extrema que Dan Duryea supo expresar como nadie. Hasta las bofetadas que le propina a la pobre Kitty, el actor las ejecuta con una cierta pátina de sordidez que ratifica lo despreciable de su personaje.
Por último, Edward G. Robinson adopta el rol de la supuesta víctima, que siempre debe tener toda película de cine negro que se precie. El actor, acostumbrado a roles de gánsteres y rufianes de todo tipo, sorprende en esta convincente encarnación del hombre sumiso, cándido y amable que es Chris Cross. La sensibilidad de Chris es el rasgo que Robinson más resalta a lo largo de todo el film. Chris es comprensivo, paciente y sufrido hasta el extremo de que su mujer cree que ha bebido cuando le planta cara en una ocasión.
«Adele: ¡Ojalá siguiese viuda! Te soporto porque estamos casados. ¡Me tienes harta!
Chris: ¡Sí, yo también estoy harto!
Adele: ¿Has estado bebiendo?
Chris: No, ni un trago.
Adele: Deja que te huela el aliento. (Lo hace) Entonces, ¿qué te pasa? ¿Por qué me estás hablando así?»
Ni siquiera cuando Chris está matando a Kitty vemos un ápice de maldad en el rostro de Robinson. Chris ejecuta el crimen en un acto de desesperación, y lo que vemos en su rostro es el sufrimiento insoportable que se deriva de la absoluta frustración del mayor de sus deseos.
Aunque Fritz Lang quiso distanciar su filmografía del expresionismo alemán, siempre ha sido considerado como uno de los mayores representantes de dicho movimiento dentro del cine, y son precisamente estos aspectos característicos del expresionismo los que han hecho de Perversidad una obra maestra del cine negro. Por una parte, la preciosa fotografía en blanco y necro, creada por Milton Krasner, que proporciona a la película un sello incomparable de desamparo existencial, con un juego de luces y sombras en la última parte del film que ayuda a escenificar la degradación moral y física del protagonista, atormentado por la culpa.
Por otra lado, la banda sonora dramática compuesta por Hans J. Salter está cargada de un romanticismo desolador, turbio y oscuro, como el del mismo protagonista Chris Cross, al que arropa con acierto en su locura final.
Por último, los sencillos pero eficientes encuadres de Fritz Lang —en los que todo lo que se ve es relevante—, su puesta en escena sombría y opresiva, la abundancia de escenas nocturnas, con esa atmósfera agobiante que rodea a los personajes conforman un fascinante film negro de extremada sensibilidad.
Los cuadros de estilo naif pintados por el protagonista que aparecen en la película fueron obra de John Decker, un artista conocido por sus retratos a estrellas de Hollywood. Lang le encargó doce cuadros para la película, que, posteriormente, se exhibieron en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1946. Dichos cuadros aportaron un toque de frescura y modernidad a la película de Lang, al tiempo que sirvieron para subrayar la inocencia casi infantil con la que el protagonista percibe el mundo.
Fritz Lang consigue en Perversidad que el deseo se convierta en el protagonista absoluto del film, como fuente principal de motivación y frustración humana. Para Lang, toda persona, ya sea buena o mala, bajo la motivación de un deseo irresistible o fuera de control es capaz de cualquier perversidad. Por lo que si bien debemos permitirnos sentir nuestros deseos, aunque no se cumplan, también debemos evaluarlos para decidir si el precio a pagar por ellos es aceptable o no.
«Kitty: Chris… Eres muy impetuoso. Sé que te gusto, pero hay ciertos límites.»
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