viernes, 28 de noviembre de 2025


LANGMANÍA 2

SECRETO TRAS LA PUERTA (1947) de FRITZ LANG
    
       Pese a un conflicto psicológico endeble, que hace tambalearse el desarrollo del guión, Secreto tras la puerta quizás sea una de las películas más fascinantes de Fritz Lang, tan solo por su inolvidable y sugestivo planteamiento, en el cual el director nos ofrece una visión algo retorcida del proceso de enamoramiento.


    
       La joven Celia Barrett (Joan Bennett), rica heredera, viaja a Méjico con su amiga Edith Potter y el marido de ésta para recuperarse de la muerte de su hermano Rick (Paul Cavanahg). El abogado de la familia, Bob Dwight (James Seay), espera casarse con ella a su regreso. Pero, durante sus vacaciones, Celia se enamora del misterioso Mark Lamphere (Michael Redgrave) y, pese al temor de unirse a un desconocido, se casa con él. En la luna de miel, Celia comienza a descubrir el lado oscuro de Mark cuando al gastarle una broma inocente, éste, frío y distante, improvisa una excusa laboral y la deja sola en Méjico. Su cuñada, Caroline (Anne Levere), la recibe en la mansión familiar de los Lamphere, donde Celia descubre que Mark ya estuvo casado y tiene un hijo adolescente, David (Mark Dennis). Éste fue rescatado de un incendio por la enigmática secretaria de Mark, Miss Robey (Barbara O’Neil), cuyo rostro quedó desfigurado. A su regreso a casa, Mark continúa experimentando extraños cambios de humor, tras los cuales se muestra hostil con Celia. En cambio, David, tan hipersensible y áspero como su padre, parece dispuesto a aceptarla como madrastra. Y aunque Mark justifica su malhumor atribuyéndolo a sus numerosas preocupaciones económicas, rechaza la ayuda financiera que Celia le ofrece. Días después, los recién casados dan una fiesta, en la cual, Mark muestra a los invitados su peculiar colección de habitaciones, estancias en las que se cometieron diferentes crímenes. Celia se asusta al observar la satisfacción con la que Mark habla de esos asesinatos. Y se asusta aún más cuando Mark se niega a enseñar la habitación número siete, prohibiéndole entrar en ella. Pero será el inquietante descubrimiento de que David cree que Mark mató a su madre, lo que empuje a Celia a averiguar qué hay en esa habitación. Tratando de hacerse con la llave, entra en el despacho de Mark y sorprende a Miss Robey con la cara al descubierto y sin cicatriz. Celia promete guardar su secreto para que no la despidan y logra hacer un molde de la llave para duplicarla. Finalmente, Celia entra en la habitación número siete y descubre que es una reproducción de su dormitorio. Por lo que, convencida de que Mark quiere matarla, huye con la ayuda de Miss Robey y de Bob. Al día siguiente, Mark despide a Miss Robey por su deslealtad y Celia, ignorando el peligro, regresa a casa dispuesta a salvar su matrimonio. Con la intención de que Mark se enfrente a sus problemas emocionales, le espera en la habitación número siete y cuando éste acude allí para matarla, ella logra sanar el trauma infantil que impulsaba a Mark a destruirla. Sin embargo, aún no están a salvo, alguien los ha encerrado en la habitación y ha incendiado la casa.


       En Secreto tras la puerta Fritz Lang pone en escena la hazaña de la protagonista al atravesar la puerta que la separa de lo más recóndito de la mente de su marido, un lugar al que él mismo le ha prohibido acceder y donde quizás le espere su propia muerte. Según el psicoanálisis, la puerta simboliza el paso de lo consciente a lo inconsciente, asociado con la transformación, la protección y el deseo. El secreto que, en la película, se esconde tras la puerta es el inconsciente de Mark, en el que se oculta el trauma infantil, provocado por el rechazado de su madre, que le impulsa a eliminar a su mujer antes de sufrir otro rechazo. Celia atraviesa esa puerta para sanar a Mark y dar una oportunidad a su matrimonio. Pero hay algo temerario y autodestructivo en la decisión de Celia de ayudar a su marido, sabiendo que éste necesita matarla, precisamente, por lo mucho que la ama. El amor que Mark siente por Celia es de la misma intensidad que el que sentía por su madre y amar de ese modo encierra para Mark una tortura de la que debe librarse.

       «Joven intelectual: Si hubiese podido decirle a un psicoanalista lo que le había ocurrido aquí, no hubiera necesitado matar a nadie.
       Mark: Salvo que su amor hacia la víctima lo hiciera necesario.»

       Celia intuye el peligro en Méjico incluso antes de conocer a Mark y cuando le ve por primera vez le parece estar viendo la propia muerte.

       «Edith: Cuando por fin saliste del trance parecía como si hubieras visto la muerte en persona.
       Celia: Así fue como él se me apareció.»

       Mark, en cambio, al ver a Celia siente que su belleza es la calma que anuncia la tormenta que conmocionará su equilibrio emocional.


       «Mark: Usted lleva eso en la cara, la calma antes de la tempestad. Y cuando sonríe es como el primer soplo de viento que dobla el trigo. Pero yo sé que hay algo más tras esa sonrisa.
       Celia (off): Oía su voz y luego dejé de oírla, porque resonaba más el latir de mi sangre. Esto era lo que yo había buscado durante aquellos años desperdiciados en Nueva York.»

       Ella presiente el peligro, pero lo ignora; él sabe que el amor lo desquicia, pero asume el riesgo. Ambos comparten una atracción irresistible y un amor que les une por encima del temor a la muerte o a la locura, y eso constituye el núcleo emocional de toda la historia.

       «Celia (off): Había una corriente fluyendo entre nosotros, cálida y dulce, y, al propio tiempo, que daba miedo.»


       De todos los comienzos de un enamoramiento que se han narrado en la historia del cine, puede que el de Secreto tras la puerta sea el más misterioso y fascinante de todos. El modo en que Mark y Celia se descubren y se desean entre la gente, mientras presencian una pelea callejera de dos hombres por una mujer, es tan hipnótico para el espectador como el trance en el que se sumergen los dos protagonistas al verse por primera vez. Pero incluso antes de verse, el deseo sexual, el peligro y la muerte flotan en esa calle de Méjico, debido a la pelea, y Celia queda fascinada por esa atmósfera cargada de pasión. De pronto, el cuchillo lanzado por uno de los hombres se clava en el mostrador junto a su mano y es entonces cuando Celia siente que alguien la observa y se estremece.

       «Celia (off): De pronto tuve la sensación de que alguien me estaba observando. Sentía en la nuca como una corriente de aire frío, sentía unos ojos que me tocaban como si fueran dedos.»

       El cuchillo anticipa la aparición de Mark en su vida, el hombre que la amará y deseará matarla. Lang utiliza la simbología psicoanalítica del cuchillo —como metáfora de peligro, pulsión, acto y herida psíquica— para expresar tanto el deseo sexual que sienten los dos al verse como el peligro que supone para Celia el trauma de Mark. La cercanía de la muerte despierta el deseo sexual en Celia como una forma de aferrarse a la vida, de vivirla con mayor intensidad.

       «Mark: Usted vivía la pelea, se había metido de lleno en ella. Amor, odio, pasión. Está hambrienta de sentimientos, de sentimientos verdaderos. Yo pensé en una Bella Durmiente de nuestro siglo. Una muchacha americana muy rica, que ha vivido su vida como envuelta en algodones, pero que quiere despertar. Y tal vez pueda.»


       Pero si Celia es una Bella Durmiente moderna, Mark es un Barba Azul actual, que 
presume de coleccionar habitaciones sangrientas y que oculta en una de ellas su tendencia homicida hacia la mujer que lo domina con su amor. En el cuento de Perrault, la esposa de Barba Azul es rescatada por sus hermanos antes de que su esposo la asesine; por desgracia para Celia, su único hermano muere justo al comienzo de la película y no hay nadie que pueda salvarla, salvo ella misma.

       «Celia (off): A casa… ¿Cuál es mi casa? La de Mark no, ya no. Ha sido un juego y he perdido. Se acabó. Me volveré a Nueva York. Pero ¿volver a qué? ¿A la misma vida vacía que llevaba antes de conocer a Mark? Si Rick estuviese vivo, podría irme a casa con él. ¿Qué me diría? No hay más que una pregunta. Me diría: ¿Le quieres o no le quieres? Olvídate de tu orgullo y de que pueda herir tus sentimientos.»

       Al imaginar el consejo que le daría su difunto hermano, Celia encuentra la respuesta a lo que ella misma desea hacer, estar con Mark.

       «Celia: Sabía que anoche deseabas matarme, Mark. Y sé por qué has vuelto ahora. Anoche deseabas matarme, pero ahora prefiero morir antes que tener que vivir sin ti. Eso sería una muerte lenta. Durante toda mi vida.»


       Se trata sin duda de un apego negativo hacia su marido y de una falta de valoración de su propia existencia, fruto de la influencia de la sociedad patriarcal de aquella época, en la que la vida de una mujer carecía de sentido sin un hombre al lado; por eso al morir su hermano, Celia siente que debe casarse cuanto antes. Reducir el valor intrínseco de una mujer a su relación con los hombres es uno más de los muchos males sociales retratados por Lang en su cinematografía. Este concepto tóxico de esposa abnegada resultaba muy romántico en aquellos años, hoy en día, se percibe como algo enfermizo, una señal de que la salud emocional de Celia no está muy equilibrada. En contraposición, Lang nos presenta la actitud absolutamente superficial que mantiene Edith Potter, amiga de la protagonista, con respecto a su marido, al que trata como un mero complemento mientras ella se dedica a vivir su vida.

       «Edith: ¡Ah! ¡Arthur…!
       Celia: ¿Qué ocurre, Edith?
       Edith: Cuando empezó la lluvia, Arthur estaba… ¡Cielos!
       Celia: ¿Qué pasa?
       Edith: Ya conoces a Arthur, una copa de más y el cataclismo. Estaba durmiendo en una de las hamacas que hay entre los arbustos, cerca del río. No me acordaba. Ya debe estar ahogado.»

       El guión, basado en la novela Pieza de museo número trece del escritor de novelas de misterio Rufus King, fue elaborado por Silvia Richards, por entonces pareja sentimental de Fritz Lang. La escritora compuso una narración en la que abría demasiadas puertas —se ve que andaba buscando el secreto al que hacía alusión el título— que luego se olvidó de cerrar o no lo consideró necesario. Despertar la curiosidad del público creando expectativas que no se van a satisfacer es un error de guión de esos que suelen pagarse en taquilla. La más llamativa de todas esas expectativas, relacionadas todas ellas con las controvertidas relaciones de los Lamphere, tiene lugar cuando David declara que Mark mató a su madre (Eleanor) sin que llegue a saberse si la mató literalmente o en sentido figurado. El espectador se pregunta, lo mismo que Celia, «¿Cómo murió Eleanor?» Pero nunca obtiene una respuesta clara.

       «Celia (off): Ella amaba a Mark, pero él a ella no. Se puede matar a una persona negándole deliberadamente el amor, arrebatándole así el deseo de vivir.»

       Pero puesto que Celia ocupa la misma habitación que ocupaba Eleanor y esa habitación es la que Mark ha reproducido en su colección de habitaciones de crímenes, según la teoría de Mark de que «en ciertas ocasiones una habitación influye o incluso determina las acciones de las personas que viven en ella», es normal que el espectador termine pensando que en ese dormitorio Mark asesinó a Eleanor y del mismo modo, influenciado por la habitación, podría asesinar allí a Celia.

       «Mark: Hay habitaciones que incitan a la violencia, incluso al crimen.
       Celia: Mark, vida mía, estás un poco loco.
       Mark: Sí, puede que sí.»


       Tampoco se llega a saber nada de la enigmática Miss Robey, quien, aunque parezca enamorada de Mark, en realidad, se muestra más preocupada por conservar su empleo. Hasta el punto de que uno se pregunta si ese incendio del que rescató a David en el pasado no sería también provocado por ella, como el incendio del final.

       «Miss Robey: Cuando salvé la vida a David, salvé la mía en cierto modo. Iban a despedirme. ¿Le resulta una palabra absurda, Sra. Lamphere? Pues es muy corriente para quien trabaja.
       Celia: ¿Mark había pensado…?
       Miss Robey: No, él no. Caroline y Eleanor no me querían en la casa. Luego, todos me estaban muy agradecidos. Y esta gratitud ha sido como mi seguridad social.
       Celia (Señalándose el rostro): Pero…
       Miss Robey: La cirugía plástica durante mis vacaciones. Quise decírselo a todos, pero cuando supe que él se había…
       Celia: ¿Se había casado conmigo? ¿Fue por eso, Miss Robey? ¿Esperaba que se casara con usted?»

       Respecto al último incendio, tampoco queda claro el motivo de Miss Robey, ¿vengarse de Celia porque cree que ha contado que no está desfigurada? ¿Librarse de ella para tener a Mark para ella sola? ¿O acaso Miss Robey es una pirómana?

       Otra incógnita que queda sin resolver, respecto a David, es el motivo que se esconde tras la dura discusión entre éste y su padre. ¿Qué buscaba David en la habitación de Mark? ¿Y qué teme tanto Mark que David pueda encontrar en su habitación como para ponerse hecho una fiera al sorprender allí a su hijo?


       «Mark: ¿Estás sordo? ¡Vamos, contéstame! ¡No seguiré aguantando tus impertinencias! ¿Qué creías que ibas a encontrar en mi habitación? ¡Deja el libro cuando hablo contigo! ¡No pongas esa cara y contéstame!
       David: ¿Qué temes que pudiera encontrar?
       Mark: ¡Miserable y repugnante mocoso! (Levanta la mano y le da una bofetada)»

       Puede que David se adentre en la habitación de Mark buscando respuestas a la muerte de su madre. También el hijo quiere penetrar en la psique de su padre, en sus secretos, y también desata su cólera. En cualquier caso, esta escena constituye una anticipación del momento en que Celia entrará en la habitación número siete.

       Tampoco se entiende la razón por la que Mark hace creer a Celia que su revista de arquitectura es una ruina económica. ¿Quizás para tener el control sobre el dinero de su mujer, aunque aparente no quererlo? Lo más probable es que se trate simplemente de un truco de la guionista para aumentar los motivos que tiene Celia para desconfiar de Mark y sospechar que desea su muerte.

       «Bob: Le has concedido poderes hace una semana, ¿te das cuenta de que esos poderes ponen tu fortuna a su disposición? Puede hacer con ella lo que él quiera.
       Celia: Necesitaba dinero para su revista.
       Bob: La revista deja buenos dividendos.
       Celia: Bob, estás celoso.
       Bob: Si lo crees así…
       Celia: Perdona… Conozco a Mark, no podría hacer nada incorrecto. (Se oyen unas risas en el pasillo, una pareja cruza por delante de la puerta sin verlos)
       Mujer: Dice que las mujeres son tacañas…
       Hombre: Mark es un tipo ce suerte. Se acaba el dinero de la primera mujer y ella muere. La segunda tiene mucho dinero… Buen trabajo si se hace con él.»

       En definitiva, todos los personajes secundarios, extraños y algo amargados, parecen tener como única finalidad hacer creer a Celia —y al espectador— que se ha casado con un asesino que planea matarla. Es más, que desde que se conocieron es lo que siempre ha querido; como Don Ignacio, el asesino de la habitación número tres, al que Mark admira tanto.

       «Mark: Para don Ignacio tanto el asesinato como el amor pertenecían a las Bellas Artes y en ambos era un maestro, un perfeccionista. Constanza, María, Isabel, todas fueron mujeres de gran belleza. Antes de enfrentarse al pelotón de ejecución, don Ignacio juró que nunca pensó en asesinar, solamente buscaba un último y perdurable amor, pero que algo, como un infernal efluvio de esta habitación, le llevaba inevitablemente al asesinato.»


       No obstante, lo interesante de todos estos personajes es que todos tienen una 
historia personal conflictiva que los atormenta. En el caso de David, la misteriosa muerte de su madre; en el de Miss Robey, la desfiguración de su rostro y en el de Caroline, haberse quedado soltera para cuidar de su hermano y de su sobrino. Y todos ellos, además, mantienen entre sí relaciones igualmente problemáticas. Caroline y Miss Robey no se soportan y ambas mujeres compiten por la educación y el cariño de David. Éste culpa a su padre de la infelicidad de su madre y parece más encariñado con Miss Robey que con su tía. Son personajes bien diseñados que despiertan la curiosidad y el interés del público, porque todos dan la impresión de ocultar una historia emocionante, pero no llega a conocerse la de ninguno de ellos. Todo queda en un mero bosquejo sin desarrollar.

       La película está narrada desde el punto de vista de Celia, narradora y protagonista del film, su voz en off nos introduce en la historia mezclando sus pensamientos y sentimientos con la acción que tiene lugar. Es una voz llena de ensoñación, de misterio y poesía, que nos habla del carácter supersticioso, intuitivo y romántico de Celia, sugestionada por pensamientos de peligro y muerte. Sin embargo, hay un momento en el film, en el que el punto de vista cambia de Celia a Mark y empezamos a escuchar la voz en off de Mark. Una voz oscura, casi lunática, que nos da a entender que Mark está algo perturbado y que sus pensamientos son como un reflejo de sus tendencias asesinas, que él trata de reprimir sin éxito.


       «Mark (off): Dentro de tres horas, cien millas nos separarán. Dentro de tres semanas, diez mil. He de irme lejos de ella. Lo más lejos posible. (El tren llega a la estación)
       Revisor: ¿Va a Nueva York?
       Mark (negando): Se me ha olvidado algo en casa.»

       Y ya no volvemos a oír la voz en off de Celia, como si Celia hubiera dejado de atormentarse con sus pensamientos y hubiera tomado la determinación de hacer frente a los problemas psicológicos de su marido, sin ningún tipo de temor. El espanto que experimentó la noche que huyó de la casa, ha dejado paso a una calma lúcida, Celia ha madurado, ha dejado de ser una joven romántica para ser una mujer segura de sí misma y de su amor por Mark, dispuesta a asumir los sinsabores de su relación. Si Mark ha llevado las riendas de la relación hasta ese momento, a partir de ahí, es Celia la que se hace con el control y Mark sólo puede dejarse conducir, por ella y por su amor, hacia la sanación, como un niño se deja cuidar por su madre. Visión, como vemos, muy injusta para la mujer de lo que debe ser su rol dentro del matrimonio. Mientras que la mujer debe cuidar de su marido, aun a riesgo de su propia vida, comprenderlo, perdonarlo, soportar sus gritos y sus imposiciones, el marido hace lo que quiere sin ningún tipo de consideración hacia la esposa.

       «Mark: Yo tengo que vivir mi vida. Desde que era un niño me he visto manejado por mujeres que querían vivirla por mí. Caroline, Eleanor y ahora tú también. No, gracias.
       Celia: Seguro que en esa habitación no hay nada para provocar que discutamos.
       Mark: Es que yo no quiero discutir. La habitación está cerrada y cerrada seguirá.»

       El uso de la voz en off de Celia nos narra la intriga aportando una gran profundidad narrativa, es una voz en off que nos desvela la ambivalencia de los sentimientos de Celia, perdidamente enamorada de Mark y atemorizada por él a un tiempo. Se ha hablado de que se abusa en el film del recurso de la voz en off, pero, en mi opinión, aporta a la acción la parte más íntima de Celia, lo que nadie escucha, lo que nadie sabe, lo que ella no dice, lo que su máscara social esconde y de ese modo Lang aumenta el suspense. Ella se casa sin que nadie llegue a enterarse de su deseo de huir de la iglesia, de su presentimiento de un peligro que se cierne sobre ella. Nadie, excepto el espectador.


       «Celia (off): De pronto, sentí miedo. Me casaba con un extraño, con un hombre al que no conocía en absoluto. Podía irme, podía huir, aún estaba a tiempo. Pero ¿qué diría la gente? No puedo irme, no se puede hacer eso. Pero tengo miedo.»

       Con un interesante juego de luces, sello inconfundible de Lang, se nos presenta a Celia el día de su boda, perfectamente iluminada, radiante y llena de luz mientras que Mark aparece entre sombras, como una amenaza que se cierne sobre ella. Así, el director nos expone de forma visual el tipo de matrimonio que va a celebrarse, una unión entre la luz y la oscuridad. El audio de los temores de Celia, narrados en off, hacen el resto.

       Secreto tras la puerta es un Thriller romántico - psicológico, que mezcla el misterio, el suspense y el terror de forma muy interesante y sugestiva, pero que naufraga a causa de una solución argumental poco creíble, casi ridícula en su simplicidad. Pese a que el desarrollo de la acción no decae en ningún momento del metraje, el descubrimiento del trauma infantil de Mark que le impulsa al asesinato de su esposa, resulta decepcionante. El mismo Mark que parecía tan interesante al principio de la película, con esa inteligencia y esa sensibilidad para captar la forma de ser de la gente, termina siendo un fiasco, al desvelarse como un adulto con un complejo de Edipo no resuelto en la infancia  probablemente debido a la separación de sus padre —, que es incapaz de soportar ningún tipo de rechazo. A los diez años, Mark era un niño susceptible que sentía una exacerbada dependencia emocional de su madre, por lo que al sentirse vetado por ella, cuando su hermana Caroline lo encerró en su cuarto, sufrió un trauma, insoportable para él, que le convirtió en un adulto con dificultad para relacionarse de forma amorosa. Sin embargo, resulta exagerado que la consecuencia de ese trauma le haya afectado tanto como para llegar al asesinato de su esposa. Tanto es así que, cuando vemos a Michael Redgrave encolerizarse con ojos de loco, retorciendo el pañuelo que don Ignacio usaba para matar a sus víctimas mientras Celia trata de calmarle con sus explicaciones, no podemos evitar que nos dé un poco de risa, en lugar del miedo que nos daba antes. Ya no vemos en él a esa figura masculina amenazante, que hemos visto a lo largo del film atemorizando a su esposa, sino que vemos a un niño mimado con una rabieta.


       «Mark: La oí echar la llave. La llamé, pero se fue al baile. Golpeé la puerta hasta que me sangraron las manos y se me rompieron todas las uñas. Corrí a la ventana y la vi marcharse con un hombre. La llamé a gritos y luego lloré. Cogí las lilas y las estrangulé, las aplasté, las destruí. (Retuerce el pañuelo) Quería destruirlo todo, pero no tenía más que diez años. La odiaba. Pero sabía que algún día… Algún día… (Mira a Celia retorciendo el pañuelo) Esta noche… »

       Lang sabía que la sanación meteórica y milagrosa de Mark no era creíble y que desvirtuaba el psicoanálisis como ciencia, y también sabía que la estructura del guión se veía resentida por ello, sin embargo, el drama psicológico estaba de moda y se dispuso a producir y a rodar esta película en la que pretendía emular al Hitchcock de Rebeca (1940), cuya visualización tanto le había inspirado. Pero si bien Lang no consiguió realizar la película con la que soñaba, sí que logró crear un ambiente onírico tan sugestivo como el de Rebeca; unas imágenes magnéticas a base de unos claroscuros evocadores y de una poética expresividad cargada de misterio; una puesta en escena barroca, algo tétrica, pero brillante, y una intriga constante que mantiene el interés de la trama hasta el final. Todos estos aciertos, elementos típicos del cine de Lang, dieron como resultado una película que contiene secuencias que son auténticas obras maestras del cine. Una de estas secuencias sobresalientes es aquella en la que Celia huye despavorida de la habitación número siete y la vemos correr reflejada en los espejos de la habitación, en un estremecedor plano fantasmagórico. La secuencia finaliza cuando Celia al salir de la casa se desorienta entre los árboles a causa de la niebla, ve acercarse la sombra de un hombre hacia ella y se escucha el grito de terror de Celia en la oscuridad. Una secuencia al más puro estilo Lang.


       De manera que si Secreto tras la puerta fracasó comercialmente, provocando la quiebra de su productora, Diana Production, fundada por el mismo Lang, Joan Bennett y su marido el productor Walter Wenger, quizás fuera por el error de haber querido hacer las cosas como las hacía Hitchcock, en lugar de hacerlas como las hacía Fritz Lang. Y, aunque la crítica y el mismo Lang consideraron Secreto tras la puerta una película de menor categoría, con el tiempo se la ha llegado a considerar una película de culto, junto a sus otros dos films protagonizados por Joan Bennett, La mujer del cuadro (1944) y Perversidad (1945).


       Joan Bennett, magníficamente fotografiada por Stanley Cortez, interpreta el personaje de Celia con la elegancia y la naturalidad propias de una mujer de mundo, en contraste con esa morbosa tendencia del personaje a experimentar el amor de un modo más intenso cuando se mezclan muerte y sexo. La fascinante belleza de la actriz inunda cada plano de la película de una femineidad sublimada, a la que solo las estrellas del Hollywood de los cuarenta podían aspirar. El sufrimiento y el miedo de Celia, así como su coraje, se reflejan en el rostro de Bennett con sencillez, sin ningún tipo de exageración o histrionismo, con la moderación suficiente de esa mujer de clase alta que estaba interpretando. La actriz también supo aportar cierta malicia a esa simpatía burlona de Celia, la única que bromea en toda la película, si exceptuamos a su amiga Edith.

       «Celia (abriendo la puerta para recibir a Mark): ¿Te cojo en brazos para cruzar la puerta? (Mark corre hacia ella y se besan)
       Mark: ¿No estás enfadada?
       Celia: Si te acepté como eres, ahora tengo que aguantarte.»


       Diez años después de su primer éxito cinematográfico con Alarma en el expreso (1938) de Hitchcock, Michael Redgrave realiza su primera incursión en el cine americano de la mano de Fritz Lang con la película que nos ocupa. El actor realiza una composición inquietante de este Barba Azul psicoanalizado por su esposa, pasando del misterio y el atractivo de un hombre oscuro y enigmático al agresivo desequilibrio de un neurótico con tendencias asesinas.

       «Mark: El crimen es consecuencia de una gran emoción, más directa que el amor.»

       Redgrave nos muestra el ensimismamiento en el que cae Mark, cada vez que algo le hace recordar su trauma infantil, con una tensión física y una mirada perdida que transmiten esa ira contenida que el personaje oculta con frialdad y distanciamiento, pero que amenaza con manifestarse en cualquier momento de forma violenta. Esos ojos enloquecidos de Redgrave son capaces de provocar tanto espanto como risa nerviosa.

       Fritz Lang, considerado como un maestro del estudio del crimen, realizó una película que explora los límites de la responsabilidad criminal cuando el sujeto no se halla en situación de pleno equilibrio psíquico. El resultado de esa exploración es la historia de una purificación emocional, llevada a cabo por una esposa, en el marco de un romanticismo oscuro y redentor, que considera que una mujer enamorada debe sacrificarlo todo por el hombre al que ama.


       «Mark: ¿Por qué? ¿Por qué razón has vuelto?
       Celia: Porque te quiero. Porque me casé contigo hasta que la muerte nos separe.»

lunes, 22 de septiembre de 2025


LANGMANÍA 1

PERVERSIDAD (1945) de Fritz Lang
    

       
En Perversidad, obra maestra del cine negro, Fritz Lang realiza un profundo estudio del modo en que los deseos —verdaderos motores de la conducta humana— pueden volverse destructivos y conducirnos a la manipulación, al egoísmo y a la transgresión moral. Un deseo insaciable o descontrolado puede alejarnos de la verdad o la virtud, mantenernos en la corrupción y arrastrarnos a la perdición espiritual.
    
       El cajero Christopher Cross (Edward G. Robinson) sueña con ser un gran pintor y ser amado por una mujer hermosa, pero se conforma con pintar los domingos y soportar a su irritante esposa, Adele (Rosalind Ivan), viuda de un policía ahogado cuyo cadáver nunca se encontró. Una noche, Chris ayuda a una chica, Kitty March (Joan Bennett), a la que un hombre está golpeando en la calle y, cautivado por su belleza, la hace creer que es un pintor de éxito. El novio, Johnny Prince (Dan Duryea), un sinvergüenza, induce a Kitty a seducir al pintor para sacarle dinero. Kitty accede por temor a perder a su amado y consigue que Chris le alquile un estudio donde él pueda visitarla y pintar. Para ello, Chris roba a su mujer parte del seguro de vida que cobró de su primer marido. Kitty y Johnny viven su amor en el estudio, a espaldas de Chris, al que hacen creer que Johnny es el novio de Millie, amiga de Kitty. Obsesionado por Kitty, Chris termina robando también en su trabajo. Pero Johnny nunca tiene bastante y, al darse cuenta de que los cuadros de Chris no están firmados, trata de venderlos. Janeway (Jess Barker), importante crítico de arte, y Dellarowe (Arthur Loft), dueño de una galería, se interesan por los cuadros y por el pintor. Johnny les hace creer que Kitty es la autora y la obliga a mantener el fraude. Chris está tan enamorado que, cuando se entera, se alegra de saber, gracias a Kitty, que Janeway y Dellarowe lo consideren un gran artista. La reaparición del primer esposo de Adele, brinda a Chris la oportunidad de anular su matrimonio y casarse con Kitty. Pero cuando va al estudio para comunicarle la noticia, la descubre en brazos de Johnny. Pese a todo, Chris decide perdonarla y casarse con ella, pero Kitty, harta del viejo, se burla de él y lo rechaza con desprecio. Chris pierde la cabeza y la mata. La policía detiene a Johnny por el asesinato de Kitty y, aunque es condenado y ejecutado en la silla eléctrica, Christopher Cross nunca podrá escapar a su propia sentencia.


       El guión, basado en una novela de George de La Fouchardière, anteriormente llevada al cine por Jean Renoir en La golfa (1931), fue escrito por Dudley Nichols. Este trabajo constituyó la segunda colaboración del guionista con Fritz Lang, para el que ya había escrito en 1941 el guión de El hombre atrapado. La adaptación de Nichols constituye el esquema perfecto sobre el que Lang realiza una película impregnada de fatalismo y humor negro. Nichols relata con detalle el deseo, y la carencia que lo genera, de cada uno de los personajes del trío protagonista. La soledad y la falta de amor, el deseo sexual disfrazado de amor y la necesidad de validación a través del dinero son las motivaciones de Chris Cross, de Kitty March y de Johnny Prince respectivamente, motivaciones que hacen avanzar una historia abocada al desastre. Asimismo, Nichols estructura con eficaz sencillez el proceso de decadencia por el que el protagonista va cayendo más y más bajo a medida que la pareja antagonista (Kitty y Johnny) explota su debilidad de carácter y su deseo por Kitty. La subtrama del marido renacido de Adele, que con su aparición alimenta la esperanza de Chris de conseguir la culminación de su sueño (casarse con Kitty), constituye un giro inesperado y humorístico que explica la frustrante decepción y la ira del protagonista al estrellarse con el desprecio de su amada, cuando ya creía tenerla al alcance de la mano. Dudley se aseguró además de que cada personaje revelara su forma de ser a través de su expresión verbal: diálogos sencillos y sensibles por parte de Chris, vulgares y cínicos por parte de Johnny y de Kitty y conversaciones cargadas de falsedad, de autoengaño y de deseos ocultos por parte de los tres personajes.

       «Kitty (hablando por teléfono): ¿Millie? Soy Kitty (…) ¿Y Johnny? (…) Supuse que iría a Tiny’s. ¿Estaba bebiendo? (…) Nada, una pelea. Ése no puede vivir sin mí, igual que yo no puedo vivir sin él. ¿Dijo si vendría aquí? (…) ¡A darme una paliza! (…) Vaya, cómo le gusta presumir de hombre duro… No debes preocuparte, sólo habla por hablar… (…) Si estuvieses enamorada, lo entenderías. (…) Oh, calla… Johnny es inofensivo… (…) Así es el amor, tesoro.»

       La crueldad de Adele al hablar con su marido es semejante a la de Johnny al comunicarse con Kitty, estableciendo el único punto en común que comparten Chris y Kitty, al ser ambos víctimas de la irritabilidad y la agresividad de sus respectivas parejas.


       «Johnny: ¿De qué me sirve pensar estando con una idiota como tú? Te dije que tuvieses cuidado.
       Kitty: Claro, échame la culpa.
       Johnny: ¡Me pediste que me quedara, yo quería salir!
       Kitty: Johnny… ¿por qué me hablas así?
       Johnny: ¡Es la verdad! ¡Estoy harto de ti!
       Kitty: Johnny… (Va a abrazarlo, pero él la abofetea)
       Johnny: ¡Es el único lenguaje que entiendes!»

       El guión hace avanzar la historia a través de las tensiones que se desprenden del conflicto principal que genera el triángulo amoroso formado por Chris, Kitty y Johnny. Al que se suman las del triángulo secundario formado por Chris, Adele y el primer marido de ésta, Homer Higgins (Charles Kemper). El protagonista vive sometido a dos mujeres, su esposa y Kitty, las dos lo utilizan y lo manipulan, Adele obligándole a desempeñar las labores de casa —algo humillante para un hombre de la época— y Kitty sacándole más y más dinero al hacerle creer que le quiere. Y ninguna de las dos siente ningún tipo de afecto por él. Chris, por su parte, también las engaña a las dos, a Adele le roba sus ahorros para dárselos a Kitty y a ésta la hace creer que es rico y famoso.


       La fatalidad del relato de Lang, cargado de manipulación, obsesión erótica y codicia, refleja la inmoralidad y el egoísmo del ser humano en toda su crudeza. Los personajes no inspiran simpatía ni compasión, Lang nos muestra el lado oscuro de cada uno de ellos, con una naturalidad que asusta, haciéndonos entender que esa oscuridad procede, precisamente, del hecho de que sean humanos. Y como nosotros también lo somos, entendemos sus motivaciones, aunque sus acciones nos causen rechazo. Lo cual es perturbador. Lang no persigue en sus películas que el espectador se identifique con los protagonistas sino que entienda las heridas, carencias y miedos que arrastran y que les hacen cometer equivocaciones. Aunque en lo más profundo de su ser sigan albergando la esperanza de un cambio que transforme sus vidas y los conduzca a la plenitud.

       «Chris: Me pregunto cómo será.
       Charles: ¿Qué, Chris?
       Chris: Pues sentir que te quiere una preciosidad como ésa. A mí nunca me han mirado así. Ni siquiera de joven.
       Charles: Sí, solemos tener sueños que no se cumplen, aunque seguimos soñando.
       Chris: Recuerdo que de joven quería ser pintor y soñaba con que un día me convertiría en un gran artista. Sí, ya ves, soy un simple cajero.»

       Lang nos anticipa el sueño que despertará al verdadero Chris de las sombras de una vida insuficiente e insípida con la fugaz aparición de la joven rubia amante de su jefe. La rubia anticipa la aparición de Kitty en la vida de Chris. El espectador sabe que su amor por ella es un sueño que no puede hacerse realidad, porque, como adelantó Charles, los sueños no se cumplen. Al menos no como esperamos que lo hagan.


       «Kitty: Eres un gran pintor, Chris… El Sr. Dellarowe lo dijo y también 
el Sr. Janeway. Bueno, dijeron que yo lo era…
       Chris: ¡Pues seguirán diciéndolo!
       Kitty: Oh, Chris… (Se refugia en su pecho llorando)
       Chris: Oh, no, Kitty, por favor, no llores más. Estoy contento. Es como un sueño.
       Kitty: Chris eres tan bueno, tan generoso…
       Chris: No importa qué nombre lleven los cuadros, el tuyo o el mío. Es como si estuviésemos casados. (Se ríen) Sólo que yo llevo tu nombre.»

       Chris vive una vida convencional que no le satisface, el miedo a fracasar como pintor y a estar solo le conduce a ser cajero y a casarse con una mujer a la que no ama. Cuando por fin se atreve a vivir sin miedo, es capaz de asumir riesgos, de engañar, de hacer trampas a los demás, todo por conservar lo único que le hace feliz.


       «Kitty: ¿Eres feliz?

       Chris: Por primera vez en mi vida.
       Kitty: ¿Muy feliz?
       Chris: Pienso en ti a todas horas. Siempre estoy deseando verte, tenerte cerca. Sé que no tengo derecho a preguntártelo, sin embargo… ¿alguna vez has…? Sin duda hubo otros hombres en tu vida.
       Kitty: Sólo uno, Chris.
       Chris: ¿Aún le ves?
       Kitty: Le he olvidado.
       Chris: Mira, Kitty, si fuese soltero, si no tuviese una esposa…
       Kitty: Pero la tienes.
       Chris: Sí, ya lo sé, pero si ella… Bueno, si ocurriese algo que me liberase, ¿te casarías conmigo?»


       Cuando Chris Cross se encuentra con Kitty y se enamora, resucita 
como ser humano, siente que es su última oportunidad para vivir una vida plena y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para casarse con ella. Incluso eliminar a su esposa. Lang así nos lo muestra en la escena en la que Chris se acerca a Adele empuñando un cuchillo de cocina, de una forma tan sutil y amenazadora que la misma Adele se sobresalta. Con esta escena, Lang nos anticipa cuál será la reacción del asesino que se oculta dentro del inofensivo Chris, al verse ridiculizado por Kitty, muertas ya todas sus esperanzas de realizar su sueño de amor. Chris asesina a Kitty, lo mismo que ella asesina todas sus ilusiones.

       «Kitty: ¡He querido reírme en tu cara desde que te conocí! ¡Eres viejo y feo y estoy harta de ti! ¡Harta! ¡Harta! ¡Harta!»

       El aciago destino de Chris le conduce a la propia destrucción, a través de la corrupción de sí mismo, pero en esa transformación el verdadero Chris sale a relucir, en toda su bondad, en toda su perversión y en toda su cólera. A través de su protagonista, Lang nos enseña que todos tenemos un lado luminoso y otro oscuro.

       Pero el pesimismo de Perversidad exige que ningún personaje consiga sus sueños, no sólo el protagonista. Tampoco Kitty logra el amor de Johnny ni éste logra la abundancia económica con la que sueña. Los personajes persiguen sus sueños sin querer ver la realidad, incapaces de percibir que sólo son fantasías que nunca llegarán a realizarse. Chris nunca ha visto a Kitty tal como es, vulgar y deshonesta, él la ve pura e inocente, el colmo de la perfección femenina. Incluso cree que llora cuando se está riendo. Aún después de asesinarla continúa viéndola así.


       «Voz de Kitty: Tú me mataste… Tú me mataste… Tú me mataste…

       Chris: No, Kitty. ¡Fue él! ¡Tú eras inocente! ¡Eras pura! ¡Él mató eso!»

       Del mismo modo, Kitty considera a Johnny el hombre perfecto, sabe que es un aprovechado, un vago y un maltratador, pero se engaña pensando que así son los hombres de verdad.

       «Kitty: ¿Tú matar a Johnny? Me gustaría que lo intentases. Te rompería todos los huesos. ¡Él sí es un hombre!»

       El mismo Johnny que aspira a vivir por todo lo alto, se confunde creyendo que lo conseguirá sin esfuerzo alguno.

       «Johnny: Leí por ahí que un tipo se fue a Hollywood sin un centavo y ganó un millón. Y sin experiencia. Eso sí, era guapo. Trabajaba en un supermercado.
       Millie: Si trabajaba no se parecía a ti.
       Kitty: ¿Queréis dejar de discutir?
       Johnny: No estamos discutiendo, es que Millie no tiene ni idea. Dice que a los actores les pagan cinco o diez mil dólares por semana. ¿Por hacer qué? Por hacerse los duros, por sacudir a las chicas. ¿Acaso no puedo hacerlo yo?»


       Johnny cree haber encontrado la gallina de los huevos de oro cuando 
descubre que los cuadros de Chris valen una fortuna y consigue que Kitty los firme, pero se equivoca pensando que conseguirá salirse con la suya engañando a todo el mundo. Johnny se mete en un fraude que supera su inteligencia y se vuelve contra él. Por eso muere en la silla eléctrica, por creerse más listo de lo que en realidad es.

       Lang dibuja a los personajes desde el principio del film, sin prisas, con todo lujo de detalles, logrando que conozcamos en profundidad sus carencias y aspiraciones. La pila llena de platos sucios en el piso que Kitty comparte con Millie y el desorden que reina en el estudio pagado por Chris refleja a la perfección el tipo de mujer que es la protagonista, una «perezosa», tal como la llama Johnny, y una mujer algo vulgar, aunque sepa suavizar sus toscas maneras cuando le interesa. Al fingirse una artista ante Janeway y Dellarowe, por ejemplo, casi parece una mujer misteriosa y elegante, en parte gracias a su innegable belleza y a repetir las palabras que ha oído en boca de Chris.

       «Dellarowe: Creo que la pintora es aún más fascinante que sus cuadros.
       Crítico: ¿Cómo es?
       Janeway: Como la Gioconda, sin la sonrisa. Oculta algo. A veces parece dos personas distintas.»

       Pero, si bien Kitty es tan sinvergüenza como Johnny, ella no desea aprovecharse de Chris, su único deseo es complacer a Johnny para retenerlo a su lado, ése es el motor psíquico que mueve todas sus acciones. En ese sentido se puede decir que Kitty vive prisionera de su deseo por Johnny, cuya satisfacción la mantiene atrapada en una vida inmoral que ella no desea.


       «Kitty: Johnny, no soporto que me toque nadie más que tú.

       Johnny: Bah…
       Kitty: Me inquieta que me mire de ese modo. Si fuese cruel o vicioso o si me gritase sería distinto. Tú no me quieres… Si me quisieras me entenderías.»

       Johnny es presentado por Lang desde su aparición como lo que es, un maltratador que se aprovecha de Kitty. La primera vez que le vemos la está golpeando con saña en la calle. Lang lo fotografía al fondo, desde el punto de vista de Chris, indicando que desde lejos ya se ve que tipo de persona es. Johnny quizás sea el personaje más transparente de los tres, es chulo, es cínico, vulgar y amoral, pero no se molesta en disimularlo. Todos los personajes de la película que entran en contacto con él, perciben de inmediato que es un caradura sin modales.

       «Policía: Intentaba huir en el coche de la chica.
       Johnny: ¡El coche es mío!
       Detective (sacando un pañuelo): Esto también es tuyo. Lleva tus iniciales. La sangre es de la chica. Aquí hay ciento cuarenta dólares que le quitaste del bolso.
       Johnny: ¡Son míos!
       Detective: Este anillo era de ella. Valdrá unos seiscientos dólares.
       Johnny: Ja, ja, ja… Menudo perito está hecho… ¡Me costó mil doscientos!
       Detective: Aquí están el resto de las joyas. No valen mucho, pero se las llevó todas.
       Johnny: ¿Y por qué no? Ella ya no iba a necesitarlas. (Los tres policías le miran con reprobación.)»

       Para Johnny nada en la vida tiene sentido, por eso para él nada tiene importancia. Su cinismo es el resultado de un deseo insaciable de dinero que le obliga a vivir en la corrupción. Detrás de ese deseo se oculta la necesidad de ser valorado y Johnny está convencido de que lo único que hace valioso a un hombre son sus posesiones, un coche, un reloj, un lujoso estudio, etc.


       La perversa pareja formada por Kitty y Johnny es sin lugar a duda uno 
de los mayores logros de Perversidad, sobre ellos recae casi todo el peso del humor negro y la ironía que siempre contiene el cine de Lang. Kitty y Johnny nos hacen reír con la poca vergüenza de sus diálogos, su absoluta despreocupación moral ante las consecuencias de sus actos y la inmadurez con la que se enfrentan a la vida.

       El anodino Chris aparece por primera vez en la película de espaldas a la cámara cuando está siendo homenajeado por su jefe, tras veinticinco años en la empresa. La primera impresión que Lang nos transmite de él es la de un hombre formal, apocado e insignificante, un hombre al que todo el mundo aprecia, pero al que nadie tiene en cuenta. Después, nos descubre al artista sensible que se enamora de Kitty y que soporta con resignación a su irascible mujer. Todo nos hace creer que es un pobre hombre, alguien que mueve a compasión. Nadie sospecha que esconde dentro de sí un asesino. Chris es el personaje más equívoco de la historia, parece un don nadie pero es un gran artista, parece honesto pero roba a su mujer y a su jefe, parece bondadoso y termina siendo un criminal. Ni siquiera su jefe es capaz de denunciarlo cuando descubre que ha cogido dinero de la caja.

       «Hogarth: Chris, fue por una mujer, ¿no? (Chris asiente) Me lo imaginé. No quiero que vaya a la cárcel, Chris, pero no puede seguir trabajando aquí.»


       Si fuera un personaje femenino, Chris sería la típica mosquita muerta, 
que termina quitándose la máscara para mostrar la harpía que lleva dentro. Pero en los años cuarenta, en pleno auge de una sociedad patriarcal, Kitty, antítesis de lo que se entendía por una buena chica, es considerada la culpable de todo lo que le ocurre al protagonista. Aún hoy en día, bajo una mirada superficial, la película podría entenderse como la destrucción de un buen hombre por una mujer fatal. Sin embargo, se trata de una mujer que destruye a un hombre por estar bajo el influjo de un hombre fatal. Kitty trata de negarse en varias ocasiones a explotar a Chris, pero Johnny siempre consigue su colaboración de una u otra forma.

       «Kitty: Yo sería incapaz de sacarle dinero a ese pobre hombre.
       Johnny: Oye, piensa también en mí, usa tu inteligencia. Conozco a tipos riquísimos y con la mitad de inteligencia de la que tengo yo. Pero ¿de qué sirve el cerebro? Para ganar dinero, hay que tener dinero, capital.»

       Chris Cross, víctima y verdugo de Kitty, la asesina por hacerle lo mismo que él le hace a su mujer: engañarla y gastarse su dinero con otra; pero no soporta que Kitty le haga lo mismo, cogiendo su dinero para gastárselo con Johnny. Chris se deja envilecer por Kitty, lo mismo que ella se deja envilecer por Johnny. Kitty no es la responsable de los actos de Chris, como Johnny no lo es de los de Kitty. Cada uno es responsable de sus propios actos. En realidad, es Chris quien destruye a Kitty de forma definitiva arrebatándole la vida y también es él quien se destruye a sí mismo. Tras descubrir la verdad, podría haber denunciado a Kitty y a Johnny, reivindicando la autoría de sus cuadros para alcanzar su sueño de ser un gran artista. Pero, incapaz de sufrir la humillación y de soportar la insatisfacción de renunciar a sus pulsiones sexuales por Kitty, la aniquila de forma brutal. Dando paso al segundo tema tratado por Lang en la última parte de Perversidad, la culpa y la importancia del castigo.


       «Tom: Nada queda impune. Imagine que tenemos un tribunal aquí 
mismo. (Se señala el corazón) Juez, jurado y verdugo.
       Chris: No le entiendo.
       Tom: El asesinato no resuelve nada. ¿Qué decís? Habéis visto muchos juicios.
       Periodista: En eso debo admitir que tienes razón.
       Tom: El problema está aquí mismo y no puede salir. Está aquí, sólo aquí. (Señalándose el corazón) ¿Y qué? Que sigues castigándote sin cesar. No puedes escapar de ello. Nunca.
       Chris: Eso no tiene sentido.
       Tom: Usted no ha visto tantos juicios como yo, Sr. Cross. Prefiero que el juez dicte mi sentencia antes que hacerlo yo.»

       Chris asesina a Kitty y deja que ejecuten a Johnny por ello. El castigo a su crimen nunca llega por parte de la sociedad y Chris enloquece. No puede escapar de la culpa que lo atormenta y queda al margen de la sociedad buscando un castigo que le libere.

       Fritz Lang ofrece una visión pesimista de la naturaleza humana, envuelta en una especie de superstición o fatalismo que rodea a una serie de perdedores abocados a un destino trágico, un enfoque típico del más puro cine negro.

       La supuesta mujer fatal, otra característica del género negro, fue 
encarnada por Joan Bennett con una desenvoltura llena de matices. Por un lado, Bennett interpreta a la Kitty que se finge dulce y seductora mientras se aguanta la risa que le provoca la inocencia de Chris o rechaza con asco sus intentos de tocarla o besarla. Por otro lado, cuando Kitty se enfurece, Bennett saca a relucir la vulgaridad del personaje, gritando, dando patadas y arrojando todo tipo de cosas al suelo con el mayor desparpajo. La voluptuosa indolencia de la «perezosa» Kitty es otro de los logros de Joan Bennett, sus acertadas posturas cuando está tirada en la cama o en el sofá sin hacer nada, salvo fumar, transmiten no sólo la vagancia de Kitty sino también una especie de abandono sensual ante la vida. En general, la actriz logra mostrarnos a una chica que está de vuelta de todo y que ya no siente interés por nada que no sea su amor por Johnny.

       En lo relativo al canalla que toda película negra debe tener, Dan Duryea, actor cínico por excelencia, realiza una perfecta composición de un tipejo sin escrúpulos, que se aprovecha de la belleza de Kitty para exprimir a los hombres. El actor consigue que todos los gestos, los movimientos y las palabras de Johnny estén cargados de jactancia. El personaje de Johnny Prince es tan cínico, que nos hace reír con esa insolencia tan extrema que Dan Duryea supo expresar como nadie. Hasta las bofetadas que le propina a la pobre Kitty, el actor las ejecuta con una cierta pátina de sordidez que ratifica lo despreciable de su personaje.


       Por último, Edward G. Robinson adopta el rol de la supuesta víctima, 
que siempre debe tener toda película de cine negro que se precie. El actor, acostumbrado a roles de gánsteres y rufianes de todo tipo, sorprende en esta convincente encarnación del hombre sumiso, cándido y amable que es Chris Cross. La sensibilidad de Chris es el rasgo que Robinson más resalta a lo largo de todo el film. Chris es comprensivo, paciente y sufrido hasta el extremo de que su mujer cree que ha bebido cuando le planta cara en una ocasión.


       «Adele: ¡Ojalá siguiese viuda! Te soporto porque estamos casados. 
¡Me tienes harta!
       Chris: ¡Sí, yo también estoy harto!
       Adele: ¿Has estado bebiendo?
       Chris: No, ni un trago.
       Adele: Deja que te huela el aliento. (Lo hace) Entonces, ¿qué te pasa? ¿Por qué me estás hablando así?»

       Ni siquiera cuando Chris está matando a Kitty vemos un ápice de maldad en el rostro de Robinson. Chris ejecuta el crimen en un acto de desesperación, y lo que vemos en su rostro es el sufrimiento insoportable que se deriva de la absoluta frustración del mayor de sus deseos.

       Aunque Fritz Lang quiso distanciar su filmografía del expresionismo alemán, siempre ha sido considerado como uno de los mayores representantes de dicho movimiento dentro del cine, y son precisamente estos aspectos característicos del expresionismo los que han hecho de Perversidad una obra maestra del cine negro. Por una parte, la preciosa fotografía en blanco y necro, creada por Milton Krasner, que proporciona a la película un sello incomparable de desamparo existencial, con un juego de luces y sombras en la última parte del film que ayuda a escenificar la degradación moral y física del protagonista, atormentado por la culpa.
       Por otra lado, la banda sonora dramática compuesta por Hans J. Salter está cargada de un romanticismo desolador, turbio y oscuro, como el del mismo protagonista Chris Cross, al que arropa con acierto en su locura final.

       Por último, los sencillos pero eficientes encuadres de Fritz Lang —en 
los que todo lo que se ve es relevante—, su puesta en escena sombría y opresiva, la abundancia de escenas nocturnas, con esa atmósfera agobiante que rodea a los personajes conforman un fascinante film negro de extremada sensibilidad.


       Los cuadros de estilo naif pintados por el protagonista que aparecen 
en la película fueron obra de John Decker, un artista conocido por sus retratos a estrellas de Hollywood. Lang le encargó doce cuadros para la película, que, posteriormente, se exhibieron en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1946. Dichos cuadros aportaron un toque de frescura y modernidad a la película de Lang, al tiempo que sirvieron para subrayar la inocencia casi infantil con la que el protagonista percibe el mundo.


       Fritz Lang consigue en Perversidad que el deseo se convierta en el 
protagonista absoluto del film, como fuente principal de motivación y frustración humana. Para Lang, toda persona, ya sea buena o mala, bajo la motivación de un deseo irresistible o fuera de control es capaz de cualquier perversidad. Por lo que si bien debemos permitirnos sentir nuestros deseos, aunque no se cumplan, también debemos evaluarlos para decidir si el precio a pagar por ellos es aceptable o no.

       «Kitty: Chris… Eres muy impetuoso. Sé que te gusto, pero hay ciertos límites.»