lunes, 28 de septiembre de 2020


SAKSMANÍA 1

“Descalzos por el parque” (1967) de Gene Saks
     

       La frustración que experimentan los jóvenes enamorados al estrellarse contra la dura realidad, en plena efervescencia del amor romántico, inspiró la primera película de Gene Saks, en un momento en el que el cine estaba sufriendo una gran transformación a  causa de la enorme competencia que suponía la televisión, como medio de  entretenimiento de masas. Las grandes producciones ya no eran rentables para los  estudios, por lo que los profesionales formados en Hollywood empezaron a ser sustituidos por los que procedían del teatro neoyorquino —como fue el caso de Saks—  y, posteriormente, por los que habían aprendido el oficio en la misma televisión. Los directores de la década de los sesenta, obligados a realizar películas de bajo presupuesto  para poder rivalizar con la televisión, gozaron, sin embargo, de una mayor libertad creativa, dando lugar a un nuevo cine con una nueva forma de narrar.
                 
              
       Corie (Jane Fonda) y Paul Bratters (Robert Redford) acaban de casarse y, tras pasar una apasionada luna de miel en el hotel Plaza de Nueva York, alquilan un pequeño apartamento para iniciar su vida matrimonial. A partir de ahí, comenzarán a surgir los primeros problemas en la pareja, a raíz de la diferencia de caracteres existente entre ellos. Para empezar, el apartamento es diminuto y está en un quinto piso sin ascensor; además, hay un agujero en el tragaluz y como el radiador no calienta, hace un frío de miedo y para terminar, aún no les han traído los muebles. Corie está muy ilusionada y todo le parece bien, pero Paul es abogado y necesita ponerse a trabajar enseguida, así que no para de quejarse. Para colmo, los vecinos del edificio son algo extraños, sobre todo el vecino del ático, Víctor Velasco (Charles Boyer), una especie de aventurero, un poco caradura, que irrumpe en sus vidas como un vendaval. Como a Corie le preocupa que su madre, Ethel Banks (Mildred Natwick), esté sola ahora que ella se ha casado,  organiza una cena para que conozca a Velasco, con la esperanza de que hagan buenas migas. Paul encuentra a Velasco demasiado excéntrico para su suegra, pero Corie no le hace caso y, tal y como él esperaba, la cena resulta ser una sucesión de despropósitos, en la que el anfitrión demuestra ser un auténtico chiflado. Corie se lo pasa en grande,  pero Paul y Ethel se sienten incómodos y fuera de lugar. De regreso al apartamento, Corie y Velasco rebosan energía y quieren continuar la velada, pero Ethel prefiere irse a casa y Velasco decide acompañarla. Cuando se quedan a solas, Paul y Corie tienen su primera pelea. Paul la acusa de haber arrojado a su madre a los brazos de un Barba azul y Corie lo acusa a él de ser un aburrido y un estirado. Paul trata de poner fin a la discusión para irse a dormir, pero Corie se pone furiosa y le pide el divorcio. Por la mañana, Paul regresa del trabajo con un bonito resfriado, por haber dormido en el sofá bajo la nieve que se colaba por el tragaluz, pero, aún así, Corie insiste en que se marche del apartamento. Paul, muy enojado, hace la maleta y se va al parque a emborracharse. Mientras tanto, Corie descubre, escandalizada, que su madre ha pasado la noche en casa de Velasco. Ethel trata de explicar a su hija que entre ella y Velasco no ha ocurrido nada, que sufrió un accidente al resbalar en el hielo y por eso tuvo que quedarse allí. Corie le anuncia a su madre que Paul y ella van a divorciarse y Ethel aconseja a su hija que se deje de tonterías y vaya en busca de su marido. Corie siguiendo el consejo de su madre recorre las calles del barrio, hasta que encuentra a Paul en el parque, descalzo, sin abrigo, completamente borracho y haciendo toda clase de locuras para demostrar a su  mujer que no es tan estirado como ella cree.

De regreso al apartamento, Corie descubre que Paul tiene mucha fiebre y le pide que se vaya a la cama, confesándole que prefiere al Paul serio y responsable de siempre, al que quiere mucho. Pero Paul ya no la escucha, ha salido por la ventana del dormitorio y se ha subido al tejado. Cuando Corie lo ve en el tejado, a través del tragaluz, tambaleándose por la borrachera, se lleva un susto de muerte y sube a buscarlo. Desde la calle, Ethel y Velasco, al salir para ir a cenar, los ven juntos en el tejado y se alegran de que se estén reconciliando.
       
       “Descalzos por el parque” fue la primera película que dirigió Gene Saks y el primer guión cinematográfico escrito por Neil Simon, basado en una obra suya, homónima, estrenada en Broadway, donde también fue interpretada por Robert Redford y por Mildred Natwick. Saks supo airear la película, de su formato claramente teatral, sacando la cámara a la calle siempre que el guión lo permitía, aún así su origen escénico se hace evidente, sobre todo por el protagonismo del mismo apartamento en el que los jóvenes recién casados descubrirán que el matrimonio no es de color de rosa, sino que está repleto de claroscuros que lo convierten en un aprendizaje idóneo para madurar y templar el carácter. El concepto romántico del amor se desvanece en los primeros meses de la convivencia, poniendo a prueba el amor de la pareja, que debe superar la decepción inicial y estar dispuesta a sortear los obstáculos tratando de entender al otro, sin renunciar a uno mismo. Difícil equilibrio que no muchos saben alcanzar.

       “Ethel: Todo lo que tienes que hacer es olvidarte un poco de ti para ocuparte de él. No lo tomes todo a juego, sólo cuando sea la ocasión y entre vosotros dos. Cuídate de él, haz que se sienta importante. Si lo consigues, tu matrimonio será feliz y maravilloso, como el de dos de cada diez parejas. Vosotros seréis una de esas dos.”

       Lo que Ethel no dice a su hija es que para que su matrimonio funcione, también Paul debe olvidarse un poco de sí mismo y ocuparse de ella, haciendo que se sienta importante. Pero, en fin, es una película del año sesenta y siete y ya se sabe que, en esa época, se consideraba obligación de toda esposa hacer feliz al marido mientras que lo único que se esperaba del marido era que ganara dinero y no se comportara como un crápula.

       Los diálogos veloces y cargados de ironía de Simon imponen un ritmo ágil a esta romántica comedia, que junto a la hábil dirección de Saks que supo mantener a sus actores en una continua actividad mientras hablaban— logran dotar a la acción de un gran dinamismo, que impide que las secuencias que transcurren en el apartamento resulten estáticas.

       “Corie: ¿Por qué ese pánico, madre? Es sólo un hombre.
       Ethel: ¿Conque mi pareja es sólo un hombre? Oyéndote a ti parecía Douglas Fairbanks.
       Corie: No se parece en nada a Douglas Fairbanks, ¿verdad, Paul?
       Paul: Sólo salta como él.”


       Saks demostró a lo largo de su carrera ser un excelente director de actores y esto es algo que se aprecia en el film, en el que todos los intérpretes están fabulosos, destacando, por encima de sus compañeros, las interpretaciones tanto de un ya maduro Charles Boyer, que nos sorprende con un rol divertidísimo en el que nos demuestra una vez más sus dotes de elegante seductor, como de una veterana Mildred Natwick, que derrocha encanto en esta encarnación de una viuda algo despistada y, totalmente, desconcertada ante la irresistible personalidad de Velasco. Interpretación por la que la actriz ganaría un merecidísimo Oscar a la mejor interpretación de reparto.

       “Ethel: He tenido que aparcar a tres manzanas de aquí. Entonces, se ha puesto a llover y he venido corriendo desde allí. Después, se me ha hundido el tacón en una rejilla del suelo. Cuando he podido sacar el pie, lo he metido en un charco. Pasa un coche y me salpica las medias. Si hubiera estado abierta la ferretería hubiese comprado un cuchillo para degollarme.”


       Charles Boyer encarna a la perfección a este despreocupado y caradura vecino, que trabaja en casa, no se sabe muy bien en qué, y que, aunque al principio parece interesado en la hija, termina decantándose por la madre, tras pasar una disparatada noche en compañía de los tres. Boyer aportaba su infinita elegancia a este locuaz y divertido personaje, que ejerce como maestro de ceremonias en cada una de las secuencias en las que aparece, eclipsando con su carisma a todos los demás personajes.

       “Velasco: Oiga, ¿su marido trabaja durante las horas del día?
       Corie: Sí.
       Velasco: ¿En una oficina?
       Corie: Sí.
       Velasco: Bien. Yo trabajo en casa durante el día y predigo interesantes complicaciones. ¿La estoy poniendo nerviosa?
       Corie: Mucho.
       Velasco: ¡Ajá! ¡Estupendo! Una vez al mes trato de poner nerviosas a las jovencitas, sólo para evitar que mi personalidad desaparezca.”

       Si hay algo que el espectador siempre recuerda después de haber visto esta película, por muchos años que transcurran, es el personaje de Víctor Velasco, por su particular carisma y por su inagotable amor por la vida. También la secuencia en la que Velasco lleva a los Bratters y a Ethel a cenar a un restaurante albanés —tan estrafalario como él mismo— se convierte en inolvidable para el espectador, con esos platos incomibles, esos licores mareantes y esos propietarios de edad avanzada que se comportan como jovencitos, bailando una sugerente danza albanesa, con claras reminiscencias de la danza del vientre. Dicha pieza albanesa es otro de los elementos cómicos del film que uno no puede olvidar: “Shama, shama…” se convierte como en una especie de palabra comodín que Corie y Velasco utilizan a modo de saludo, incluso Paul llega a repetirla como un mantra cuando, tras subirse al tejado borracho, comienza a sentir vértigo. La canción fue compuesta para la película por Neal Hefti, autor de la divertida banda sonora del film; una composición musical desenfadada, con cierto aire romántico y cómico a la vez, que aúna influencias del jazz y del pop en sus melodías. El trabajo de Hefti, en este film, encaja a la perfección con los diálogos de Simon, fundiéndose con ellos para recrear las emociones y el ritmo adecuados para cada secuencia.

       La fructífera colaboración entre Gene Saks y Neil Simon comenzó en Broadway, donde Saks llegó a dirigir ocho obras de Simon, con dos de las cuales ganaría el premio Tony a la mejor dirección. En el cine, dirigiría, además de “Descalzos por el parque”, otras cuatro películas escritas por Simon, siendo “La extraña pareja” (1968), la más famosa de todas ellas. Sin embargo, la relación entre ambos creadores fue siempre profesional y distante, y no sólo no llegaron a ser amigos, sino que, incluso, terminaron enfrentados cuando Simon, insatisfecho con la dirección de Saks en la versión teatral de “La chica del adiós”, se empeñó en que fuera sustituido por otro director.

       La breve filmografía de Saks consta de menos de una decena de películas, todas ellas comedias, género en el que desarrolló su gran talento para la dirección de actores y su armoniosa forma de narrar historias. Los actores y actrices que trabajaban con él solían desplegar bajo su batuta una gestualidad precisa y natural y una emotividad, a menudo, cargada de humor, que hacía que sus películas fueran siempre divertidas y entrañables. La pareja protagonista de la cinta, formada por Jane Fonda y Robert Redford, derrocha juventud y Belleza y ambos intérpretes emanan simpatía y hacen gala de una vis cómica muy divertida. Fonda, nominada al premio BAFTA por su interpretación de Corie Bratter, emana vitalidad y determinación al encarnar a esta enamoradísima recién casada llena de ilusiones. Inolvidable su sexi aparición en el pasillo del hotel Plaza, vestida únicamente con la chaqueta del pijama de su marido. Por su parte Redford demuestra su enorme talento interpretativo transmitiendo la contención emocional de este personaje que trata de llevar una vida ordenada, pese a su alocada esposa, y que en un momento dado de la película explota, haciendo que toda esa contención se desborde. La química entre ellos funcionaba a la perfección, proporcionando al film momentos de una graciosa sensualidad y de una, casi inocente, pasión juvenil. Sobre todo, antes y después de la luna de miel, cuando aún no han surgido dentro de la pareja roces de ningún tipo, aunque ya se adivine en el horizonte que las diferentes formas de ser de cada uno darán lugar, tarde o temprano, a algún que otro conflicto marital.

       “Corie: Paul, ¿te arrepientes de haberte casado?
       Paul: ¿A los cuarenta minutos? Dejemos pasar un par de horas.
       Corie: Paul, si esto no sale bien, no nos divorciemos, matémonos.”


       La pareja Fonda - Redford ya había coincidido antes en el reparto de la comedia 
romántica “Me casaré contigo” (1960) de Joshua Logan y en el drama de Arthur Penn “La jauría humana” (1966), donde interpretaban también a un matrimonio. Después de “Descalzos por el parque”, volverían a coincidir en 1979 en la aventura romántica “El jinete eléctrico” de Sidney Pollack y, más recientemente, en “Nosotros en la noche” (2017) de Ritesh Batra. Y en cada uno de estos trabajos, ambos intérpretes, han demostrado saber comunicarse en la ficción con una naturalidad y una autenticidad que traspasa la pantalla, logrando emocionar al espectador con su sinceridad.

       Gene Saks comenzó su carrera trabajando como actor de teatro y televisión, después se pasó a la dirección teatral y, finalmente, debutó como director con la película que nos ocupa, sin embargo, durante toda su vida continuó trabajando de forma esporádica como actor. Algunos de sus últimos trabajos como actor los realizó a las órdenes de su amigo Woody Allen, en “Desmontando a Harry” (1997) y en “Melinda y Melinda” (2004). Como director, además de interesarse por la comedia y el musical, Saks gustaba de abordar historias cuya temática profundizara en las relaciones humanas y en los lazos, a veces inesperados, que surgen entre personajes que no parecen tener nada en común, al menos en apariencia. No es de extrañar, por tanto, que muchas de sus películas pertenezcan al género de la comedia romántica ni que su última película, como director, fuera una historia de amor otoñal, “Cin Cin” (1992), protagonizada por Julie Andrews y Marcello Mastroianni.

       Respecto al gusto de Saks por abordar relaciones humanas insólitas o poco habituales, hay que señalar que la brillante subtrama de la relación entre Ethel, madre de Corie, y el señor Velasco es una buena muestra de ello y uno de los mayores aciertos del guión, ya que, estos dos personajes aportan, juntos y cada uno por su lado, una fuente inagotable de situaciones cómicas, al tiempo que contribuyen a poner a prueba la relación de los jóvenes enamorados, haciendo que afloren las diferencias existentes entre ellos.


       La llegada de Velasco introduce un elemento perturbador en la relación de “los enamorados Bratters” —como a Corie le gusta llamar a su matrimonio—. Velasco es un hombre de mundo, jovial y excéntrico, poseedor de una energía insólita para sus 58 años, y también es un incorregible donjuán. Paul observa con preocupación el efecto que Velasco causa en su joven esposa, que parece divertirse tanto con sus extravagancias que Paul llega a sentirse desplazado. Paul es un joven abogado que necesita abrirse paso en su profesión y para ello, necesita llevar una vida ordenada, pero Velasco les arrastra, a él y a su mujer, a una existencia caótica, donde lo único que importa es la diversión. A Corie, que es una chica romántica a la que le gusta vivir la vida intensamente, le apasiona la existencia bohemia de su nuevo vecino, tan diferente a la responsable y aburrida rutina de Paul. Y a éste le molesta y le preocupa que su mujer le compare con Velasco y le encuentre soso. Víctor Velasco hace que afloren y choquen los diferentes caracteres de los jóvenes esposos, que se cuestionan, por primera vez, la compatibilidad de sus opuestos temperamentos. Corie es impulsiva, decidida y algo alocada mientras que Paul es responsable, serio y muy convencional. Y ambos temen que todas esas diferencias puedan poner en peligro su matrimonio.

       “Corie: ¿Sabes qué eres, Paul? Eres un mirón. Sí, un mirón. En este mundo hay los que miran y los que actúan. Y los que miran se sientan a ver qué hacen los activos. Esta noche, tú has mirado y yo he actuado.
       Paul: Y fue más penoso mirar lo que tú hacías, que para ti hacer lo que yo miraba.”

       De la misma manera que Velasco siembra el caos en la relación de los jóvenes, la señora Banks es la que logra volver a equilibrarla, con su sensatez. Ambos personajes maduros, también de personalidades totalmente contrarias, son una muestra de que los opuestos se atraen y se estabilizan el uno al otro, enriqueciéndose mutuamente. Ethel Banks aprende de Velasco a ser más espontánea, más despreocupada y a sentirse más ilusionada por la vida. Y Velasco comprende, gracias a Ethel, que debe tomarse la vida con más calma y asumir que ya no es un jovencito. La madre convencional y el vecino chiflado se complementan, lo mismo que la alocada Corie y el responsable Paul.


       Cuando dos personas opuestas sienten una profunda atracción suele ser porque buscan a alguien que les ayude a conocer una forma de vida diferente. Las diferencias enriquecen, pero pueden pasar factura si la pareja carece de unos valores y unos intereses comunes que les hagan afrontar la vida de una forma parecida. La cuestión es saber combinarse y no cerrarse a nuevas experiencias. En el caso de la pareja protagonista, tanto Corie como Paul, hacen un gran esfuerzo por adaptarse a la manera de ser del otro para que su unión funcione. Paul comienza a hacer locuras cuando Corie le acusa de ser demasiado serio y estirado, y Corie se termina comportando con cordura cuando ve a Paul perder el control. La película refleja de una forma humorística cómo ambos jóvenes se están conociendo y adaptando el uno al otro, en esos primeros meses de convivencia, en los que las discusiones y los enfrentamientos son algo natural. La secuencia de la primera pelea de los enamorados resulta sumamente cómica por lo absurdo de la disputa. Corie está irritada y se empeña en discutir con Paul a toda costa, a pesar de que él trata de evitar la pelea.

       “Paul: Quiero saber por qué quieres divorciarte. ¿Por qué?
       Corie: Porque tú y yo no tenemos nada en común.
       Paul: ¿Nada en común?… ¿Y qué me dices de los seis días en el Plaza?
       Corie: Seis días no hacen una semana.
       Paul: ¿Qué significa eso?
       Corie: ¡No lo sé! No sé lo que significa. Lo único que sé es que quiero el divorcio.”

       Situación ésta que recuerda el entremés de los hermanos Álvarez Quintero “Ganas de reñir”, en el que una chica está esperando a su novio con el que planea discutir por cualquier motivo, simplemente, porque le apetece y, cuando él llega, no para de provocar la discusión hasta conseguirla. Claro ejemplo de cómo muchas de las peleas de enamorados están relacionadas con la lucha de poder. Corie —lo mismo que la novia del entremés mencionado— desea discutir con Paul para ejercitar su poder sobre él. Y, como es natural, Paul se resiste a ser dominado por su alocada esposa y lucha para establecer unos límites a los caprichos de ésta. Por su parte, Corie se niega a que la rutina laboral de su marido ponga freno a sus ansias juveniles de sacar el máximo partido a la vida. La película muestra con gran acierto el modo en que estos dos jóvenes enamorados se esfuerzan por encontrar un equilibrio entre sus propios deseos y los de su pareja, para tratar de alcanzar juntos una relación que satisfaga a ambos. Esfuerzo conmovedor y tierno, debido a la juventud y a la inocencia de la pareja protagonista, que cree, por encima de todo, en su mutuo amor.

       “Corie: Yo quiero a mi Paul de antes.
       Paul: ¿Aquel mequetrefe?
       Corie: No es un mequetrefe. Es fuerte y seguro de sí. Él sabe cuidarme y protegerme de individuos como tú. Sólo deseo hacerle saber lo mucho que le quiero. Y voy a hacer exactamente todo lo que él desee. Repararé el agujero del tragaluz y el gotear del lavabo, e instalaré una bañera, y hasta lo subiré por la escalera todas las noches, porque le quiero mucho.”

       “Paul: Yo también te quiero, Corie. Y hasta cuando me odiabas te quería.”


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