sábado, 30 de noviembre de 2019

CHAPLINMANÍA 3

“LA QUIMERA DEL ORO” (1925) de Charles Chaplin

       
       En su segunda película para la United Artists, Chaplin convierte a su vagabundo en uno de aquellos intrépidos buscadores de oro, que a finales del XIX, viajaban hasta Alaska con la esperanza de encontrar un filón que solucionara sus problemas económicos. Sabían que perseguían un sueño y que se enfrentaban a múltiples peligros, pero, aún así, se lanzaban a la aventura. Muchos abandonaban al llegar al paso de Chilkoot, otros, en cambio, seguían adelante, sin mirar atrás. Fueron pocos los que lo consiguieron y muchos los que perecieron en el intento, víctimas de las duras condiciones climatológicas y de la escasez de alimentos. A partir de este hecho histórico, Chaplin construye una brillante comedia acerca de la infatigable lucha del hombre por alcanzar sus sueños y concede a su vagabundo, la enorme satisfacción de verlos convertidos en realidad. Y para que la dicha sea completa, le otorga, además, la felicidad de conquistar a su amada.


       Charlot (Charles Chaplin) se adentra en los parajes helados de Alaska en busca de oro y queda atrapado, durante una ventisca, en el interior de una cabaña, en compañía del criminal Black Larsen (Tom Murray) y del enorme explorador Big Jim (Mack Swain), que acaba de encontrar oro en su explotación minera. La tormenta se prolonga durante días y las provisiones se agotan, así que uno de ellos debe enfrentarse a la borrasca en busca de comida. La suerte designa a Black Larsen para la misión y éste abandona la cabaña. Charlot y Big Jim esperan hambrientos el regreso de su compañero, matando el hambre con todo lo que tienen a su alcance; pero pasan los días y Larsen no llega. Big Jim comienza a tener alucinaciones, a causa de la inanición, hasta el punto de convertirse en una amenaza para Charlot, que se ve obligado a luchar por su vida. La providencial llegada de un oso a la cabaña pondrá punto final al conflicto entre Charlot y Big Jim, al servir de alimento a los dos hombres. Tras finalizar la tormenta, Charlot y Big Jim se separan para seguir cada uno su propio camino. Big Jim regresa a su mina y sorprende a Larsen apropiándose de su oro. Ambos luchan y Larsen golpea a Big Jim en la cabeza, dejándole inconsciente; pero al huir con el oro, por el borde de la montaña, la nieve se desprende y Larsen muere al ser arrastrado por un alud. Mientras tanto, Charlot llega a una ciudad, perdida en medio de la nada, donde se enamora de Georgia (Georgia Hale), una bailarina del salón de baile que suele coquetear con Jack, un mujeriego algo prepotente, que aprovecha cualquier ocasión para incordiar a nuestro vagabundo. Charlot, sin dinero, logra encontrar alojamiento en la ciudad ganándose la confianza de HanK Curtis (Henry Bergman), ingeniero de minas, que le acoge y le deja al cuidado de su cabaña mientras él emprende una larga expedición con su socio. En esa cabaña, Georgia descubre que Charlot está enamorado de ella y no duda en divertirse a su costa, con sus amigas, haciéndole creer que cenarán con él en Nochevieja. Charlot, ilusionado, trabaja duro para conseguir el dinero suficiente con el que preparar una buena cena y comprar algunos regalos para las chicas; pero la noche de año nuevo las chicas se olvidan de él y celebran la entrada del año en el salón de baile. Charlot se queda dormido mientras las espera, soñando con una feliz cena de Nochevieja, en compañía de Georgia. Pero, al despertar horas después, comprende que todo ha sido una broma y vaga por la ciudad, sintiéndose tremendamente solo. Mientras tanto, a Georgia y a sus amigos se les ocurre ir a casa del vagabundo para continuar la broma. Sin embargo, cuando la chica descubre la cena y los regalos que les había preparado, se conmueve y riñe con el bruto de Jack. Al día siguiente, Big Jim llega a la ciudad con la intención de registrar su mina, pero como ha perdido la memoria, no recuerda dónde se encuentra su explotación.


El destino le lleva a coincidir con Charlot en el salón de baile, justo cuando éste acaba de recibir una carta de disculpa de Georgia y la anda buscando por todo el salón, pero, antes de que pueda encontrarla, Big Jim le encuentra a él y le obliga a hacerle de guía hasta la cabaña. Antes de partir, Charlot logra deshacerse de Big Jim el tiempo suficiente para despedirse de Georgia. Días después, Charlot y Big Jim encuentran el refugio, pero se desata una tormenta, que los arrastra hasta el borde de un precipicio. A la mañana siguiente, Big Jim y Charlot consiguen salir de la cabaña antes de que ésta caiga al vacío. Entonces, Big Jim se da cuenta de que la tormenta les ha llevado hasta su montaña de oro. ¡Lo han conseguido! En el barco de regreso a casa, Charlot se reencuentra con Georgia, que, tomándole por un polizón, quiere pagar su pasaje para evitar que le arresten. Entonces, Charlot, conmovido por su muestra de afecto, la toma bajo su protección.

       Aunque Chaplin no tuviera un guión propiamente dicho al empezar a rodar esta película, la historia posee una estructura, claramente dividida en tres partes, bien diferenciadas, además de contar con el típico final feliz de la mayoría de sus comedias. Estos fragmentos se corresponden con las distintas localizaciones en las que se desarrolla la aventura del vagabundo protagonista. En la primera parte, vemos a Charlot, a su llegada a Alaska, haciendo frente a las fuerzas de la naturaleza, en unas condiciones extremas de frío, viento y nieve. Al mismo tiempo, debe lidiar con los más bajos instintos de la condición humana, por hallarse en compañía de dos hombretones, físicamente superiores a él, en un momento en que las provisiones escasean. Y aunque ya se sabe que, en la naturaleza, el pez grande siempre se come al pequeño; Charlot demuestra ser demasiado escurridizo y astuto como para dejarse comer.

Chaplin se refiere a Charlot, en esta película, bajo el apelativo del “hombrecillo” y, para resaltar su vulnerabilidad, le sitúa entre tres hombres de enormes proporciones a los que tiene que vencer, de alguna manera, si quiere lograr sus objetivos. El primero de ellos es Black Larsen, un criminal en busca y captura, que le niega la entrada a la cabaña cuando la ventisca le sorprende en plena montaña. Ante la fuerza bruta de Larsen y su arma de fuego, Charlot no puede hacer nada, hasta que aparece Big Jim, el segundo pez grande, dispuesto a refugiarse en la cabaña, midiendo sus fuerzas con Larsen si es preciso. Entonces, Charlot comprende que su única salida, para no morir de frío, es aliarse con este segundo pez grande, ganándose su protección. Gracias a la amistad de Big Jim, el vagabundo consigue permanecer en la cabaña, sorteando el primero de los peligros a los que tendrá que hacer frente en Alaska: la congelación. Pero cuando el hambre aprieta, no hay lugar para la amistad. Charlot se ha librado de la amenaza de Black Larsen, pero, ahora, debe lidiar con el hambre de Big Jim, tan despiadada como el egoísmo de Larsen, pues la falta de alimento ha sembrado la idea del canibalismo en el trastornado cerebro del hombretón.

El destino, en forma de oso, salvará a Charlot de este segundo peligro, sirviendo de alimento a los dos hombres. Una vez saciada el hambre de su compañero, Charlot se reconcilia con él, porque comprende que, aunque ha tenido un momento de confusión y debilidad, en el fondo, posee un corazón noble. La generosidad y la humanidad que demuestra Charlot al perdonar a Big Jim serán premiadas, más adelante, cuando el destino le convierta en el instrumento indispensable para que éste pueda localizar su oro y decida compartirlo con él. En situaciones extremas, los instintos primarios toman el control y es cuando sale a la luz lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros, mostrando nuestra verdadera personalidad. Chaplin, a través de estos tres solitarios exploradores, nos enseña tres formas diferentes de reaccionar ante la adversidad. Mientras el malvado Larsen sólo se preocupa por sí mismo, tratando a los demás con violencia, y Big Jim se derrumba, dejándose dominar por el hambre, sólo Charlot se mantiene sereno, tratando de hacer lo correcto, al negociar con sus dos compañeros una salida satisfactoria para los tres. Por ello, Larsen muere en la montaña, es decir, es castigado por su egoísmo. Y Big Jim, aunque salva su vida, también recibe, por su debilidad, el castigo de la amnesia ―aunque más tarde se redima, al compartir su montaña de oro con Charlot―. Por su parte, el pequeño vagabundo no sólo se salva, sino que, además, es premiado con el oro y con la chica. La curiosa relación de Charlot con Big Jim atraviesa, a lo largo de la película, numerosos altibajos, según las circunstancias, sin embargo, las penalidades compartidas por ambos hombres terminarán uniéndoles en una verdadera amistad.

       Tras salvar su vida del hambre y la ventisca, Charlot llega a una ciudad, segunda parte de la película, en la que nuestro protagonista olvida su sueño de encontrar oro, para sumergirse de lleno en otro sueño de mayor trascendencia para él, el amor de Georgia; por el que tendrá que medirse con el tercer oponente corpulento del film, el mujeriego Jack. En este fragmento de la película, Chaplin nos muestra lo duro que es para un enamorado sentirse menospreciado por el objeto de su amor, sobre todo, ante un rival arrogante, que no merece sus atenciones.

Charlot sabe que no es tan atractivo para las chicas como Jack, sino que, por el contrario, es el hazmerreír de todas ellas. Quizás por eso, ante Georgia, se comporta de una forma extrañamente apocada y humilde, muy diferente al habitual desenfado con las mujeres al que nos tenía acostumbrado el personaje del vagabundo en comedias anteriores. En “La quimera del oro”, Charlot se nos presenta como un vagabundo solitario, al que la desilusión por no haber hallado oro, junto al desengaño amoroso, vuelve melancólico y triste. Mediante el uso de contrastes, Chaplin logra acentuar la soledad y la pesadumbre de su vagabundo situándolas en Nochevieja, época de celebración por excelencia, de cuya alegría general, nuestro protagonista, se ve incapaz de participar. Además, esa enorme decepción del personaje, en la noche de año nuevo, resulta aún más conmovedora por contrastar, en primer lugar, con la desbordante explosión de felicidad que tuvo al recibir la propuesta de Georgia para cenar juntos ―felicidad que casi acaba con la cabaña de Hank― y en segundo lugar, porque, a través de su sueño, acabamos de presenciar todo lo que Charlot esperaba de esa cita. Una vez más, el uso de lo onírico, en Chaplin, nos permite asomarnos al alma de su vagabundo.

       La tercera parte de la historia devuelve a Charlot a su objetivo inicial ―encontrar oro―, arrastrado por su compañero de fatigas Big Jim, junto al que vencerá nuevos peligros y conseguirá el ansiado metal.

       “Y entonces el destino, siempre el destino, les jugó una mala pasada y los elementos volvieron a reír, a rugir y a tronar; pero mientras tanto nuestros héroes estaban profundamente dormidos.”

       Chaplin parece tener una fe ciega en el destino del hombre, entendido como una fuerza misteriosa que maneja nuestras vidas a su antojo, sin que seamos conscientes de ello, conduciéndonos al lugar exacto en que nos corresponde estar. Por eso, nunca hay que lamentarse de nada. Es verdad que la tormenta casi les mata, al arrastrar la cabaña hasta el borde de un precipicio, pero, al mismo tiempo, les lleva hasta donde se encuentra el oro. Y, mientras el destino actúa, Charlot y Big Jim duermen, ajenos a esa fuerza que los empuja hacia su destino. Pero eso sí, antes de conseguir el oro, tendrán que demostrar su valía, luchando para salvarse, cuando la cabaña se incline, peligrosamente, hacia el vacío. En ese momento, Big Jim grita al vagabundo unas palabras de aliento, que parecen resumir la filosofía de Chaplin ante la adversidad: “Tranquilo, no hay nada de qué preocuparse. ¡Vamos, ten un poco de carácter! ¿Dónde está tu fuerza de voluntad?”

       Por último, también, el final feliz llegará hasta el vagabundo de manos del destino, para hacerle coincidir con Georgia en el barco de regreso a casa. Podría parecer que el final de “La quimera del oro” es poco verosímil o demasiado optimista, sin embargo, no hay que olvidar que el mismo Chaplin pasó de la miseria de sus primeros años de vida, a ser un exitoso millonario y, por eso, sabía que todo era posible.

       “La quimera del oro” puede que sea la película de Chaplin que contiene los gags más soberbios e inolvidables de este genial cineasta, quien, a partir de situaciones terribles, como el hambre o el canibalismo, logró transmitirnos, con humor, su fe en la naturaleza humana, capaz de sobreponerse a todo, incluso a sus propias debilidades, para sacar lo mejor de sí misma.


       Uno de estos magníficos gags es aquél en que Charlot guisa una de sus botas para comérsela junto a Big Jim. Este gag constituye la burla de Chaplin al hambre que pasó en su infancia, reírse del dolor era un desafío para este genio del cine, quien opinaba que “Para reírte de verdad, tienes que ser capaz de agarrar el dolor y jugar con él”. Siguiendo los pasos de Chaplin, Roberto Benigni haría lo propio, en su película “La vida es bella” (1997), burlándose del horror cometido por los nazis, al usar la grasa de los cuerpos de los judíos asesinados para fabricar jabón. Chaplin se come las botas ―hechas de regaliz para la película― con tanta naturalidad y apetito, que da la impresión de estar comiéndose un auténtico manjar, lo que anima a su compañero Big Jim a empezar a comer, aunque sin llegar a compartir su entusiasmo por semejante bazofia.

       Otro de los gags más recordados de esta película, que han pasado a la historia del cine, es aquél en el que Big Jim está tan hambriento que comienza a alucinar, viendo al vagabundo convertido en un pollo gigante, al que se propone cazar para comérselo.


Chaplin se puso él mismo el disfraz de pollo, para que la escena resultase lo más creíble posible, lo cual fue todo un acierto, pues no hubiera encontrado a nadie capaz de mover las patas del pollo, tal y como Charlot movía sus piernas. Este gag del hombre hambriento, que ve a otro hombre convertido en comida, ha sido imitado, hasta la saciedad, en todo tipo de formatos de ficción, sobre todo, en el cine de animación, heredero por antonomasia del clásico humor físico de los inicios del cine.


       El gag de los panecillos, quizás el más famoso de todos los que aparecen en esta película, es una recreación de Chaplin de un gag apenas esbozado, por Fatty Arbuckle, en el cortometraje “The Rough House” (1917). Chaplin demuestra con este baile de los panecillos que, cuando de niño recorría las calles de Londres buscando comida y ya se consideraba el actor más grande del mundo, no se equivocaba. Pues, con su sola interpretación, Chaplin convierte el insípido gag de Arbuckle en una escena cómica absolutamente magistral, que nunca nos cansamos de ver, por su encanto, su gracia y su tierna sencillez.

       El último de estos magníficos gags es el de la casa cuya mitad queda suspendida al borde de un precipicio, haciendo que sus ocupantes resbalen, peligrosamente, por un plano inclinado, hacia una muerte segura. Idea que se ha repetido, se repite y se seguirá repitiendo, en películas de acción y en comedias, hasta el final de los tiempos, por su tremendo suspense y dinamismo. Incluso ha sido utilizado, recientemente, en el programa de televisión “Me resbala”, presentado por Arturo Valls, en su llamado “teatro de pendiente”.


       Chaplin utilizó, en el reestreno de “La quimera del oro” en 1942, el interludio orquestal “El vuelo del moscardón” de Rimsky - Korsakov para proporcionar una mayor gracia y vivacidad a esta escena de acción, del vagabundo y Big Jim trepando, con desesperación, por el suelo inclinado de la cabaña. En esta versión del film, sonorizada con efectos de sonido y banda sonora del propio Chaplin, se prescindió de los clásicos intertítulos del cine mudo, para sustituirlos por una narración grabada por el mismo Chaplin. Asimismo, se modificaron algunas secuencias, como aquella en la que Georgia entrega una carta a Jack diciéndole que le quiere y éste se la envía a Charlot para burlarse de él, haciéndole creer que Georgia lo ama. Chaplin simplificó, en 1942, esta secuencia haciendo que la carta fuera escrita por Georgia directamente para Charlot, disculpándose por haberle dejado plantado. El director también optó por cambiar la secuencia del beso final de la película de 1925, ―no sabemos por qué― por un final menos romántico y también más precipitado; incluso, algo más frío.


       La anticipación, herramienta básica de toda comedia basada en el gag ―modalidad en la que se incluyen todas las comedias de tipo físico (slapstick)―, es usada por Chaplin en el film como herramienta humorística, pero de una forma menos inmediata que en el gag. Si en el gag se produce una acción que inmediatamente tiene su reacción; es decir, se siembra y se cosecha, en este otro tipo de anticipación, la reacción, que sigue a una determinada acción, no ocurre hasta varias secuencias después; o sea, se siembra, se espera y se cosecha. Por ejemplo, la mula, que Hank encarga a Charlot que alimente en su ausencia, no aparece hasta la secuencia de Nochevieja, cuando Charlot cree que sus invitadas están llamando a la puerta y, al abrir con toda ilusión, descubre que es la mula, la que quiere colarse en la cabaña.       

       Chaplin, a veces, juega a cumplir la expectativa que la anticipación abre en el espectador, produciendo en él cierta satisfacción. Como cuando Big Jim se lanza sobre el hueso de carne que le ofrece Charlot, con tanta voracidad, que está a punto de arrancarle el dedo de un mordisco. Esta voracidad nos anuncia lo que pasará secuencias después, cuando Big Jim trate de comerse a Charlot. Pero también sabe jugar a no cumplir la expectativa abierta por la anticipación, lo cual provoca sorpresa en el espectador, que es algo que también produce satisfacción. Así, al principio de la película, el oso que sigue a Charlot por la montaña, abre la expectativa en el espectador de que el vagabundo se va a llevar un buen susto, sin embargo, el oso desaparece por otro camino, sin que Charlot llegue a advertir su presencia. Varias secuencias después, el oso reaparece, entrando en la cabaña y espantando a Big Jim, cuando estaba a punto de matar a Charlot y entonces, sí que éste, al verlo, se lleva un buen susto.

       La anticipación también sirve a Chaplin para hacer partícipe al espectador de la línea argumental de la historia. La foto de Georgia, que Charlot encuentra en el suelo del salón de baile, nos anticipa el momento en que Georgia encontrará esa foto bajo la almohada de Charlot, descubriendo que el vagabundo está enamorado de ella. La foto de Georgia es usada como objeto dramático a lo largo de todo el film. Por ejemplo, también la descubrimos, enmarcada, en el camarote de Charlot cuando éste, ya millonario, regresa a su hogar; indicándonos, así, que sigue amándola.

       El tragicómico cine de Chaplin encuentra en “La quimera del oro” su máxima expresión, haciéndonos reír con personajes que están en peligro de muerte constante, inmersos en una inconmensurable soledad helada, lejos de su hogar y de su familia, personajes que lo arriesgan todo por un sueño, que no tienen nada que perder, porque lo han invertido todo en esa loca aventura. “En busca de un sueño, se salta al vacío” dice la canción y en el film de Chaplin, así es. Charlot, lo mismo que el resto de exploradores, salta al vacío, exponiéndose a múltiples peligros, en pos de un intento por conquistar el ansiado cuerno de la abundancia. Y Chaplin aprovecha la tragedia, los sueños y el dolor de estos hombres para hacernos reír a carcajadas. Porque, como gran conocedor de la naturaleza humana, sabía que para hacer reír bastaba con encontrar un dolor, común a todos los mortales, y luego, burlarse de él.

       “La comedia es verdad y es dolor” afirma John Vorhaus, en su libro “Cómo orquestar una comedia”, donde mantiene que cada experiencia humana puede llegar a ser graciosa, si somos capaces de comprender la verdad y el dolor que encierran. Y eso era algo que Chaplin comprendía a la perfección. Chaplin se reía de sí mismo, porque sabía que la risa es dolor y que nos reímos de todo aquello que nos duele de verdad. Y puesto que Chaplin era capaz de sentir el dolor de toda la humanidad, las frustraciones de Charlot son las frustraciones de todos nosotros. Todos nos identificamos con el solitario explorador de “La quimera del oro”, porque todos perseguimos sueños, algunos más elevados, otros más asequibles, pero todos soñamos. La vida es sueño, decía Calderón de la Barca y Chaplin sabía que la vida, como cualquier sueño, cualquier frenesí, cualquier ilusión, sombra o ficción, provoca dolor y, por tanto, también es capaz de hacernos reír. Y a través de la risa, sanamos las heridas que ese dolor, que es la vida, abre en nosotros.

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